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Chile
1. INTRODUCCIÓN
B. La familia. Constituía el centro de equilibrio entre los que estaban unidos por
vínculos paren tales. La relación adecuada entre ellos era básica para la estabilidad del
individuo. Le correspondía a la familia, en caso de desequilibrio por algún acto
criminal, castigar el agravio o deshonra. La venganza daba por superada la crisis y
restablecía los patrones de conducta.
El grupo de parentesco tenía la autoridad plena para castigar al culpable. Omnipotencia
familiar que convertía al homicidio en asunto privado y no en asunto de
responsabilidad pública. El lazo de parentesco se fundamenta en la concepción tribal
del clan, inscrita en la ley de la sangre. El encadenamiento por consanguinidad explica
que el castigo no sólo alcanza al culpable, sino también a todos sus descendientes. Es
el linaje el que está condenado o el que debe ejecutar la venganza. Esto hace del
mundo antiguo un orbe que carece del sentido de individualidad, idea que se concreta
en Europa a partir del Renacimiento. Tampoco está la imagen cristiana medieval de
salvación de la culpa original gracias al sacrificio por amor de Dios–Cristo.
La genealogía de los Atrida muestra la falsedad del sentido parental al dar cuenta de la
cadena ininterrumpida de insidias y traiciones: lo mismo puede matar un padre a su
hijo como éste a aquél. Es decir, la saga hace presente una sucesión de parricidios,
matricidios, fraticidios, filicidios, adulterios. Esto revela que la ley natural, que llevó a
la organización de la familia, ha entrado en crisis. Se hizo necesario superar esta
concepción tradicional por un orden político de bien público. Surge el Agora, la
Asamblea sustentadora de la decisión de los ciudadanos, constituida por los atenienses
adultos varones. Significó el tránsito del poder omnisciente de la familia a la
comunidad, que impuso sobre el parentesco una estructura mayor territorial, que
relacionaba a las diversas familias entre sí, en pos del beneficio de los ciudadanos.
En Las Euménides, Atenea establece la nueva institucionalidad: «Ciudadanos de
Atenas (...) mirad ahora la institución que yo fundo. En adelante subsistirá por siempre
en el pueblo de Egeo este senado de jueces.» (Esquilo, «Las Euménides»,
en Tragedias, Buenos Aires, Losada, 1964, p.233). De este modo, se organizaba la
vida política que ordenaba socialmente la existencia en la ciudad y que determinaba el
modo de ejercerse la justicia en forma responsable y disciplinada, superando el
castigo–venganza al arbitrio de la víctima o de sus parientes.
D. La doble cuita y los males múltiples. Cuando los tres factores se desarmonizaban, el
mundo entraba en crisis y le planteaba a los personajes una doble cuita que podía
destruirlos. Electra se ha visto degradada en cuanto hija del rey, al ser casada con un
labrador; su madre no sólo participó en la muerte del rey, colaboró en la destrucción
de la figura paterna y convive maritalmente con el asesino. La doble cuita auna el
adulterio con el parricidio.
Debido a la calidad de gobernante de los personajes protagónicos, el mal se expandía
del microcosmo s al macrocosmos, convirtiendo la doble cuita en males múltiples. Por
ejemplo, el parricidio que comete Edipo y el posterior incesto implican un desequilibrio
del hogar y del orden familiar. Como Edipo es un rey, su culpa se irradia hacia la
naturaleza, provocando las pestes que asolan a Tebas y que perjudican a la ciudad. Lo
cual simboliza la culpa que debe ser reparada. Desde la perspectiva mítica, estos
males múltiples hacen de Edipo un símbolo del hombre. Frente a las ilusiones
desmedidas, emerge una catástrofe apocalíptica, que deshace las construcciones
humanas y le enseña el límite de sus dimensiones. Los males múltiples anuncian la
superación del clan familiar por una estructura social de gobierno de carácter público y
universal: «Mirad, pues, con temerosa y merecida reverencia la majestad de este
senado. porque así tengáis un baluarte defensor de vuestra ciudad y patria» (Esquilo,
«Las Euménides», p.233).
Las obras que estudiaremos dan cuenta de estos males universales, que nos
transmiten un sentimiento difuso de expectación ante las amenazas indecibles que, de
romperse los diques de la moral, de la razón y de la humanidad, nos amedrentan con
destruir nuestro mundo.
3. EL POETA Y SU ROL
Al ser la saga una historia dinámica, permite una relectura que configura una
concepción global del hombre, valorado más que en su contingencia, en su
manifestación arquetípica. Si expresa el dolor humano lo concreta en personajes que
no son individuales, son arquetipos; y, por ello, lo que les sucede es algo particular;
mas, también, universal, porque podría ocurrirnos a cada uno y a todos nosotros.
Desde esta perspectiva, la obra hacía presente al público circunstancias que lo
inquietaban: lo arbitrario, lo desconocido, lo ilimitado, lo inestable, lo increíble, «la
osadía de un hombre soberbio y la liviandad de una mujer que por nada se detiene»,
«los desenfrenados deseos de los mortales, del infortunio perpetuamente
acompañados» (Esquilo, «Las Coéforas», en Tragedias, Buenos Aires, Losada, 1964,
p.201). El teatro descubría para el griego el caos acechante que podía destruir el
cosmos. En el fondo, la tragedia evidenciaba el horror al vacío.
Los personajes, seres marcados por un designio divino, representaban las debilidades
humanas. Dicho designio se materializaba en los factores que caracterizaban al héroe
griego: linaje, familia y hogar. Al ser el teatro un género que se desarrolla a través de
la lucha de fuerzas, de la agonía de los personajes, es la forma preferentemente
elegida para expresar la dialéctica, la que necesita encarnarse en acciones humanas
que implicaban el juego entre los tres factores citados. Estos se materializaban en las
siguientes temáticas: el quiebre del equilibrio entre linaje, familia y hogar o los males
múltiples; la ambivalencia piedad–impiedad, el sentimiento de culpa, expiación y
purificación; el presagio, sueño o visión; la venganza y la justicia; las leyes antiguas o
la tradición y las leyes nuevas o el cambio; la tierra y el hombre; la palabra y la
acción: dictum y factum; el destino y el oráculo; la invocación y la oración; las
oposiciones y las dualidades.
Nos ha interesado la evolución de estas temáticas en tres grandes clásicos del mundo
antiguo: Esquilo (525–456 a.e.) con Las Coéforas, Sófocles (495–406 a.e.)
con Electra y Eurípides (480–406 a.e.) con Electra.
Esta tragedia forma parte de una trilogía, La Orestía, presentada en el año 458 a.e.:
«Agamemnón» se centra en el personaje homónimo, héroe aclamado por su pueblo
que rechaza el adulterio y crimen de Clitemestra. En «Las Coéforas», apoyado por
Electra y el Coro de esclavas, Orestes venga, por consejo del oráculo pítico, el
asesinato del padre, dando muerte a la madre y al amante de ésta, Egisto. «Las
Euménides» dramatiza el juicio contra Orestes quien, amparado por Apolo, es absuelto
de su crimen. La trilogía termina con un himno de alabanza ante el mundo nuevo que
se abre tras el orden restaurado por Orestes.
4.1.1. El quiebre del equilibrio. «Las Coéforas» (en Tragedias, 3ª ed., Buenos Aires,
Losada, 1964, pp.185–214) se inicia con el quiebre del equilibrio, entre los factores
linaje, familia, hogar, expresado en la lamentación y llanto iniciales del Coro de
esclavas: «La alma tierra sorbe la sangre que vertió el crimen; pero allí queda seca
clamando venganza» (p.186). Se violentó el orden familiar al atentar Clitemestra
contra Agamemnón, eligiendo su propio beneficio al unirse con su amante; y destruyó
el hogar al negar a los hijos el lugar que les correspondía. Se ha producido el caos y,
con él, los males múltiples: los hijos expulsados del hogar paterno, el terror hiela el
alma de las esclavas, la tierra ensangrentada pide venganza, el odio ha envenenado el
corazón de los hijos, de las esclavas y de cuantos amaron a Agamemnón. Lo anterior
reclama justicia que es el anhelo de restauración del equilibrio. El mal requiere ser
purificado con el castigo. El oráculo de Apolo –«el poderoso Loxias»– así se lo ha
ordenado a arestes: «Me anunciaba que me asaltarán crueles infortunios si no busco a
los matadores de mi padre, y no les doy igual muerte que a él le dieron, y no me
revuelco hecho un toro contra los que me despojaron de mi hacienda. Que entonces yo
seré quien tendrá que pagar los infortunios de esa ánima querida, sufriendo largos y
acerbos males» (pp.192–193).
La restauración del equilibrio es un acto de justicia por ley divina: «¡Ea, cúmplase lo
que es justo, con ayuda de Zeus! La justicia reclama su deuda (...) Páguese la afrenta
con la afrenta; la muerte con la muerte» (p.193). No obstante, esta justa venganza a
nivel de estirpe contribuye a provocar el caos, porque debe ser ejecutada por un
miembro de la familia contra un pariente directo: «Unos contra otros los Atrida son los
que encienden estas sangrientas discordias» (p.197). De este modo, la justicia familiar
invierte su sentido al transgredir los lazos consanguíneos; y arestes se hará merecedor
de las maldiciones de la madre.
La trascendental decisión de arestes está marcada por la duda: «¿Qué haré? ¿Huiré
con horror de matar a mi madre?» (p.208). Mas, siempre hay alguien que le recuerda
su compromiso con Apolo, ya sea su hermana Electra o su amigo Pílades: «y los
oráculos de Loxias que te anunció la Pitia ¿ dónde se fueron? ¿Dónde la fe y la santidad
de tus juramentos?» (p.209).
A nivel de bien público, la restauración del equilibrio ordenado por Apolo es un acto
que librará a la polis de las plagas: «A mi pueblo le predijo todas las plagas de la tierra
en satisfacción de las deidades irritadas» (p.193). Pero, la justa venganza del hijo, a
nivel personal, se traducirá en remordimiento: «Son las perras furiosas que vienen a
vengara mi madre» (p.213). De toda esta tragedia, no es culpable arestes y asílo
manifiesta Esquilo al concluir la obra: «¡Cuándo se saciará (...) el encono de la
desgracia!» (p.214).
4.1.3. El presagio. Clitemestra envía a sus esclavas con una ofrenda al túmulo de
Agamemnón, porque ha tenido un sueño en el que se le apareció el Terror: «Parecióle
que había parido un dragón (...) Teníale envuelto en pañales como a un niño, cuando
he aquí que el monstruo recién nacido sintió hambre, y entonces, soñando, ella misma
le puso el pecho» (p.199). Pesadilla profética que anuncia a Clitemestra su próxima
muerte a manos de su hijo, visualizado bajo la imagen de un monstruoso dragón.
Próxima a su fin, dirá de arestes: «¡Ay de mí, que parí esta serpiente y la crié!»
(p.210).
Si en la visión materna arestes es un dragón y una serpiente, cuando el muchacho se
refiere a su madre, expresa: «Era una murena, una víbora; tan sólo su contacto, que
no ya su mordedura, bastaba a emponzoñar» (p.212). Esta imagen del ser humano
bajo figura de reptil (dragón, serpiente, murena, víbora) simboliza el desequilibrio, la
descomposición del clan familiar, la alteración de lo humano, el dominio de lo
monstruoso animal sobre lo racional–humano.
El respeto de la cadena familiar: padre–madre–hijo–hija, representaba para el griego
el orbe estructurado según la potestad del varón. La ruptura de dicho mundo implicaba
la destrucción del orden lógico y la penetración de lo abigarrado de la naturaleza,
similar a lo que ocurría en las especies animales, en que el instinto aparea a un macho
con una hembra, atendiendo a las necesidades de sobrevivencia y de conservación de
la especie. Clitemestra, en su actuar, vaticina la fuerza bravía y aniquiladora de la
naturaleza, aguardando con destruir la historia del hombre. El deseo la había llevado a
unirse con su amante, con lo cual desacomodó el orden patriarcal. Luego, planificó, en
combinación con Egisto, la muerte de Agamemnón. Juntó, así, el adulterio con el
asesinato, la alteración de la relación conyugal con la destrucción del esposo. De esta
forma, Clitemestra entronizó el instinto como único patrón. Por su condición de clase
gobernante, su situación personal se irradia a la organización del Estado y a la
ordenación del mundo: el resultado final, la disolución de la polis.
Por instinto de conservación, Clitemestra tuvo que deshacerse de sus hijos: Orestes
partió al destierro y Electra fue desplazada del hogar natal: nueva ruptura de la
organización familiar. La venganza de arestes –la muerte de la madre– anuncia,
paradojalmente, el retorno al orden y la intromisión del caos, pues el propio hijo,
simbolizado en un animal que repta, debe ejecutar a la madre, su propio origen. «Yo
seré la serpiente; yo la mataré como el sueño anuncia» (p.200). Se invierte el orden y
el hijo da muerte a quien lo nutrió con su vida.
Representaciones como ésta, presagiaban para el espectador griego el caos: la
acechanza permanente de una naturaleza desbordante, simbolizada en la mujer, que
podía destruir el orden cultural, encarnado en el hombre. Concepción de vida que
imponía el modelo patriarcal y polarizaba el mundo en dos sectores: uno superior, el
masculino; otro inferior, el femenino.
4.1.4. Elfatum. Una fuerza superior dirige la vida de los hombres y determina el
sentido de la existencia de cada uno: «libre o esclavo no hay mortal que se exima de
los decretos del Destino» (p.187). Deducimos: todo individuo, aunque sea libre, es
prisionero de su sino, el que, inexorablemente, debe cumplir, pues justifica su
existencia, lo convierte en un hombre digno y le brinda honor y fama. De no acatarlo,
se convertirá en un infame, relegado por todos como si fuera un leproso: un paria
desheredado. Sólo si el fatum se hace realidad, la persona –en este caso, los hijos de
Agamemnón: Electra y Orestes– puede adquirir la inmortalidad heroica de la fama: el
honroso recuerdo de la vida que perdura tras la muerte; de lo contrario, el olvido
total.
4.1.6. El engaño. Para cumplir con su destino, Orestes recurrirá a una mentira: él y su
amigo Pílades simularán ser extranjeros que solicitan hospitalidad en casa de Egisto.
Clitemestra, alegre con la noticia que le traen: la muerte de Orestes, les
ofrece, «templados baños, reposo para vuestras fatigas» y «la presencia de rostros
amigos» (p.203). Engañada, envía recado a Egisto para que regrese. El embuste se
transformará en un enigma que Clitemestra resuelve en los últimos instantes de su
vida: «¡...bien comprendo el enigma! Matamos con engaños y con engaños
perecemos» (p.208). La muerte de la reina ha sido un acto de justicia: «quienes
vencieron con engaños ... con engaños asaltó el castigo» (p.211), concluye,
enfáticamente, el Coro.
«Celebrad con jubiloso himno de triunfo la terminación de los males que afligían a la
regia morada» (p.210). ¡Qué engañados están todos! Una vez ejecutados Egisto y
Clitemestra, no se recupera el equilibrio cósmico; de inmediato, chocan dos fuerzas
disímiles: las energías solares de los aguiluchos, difundidas por Apolo; y las Furias o
Erinias, fuerzas subterráneas convocadas por la madre antes de morir, que simbolizan
los remordimientos. La solución se dará en Las Euménides (ob.cit., p.233): Atenea
propone un «tribunal» a cargo del Senado de Jueces, quienes «velarán por los
ciudadanos (...) y contendrán la injusticia mientras los mismos ciudadanos no alteren
las leyes; que si mezcláis con sucias y cenagosas aguas las claras linfas de una fuente,
no encontraréis despues dónde beber». Se jnstitucionaliza un orden nuevo que
trascenderá la venganza personal y familiar.
5. «ELECTRA», DE SÓFOCLES
«Electra», de Sófocles (en Antígona, Edipo Rey, Electra, Madrid, Guadarrama, 1969,
pp.191–286), despliega las intrincadas y oscuras pasiones humanas, los traumas y
fantasmas que acosan al ser humano, modelando la psicología profunda de los
personajes. Aunque esta tragedia presenta el mismo asunto que «Las Coéforas», el
centro es Electra, quien aguarda la llegada de su hermano Orestes para ejecutar la
venganza contra los adúlteros y criminales.
5.1.1. El quiebre del equilibrio. Con Sófocles, encontramos una profunda subjetivación
de las acciones. No pesa tanto la clase o el linaje, como en Esquilo, sino el efecto
psicológico que provoca la tragedia familiar y el ser arrojado del hogar. Electra, bajo el
impacto de lo acaecido: la muerte traicionera del padre, el derrumbe de la familia, la
convivencia de la madre con el asesino, reacciona de modo muy emotivo: «La veo
respirar ira. Pero de si la asiste la razón, no la veo preocuparse» (p.235). Consciente
de esta situación, Electra pide no ser juzgada con severidad, porque «es la violencia
sobre mí ejercida la que me fuerza a obrar así» (p.220). Siente vergüenza del modo
agresivo con que se comporta ante su madre, mas es la conducta desenfadada de
Clitemestra la que la lleva a actuar con dureza de lenguaje: «Proclama–ante todos, si
quieres, que soy una malvada, (...) o una mujer llena de desvergüenza. Si ducha estoy
en estas artes, de un modo u otro no dejo en mal lugar a mi raigambre» (p.235).
La figura femenina, considerada en su polaridad, desempeña un doble papel en la
tragedia. Clitemestra, alejada de las costumbres de su condición de mujer y de las
obligaciones inherentes a su estirpe, actúa en beneficio propio, olvidada de su rol de
esposa y de madre. Electra se perfila como la contrapartida femenina, la guardiana de
los valores del linaje y de la familia. La impulsa conservar vivo el recuerdo del padre.
Sin embargo, por su condición de mujer, está impedida de actuar y surge como un
puente, una posibilidad de restauración del equilibrio.
Electra es un personaje de gran fuerza interior que posee la energía necesaria para
cumplir por sí misma la venganza; pero, sólo es la realizadora intelectual. De actuar en
forma autónoma, según su deseo, negaría toda posibilidad de restablecimiento del
equilibrio perdido: su comportamiento sería similar al de Clitemestra. En su
personalidad, Electra aúna naturaleza y cultura. Su capacidad de odio, su voluntad de
decisión, son facetas naturales de su psicología profunda; no obstante, si las liberara
indiscriminadamente estaría engendrando «calamidad sobre calamidad» (p.219). Ha
domesticado su espíritu y aguarda al elegido, al varón, a Orestes. Predomina en
Electra la carga cultural, los principios patriarcales, el sentido de familia.
5.1.4. El presagio y el sueño. Así como sucede en Las Coéforas, Clitemestra también
ha tenido un sueño que le anuncia, a través de símbolos, el retorno de arestes: «Corre
el rumor de que ella contempló a nuestro padre, de nuevo en su presencia, venido a la
luz del sol; que le vio después coger el cetro (...) y clavarlo junto al hogar; y que de él
brotó hacia lo alto una rama cargada de fruto, que con su sombra cubrió toda la tierra
de Micenas» (p.229). Sueño premonitorio que se hará realidad con la venganza de
arestes: la restauración del perdido equilibrio. El sueño visionario en «Electra» de
Sófocles, no tiene la riqueza de imágenes como el de «Las Coéforas» de Esquilo que
permite una profunda y metafórica relación entre Clitemestra: murena, víbora; y,
arestes, dragón, serpiente, aguilucho.
6. «ELECTRA», DE EURÍPlDES
6.1.1. El destino y su superación. Para Esquilo, el destino era algo fijo e inmutable,
externo al individuo; para Sófocles, una motivación interna que había que explicar con
el fin de comprender al hombre y su acción; el suyo era un mundo que se relativizaba
en la palabra, lo que llevaba a confusión, porque nada era absoluto, sino particular al
punto de vista que adoptaba el sujeto. Eurípides no otorga valor a la predestinación
que obliga al hombre a actuar de modo prefijado por los dioses y en contra de su
voluntad. Incluso, cuestiona las leyes de herencia, pues «he visto yo al hijo de un
padre generoso comportarse como un cualquiera» (p.154). Para él, en la naturaleza
reina el azar: «he hallado en el hombre rico la pobreza de espíritu y la grandeza de
alma en el cuerpo del pobre» (p.155). No hay causa alguna, gen ética o psicológica,
que justifique que el hijo de un buen gobernante sea tan ejemplar como su padre, y el
hombre de alma noble o innoble, puede darse en cualquiera posición social.
Eurípides considera que el hombre nació libre y que, en calidad de tal, debe hacerse su
destino y abandonar los prejuicios inhibidores. El centro es el individuo y su
comportamiento se genera a partir de su naturaleza, la que puede ser estimulada o
deformada por la cultura; pero, ésta, en sí, no puede hacer virtuoso al que no lo es.
Con su propia capacidad y decisión para actuar, el hombre debe imponerse al medio,
tal como Orestes que debió reunir valor para retornar.
Orestes hace un reconocimiento del hombre de pueblo que vive, a través de su
contacto con la tierra, la verdadera realidad: «Jamás un perezoso, aun teniendo sin
cesar en su boca el nombre de los dioses, logró ganarse la vida sin trabajar» (p.145).
La saga ha demostrado que ni el parentesco ni el hogar constituyen garantías de un
actuar noble; pareciera que la voluntad de los dioses es evidenciar en los
todopoderosos los mayores defectos humanos. El que supera una crisis gracias a su
inteligencia, tiene un actuar consecuente y mantiene una actitud crítica ante la vida.
Estas características se conjugan en la figura del Labrador: «Si alguien me llama
insensato por haber querido conservar virgen a mi propia esposa, sepa éste que es
perversa la moral cuya regla le sirve para juzgar la virtud» (p.144). Planteamiento
compartido por Orestes: «Aunque hombre del pueblo, ha revelado su virtud» (p.155).
Su peregrinación por diferentes ciudades, le ha permitido a Orestes aprender esta
concepción de vida que traduce su nueva visión de mundo: «Deseo por anfitrión,
mejor que a un rico, a un pobre que tenga corazón» (p.155).
7. CONCLUSIÓN GENERAL
Los tres autores estudiados han mostrado la necesidad de que cada individuo aprenda
a liberarse de las cadenas que implican el hogar y el parentesco, la culpa y la
venganza. El hombre que lo ha logrado lo manifiesta a través de una forma de
lenguaje que expresa su profunda reflexión; puesto que toda liberación humana sólo
puede venir de un discurso que revele la interioridad del sujeto; es decir, lo exprese y
lo comunique.
Vemos que para Esquilo, en Las Coéforas, la matriz de su tragedia son los dioses; para
Sófocles, en Electra, acercándose a una perspectiva humana que implica la inteligencia
y las contradicciones vitales, el eje es la figura humana, el hombre y la mujer; y, para
Eurípides, en Electra, el núcleo de la obra es el hombre en su dualidad, dinamismo y
crisis existencial y social.
8. BIBLIOGRAFÍA
Esquilo, 1964: «Las Coéforas», en La Orestía. Tragedias, 3ª ed., Buenos Aires, Losada,
pp.185–214. [ Links ]
Falcon y otros, 1988: Diccionario de la mitología clásica, 5ª ed., Madrid, Alianza, vol.
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Gil, Luis, 1969: «Presentación a Electra», en Antígona, Edipo Rey, Electra, Madrid,
Guadarrama, pp.191–21O. [ Links ]
Graves, Robert, 1990: Los mitos griegos, 5ª ed., Madrid, Alianza, vol. 2. [ Links ]
Kitto, H. D. K., 1962: Los griegos, 2ª ed., Buenos Aires, Eudeba. [ Links ]
Sófocles, 1969: «Edipo Rey», en Antígona, Edipo Rey, Electra, Madrid, Guadarrama,
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