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Una generación que se niega a crecer y su impacto en la iglesia

contemporánea

Hasta hace relativamente poco tiempo era


generalmente aceptado que la vida del
hombre se dividía en dos grandes etapas: la
niñez y la adultez. Y aunque se entendía que
un joven de 13 años, por ejemplo, no debía
asumir las responsabilidades de uno de 20,
aún así se le trataba como un adulto en
formación, que podía comenzar a asumir
ciertas responsabilidades conforme a su
edad.

Pero en 1904 el educador y psicólogo Stanley Hall publicó el primer tratado que se
conoce hasta la fecha en que se señala la adolescencia como una etapa particular del
desarrollo humano que se encuentra justo en el medio de estas dos etapas, y donde el
muchacho no es ni una cosa ni la otra. Por otra parte, y debido a sus creencias
evolucionistas, Hall también enseñó que cada generación debería ser superior a la
anterior y consecuentemente experimentar un rompimiento con las generaciones que
le preceden. Lo que esto significa, en palabras más sencillas, es “que la rebeldía es el
destino de la juventud”, como alguien ha señalado. Se supone que esa es una parte
natural y positiva del desarrollo humano.

Alrededor de esa misma época en que Hall publicó este estudio fueron aprobadas un
conjunto de leyes para proteger a los niños del trabajo duro al que muchos eran
sometidos, y gracias al Señor la educación escolar vino a ser obligatoria. Estas leyes
fueron uno de los grandes avances de la civilización occidental. Lamentablemente eso
contribuyó a que los muchachos fueran asumiendo cada vez menos responsabilidades
y convirtiéndose cada vez más en consumidores pasivos; un problema que se fue
agudizando en la medida en que el mundo comenzaba a girar alrededor de estos
adolescentes consumistas.

Piensen por un momento en la industria del entretenimiento – el cine, la música, la TV,


los video juegos; la mayoría de estas cosas giran en torno a las preferencias del
público adolescente. Hay una percepción generalizada de que los años de la
adolescencia son una especie de vacaciones antes de entrar a la siguiente etapa en la
que debemos comenzar a actuar como adultos responsables.

El asunto se ha complicado todavía más por el surgimiento de una nueva categoría,


que algunos han bautizado como “adultecentes” o kidults en inglés; una extraña
mezcla de muchacho y adulto al mismo tiempo. En un artículo de la revista Time se
describe a los adultecentes como hombres y mujeres hechos y derechos que “todavía
viven con sus padres; visten, hablan y fiestean como cuando eran adolescentes;
saltando de trabajo en trabajo y de cita amorosa en cita amorosa, divirtiéndose pero
dirigiéndose al parecer hacia ningún lado”. Se trata de una generación que se resiste a
crecer.

Terri Apter, psicóloga de la Universidad de Cambridge, los describe como adultos que
se quedan “en el umbral, a las puertas de la adultez sin atravesarla”. Si la adolescencia
es una edad para divertirse, ¿por qué no extenderla lo más que podamos? ¿Por qué
tenemos que concluirla arbitrariamente al terminar el bachillerato o al cumplir los 20
años de edad?

Por supuesto, esta mentalidad ha tenido y está teniendo un fuerte impacto en la iglesia
de nuestra generación, sobre todo en sus ministerios destinados a los jóvenes. He aquí
algunas ideas que se han filtrado en muchas iglesias como producto de esta novedosa
perspectiva.

A. “Mientras más fragmentado o ‘departamentalizado’ mejor”:

En vez de ver la iglesia como un cuerpo, compuesto por personas que provienen de
diferentes trasfondos y que se encuentran en distintas etapas de la vida, ahora se
divide en departamentos para poder suplir las necesidades e intereses de cada uno. Y
aclaro que no tengo ningún problema en que la iglesia trate de llenar las necesidades
específicas de ciertos grupos, como suele hacerse en la Escuela Dominical, por
ejemplo.

Pero el énfasis de la iglesia debe estar en la integración de todos los que componen
esa comunidad, no en la segregación. Dios diseñó la iglesia para que funcione como
una familia, y las familias no funcionan segregadas en grupos de interés. Nuestros
jóvenes necesitan aprender las Escrituras, e interactuar con los más maduros, porque
sólo de ese modo podrán beneficiarse de la experiencia que dan los años y ser de
ayuda a su vez a los que vienen detrás.

B. “Para que el ministerio de jóvenes sea eficaz debemos entretenerlos”:

Esta es una idea que ha calado profundamente en muchas iglesias en las últimas
décadas. Como se asume que la juventud quiere diversión y no responsabilidad,
hagamos todo lo posible por mantenerlos entretenidos. Y no es que yo piense que hay
algo de malo en que un joven se comporte como un joven (comp. Ecl. 11:9-10). Pero lo
que Dios usará para salvar a nuestros jóvenes es lo mismo que Él ha prometido usar
para salvar a los adultos: el poder del evangelio (comp. Rom. 1:16; Lc. 16:27-31).
Y de igual manera, lo que mantendrá a los jóvenes perseverando en la iglesia y
poniendo sus dones en operación no son las actividades entretenidas, sino la pasión
por nuestro Señor Jesucristo (2Cor. 5:14-15).

C. “No debemos tener altas expectativas con respecto a la vida espiritual de los
jóvenes”:

Esa es otra de las cosas que no se expresan abiertamente, pero que me temo está
presente en el trasfondo de muchas de las actividades y programas que se preparan
para los jóvenes: “Siempre que se mantengan viniendo a la iglesia, participando del
programa de jóvenes, y alejados de los vicios, es suficiente”. Cuando entendemos que
desde la adolescencia los jóvenes deben ser tratados como adultos jóvenes, veremos
que nuestras expectativas deben ser más altas.

Escuchen lo que dicen dos adolescentes al respecto: “¿Por qué los hombres y las
mujeres jóvenes del pasado eran capaces de hacer cosas… a la edad de 15 ó 16 que
muchos de 25 a 30 años no son capaces de hacer? La respuesta es que la gente hoy
mira a los teenagers a través del lente moderno de la adolescencia – una categoría
social de edad y comportamiento que habría sido completamente extraña… no hace
mucho tiempo”. Y no es que tengan problemas con el término “adolescente” o
“teenager” en sí mismo. Ni aún con el hecho de acepar que se encuentran en una
etapa de crecimiento y maduración. “El problema que tenemos – dicen ellos – es con el
entendimiento moderno de la adolescencia que permite, alienta, y aún entrena a la
gente joven a permanecer aniñados por más tiempo del necesario”. Y no olviden que
eso lo dicen dos adolescentes.

Cuando vamos a las Escrituras, el mensaje de estos dos muchachos parecen coincidir
más con la mente de Dios que el de muchos expertos de la conducta humana en el día
de hoy (el libro de Proverbios está escrito para jóvenes que aún están en casa con sus
padres, pero se les trata como adultos jóvenes; comp. también Tito 2:6-8). La Biblia
solo parece reconocer dos etapas en la vida: la niñez y la adultez, como decíamos al
principio. Eso está implicado en estos dos textos de la primera carta de Pablo a los
corintios: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como
niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1Cor. 13:11). “Hermanos, no
seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el
modo de pensar” (1Cor. 14:20).

D. “Un ministerio de jóvenes debe estar centrado en actividades y programas”:

La iglesia de hoy parece adicta a las actividades y programas, como si allí se


encontrara la solución para todos sus problemas. Y no es que estemos en contra de
las actividades, ni mucho menos en contra de los programas; pero erramos al pensar
que allí está la solución, y erramos todavía más cuando sobrecargamos la iglesia con
un montón de programas y actividades en los que usualmente están involucrados las
mismas personas. Si algo debemos mantener claro en nuestras mentes es que ninguna
iglesia puede ser fortalecida a menos que esté centrada en Cristo y en Su Palabra, no
en programas y actividades (comp. Col. 2:1-10).

E. “Un ministerio de jóvenes debe enfocar primariamente asuntos juveniles,


aquellos temas que inquietan a los jóvenes en general”:

Y una vez más debo decir que ciertamente nosotros debemos suplir las necesidades
de aquellos a quienes ministramos. Pero no olvidemos que no siempre las personas
colocan sus necesidades en el orden correcto de importancia. Más aún, la mayoría de
las veces las personas colocan en la categoría de necesidad lo que desean o les
resulta atractivo, no lo que realmente necesitan. Escuchen lo que Pablo dice al joven
pastor Timoteo: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a
los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra;
que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda
paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino
que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias
concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2Tim.
4:1-4). Muchos de nuestros jóvenes no pondrían la sana doctrina como parte de sus
necesidades primarias, pero Dios nos ha revelado en Su Palabra que esa es una parte
esencial de nuestra madurez y nuestro crecimiento en gracia (Ef. 4:11ss).

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