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HERMENÉUTICA ANALÓGICA: EL EQUILIBRIO ENTRE EL UNIVOCISMO Y EL

EQUIVOCISMO

Quien no tenga como ocupación estudiar el pensamiento humano y sus intrincadas relaciones
cuando se trata del trato entre humanos, seguramente se asombrará con la enorme
complejidad que conlleva el sólo hecho de interpretar lo que alguien dice, bien sea a través
del discurso verbal, bien sea por medio del discurso escrito, del texto. De esa complejidad de
la interpretación se ha ocupado la hermenéutica, que en su origen sólo se circunscribía a tratar
de desentrañar el significado de textos que resultaban incomprensibles para la gran mayoría
de los mortales, bien porque utilizaban lenguaje ya extinguido, bien porque utilizaban
palabras y giros gramaticales desconocidos para quien los conociera de primera mano.

Pero la evolución del lenguaje y el desarrollo de las ciencias, tanto las que se ocupan de los
fenómenos físicos como las que exploran a fondo el pensamiento humano, le han dado nuevas
dimensiones a la tarea de la interpretación, y han permitido la creación de tendencias y modos
distintos de plantear y ejecutar la hermenéutica. Una de las últimas formulaciones acerca de
la interpretación de los textos y los discursos, en la incesante marcha de los humanos en
búsqueda de la verdad, es la que se conoce como hermenéutica analógica. Se ocupa ella de
buscar un equilibrio entre la univocidad, entendida como la existencia de un solo y único
significado para el texto o discurso que se analiza, la cual es considerada como una
formulación positivista y la equivocidad que, en sentido contrario, indica la existencia de
diversos significados para el mismo texto, en el que cada uno depende del contexto en el que
se inserte el texto o discurso a interpretar, contexto que a la vez se vuelve texto que precisa
de otro contexto para ser definido, y así hasta el infinito, idea o formulación que entra en el
campo del relativismo y subjetivismo.

Para empezar este tema, no estoy muy segura si hoy, a diferencia del tiempo ya lejano en el
que la hermenéutica clásica, imbuida del positivismo reinante, podía señalar, sin admitir
margen de equivocación, que las cosas, los fenómenos científicos tenían una explicación
única, pueda encontrarse la univocidad absoluta, es decir, si puede esperarse que para un
texto exista un solo y único significado, o si eso depende de que se tenga en cuenta cuál es la
aplicación o uso que se le va a dar a un significado que surja de la interpretación de un texto,
caso en el cual ya no existiría un único significado; en otras palabras si no depende de la
aplicación que se dé al significado del texto que se estudia, sino que el sujeto que interpreta
se quiere ajustar exclusivamente a la intención del autor del texto, ¿es posible que se pueda
hablar de univocidad?; para ello hay que establecer, acudiendo a Maurice Beuchot que la
interpretación del texto acorde con la intención de su autor, depende de que el intérprete
conozca muy bien al autor, para que pueda rescatar la intención de éste al escribir el texto.
El autor del texto que analizamos para hacer este ensayo, Enrique Luján Salazar, cita a
Beuchot diciendo: “se trata de conocer [a veces de adivinar] la intencionalidad del autor. Esto
exige conocer su identidad, su momento histórico, sus condicionamientos psicosociales o
culturales, lo que lo movió a escribirlo. También exige saber a quién o quiénes quiere decir
lo que dice.” (M. Beuchot en Luján Salazar, Hermenéutica analógica, una propuesta
contemporánea. Diálogos con Mauricio Beucho. Pág. 24)

Llegados a este punto, es casi imposible afirmar que existe una sola interpretación, un solo
significado para un texto, partiendo del hecho de que no existe una total seguridad de que el
intérprete conozca y dé a conocer la intencionalidad del autor -Beuchot dice que a veces
adivina-. Y según a quién quiera llegar y a quién llegue efectivamente. Ahí puede haber ya
por lo menos tres y más interpretaciones distintas: la que el autor quiso escribir, que sería la
misma de a quién quiere llegar, la que el intérprete planteó como la intención del autor, y la
que llega a alguien diferente a aquél a quien quiere llegar al autor. Voy a poner un ejemplo
trivial: hace algún tiempo observé en una pared de una ciudad cualquiera en mi país, un
grafitti de dos renglones que decía: “Dios ha muerto. (Fdo.) Nietszche”, en el primer renglón.
Y a continuación, en el segundo renglón: “Nietszche ha muerto. (Fdo.) Dios”. ¿Autor?
Desconocido. A primera vista, un intérprete que, en ausencia de un conocimiento de quién
es el autor quiere adivinar su intención, diría que esta paradoja pretende descalificar la
pretensión de desconocer la existencia de Dios que sugiere la frase de Nietszche, con la
afirmación de algo real, la muerte de Nietszche, que sería proclamada por Dios. Pero si quien
interpreta es alguien que se considera ateo, diría que la afirmación de Nietszche es verdadera,
y que la segunda lo es igualmente, pero que es una verdad que no puede ser afirmada por
Dios, porque Dios no existe. Al contrario, si quien interpreta es creyente, dirá que la frase de
Nietszche es falsa, porque niega una verdad teológica, mientras que la segunda frase contiene
una verdad que no sólo es confirmada por la realidad de la muerte de Nietszche sino que es
refrendada por Dios, que es quien decide sobre la vida y sobre la muerte de los seres humanos.
En este ejemplo trivial juega un papel importante la postura ideológica de quienes interpretan
la paradoja anónima. Y si frente a la lectura de un texto hay intérpretes con diversas posturas
ideológicas relativas a la religión, a la filosofía, a la política, a la economía etc., habrá tantos
significados como posturas ideológicas haya, pues se llega a la lectura con una
precomprensión, con un conocimiento previo, como lo planteó Gadamer, con un pre-juicio,
que va a cobrar influencia en lo que el intérprete quiera elaborar como significado del texto
que interpreta.

En mi modesto modo de ver, entonces, no hay univocidad en la hermenéutica de los textos.


Pero en el otro polo, la posibilidad de encontrar en un texto una serie de significados cuyo
número se prolonga ad infinitum, que es la postura relativista extrema, la equivocidad, basada
en la consideración de que interpretar un texto requiere ubicarlo en un contexto, que se
convierte en otro texto que a su vez requiere un contexto, y así sucesivamente, también se
convierte en algo difícil de sostener, porque lo que termina sucediendo allí es que la
interpretación, a medida que se aleja del texto original para interpretar los textos-contextos
que van surgiendo, se va apartando paulatinamente de su objetivo inicial, hasta llegar a
desfigurarlo completamente, pudiendo llegar incluso a hacerlo desaparecer. Es como cuando
un grupo de personas participa en un juego que se conoce como “teléfono roto”, que consiste
en que un primer jugador inventa una frase cualquiera y se la dice al oído al segundo jugador,
éste transmite al tercer jugador lo que oyó, el tercero hace lo propio con el cuarto, y así hasta
llegar al último jugador; como la condición es que la frase sólo se pronuncia una vez y se
debe hacer en forma rápida, siempre sucede que la frase que llega al final es completamente
diferente a la que inventó el primer jugador, y entre más jugadores participen, es decir, entre
más veces se interprete el texto, más lejos del texto inicial va a estar la interpretación final.

Tiene entonces la hermenéutica analógica el interés de encontrar un término medio entre la


univocidad y la equivocidad, por considerar que ambos extremos son viciosos. Luján señala
así el propósito de la hermenéutica analógica:
“Frente a esos extremos de la única interpretación válida, que corresponde al
univocismo, y el de todas válidas hasta el infinito, que corresponde al equivocismo,
se presenta una opción intermedia, que consiste en un analogismo aplicado a la
interpretación, es decir, una hermenéutica analógica. La analogía es una tensión entre
el único sentido y los infinitos sentidos; hay un grupo de ellos que son válidos y
complementarios, pero escalonados según su aproximación a la verdad del texto y
relacionados entre sí según la proporción de significado que extraen de él. Eso nos
hace ver que siempre hay pérdida de sentido en la interpretación, pero que se consigue
lo suficiente para comprender. Y, de esta manera, se posibilita tanto la exégesis de los
escritos como la participación fructífera en el diálogo. En definitiva, se sale del
subjetivismo moderno y se hace posible la conversación entre interlocutores muy
disímbolos.” (Luján Salazar, p. 81-82)

Esa es la forma en que la hermenéutica analógica propone evadir las fallas que caracterizan
al univocismo y al equivocismo, de las cuales hablamos en los párrafos anteriores. Se trata
de buscar, entre el cúmulo de significados que se pueden encontrar en la interpretación de un
texto, aquellos que se pueden considerar válidos y que resultan complementándose unos a
otros, dependiendo del grado de verdad que contenga cada uno de ellos. De todas maneras,
el contacto entre el autor y el intérprete y la forma en que se pueden interrelacionar los
diferentes significados contenidos en un texto, conduce siempre a un diálogo que resulta
fructífero para el propósito de conocer y comprender el significado de un texto.

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