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EL CONCEPTO DE LA BENEFICENCIA EN LA LITERATURA

RABINICA

El mundo pagano consideró al pobre como reprobó o maldecido por los


dioses, por lo tanto estaba prohibido ayudarle. El cristianismo primitivo alabó
la pobreza. El judaísmo bíblico y talmúdico hizo diferencia entre la pobreza
que surgió del sistema social y la que existe como consecuencia de problemas
personales.

Insistió en luchar por el cambio del sistema socio-económico, aún


cuando se sepa que este cambio es muy lento y difícil; divulgó que es una
obligación religiosa ayudar en todo sentido a los pobres, a los desamparados e
impedidos, sean que fueran judíos o no. Ordenó que, de ser posible, habría que
darles tal tipo de ayuda que les posibilitará cambiar por medio de su propio
trabajo su situación precaria. Si eso no fuera posible, había que ayudarles con
recursos económicos, para aliviar y paliar sus problemas, pues el pobre
también es una criatura de Dios, por lo tanto es un hermano y merece ser
apoyado sin herir su dignidad humana.

Una contribución del judaísmo a la cultura occidental es la creación de


la «legislación social». Cuando la religión habla de este concepto, utiliza la
palabra «tzedaká», que significa originalmente justicia. Sin embargo, el
verdadero significado de esta palabra se transformó en «ética social» al
asegurar a todos un derecho inherente, el derecho a la igualdad. Este es el
significado del término «tzedaká».

El origen de esta palabra para expresar el concepto de la beneficencia,


involucró el concepto que todos los bienes de la humanidad pertenecen a Dios,
y así el pudiente tiene la obligación de practicar la caridad para con los
necesitados. Hay que tratar de compensar así, por lo menos parcialmente la
desigualdad social. La caridad tendría que restablecer el equilibrio perdido de
la sociedad, así se resolverían los problemas sociales, y todos los seres
humanos podrían vivir dignamente.

La religión judía reconoce el carácter humanitario de la legislación


social, pues sabe, que es más fácil subyugar a los desprotegidos, y a aquellos
que difícilmente tienen acceso a la protección de la justicia. Por eso prescribe
con énfasis especial la obligación de preocuparse por los abandonados,
desamparados, débiles, viudas y huérfanos. Pecar contra ellos, es pecar
también contra Dios.

El concepto de la caridad se encuentra tanto en la literatura judía como


en la práctica religiosa. Su significado e importancia es de tal carácter, que
hubo épocas en las que fue necesario restringir y casi prohibir la caridad entre
los componentes de las comunidades, porque muchos donaron a los pobres
casi todo lo que tenían, y después, ellos mismos necesitaron de la ayuda de
otros.

Los judíos fueron los fundadores de las primeras instituciones sociales.


Organizaron su mantenimiento en una época cuando ninguna asistencia social
organizada existió en el mundo, y cuando en Roma una estatua tenía más
estima que un ser humano.

Cuenta la literatura talmúdica que un sabio judío viajó a Roma durante


la época invernal y vio estatuas cubiertas por telas costosas, al mismo tiempo
vio a seres humanos en harapos en las calles. Después de haber vuelto a Judea,
habló y comentó la imprudencia de los romanos, que cubren estatuas, pero
muchos hombres sufren por el frío. En base a variadas experiencias, los judíos
reorganizaron sus instituciones sociales, subrayando la importancia de cada
ser humano, en lugar de proteger objetos.

Las enseñanzas de carácter social son claras y ejemplares. Eran


obligatorias no sólo para ayudar a los judíos, sino también para los no-judíos.
El Talmud subraya la prohibición de hacer diferencia entre los judíos pobres y
los no-judíos pobres.

Se pueden encontrar las raíces de todas las leyes e instituciones sociales


de los estados modernos en la Biblia y en el Talmud. Según las enseñanzas del
judaísmo, es un deber del individuo, pero al mismo tiempo, de todos los
estados, que «el más fuerte ayude al más débil». Muchas personas y naciones
no practican esta prescripción o no lo hacen en la forma suficiente. La religión
judía muestra el camino y la tradición indica, cómo hay que practicar este
deber con cuidado, con discreción. Los necesitados deben sentir que la ayuda
viene del corazón. Como es una obligación general divulgar la cultura,
lógicamente hay que satisfacer también las necesidades materiales, para
facilitar y mejorar la vida de todos.
El judaísmo no sólo ordenó, sino también institucionalizó la
beneficencia, ya en la época bíblica, y aún más, en la post-bíblica
manteniéndola hasta nuestros días.

De acuerdo al Talmud, el pueblo judío sobresale por su compasión, de


la cual surgieron las enseñanzas filantrópicas y de beneficencia de los rabinos
y maestros. Es el anhelo que al realizar obras de candad, se debe excluir toda
motivación ulterior, es decir no esperar agradecimiento del ayudado y
tampoco recompensa divina. Se pone gran énfasis en la consideración de los
sentimientos del necesitado, «es mejor saltar dentro de un horno ardiente, que
avergonzar a nuestro prójimo»; «es mejor no dar nada que dar en forma
humillante»; «hay que practicar la caridad en secreto». El Talmud cuenta que
tanto en el Templo de Jerusalén como en otros lugares en Judea, había una
«cámara del silencio», para dejar y recibir allí las donaciones caritativas
anónimas.

Un pasaje del Talmud enseña: «Es mejor prestar que dar» a fin de
facilitar que el necesitado pueda trabajar. Este pasaje llegó a ser, nueve siglos
más tarde, una de las bases de los famosos «Ocho grados de la caridad»,
enseñados por Maimónides, alrededor del año 1170.

1.- Crear oportunidades para trabajar, para poder sostenerse y así no tener que
pedir más ayuda en el futuro.

2.- Practicar la caridad de tal manera, que no se sepa a quien se ayuda, y el


pobre tampoco sepa de quien recibió la ayuda.

3.- El dador sabe a quien ayuda, pero el receptor no conoce al donante.

4.- El pobre conoce al filántropo, pero éste no conoce al necesitado.

5.- Dar al pobre antes de que éste hubiese pedido ayuda.

6.- Satisfacer el pedido en forma abundante.

7.- Dar, aunque en forma insuficiente, si no puede dar más, pero con
cordialidad

8.- El grado más alto de la beneficencia es una donación o un préstamo;


formar una cooperativa o asociación; crear una fuente de trabajo que
procure al necesitado un grado de independencia. Algunos investigadores
traducen este pasaje como un antecedente del servicio social moderno, con
sus principios de ajuste económico para el sustento. Sin embargo, este
pasaje es sólo uno de los impulsos necesarios, que revelan los sentimientos
de la tradición judía. Se subraya la diferencia entre la limosna y la candad.
Según el Talmud, la caridad es muy superior a la limosna; limosna
involucra dinero, la caridad incluye tanto servicio como dinero. La limosna
es sólo para el pobre; la caridad sirve tanto para el pudiente como para el
pobre. La limosna sirve para los vivos, en cambio, la caridad está destinada
tanto para los vivos como para los muertos.

La ley codificada dice: El dar debe ser un acto de caridad y de cariño,


con alegría, de propia voluntad, con simpatía y ofreciendo consuelo. Dar con
rencor elimina el mérito en la voluntad de ayudar.

El Talmud afirma que existen seis bendiciones para aquel que da, y
once para aquel que habla con bondad.

La organización de la beneficencia y su realización era la tarea de


comunidades. Ya en tiempos remotos, se formaron diferentes asociaciones,
círculos o grupos de beneficencia que trabajaron juntos con la comunidad, y
siguieron objetivos especiales en la beneficencia y filantropía.

Las exigencias morales de la actividad de estas instituciones, y


especialmente la de sus dirigentes eran las mismas como la actividad benéfica
de la comunidad.

La propuesta de los rabinos, en diferentes países y comunidades


incluyó, entre otros conceptos, las siguientes tareas:

1.- La «tetera», suministró alimento para distribución diaria.

2.- La «caja», era un fondo monetario para dar asignaciones semanales.

Prevaleció la opinión de que uno nunca debería rehusar su contribución


aún cuando tuviera dudas en cuanto a la ética del administrador. Al mismo
tiempo, el puesto del administrador de la caridad era de honor. Algunos
maestros sostenían que el inducir a otros a dar era una tarea más noble que la
donación misma.
Los dispensadores de la caridad parecen haber sido objetos de críticas y
exageraciones de la misma forma que sus sucesores modernos. El código de
las leyes judías asegura a los funcionarios de la caridad, que cuanto más
invectivas soporten, más grande será su recompensa celestial.

Los administradores de la caridad podían instar legalmente a las


personas para dar una cantidad justa, importunar a aquellos que ya habían
dado suficiente, no era aconsejable.

Después de treinta días de permanecer temporalmente en un lugar, el


visitante ya estaba obligado a donar para la «caja»; después de tres meses,
para la «tetera»; después de seis meses, para el fondo de ropas; después de
nueve meses, para el fondo de entierros de muertos. Al convertirse en
residente permanente, estaba sujeto inmediatamente a todas estas obligaciones
de beneficencia. La aceptación de la caridad tenía que ser, bajo ciertas
circunstancias, precedida por la venta de ciertas pertenencias ornamentales del
receptor, tales como seda, joyas y utensilios de oro y plata, pero no por la
venta de sus ropas o instrumentos de trabajo, sus muebles o enseres
hogareños.

Las personas pobres que tenían parientes ricos, estaban restringidas en


la caridad pública. La comunidad intentó convencer o presionar socialmente a
estos parientes, para que ayuden al familiar pobre, al igual que a las personas
culpables de desviaciones extremas de la religión y de las convenciones éticas.
Los padres estaban obligados a sustentar a sus hijos hasta cierta edad, y los
hijos, bajo ciertas condiciones, a ayudar a sus padres.

La candad no sólo comenzó en casa, sino también en las proximidades


del hogar. Los pobres de la ciudad tenían preferencia sobre los afuerinos; los
residentes cercanos sobre los lejanos, y los parientes sobre los extranjeros. Los
no-judíos eran generosamente animados para recibir todos los beneficios de la
caridad judía, aunque la aceptación de la caridad no judía por los judíos era
mirada con reprobación.

Entre los distintos tipos de beneficencia figuraba ofrecer préstamos a los


necesitados; negociar con los pobres a precios especiales; dar dotes a las
novias pobres, y utensilios de casa para los novios menesterosos; visitar
enfermos y enterrar a los muertos. Tanto los ricos como los pobres, eran
igualmente activos en estas obras y participaban con dedicación.
El Talmud cuenta de un filántropo que tenía un fondo de ayuda sólo
para los letrados. Ayudar a aquellos que estudian y enseñan, se consideraba
como un mérito especial.

La adopción de huérfanos estaba también entre las acciones altamente


valoradas. La forma suprema de la beneficencia era, sin embargo, rescatar a
los judíos cautivos. Los horrores del cautiverio estaban consideradas encima
de todo tipo de miserias y desgracias.

En la homilía antigua, el versículo del Salmo «Bendito es aquel que


tiene consideración por el pobre»; es interpretado de tal manera que bendito es
aquel que ayuda a resolver los problemas de los necesitados.

Los profetas subrayan que todo tipo de sacrificio o expresión de culto es


falso e inútil, si no está acompañada por la justicia en nuestras acciones, si no
ayuda a los necesitados y no aporta esperanza a aquellos que la necesitan.

En su grandiosa obra «La ética del judaísmo», Morris Lazarus cuenta


una costumbre institucionalizada en muchas comunidades de Centro-Europa:
Se crea una cofradía para ayudar a las familias que habían perdido su
sustentador. La forma de esta ayuda era la siguiente: después del entierro del
ser querido, el directorio de la cofradía enviaba dos alcancías cerradas a la
familia enlutada, fueran pudientes o pobres. En una había suficiente dinero
para que la familia pudiese solucionar sus problemas inmediatos. Junto con la
llave de esta alcancía, se les entregaba una carta indicando que podían abrir la
alcancía para cubrir sus necesidades monetarias urgentes con su contenido. Lo
que les sobrará, o si no necesitaban nada, debían colocarlo en la segunda. Al
mismo tiempo, les pidieron que si tenían la posibilidad, añadiesen algo de lo
propio, para ayudar a los demás. Esta segunda alcancía se entregaba de una
familia a otra, por supuesto siempre cerrada. Su contenido iba creciendo, pero
nadie sabía quien aceptó dinero o quien contribuyó.

Al observar las leyes sociales de la Tora y las enseñanzas de los profetas


y maestros se capta la amplitud y la finura excepcionales del desarrollo del
sistema caritativo del pueblo judío.

Lazarus, en su «Etica», trata ampliamente esta institución


aparentemente sencilla, quizás porque es algo genuinamente judío y
característico, y puede ser ejemplo del antiguo dicho latino: «Ab uno disce
omnes» - «Desde uno puede conocer a todos».
Hay un valor ideal en la beneficencia institucionalizada, pues se
manifiesta en ella un criterio ético, cuyo significado supera la idea de la
caridad. En esta forma de la caridad, en la que la persona que da y la que
recibe no se revelan, aparece el sentido ético de la comunidad, como una sola
unidad moral. Por intermedio de la beneficencia se fortalece la unión interna
de la comunidad. Esta institución refleja también un alto grado de confianza
comunitaria. Se descarta no sólo la posibilidad, sino también la sospecha de
que alguien use el dinero sin necesitarlo, o que alguien que pudiere dar, no
agregue algo para el otro. El éxito de la doble alcancía confirma este concepto
sicológico. La confianza es un impulso importante para conducir o dirigir la
voluntad del hombre hacía la bondad.

Para concluir este capítulo, anotamos algunas citas de la literatura


tradicional:

- Una ley será entre vosotros, para nativos y extranjeros por igual.

- Si vuestro semejante empobrece y sus medios faltan, habréis de


sostenerlo.

- No endurezcáis vuestro corazón al necesitado entre vosotros, ni cerréis


vuestras manos al semejante necesitado; abrid vuestra mano a él y prestad
suficiente para sus necesidades.

- Lo esencial no es, dar, sino dar con delicadeza de sentimientos. Las


Escrituras no dicen: " Feliz es aquel que da al pobre", sino " Feliz es aquel que
comprende al pobre".

- Según los rabinos, el Reino de Dios es incompatible con el estado de


miseria social. No les satisfacía, meramente alimentar al pobre, su gran ideal
consistía en prevenir la pobreza, como estaba dicho: " Tratad de prevenirla,
enseñando al hombre un oficio. Tratad todos los métodos, antes de permitirle
que se convirtiera en un sujeto de caridad que lo degradará, por más tierno que
sea el comportamiento hacia el."
Con respecto a la caridad, hay cuatro tipos:

El que desee practicar la caridad, pero no desea también que los otros
lo hagan;

El que desea que otros hagan caridad, pero no desea hacerlo él mismo;

El que da y desea que también los otros den: es piadoso;

El que no desea dar y no quiere que los otros den: es malvado.

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