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Electra y Orestes, la cosmovisión linaje, familia y hogar

Carmen Balart Carmona

Irma Césped Benítez

Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, Santiago,

Chile

1. INTRODUCCIÓN

El mundo clásico antiguo aparece, desde nuestra perspectiva contemporánea, un


espacio tan cercano a nosotros en sus problemáticas como lejano en su cosmovisión.
La literatura clásica griega no habla de un individuo particular; es una literatura de
orientación política y trabaja con arquetipos. El héroe de la tragedia debe comportarse
de un modo específico, orientado hacia determinados objetivos, guiado por su valor y
audacia, sin permitirse dar libre cauce a su vocación e inclinaciones personales.
Requería actuar, aunque fuera muy joven, según su linaje y lazos de parentesco, en
concordancia con su clase social. Su conducta de persona noble debía reflejar cierto
tipo de relación y lealtad profunda: la del lazo familiar, que lo llevaba a cumplir
obligaciones que provenían de la familia y comprometían su hacer y su honra, «mi
propio sino y el de todo mi linaje»(Sófocles, «Electra», en Antígona, Edipo Rey,
Electra, Madrid, Guadarrama,1969, p. 262). Las tres obras que estudiaremos –Las
Coéforas, de Esquilo, Electra, de Sófocles, y Electra, de Eurípides– nos enfrentan a la
saga de una familia: los Atrida, quienes en su descendencia encarnan el laberinto de
las pasiones, que cercan a la estirpe sin permitirles la unión, el perdón y el amor
familiares; al contrario, los domina el afán de venganza, el poder, la pasión. Lo que
sucede a los personajes: Agamemnón, Clitemnestra, Electra, Orestes, afecta al núcleo
básico de la familia: padre, madre, hijo e hija. Mas, por su condición de clase
gobernante, lo acaecido se irradia desde el seno del hogar a la vida ciudadana, al
Estado y, finalmente, al cosmos.

La relación armónica Estado–naturaleza–sociedad, simbolizada en Agamemnón, una


vez desaparecido éste, se rompe. La muerte violenta del rey a manos de su esposa, no
expresa únicamente un acto de traición y asesinato; hay que visualizarlo en su
dimensión simbólica y en su conexión con un mundo marcadamente masculino que
subordina al otro, el femenino.

2. LA COSMOVISIÓN LINAJE, PARENTESCO Y HOGAR

La concepción del mundo clásico se fundamenta en tres factores: el linaje, afecta a la


vida ciudadana e incluso al Estado; dentro del linaje, la clase social; la familia relaciona
al hombre con un grupo humano, se rige por la ley de la sangre, la consanguinidad;
el hogar (oikos), la vida privada en el ámbito de la casa en el que ardía el fuego
ofrecido a los antepasados. Cuando estos tres principios se desequilibraban, el mundo
entraba en crisis y se producían la doble cuita y los males múltiples, los cuales. podían
significar la destrucción de una forma de vida, el cambio y el establecimiento de un
orden nuevo.

A. El linaje y la clase social La historia de la estirpe –los descendientes de Atreo–


configura un verdadero laberinto en el que se repiten, en una imagen especular, los
nombres, las situaciones y los motivos, generándose una estructura circular que
sobredetermina las mismas intrincadas acciones que desembocan en el sino recurrente
de cada uno los descendientes. Al laberinto de la estirpe no es posible escapar; se
nace marcado por un designio; e incluso la consolidación del poder o de sí mismo,
implica el sacrificio de un pariente. Por ejemplo, Agamemnón inmoló a su hija con el
fin de hacer realidad su calidad de Comandante en Jefe de las tropas griegas
destinadas al sitio de Troya. Cada muerte, metafóricamente, simboliza las diferentes
etapas que debemos superar para alcanzar una existencia autónoma. Pero, en el caso
del mundo mítico griego, la estructura circular condiciona al individuo a actuar del
mismo modo que su antecesor, repitiéndose la venganza, el destierro, el adulterio, la
traición.
En estrecha dependencia con el linaje se encuentra otro de los factores determinantes
de la conducta del individuo: la posición social. Más que sus habilidades personales, al
hombre lo condicionaba la clase: debía saber reaccionar del modo más correcto con su
esfera social. Si no se comportaba de acuerdo con su rango, el quebrantamiento del
mundo por la falta cometida, alertaba de los males múltiples que sobrevendrían. La
decadencia de la clase gobernante se expandía hacia el cosmos: se debilitaban los
principios morales y seducía 10 engañoso y falso.
La disociación entre posición social y comportamiento individual, 10 demuestra muy
bien Agamemnón y su participación en la guerra de Troya. Su posición de jefe al frente
de las tropas griegas la ha recibido por su calidad de gobernante real. Por lo mismo, no
se comporta de acuerdo con su rango y se muestra arbitrario y egoísta: así, se niega a
liberar a la esclava Criseida, hija del sacerdote Crises, lo cual provoca la cólera de
Apolo que durante nueve días arroja flechas sobre los aqueos. Un ejemplo en que se
armoniza la clase y la conducta lo tenemos con Orestes.

B. La familia. Constituía el centro de equilibrio entre los que estaban unidos por
vínculos paren tales. La relación adecuada entre ellos era básica para la estabilidad del
individuo. Le correspondía a la familia, en caso de desequilibrio por algún acto
criminal, castigar el agravio o deshonra. La venganza daba por superada la crisis y
restablecía los patrones de conducta.
El grupo de parentesco tenía la autoridad plena para castigar al culpable. Omnipotencia
familiar que convertía al homicidio en asunto privado y no en asunto de
responsabilidad pública. El lazo de parentesco se fundamenta en la concepción tribal
del clan, inscrita en la ley de la sangre. El encadenamiento por consanguinidad explica
que el castigo no sólo alcanza al culpable, sino también a todos sus descendientes. Es
el linaje el que está condenado o el que debe ejecutar la venganza. Esto hace del
mundo antiguo un orbe que carece del sentido de individualidad, idea que se concreta
en Europa a partir del Renacimiento. Tampoco está la imagen cristiana medieval de
salvación de la culpa original gracias al sacrificio por amor de Dios–Cristo.
La genealogía de los Atrida muestra la falsedad del sentido parental al dar cuenta de la
cadena ininterrumpida de insidias y traiciones: lo mismo puede matar un padre a su
hijo como éste a aquél. Es decir, la saga hace presente una sucesión de parricidios,
matricidios, fraticidios, filicidios, adulterios. Esto revela que la ley natural, que llevó a
la organización de la familia, ha entrado en crisis. Se hizo necesario superar esta
concepción tradicional por un orden político de bien público. Surge el Agora, la
Asamblea sustentadora de la decisión de los ciudadanos, constituida por los atenienses
adultos varones. Significó el tránsito del poder omnisciente de la familia a la
comunidad, que impuso sobre el parentesco una estructura mayor territorial, que
relacionaba a las diversas familias entre sí, en pos del beneficio de los ciudadanos.
En Las Euménides, Atenea establece la nueva institucionalidad: «Ciudadanos de
Atenas (...) mirad ahora la institución que yo fundo. En adelante subsistirá por siempre
en el pueblo de Egeo este senado de jueces.» (Esquilo, «Las Euménides»,
en Tragedias, Buenos Aires, Losada, 1964, p.233). De este modo, se organizaba la
vida política que ordenaba socialmente la existencia en la ciudad y que determinaba el
modo de ejercerse la justicia en forma responsable y disciplinada, superando el
castigo–venganza al arbitrio de la víctima o de sus parientes.

C. El hogar. Está fundado en la oposición entre el mundo de los hombres y el de las


mujeres, el externo y el interno, el de la acción y el de las palabras. El núcleo del
patriarcado ateniense era el hogar. «De él dependían el individuo y el Estado» (Blake,
William, 1989, pp.67). Dentro del hogar, las pautas de conducta de los hombres y de
las mujeres estaban determinadas. El hombre era el centro; por él, los hijos eran
reconocidos por el Estado como ciudadanos; la vida de la mujer transcurría en el
interior, bajo la protección legal del esposo, sin poder participar en la Asamblea: «eres
mujer y no varón», comenta en «Electra» Crisótemis (Ob.cit., p.254).
Le correspondía a la mujer perpetrar las tradiciones, fortalecer los lazos de parentesco
y asumir el patriarcado: es decir, formar la cultura de los hijos dentro de la escala de
valores masculinos. La autonomía femenina que asumió Clitemestra en busca de sus
propios fines, aparece como una faceta negativa que invierte las categorías sociales,
desestructura el hogar, deja huérfanos a los hijos y altera los lazos de consanguinidad
hasta desembocar en el caos.
La violación del matrimonio por parte del hombre –el adulterio, por ejemplo– no causa
en sí el derrumbe del hogar, pero mueve a las mujeres a actuar. Cuando ello ocurre,
se quiebra el matrimonio y se desarticula el orden: la mujer mata al esposo; los hijos,
a la madre. En el caso de Agamemnón, por causa del asedio de Troya, el rey debe
sacrificar a su hija Ifigenia y luego regresa a su hogar, en Micenas, con Casandra, su
concubina y botín de guerra, y con los dos hijos engendrados con ésta. Tales hechos
llevan a Clitemestra a tomar represalias: repudia su matrimonio, toma un amante y
usurpa el gobierno de Agamemnón. De aquí proviene el caos por la inversión de los
roles y se genera la segunda parte de la saga: la venganza de los hijos.

D. La doble cuita y los males múltiples. Cuando los tres factores se desarmonizaban, el
mundo entraba en crisis y le planteaba a los personajes una doble cuita que podía
destruirlos. Electra se ha visto degradada en cuanto hija del rey, al ser casada con un
labrador; su madre no sólo participó en la muerte del rey, colaboró en la destrucción
de la figura paterna y convive maritalmente con el asesino. La doble cuita auna el
adulterio con el parricidio.
Debido a la calidad de gobernante de los personajes protagónicos, el mal se expandía
del microcosmo s al macrocosmos, convirtiendo la doble cuita en males múltiples. Por
ejemplo, el parricidio que comete Edipo y el posterior incesto implican un desequilibrio
del hogar y del orden familiar. Como Edipo es un rey, su culpa se irradia hacia la
naturaleza, provocando las pestes que asolan a Tebas y que perjudican a la ciudad. Lo
cual simboliza la culpa que debe ser reparada. Desde la perspectiva mítica, estos
males múltiples hacen de Edipo un símbolo del hombre. Frente a las ilusiones
desmedidas, emerge una catástrofe apocalíptica, que deshace las construcciones
humanas y le enseña el límite de sus dimensiones. Los males múltiples anuncian la
superación del clan familiar por una estructura social de gobierno de carácter público y
universal: «Mirad, pues, con temerosa y merecida reverencia la majestad de este
senado. porque así tengáis un baluarte defensor de vuestra ciudad y patria» (Esquilo,
«Las Euménides», p.233).
Las obras que estudiaremos dan cuenta de estos males universales, que nos
transmiten un sentimiento difuso de expectación ante las amenazas indecibles que, de
romperse los diques de la moral, de la razón y de la humanidad, nos amedrentan con
destruir nuestro mundo.

3. EL POETA Y SU ROL

Al ser la saga una historia dinámica, permite una relectura que configura una
concepción global del hombre, valorado más que en su contingencia, en su
manifestación arquetípica. Si expresa el dolor humano lo concreta en personajes que
no son individuales, son arquetipos; y, por ello, lo que les sucede es algo particular;
mas, también, universal, porque podría ocurrirnos a cada uno y a todos nosotros.
Desde esta perspectiva, la obra hacía presente al público circunstancias que lo
inquietaban: lo arbitrario, lo desconocido, lo ilimitado, lo inestable, lo increíble, «la
osadía de un hombre soberbio y la liviandad de una mujer que por nada se detiene»,
«los desenfrenados deseos de los mortales, del infortunio perpetuamente
acompañados» (Esquilo, «Las Coéforas», en Tragedias, Buenos Aires, Losada, 1964,
p.201). El teatro descubría para el griego el caos acechante que podía destruir el
cosmos. En el fondo, la tragedia evidenciaba el horror al vacío.

Los personajes, seres marcados por un designio divino, representaban las debilidades
humanas. Dicho designio se materializaba en los factores que caracterizaban al héroe
griego: linaje, familia y hogar. Al ser el teatro un género que se desarrolla a través de
la lucha de fuerzas, de la agonía de los personajes, es la forma preferentemente
elegida para expresar la dialéctica, la que necesita encarnarse en acciones humanas
que implicaban el juego entre los tres factores citados. Estos se materializaban en las
siguientes temáticas: el quiebre del equilibrio entre linaje, familia y hogar o los males
múltiples; la ambivalencia piedad–impiedad, el sentimiento de culpa, expiación y
purificación; el presagio, sueño o visión; la venganza y la justicia; las leyes antiguas o
la tradición y las leyes nuevas o el cambio; la tierra y el hombre; la palabra y la
acción: dictum y factum; el destino y el oráculo; la invocación y la oración; las
oposiciones y las dualidades.

Nos ha interesado la evolución de estas temáticas en tres grandes clásicos del mundo
antiguo: Esquilo (525–456 a.e.) con Las Coéforas, Sófocles (495–406 a.e.)
con Electra y Eurípides (480–406 a.e.) con Electra.

4. «LAS COÉFORAS», DE ESQUILO

Esta tragedia forma parte de una trilogía, La Orestía, presentada en el año 458 a.e.:
«Agamemnón» se centra en el personaje homónimo, héroe aclamado por su pueblo
que rechaza el adulterio y crimen de Clitemestra. En «Las Coéforas», apoyado por
Electra y el Coro de esclavas, Orestes venga, por consejo del oráculo pítico, el
asesinato del padre, dando muerte a la madre y al amante de ésta, Egisto. «Las
Euménides» dramatiza el juicio contra Orestes quien, amparado por Apolo, es absuelto
de su crimen. La trilogía termina con un himno de alabanza ante el mundo nuevo que
se abre tras el orden restaurado por Orestes.

4.1. El mundo de los dioses y el mundo de los hombres

4.1.1. El quiebre del equilibrio. «Las Coéforas» (en Tragedias, 3ª ed., Buenos Aires,
Losada, 1964, pp.185–214) se inicia con el quiebre del equilibrio, entre los factores
linaje, familia, hogar, expresado en la lamentación y llanto iniciales del Coro de
esclavas: «La alma tierra sorbe la sangre que vertió el crimen; pero allí queda seca
clamando venganza» (p.186). Se violentó el orden familiar al atentar Clitemestra
contra Agamemnón, eligiendo su propio beneficio al unirse con su amante; y destruyó
el hogar al negar a los hijos el lugar que les correspondía. Se ha producido el caos y,
con él, los males múltiples: los hijos expulsados del hogar paterno, el terror hiela el
alma de las esclavas, la tierra ensangrentada pide venganza, el odio ha envenenado el
corazón de los hijos, de las esclavas y de cuantos amaron a Agamemnón. Lo anterior
reclama justicia que es el anhelo de restauración del equilibrio. El mal requiere ser
purificado con el castigo. El oráculo de Apolo –«el poderoso Loxias»– así se lo ha
ordenado a arestes: «Me anunciaba que me asaltarán crueles infortunios si no busco a
los matadores de mi padre, y no les doy igual muerte que a él le dieron, y no me
revuelco hecho un toro contra los que me despojaron de mi hacienda. Que entonces yo
seré quien tendrá que pagar los infortunios de esa ánima querida, sufriendo largos y
acerbos males» (pp.192–193).
La restauración del equilibrio es un acto de justicia por ley divina: «¡Ea, cúmplase lo
que es justo, con ayuda de Zeus! La justicia reclama su deuda (...) Páguese la afrenta
con la afrenta; la muerte con la muerte» (p.193). No obstante, esta justa venganza a
nivel de estirpe contribuye a provocar el caos, porque debe ser ejecutada por un
miembro de la familia contra un pariente directo: «Unos contra otros los Atrida son los
que encienden estas sangrientas discordias» (p.197). De este modo, la justicia familiar
invierte su sentido al transgredir los lazos consanguíneos; y arestes se hará merecedor
de las maldiciones de la madre.
La trascendental decisión de arestes está marcada por la duda: «¿Qué haré? ¿Huiré
con horror de matar a mi madre?» (p.208). Mas, siempre hay alguien que le recuerda
su compromiso con Apolo, ya sea su hermana Electra o su amigo Pílades: «y los
oráculos de Loxias que te anunció la Pitia ¿ dónde se fueron? ¿Dónde la fe y la santidad
de tus juramentos?» (p.209).
A nivel de bien público, la restauración del equilibrio ordenado por Apolo es un acto
que librará a la polis de las plagas: «A mi pueblo le predijo todas las plagas de la tierra
en satisfacción de las deidades irritadas» (p.193). Pero, la justa venganza del hijo, a
nivel personal, se traducirá en remordimiento: «Son las perras furiosas que vienen a
vengara mi madre» (p.213). De toda esta tragedia, no es culpable arestes y asílo
manifiesta Esquilo al concluir la obra: «¡Cuándo se saciará (...) el encono de la
desgracia!» (p.214).

4.1.2. La ambivalencia piedad–impiedad. Esquilo enfrenta a Orestes y Electra con una


obligación familiar: castigar a un culpable, desafortunadamente, la propia madre. Esta
situación conlleva una doble realidad: la reparación de la falta cometida: la
racionalidad del hacer; y el implícito sentimiento de culpa–remordimiento: la
emotividad comprometida. Si Orestes vacila, Electra le recuerda sus desdichas y las de
su padre y lo reafirma en sus deberes parentales.
El sentido de la culpa se resuelve tanto piadosamente a través de la invocación, como
fatalmente mediante la asunción del destino; y plantea, por su propia complejidad, una
ambigüedad entre piedad e impiedad. El odio hacia la madre es impío, el amor al padre
es pío; ejecutar a la madre no es piadoso, obedecer al dios sí lo es; hacer justicia al
padre y liberar al pueblo de los usurpadores es un acto de piedad, ultimar a la madre
es una decisión de impiedad. La ambivalencia hace que se recurra a todo tipo de
oraciones e invocaciones. Se lo manifiesta el Coro a Electra: «ruega piadosa por los
que le amaron» (p.187); y le propone que solicite que «dios u hombre» caiga sobre los
autores del «horrendo asesinato», pues, «¿cómo no ha de ser justo volver mal por mal
a un enemigo» (p.188). El Coro representa la voz de la propia conciencia que impele a
los personajes a la acción, los juzga recriminándolos e intercede ante los dioses,
solicitando sean benignos con la empresa que arestes y Electra deban acometer: «Oíd
nuestros ruegos, dioses inferiores; mostraos propicios a estos hijos:
ayudadlos» (p.197).
Dentro de la polarización del mundo, uno de los sectores debe triunfar sobre el otro:
o «la raza de Agamemnón perece con total ruina» o «dueño Orestes y poseedor de las
grandes riquezas de sus padres, hará encender fuegos y luminarias por festejar la
libertad cobrada y la autoridad legítima restituida» (p.207). La solución del conflicto: la
muerte de los usurpadores significa no sólo el triunfo de una forma de conducta moral,
simboliza la posibilidad de proyectar el linaje a través de los hijos; es decir, la
pervivencia de la familia: «No dejes que se extinga la descendencia de los pelópidas, y
así no habrás muerto ni aun después de tu muerte» (p.198).

4.1.3. El presagio. Clitemestra envía a sus esclavas con una ofrenda al túmulo de
Agamemnón, porque ha tenido un sueño en el que se le apareció el Terror: «Parecióle
que había parido un dragón (...) Teníale envuelto en pañales como a un niño, cuando
he aquí que el monstruo recién nacido sintió hambre, y entonces, soñando, ella misma
le puso el pecho» (p.199). Pesadilla profética que anuncia a Clitemestra su próxima
muerte a manos de su hijo, visualizado bajo la imagen de un monstruoso dragón.
Próxima a su fin, dirá de arestes: «¡Ay de mí, que parí esta serpiente y la crié!»
(p.210).
Si en la visión materna arestes es un dragón y una serpiente, cuando el muchacho se
refiere a su madre, expresa: «Era una murena, una víbora; tan sólo su contacto, que
no ya su mordedura, bastaba a emponzoñar» (p.212). Esta imagen del ser humano
bajo figura de reptil (dragón, serpiente, murena, víbora) simboliza el desequilibrio, la
descomposición del clan familiar, la alteración de lo humano, el dominio de lo
monstruoso animal sobre lo racional–humano.
El respeto de la cadena familiar: padre–madre–hijo–hija, representaba para el griego
el orbe estructurado según la potestad del varón. La ruptura de dicho mundo implicaba
la destrucción del orden lógico y la penetración de lo abigarrado de la naturaleza,
similar a lo que ocurría en las especies animales, en que el instinto aparea a un macho
con una hembra, atendiendo a las necesidades de sobrevivencia y de conservación de
la especie. Clitemestra, en su actuar, vaticina la fuerza bravía y aniquiladora de la
naturaleza, aguardando con destruir la historia del hombre. El deseo la había llevado a
unirse con su amante, con lo cual desacomodó el orden patriarcal. Luego, planificó, en
combinación con Egisto, la muerte de Agamemnón. Juntó, así, el adulterio con el
asesinato, la alteración de la relación conyugal con la destrucción del esposo. De esta
forma, Clitemestra entronizó el instinto como único patrón. Por su condición de clase
gobernante, su situación personal se irradia a la organización del Estado y a la
ordenación del mundo: el resultado final, la disolución de la polis.
Por instinto de conservación, Clitemestra tuvo que deshacerse de sus hijos: Orestes
partió al destierro y Electra fue desplazada del hogar natal: nueva ruptura de la
organización familiar. La venganza de arestes –la muerte de la madre– anuncia,
paradojalmente, el retorno al orden y la intromisión del caos, pues el propio hijo,
simbolizado en un animal que repta, debe ejecutar a la madre, su propio origen. «Yo
seré la serpiente; yo la mataré como el sueño anuncia» (p.200). Se invierte el orden y
el hijo da muerte a quien lo nutrió con su vida.
Representaciones como ésta, presagiaban para el espectador griego el caos: la
acechanza permanente de una naturaleza desbordante, simbolizada en la mujer, que
podía destruir el orden cultural, encarnado en el hombre. Concepción de vida que
imponía el modelo patriarcal y polarizaba el mundo en dos sectores: uno superior, el
masculino; otro inferior, el femenino.

4.1.4. Elfatum. Una fuerza superior dirige la vida de los hombres y determina el
sentido de la existencia de cada uno: «libre o esclavo no hay mortal que se exima de
los decretos del Destino» (p.187). Deducimos: todo individuo, aunque sea libre, es
prisionero de su sino, el que, inexorablemente, debe cumplir, pues justifica su
existencia, lo convierte en un hombre digno y le brinda honor y fama. De no acatarlo,
se convertirá en un infame, relegado por todos como si fuera un leproso: un paria
desheredado. Sólo si el fatum se hace realidad, la persona –en este caso, los hijos de
Agamemnón: Electra y Orestes– puede adquirir la inmortalidad heroica de la fama: el
honroso recuerdo de la vida que perdura tras la muerte; de lo contrario, el olvido
total.

4.1.5. La tierra y el hombre. El griego se siente parte de la tierra, de un espacio que


reconoce como propio. En oposición, el castigo más terrible es el destierro. La relación
hombre–naturaleza hace que los personajes se sientan cercanos a ella y que se
comparen con ésta. Por caso, Orestes establece un símil entre la situación que vive él
con su hermana y «las crías del águila que han quedado huérfanas» (p.192).
Según vimos en el punto anterior, Orestes, en cuanto hijo de Clitemestra, era
visualizado como una serpiente; ahora, en cuanto hijo de Agamemnón, se identifica
con el pichón de un águila. Entonces, ¿cuál es su esencia? En «Las Euménides»
(ob.cit., p.232), se ofrece la respuesta: la madre sólo es la nodriza de la semilla
incoada en sus entrañas: «No es la madre engendradora del que llaman su
hijo (...) Quien con ella se junta es el que engendra.» El padre se convierte en el
elemento activo y primordial, el dador de la vida; la madre, en el factor pasivo,
intermediario, secundario. Comprueba Apolo sus palabras con un ejemplo divino: el
nacimiento de Atenea. Una vez más, la superioridad del varón se justifica, por derecho
natural y divino, sobre la mujer.
Dentro de esta concepción masculina, se considera que ninguno de los engendro s de
la naturaleza, aun los más terribles, superan la liviandad de una mujer enceguecida
por la pasión que «no es sino furiosa rabia que deja atrás el ciego instinto de
monstruos y brutos» (p.20l). Cuando se rompen los diques de la razón, brota la fiera
iracunda que cada uno lleva escondida. De aquí que el desenfreno de los mortales –en
especial, el de la mujer– sea imposible de imaginar hasta donde alcanza, lo que no
ocurre con los seres nacidos de la Tierra, incluso los más feroces: «La tierra cría
multitud de tremendas plagas (...) los rayos del sol engendran alados monstruos que
cruzan los espacios (...) todo ello se puede pintan» (p.202). Pero, ¿quién podría pintar
las «impías maldades» de los hombres? Entonces, manifiesta el Coro, «¿será extraño
que yo maldiga un contubernio odioso y las asechanzas puestas por una mujer a un
varón esforzado, a un valentísimo guerrero que a sus mismos encarnizados enemigos
causaba reverencia?» (p.202).

4.1.6. El engaño. Para cumplir con su destino, Orestes recurrirá a una mentira: él y su
amigo Pílades simularán ser extranjeros que solicitan hospitalidad en casa de Egisto.
Clitemestra, alegre con la noticia que le traen: la muerte de Orestes, les
ofrece, «templados baños, reposo para vuestras fatigas» y «la presencia de rostros
amigos» (p.203). Engañada, envía recado a Egisto para que regrese. El embuste se
transformará en un enigma que Clitemestra resuelve en los últimos instantes de su
vida: «¡...bien comprendo el enigma! Matamos con engaños y con engaños
perecemos» (p.208). La muerte de la reina ha sido un acto de justicia: «quienes
vencieron con engaños ... con engaños asaltó el castigo» (p.211), concluye,
enfáticamente, el Coro.

4.2. A modo de síntesis

«Celebrad con jubiloso himno de triunfo la terminación de los males que afligían a la
regia morada» (p.210). ¡Qué engañados están todos! Una vez ejecutados Egisto y
Clitemestra, no se recupera el equilibrio cósmico; de inmediato, chocan dos fuerzas
disímiles: las energías solares de los aguiluchos, difundidas por Apolo; y las Furias o
Erinias, fuerzas subterráneas convocadas por la madre antes de morir, que simbolizan
los remordimientos. La solución se dará en Las Euménides (ob.cit., p.233): Atenea
propone un «tribunal» a cargo del Senado de Jueces, quienes «velarán por los
ciudadanos (...) y contendrán la injusticia mientras los mismos ciudadanos no alteren
las leyes; que si mezcláis con sucias y cenagosas aguas las claras linfas de una fuente,
no encontraréis despues dónde beber». Se jnstitucionaliza un orden nuevo que
trascenderá la venganza personal y familiar.

5. «ELECTRA», DE SÓFOCLES

«Electra», de Sófocles (en Antígona, Edipo Rey, Electra, Madrid, Guadarrama, 1969,
pp.191–286), despliega las intrincadas y oscuras pasiones humanas, los traumas y
fantasmas que acosan al ser humano, modelando la psicología profunda de los
personajes. Aunque esta tragedia presenta el mismo asunto que «Las Coéforas», el
centro es Electra, quien aguarda la llegada de su hermano Orestes para ejecutar la
venganza contra los adúlteros y criminales.

5.1. El hombre y su palabra creadora

5.1.1. El quiebre del equilibrio. Con Sófocles, encontramos una profunda subjetivación
de las acciones. No pesa tanto la clase o el linaje, como en Esquilo, sino el efecto
psicológico que provoca la tragedia familiar y el ser arrojado del hogar. Electra, bajo el
impacto de lo acaecido: la muerte traicionera del padre, el derrumbe de la familia, la
convivencia de la madre con el asesino, reacciona de modo muy emotivo: «La veo
respirar ira. Pero de si la asiste la razón, no la veo preocuparse» (p.235). Consciente
de esta situación, Electra pide no ser juzgada con severidad, porque «es la violencia
sobre mí ejercida la que me fuerza a obrar así» (p.220). Siente vergüenza del modo
agresivo con que se comporta ante su madre, mas es la conducta desenfadada de
Clitemestra la que la lleva a actuar con dureza de lenguaje: «Proclama–ante todos, si
quieres, que soy una malvada, (...) o una mujer llena de desvergüenza. Si ducha estoy
en estas artes, de un modo u otro no dejo en mal lugar a mi raigambre» (p.235).
La figura femenina, considerada en su polaridad, desempeña un doble papel en la
tragedia. Clitemestra, alejada de las costumbres de su condición de mujer y de las
obligaciones inherentes a su estirpe, actúa en beneficio propio, olvidada de su rol de
esposa y de madre. Electra se perfila como la contrapartida femenina, la guardiana de
los valores del linaje y de la familia. La impulsa conservar vivo el recuerdo del padre.
Sin embargo, por su condición de mujer, está impedida de actuar y surge como un
puente, una posibilidad de restauración del equilibrio.
Electra es un personaje de gran fuerza interior que posee la energía necesaria para
cumplir por sí misma la venganza; pero, sólo es la realizadora intelectual. De actuar en
forma autónoma, según su deseo, negaría toda posibilidad de restablecimiento del
equilibrio perdido: su comportamiento sería similar al de Clitemestra. En su
personalidad, Electra aúna naturaleza y cultura. Su capacidad de odio, su voluntad de
decisión, son facetas naturales de su psicología profunda; no obstante, si las liberara
indiscriminadamente estaría engendrando «calamidad sobre calamidad» (p.219). Ha
domesticado su espíritu y aguarda al elegido, al varón, a Orestes. Predomina en
Electra la carga cultural, los principios patriarcales, el sentido de familia.

5.1.2. La palabra. La energía del temperamento de Electra se canaliza a través de la


palabra, con la cual crea su propia individualidad: lo que su mano .no puede realizar la
espada de su lengua lo materializa. A su hermana Crisótemis le recrimina: «tú que les
odias, les odias de palabra, pero de hecho convives con los asesinos de tu
padre» (p.224). A sí misma se define ante su madre: soy «una deslenguada» (p.235).
La palabra tiene tres formas de manifestarse:

A. Palabra creadora de mundo. Genera acciones que tienen diversos modos de


concretarse: (a) Es instrumento de conocimiento: «Haz caso a mis palabras, y no
errarásjamas», p.267. (b) Forja el destino: «No digas palabras de mal agüero», p.267.
(c) Da la vida y crea la fama: «Muriendo de palabra, voy a salvarme de hecho, y a
ganar, por añadidura, gloria, p.213. (d) Se convierte en el medio a través del cual el
sujeto desahoga sus desventuras: «Sola y traicionada, (...) entona, desdichada, sin
cesar el lamento de su padre», p.259. (e) Impulsa a la acción: hablar del retorno del
hermano y la venganza, conlleva su realización.
B. Palabra divina. Cuando lo dicho, dictum, es vocablo de un dios se transforma para el
hombre en fatum, destino. Si relacionamos dictum: lo dicho, con factum: lo hecho,
tenemos que lo que ha de suceder, está implícito en su realización en el momento
mismo en que se expresa. De esta forma, el designio de un dios fatalmente se
concretará en el plazo perentorio otorgado a una vida. El dictamen, por su condición
divina, es atemporal y aespacial, pero necesita la contingencia humana de tiempo y
espacio para su realización. Si el decreto del oráculo se encarna en la vida de un
hombre y se concreta en un lapso determinado, el futuro ya está contenido en el
presente, lo que será ya es. La muerte de Clitemestra a manos de su hijo verifica el
cumplimiento del oráculo de Apolo. La palabra de un dios: dictum, se transforma para
el hombre en acción: factum. Este acontecer es el que da sentido y justifica una vida,
es decir, se convierte en el fatum de un ser humano: su destino propio e
irrenunciable.
C. Palabra especular: verdad y mentira. Es el vocablo del embuste, de la insidia y del
enigma. En este caso, la palabra persuade, ilusiona, crea falsas expectativas,
confunde. La palabra especular se desplaza en dos ámbitos: afuera: el engaño, la
verdad aparente, lo que se hace creer al otro; adentro: la realidad, lo que se oculta. Se
manifiesta de formas diversas:

a) Palabra fingida, se usa para crear una verdad que no es


tal: «Palabras (...) por fingimiento amistosamente» (p.281).
Egisto creerá que los supuestos extranjeros le han traído una buena nueva:
la muerte del joven, mensaje que le quita de
encima el temor de la venganza. ¡Cuán alejado de la verdad está!
b) Palabra engaño, da vida a la trama que, por encargo de Apolo, idea
Orestes para convencer a los amantes de su
supuesta muerte. El embuste resulta convincente verdad cuando el pedagogo
concluye su relato con el testimonio de lo
visto y lo vivido: «si es doloroso de contar, para cuantos lo vieron, como yo,
ha sido la mayor de las desgracias» (p.241).
c) Palabra enigma, las voces fingidas y el engaño van fabricando un laberinto
de lenguaje que encierra dentro de él a
Clitemestra y a Egisto. Atrapados los amantes en la maraña de los vocablos
falsos, cuando se les revele el enigma será
demasiado tarde, lo único que se vislumbra es la muerte purificadora y
expiatoria. Orestes da cumplimiento a lo ordenado
por el oráculo de Apolo: dictum y factum, palabra y acción, se verifican en el
sino del personaje.
5.1.3. Oposiciones y dualidades. Electra y Crisótemis configuran dos polos antitéticos
de comportamiento. Aunque son hermanas y pertenecen al mismo linaje, una,
Crisótemis, representa el sometimiento a las condiciones familiares generadas a raíz
del adulterio y asesinato del padre. La otra, Electra, simboliza la rebeldía ante las
decisiones de la madre, el no acatamiento de las órdenes de Egisto, el respeto a la
tradicón familiar, la dignidad y la posibilidad de restauración del equilibrio
cósmico: «He de realizar la empresa; no la dejaré sin cumplimiento (p.255). Los
diálogos entre ambas, constantemente, están oponiendo: libertad–sometimiento,
imprudencia–prudencia, valentía–cobardía, piedad– impiedad, honra–deshonor, fama–
olvido, dignidad–oprobio, locura–cordura, fortaleza–debilidad, osadía–mesura,
rebeldía–aceptación. A modo de ejemplo, Electra: «Es oprobioso a los bien nacidos
vivir con vilipendio» (p.253). Crisótemis: «Cuando estés en la impotencia, doblégate
ante los poderosos» (p.254).
Lo anterior configura un mundo dual: una opción que presenta dos alternativas que
apuntan a campos semánticos diversos, generándose una ambivalencia de
significación.

5.1.4. El presagio y el sueño. Así como sucede en Las Coéforas, Clitemestra también
ha tenido un sueño que le anuncia, a través de símbolos, el retorno de arestes: «Corre
el rumor de que ella contempló a nuestro padre, de nuevo en su presencia, venido a la
luz del sol; que le vio después coger el cetro (...) y clavarlo junto al hogar; y que de él
brotó hacia lo alto una rama cargada de fruto, que con su sombra cubrió toda la tierra
de Micenas» (p.229). Sueño premonitorio que se hará realidad con la venganza de
arestes: la restauración del perdido equilibrio. El sueño visionario en «Electra» de
Sófocles, no tiene la riqueza de imágenes como el de «Las Coéforas» de Esquilo que
permite una profunda y metafórica relación entre Clitemestra: murena, víbora; y,
arestes, dragón, serpiente, aguilucho.

5.1.5. El engaño. Frente a la profundidad de sentimientos y al intenso compromiso


afectivo que hacen comportarse a Electra marcadamente subjetiva, se desarrolla la
actuación de arestes, quien, lógicamente, planifica y urde su engaño desde la primera
escena: «Anúnciales, añadiendo juramento, que Orestes ha muerto por imposición de
lafortuna, arrastrado al caer de su carro en los juegos píticos» (p.213). El Pedagogo
narra, con gran riqueza de detalles, ante Clitemestra y Electra, la falsa muerte de
arestes. Si bien Clitemestra finge dolor, «cosa terrible es el parir, pues, ni aun
recibiendo agravio de ellos, se les toma a los hijos aborrecimiento», no puede menos
que alegrarse interiormente, porque «he quedado libre de temor» (p.242).
Según veíamos en el punto anterior, la palabra fingida, por una parte, mata de
angustia y dolor a Electra, ya que arestes no le revelaba «las realidades más
dulces» (p.227); y, por otra, engaña a Egisto con falsos vocablos amistosos para
conducirlo al lugar de castigo. La escena final se transforma en un cruel juego de
palabras, de equívoco en equívoco, se lleva a Egisto junto al cadáver de Clitemestra, él
mismo debe levantar el velo y sólo entonces se le revela el enigma. Y el lector, tal
como arestes, se pregunta sorprendido cómo la mentira le hizo creer a Egisto aquello
que él anhelaba fuera verdad, cómo su propia ansiedad por eludir lo ineludible le
impidió darse cuenta a tiempo de la verdad.

5.2. A modo de síntesis

El personaje arestes de Sófocles, a diferencia del de Esquilo, se caracteriza por el


análisis racional que hace de los acontecimientos. Esta lógica del personaje evidencia
que estamos frente a un nuevo orden: aunque él ha actuado por consejo del oráculo,
está consciente de que ha realizado justicia; puesto que todo aquél que no cumpla con
las leyes debe recibir castigo.

6. «ELECTRA», DE EURÍPlDES

«Electra», de Eurípides (en Dramas y tragedias, Barcelona, Iberia, 1962, pp.139–190)


abordó la tragedia desde un punto de vista más humano que el de sus predecesores,
resaltando el escepticismo y espíritu crítico del autor que le imposibilitaban estar
plenamente conforme con los principios inalterables establecidos por los dioses y su
religión. Al centrarse en el hombre, ganó en profundidad psicológica el perfil de los
personajes, tanto masculinos como femeninos.
Continúan apareciendo los tres factores mencionados, pero, ahora, presentados desde
una nueva perspectiva: el nacer en una clase no implica nobleza de espíritu y el tener
lazos de parentesco no significa adquirir el fatum destructor.
«Electra», 413 a.c., presenta a los hermanos impulsados en asesinar a la madre, pero
plantea que los principios que involucra tal acción, así como la acción misma, son
abominables. Cometido el crimen materno, Electra no encuentra tranquilidad ni se
siente satisfecha: «¿Adónde ir? ¿En qué coro podré tomar parte? (...) ¿Qué marido
querrá recibirme en su lecho nupcial?» (p.183). En «arestes», 408 a.c., Eurípides
recrea al protagonista perseguido por las Furias, encarnaciones de la desordenada
fantasía del personaje. La tragedia continúa la misma temática que «Las Euménides»
de Esquilo, aunque la gran innovación radica en que las Furias son más bien
personificaciones del sentimiento de culpa.

6.1. El hombre y su dualidad existencial

6.1.1. El destino y su superación. Para Esquilo, el destino era algo fijo e inmutable,
externo al individuo; para Sófocles, una motivación interna que había que explicar con
el fin de comprender al hombre y su acción; el suyo era un mundo que se relativizaba
en la palabra, lo que llevaba a confusión, porque nada era absoluto, sino particular al
punto de vista que adoptaba el sujeto. Eurípides no otorga valor a la predestinación
que obliga al hombre a actuar de modo prefijado por los dioses y en contra de su
voluntad. Incluso, cuestiona las leyes de herencia, pues «he visto yo al hijo de un
padre generoso comportarse como un cualquiera» (p.154). Para él, en la naturaleza
reina el azar: «he hallado en el hombre rico la pobreza de espíritu y la grandeza de
alma en el cuerpo del pobre» (p.155). No hay causa alguna, gen ética o psicológica,
que justifique que el hijo de un buen gobernante sea tan ejemplar como su padre, y el
hombre de alma noble o innoble, puede darse en cualquiera posición social.
Eurípides considera que el hombre nació libre y que, en calidad de tal, debe hacerse su
destino y abandonar los prejuicios inhibidores. El centro es el individuo y su
comportamiento se genera a partir de su naturaleza, la que puede ser estimulada o
deformada por la cultura; pero, ésta, en sí, no puede hacer virtuoso al que no lo es.
Con su propia capacidad y decisión para actuar, el hombre debe imponerse al medio,
tal como Orestes que debió reunir valor para retornar.
Orestes hace un reconocimiento del hombre de pueblo que vive, a través de su
contacto con la tierra, la verdadera realidad: «Jamás un perezoso, aun teniendo sin
cesar en su boca el nombre de los dioses, logró ganarse la vida sin trabajar» (p.145).
La saga ha demostrado que ni el parentesco ni el hogar constituyen garantías de un
actuar noble; pareciera que la voluntad de los dioses es evidenciar en los
todopoderosos los mayores defectos humanos. El que supera una crisis gracias a su
inteligencia, tiene un actuar consecuente y mantiene una actitud crítica ante la vida.
Estas características se conjugan en la figura del Labrador: «Si alguien me llama
insensato por haber querido conservar virgen a mi propia esposa, sepa éste que es
perversa la moral cuya regla le sirve para juzgar la virtud» (p.144). Planteamiento
compartido por Orestes: «Aunque hombre del pueblo, ha revelado su virtud» (p.155).
Su peregrinación por diferentes ciudades, le ha permitido a Orestes aprender esta
concepción de vida que traduce su nueva visión de mundo: «Deseo por anfitrión,
mejor que a un rico, a un pobre que tenga corazón» (p.155).

6.1.2. Oposiciones y dualidades


A. Ruptura y vigencia del orden patriarcal. Clitemestra es una mujer que se rebela
contra el esquema patriarcal para unirse con su amante. Conseguido su propósito,
restablece la misma estructura, reemplazando al esposo por Egisto quien «reina sobre
el país y posee a la esposa de su víctima» (p.143). En Clitemestra, destacan el arrojo
para actuar que la lleva a vengarse de Agamemnón por los agravios inferidos y la
atracción hacia Egisto, que la subordina nuevamente al varón. Paradojalmente, quiebra
el orden patriarcal y lo mantiene a su arbitrio.
B. Rebeldía y sometimiento. Los varones gobiernan y deciden por las mujeres que, aun
cuando sean voluntariosas, como Electra, se someten al designio de ellos. En vida de
su padre y antes de que Cástor fuera elevado al rango de dios, Agamemnón la había
prometido a éste; luego, Egisto la casa con un Labrador; y, más tarde, los Dióscuros –
Cástor y Pólux– aconsejan a Orestes que la dé en matrimonio a Pílades «y él la llevará
a su hogar» (p.184). Se convoca, así, la tradición del patriarcado. La lucha por la
venganza que emprende Electra es para que se restituya el orden: restaurar el hogar y
salvaguardar los valores del mundo griego antiguo; pero, no para decidir
posteriormente por sí misma. La propia Electra le increpa a Clitemestra no haber
permanecido en el hogar, aguardando el retorno del esposo: «Tu marido apenas había
salido de palacio, cuando tú componías ya delante del espejo las trenzas de tu rubia
cabellera» (p.178).
C. Electra y Clitemestra, dos comportamientos contradictorios. (a) Electra aparece
como un ser capaz de honrar y agradecer al marido que le han asignado. Reconoce la
bondad y generosidad de su esposo y se congratula de contar con su apoyo.
Clitemestra es presentada como una mujer impía: deshonró el lecho conyugal y
asesinó a Agamemnón: «mi madre con otro esposo comparte el lecho del
crimen», p.148. (b) Clitemestra viste ricamente y se rodea de un alhajado coro de
cautivas de Asia; su hija debe tejer sus vestidos y su cuerpo ofrece un aspecto sórdido
por «los andrajos» que la cubren y con el «cabello sucio», p.148. (c) Arrojada del
palacio paterno, donde vive Clitemestra «sentada en un trono», p.153, Electra
comparte su pobre existencia con un Labrador. (d) Mientras Clitemestra celebra fiestas
y sacrificios, su hija no puede tomar parte en las ceremonias sagradas y ha de
apartarse de la sociedad de las mujeres como le correspondería por su doncellez. (e)
Electra desconoce el amor, es una mujer virgen; Clitemestra se entrega
apasionadamente al amante. (f) Clitemestra, por iniciativa propia, elige a Egisto como
pareja; Electra vive con un marido designado por Egisto.
D. Contraste entre los personajes de pueblo y los de clase alta. Los primeros han
recibido la sabiduría de la tierra, observan, comprenden y analizan, pero tienen la
prudencia de no intevenir a menos que sean requeridos. Poseen un control sobre ellos
mismos. Por ejemplo, el Labrador y el Anciano. Los nobles, representados
principalmente por Clitemestra y los suyos, actúan sin meditar, sin preocuparse de las
leyes y siguiendo sus caprichos.
E. La ambivalencia venganza–remordimiento. Electra y arestes, llevados por su odio,
aunque están conscientes de lo terrible que es dar muerte a la propia madre, sólo
piensan en ejecutarla. De aquí provienen la duda, la culpa y los remordimientos. Por
ejemplo, la escena de la venganza integra en sí la expiación por el crimen de
Agamemnón y los males múltiples que acarreó a los hijos; juntamente con el dolor y
arrepentimiento de Electra y Orestes abrumados por el sangriento tributo al
Hades: «¿Qué hombre piadoso querrá levantar sus ojos hacia el rostro de un
parricida?» (p.183). La dualidad venganza–remordimiento la sintetiza magistralmente
el Coro: «¡Pariste sólo para recibir de tus propios hijos un castigo horrible, lamentable
y sin nombre! ¡Pero es justo que hayas expiado el crimen cometido en su
padre!» (p.182).

6.1.3.– El engaño y el autoengaño

A. El engaño. Electra de Eurípides es una obra de mentiras y equívocos:


a) El matrimonio de Electra, por una decisión honesta y generosa del Labrador, es una
mentira, cuyo secreto les pertenece. No ha sido consumado; a pesar de lo cual, con el
propósito de atraer a Clitemestra para su venganza final, Electra dirá que acaba de
tener un hijo.
b) Orestes y Pílades llegan a Argos «obedeciendo las órdenes de un oráculo (...) para
devolverles su crimen a los asesinos» (p.146). El primero debe buscar a su hermana;
sin embargo, cuando la encuentra le oculta su identidad. El diálogo que sostienen gira
en torno al engaño: la verdad se disfraza: «¡Lástima que Orestes no esté aquí para
escucharte!» (p.152), le dice el propio arestes. La mentira se hace extensiva al
Labrador quien, con generosidad, ofrece hospedaje a los supuestos extranjeros por las
noticias del hermano ausente.
c) Electra urde el plan del engaño para su madre: «Anúnciale que he dado a luz un hijo
varón» (p.165). La mentira consiste en usar la vida para dar la muerte. No hay tal
hijo, ni siquiera una remota posibilidad. Llega la reina acompañada de su séquito y
Electra le solicita efectuar el sacrificio de purificación del niño recién nacido. Ignora que
la víctima será ella misma. Verdad que nosotros, espectadores, conocemos, pero que
la implicada ignora. Ambas entran a la casa, donde está oculto arestes. Desde el
interior se oyen los gritos de la madre que, inútilmente, pide clemencia a sus hijos. La
mentira llega a su término con la muerte de Clitemestra y Egisto.

B. El auto engaño. Autoexcusa con que se pretende justificar lo acontecido:


a) Clitemestra es un personaje mixto: se autoengaña y engaña, culpando de sus
desventuras a «una Helena lujuriosa» y a «un marido que no supo castigar su
traición» (p.177). Se autoconvence de que ha actuado no por egoísmo, sino porque,
Agamemnón, con su adulterio con Casandra, la habría obligado a emularlo: «cuando el
marido comete errores y desprecia el lecho conyugal, la mujer quiere imitar al hombre
y toma otro
amante» (p. 177). Asimismo, excusa el asesinato de Agamemnón, explicándolo que
fue motivado por el sacrificio de lfigenia: «Junto a las naves bloqueadas en
Aulide (...) segó la blanca existencia de mi Ifigenia. Si realmente lo hubiese hecho para
preservar a su patria de la ruina, o bien, en interés de su casa y por la salvación de
sus otros hijos, (...) se lo podría perdonar». Su conducta –argumenta– le dejó una sola
salida: no podía «hacer morir a mis hijos... sin pagar con su vida» (p. 177).
Las palabras engañosas de Clitemestra buscan silenciar su conciencia, racionalizando
su actuación y tratando de complicar al otro en su favor. Tanto es así que trata de
convencer a Electra de que Agamemnón hubiese actuado del mismo modo que ella si
hubiera estado en su lugar: «Si Menelao hubiese sido furtivamente raptado de su
casa: ¿ hubiese yo tenido que matar a Orestes para salvar a ese Menelao, esposo de
mi hermana? ¿ Qué hubiese hecho tu padre después de parecido ultraje?» (p. 177). La
astucia verbal de Clitemestra busca la compasión del otro, minimizar su culpabilidad y
evitar la venganza de los hijos. Mas, «si la justicia consiste en devolver asesinato por
asesinato, es con tu muerte que tu hijo Orestes y yo hemos de vengar a nuestro
padre. Si el primer asesinato fue justo, éste lo sería también» (p.179).
La madre esconde su propia realidad con respecto a sus hijos: uno alejado de Micenas;
la otra olvidada en un matrimonio deshonroso: «Ese nuevo esposo no está exiliado
para expiar el destierro de tu hijo; no pereció para expiar mi muerte, muerte dos
veces más cruel que la de mi hermano, puesto que me ha dejado con vida» (p.179).
Las recriminaciones de Electra desenmascaran el falso lenguaje de su interlocutora: el
destierro de ambos hijos es metáfora de la muerte. Clitemestra ejemplifica uno de los
defectos humanos: la dificultad para reconocer los errores propios y enfrentar las
consecuencias, pues ella intenta eludir su responsabilidad, pretendiendo desviar el
centro del conflicto hacia otro, el que sería el verdadero culpable. Así considerado,
Clitemestra aparece simultáneamente culpable y víctima de sus propias acciones.
A diferencia de las otras dos tragedias analizadas, en ésta, Clitemestra no acepta su
culpa, es decir, la verdad, y sigue con su autoengaño hasta que se enfrenta con la
muerte.
b) La ejecución de Clitemestra muestra a Electra su autoengaño. Creía odiarla y desear
su muerte; en realidad, le dolía el abandono y la falta de amor: «Me abrasaba en un
odio atroz, yo, la hija, contra esa madre que me dio el ser» (p.182). Y, el Coro, la voz
de su conciencia, le recuerda: «Tus sentimientos son piadosos ahora, pero antes no lo
fueron en absoluto» (p.183). El engaño guarda relación con el sentimiento de culpa y
el remordimiento por el sacrificio materno. El dolor por el crimen cometido, permitirá a
Electra y Orestes, una instancia de redención, pero el verdadero castigo será la
separación de ambos hermanos.

6.1.4. Quiebre y restauración en un nuevo orden. El problema que ha sido central en


Esquilo y Sófocles: el quiebre del equilibrio entre linaje, familia y hogar, toma, ahora,
una distinta orientación y se advierte que los personajes viven en una etapa de crisis y
de cambio. Se valora el hombre en sí, por sus sentimientos, acciones y palabras, más
que por su condición social. Se considera que la persona es la única responsable de sus
decisiones, de su hacer y que no puede continuar actuando según la voluntad de
diversas divinidades.
Eurípides establece, más claramente que los autores anteriores, que la familia de los
Atrida no tiene un comportamiento ejemplar, como correspondería a su clase y
cometen los más terribles crímenes. Incluso las acciones, por perversas que sean,
pueden justificarlas, porque el discurso, la palabra, relativiza el mundo. Lo que ya
había planteado Sófocles.
Con respecto a los personajes, llama la atención que junto a los de noble linaje, como
corresponde a la tragedia, aparezcan individualizados –aunque sin nombre– algunos
labradores y pastores. Entre otros personajes, encontramos: una pareja divina –los
Dióscuros, Cástor y Pólux–, un personaje colectivo –el Coro de Campesinas–, una reina
y sus dos hijos –Clitemestra, Electra y Orestes–, un Anciano que crió a Agamemnón y
un Labrador micense. Este último es un hombre discreto, noble de corazón, de
profundo respeto por las costumbres. Fue elegido por Egisto como marido de Electra y,
así, alejarla del hogar, humillarla y evitar que engendrara el hijo de la expiación. La
desigualdad social impide que Electra dé a luz el descendiente de la venganza. Dice el
Labrador: «Siendo débil el marido, débil habría de ser el temor de Egisto» (p.144). .
El Labrador, por respeto a Agamemnón y a Orestes, no consuma el matrimonio. Lo que
demuestra el surgimiento de una nueva mentalidad: las cualidades del hombre son
inherentes a su naturaleza y no a una clase. Se es noble por cualidades personales que
pueden ser desarrolladas o deformadas por el medio y la educación. El matrimonio
entre el Labrador y Electra dará origen a una genealogía, no ya de origen divino, sino
mixta entre una clase alta y una baja. Como no se puede confiar en la natural nobleza
de los dirigentes; entonces, será necesario calibrar el valor de la persona. Lo plantea
muy bien el otro siervo, el Anciano, ayo de Agamemnón, que colaboró en la huida de
Orestes cuando niño: «Más de un noble hay con alma de villano» (p.161).
La restauración del equilibrio se alcanza a través de una independencia lograda por la
razón. Enseñanza de los Dióscuros a Electra y Orestes cuando les indican que una
justicia objetiva y razonada sólo se logrará en el momento en que los problemas sean
tratados por un tribunal imparcial, «infalible» y «consagrado por los dioses». «Ante él
serás juzgado por tu crimen. Gracias a la igualdad de votos, escaparás a la sentencia
de muerte. Loxias se hará responsable de su falta, puesto que su oráculo te ordenó el
asesinato de tu madre. Y ese ejemplo será para el porvenir: la igualdad de sufragios
absolverá siempre al acusado» (p.184). Con esta solución, el hombre debe olvidar las
leyes familiares, particulares y subjetivas. Lo anuncia el Coro: «Vivid dichosos sin
padecer las desgracias del destino, es para los mortales ser felices» (p.187).
El ser humano debe aprender a pensar, a reflexionar y a no continuar sujeto a usos y
costumbres que pueden destruirlo en su propio crecimiento personal. Es la experiencia
de vida que aprendieron los siervos: fabricarse su propio destino. El Labrador ya lo
había dicho: «Aunque nací pobre no tengo el alma baja y sabré demostrarlo» (p.154).

6.3. A modo de síntesis

De las tres obras estudiadas, la más innovadora en su estructura dramática y la más


humana es la de Eurípides. Sus creaturas no aparecen encarnadas en su lejanía mítica,
cobran vida y actúan apasionadamente, corriendo el riesgo de equivocarse. De este
modo, están menos apegados a cánones externos comprometidos con la saga. Su
existencia con relieves y facetas marcadamente humanos los convierte en
personalidades más que en personajes: aman y odian, se vengan y se arrepienten, se
sienten seguros en su actuar y luego dudan, son victimarios y víctimas.
La calidad dramática de los personajes los lleva a no vociferar las pasiones, los
sentimientos se internalizan e imprimen fuerza a la acción. Esto explica la no aparición
de Egisto, porque, excepto su ambición, pareciera no tener mayor capacidad de
pasión. En cambio, Electra es el centro, en cuanto eje de mundo.
La tragedia culmina en equilibrio cósmico, aunque la restitución no sea al hogar
paterno, pues Electra precisa partir con su esposo Pílades y Orestes será sometido a
juicio público, a cargo del tribunal instituido por Atenea.
A través de la obra, observamos una crítica manifiesta a los dioses. Poco sensata ha
sido la sentencia de Apolo; por lo tanto, no es conveniente recurrir a los oráculos y lo
inteligente es actuar conforme al propio sino. La clase alta ha recibido las maldiciones
de Zeus y al no haber sido capaz de superar sus designios, mediante la razón y la
fortaleza de carácter, está contaminada. Frente a ella se alza, con energía pujante, una
clase de hombres que han construido su destino e internalizado los valores de lealtad,
respeto, comprensión, generosidad y mesura. Hay que destacar en Eurípides, el
enfoque racional de los problemas humano, lo que lo lleva a una especie de
escepticismo de todo lo establecido.

7. CONCLUSIÓN GENERAL

El análisis de las tragedias Las Coéforas de Esquilo, Electra de Sófocles y Electra de


Eurípides, ha permitido llegar a las siguientes conclusiones:
El modelo ideal de equilibrio entre linaje, familia y hogar es una utopía no realizada
plenamente en la historia de la humanidad. Sobre todo en un mundo como el de los
griegos en que todas las funciones están estratificadas por voluntad divina, conforme
lo enseña la saga. El odio, la ambición, los celos, la inseguridad, constantemente
rompen este orden que el griego consideró natural. No obstante, es un esquema
cultural diseñado por el ser humano para organizar su vida dentro de ciertos cánones y
principios. En este caso, el sistema patriarcal: Zeus en el Olimpo, el héroe en el linaje
(el fundador de la familia), el padre en el hogar. Esto determina tres estratos bien
diferenciados: el dios de dioses en el Éter, los descendientes del héroe –los varones–
en la polis (en la organización humana del mundo), la figura paterna en el ámbito
hogareño.
El desequilibrio se produce en la base misma de la concepción del mundo griego, al no
considerar la libertad del hombre y su derecho a elegir guiado por la razón. Para que el
individuo opte, debe tomar conciencia de sí mismo, de sus decisiones y de sus
responsabilidades. De no ser así ocurre que las pasiones desatadas, imposibles de
predecir hasta qué límite alcanzarán –Egisto y Clitemestra hasta el crimen– amenazan
con destruir el cosmos construido por el hombre.
Otro de los elementos recurrentes en esta desarmonía es no comprender que la vida
descansa sobre dos pilares: el masculino y el femenino y que la mujer no es mera
nodriza del germen de vida entregado por el varón. Al no darse el equilibrio hombre–
mujer, encontramos una Clitemestra que decide por sí misma: desintegra el hogar, el
núcleo social básico, y desarticula el mundo, suplanta al rey por el amante, el derecho
divino por la elección sentimental.
El desajuste del cosmos griego nos introduce en las oposiciones, dualidades y
ambivalencias, conflictos que el hombre debe reconocer para integrarse en la unidad
de sí mismo. El sujeto requiere aprender a vivir con su propia dialéctica interior que lo
conduce, a veces, al acierto, y, otras, al error. Sobre todo debe enfrentar la mentira,
las equivocaciones, el miedo, la inseguridad; no autoengañarse con una justificación
inútil sino arrancarse la máscara para poder ser y existir por sí mismo. De lo contrario,
surge el engaño que se hacen unos a otros y que, invariablemente, termina en el
propio engaño. Lo que sucede con Clitemestra, Electra y
Orestes: victimarios y víctimas, simultáneamente. El engaño se disfraza tras la palabra
fingida: amistosa, seductora, enigmática. El autoengaño es el lenguaje de la
justificación que intenta ocultar las propias culpas, convencer al otro y convertido en
su cómplice.
La mentira es una forma de esconder los temores que están en el inconsciente
colectivo y se manifiestan en lo personal a través de visiones o sueños (Clitemestra),
presagios (Orestes), obsesiones (Electra), formas neuróticas que impiden relacionarse
consigo mismo y con el mundo. Estas formas configuran elfatum, destino o sino y dan
origen, dentro de la mentalidad griega, a la consulta de oráculos, adivinos y agoreros.

El fatum inexorablemente se da a conocer mediante una revelación: en el caso de la


víctima –Clitemestra– a través de un sueño visionario; en el caso del victimario –
Orestes– a través de un oráculo que determina lo que debe realizarse. Entre víctima y
victimario se establece un puente, otro personaje –Electra– que atemoriza a la primera
con sus palabras, mientras azuza al segundo a la acción. Una vez ejercida la venganza,
los papeles se invierten y los victimarios –Orestes y Electra– acosados por la culpa y el
remordimiento se convierten en nuevas víctimas.
En estas obras, vemos cómo a través del conflicto se enseña un concepto de vida: la
mujer, que representa a la naturaleza, encarnada en la figura de Clitemestra,
desencadena la tragedia y desordena el mundo cultural jerárquico del hombre. Por lo
mismo, a otra mujer, símbolo de la naturaleza, pero culturizada en cuanto defensora
de los principios y valores del modelo patriarcal griego, Electra, le corresponde
impulsar al varón, a su hermano Orestes, –el ejecutor– para que restablezca el
sistema. Al dar los hijos muerte a la madre, se desorganiza la cadena natural de la
vida. De aquí la necesidad de establecer un orden diferente que libere a los
descendientes del peso de las culpas de la familia –las cuotas de venganza y
deshonor– y los postule como seres libres que deben desarrollar creadoramente su
destino personal, familiar y social.Y, la Justicia, cuando corresponda– ya no la
paradójica justa venganza– quedará a cargo de un tribunal, como lo anuncian los
Dióscuros, en «Electra» de Eurípides, y Atenea, en «Las Euménides» de Esquilo. Se
plantea una nueva cosmovisión: el hombre forjador de su destino. Metafóricamente,
equivale a desasirse del padre, de la madre, de la familia, del linaje, de la clase social,
para ir al encuentro de uno mismo. En todo caso, en nuestro mundo contemporáneo,
los seres humanos aún creemos en los designios de un destino prefijado y consultamos
adivinos, magos, gitanas, tarotistas y quirománticos, lo que demuestra que todavía el
género humano no logra superar sus debilidades y continúa inmerso en el engaño. La
saga postula, a través de mitos, leyendas y tradiciones, una concepción de mundo que,
en la actualidad, con las lógicas variaciones y modernizaciones se mantiene vigente en
sus principales orientaciones.

En «Las Coéforas», Esquilo crea un mundo cercano a la saga, apegado al mundo


mítico, y le corresponde a la palabra del poeta iluminar ese cosmos divino y prevenir el
horror al que puede llegar el individuo con sus acciones desequilibradas. De las tres
tragedias analizadas, es la que mejor evidencia el quiebre entre el mundo de los dioses
y el mundo de los humanos. Se presagia una esperanza para los hombres en «Las
Euménides», cuando Atenea instaura un tribunal para juzgar a Orestes. El teatro de
Esquilo está profundamente enraizado en el inconsciente colectivo y de aquí que sea el
Coro el que tiene preeminencia y los personajes no alcancen otro rango que el de
interlocutores del Coro que sobrellevan una culpa que no comprenden, porque son, a
modo de títeres, movidos por el designio de los dioses: el destino predeterminado.
Diferente es la posición de Sófocles en «Electra», que lleva su mirada al hombre y sus
reacciones y la obra es un intento de comprender por qué las realiza. El sujeto se hace
a través de la palabra, revelándose a sí mismo en su apariencia–realidad, descubriendo
el mundo del entorno e inventando el cosmos. A Sófocles le preocupa el decir de los
personajes y las diversas funciones que asume el lenguaje. Sin embargo, la palabra es
engañosa, porque muchas veces nace del sentimiento y no de la razón. Se genera
la crisis entre el dictum y el factum: se dice una cosa y se ejecuta otra. El lenguaje se
hace apariencia: comunica algo diferente a lo que se hará. Cuando el acto devela la
verdad, el personaje, horrorizado, comprende el enigma, su propia muerte:
Clitemestra, en «Las Coéforas», Egisto, en «Electra» de Sófocles. Ambos ya estaban
muertos desde el momento en que Orestes llegó a Micenas, aun cuando el segundo
creyó, con jactancia, por las falsas informaciones, que había superado la venganza
familiar.

Para Sófocles, el centro de la tragedia es el hombre. Las acciones de éste, el modo de


vincularse con la realidad y la forma de construida, es a través de la palabra que
comunique el mundo interno con el externo;es decir, que entregue en imágenes su
propia visión del cosmos.
El nivel de comprensión que Sófocles tiene del hombre abre la posibilidad de un nuevo
orden lógico y analítico. Para que tal opción se haga realidad, el sujeto, tal como
Orestes, debe dejar el hogar y la tierra natal para integrarse en otro hábital, donde
habrá una nueva oportunidad de desarrollo. El salir de Micenas es una forma simbólica
de superación de la familia y del linaje.
La dualidad que se desconocía prácticamente en Esquilo aparece plenamenre
representada en Sófocles: si bien Orestes es el realizador de la acción, Electra es la
impulsadora. Ella se alza como la mujer que llora su dolor, con la intención de mover a
reflexión y cambio a los dioses y a los hombres. Sabe compartir con el varón para
construir un mundo.
Mucho más radical es el cambio que se plantea en «Electra» de Eurípides. A la
oposición hombre–mujer, se aúna, ahora, la dualidad social: noble–villano. Sólo
mediante el trabajo integrado de estas dos clases sociales, se pueden lograr ciudades
prósperas y felices. Así lo comprenden Orestes y Electra y su actitud fundamental será
la de compartir, agradecer y recibir.
Para asumir el rol que al hombre le corresponde en su familia, en su poli s y en su
espíritu, debe desarrollar la razón: observar, experimentar, analizar, comprender.
Únicamente mediante la palabra creadora, el sujeto puede crecer psicológica y
espiritualemnte. Por ello, el decir, en la obra de Eurípides, es verdadero discurso
personal, en tanto que el Coro queda casi relegado.
La actitud reflexiva de los personajes de Eurípides, que no actúan a menos que hayan
pensado su hacer, les quita histrionismo teatral. Pareciera que las pasiones –sobre
todo el odio– se interiorizan, dándole fuerza al individuo. Una vez saciada la
emotividad, sobreviene la duda, que se traduce en remordimiento por el daño causado
al otro. El reconocimiento de la culpa trae la comprensión de que no se puede actuar
sujeto a los dictámenes de un oráculo, sino conforme a la inteligencia del hombre y a
la ley pública.
El centro de «Electra» de Eurípides es el hombre en sus contradicciones existenciales y
sociales. De aquí que el otro eje de la tragedia sea la sociedad, lo cual requiere la
integración de las clases y la aceptación de los otros en lo que valen y no en lo que
representan por la familia.

Los tres autores estudiados han mostrado la necesidad de que cada individuo aprenda
a liberarse de las cadenas que implican el hogar y el parentesco, la culpa y la
venganza. El hombre que lo ha logrado lo manifiesta a través de una forma de
lenguaje que expresa su profunda reflexión; puesto que toda liberación humana sólo
puede venir de un discurso que revele la interioridad del sujeto; es decir, lo exprese y
lo comunique.
Vemos que para Esquilo, en Las Coéforas, la matriz de su tragedia son los dioses; para
Sófocles, en Electra, acercándose a una perspectiva humana que implica la inteligencia
y las contradicciones vitales, el eje es la figura humana, el hombre y la mujer; y, para
Eurípides, en Electra, el núcleo de la obra es el hombre en su dualidad, dinamismo y
crisis existencial y social.

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