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Aumont, J. (1997). El ojo interminable: Cine y pintura. l.

Lumiere, «el último pintor impresionist�»


Barcelona: Paidós.

¿Por qué Lumiere? ¿Por qué empezar por Louis Lumiere un ensayo sobre
lo pictórico y lo fümico?
¿Por qué Lunúere, a propósito de quien parece haber más bien razones
negativas? Lumiere nunca practicó la pintura, su estatuto de cineasta c::s du­
doso, no es seguro que pertenezca a la historia del cine salvo como una figu­
ra algo marginal, un amante al bricolaje, un comerciante o un nfieionado.
Exagero, por supuesto. Así que no mantendré durante mucho tiempo esta
ficción retórica. En este período vagamente aniversario, en el que una plétora
de obras GHlias aliffletittt yreplante" inces.cmememe las pole1rucas y las chspu-
tas, las cuestiones de precedencias y <le preeminencias, es al menos evidente
que el «caso» Lumiere sigue fascinando; que todo el mundo, ·sicn)pre, hace::
empeznr algo con él. Sobre ese «algo» es sobre lo que quiero interrogarme.'
Hay facetas de Lumiere estudiadas y modificadas ad 11auseam. Lumiere
inventor (discutido, pero-invento, en cualquier caso: ya d 1ré en ql!é), y la_s______
anécdolas, piadosamente transmitidas por sus biógrafos, que hacen de él el
tipo del sabio distraído pero realmente genial, un sublime aficionado al bri-
colaje. Lumiere industrial, práctico y con los pies en el suelo, que triunfa so-
bre sus competidores simplemente porque su aparato. polimorfo y multifun-
cional, es también el único practicable.
14 EL OJO INTERMINABLE LUMlllRP., «EL ÚLTIMO PINTOR IMPRESIONISTA» 15

Lumfüre finalmente comerciante, y comerciante incomparable, cuyo genio


.. Lumiere como cineasta, sino confirmarlo cómo cineasta narrativo. En un
resplandece-en el asombroso sistema de explotación que establece apenas un gesto el.egantemente paradójico, que no habría desautorizado el Burch de las
mes después de la sesión del Grand Café: habría una novela que escribir sobre Structures etfonctions de l'aléa, se descubre a porfía, aquí o allá, lo narrati­
las relaciones de Lumiere con sus concesionarios y .sus operadores, sobre la vo en lo aleatorio lumieriano -acaso porque se está dispuesto a encontrarlo
dialéctica centralización-descentralización de ese sistema, sobre la admirable absolutamente e� todas partes.
aplicación de los principios elementales del más puro capitalismo para el enri­ En resumen, puesto que tantas cosas del cine parecen haber empezado
quecimiento del catálogo de películas de la casa Lunuere. con él y en él, no falt�n razones para empezar por Lumiere.
Estas facetas -por otra parte bastante contradictorias, qué importa- no
son exactamente lo que me interesa. Si Lumiere me fascina, es, como a todo
el mundo, por su relación con el cine, con las pelícu_las. Y en este terreno son AJ10ra bien, estas razones acumuladas sólo constituyen una razón bas­
innumernbles las paradojas y están a menudo inventariadas. Juventor del tante mala: siguen sin explicar en qué sentido puedo proponen�1e la tarea,
cine, no ve en él sino «una invención sin porvenirn. Preocupado sobre todo por aún más paradójica, de examinar cómo y en qué era un ¡iintor el gran bur­
la fotografía -el autocromo sigue siendo, y no deja de apuntarlo a sus bió­ gués, el advenedizo, el reaccionario, el paternalista, el fifüteo Lurniere. .
grafos, la gran aventura de su vida-, ha quedado ante la eternidad como el Acaso la palabra pintor todavía produzca algo así como una provocación:
inventor exclusivo del cine. Primer productor y primer distribuidor de pelí­ está tomada, tal cual, del más provocativo ele los discursos sobre Lumiere·,
culas, imprime su marca, su estilo casi, a toda una producción de la que, sin pronunciado por el más provocativo de los· cineastas. En J 966 -justamen­
embargo, sólo indirectamente es responsable (ni siquiera es seguro que haya te para inaugurar la retrospectiva Lumiere concebida por Henri Langlois-,
hecho girar efectivamente la manivela ni un solo día). invitado a pronunciar las breves palabras habituales, Jean-Luc Godard
Por otra parte, de la noche ·a la mañana abandona su grandioso sistema desborda enseguida su papel ele presentador, para lanzar unas cuantas fór­
comercial, y se le escapa totalmente el primer gran viraje del cine: el de la mulas muy sentidas: «Lo que interesaba a Mélies era Jo ordinario en lo ex­
ficción. Es el primero en haber comprendido que la producción de imágenes traordinario, y a Lumiere lo extraordinario en lo ordinario. Louis Lumiere,
animadas sólo tenía interés en relación con w1 público, con una sala, con una vía los impresionistas .; era pues, en efecto, el descendiente de Flaubert y
proyección, con un dispositivo como se dice ahora._Y es por ello, pues, ver­ también de Stendhal, cuyo espejo paseó a lo largo ele los caminos)>. Un año
daderamente inventor del cine y no de una cinematografía cualquiera. También más tarde, en La Chinoise, y por mediación esta vez del pci:sonaje inter­
es, incomprensiblemente, el primero en retirar sus fichas, con úna especie de pretado_ por Jean-Pierre Uaucl, reincide más claramente aún: Lumiere era
ostentosa negJjgencia. El cine, en el fondo, le trae sin cuidado. «un pintor», «el último pintor impresionista», «un contemporáneo de
Sin embargo -sucesión de paradojas-, hace mucho tiempo que se ven Proust». ·
las películas producidas por la casa Lumiere como películas de Lurniere. Definición admirable, más allá de la paradoja intencional sin duda: tiene
Tocia una cinefilia -la cinefilia por excelencia, la ele la éppca Langlois­ ese carácter de evidencia, una faceta a lo «huevo de Coló11», que hace lamen­
hizo ele él, según la frase de Philippe Garre!, «el gran maestre de la secta». tar no haberla encontrado uno 1ujsmo. ¿Lurniere pintor? Ah sí, debe de ser
(Tiempo fuerte de este culto póstumo es la retrospectiva organizada en cierto· des ués de tod
enero e en Chaillot, momento acaso en el que se lee exactamente la nes alrededor de 1900?
transformación del mito Lumiere, el momento en que el inventor se convier­ Pasado este primer sentimiento ele evidencia, la indefinición, sin·embar­
te en cineasta.) Curioso cineasta, sin películas, sin gusto por las películas y, go, sigue siendo notable. «Contemporáneo ele Proust», este pintor nada tiene
sin embargo, uno·de los más grandes. Pero el discurso de la cinefilia es tan de un Elstir. ¿Podría ser que filmase io mismo que pintaban.Pissarro, o Mo·
incriticable como insu2�_rable: discurso del amor, 110 requiere más prueba. net, o Renoir? ¿Uno-de los «últimos grandes pintores impresionistas de la
positiva que la prueba de amor. época?». Veamos. Para saber más, quizá fuese lo mejor aparentar que 110 en­
No obstante, aparte este murmullo de admiración, Lumiere cineasta tendemos nada, que indagamos ingenuamente c6mo puede ser esto y en qué
ha suscitado también, más recientemente, otro discurso más serio -aunque terreno.
a veces no poco lúdico. En una época en la que, en la investigación universi­ Ante lodo, a pes?r.de Godard o de sus portavoces de La Chinoise, habría
taria, el «cinc ele los primeros tiempos» se ba convertido en el buen tema, en que evacuar la cuestió11 del modelo. La vaga similitud (excepcional por.otra
el. excelente tema que sabemos, es de buen tono, no solamente afirmar a parte) que pueda encontrarse entre la Partie d'écarté rodada en el «castillo
lo El, OJO INTERMINABLE LUMIERE, «EL ÚLTIMO PINTOR IMPRESIONISTA» 17

Lumiere» y, digamos, los Joueurs de cartes de Cézanne, no signifil:a gran destacables como artísticos -y poco destacables sin. más. Podría hablarse,
cosa, como tampoco una dudosa semejanza entre el Déjéuner de úébé y el ,; y se ha hablado, ele una faceta ta1jeta postal de la vista Lumiere: el historia­
Déjeuner sur /'/ierbe. lucluso es lícito pensar que Lumiere ignorase hasta los dor Jacques Deslandes, al que apenas le gusta Lumiere, ha hecho de ello
nombres de Cézanne y de Manet (su casa no era, ni mucho menos, la de un una fórmula intencionadamente malévola. Notemos además que, después
aficionado al arte) y, si coincide con los impresionistas en la elección ele ta-. ele tocio, la postal ilustrada, que empieza a ponerse en boga hacia 1890, es
· les modelos, es, en el fondo, pura coincidencia de clase. el más estricto contemporáneo de la vista y que hay en efecto más de una
Sin pretender, por supuesto, reducido a sólo esta faceta de su obra, Lumie­ relación, si no una correspondencia tema a tema, entre los géneros. predi­
re constituye una verdadera iconografía de la bw-guesía ascendente por sí nús­ lectos de la una y la otra: lugares representativos -los monumentos, los
ma; no es, pues, extraño que parezca converger con pintores que, más allá ele centros urb�nos, los arrabales- pero pintorescos; el mundo del trabajo en
su posición «escandalosa» en el Salón, también elaboraban una iconografía del Jo cotidiano, pero fijado, idealizado, en sus posturas «nobles»; o las fiestas
burgués en todos sus estados (sintomáticamente, es en cuanto artista burgués rituales cuyo paradigma es el desfi.le militar. Habría que señalar como má­
cómo Godard --ele nuevo él, pero no del todo él núsmo- la emprenderá con ximo una divergencia en el tratamiento ele los temas excepcionales. Sesgo
Monet en Vent d'Est -1969). Pero, ¿quién no era burgués, empezando por de clase también aquí: la vista ele Lumiere siempre preferirá las testas co­
fotógrafos de salón y pintores pompiers? Esa semejanza no indica gran cosa. ronadas a los obreros en huelga ele los que la postal, por su parte, no ¡:>res­
Lo más extraño para un pintor burgués, y que puede ya sugerir un princi­ cinde.
pio de respuesta, es la ausencia flagrante, en Lumiere, de cualquier eco de la Fuerzo un poco las cosas, por supuesto, pero está más o menos claro que
pintura académica finisecular. (Acaso sea Jo que Vincent Pinel querí:a decir lo que efectúa «Lumiere-pintor» no es una transposición, una traducción de
en -su monografía cuando, aparentemente a contrapelo de Godard, afirmaba modelos pictóricos a otro registro. Para confirmarlo basta una comparación
que, al no ser en absoluto hombre de espectáculo, Lumiere elegía sus temas con la fotografía, incluso la simple evocación de ésta. Aparte usos específi­
fuera de las referencias pictóricas.) cos, pero limitados (siempre como documento -policíaco por ejemplo-),
En cualquier caso -y el reciente redescubrinúento ele los pompiers pernú­ la fotografía en el siglo XIX persigue su legitimación en un desvergonzado
te verificarlo-, conociese o no su existencia y su producción, Lumiere no toma. plagio ele los temas del arte pictórico, incluso, decididamente, de los medios
ele sus asuntos, de sus temas, o de sus principios de composición, sino aquellos de este arte. En su estudio, modelado según el del pintor, el fotógrafo no ha
que, por antiguos, sólo son atribuibles a la herencia y no a alguien determinado. cesado de establecer connivencias, en caso necesario contra natura fvóase la
Por otra parte, son cl,mis algunas ele las razones de este alejamiento y las re­ obra de un Rejlander).
encontraremos, ampliadas al cine en general, en los capítulos siguientes. Apoteosis de este «complejo del bastardo», los pictorialistas franceses
· Hay, por ejemplo, toda una parcela ele la pintura académica que -me­ -Los Demachy; los Puyo- se rompen la crisma imitando a la Escuela de Bar­
dieval, arcaizante u orientalista, pone dramáticamente en escena episodios bizon o a Corot y, más gravemente, produciendo por medio de diversos arte­
ficcionales -la e.xcomunión ele Roberto el Piadoso o el almuédano llaman­ factos -que sólo tienen en común el ser otras tantas violencias impuestas al
do a la oración-; las leyes ele esta escenificación son sencillas y estereoti­ acto fotográfico- un . aspecto de equivalencia con el toque pictórico (aspec­
padas pero eficaces, y tales cuadros se derivan ele manera extremada, casi ex­ to totalmente superficial, que en nada afecta a lo esencial salvo a la posibili­
cesiva, ele unn definición de la pintura como momento sintético que el cine, dad de firm · 1
Justamente, l esp aza. Nada de esto hay, evidentemente, en el cineasta Lumiere: ni en la elec­
Incluso cuando :-fuera ele la ficción- se interesa por lo típico o exóti­ ción de los temas (nada de mujeres desnudas, escenas alegóricas ni p¡¡i­
co; por los juegos infantiles o por los indígenas de las colonias francesas, Lu­ sajes) ni, aún menos, en la apariencia ele la imagen. La evidencia goclar­
núe.re sólo coincide con la pintura pompier en un plano ideológico general, diana se nos escapa, se la tome por donde se lome: ni influencias, !li
º - ---� _filiaciones, ni connaturaliclad,-¡;Dónde se alqerga, pues, esta< omempora·-- ----­
el ele los lugares comunes sobre las razas, los pueblos y los oficios. Lo_que'"'l"''--
-
separa de la pintura no es ya, esta vez, la ficción ni la sfntesis temporal, sino neidad» entre Lumiere y los impresionistas¿ Y con Pro11s1? Evidentemen-
el .recurso sistemático de esta última a lo arquetípico y «esencial» allí donde te, en otra parte.
el cine(malógrnfo) trata ele lo accidental, ele lo tal cual.
En conjunto, las semejanzas más patentes entre los temas de las «vis­
tas» de Lnmicre y otras imágenes se dan alrededor de asuntos banales, poco Puesto que a nada se llega partiendo ele la pintura, hay, pues, que partir
18 EL OJO INTERMINABLE LUMI.ERE, «EL ÚLTIMO PINTOR IMPRE:llONISTA» 19

ele nuevo desde. el cine. Ya be dicho de paso por qué consideraba yo a Lu-. LOS El;'ECTOS DE REALIDAD: CANTIDAD, CALIDAD
rniere como inventor del cine, o, por decirlo así, como «el más inventor» del
cine: porque es quien más se acerca a la conjunción ideal de los tres mo­
mentos capitales de esta invención: imaginár una técnica, concebir el dispo­
sitivo en el que ésta sea eficaz, y percibir la finalidad por la que se ejerce esta
eficacia.
¿Cómo se traduce esto en sus películas? Sin duda alguna de muchas ma­
neras. $ubrayaré solamente los dos rasgos que mejor ¡:esponden a mi pre­
gunta --::la pregunta ele la pintura. Pero, antes, una observación:· todo lo
que puede. decirse de la vista Lumiere, o del dispositiyo Lumiere, debe ha­
cerse recordando la ligera indecisión que marca la invención del cine y su in-
tención.
El misrnó Lumiere, poco. familiarizado, como se ha dicho, con el mundo.
del espectáculo, sólo podía-entrever un ·rasgo de su invención -sin porve­
nir-: l.a producción de un movimiento aparente.· Hombre de estiidio ante
todo, parece haber lamentado siempre que esta imagen-movimiento no tu­
viese que ver más con la ciencia. En la vista Lumiere habría, en suma, una
confianza algo instintiva depositada en cierta virtud del mat�rial y de la téc­
nica y, por consiguiente, una especie de invención práctica, «sobre la mar­
cha», de formas de representación adecuadas a lo que constituye la inven­
ción y a lo que ésta sugiere. (Conclusión muy sencilla, pero importante:
Lumiere, o sus lugartenientes, no han descifrado p·artitura cultural alguna;
literalmente, han improvisado. Y conocido es también el peso de los este­
reotipos en la improvisación .)
Primer punto, pues, que las reacciones de los primeros espectadores de
Lu1niere nos indicarán. Leyendo estas reacciones en las reseñas de pren­
sa, lo que deja estupefactos a los espectadores y a los críticos es aún y
siempre, a lo largo de las proyecciones, una sola cosa: la profusión de los
efectos de realidad. Se sigue hablando de la famosa reacción de los espec­ Fotogramas de Lumiere: Le Bassi11 des Tuileries, Défílé de dragons, Dé111olilio11 d'1111 mur,
tadores de L 'Arrivée d'un train. en gare de la Ciotat, de su espanto, de su Arrivée d'w1 trai11 a Villefranche-sur-SníJne (1896-1897).
alocada huida. Como leyenda, esta historia es perfecta (sorprendente y
aj"1fl1J-!lfar), J-!lSro sólo es una leyenda de ht que no se e1tcue11tta Ic1stro atgu- Extractos de reseñas de las primeras proyecciones Lumiere:
no real. Lo que se encuentra en cambio, y en abundancia durante el año
1896, son observaciones asombradas, incrédulas, extáticas y alucinadas, «Más de cien perso11ajes o grupos animados pasan en 50 segundos por estn ¡merla proyecta­
sobre otros efectos, menos masivos, menos propicios a la leyenda, efectos da en In pa,ualla.»
evanescentes pero tercos, siempre ahí. · «Se distinguen todos los detalles: las olas del mar que víene11 a r,:!!!!JJer en las play_as, el e�.
Sin p,elendei-suslitwt tITia leyencla por otra-;lo que aquí se propone es un 111eciniie 1110 <fe las hojas bajo la acción del vie11ro, etc.»
«Detalle cierta111e11te maravilloso, incluso en las volutas de humo del cigarrillo, los volúmenes
desplazamieillo importante del acento: la historia del espanto ante la loco­
habla11 de la pe1fccció11. del aparato.»
motora hace ele los espectadores unos seres algo toscos, sensibles a _un efec­ «Unos herreros que parecían de ·carne y hueso se dedicaro11 seg11idame11te a su oficio: Se veía
to de realidad global y muy primitivo. Ahora bien, eran efectos de realidad el hierro enrojecer a/fuego, alargarse a medida que lo golµeaba11, produci1; ciimulo lo su­
los que los-impresionaban, pero algo más sutilmente. mergían en el ag11a,,1.111a nube de vapor <¡lle se elevaba lenta111e1Lte en el aire y que una ráfaga
alejaba de repenle. »
2,0 EL OJO INTERMLNAllLE LUMIERE, «EL ÚLTIMO PINTOR IMl'RESIONISTA» 21

Insisto en la verdadera fuerza alucinatoria de estos efectos : alguien ve, el poder «computar» imaginariamente lo real? redu�irlo a Jo inclefoudamen­
por ejemplo, «enrojecer» al fuego las barras de hierro (en los Maréchaux-Je­ te acumulable, a un puro ensamblaje ele piezas y trozos.
rrants); otro ve las escenas reproducidas «con los colores de la vida». De to­ Lo que sed.uce en las 1dstas ele Lumiere sería, pues, también, su minucio­
das las reseñas que he leído, ni una sola queja, en cambio, de no haber visto sidad, de una rara perfección puesto que la canliclad de detalles -y sobre
sino una imagen gris. Son, mauifiestamente, estos efectos los que se llevan todo su tan obs ervada autonomía- se hacen en ellas casi infinitas. Con­
Ja parte del león. fluencia inesperada pero efectiva: por esta plétora, por este desbordamiento
¿Qué quiere decir esto? Dos cosas. Los efectos de realidad -a veces se de realidad, la vista de Lumiere escapa e le entrada a una parte ele su herencia
olvida decirlo- son también efectos cuantitativos y éste es , evidentemente, -el juguete, el zoótropo o el fantascopio, el juguete baudeleriano-, y pasa
el ca s o en la vista Lumiere. Lo que encanta al espectador es también que se en bloque al terreno del arte, aunque todavía fuese un arte menor.
le muestre L!n númerQ tan grande de figurantes a la vez y, sobre todo, de Segundo aspecto de los efectos de realidad y más importame aún como
manera no repetitiva. Se ve a los «personajes» de la La Sortie d'usine Lu­ vamos a ver: su calidad. Recordemos la sorprendente reacción de un espec­
miere, a Lyon o a Los de la Place des Cordeliers como independientes los tador de Gouter de bébé, Georges Mélies. Desdeñando comentar lo que aún
unos de los ou·os; los embelesa descubrir en In décima visi ón un gesto o _una hoy constituye el encanto del filme ..:_las muecas ele la pequeña, su juego per­
mímica que habían pasado desapercibidos hasta entonces: a cada instante su­ verso con la cámara, la actitud apurada y amanerada ele los padres-, Mé. lies
ceden allí cosas, y tantas eomo se quiera, o cas i. sólo destaca una cosa: al fondo ele la imagen hay árboles y, ¡oh maravilla!, el
Muy ilusu·aliva, en cambio, es una película como el Débarquement des viento agita las hojas de esos árboles . .
photographes del Congreso ele Neuville-sur-Saone: muy individualizados , Otro aspecto serán los humos -los tan comentados humos de las Brú­
puesto que avanzan de uno en uno ante la cámara, terminan por parecer to­ let1Ses d'herbe-, vahos, vapores, reflejos, chapoteo de olas, emocionantes
dos iguales. Se ve a todos hacer Los mismos gestos afectado: ¡en un minuto hasta el grado de que casi ocultarán todo lo demás y -en todo caso muy
nos instalamos en La repetición y nos aburrimos ! pronto- el movimiento mismo. Como si en las vistas de Lumiere el aire, el
Es te efecto cuantitativo se ha hecho difícil de apreciar: estamos ya satu­ agua o la luz se hiciesen palpables, infinitamenl'e presentes.
rados y hastiados. Fue sin embargo capital, incluso en la competencia entre Y no es casualidad que, en 1989, este aspecto se nos·escape menos que el
Lumi ere y Eclison, y varios críticos oponen expresamente la profu sión ince­ otro. Para nosotros, ciertamente, es obvio, pero sigue estando presente y figura
santemente renovada y la generosid,)d visual de las películas de Lumiere, a como parle importante en ese efecto mágico tan bien descrito por Langlois, Go­
la tacañería del kinetoscopio, donde un pobre grupo de figuras se repite in­ dard y G.mel. Y es que, aún hoy, este tipo de efecto responde a cic1ta definición
terminablemente. del rute de lo visual y hemos olvidado que, durante al menos un siglo, la pintu­
¿Hay, en pintura, un equivalente pensable de este tipo ele efectos de rea­ ra, y después la fotografía, se han obstinado en producir csle tipo de efecto. Hay
lidad? Quiero decir un equivalente es pectatorial que procure el mismo júbi­ aquí una historia, la de la pintura de las nubes, de las lluvias, ele las tormentas y
lo y la misma gratitud. No estoy seguro de que·realmente la dimensión de los del arco iris, La de las hojas temblando al viento y la del mar centelleante al sol;
cuadros desempeñase aquí un papel: ante las graneles tn1moyas pictóricas del una historia de la que, entre otras, había hecho su gran tema el siglo XIX.
siglo XIX, queda uno más bien sobrecogido que encantado y más angustiado Sería, por supuesto, exagerado hacer de ella la cuestión única ele est<; siglo.
qt1e satis fecho. El valor pictórico cuantificable por excelencia -y acaso el Pintores tan · )
, a prec1s1 n, a mmucio- din, entre muchos otros, se dedicaron a plasmar el temblor de la luz en las
sidad. hojas, la atmósfera de Jos crepúsculos vespertinos o el brillo tranquilo de los
· Valor burgués, por supuesto, la minuciosidad es igualmente cultivada ·objetos de lo cotidiano. Lo propio del siglo que va a inventar el cine es el ha-
por los románticos y los pompiers, por el pintor de batallas y por el más ber sistematizado estos efectos, y sobre todo el haberlos cultivado por sí mis-
-----
frívolo de los pintores mundanos ; es propia tanto de James Tiss..: o.:.. m;.:o:....::cl:::..e____-:--___�mos, eLJrnber erigido-la lui-y el aire en objetos pictóricos. �
o:.::
t ..:c..:
-Gros o Meis sonier. En es ta búsqueda se destacan tres rasgos como otras tantas preg�ntas a la
¿Qué es lo que provoca la admiración del siglo x1x ha�ia esos cuadros a pintura:
los que no falta ni un botón de polaina? ¿Qué es lo que permjte trans ferir a
ese valor el des lumbramiento técnico que siempre ha perseguido la pintura - lo impalpable: la Luz no se toca, es la «materia» visual por excelen-
· («Mirad mi virtuosismo»: leitmótiv del pintor �ccidental)? Innegablem�nte, cia, pura. Más aún, hablando con propiedad la luz atmosférica ni siquiera -0�11F1c1�

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EL OJO INTERMINAULE LUMlllRE, «EL ÚLTIMO PINTOR IMPRESIONISTA» 29

sas clases de la «profundidad de campo»-, los efectos de tex,tura, la ilimita­ tantánea al alcance de los aficionados. Pero él supera y desplaza de entrada
ción del espacio y, de modo más general,-la reproducción eficaz de todos los en este terreno a la pintura y a la instantánea fotográfica.
elementos invariables de la percepción (analogía de la vista y de la visión Llego, pues, al punto en el que se hace evidente -espero- la necesidad
qu� está en el corazón de los testimonios contemporáneos, y en la raíz de las de acentuar de modo diverso los términos del aforismo godardiano. El im­
alucinaciones de todo tipo que se han mencionado). presionismo sigue siendo, Dios lo sabe, una referencia importante. Su «difu­
. Hablaba yo hace poco de estética y podrá pensarse que el vocablo es algo minado» perpen10 y generalizado exacerba en cierta dirección los efectos de
exagerado. De t9dos modos habría que eliminar de entrada las tres cuartas realidad (los efectos atmosféricos, y atmosferismo hubiese convenido más
partes del catálogo, las vistas éómicas, los malabaristas, los ballets, La Vie er que impresionismo puesto que, hablando con propiedad, es en el llamado
la Passion de Jésus-Christ �JL XJJI tableaux, todo lo que ya no es vista sino expresionismo en el que emergerá realmente la impresión). Su encuadre jue­
filme, y que no es, ciertamente, lo mejor de Lumiere. Si puede intentarse de­ ga con la movilidad (aunque esta movilidad sea algo artificial, algo concer­
finir una estética (una estética de Jacto, no un proyecto de artista), ello sólo tada, sobre todo en Monet).
sería quizá posible a partir de unas decenas de vistas. Y como por casualidad, Pero en un hipotético «origen de las especies» artísticas yo diría que Lu­
son las que siguen mostrándose en las antologías. miere desciende del impresionismo más o menos como el hombre desciende
Pero sobre éstas no hay que dudm·: la naciente vista Lumiere -y ésta es su del mono. Es decir -¿hay que explicarlo?- de ningún modo, aunque el pa­
importancia histórica- ys \lll momento importante de esta infiltración de la rentesco tenga en él efectos visibles. Y eso debería bastar también para decir
visión en la representación, que constituye la mitad de la historia del arle. Es­ en qué es el último: aunque él mismo no sea un pintor impresionista, ya no
tética de la toma de vistas, que afirma la representación como operación so­ los habrá después de él; no puede haberlos ya, puesto que en la vista Lumie­
bre lo real (hay que pesar los dos términos: existe en efecto un operador y es re la «impresión» se objetiva como fundamentada en la naturaleza, realizan­
sobre la propia realidad sobre la que opera). Como se ha repetido basta la sa­ do y anulando las más locas esperanzas pictóricas. (Dejo decidir finalmente
ciedad desde Bazin, es una de las dos estéticas pensables del cine. a cada uno si Lumiere era grande. Para mí no hay duda.)
Pero su posteridad no está libre de paradojas ni ele imprevistos: ¿no lle­ · Insistamos por última vez: acaso el propio Lumiere no fuese, a fin de
garía la confianza en lo real visible -durante los años ele apogeo del cine cuentas, sino un «genio artesanal» (Sylvain ��oumette); como figura, y si se
mudo- hasta la exaltación de una visualidad «pura», transformable en mú­ quiere como mito, es como yo Jo he descrito aquí. Y lo es porque, en cuanto
sica (en Dulac o Gance), en cine-poesía (en Hans Richter), o en Stimmung pintor putali vo, ofrece mejor rostro que Edison, ese otro genio manufac­
(en Bela Balázs)? turero.
Este mito no es, ni mucho menos, invención mía; es incluso uno ele Los
qi.,e han perdurado singularmente, con el matiz de que -en su concepción
· Se me reprocharán muchas cosas: haber descuidado factores esenciales y en su desarrollo-, como el mito erige a Lumiere es con el carácter ele
-el público, las salas, la técnica-, haber asimilado abusivamente hechos paradigma del realismo. Ese realismo está inicialmente muy alejado del
heterogéneos, haberme deslizado sobre la evolución extremadamente rápida arte: es sobre todo al público popular al que gusta, y los espíritus selectos
del sistema Lumiere, o cosas aún peores. lo recusan ferozmente, como en la vituperación nietzscheana ele la pros­
Sólo intentabí:l captar en qué podía ser Lumiere «el último gran pintor im- ave, como en
1 n a ca e a 1ora en os la definición ele la modernidad por parle de Baudelaire (es la mitad, pero
ideas. Ante todo Lumicre encuentra, y volens ,wlens trabaja, dos problemas sólo la mitad de la modernidad). Necesitará decenios antes de imponerse
que pertenecen de pleno derecho a la reflexión pictórica, y a la pintura sin en lo que entre tanto, lejos de Lumiere, se habrá convertido en el arle del
más. Estos dos problemas -el de los efectos de realidad y el del marco- es­ cine. Pero hay más, «imponerse» es excesivo: hay siempre esteticistas del cine
tán ligados uno y otro y de modo muy particular -en ':.!._ momento en que Lu­ que siguen viviendo conmt1n hándicap su propensióñ"ñTrealismo-. --
mrere---se apro,pia de ello-, fla cuestióñn 1as general de 1.a liberación de la Se trataba, pues, con Lumiere -y en la estrategia particular ele este li­
mirada en el siglo XIX. bro- de poder afirmar de entrada, documentalmente, que la relación entre
Por otra parte, el cinematógrafo no es por sí solo el apogeo de esta libe­ pintura y cine no fluye en sentido único, que no es una descendencia ni una
ración: aparece -y la coincidencia es sin embargo enorme- dos años digestión -ni siquiera cuando a veces el cine, y ésta es otra historia, ha pre­
después del primer kodak, el aparato que se jactaba ele poner por fin la ins- tendido ser heredero de la pintura o, ·peor aún, ha ciado a veces la impresión
30 EL OJO INTERMINABLE

ele regurgitarla-; no es en ningún caso la recuperación de formas que hu­


biesen surgido totalmente armadas del cerebro de' los pintores. Es de otra re­ )
lación de la que se trata y se tratará: de estimar el lugar que el cine ocupa, al
.. lacio de la pintura y con ella, en una historia de la representación.
En una historia, pues, de lo visible.

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