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de la Casa de Velázquez
Nouvelle série
42-2 | 2012
Género, sexo y nación: representaciones y prácticas
políticas en España (siglos XIX-XX)
Nerea Aresti
Edición electrónica
URL: http://journals.openedition.org/mcv/4548
ISSN: 2173-1306
Editor
Casa de Velázquez
Edición impresa
Fecha de publicación: 15 noviembre 2012
Paginación: 55-72
ISBN: 978-84-96820-90-6
ISSN: 0076-230X
Referencia electrónica
Nerea Aresti, « Masculinidad y nación en la España de los años 1920 y 1930 », Mélanges de la Casa de
Velázquez [En línea], 42-2 | 2012, Publicado el 15 noviembre 2014, consultado el 25 enero 2018. URL :
http://journals.openedition.org/mcv/4548
© Casa de Velázquez
dossier género, sexo y nación. representaciones y prácticas políticas en españa
Nerea Aresti
Universidad del País Vasco
La España de los años veinte y treinta del pasado siglo asistió a grandes 55
cambios en las relaciones de género. Las propias categorías de «hombre» y
«mujer» evolucionaron al ritmo de los tiempos. En concreto, los ideales de
masculinidad fueron reconstruidos en diálogo y conflicto con conceptos
tales como el de nación, clase social y se articularon de forma diferenciada
en las diversas culturas políticas. En cierta medida, estos ideales de virilidad
cooperaron fructíferamente con la idea de España en la construcción de iden-
tidades individuales y colectivas, de género y nacionales a un mismo tiempo.
Sin embargo, la categoría «hombre español» se mostró particularmente ines-
table y precaria en un contexto histórico en el que ni la virilidad ni la nación
resultaban ser nociones firmes e inequívocas. Al contrario, visiones distin-
tas y enfrentadas establecieron una pugna por definir, y en ocasiones incluso
negar, este modelo viril y nacional. En las siguientes páginas me acercaré a
los avatares de este ideal en unas décadas especialmente dinámicas, las de los
años veinte y treinta. Pretendo analizar los términos de este enfrentamiento
discursivo y político, y evaluar hasta qué punto es posible reconocer en esta
evolución un estereotipo nacional de masculinidad hegemónica1 .
1
El concepto de «masculinidad hegemónica» es deudor de Raewyn Connell, quién lo acuñó y definió
como concepción dominante en cada sociedad y momento histórico, como un ideal normativo que
inspira o sirve de referente a la mayoría y estigmatiza otras formas de masculinidad. Véase Connell,
1987. La propia autora del concepto advierte del problema de algunos usos mecanicistas del término
que tienden a reificarlo, a la vez que plantea la necesidad de comprender la dimensión histórica y el
carácter dinámico del término en Connell, 2000. Véase también Tosh, 2004.
Ana Aguado y Mercedes Yusta (coords.), Género, sexo y nación. Representaciones y prácticas políticas en españa (s. xix-xx)
Dossier des Mélanges de la Casa de Velázquez. Nouvelle série, 42 (2), 2012, pp. 55-72.
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2
Los logros derivados de la Gran Guerra han sido matizados e incluso cuestionados por la
historiografía de género. Gloria Nielfa Cristóbal ha subrayado el efecto desigual según las clases
sociales (Nielfa, 1999). Para un cuestionamiento general de este papel transformador de la guerra,
destacando el fortalecimiento de la diferencia social en este contexto, véase Thébaud, 1993.
3
El caso francés y la figura de la garçonne son paradigmáticos en este sentido. Véase Hunt, 1991
y Roberts, 1994.
4
Mangini, 2001. Véase también Llona, 2002.
5
Jordi Luengo plantea que ambas figuras, el dandy y el señorito bien, tenían realmente poco
en común, pero que fueron asociadas porque una y otra representaban una violación de rígidos
códigos de género, particularmente en el nivel estético. Luengo, 2008.
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6
González Blanco, 1930.
7
Díez Fernández, 1930, p. 55, y p. 54 la frase posterior.
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al empeño por definir lo que significaba ser un hombre. Con respecto a estos
últimos, entre los distintos proyectos que se desarrollaron en aquellos años,
me gustaría destacar dos, cuya visión comparativa nos pueden servir para
evaluar formas diferentes de articulación de las categorías de masculinidad y
nación en un mismo contexto.
8
Jiménez de Asúa, 1984, p. 17.
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9
Lafora, 1927, p. 39.
10
Sánchez de Rivera, 1924, p. 161.
11
Lafora, 1933, p. 15.
12
Marañón, 1924 b, p. 215.
13
Ibid., p. 273.
14
Un análisis de este impacto en Aresti, 2001. Sobre el impacto de los cambios discursivos en la
evolución del ideal de masculinidad, véase también el más reciente Aresti, 2010.
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Todo primer actor que con esto se encuentre conforme, si quiere dar
muestra de su conciencia y honradez artísticas, cuando haya de represen-
tarse el Tenorio deberá ceder el papel de Don Juan a la primera actriz15.
Aquellos discursos e imágenes arrebataban al ideal donjuanesco su patente
de virilidad. Un afeminado con anatomía de eunuco, en expresión de Ramón
Pérez de Ayala16, no podía ser digno representante de la hombría nacional. En
oposición a Don Juan, el modelo propuesto por los nuevos moralistas laicos
era el hombre autocontrolado, monógamo, trabajador y ejemplo de austeri-
dad. Un tipo de hombre no muy distante de aquel descrito por Unamuno,
quien sentenció que la causa de la libertad no prosperaría en España hasta que
gobernaran el país «un buen número de liberales que se acuesten a las diez, no
beban más que agua, no jueguen juegos de azar, y no tengan querida17».
De entre los valores que debían conformar este ideal destacaba el trabajo,
convertido en seña de identidad del hombre verdadero. Gregorio Marañón
destacó la laboriosidad como elemento crucial del nuevo hombre frente al
60 Tenorio: «El hombre más viril es el que trabaja más, el que vence mejor a
los demás hombres, y no el don Juan que burla a pobres mujeres»18. Este
énfasis resultaría ser particularmente fructífero en los medios obreros, en
concreto socialistas, en la labor de dignificación de la masculinidad obrera,
si bien generó asimismo otro tipo de conflictos, relacionados sobre todo con
la incapacidad de los hombres de clase trabajadora de garantizar en solitario
la supervivencia de la unidad familiar. No sorprende el hecho de que, en esta
retórica, el cura y el señorito fueran las imágenes más denostadas. Este modelo
adoptó así unas importantes connotaciones de clase dependiendo del medio
social y político en el que fue resignificado. Por otro lado, en los discursos de
este grupo de nuevos moralistas laicos, una profesión y un estereotipo repre-
sentaban el epítome y más pura expresión de la masculinidad deseable: en
relación a la profesión, entre los científicos, los médicos gozaron del liderazgo;
por otro lado, el modelo de virilidad anglosajón, un referente de civilización y
progreso, fue presentado con frecuencia como un ejemplo a seguir.
En definitiva, el modelo de masculinidad creado por el conjunto de dis-
cursos a que estamos haciendo referencia, apareció conectado con una serie
de valores que se entendían asociados a unas ideas de progreso y de civili-
zación modernas, cuyos máximos exponentes eran encontrados más allá de
nuestras fronteras. Esto no significa que aquellos teóricos de las «cuestiones
sexuales» renunciaran a la tarea de construir un modelo nacional de virilidad.
De hecho, muchos de ellos sí aspiraban a crear tal arquetipo, en un proyecto
de renovación y ruptura con elementos claves de figuras y referentes de larga
15
González, Melitón, «El “Don Juan” de Elías Salaverría, en la Casa de Prensa española», ABC,
27 de diciembre de 1927, pp. 3-4.
16
Pérez de Ayala, 1926, pp. 59, 62 y 63.
17
Pérez Gutiérrez, 1997, p. 371.
18
Marañón, 1966, p. 83.
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19
Unamuno, 1967, p. 1024.
20
Diario de Barcelona, 13 de septiembre de 1923. Difundido en toda la prensa nacional.
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21
Ibeas, 1925, pp. 8-11.
22
La Nación, 19 de julio de 1929.
23
Ibid.
24
Pemán, 1929, p. 218.
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La Nación, 19 de julio de 1929.
26
Ibid., 23 de julio de 1929.
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La editorial Biblioteca Nueva llegó a vender más de cien mil ejemplares de los Tres ensayos sobre la
vida sexual de Marañón, según se señala en edición de 1951. Fue publicado por primera vez en 1926.
28
Marañón, 1929, p. 183, en nota.
29
Véase Nash, 1995; Ramos, 2000; Aguado, 2003; Bock y Thane, 1991.
30
Aresti, 2002.
31
Aguado, 2005.
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32
Holguin, 2003, pp. 3-4 y 6-8.
33
Véase Pozo Andrés, 2008.
34
Radcliff, 1997, p. 306.
35
Bunk, 2007; Mosse, 1985, pp. 114 y 130.
36
Morgan, 1994, p. 166.
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por lo tanto, intolerante con la excepción femenina. Esta visión convivió con
otras enmarcadas en la misoginia tradicional, que concedían menor poder
a la diferencia sexual para definir a los seres humanos, y era más proclive a
reconocer las virtudes de mujeres excepcionales. Desde esta perspectiva, una
mujer guerrera, una reina o una santa eran ejemplos de excelencia de muje-
res cuya condición de género no saturaba el significado de sus actos o de sus
cuerpos. Las retóricas desplegadas en el bando rebelde reflejaron esta tensión
entre visiones distintas de la diferencia sexual, que convivieron y pugnaron
por prevalecer. Algo semejante sucedió con respecto a la masculinidad y en
concreto a la paternidad. La imagen del líder franquista no fue siempre la del
caballero cristiano o monje guerrero. Aunque los ingredientes místicos y cas-
trenses tuvieron un papel a menudo protagonista, no fue rara tampoco su
descripción como padres de familia, varones modélicos también en el ámbito
privado y especialmente en el trato con su esposa e hijos37. Así, la revista falan-
gista Y recogió en sus páginas escenas que representaban, por ejemplo, a un
66 José Antonio Primo de Rivera entrañable, cariñoso con los hijos de sus ami-
gos38, al tiempo que se retrataba a un «Mussolini íntimo» capaz de comprender
como nadie el alma de los niños, o a un Führer rodeado de pequeños que, se
decía, hacían vibrar sus sentimientos39. Tampoco fueron escasos los retratos
biográficos que hicieron de Franco «un hombre que ama la vida familiar40».
Estas imágenes conectaban bien con un ideal de masculinidad más íntimo y
doméstico, menos jerárquico y divino, más humano, un modelo en definitiva
más cercano al diseñado por los liberales reformistas. Esto no significa que
estas figuras paternales estuvieran exentas de connotaciones religiosas y nacio-
nalistas. Al contrario, muchas veces estos valores fueron recreados en términos
de sagrado misticismo o misión patriótica. En definitiva, la paternidad, como
la masculinidad, adquirió significados distintos que colaboraron y rivalizaron.
Pese a la coexistencia de ideas y valores de origen diverso en el frente
franquista no significó la ausencia de unos ejes estructuradores que dieron
carácter y unidad a toda aquella retórica. Por supuesto, la reafirmación de
la autoridad patriarcal, en la familia y en el conjunto social, fue una firme
referencia a la hora de discriminar qué valores tenían cabida en el ideal de
masculinidad adoptado. Junto a la preservación del orden de género, otros
dos aspectos resultaron, a la postre, innegociables: el carácter profundamente
católico ligado a una visión determinada de la naturaleza humana y de la
sexualidad, por un lado, y el patriotismo español, por otro.
En términos generales, y a pesar de la pluralidad de ideas presentes, los valo-
res y atributos masculinos defendidos desde el frente republicano estuvieron a
37
Ángela Cenarro ha destacado que la presentación al público femenino subrayaba precisamente
la habilidad de estos líderes para combinar las facetas política y afectiva. Véase Cenarro, 2006, p. 180.
38
Y, noviembre de 1938, p. 24.
39
Y, septiembre de 1938, pp. 6 y 7; y julio-agosto del mismo año, p. 48.
40
Moure-Mariño, 1938, p. 50.
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41
Véase Aresti, 2002.
42
Núñez Seixas, 2006, pp. 189, 190 y 195.
43
Payne, 1961, p. 127.
44
Sánchez Mazas, Rafael, «Certero discurso», ABC de Madrid, 11 de abril de 1939, p. 13.
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Franco, 1940, pp. 38 y 18, respectivamente. En la Guía Jurídica del Miliciano Falangista
redactada en 1938 por el juez Carlos Álvarez Martínez se describían así estas dos vertientes del
frente sublevado: «FALANGE ESPAÑOLA aportó, por su programa, masas juveniles, propagandas
con un estilo nuevo, una forma política y heroica del tiempo presente y una promesa del plenitud
española; los REQUETÉS, junto a su ímpetu guerrero, el sagrado depósito de la tradición española,
tenazmente conservado a través del tiempo, con su espiritualidad católica». Véase Álvarez
Martínez, 1938, p. 5.
46
Franco, 1938, p. 171.
47
García Mercadal, 1937, pp. 11 y 41.
48
Getino, 1937, pp. 29 y 45.
49
Díez, 1937, p. 215.
50
González Menéndez-Reigada, 1937, p. 9.
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1936, afirmando que no era sólo la patria la que les obligaba a la lucha, sino
el bienestar, la familia, la religión, el hogar, porque aquello que intentaba des-
truirse y ante lo que nadie podía permanecer indiferente51.
Tal y como ha señalado Xosé M. Núñez Seixas, la dimensión patriótica
estuvo presente en ambos bandos y constituyó también en ambos casos un
mecanismo homogeneizador y de movilización. Siendo esto cierto, no lo es
menos que el bando republicano sostuvo una mayor tensión entre diferen-
tes interpretaciones de lo que la guerra significaba, en un debate entre los
que veían en ella una expresión sangrienta de la lucha de clases y los que
interpretaban la contienda en términos nacionales. Aquellas tensiones y
contradicciones contrastaron con la unanimidad nacionalista en el bando
contrario52. Los sublevados supieron aprovechar estas fisuras y este, en tér-
minos relativos, menor arraigo de la idea nacional entre los republicanos,
y no dudaron en describir el patriotismo de sus enemigos como un ejer-
cicio de oportunismo y de impotencia. En julio de 1938, Francisco Franco
preguntaba a su auditorio en la ciudad de Burgos: «¿No os causa alarma el 69
aparente patriotismo de las nuevas propagandas rojas? ¿No veis en ello el
criminal esfuerzo por arrastrar a la muerte a sus juventudes vencidas y un
nuevo artificio para engañar al mundo?». En palabras de Franco, aquellas
vivas a España, aquellas invocaciones a la independencia de la Patria, no eran
en el campo «rojo» más que el eco de las victorias de los nacionales53. En rea-
lidad, tal y como ha destacado José Álvarez Junco, la guerra civil fue también
un conflicto entre las dos versiones de la nación que venían del siglo xix, la
liberal, laica y progresista, y la católica conservadora, si bien, obviamente, fue
el bando nacional el que acabó ganando esta batalla54. También fue el bando
franquista el que articuló de forma más fluida las categorías de masculinidad
y nación, creando un rotundo concepto de «hombre español» que fue perfi-
lándose a lo largo de los tres años de contienda.
Ya en 1934, José Calvo Sotelo había expresado con claridad esta identificación
entre nación española y virilidad en los discursos de las derechas. Con motivo de
su regreso a España tras permanecer fuera del país desde 1931, Calvo Sotelo pro-
nunció unas encendidas palabras en el banquete homenaje ofrecido por la revista
Acción Española. En su discurso, Calvo Sotelo aseguró que contra la «horda anti-
patriótica […] no hay más que un recurso y un remedio, que es inculcar en las
generaciones, en las generaciones jóvenes, un sentimiento de masculinidad, de
virilidad y de intransigencia por la unidad española55». La labor de crear nación
y la regeneración de un modelo de masculinidad nacional volvían a ser, como
51
Díez, 1937, p. 41.
52
Núñez Seixas, 2006, pp. 22, 23 y 166-9.
53
Serrano Suñer, Fernández Cuesta y Franco, 1938, p. 56.
54
Álvarez Junco, 2003, p. 461. A este respecto, véase también Id., 1997, p. 62.
55
Calvo Sotelo José, discurso pronunciado el 20 de mayo de 1934, Acción Española, 1 de junio
de 1934, p. 608.
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Bibliografía
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zador: cuatro guerras», en Rafael Cruz y Manuel Pérez Ledesma (eds.),
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Álvarez Junco, José (2003), «La Nación postcolonial. España y su laberinto
identitario», Historia Mexicana, 53 (2), pp. 447-468.
Álvarez Martínez, Carlos (1938), Guía Jurídica del Miliciano Falangista, Lugo.
56
Franco, 1940, p. 47.
57
Montes, Eugenio, «Sangre y profecía», ABC, 28 de abril de 1939, p. 3.
58
Franco, 1940, p. 47.
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Palabras clave
Analisis del discurso, España, identidad, masculinidad, nación, siglo xx.
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