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Ideas,

creencias y la visión científica del mundo.


Josep Fortuny Pou

Este ensayo pretende dar cuenta de la lectura en paralelo de las obras, Ideas y creencias, de
José Ortega y Gasset y de El empirismo y la filosofía de lo mental de Wilfrid Sellars, para
comentar de manera personal algunas apreciaciones llamativas de los textos, siempre
desde la conciencia clara de que la erudición de ambos autores y el rigor académico que
exige su estudio y análisis sería objeto de otro ámbito y otro proceder, muy distintos. Se
trata aquí, únicamente, de presentar de manera libérrima lo que entiendo que es la ciencia
para ambos autores y que papel juega el hombre, en tanto que sujeto filosófico, en relación
con ella.
Resulta que nuestras decisiones cotidianas más nimias tienen que ver con alguna ciencia
que consideramos certeza garantizada, siempre y cuando pensemos sobre ello. La
tecnología, hija rebelde del matrimonio ciencia y dinero, nos pone a prueba a diario sin
contar apenas con nuestra aquiescencia. Muy pocos sabemos realmente como funciona un
electrodoméstico o un medicamento y, sin embargo, los usamos sin guantes de protección y
hasta con los ojos cerrados. No nos parece peligroso porque confiamos, tenemos más fe que
conocimiento. Ortega en su escrito, de 1934, se pregunta por qué. Y su respuesta es: por la
razón, porque es racional, porque es lo más inteligente.
En el momento que vivió Ortega, culminación del positivismo comteano decimonónico,
esta convicción racionalizadora era indiscutible, era tiempo de orden y progreso. A pesar
de los inconvenientes de la Revolución Industrial y los desastres de la Gran Guerra, casi
nadie se cuestionaba el poder de la inteligencia aplicada al desarrollo de la civilización.
Seguimos convencidos de que somos seres racionales, incluso hoy, a pesar de las evidencias
en contra*, –guerras, enfermedades, desigualdades sociales, hambre, desastres medio-
ambientales–, que invitan a gritos a la reflexión critica, cuando no a la deserción de la
normalidad establecida.
No hay peligro en la vida, que el intelecto humano no sea capaz de resolver pensaban los
coetáneos de Ortega. Pero él, distinguía entre tener fe en la inteligencia en bruto, como
talento o cualidad humana y creer en las ideas que de ella nacen. Hay que separar, en los
términos que emplea en su obra, entre creer, (tener convicción), en las ideas o tener "fe
directa" en las capacidades del hombre. Esa fe directa en la inteligencia no es una "idea", es
una "creencia orteguiana”. Todos confiamos en la ciencia pero pocos sabemos explicarla.
Una ciencia/razón/inteligencia que, además, se autocorrige y cambia sus ideas de una
generación para otra, sin que por eso dejemos de creer, ni siquiera cuando lo que se
cuestiona es la propia capacidad, la razón misma, que a lo largo de su historia ha pasado de
ser la razón divina, a la razón absoluta, y por fin, a la razón relativa.
Así pues, mientras que la inteligencia es algo real, que puede ayudar a entender lo que
nos ocurre en el día a día y a desenvolvernos en nuestro mundo, las ideas, sus creaciones,
"no nos son reales", viven en el "mundo intelectual". Lo que es no siendo no debería
preocuparnos, en tanto que no es, pero resulta que las imaginaciones, las fantasías, la
poesía, las ideas no son, pero nos son con mucha fuerza. "Nos son" importantísimas en

*
Irracional no sería, según esto, carente de razón, sino contrario a ella.

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nuestras vidas. Y aquí es donde Ortega da un paso intrépido, al afirmar que la ciencia, todo
su aparato, es una construcción ideal, que:

«[…] está mucho más cerca de la poesía que de la realidad, que su función en el organismo de
nuestra vida se parece mucho a la del arte», (ORTEGA Y GASSET, 2010: 11).
«Lo verdadero, y aun lo científicamente verdadero, no es sino un caso particular de lo fantástico.
Hay fantasías exactas. Más aún: solo puede ser exacto lo fantástico. No hay modo de entender bien
al hombre si no se repara en que la matemática brota de la misma raíz que la poesía, del don
imaginativo», (ORTEGA Y GASSET, 2010: 14).

Tal es una de las conclusiones en torno a las “verdades científicas”. Lo importante para el
raciovitalismo que defendió Ortega es no confundir la vida de los hombres con sus ideas, no
confundir las “ideas que tenemos con las ideas que somos”. Las ideas “brotan” en la vida
que es su sustrato. Para el hombre vivir es tener que habérselas con esas ideas y su
interpretación.
Permítaseme una ilustración de todo esto: Antonio Machado, por boca de Juan de
Mairena†, cuenta la anécdota de cómo un “filosofo pragmatista” intenta convencer a un
“confitero andaluz muy descreído” de la necesidad y los beneficios de creer en Dios:

«[s]i usted creyera en Dios, […], haría usted unos confites mucho mejores que esos que usted vende,
y los daría usted más baratos, y ganaría usted mucho dinero, porque aumentaría usted
considerablemente su clientela. Le conviene a usted creer en Dios.» «¿Pero Dios existe, señor
doctor?» —preguntó el confitero—. «Eso es cuestión baladí —replicó el filósofo—. Lo importante es
que usted crea en Dios.» «Pero ¿y si no puedo?» —volvió a preguntar el confitero—. «Tampoco eso
tiene demasiada importancia. Basta con que usted quiera creer. Porque de ese modo, una de tres: o
usted acaba por creer, o por creer que cree, lo que viene a ser aproximadamente lo mismo, o, en
último caso, trabaja usted en sus confituras como si creyera. Y siempre vendrá a resultar que usted
mejora el género que vende, en beneficio de su clientela y en el suyo propio.»
El confitero —contaba mi maestro— no fue del todo insensible a las razones del filósofo. «Vuelva
usted por aquí —le dijo— dentro de unos días.»
Cuando volvió el filósofo encontró cambiada la muestra del confitero, que rezaba así: «Confitería
de Ángel Martínez, proveedor de Su Divina Majestad».
[…]
—La calidad de los confites, […], no había mejorado. Pero, lo que decía el confitero a su amigo el
filósofo: «Lo importante es que usted crea que ha mejorado, o quiera usted creerlo, o, en último
caso, que usted se coma esos confites y me los pague como si lo creyera.» (Juan de Mairena, cap.
XXXIII)

Por supuesto las ideas a las que se invita a creer aquí no son las de la ciencia, pero el
sentido del texto no cambiaria ni un ápice si sustituyéramos a Dios por la tecno-ciencia
actual en cualquiera de sus manifestaciones. En este ejemplo, el filosofo es el promotor y el
interprete de las ideas y el confitero es quien vive entre ellas, adoptándolas mejor o peor.
En cuanto a las “ideas básicas” que Ortega llama creencias (no confundir con el creer del
que habla Mairena), yo diría que son las que tienen que ver con el hecho de que haya quien
se dedique a la filosofía y quien a la pastelería o con la necesidad de alimentarnos a diario
que tenemos todos o, en fin, con la calidad de los confites propiamente. Ortega nos dice:


Antonio Machado. Juan de Mairena. Edición de Antonio Fernández Ferrer. Madrid: Catedra. Letras Hispánicas,
1986.

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«De las ideas-ocurrencias —y conste que incluyo en ellas las verdades más rigorosas de la ciencia—
podemos decir que las producimos, las sostenemos, las discutimos, las propagamos, combatimos en su
pro y hasta somos capaces de morir por ellas. Lo que no podemos es ... vivir de ellas», (ORTEGA Y
GASSET, 2010: 3).

Una generación más tarde, recién acabada la Segunda Guerra Mundial, la ciencia se cayó
del caballo y la escuela de Frankfurt sometió a la razón que le daba sustento a una severa
reprimenda. Pero en los años 50 y 60 del siglo XX, con la invasión de frigoríficos
Westinghouse y el utilitario al alcance de los pobres, ya nadie se quería acordar de los
fundamentos rigurosamente científicos del exterminio de Auschwitz o de la bomba de
Hiroshima. El Circulo de Viena se había refugiado en los Estados Unidos y sus propuestas
las había tamizado el pragmatismo anglosajón tras lo que se llamó el giro critico del
empirismo lógico. Es en este renovado entorno de odiseas espaciales y liberadoras
lavadoras, de optimismo demográfico y consumista, (a pesar de, o gracias a, la amenaza
comunista), donde Wilfrid Sellars establece su distinción, entre una “imagen científica” y
una “imagen manifiesta” del hombre. Distinción que, en el antes mencionado léxico de
Ortega, sería similar a la de "lo que es" y "lo que nos es".
Para Sellars “ciencia” es una imagen, una representación de la realidad que se basa en
afirmar la existencia de entidades invisibles a simple vista, y de estudiar sus relaciones
para poder dar explicaciones, hacer predicciones, entender e intentar controlar todo lo que
sí vemos a simple vista. Es necesario conocer la ciencia para entender los problemas del
hombre, «en la dimensión de describir y explicar el mundo, la ciencia es la medida de todas
las cosas, de lo que es, que es, y de lo que no es, que no es», (SELLARS, 1971: 186).
Pero no se trata de dejar la ciencia en manos de los científicos, eso sería como dejar la
política en manos de los políticos o la salud en manos de los médicos. Sellars insiste en que
la distinción ciencia/sentido común no es simplemente una distinción entre lo científico y
lo no científico. El sentido común que constituye un realismo directo, (una suerte de "esto
es así"), lo que observamos, no se puede reducir a sensaciones. El realismo que defiende
Sellars incluye, o debe incluir, lo consuetudinario en una mirada estereoscopica. La
teorética científica no se puede desligar de la visión humana del mundo y de las cosas, en su
sentido más amplio, más holístico. Ortega ya advirtió del riesgo de limitarse a una
interpretación científica reductiva: «toda ciencia particular, posee sólo jurisdicción
subalterna. La verdad de sus conceptos es relativa al punto de vista particular que la
constituye y vale en el horizonte que ese punto de vista crea y acota», (ORTEGA Y GASSET,
2010: 3). Existen otras formas de ver que no son desdeñables, vemos colores y los
necesitamos para vivir, no vemos frecuencias de onda o reacciones químicas sobre
superficies incoloras. Instrumentalismo, coherentismo, fenomenalismo todas son actitudes
tan validas como el realismo para entender la ciencia. La ciencia no puede ser
independiente de la filosofía:

«la gran estrategia de la empresa filosófica se dirige una vez más [con la irrupción de la filosofía de
la ciencia] hacia aquella visión articulada e integrada del hombre-en-el-universo (o, como voy a
expresarlo, el-discurso-acerca-del-hombre-en-todo-discurso) que ha constituido tradicionalmente
su objetivo», (SELLARS, 1971: 185).

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Nadie está dispuesto a aceptar que lo que nos rodea es irreal, afirmación implícita de la
concepción positivista de la ciencia, producto de lo que Sellars llama el “lazo ostensivo”
entre nuestro lenguaje engañoso, lo dado, y el mundo. Tal concepción relega la ciencia a la
función de auxiliar de la vida, separando lo que no se puede separar, porque tenemos una
sola existencia. Porque la categorización teorética, se forma a partir de un conjunto de
ideas que adquirimos del sustrato de la vida y las categorías del sentido común beben de la
ciencia. Estamos en las cosas dice Ortega; tenemos una imagen "manifiesta del mundo",
dice Sellars, que se puede llegar a fusionar con la "imagen científica". Hay una diferencia
importante entre tener una idea (la de la ciencia, la de Dios) o vivir en una creencia. Parece
que Ortega dudó de la superioridad concluyente de la ciencia para explicar la racionalidad
humana y Sellars no.




ORTEGA Y GASSET, José. Ideas y creencias. [1934]. Biblioteca virtual Omegalfa, 2010.
SELLARS, Wilfrid. Ciencia, percepción y realidad. Madrid, Tecnos, 1971.

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