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JEQUE NEFZAQUI

EL JARDÍN PERFUMADO
PARA EL DELEITE DEL CORAZÓN

Manakel
Madrid, 2008
© Prólogo y versión: Enrique González-Rubio
© Editorial Manakel, 2008
Ibáñez Marín, 11 - 28019 Madrid
Telf. y fax: 91 472 90 71
info@editorialdilema.com
www.editorialdilema.com
ISBN: 978-84-9827-084-6
Depósito legal: M————————

Diseño de portada: María Pérez-Aguilera


Maquetación: Esteban Gancedo
Traducción y corrección: Enrique González-Rubio

Reservados todos los derechos. Queda totalmente prohibida


la reproducción total o parcial de este libro por cualquier
procedimiento electrónico o mecánico, incluso fotocopia,
grabación magnética, óptica o informática, o cualquier siste-
ma de almacenamiento de información o sistema de recupe-
ración, sin permiso escrito del editor.
PRÓLOGO

EL JARDÍN PERFUMADO, del tunecino Jeque Nefzaqui, es,


dentro de la historia escrita de la sexualidad, uno de los libros
imprescindibles, un inteligente y revelador texto del compor-
tamiento humano en las relaciones amorosas.
Y no debe extrañarnos que su vigencia no haya decrecido:
los juegos de cama siempre estarán entre las prioridades de
los amantes. Y amantes van a existir siempre, hasta el final de
los tiempos. Pero, además, un relato así, entretenido y didác-
tico, sencillo y directo, es lo que los jóvenes inexpertos nece-
sitan: porque nadie nace enseñado y porque deben ser ambos,
y al tiempo, alumnos y maestros, aprendices y sabios. ¿No
siente un placer indescriptible el amante cuando ve que su
amada goza intensamente, una y otra vez, hasta que pierde la
noción de sí misma y se entrega más allá de lo que ella hubie-
ra supuesto? ¿Y no es también cierto que la amada hace lo
que sea necesario para ver cómo el rostro de su amado, gra-
cias a su boca, sus manos o sus caderas, alcanza el máximo y
placer, cierra los ojos y se pierde entre los senderos fronteri-
zos del paraíso? ¿No es cierto que, entonces, es la mujer más
orgullosa del universo?
Aquí se explican formas y modos de intentarlo, desvelan-
do el resultado o aconsejando iniciativas para adornar el pla-
cer. Porque el sexo, si no acaba en placer, es sólo sufrimien-

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to: o físico o mental… Incluso cuando la mujer se entrega
sabiendo que solo él gozará, y lo hace convencida, siempre
queda un pequeño regusto que no la hará totalmente feliz. Y,
si bien, el recuerdo de tal acto no le parecerá malo, tampoco
lo sentirá pleno.
El amor es un negocio muy simple: los amantes se entre-
gan con todo su cuerpo y alma, a la vez, sin restricciones,
intensamente. Si uno de los dos no lo hace, el acto acabará
frustrándose. Y aunque esa frustración no sea grande o peli-
grosa, dejará en ambos una pequeña herida que solo se resta-
ñará intentándolo de nuevo, pero esta vez sin reservas, sin
trampas.
Dicen que en la guerra del amor todo está permitido… Si
esto es así, Nefzaqui nos guiará para hacer que esa guerra
termine a favor nuestro. Porque la generosidad y el perdón
son el mejor temblor, el mayor estremecimiento para la
penumbra y la desnudez.

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INTRODUCCIÓN

"Oh, ese olor que flota en tu nuca,


en tu garganta y en tus brazos;
que revolotea en torno de tu espalda
y en tu vientre adorado;
ese olor que alimenta sin cesar,
como dos frascos inagotables,
la turgencia de tus pechos, porque…
¡Yo ya estoy impregnado del olor de tu cuerpo!"

¡Alabanzas sean dadas a Alá, ya que ha situado el mayor


placer del hombre en las partes naturales de la mujer, y que
ha destinado las partes naturales del hombre para el mayor
disfrute de la mujer!
Ha dispuesto que las partes de la mujer encuentren placer
y satisfacción al ser penetradas por el órgano viril; y del
mismo modo, ha dispuesto que las partes del hombre encuen-
tren su reposo y su paz cuando entran en el sexo de la mujer.
Por lo tanto se necesitan mutuamente.
Luego entran en el combate amoroso, donde enlazan,
besan y acarician. Después llega el goce, la posesión, el con-
tacto sexual.

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Con orgullo y poder, el hombre embiste con energía, y la
mujer colabora con movimientos voluptuosos, hasta que
finalmente se produce la eyaculación.
Porque son los besos en la boca, mejillas, garganta y senos,
y el sorber los labios, que gracias a Alá producen placer, los
que provocan la erección, que siempre llega en el momento
favorable.
Él es quien, en Su Sabiduría, embelleció con senos el cuer-
po de la mujer, le dió un hermoso cuello y bellas mejillas.
También le ha dado ojos que inspiran amor y largas y
onduladas pestañas.
Ha realzado la belleza de su vientre suavemente redonde-
ado y le ha dado un delicioso ombligo; le ha dotado de cade-
ras y trasero noblemente modelado y ha apoyado el conjun-
to sobre muslos majestuosos. Entre ellos ha situado entre el
campo de batalla, que al semejarse a la cabeza de un león, el
hombre desea clavar en él su lanza. Su nombre es “keuss”.
¡Oh, cuántos hombres y héroes han muerto ante sus puer-
tas!
Alá ha dotado a la mujer de una boca, una lengua, dos
labios y una figura como la pisada de una gacela en las arenas
del desierto.
Todo esto es soportado por dos columnas maravillosas,
que testifican el poder y la sabiduría de Alá; están perfec-
tamente proporcionadas, y se hallan adornadas con la gra-
cia de las rodillas, pantorrillas y tobillos en los cuales des-
tellan las ajorcas.
El Todopoderoso ha sumergido a la mujer en un inabar-
cable océano de esplendor, de sensualidad y de múltiples
delicias, y la ha cubierto con preciosas vestimentas, con
una cintura tentadora y una sonrisa deslumbrante.

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Alabanzas sean dadas a Alá, ya que ha creado a la mujer y
su belleza con un cuerpo que provoca.
Le ha concedido su cabellera, su hermosa firgura, unos
senos que se inflaman ante las caricias y los juegos amorosos
que despiertan el deseo.
El Señor del Universo les ha dado su poder de seducción;
todos los hombres, débiles o fuertes, sin hacer distinciones,
caen bajo el hechizo del amor de una mujer.
La vida en pareja depende de las mujeres: son ellas quie-
nes determinan la unión o la separación.
El estado de humildad en el cual los corazones de aquellos
que aman están separados del objeto de su amor, hace que
sus pechos ardan con el fuego del amor; sufren toda clase de
vicisitudes, y todo esto como resultado de su ardiente deseo
de comunión.
Yo, como servidor de Alá, le agradezco que ningún hom-
bre pueda resistirse a los encantos de una mujer hermosa,
que ningún hombre pueda liberarse del deseo de poseerla.
¡Yo testifico que no hay otro como Alá, y que Él no tiene
igual!
Y también doy testimonio de nuestro señor y maestro, Maho-
ma, el servidor de Alá y Señor de los Profetas (¡Que la bendi-
ción y gracias de Alá se derramen sobre los suyos!).
Y reservo mis plegarias y bendiciones para el día de la
retribución.
¡Alá permita que sean escuchadas!

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EL ORIGEN DE ESTA OBRA

He basado esta obra en un pequeño libro titulado La


Antorcha del Universo,, el cual trata sobre todos aquellos mis-
terios de la concepción.
Esta obra fue conocida por el Visir de nuestro señor Abd-
el-Aziz, amo de Túnez, la bien guardada.
El ilustre Visir era su poeta, compañero, amigo y secreta-
rio privado. Era juicioso, leal, sagaz y sabio, el más ilustrado
de los hombres de su tiempo y aquel a quien se consultaba
con mayor frecuencia. Su nombre era Mohamed ben Uana
el-Zonaui, y pertenecía a la tribu de los zonauas. Se había
educado en Argel, y allí fue donde conoció a nuestro señor
Abd-el-Aziz el Hafsi.
El día de la conquista española de Argel (1510), nuestro
señor huyó con él a Túnez (¡Que Alá el Todopoderoso lo
preserve hasta el día de la Resurreción!) y ahí lo escogió para
el puesto de Gran Visir.
Cuando la obra antes citada cayó en sus manos, me remi-
tió una invitación urgente para que fuese a verle. Inmediata-
mente acudí a su residencia, donde me recibió con la mayor
bondad.
Tres días después, vino y me mostró mi libro y dijo: “¡Ésta
es tu obra!”. Al ver que me sonrojaba, añadió: “No tienes
que avergonzarte, ya que todo lo que has escrito es verdade-
ro. Nada hay en ella que pueda asustar a nadie. Además, no
eres el primero en tratar estos asuntos, y juro por Alá que el
conocimiento que este libro guarda debe ser conocido por

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todos. Sólo el ignorante y pusilánime lo evitará, pero hay
otras cosas que debieras decir”.
Le pregunté cuáles eran: “¡Oh, amo! –repliqué–. Todo lo
que pides será de fácil ejecución con la ayuda de Alá”.
Y de inmediato comencé a trabajar para compilar este tra-
tado, implorando la ayuda de Alá (¡que Él derrame sus ben-
diciones sobre su profeta y nos conceda gracia y misericor-
dia!).
Titulé mi obra EL JARDÍN PERFUMADO PARA EL DELEITE DEL
CORAZÓN.
Y pedí a Alá, que todo lo ha dispuesto para nuestro bien
(¡y hay un sólo Alá y todo lo bueno procede de Él!) que me
brindase su apoyo y me guiase por la senda correcta.
¡Nuestra fuerza y felicidad descansan en Alá, el Altísimo y
Todopoderoso!
He dividido esta obra en veinte capítulos, con la finalidad
de facilitar su lectura y aprendizaje por parte de los taleb
(estudiantes) que quieran aprender y estén en la búsqueda
del saber. Cada capítulo se relaciona con un tema en particu-
lar, ya sea físico o anecdótico; o mencionando los trucos de
que se valen las mujeres para el arte de la seducción.

"¡Ahora, que ya de mi corazón eres la dueña,


ya no me miras… y coqueta y provocativa,
arreglas los negros rizos de tus cabellos!"

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SOBRE LOS HOMBRES


DIGNOS DE ALABANZA

"¡Oh, esa ambrosía que bebo de ti,


esas caricias que recorren tu vientre,
esos besos que mi boca resecan...
Dame los diamantes de tus lágrimas,
las perlas de tu sonrisa
y los rubíes de tus labios, porque…
yo ya estoy impregnado de la sed de tu cuerpo!"

Has de saber, oh, Visir (que la bendición de Alá se derra-


me sobre tu persona), que hay diversas clases de hombres y
mujeres. Hay quienes son dignos de alabanza, mientras que
otros merecen sólo reprobación.
Cuando un hombre digno está en la compañía de una mujer,
su dekeur (pene) crece, cobra fuerza, vigor y dureza. No tiene
prisa en eyacular, y tras el espasmo creado por la emisión de
semen, está listo para una nueva erección.

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Un hombre así es del agrado y aprecio de las mujeres, pues-
to que ellas sólo aman al hombre por su sexo. Por tanto, su
pene debe estar bien desarrollado; tener el torso ancho y las
caderas fuertes; lento en la eyaculación y rápido en la erección,
y su pene debe alcanzar el fondo de la keuss (vagina) y llenar-
la completamente.
Tal hombre será amado por las mujeres, pues como dijo el
poeta:

Yo he visto mujeres que buscaban


en los jóvenes lo que es ornato del hombre
en la edad madura:
belleza, buen humor, reflexión y fuerza;
un miembro largo, y un torso que, aunque ancho,
pueda flotar sobre las ondas de sus senos.

Su culminación debe venir lentamente, para que el placer


seas más duradero; rápidamente, su miembro debe estar dis-
puesto a una nueva unión, puesto que a las mujeres les place
seducir a tales hombres, a los que siempre estimarán.

CUALIDADES QUE LAS MUJERES


BUSCAN EN LOS HOMBRES

Se cuenta que, cierto día, Abdel Melik ben Merouane


buscó a Leila, su concubina para preguntarle distintas cosas.
Entre otras, le preguntó sobre las cualidades que una mujer
busca en un hombre.

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Ella respondió:
—Oh, mi Señor, debe tener mejillas como las vuestras.
—¿Y qué más? –le dijo ben Merouane.
—Cabello como el vuestro. Debe parecerse a ti, puesto
que, si no es rico y poderoso, no tendrá éxito con las muje-
res.

SOBRE LA LONGITUD
DEL MIEMBRO VIRIL

Para que un dekeur agrade a las mujeres debe tener una


longitud de más de doce dedos, o sea tres anchuras de mano,
y al menos seis de anchura, o sea mano y media, pero hay
hombres con un miembro de diez dedos, otros de ocho; un
miembro con menos de seis dedos nunca complacerá a una
mujer.

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SOBRE LA UTILIDAD DE LOS
PERFUMES EN EL COITO

— La historia de Mocaiulama —

Los perfumes tienen el poder de excitar los deseos sexua-


les tanto en hombres como mujeres. Cuando una mujer inha-
la la fragancia de un hombre perfumado pierde el control, y
con frecuencia este medio es poderoso para atraer a una
mujer.
En relación a esto, se cuenta que Mocailama, el impostor
hijo de Kaiss, afirmaba tener el don de la profecía, y que imi-
taba al profeta de Alá. Por esta causa un gran número de ára-
bes incurrieron en la cólera del Todopoderoso.
Mocailama falsificó el Corán con mentiras, y respecto al
capítulo que el angel Gabriel inspiró al Profeta, este falso
Mocailama pretendió haber sido también inspirado en la
misma forma.
Había una mujer de los Beni-Tenim, cuyo nombre era
Shedja el Temimia, quien pretendía ser profetisa. Ella y
Mocailama habían oído hablar uno del otro.
Esta mujer era poderosa, pues su tribu es numerosa. Ella
dijo: “No puede haber dos profetas; o el profeta es él, y
entonces lo seguiremos mis discípulos y yo, o la profetisa soy
yo, y él y sus discípulos deben seguirme”.
Esto ocurrió tras la muerte del Profeta.
Shedja escribió entonces a Mocailama la siguiente carta:

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“No es posible que dos personas profeticen simultánea-
mente. Nos encontraremos para examinar nuestras doctrinas.
Discutiremos nuestras doctrinas, lo que Alá nos ha revelado,
y ambos seguiremos las leyes de aquél que sea juzgado como
verdadero profeta”.
Envió su carta por medio de Yamama y le siguió con su
ejército.
Al día siguiente, la profetisa, acompañada de su ejército, fue
siguiendo a su mensajero, el cual entregó la carta a Mocailama.
Mocailama, después de leerla, reunió a sus asesores, pero
no supieron cómo aconsejarlo, hasta que uno de ellos le dijo:
—Oh Mocailama, tranquiliza tu mente. Mañana por la
mañana planta una tienda de brocado de colores en las afue-
ras de la ciudad, y amuéblala ricamente. Luego perfúmala
deliciosamente con ámbar, almizcle y flores fragantes. Una vez
hecho esto, pon en la tienda pebeteros de oro con perfumes
como áloe verde, ámbar gris y otros aromas agradables. Luego
cierra la tienda para que no escapen los aromas, y después
envía por la profetisa, quien permanecerá a solas contigo.
Cuando inhale los perfumes se sentirá deleitada y seducida.
Después la poseerás, y ya no tendrás problemas con ella.
—Tu consejo es bueno –exclamó Mocailama.
Luego comenzó a realizar el plan. Cuando los aromas
impregnaron la tienda, subió a su trono y envió por la pro-
fetisa. Cuando la vio acercarse, ordenó que la introdujeran
a la tienda. Mientras estuvieron solos, le habló, y ella empe-
zó a perder el control. Al ver esto, él le dijo:
—Incorpórate para que pueda poseerte. Si lo deseas, pue-
des yacer sobre tu espalda, o ponerte con la cabeza en el suelo
y las nalgas al aire, como un trípode. Cualquiera que sea la pos-
tura que prefieras, yo te satisfaré.

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—Quiero hacerlo de todas las maneras –replicó la profetisa.
Él cayó de inmediato sobre ella y la poseyó como deseaba,
tras lo cual ella dijo:
—Cuando salga de aquí, haz que mi tribu pida que me
despose contigo.
Luego abandonó la tienda y fue hacia sus discípulos, quie-
nes la interrogaron sobre el resultado de la reunión. Ella dijo:
—Mocailama me mostró la verdad. ¡Obedecedle!
Mocailama la pidió en matrimonio y la petición fue con-
cedida. Cuando los discípulos le preguntaron sobre la dote
de su futura esposa, respondió:
—Os dispenso de la plegaria de la tarde.
Por eso ahora, cuando se pregunta a los Beni-Temim por
qué no rezan su plegaria, ellos contestan:
—Por nuestra profetisa.
Pues ellos la reconocieron a ella como profetisa. La muer-
te de Mocailama fue anunciada por Abu Beker. Shadja se
arrepintió y se convirtió al islamismo, y se casó con un segui-
dor del profeta.
Y así finaliza la historia.

Para tener éxito con las mujeres, un hombre


debe concederles especial atención.
Su vestido debe estar limpio, tener buena figura
y aspecto diferente a sus discípulos. Debe ser
veraz y sincero, generoso y valiente. Evitar la
vanidad y ser agradable.
Debe cumplir sus promesas.
El hombre que fanfarronea sobre sus logros con
las mujeres, es digno de compasión. De él trata-
remos en el capítulo siguiente.

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Dice una historia que vivía un Califa llamado Abdallah
ben Mamoun, hijo de Harún al Rashid, el cual tenía un
bufón muy ingenioso, llamado Bahlul. Este bufón tenía dos
esposas.
Un día le preguntó el Califa:
—Bahlul, ¿cómo te va con tu nueva esposa y con la pri-
mera?
—No soy dichoso –dijo–, ni con la nueva ni con la pri-
mera.
—¿Podrías describir en versos tu situación?
Bahlul empezó a recitar:

Como era un necio, tomé dos mujeres.


Y me dije: ¿De qué te quejas, marido doble?
Entre las dos descansarás como un cordero
sobre los senos de las dos corderitas blancas
bienamadas. Mas ¡ay! Que como un carnero
entre dos chacales hembra, yo, pobre hombre,
me arrastro noche a noche y día a día.
Y durante el día llevo su yugo, y por la noche
cuando le sonrío a una, la otra llora,
y como no puedo huir de esas dos furias,
estaba y estoy en la desdicha.
Si quieres vivir feliz, con el corazón alegre,
no te cases, pero si no te gusta la soltería,
conténtate con una sola esposa,
pues una basta para agotar a dos ejércitos.

Al oir el Califa estas palabras y para consolarlo le regaló


una túnica de seda, bordada con hilos de oro. Bahlul se la
puso y se dirigió a su casa, pero antes de llegar pasó por

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delante del palacio del gran Visir, cuya esposa, Hamdonna,
hija del Califa, estaba asomada a una ventana de sus apo-
sentos.
La joven le dice a su negrita:
—¡Por Alá, el Dios de las tempestades de la Meca, que
aquí viene Bahlul con una túnica bordada en oro!
—¿Qué podría hacer para conseguirla?
—¡Oh!, ama mía –respondió la negrita–, jamás lograreis
esa prenda.
Pero Hamdonna dijo:
—Ya he imaginado una estrategia para conseguir que me
la dé.
—Ama mía, Bahlul es muy astuto. La gente cree que puede
burlarse de él, pero es él quien se burla de los demás. Aban-
dona ese deseo, y no vayas a salir burlada de tus burlas.
—¡Es preciso que lo intente! –exclamó Hamdonna.
Y envió a la negrita a Bahlul, invitándole a visitarla. Él
aceptó de inmediato. Después de haber hecho servir un refri-
gerio, la esposa del Gran Visir le dijo:
—No sé cómo he tenido este antojo, pero deseo que te
quites esta túnica y me la regales.
—Oh, ama mía– respondió Bahlul–, he hecho juramento
de regalarla a aquella que haga conmigo lo que una mujer
hace con un hombre.
—¿Cómo? –gritó ella– ¿Sabes lo que dices, Bahlul?
—¿Que si lo sé? Yo instruyo a los demás en las delicias
que se pueden proporcionar a una mujer. Yo les enseño a aca-
riciarlas, satisfacerlas. Ningún hombre conoce mejor que yo
el arte de las delicias del amor.
Hamdonna era considerada una belleza perfecta, de cuer-
po maravilloso y formas armoniosas. El hombre que la con-

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templaba perdía la cabeza. Por esto Bahlul, durante la entre-
vista, mantenía los ojos fijos en el suelo.
—¿Qué precio pides?
Él respondió.
—El acoplamiento.
—¿Sabes qué es esto, Bahlul?
—Sé que ningún hombre conoce mejor que yo a las muje-
res. Todos mis pensamientos han estado siempre dedicados
al amor, a la posesión de mujeres hermosas. Yo curo a las
enfermas de amor, les doy consuelo en su seno sediento de
caricias.
Hamdonna quedó sorprendida por estas palabras y el
dulce tono de voz, y contestó:
—No sabía que fueras maestro en arte del amor.
—Todavía puedo decirte algo más –añadió él–, en verso.
—De buena gana, Bahlul –accedió ella– que escucharé tu
poesía.

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En el mundo, los hombres tienen graves
preocupaciones, pero a mí las angustias
ajenas no me emocionan. ¿Qué me importan
los árabes, los persas y los turcos, a mí, que
sólo aspiro al amor y a la voluptuosidad?
Sólo cuando, sin la alegría del amor,
mi miembro ha de consolarse consigo mismo,
la cosa se torna crítica, ya que entonces
un fuego ardiente inflama mi corazón.
Y mi miembro se eleva entre mis muslos,
como ves ahora, bajo mi túnica.
Ilustre y bella ama mía, mi esperanza,
pupila de mis ojos: si una sola vez mi miembro
no consigue apagar tu ardor,
dilo, y lo haré contigo una segunda vez.
Pero si tengo la desdicha de no satisfacerte,
dilo también, sin la menor consideración.
Aunque en este caso, te pediré una sola gracia:
no me lo reproches, no me recrimines
con palabras duras que hieran como un fusrioso lanzazo,
mas despídeme con una voz dulce que exprese piedad.
Para empezar, concédeme que mis hambrientos ojos
se sacien con la belleza divina de tus senos.
Juguemos el dulce juego del amor, y jamás
te arrepentirás. Compartamos nuestro fuego
ardiente. ¿Qué has de temer?
Yo seré siempre el mismo,
tú siempre serás la misma.
Yo soy el esclavo feo y tú la dueña altiva
y bella. Un opaco velo guardará nuestro amor,

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y nadie lo verá. Y yo sabré guardar el secreto,
mis labios estarán sellados. Lo que pasa en la tierra
es voluntad de Alá. Es Él,
El Todopoderoso, quien hace que mi pecho
desborde de amor apasionado… mi pecho, sí,
el pecho inflamado del pobre Bahlul.

Mientras Hamdonna escuchaba se acercó para examinar


el miembro de Bahlul, y al ver que estaba erecto como una
columna entre sus muslos, el deseo se apoderó de ella. Y decía
para sí: ¡Quiero entregarme a este hombre! Pero pronto se
corregía y murmuraba en su interior: ¡No, no quiero! ¡No
quiero!
Pero mientras vacilaba entre estos dos impulsos internos,
el diablo hizo nacer en ella el deseo, y también la idea de que
si Bahlul se ufanaba de esta victoria amorosa, nadie daría cré-
dito a sus palabras.
Por tanto, ella le pidió que se quitara la túnica y pasara
con ella al dormitorio.
Pero él replicó:
—No me quitaré la túnica hasta que haya satisfecho mi
deseo.
Entonces Hamdonna se levantó, se desató el cinturón y
temblando por la excitación, le invitó a que la siguiera.
Bahlul fue tras ella, mientras pensaba: ¿Sueño o estoy des-
pierto?
Y entró en el dormitorio. En un diván de seda, ella se
recostó y levantando sus ropas, dejó al descubierto sus mus-
los y toda su belleza quedó en los brazos de Bahlul.

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Bahlul examinó el vientre de Hamdonna, redondo como
una cúpula elegante; luego posó sus ojos sobre su ombligo,
que era como una perla en una copa dorada; luego, más
abajo, encontró unas piezas hermosas labradas por el Supre-
mo artesano, unos muslos blancos y tersos.
Sin poder contenerse ya, la envolvió en un abrazo apa-
sionado, y sintió cómo el rubor coloreaba sus mejillas y
desfallecía. Ella, perdiendo la cabeza, sostenía el miembro
de Bahlul entre sus manos, excitándolo y encendiendio su
fuego más y más.
Bahlul le preguntó:
—¿Por qué te veo tan inquieta a mi lado?
Y ella le contestó:
—Tómame, yo soy como una yegua en celo, excítame
con tus ardientes palabras. Hazme sentir como una mujer
que se incendia, con tus palabras y tus versos.
Bahlul le preguntó:
—¿Entonces no soy como tu esposo?
—Sí –le contestó ella–, pero una mujer se enciende por
causa de los hombres, igual que una yegua goza por un caba-
llo. Si el hombre es el esposo o no ¿cuál es la diferencia? Sin
embargo, la yegua sólo goza en ciertas épocas del año, mien-
tras que una mujer puede siempre encenderse por las pala-
bras del amor. Todo esto lo siento en mí, y como mi esposo
está ausente, gózame, que él volverá pronto.
Entonces Bahlul le dijo:
—Oh, mi señora, me duele la espalda si estoy montado
sobre ti. Toma mi lugar y entonces la túnica será tuya.
Entonces la colocó sobre sí, en esa posición en que la mujer
recibe al hombre; ya que su dekeur estaba firme como una
columna.

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Hamdonna tirando de Bahlul, tomó su miembro entre sus
manos y comenzó a mirarlo. Se asombró por su tamaño, for-
taleza y consistencia, y le dijo:
—Ésta es la ruina de todas las mujeres y la causa de muchos
problemas. ¡Oh Bahlul! ¡Nunca ví un dardo más hermoso que
el tuyo! Y mientras decía esto, los labios de su vagina parecían
decir: “Oh dekeur, ven a mí”.
Entonces Bahlul metió su dekeur en la keuss de la hija del
Califa, y ella, completamente perdida le dijo:
—¡Cuán lasciva ha hecho Alá a la mujer, y cuán infatiga-
ble en sus placeres! –y luego, cual si fuera una danza, se empe-
zó a mover, hacia la derecha y a la izquierda, hacia adelante,
hacia atrás; nunca había bailado de ese modo.
La hija del califa continuó su paseo sobre el dekeur de
Bahlul hasta que llegó la culminación del disfrute, el cual
ambos saborearon con avidez.
Luego Hamdonna, tomando el miembro lo sacó lenta-
mente, diciendo:
—Éste es el dekeur de un hombre verdadero –a la vez que
lo secaba con un pañuelo sedoso y rosa.
Bahlul se levantó dispuesto a irse, pero ella le dijo:
—¿Y la túnica?
Él le contestó:
—¿Por qué, señora? ¿Usted ha gozado, y todavía quiere
un presente?
—Pero –le dijo ella–, tú me dijiste que no podías montar-
me por el dolor de tu esplada.
—En realidad importa poco, pero –dijo Bahlul–, la prime-
ra vez fue su turno, ahora el segundo será el mío, y ese será
el precio que pagará por la túnica, y entonces me iré.

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Hamdonna pensó: “Que él se coloque ahora sobre mí, y
así se irá”.
Luego se recostó, pero Bahlul le dijo:
—Yo no me acostaré contigo a menos que accedas a des-
vertirte por completo.
Entonces ella, se fue quitando su ropa hasta quedar com-
pletamente desnuda. Bahlul quedó deslumbrado al ver la
belleza y perfección de su cuerpo.
Miró sus magníficos muslos y la copa de su ombligo, la
redondez de su vientre, sus senos firmes y espléndidos cual
si fueran un par de jacintos. Su cuello de gacela, el anillo de
su boca, sus labios frescos y rojos. Sus dientes podían haber
sido tomados por un manojo de perlas, y sus mejillas, por
rosas. Sus ojos eran negros y soñadores, y sus cejas de ébano
parecían el adorno trazado por la mano de un artista. Su
frente era como una luna llena en la noche.
Bahlul la comenzó a abrazar, mordió sus labios y besó sus
senos; luego continuó hasta llegar a sus muslos. Siguió besan-
do todo su cuerpo, hasta que la sintió desfallecer y ver cómo
sus ojos se entornaban. Besó su keuss, y ella no lo rechazó.
Miró apasionadamente las partes íntimas de Hamdonna, un
espectáculo tan hermoso del cual no podía apartar la mirada.
Bahlul exclamó:
—¡Oh, la tentación de los hombres! Y la siguió mordien-
do y besando hasta que su deseo fue imposible de contener.
Se aceleranon sus ansias, y ansiendo su dekeur lo hizo des-
aparacer en el keuss de su amada.
Ahora fue él quien llevaba el movimiento, y era ella quien
le respondía apasionadamente. El clímax les llegó al mismo
tiempo, calmando sus anhelos.

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Fue Bahlul el que ahora sacó su dekeur, y lo secó. Se dis-
ponía a retirarse, cuando Hamdonna le dijo:
—¿Dónde está la túnica? ¿Te estás burlando de mí, oh
Bahlul?
Él le contestó:
—Oh mi señora, únicamente me separaré de ella con la
siguiente condición. Usted ha ejercido primero sus derechos,
luego, yo los míos; ahora es el turno de la túnica.
Y diciendo esto, colocándola sobre el diván, la tomó nue-
vamente.
Después, sacó su dekeur, le entregó la túnica y se marchó.

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Luego, Hamdonna llamó a su negrita, la cual le dijo:
—Ama mía, no creas que has ganado. Bahlul es un malva-
do, y tú no has podido engañarle. La gente piensa que puede
burlarse de él, pero Alá sabe que es él quien se burla de ellos.
¿Por qué no me crees?
—No me aburras con tontas observaciones –respondió la
hija del Califa–. Lo que ha pasado tenía que pasar. Pues a la
entrada de la gruta de cada mujer está escrito el nombre del
hombre que allí entrará, para bien o para mal, para el amor o
para el odio. Pues, ¿no dijo el Profeta que Alá controla el desti-
no de todos los seres vivos de la tierra? Si el nombre de Bahlul
no hubiera estado escrito a la entrada de mi gruta, no habría
entrado, aunque me hubiese dado como regalo todo el univer-
so con lo que encierra adentro.
Mientras estaban ambas conversando, llamaron a la
puerta.
—¿Quién es? –preguntó la negrita.
—Soy yo –contestó la voz de Bahlul.
Hamdonna se espantó, pues ignoraba las intenciones del
bufón.
La negrita le preguntó qué deseaba y él contestó:
—Quiero un poco de agua. Tengo demasiada sed para ir a
buscarla más lejos.
La negrita abrió la puerta y le dio un cántaro de agua.
Bahlul bebió y luego dejó resbalar el cántaro de entre sus
manos, de modo que se rompió en el suelo. Entonces la negri-
ta cerró de golpe la puerta y Bahlul se sentó delante de la
misma.
Poco después, cuando llegó el gran Visir, le vio y le pre-
guntó:
—¿Por qué estás aquí, Bahlul?

28
Y él respondió:
—Oh mi señor, pasaba por esta calle cuando de pronto
sentí una sed apremiante. Vino una negrita y me dio un cán-
taro de agua, pero este cayó al suelo y se rompió. Entonces
mi ama Hamdonna tomó en pago la túnica que nuestro Señor
el Califa me había dado como recompensa por mi poema.
—¡Que le devuelvan su túnica! –exclamó el Gran Visir.
Hamdonna, al oír la voz, abrió la puerta y su marido le
preguntó si era cierto que le había quitado la túnica a Bahlul
por haber roto el cántaro.
Entonces Hamdonna apretó los puños y gritó:
—¿Qué has hecho, Bahlul?

29
Y el bufón le contestó:
—Yo he hablado con tu marido el lenguaje de mi locura;
habla tú con él el lenguaje de tu prudencia.
Encantada por la delicadeza mostrada por Bahlul, la joven
le devolvió la prenda y él se marchó de allí.

"Cuando desciende la noche, mi amada


me ofrece el terciopelo negro de su cabellera
y el botón en rosa de sus senos…
y mis ansias encienden mi deseo."

30
2

SOBRE LAS MUJERES


DIGNAS DE ALABANZA

"Y te diré palabras que tanto te gustan


y que, murmuradas a tu oído,
te harán destrozar la argolla que sella tus labios
y anhelar que mis besos inunden tu boca…
esas palabras que despertarán tus ansias, porque…
¡yo ya estoy impregnado de la voz de tu cuerpo!"

Hay mujeres de diversas clases, algunas dignas de alaban-


za y otras merecedoras de reproches. Para que una mujer
resulte atractiva a los hombres ha de poseer una figura agra-
ciada y un cuerpo deseable.
Su cabello debe ser negro, su frente amplia, sus cejas negras
como las de los etíopes y sus ojos grandes y negros con el
blanco inmaculado. Sus mejillas formarán un óvalo perfecto
y tendrá una nariz elegante y una boca hermosa. Sus labios
serán de color bermellón, como también su lengua.

31
Tendrá aliento agradable y cuello largo y bien modelado,
busto y caderas amplias y senos firmes que llenen su pecho.
Su vientre debe ser bien proporcionado, su ombligo bien
marcado y hundido, y su keuss (vulva) prominente y carnosa
desde el pubis hasta las nalgas, aunque con el pasillo estre-
cho, libre de humedad, cálido y suave al tacto.
Sus muslos y nalgas deben ser firmes, su cintura delgada,
sus manos y pies elegantes, sus brazos bien formados y sus
hombros modelados.
Cuando una mujer posee todas estas cualidades y se la ve
por delante, su visión es seductora, y cuando se la ve por
detrás, irresistible. Si se la ve sentada, es una cúpula redonda;
recostada, un suave lecho; de pie, como una escultura. Al
caminar, sus partes naturales resaltan bajo sus ropas.
Pocas veces habla o ríe, y nunca sin razón. No acepta rega-
los más que de su esposo y sus parientes, y cuando se hallan
en la casa, no interfiere en sus ocupaciones.
No es traicionera ni tiene defectos que ocultar. Tampoco
irrita a nadie. Si su esposo la invita a tener intimidad con él,
se ajusta a sus deseos, e incluso a veces se anticipa.
Lo ayuda siempre en sus tareas, es parca en quejas y lágri-
mas, no ríe al ver a su esposo triste o abatido, sino que com-
parte sus problemas, y lo consuela hasta que han desapareci-
do y no descansa hasta verlo contento.
No se entrega más que a su esposo, aunque la abstinencia
la llene de ansiedad. Oculta sus partes secretas a la vista,
observa la mayor limpieza y oculta a su esposo aquello que
pudiera desagradarle. Se perfuma y limpia sus dientes con
corteza de nogal.
Una mujer así es apreciada por todos los hombres.

32
— La historia del negro Dorerame —

La historia que sigue sucedió hace tiempo, cuando un Cali-


fa poderoso gobernaba sobre un gran reino. Su nombre era
Alí ben Direme.
Una nocheque no podía dormir, llamó a su Visir, el jefe de
la Policía y el Comandante de sus Guardias. Les ordena que
vayan armados y ellos se presentan de inmediato.
Ellos le preguntaron:
—¿Qué se te ofrece, mi Señor?
Él les dijo:
—No tengo sueño, deseo hacer una ronda nocturna, y
ustedes deben estar preparados para hacerla conmigo.
Ellos obedecieron.
El Califa les dice:
—En el nombre de Alá y por la bendición del Profeta, que
siempre está con nosotros.
Ellos lo siguieron y lo acompañaron en su ronda, calle
por calle. En una calleja oyen un ruido lejano, y al acercarse,
reconocen la voz de un hombre, muy excitado, el cual se gol-
pea el pecho y exclama:
—¡No hay justicia en este mundo! ¿No habrá nadie que
informe a Nuestro Altísimo Señor de lo que ocurre en su
reino?
El Califa preguntó qué significaban esas palabras.
—Lo que puedo decirte es extraño –responde el hombre–.
Yo quiero a una mujer la cual me correspondió con su amor.
Tuvimos relaciones por largo tiempo, pero una vieja ha con-
vencido a mi amante y la ha conducido a una casa de malda-
des, una casa de vicio. Desde ese momento no duermo, no
tengo alegría y estoy en la desesperación.

33
El Califa le preguntó dónde estaba aquella casa maldita.
El hombre le contestó que la mansión pertenece a un negro
llamado Dorerame, el cual tiene varias mujeres en aquella
casa, hermosas todas como la luna, y que su amante se había
enamorado de Dorerame, dándole todo lo que deseaba: dine-
ro, joyas, vestidos, alimentos y bebidas.
Cuando el hombre terminó su narración, el Califa quedó
sorprendido, pero el Visir, le dijo al Califa que debían ir a
investigar. El Califa pidió al hombre que le mostrara la casa.
—¿Si se la muestro, qué hará usted? –preguntó el hombre.
—Ya verás –le dijo el Califa.
—Usted no puede hacer nada –le contestó el hombre–,
pues es un lugar en el que hay que tener cuidado. Si desea
entrar por la fuerza, puede morir, hay que tener fortaleza y
coraje para hacerlo.
—Muéstrame el lugar –le dijo el califa–, no tengo ningún
temor.
El hombre le respondió.
—¡Será como Alá quiera!
Y decidió acompañarlos. Caminaron por una calle amplia,
hasta que el hombre se detuvo ante una casa de puertas
inmensas, con paredes altas e inaccesibles.
Examinaron las paredes, buscando un lugar por donde
penetrar, pero sin resultado. Para su sorpresa, encuentraron
la casa completamente cerrada.
El Califa, le dijo:
—¿Cómo te llamas?
—Omar ben Isad.
El Califa le dijo:
—¿Omar, estás loco?
—Sí, pero por Alá, ayúdeme.

34
Entonces el Califa preguntó a sus asistentes:
—¿Estáis decididos a seguirme? ¿Quién de vosotros puede
escalar estas paredes?
—Es imposible –le contestaron.
Dijo el Califa:
—Yo escalaré estos muros, pero necesitaré de vuestra
ayuda.
—¿Qué hay que hacer? –le preguntan.
—Quiero saber –les dice–, quién de vosotros es el más
fuerte.
—El jefe de la Policía, Caouch.
—¿Y quién le sigue?
—El Comandante de la Guardia.
—¿Y después de él? –preguntó el Califa.
—El Gran Visir.
Omar escuchó sorprendido. Su alegría es inmensa.
El Califa le dijo:
—Ya sabes quiénes somos.
—Sí, mi Señor.
Has averiguado quiénes somos; espero que no reveles
nuestras identidades, y como fue contra tu voluntad, te
absuelvo de toda culpa.
—Oigo y obedezco –le respondió Omar.
El Califa dijo entonces a Caouch:
—Pon tus manos contra la pared para que podamos tre-
par.
Y Caouch lo hizo. Entonces el Califa, dirigiéndose a su
Comandante de la Guardia, le dijo:
—Trepa sobre Caouch.
Éste lo hizo, hasta quedar seguro sobre los hombros de
Caouch.

35
Después, el califa le ordenó al Visir que trepara, hasta que-
dar sobre los hombros del Comandante de la Guardia, y que
pusiera sus manos contra la pared.
Finalmente, le dijo a Omar que trepara hasta lo más alto.
Omar, sorprendido por esto, exclamó:
—Alá, préstame ayuda en esta empresa –y trepó hasta lle-
gar a la cúspide.
Por último, sólo quedaba el Califa.
Y dijo:
—¡En el nombre de Alá y con la bendición del Profeta!
–colocó su mano sobre la espalda de Caouch y les dijo:
—Tened paciencia; si triunfamos todos seréis recompen-
sados y a ti, Omar, te haré mi secretario privado.
Y colocando sus pies sobre Omar trepó, hasta que sus
manos se apoyaron sobre el terraplén. Luego, apoyándose en
cada uno de ellos consiguió subir ayudado por esta escala
humana.
Cuando llegó arriba, buscó cómo descender del otro
lado, y una vez más su ingenio lo salvó. Tomó su turbante
y lo desenrolló, y haciendo un nudo, consiguió bajar al
patio.
Al explorar, encontró un portal en medio de la casa ase-
gurado con una cerradura enorme. La solidez era tal que
pareció un obstáculo formidable. Al ponerse a examinar el
lugar, encontró siete cámaras o salas, todas adornadas con
estilos diferentes, con tapices y colgaduras de terciopelo
de diversos colores, desde la primera hasta la última.
Continuando su búsqueda, encontró una escalera de
mármol coloreado con la gama del arco iris. Subió por ella,
llegando hasta una cortina de brocado rojo, la cual colgaba
de la entrada. Luego se escondió detrás de ella para exami-

36
nar la sala, que estaba iluminada por la luz de muchos can-
delabros y velas que daban un tono dorado a la escena.
En medio de la sala una fuente de frutas perfumaba el
ambiente; también había ricos manjares. Diversos divanes
daban lucimiento al aposento, y se veían adornos de todo tipo.
Acercándose, pero sin dejar su escondite, el Califa vio que
alrededor de la mesa estaban doce doncellas y siete mujeres,
todas hermosas como la luna; quedó asombrado por la belle-
za y gracia que había en cada una de ellas. También vio que
había siete negros, y esto lo sorprendió. Su atención fue atra-
ída sobre todo por una mujer de belleza perfecta, con ojos
soñadores y mejillas sonrosadas. Supo que esa cintura sen-
sual, humillaría los corazones de todos aquellos que llegaran
a enamorarse de ella.
Atontado por su belleza, el Califa quedó como aturdido,
dicéndose a sí mismo: “¿Cómo haré para salir de este lugar?
Mi alma ha quedado prendada de amor”.
Oculto, vio cómo los vasos se llenaban de vino. Bebieron
y comieron, y supo que finalmente la bebida le ayudaría a
derrotarlos.
Mientras el Califa cavilaba cómo escapar, oyó cómo una
de las mujeres decía:
—Alza e ilumina con la tea, para que podamos ir a la otra
recámara, antes de retornar a nuestros lechos, ya tenemos
sueño.
Se retiraron de la sala, y él se ocultó aún más para dejar
que pasaran; entonces, aprovechando su ausencia, entró en
la sala y se escondió en una alacena.
Apenas le dio tiempo de ocultarse, cuando regresaron las
mujeres, y con la mente oscurecida por los vahos del vino, se
desnudaron y comenzaron a acariciarse entre sí.

37
Cuando finalmente, las mujeres se acostaron y apagaron
las luces, el Califa se acercó con todo cuidado para oír su
conversación. Alcanzó a escuchar que una de las mujeres
preguntó por las llaves y otra le contestó que estaban en el
sitio usual. El Califa se alegró por su buena suerte, y conti-
nuó pendiente de lo que hablaban. Escuchó lo que una de
ellas dijo:
—La esposa del Visir ha resistido todas las argucias del
negro, y lo ha rechazado durante seis meses. No sabe que
las llaves están en el bolsillo del negro. No le dice: “Dame
las llaves”, pero tampoco le dice: “Dame tu dekeur”. Ya
sabes que su nombre es Dorerame.
El Califa permaneció en silencio, pero ahora ya sabía
qué hacer. Esperó un poco a que las mujeres se durmieran,
y sacando su espada y cubriéndose con un velo de seda
rojo, abrió la cortina y salió silenciosamente; ya todos dor-
mían.
Luego, rezó en silencio pidiendo fortaleza, y acercándo-
se sigilosamente al negro, buscó las llaves hasta encontrar-
las y, con todo cuidado, se las quitó. Contó siete, que
correspondían a cada una a las puertas de la casa.
Abrió cada una de ellas hasta llegar a la calle. Ahí encon-
tró a sus compañeros nuevamente, los cuales estaban
inquietos por no saber nada de él.
Le preguntaron qué era lo que había visto.
Y él les dijo:
—Ahora no es tiempo de contestar. No abandonaremos
esta casa hasta rescatar a las mujeres.
Les ordenó que sacaran sus espadas y que lo siguieran. Ellos
lo hicieron y se pusieron en marcha hasta llegar a la sala, luego
se acomodaron tras la cortina, hasta quedar ocultos.

38
Allí, vieron a los seis negros que se regocijaban ante la
belleza de una veintena de jóvenes encantadoras, aparente-
mente iniciadas en todas las variaciones del juego del sexo.
Sólo una, sentada en un estrado, la más hermosa de
todas, no tomaba parte en este juego de caricias. Al cabo
de unos instantes, vieron cómo el negro más alto se acercó
a la joven, pero ella levantó la mano en un gesto de defen-
sa, y cuando el negro se detuvo, ella empezó a recitar un
poema, ante el asombro del Califa, el cual jamás había escu-
chado unos versos tan lascivos.

Yo prefiero un hombre joven para hacer el amor;


que sea todo coraje y que tenga una sola ambición,
que su miembro sea fuerte para desflorar a una virgen,
que sea ricamente proporcionado en todas sus dimensiones
y que tenga una cabeza ardiente como un brasero.
Enorme, como no hay otro en la creación;
fuerte y duro, con su cabeza redondeada.
Preparado siempre para la acción y que ésta no decaiga;
que nunca duerma, debido a la violencia de su amor;
que suspire para entrar en mi keuss
y que se derrame en mi vientre;
que no pida ayuda y no requiera de nadie;
que no tenga nececidad de un aliado
y que permanezca solo en sus fatigas,
que nadie pueda dudar de sus esfuerzos.
Que lleno de vigor y vida se sostenga en mi keuss;
que su trabajo allí sea constante y espléndido.
Primero por delante y luego por detrás;
que su presión sea enérgica y vigorosa;

39
que roce su cabeza en la entrada de mi keuss.
Que acaricie mi espalda, mi vientre y mis caderas;
que bese mis mejillas y luego muerda mis labios.
Que me abrace y me lleve a su lecho;
que me tenga entre sus brazos como su amada,
y que cada parte de mi cuerpo reciba su amor;
que me cubra de besos encendidos
y me encienda con su mirada.
Que abra mis muslos y bese mi keuss
y ponga su dekeur en mi mano
para que toque en mi puerta.
Sé que pronto estará dentro de mí, gozándome.
Me tomará e iluminará mis ojos.
Oh, mi hombre sobre todos los hombres,
el que me da placer.
Oh, alma de mi alma, eres como el viento arrasador.
Has jurado por Alá que me tomarás durante
setenta noches y se que desearás que te abrace
y te abrace durante todas ellas.

El Califa pensó que Alá había hecho a aquella muchacha


más voluptuosa que a todas las mujeres que él conocía. Debe
tener esposo, pensó el Califa, y fue atraída con engaños a
esta casa mediante una trampa del negro, el cual parece loca-
mente enamorado de ella.
De pronto, el negro se dirigió de nuevo a la hermosa, pro-
nunció su nombre, Beder el Bedur, y el Califa la reconoció.
El hijo del Gran Visir de su padre se había casado con una
Beder el Bedur, famosa por su belleza.
Beder el Bedur volvió a hablar, después de haber rechaza-
do de nuevo al negro:

40
Escuchad, hombres, lo que os diré
sobre la mujer, el deseo de aparejarse se
muestra en sus ojos.
No confíeis jamás en sus juramentos,
aunque sea hija de un sultán.
Grande es su perversión.
Al rey más poderoso le falta poder
para dominar la voluntad de una mujer.
¡Guardaos, hombres!
¡No os fiésis del amor de una mujer!
No digáis: ¡Ella es mi amada apasionada!
No digáis: ¡Ella es la compañera de mi vida!
Yo digo la verdad… ¿Podéis desmentirla?
Cuando ella está en tu cama, te ama;
pero el amor de la mujer no dura mucho tiempo.
¡Pobres necias! Porque en realidad,
odian al marido más que a Satanás.
¡Creedme! ¡Creedme!
En el lecho de su amo recibe al esclavo.
En verdad, la virtud de la mujer es débil e inestable;
además, se burla del hombre al que engaña.
Por esto, el hombre sensato no se fía de las mujeres.

Al concluir estas palabras, el Visir empezó a hablar, pero


el Califa le dijo que se callara.
Después de recitar la joven su poema, el negro se arrojó
sobre ella; pero el Califa y sus acompañantes, espada en
mano, atacaron por sorpresa a los siete negros, que aquella
misma noche fueron decapitados.

41
Entre las jóvenes se hallaba la esposa del Cadí, una esposa
del segundo Visir, otra del Mufti superior, una del tesorero
del reino, y también las hijas de varios personajes principales
de la corte.
Curioso, el Califa se acercó a Beder el Bedur y le pregun-
tó por qué estaban todas allí.
Y Beder el Bedur, le contestó:
—Oh, Señor de todas nosotras, el negro conocía nuestra
pasión por el coito y el buen vino. Él nos hacía el amor noche
y día, y su dekeur sólo descansaba cuando dormía.
—¿Y de dónde consiguió la plata y las joyas? –le preguntó
el Califa. Y como ella permaneció silenciosa, le dijo:
—Dímelo, por favor.
Y bajando la mirada, le dijo que todo provenía de la espo-
sa del Gran Visir.
A continuación, el Califa ordenó que los cuerpos de los
negros fueran mutilados y quemados. Después clausuró las
siete puertas de la casa y retornó a su palacio.
Omar ben isad recuperó a su esposa y el Califa, cumplien-
do su promesa, lo nombró secretario particular. Después
ordenó al Visir que repudiara a su esposa y la castigara.
Recompensó a Caouch, su jefe de Policía y al Comandan-
te de la Guardia, con diversos presentes.
Devolvió a sus familias a todas las mujeres y jóvenes, reco-
mendándoles que dieran gracias a Alá.
Esta historia es tan sólo una muestra de las tretas e intri-
gas que las mujeres emplean para engañar a sus maridos.
También contiene la lección de que el hombre que se ena-
more de una mujer corre el enorme riesgo de verse metido
en grandes dificultades.

42
"Cuando desciende la noche, el talle esbelto
de mi amada semeja una garza de Kabul…
y las ansias encienden mi pecho."

43
3

SOBRE LOS HOMBRES


QUE SON MENOSPRECIADOS

"Y después te cantaré mi pasión,


esa que habla de ti y que rima en tu talle;
ese desear que se pierde en la noche de tu cabellera
y se extingue en el eco de tu cuerpo…
ese cantar que ronda en mi boca, porque…
¡Yo ya estoy impregnado de la voz de tu cuerpo!"

Un hombre deforme, de aspecto burdo, y cuyo miembro


sea corto, delgado y flojo, será menospreciado ante los ojos
de las mujeres. Cuando tal hombre tenga relaciones con
una mujer, si no hace el acto de manera correcta y con el
vigor necesario, no logrará que ella disfrute. Si se coloca
sobre ella sin haber un juego erótico previo, sin que haya ni
besos ni caricias, si no la muerde ni paladea sus labios, no
conseguirá que ella desee ser poseída. Deberá conseguir que
ella anhele el placer antes de penetrarla.

45
Pero si apenas hace uno o dos movimientos y eyacula, ella
se sentirá insatisfecha. Por lo tanto, deberá con toda rapidez,
conseguir la erección y estar otra vez dentro de ella.
Tal hombre –como dijo hace tiempo un sabio– será des-
preciado, ya que al ser rápido en la eyaculación y lento en la
erección; quedará temblando y, con todo su peso, oprimien-
do a la mujer.
Esto hará que sea menospreciado ante los ojos de cual-
quier mujer.
Es despreciado también aquel hombre que falta a su pala-
bra; el que no cumple sus promesas; aquel que nunca habla
con la verdad y siempre le esconde a su esposa todas las cosas
que hace, excepto el ufanarse ante ella de sus proezas amoro-
sas con otras mujeres.
Las mujeres no pueden estimar a tales hombres, ya que
este comportamiento no les da ninguna satisfacción, ni les
hace disfrutar de su compañía.
Se contaba que había un hombre llamado Abbés, cuyo
miembro era completamente pequeño y delgado. Tenía una
esposa corpulenta, la cual, por más que él intentaba, no podía
satisfacer. Muy pronto, ella empezó a quejarse con sus ami-
gas.
Esta mujer poseía una fortuna considerable, en cambio
Abbés era pobre; cuando él quería alguna cosa, ella no le
dejaba tenerla.
Finalmente, un día, Abbés fue a ver a un hombre sabio
para contarle su caso.
—Si logras tener un miembro grande y firme, podrás dis-
poner de su fortuna. ¿Sabías que la religión de las mujeres
está en su keuss? Pero yo te prescribiré un remedio que aleja-
rá tus problemas.

46
Abbés preparó el remedio según la receta del hombre
sabio, y después de haberla usado, su dekeur creció hasta ser
largo y grueso.
Cuando su esposa lo vio, quedó sorprendida, pero fue
mayor su alegría cuando Abbés la hizo disfrutar como nunca
antes; él comenzó a trabajar con su dekeur de tal manera,
que ella tembló, suspiró, sollozó y gritó durante el acto sexual.
Tan pronto encontró en su esposo estas cualidades, le dio
su fortuna y puso todo lo que él quisiera a su disposición.

"¡Qué ganas de lamentarte, pobre corazón!


¡Qué pueden conseguir tus impotentes lágrimas!
¡Comprende corazón… ella no te desea!"

47
4

SOBRE LAS MUJERES


QUE SON DESDEÑADAS

"Y después encontraré en tus labios


la dulzura de los dátiles y en tus senos
las flores que comienzan a desprenderse;
narcisos, violetas y rosas…
robaré de tu cuerpo el aroma de tus frutos, porque…
¡Yo ya estoy impregnado del sabor de tu cuerpo!"

Las mujeres difieren en sus tendencias naturales; hay algu-


nas que son dignas de alabanza; y hay otras que sólo mere-
cen desprecio.
La mujer que es desdeñada por los hombres es fea y habla-
dora; su pelo es lanudo, tiene la frente salida, sus ojos son
pequeños y turbios, su nariz es enorme, su boca es grande con
labios descoloridos; tiene las mejillas arrugadas y los dientes
disparejos; muestra los pómulos amoratados y tiene pelos en
la barbilla; su cabeza reposa sobre un cuello ancho y muy desa-
rrollado; tiene los hombros contraídos y su pecho es estrecho,
con senos colgantes y flojos. Su vientre semeja un cuero vacío

49
y tiene el ombligo saltado; no tiene cintura y pueden contar-
se los huesos de su columna vertebral; sus caderas son estre-
chas y su keuss es grande y frío.
Finalmente, tal mujer tiene pies y rodillas largas, manos
grandes y piernas flacas.
Una mujer con tales imperfecciones, será muy difícil que
pueda dar algún placer a los hombres, y tal vez sólo su espo-
so estará dispuesto a acostarse con ella.
El hombre que se acerque a una mujer así, con su dekeur
en erección, lo más probable es que vea cómo éste se pone
flojo y pierde su firmeza. ¡Alá nos guarde de una mujer con
tales características!
Despreciable asimismo es aquella mujer que se ríe cons-
tantemente sin motivo. Como dijo un sabio:
“Si una mujer siempre se está riendo y anda con los veci-
nos metiéndose en asuntos que no son los suyos; si se queja
con su esposo por cualquier cosa creyéndose la gran dama y
acepta regalos de cualquiera; todos saben que una mujer así
no tiene la menor vergüenza”.
Y también será despreciada aquella mujer que tenga un
carácter agrio y nunca pare de hablar; la que al tener relacio-
nes con un hombre, en lugar de mostrarse cariñosa, sólo se
dedique a parlotear; la que es incapaz de guardar los secretos
de su esposo y todo lo hace con malicia.
La mujer de naturaleza pérfida hablará únicamente para
contar mentiras, romperá todas sus promesas y si alguien
confía en ella, lo traicionará.
Es perversa, le gusta lo ajeno, es regañona y violenta; no
es capaz de dar un buen consejo; siempre anda metida en los
asuntos de otra gente y es la primera en comentárselos a
todos; es frívola, perezosa y grosera; su lengua siempre está

50
lista para insultar a su esposo, tiene mal olor y habla a espal-
das de él.
Y no menos despreciable es aquella mujer que habla sin
ningún propósito, la que es hipócrita y no es capaz de reali-
zar ningún acto bueno; también la que, cuando su esposo le
pide que cumpla con sus obligaciones, rehusa escuchar sus
demandas; la mujer que no ayuda a su esposo en sus asuntos,
y finalmente, la que siempre se está quejando.
Una mujer de tal clase, si ve a su esposo enojado o en peli-
gro, no es capaz de compartir sus aflicciones o brindarle
apoyo; por el contrario, se burla y se aleja de los problemas.
Ella es más amable con otros hombres que con su esposo;
sólo se arregla para sí misma y no para él.
Se muestra desarreglada, no cambia los hábitos que le
molestan a él, y nunca se maquilla ni se perfuma.
Ninguna felicidad puede esperar un hombre con una espo-
sa así. ¡Alá nos guarde de ello!

"Mi vida es una cadena de sufrimientos.


¿Por qué no curas mi mal…
dulce, muy dulcemente?"

51
5

SOBRE EL ACTO SEXUAL

Si deseas copular, tu estómago debe estar libre de ali-


mentos. Sólo así el coito es bueno y saludable; pero si el
estómago está cargado, el resultado será malo para ambos.
Te expondrás a un ataque de apoplejía y gota, y podrías
sufrir problemas de retención de orina o debilitamiento de la
vista.
Mantén tu estómago libre de todo exceso de alimentos y
bebidas y nada tendrás que temer.
No te unas con una mujer sin antes haberla excitado con
caricias y juegos eróticos, y entonces el placer será recíproco.
Es aconsejable que se estimulen mutuamente antes de que
introduzcas tu dekeur (pene) en la keuss (vagina). Excítala
besando sus mejillas, chupando sus labios y mordisqueando
sus senos.
Besa su ombligo y sus muslos y apoya una mano provo-
cativamente sobre su pubis. Muerde sus brazos, y procura
no olvidar ninguna parte de su cuerpo. Tenla cerca de ti
hasta que ella sienta tu deseo, suspira y enlaza y piernas con
los suyos.

53
Como dijo el poeta:

Bajo su cuello, mi mano derecha


le sirve como almohada
y mi mano izquierda
la acaricia para llevarla al lecho.

Cuando estés con una mujer y veas que sus ojos languide-
cen y ella suspira profundamente, es decir, cuando ella desee
hacer el amor, deja que ambas pasiones se mezclen y que la
lujuria alcance su punto más alto; ése es el momento favora-
ble para el verdadero goce.
Tu mujer experimentará entonces mayor placer, por eso
también tu amor será mayor y ella se aferrará a ti. Se ha dicho
que:

Cuando escuches a una mujer suspirar profundamente,


y veas enrojecerse sus labios y orejas,
y languidecer sus ojos; entreabrirse su boca
y sus movimientos hacerse más lentos;
cuando la veas inclinarse como si fuera a dormirse
y bostezar con frecuencia, has de saber
que éste es el momento indicado para el coito.
Si la penetras entonces, el placer será supremo,
y ciertamente despertarás el poder de “jadeba”,*
que sin duda proporciona el mayor placer a ambos
y ésta es la mejor garantía de que el amor perdurará.

* Succión de su vagina

54
Los siguientes preceptos provienen de un conocedor del
arte del amor, y son bien conocidos:

Tu mujer es como un fruto que sólo rinde su fragancia


cuando se le frota con las manos.
¿No es verdad que la albahaca no da su perfume
a menos que la calientes con los dedos?
¿O que el ámbar, a menos que se le caliente y manipule,
retiene su aroma oculto en su interior?
Lo mismo ocurre con tu mujer.
Si no la animas con travesuras y besos,
con mordiscos en los muslos y fuertes abrazos,
no obtendrás lo que deseas.
No experimentarás placer cuando ella comparta tu lecho,
y tampoco ella sentirá afecto hacia ti.

Se cuenta que un hombre, al interrogar a una mujer sobre


qué cosas eran las más apropiadas para inspirarle afecto por
un hombre, recibió la siguiente respuesta:

Las cosas que desarrollan amor por el coito


son aquellos juegos eróticos practicados con anterioridad
y el abrazo vigoroso en el momento de la eyaculación.
Créeme, los besos, los mordiscos, el paladeo de los labios,
las caricias en los senos y el beber de la saliva
cargada de pasión... aseguran un afecto perdurable.
Al actuar de ese modo, las dos eyaculaciones
se producen al tiempo y el goce es completo para ambos.

55
Si ademas entra en acción el “jadeba”
no podrá concebirse mayor placer.
Si las cosas no ocurren de ese modo,
el placer de tu mujer será incompleto y, si sus deseos
no se satisfacen y su “jadeba” no entra en acción,
ella no sentirá amor por su compañero.
Pero cuando el “jadeba” funciona,
sentirá el más violento amor por su amante,
aún cuando se trate del hombre más feo de la Tierra.
Intenta eyacular con ella al mismo tiempo,
pues en ello radica el secreto del amor.

Uno de los poetas más famosos que han hablado del alma
y los secretos de las mujeres, relata la siguiente confidencia
femenina:

Oh, vosotros, hombres que buscáis el amor y el afecto


de las mujeres, retozad antes de la cópula.
Preparadla para el goce y no olvidéis nada para ese fin.
Conocedla por cuanto hace y, mientras la amáis,
borrad de vuestra mente cualquier otro pensamiento.
No permitáis que el momento propicio al placer
pase inadvertido: esto sucederá cuando veáis
sus ojos húmedos y su boca entreabierta.
Uníos entonces, pero nunca antes.
Por tanto, hombres, cuando hayáis conducido
a vuestra mujer a la condición favorable,
dadle vuestro “dekeur”, y si os movéis adecuadamente,
ella alcanzará un placer que satisfará todos sus deseos.
No dejéis aún su pecho y que vuestros labios vaguen

56
por sus mejillas y vuestra espada repose en su vaina.
Tratad ardientemente de excitar su “jadeba”
y así vuestro trabajo será dignamente recompensado.
Si gracias al Todopoderoso, lográis el éxito,
tened cuidado de no retirar vuestro “dekeur”.
Dejad que que permanezca y apure la copa del placer.
Prestad atención y escuchad los suspiros y quejas
y murmullos de tu mujer, pues ellos dicen la intensidad
del placer que le habéis proporcionado.
Y cuando el cese del goce ponga fin a vuestra unión
amorosa, no os levantéis bruscamente.
Retirad vuestro “dekeur” lentamente,
y permaneced con ella yaciendo sobre vuestro costado
en este lecho del placer.
De este modo, todo saldrá bien, y no seáis como aquellos
que montan a una mujer como lo haría un mulo,
sin conceder atención a los principios del arte,
retirándose y aseándose tan pronto como han eyaculado.
Algo tan burdo privará a tu mujer de todo placer.

Para resumir, el verdadero conocedor del arte de hacer el


amor no deberá omitir ninguna de mis recomendaciones,
puesto que de su observancia depende la felicidad de su mujer.

¡Alá ha hecho todo esto para que seamos mejores!

"Soy el primero de tus esclavos.


Al llegar la noche,
iré a tenderme junto a tu lecho…
dulce, muy dulcemente."

57
6

SOBRE LO QUE RESULTA


FAVORABLE AL COITO

"Y después mis caricias se hundirán


en la exuberancia de tu cabellera
y mis besos, cual juguetonas abejas,
picotearán en las granadas de tus labios…
mis dientes morderán el remate de tus pechos,
porque… ¡Yo ya estoy
impregnado del placer de tu cuerpo!"

Si deseas experimentar una unión sexual agradable que


proporcione igual satisfacción y placer a ambas partes, es
necesario acariciar a tu mujer y excitarla con mordiscos,
besos y caricias. Recuéstala sobre el lecho, unas veces sobre
su espalda, otras sobre su vientre, hasta que veas que ha lle-
gado el momento del placer, de acuerdo a lo descrito en
capítulos anteriores.
Por tanto, cuando veas sus labios temblar y enrojecerse, y
languidecer sus ojos y hacerse sus suspiros más profundos,

59
sabrás que desea ser poseída. Ése es el momento para situar-
se entre sus muslos y penetrarla.
Si has seguido mis consejos, ambos podréis disfrutar de
una unión placentera que dejará una sensación deliciosa.

El Poeta ha dicho:

Si deseas copular, coloca a tu mujer sobre el suelo,


abrázala estrechamente y pon tus labios sobre los suyos.
Luego apriétala, chúpala, muérdela: besa su cuello,
sus senos, su vientre y su costado;
estrújala contra ti hasta que el deseo la debilite
y, al verla en ese estado, introduce tu “dekeur”.
Si obras de este modo, vuestro goce será simultáneo,
y ése es el secreto del placer.
Pero si olvidas este plan, tu mujer no satisfará su deseo
no obtendrá goce alguno.
Cuando el acto haya concluido y desees levantarte,
no lo hagas con brusquedad.
Apártate suavemente de su lado,
y si ha concebido, dará a luz un hijo.
¡Si ésa es la voluntad de Alá!

60
Un sabio ha dicho que si uno pone su mano sobre la keuss
de una mujer preñada y dice:

¡En el nombre de Alá!


¡Que su misericordia sea con el Profeta!
¡Oh, Alá, te lo ruego, en nombre del profeta,
haz que sea un varón!
Podría ocurrir que, por la voluntad de Alá
y por la consideración de nuestro señor Mahoma
(¡sobre él sea la misericordia de Alá!),
tu mujer diera a luz un varón.

No bebas agua de lluvia inmediatamente después del coito.


Si deseas repetir el acto, perfúmate con dulces aromas y luego
acércate a tu mujer y alcanzarás un buen resultado. Es acon-
sejable descansar después del coito y no realizar ejercicios
violentos.

61
7

SOBRE LAS DIFERENTES


POSTURAS PARA COPULAR

Las formas de unirse con una mujer son numerosas y varia-


das, y ha llegado el momento de que aprendas algunas de las
diferentes posturas.
Alá ha dicho: “Las mujeres son vuestro campo, id a vues-
tro campo como queráis”.
Conforme a tu gusto, puedes escoger la postura que más
te plazca, con tal que el coito se realice siempre a través del
órgano designado: la keuss.

63
PRIMERA POSTURA

Acuesta con ternura a tu mujer sobre su espalda y levanta


sus muslos, luego sitúate entre sus piernas e introduce tu
dekeur. Apoyándote en el suelo con los dedos de los pies,
podrás moverte de la manera más placentera y adecuada para
ella.
Esta postura resulta muy recomendable para quienes tie-
nen el dekeur largo.
La posición de los muslos de la amada, al acostarse de
espalda, debe elevarse antes de que él introduzca su dekeur
en el keuss.

64
SEGUNDA POSTURA

La amada sentirá intensamente la penetración de su


amado, que la realizará con gran comodidad. La mujer se
apoyará en las palmas de las manos y las rodillas, al tiempo
que eleva su espalda formando como un puente. El dekeur
encontrará el camino con facilidad y profundidad, dándole
un gran placer.
Ya que el hombre está de rodillas, pero erguido, será la
mujer la que tendrá que regular la altura de sus nalgas acer-
cando o alejando sus rodillas. En esta postura ambos pueden
realizar el movimiento de cópula. El único inconveniente es
que no pueden ni mirarse a los ojos ni besarse.

65
TERCERA POSTURA

Ésta es la postura del regalo, pues las miradas y las pala-


bras hacen que la pasión crezca. Para ello el hombre se colo-
ca tumbado de espaldas y la mujer, sentándose, introduce su
keuss en el dekeur. Luego ella se moverá lentamente subien-
do y bajando ritmicamente las caderas, o tambien puede rea-
lizar movimientos circulares
El secreto de esta postura es que la mujer quiere frotar su
clítoris sobre el cuello del pene. ¡Y debe buscarlo y lograrlo!
El hombre, mientras tanto, excitará a su amada acaricido
su cintura o sus pechos.

66
CUARTA POSTURA

La mujer se ofrece colocándose del modo de la plegaria


sobre un lecho elevado. Porque el hombre está completamen-
te erguido podrá desarrollar su máxima energía en la cópula.
Y al penetrar en el keuss con gran profundidad dejará en la
amada grandes momentos de placer.
Hay mujeres que se sienten mal en esta postura, conside-
rándola una postura indigna. El amado entonces debe ofre-
cer toda su ternura para hacerle ver que no es así, que sólo es
un modo más de compartir el amor que ya se profesan.

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QUINTA POSTURA

Es un largo abrazo en el que la amada introduce su keuss


sentándose a horcajadas sobre el dekeur del hombre. En esta
postura se busca más el tierno beso y las caricias que el pla-
cer intenso del orgasmo.
No es un movimiento sencillo el que los amantes tienen
que realizar. Tanto él como ella moverán sus caderas con len-
titud o con rapidez, según el deseo vaya aumentando. Si el
hombre intentara subir y bajar enérgicamente los muslos, la
mujer sólo rebotaría sobre los mismos y perdería todo el
encanto. Pero si este enérgico movimiento es sólo el acto
final para el máximo placer, la postura habrá sido plena y
reconfortadora.

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SEXTA POSTURA

La mujer descansa tumbada al borde del lecho. Sus pier-


nas sobresalen del mismo y esperan a su amado semiabiertas.
El hombre, de rodillas, se cuela entre las piernas y juguetea
en el keuss con su dekeur. El keuss de la amada se vuelve más
y más receptivo. Es, entonces, cuando la penetran: suave-
mente al principio, con fuerza al final.
Las caricias y los besos son la poesía de los amantes. Las
miradas, el alimento más duradero del amor.

69
SÉPTIMA POSTURA

Hay mujeres pequeñas de estatura y delgadas como sau-


ces. Esta postura es un juego en el que disfrutan sobremane-
ra, pues comprueban la fuerza de su hombre mientras reci-
ben un intenso placer.
Las piernas rodean la cintura del hombre mientras éste
sostiene a la mujer por los gluteos. El movimiento lo llevarán
los dos por turnos: con los brazos ella, con las manos él.
Hablarse, mirarse, besarse, morderse suavemente... ¿Se
puede pedir mayor placer mientras se estremecen los aman-
tes?

70
OCTAVA POSTURA

Extiende a tu mujer sobre una mesa o un lecho alto; tú


debes situarte frente a ella. Coloca sus piernas sobre tu cintu-
ra o tus hombros. En esta posición, tu dekeur se encontrará
exactamente enfrente de su keuss.
Ése es el momento de introducir tu dekeur. Las piernas de
la amada deben estar estiradas o levemente dobladas. Lo
mejor es conservar las piernas encogidas, o descansar las pan-
torrillas sobre la cintura de él.
Es importante que antes de realizar la penetración, se eleve
el cuerpo de ella para que su keuss baje y pueda el dekeur
penetrar con mayor facilidad.
Los gemidos arderán pronto.

71
NOVENA POSTURA

Pareciera que la amada quisiese arroparse con su amado,


susurrarle al oido su amor, morder suavemente el lóbulo de
su oreja... Porque está de medio lado, con las piernas muy
encogidas sobre la cintura del hombre.
Ella quiere la ternura del abrazo y ofrece su keuss para
que todo sea sencillo, y que su amado goce y la haga gozar
con un movimiento continuo y sosegado.
Pues sabe que será una cópula larga y deliciosa, y que que-
dará en el recuerdo como marcada a fuego para siempre.

72
DÉCIMA POSTURA

Amado y amada, de rodillas, se entregan a una nueva


forma de encontrar la eternidad del amor humano. Ella por-
que quiere ser acariciada intensamente: cintura pechos, clíto-
ris, muslos... Y besada en el cuello y lóbulos... Y no le impor-
taría que su amado le mordiera suavemente el hombro...
¡Tantos son los jardines que Alá ha puesto en la piel de la
mujer!
El hombre buscará su placer en el corto instante mágico
que ya conoce. Para la amada será un largo instante, largo
como un día entero, intenso como un sobresalto de alegría.

73
UNDÉCIMA POSTURA

La amada se extiende sobre el suelo y eleva las piernas; el


hombre, entonces, se arrodilla, toma las piernas de la amada
y las pone alrededor del cuello, de modo que sólo la espalda
de la amada permanezca sobre el suelo. Luego la penetra.
Buscarse con los ojos bien abiertos es una muestra de amor,
del mismo modo que la voz sirve para incrementar la excita-
ción. Aunque él la mantenga sujeta, la pierna que se tiene
levantada va a servir como la llave secreta del placer.
Un movimiento sosegado alargará el momento del clímax.

74
Además de las precedentes, existen otras POSTURAS USADAS
EN LA INDIA.
Es bueno saber que los hindúes han multiplicado las for-
mas de poseer a una mujer y llevado sus investigaciones
campo mucho más lejos que los árabes.
Entre otras posturas y variaciones, figuran las siguientes:
Asemeud, la clausura
El modefeda, la postura de la rana
El mofeka, el abrazo de los pies
El mokermeutt, con las piernas levantadas
El setouri, la postura de las tijeras
El loulabi, el tornillo
El kelouci, el asalto
Hachou en nekanok, la cola del avestruz
Lebeuss el djoureb, la calzadura del calcetín
Kechef el astine, la visión mutua del trasero
Neza el kouss, el arco iris
Nesedj el kheuzz, el movimiento recíproco
Dok el arz, el golpeteo
Nik el kohoul, el coito por detrás.
El keurchi, vientre a vientre
El kebachi, la postura del carnero
Dok el outed, la introducción de la pértiga
Sebek el heub, la fusión amorosa
Tred ech chate, la postura de la oveja
Kalen el miche, la inversión
Rekeud el aïr, la carrera del miembro
El modakheli, el empalme
El khouariki, la permanencia en casa
Nik el haddadi, la postura del herrero
El moheundi, la seducción

75
EL ASEMEUD,
LA CLAUSURA

El hombre tumbado de espaldas, eleva el torso hasta poder


apoyarse con los codos. Las piernas las tiene medio recogi-
das. ¿Por qué una postura tan incómoda? Porque no ha ser él
quien lleve la iniciativa en esta ocasión, porque no será él
quien proporcione placer a la amada...
Porque la amada parece sentarse sobre el hombre, estiran-
do las piernas y guardando el equilibrio al agarrarse a sus
tobillos. Y será ella quien suba y baje las caderas, o las haga
girar en redondo.
Muy grande ha de ser la resistencia y la paciencia de la
mujer, pues el secreto es lograr placer para sí misma... sólo
entonces el hombre podrá alcanzarlo.

76
EL MODEFEDA,
LA POSTURA DE LA TENAZA

La mujer se tumba de medio lado sobre una mesa, con las


piernas bien juntas. El hombre las sostiene por los gemelos
para que la posición de la amada sea siempre recta. Por eso
su keuss estará bastante cerrado...
El hombre la penetra abriéndose paso con energía. Nada
ha de hacer la mujer sino esperar pues poco puede pedir a la
posición en la que se encuentra su cuerpo. Quizá sólo mirar
al rostro de su amado y comprobar la fortaleza y belleza de
su torso.
El hombre sólo puede moverse de dentro a fuera. Por ello
es recomendable un ritmo lento y constante, un ritmo que
no debe ni acentuarse ni hacer más lento. Un ritmo de metró-
nomo, uniforme...

77
EL MOFEKA,
EL ABRAZO DE LOS PIES

La amada, completamente relajada, se tumba sobre el


lecho. El hombre, entonces, se arrodilla y levanta las piernas
de la amada hasta que sus rodillas casi rocen sus pechos.
Luego toma los tobillos de la mujer y le abre las piernas lo
suficiente como para que su keuss quede totalmente al descu-
bierto. Entonces comienza el juego del dekeur ya que la mujer
expone totalmente su clítoris. El hombre debe jugar incansa-
blemente por las paredes de la entrada del keuss. Es muy pro-
bable que así la mujer alcance el orgasmo varias veces. Por
eso es una postura muy querida por ellas, ya que el placer es
tanto, tan prolongado y tan intenso que bien vale sufir un
poco la incomodidad en la que yace.

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EL MOKEURMEUTT,
CON LAS PIERNAS LEVANTADAS

El hombre está tumbado de espaldas sobre el lecho. Levan-


ta las caderas y una de sus piernas perpendicularmente, apo-
yándose en el cuerpo de la mujer, que está erguida y que se
sienta a horcajadas sobre las piernas abiertas del hombre. Ése
es el momento en el que debe introducir su keuss en el dekeur.
La mujer está semisentada sobre el hombre y efectuará los
movimientos más cómodos y necesarios para alcanzar el orgas-
mo. Intentará mantener el equilibrio situando uno de sus pies
junto al cuello del amado y el otro debajo de sus nalgas.
El hombre deberá tensar ambas piernas lo más que pueda:
así su orgasmo será más intenso.

79
EL SETOURI,
LA POSTURA DE LAS TIJERAS

La amada mira el rostro del hombre volviéndose sobre su


cintura. Está semiencogida. Él la penetra. Como ambos tie-
nen las rodillas dobladas, la postura se convierte en una posi-
bilidad de hablarse en susurros y revelarse secretas fantasías.
Y al no ser tan cómoda como pareciera, la conversación se
alarga.
Pero él no dejará de moverse en ningún momento, aun-
que tampoco acelerará el ritmo de las caderas. Y si la amada
no se siente demasiado excitada, el la ayudará con el dedo
corazón, aunque pienso que ella podrá conseguir el placer
con más facilidad.
Nunca olvidéis que el éxtasis es el premio del amor. No
olvidéis que son dos los premiados, no uno.

80
EL LOULABI,
EL TORNILLO

Si alguna vez os atrevéis a algo así no penséis que habéis


bebido más de la cuenta o habéis fumado demasiado kiff.
¿Tan mala es esta postura? No, todas las posturas de las que
os hablo tienen su razón de ser y cada una sirve para produ-
cir en los amantes recuerdos y sensaciones diferentes.
Hombre y mujer están sentados: el sobre una silla, ella con
su keuss dentro del dekeur del amado. Con sus piernas rodea
el cuello del hombre. Con las manos se sostiene por sus bra-
zos. Él, mientras tanto la sostiene por la cintura.
Él moverá los muslos de arriba abajo. Ella hará como si
remara, acerándose y alejándose. Y hablarán mucho.

81
EL KELOUCI,
EL ASALTO

Ambos están erguidos, aunque la mujer dobla su cintura


para que la penetración sea más sencilla y más profunda. La
comodidad es muy importante para los amantes, y si la estura
puede ser un obstáculo, tanto uno como otro pueden elevar
el cuerpo con un escabel.
El hombre puede empezar a moverse con lentitud, hasta
que note que la excitación de la amada va en aumento. Sus
jadeos son el faro que le guía a acelerar sus embates cuando
aquellos se hacen más intensos y más continuados. ¡Y acari-
cia su pecho y su cintura!

82
HACHOU EN NEKANOK,
LA COLA DEL AVESTRUZ

¿No dijo el poeta: “...el hombre es el barco y la mujer la


vela...”? Porque un barco sin vela va a la deriva, es ingober-
nable... Así, como la vela, la mujer se coloca de rodillas, sen-
tada sobre el dekeur del amado. El hombre está tumbado de
espaldas, con las piernas juntas. ¡Pero los amantes nos se ven
el rostro!
El hombre acaricia la espalda y el pecho de la amada y
ésta se mueve al ritmo de su propio deseo. Porque es su deseo
el que tiene que satisfacer, y no tanto el de su amado. Por eso
no le mira.
En el lecho muchas son los manjares, y todos hay que pro-
barlos. Esta es una postura para ella, habrá otras para él. Y
las habrá para los dos.

83
LEBEUSS EL DJOUREB,
LA CALZADURA DEL CALCETÍN

Para sentir el cuerpo del amado, su peso, sus besos apasio-


nados y las caricias en pecho y cintura: esta clasica postura
añade fuego al fuego, y la hoguera se hace inmensa e inolvi-
dable.
Ella se tiende boca arriba en el lecho y abre las piernas
levemente. El hombre se tumba sobre ella, con las piernas
juntas y el dekeur dispuesto. La danza de la cadera del hom-
bre es el secreto para el placer. El único problema es que el
hombre suele alcanzar el orgasmo antes que la amada, olvi-
dándose de todo y dejándola sin el gozo deseado. Recuérda-
lo: es imperdonable abandonarla en ese instante. El deber es
recompensarla, hacerla partícipe del paraíso.

84
KECHEF EL ASTINE,
LA VISIÓN MUTUA DEL TRASERO

La amada se situa de costado, con las piernas medio reco-


gidas pero muy juntas. Está de espaldas respecto al hombre,
al que sólo puede ver el rostro con algo de incomodidad.
Está recostada sobre el lecho y ofrece cómodamente su keuss.
El hombre, después de penetrarla, utilizará su mano diestra
para acariciar el bode de se keuss, allí donde el clítoris se
refugia.
La mujer se deja hacer, le permite caricias y besos en el
hombro. Y si él decidiese penetrarla de otro modo, nada cam-
biaría, pues es la mano habilidosa –y a fe que tiene que serlo–
del hombre la que debe hacer olvidar a la amada cualquier
inconveniente, incomodidad, reparo o reproche. Sólo así tiene
sentido esta postura.

85
NEZA EL KOUSS,
EL ARCO IRIS

Los suaves besos de una mujer son como el aire del Paraí-
so. Y su piel, la suavidad de las túnicas con las que nos vesti-
remos en el Paraíso. El movimiento de sus caderas, la eterni-
dad en la tierra, el don de Alá...
Porque esta postura es el regalo más grande que la amada
puede hacerte, pues se entregará entera, buscará tu placer sin
descanso, hará que tus sentidos sean lo único que percibas
del mundo que te rodea.
El hombre erguido, levemente recostado. La mujer le abra-
za por el cuello y apoya sus pies con firmeza. Ella lo besa,
ella sube y baja, ella danza sutilmente sobre el dekeur de su
amado. Pero no se olvida de sí misma. Pecaría de tonta si lo
hiciera.

86
NESEDJ EL KHEUZZ,
EL MOVIMIENTO RECÍPROCO

¿No os parecen ridículas ciertas frases, ciertos gestos que,


sin pudor se ofrecen los amantes? O lo que es peor, ¿no os
parecen ridículos algunos de los silencios que se producen
entre los que se creen amantes?
Esta postura aliviará de la rutina a los introvertidos o abu-
rridos amantes. Pues si una mujer se atreve a subirse en una
silla y, manteniendo el equilibrio, se mueve de uno a otro
lado para procurarle placer a su amado, y si un hombre intro-
duce su dekeur casi poniéndose de puntillas, y se mueve para
procurarle todo el placer posible a su amada, entonces es que
están curados, que no hay fantasías imposibles para ellos, y
que son un verdadero matrimonio.

87
DOK EL ARZ,
EL GOLPETEO

Muchas veces un pequeño cambio cuando se unen los


amantes, hace que aprezcan nuevos territorios para el placer.
Éste es el caso, pues la postura es muy clásica. La diferencia
es importante, pues son las piernas de la mujer las que están
completamente juntas y las del hombre semi abiertas.
En el amor la atmósfera son los matices: pequeñas cosas
que convierten un leve hecho en una gran crónica. Y éste es
el ejemplo: aun siendo una postura un poco más incómoda
para los amantes, es el rozamiento el que hace que todo sea
más intenso, que el placer parezca diferente.

88
NIK EL KOHOUL,
EL COITO POR DETRÁS

La amada yace boca abajo con la mitad de su cuerpo den-


tro del lecho o de una mesa, y la mitad fuera. El hombre la
sujeta por los muslos. ¿Qué decir de una excentricidad tan
grande? Que es muy placentera si la mujer está completa-
mente relajada y no tensa sus piernas. Es un regalo para la
amada, por Alá que lo es.
Sé de una concubina que sólo quería esa postura con su
amado. Y que no podía contar las veces que alcanzaba el pla-
cer absoluto. ¿Exageraba? El amor convierte un cuerpo incré-
dulo en un ejército de fieles. No lo dudéis.

89
EL KEURCHI,
VIENTRE A VIENTRE

Pareciera que la bestia ha asaltado a la presa despistada y


se dispone a inmovilizarla y devorarla.
La amada tiene las piernas abiertas pero una está extendi-
da y la otra medio recogida. Está medio tumbada boca abajo,
pero apoyándose en los codos para así tener la cara y los
hombros levantados. Esto es importante pues los besos y las
miradas son posibles.
El hombre la penetra por detrás, aunque el dekeur no suele
profundizar mucho en el keuss. El movimiento será lento,
muy lento, pues es muy fácil el desacople. La amada sentirá
leve pero intensamente al hombre y alcanzará el placer antes
que él la mayoría de las veces.

90
EL KEBACHI,
LA POSTURA DEL CARNERO

Como muchas otras posturas, en ésta el hombre puede


elegir el lugar por donde entrar en la amada. Pero lo cierto es
que será la amada la que hará la elección. Es más, el lado
natural es más incómodo que el que no lo es. Pero ese no es
el problema, si la amada quiere que así sea. Pues el hombre
tiene que comportarse casi como un objeto, no moverse y
dejar que toda la poesía la escriba la amada.
Ella se moverá para producirle placer. Y al tiempo, y con
su dedo corazón, recorerá en círculos, una y otra vez, su fuen-
te inagotable de placer. Y mi consejo es que no se detenga
hasta que el amado obtenga el suyo.

91
DOK EL OUTED,
LA INTRODUCCIÓN DE LA PÉRTIGA

Hay secretos de alcoba, hay secretos de amantes, hay secre-


tos que sólo pueden revelarse en voz baja, en susurros. Así la
amada anima o excita a su hombre hablándole, dándole calor
con su aliento en la oreja. ¿Habéis visto estallar un pino en
un incendio? Más estalla el amado así encendido.
Y le acariciará a la amada sus muslos, su espalda. Y busca-
rá su boca para besarla. Y tocará con la yema de sus dedos el
keuss hasta que el universo se estremezca.
Pues apenas hay movimiento de los cuerpos, el hombre
tardará en conseguir su orgasmo. ¿Importa? ¿Buscarán los
amantes otros modos de gozar? ¿Lo dudas?

92
SEBEK EL HEUB,
LA FUSIÓN AMOROSA

¿Cuántas formas existen para que un hombre y una mujer


gocen de sus cuerpos? Y si gozan, ¿por qué es mejor una que
otra? Si estuviérais en el Paraíso junto a Alá ¿qué fruta deja-
ríais de probar?, y decidme ¿cuál rechazaríais? Ninguna, claro
está.
La amada, eternamente joven a los ojos del que la ama, está
de pie y sujeta las piernas del hombre por los gemelos. El hom-
bre está tumbado completamente en el lecho y nada ve, pues
en esta postura tiene que estar de principio a fin con los ojos
cerrados. Ella girará, subirá y bajará según sea su placer, y
cuando estalle en él, inevitablemente desbocada, desbocará a
su hombre. Y entonce la luz parecerá hecha de rubíes.

93
TRED ECH CHATE,
LA POSTURA DE LA OVEJA

Podría parecer una danza, pues la mujer, erguida y mante-


niendo el equilibro sobre los dedos de sus pies, es la que se
mueve para el placer. De arriba a abajo o en círculos.
La amada podrá apoyar sus manos sobre el pecho del hom-
bre o acariciarse ella su propio pecho.
Es una postura para ensoñar, para mirar a hurtadillas al
infinito con los ojos cerrados, para seguir la danza del amor
hasta que todo sueño quede satisfecho.

94
KALEN EL MICHE,
LA INVERSIÓN

La amada tiene todo sus músculos tensos, y una postura


incómoda. Parecería que el gozo es imposible. Pero si la mente
está libre y el deseo despierto, el placer llegará.
El hombre la penetrará profundamente; si hay algo de
resistencia debe detenerse, pues el dolor no es amigo del pla-
cer, ni el placer del dolor. Tampoco debe ser veloz, pues el
placer para los dos es el doble de placer.
La amada puede dejar en ésta o en otras posturas seme-
jantes, que el amado elija por donde penetrarla. Sólo él,
entonces, encontrará satisfacción. No haré por recomendarlo
o rechazarlo, pues serán los amantes y siempre lo dos, quie-
nes decidan si lo desean o no.

95
REKEUD EL AIR,
LA CARRERA DEL MIEMBRO

Los amantes, de pie, se disponen al amor y al placer. Se


besan, se acarician, se aprietan el uno contra el otro. El juego
previo es el mayor talismán para un encuentro inolvidable.
Por lo general la mujer debe estar subida o en un cajón,
un escabel o varios cojines. Es importante pues la penetra-
ción debe producirse sin inconvenientes ni incomodidades y
la mujer suele ser de menos estatura que el hombre. Si es la
mujer la más alta o de igual talla será el hombre el que bus-
que cómo estar más alto.
Será el hombre el que inicie los movimientos, preferente-
mente en circulos y con medida lentitud. Y no olvidará en
ningún momento las caraicias y los besos.

96
EL MODAKHELI,
EL EMPALME

¿No está escrito que el número de estrellas es infinito?


¿No se dice que, si Alá quiere, cualquier cosa es posible? Si
los amantes desean ejercitarse en el amor una postura así les
vendrá al pelo.
Aunque no es peligrosa el único problema que pueden
hallar es que les de la risa a ambos mientras la ejecutan, o
que alguien se haga daño al realizarla.
La mujer está tendida de espaldas, con las piernas juntas y
perpendiculares al suelo. El hombre boca abajo apoyado tanto
en las rodillas como en los codos y la frente (hacienbdo como
un puente). Las cabezas de los amantes en lados opuestos...
¿quién debe moverse? Ambos pero no a la vez. ¡Y se alcanza
el orgasmo!

97
EL KHOUARIKI,
LA PERMANENCIA EN CASA

Hay poetas antiguos que comparan a la mujer con un pén-


dulo, por lo incosntante o por lo que muda de opinión. ¡Por
Alá, que son injustos!
Ahora bien, si lo dicen por la postura de la que hablo
ahora ¡cuánta razón tienen!, pues la amada mueve su torso
como un péndulo mientras el hombre la sujeta, sentado, por
la cintura.
La amada parece como si se clavara el dekeur, como si qui-
siera devorarlo. Como un péndulo que va y viene, como un
columpio que siempre regresa. Una y otra vez hasta que el
hombre pierde por un instante la respiración y la noción del
tiempo.

98
NIK EL HADDADI,
LA POSTURA DEL HERRERO

Es la amada la que busca con su boca la boca del amante.


Éste, sentado sobre sus propias piernas, deja que la mujer
introduzca su keuss en el dekeur. Besos y una candencia suave
y leve, como un rumor lejano: asi se mueven la cadera y la
cintura de la amada, con movimientos cortos, con breves
subidas y bajadas..., porque quiere que el placer se prolon-
gue, dure hasta que sea inevitable la explosión del orgasmo.
Al ser una postura cómoda para ella, al tiempo que muy
romántica, y al ser, así mismo, una forma de llevar la inicia-
tiva, proponérsela a la amada es excitarla más, es compro-
meterla más, tenerla más cerca del amor y más lejos del
reproche.

99
EL MOHEUNDI,
LA SEDUCCIÓN

La mujer yace recostada sobre su pecho, con las piernas


abiertas y las nalgas un poco elevadas. El amado la penetra
por detrás mientras le besa los lóbulos de la oreja, el cuello y
los hombros. Ella, al no poder usar sus brazos ni poder mirar-
le a los ojos, solo puede cerrar los suyos y ver cómo le llega
poco a poco el placer. Pues la clave de esta postura para los
amantes está en la máxima actividad del hombre y la comple-
ta pasividad de la mujer. El podrá acelerar o enlentecer sus
acometidas y hará todo lo posible para alejar la eyaculación.
Sólo cuanto vea que ella llega o está en el orgasmo, acelerará
todo lo más que pueda para conseguir el suyo, si puede ser,
al mismo tiempo.

100
Las descripciones precedentes suministran un gran núme-
ro de posturas que pueden ser generalmente utilizadas, aun-
que su gran variedad permitirá a aquellos que encuentren
dificultades para practicarlas, encontrar la que les resulte más
adecuada y les proporcione mayor placer.
No he creído necesario mencionar aquellas posturas que
me parecen de casi imposible ejecución; si alguien considera
que son pocas las mencionadas, se pueden inventar otras nue-
vas.
Es indudable que los hindúes han ideado gran cantidad de
posturas. La siguiente puede servir de ejemplo:
La mujer yace sobre su espalda y el hombre se sienta a
horcajadas sobre su pecho, mirando hacia sus pies. Luego se
inclina y le levanta los muslos hasta que su keuss se halle fren-
te a su dekeur y la penetra. Esta postura es muy difícil de eje-
cutar.
Se dice que hay mujeres que, durante el coito, pueden ele-
var una de sus piernas en el aire y balancear una lámpara
sobre la planta de su pie sin derramar el aceite o apagar la
lámpara. Esta acción no interrumpe el coito, aunque sin duda
requiere una gran habilidad.
Sin embargo, lo que proporciona mayor placer, son los
besos, los abrazos, chuparse mutuamente los labios. Esto dife-
rencia al hombre de los animales. Nadie es insensible a los pla-
ceres que se derivan de la sexualidad.
Cuando el amor de un hombre alcanza su cenit, todos los
placeres del coito resultan accesibles. Ésta es la fuente real de
la felicidad para ambos.
Es aconsejable ensayar todas las posturas, ya que así
podrán saber cuáles proporcionan más placer a la mujer. Así
conocerá sus preferencias y obtendrá la satisfacción de con-

101
servar el afecto de su mujer. El consenso universal establece
en general que son cuatro o cinco las posturas que propor-
cionan mayor satisfacción. Pero el mismo consenso recuerda
que hay que ser curioso, y más en este terreno.
Se cuenta que un hombre tenía una concubina de gran
belleza, gracia y perfección. Tenía él la costumbre de copular
con ella de la manera ordinaria, con exclusión de cualquier
otra.
La mujer no experimentaba placer, y terminaba siempre
de mal humor. El hombre explicó su problema a una ancia-
na, y ésta le dijo:
—Ensaya diversas posturas con tu pareja, y observa cuál
le proporciona mayor placer. Cuando la hayas identificado,
no uses otra, y ella te amará sin límites.
Así el hombre ensayó varias posturas, y cuando llegó a
ella, cuando la descubrió, vio que el placer de su concubina
era intenso y sintió su dekeur férreamente atrapado. La mujer,
mientras mordía sus labios, exclamó:
—¡Ésa es la manera adecuada de hacer el amor!
Estas demostraciones probaron al amante que su concubi-
na experimentaba el mayor placer con esta postura, de modo
que nunca usó otra.
Ensaya, por tanto, las diferentes posturas, puesto que cada
mujer prefiere aquella que le proporciona el mayor placer,
aunque la mayoría muestra una marcada predilección por
aquella que al practicarla, unen vientres y bocas, y el jadeba
generalmente entra en acción.
Ahora me resta hablar sobre los diferentes movimientos
usados durante la cópula.

102
Neza el dela, el cubo en el pozo
(primer movimiento)

Después de la penetración, el hombre y la mujer se abra-


zan estrechamente. Luego el hombre se mueve y retrocede
ligeramente, y a su turno, la mujer hace lo mismo, y así con-
tinúan alternativamente. Deben colocar sus manos y pies unos
contra otros.

El netahi, el choque mutuo


(segundo movimiento)

Después de la introducción, ambos retroceden, aunque


con cuidado para que el dekeur no se salga. Luego se aproxi-
man con suavidad y se abrazan estrechamente y de este modo
continúan.

El motadani, la aproximación
(tercer movimiento)

El hombre se mueve de la manera habitual y se detiene.


La mujer, que ha conservado el dekeur en su lugar, se mueve
una vez y se detiene. Luego recomienza el hombre, y así con-
tinúan hasta eyacular.

103
Khiate el heub, el sastre del amor
(cuarto movimiento)

El hombre penetra parcialmente y se mueve con un movi-


miento de fricción, y luego entra completamente de un solo
golpe. Es semejante a la acción de un sastre que, tras haber
pasado el hilo por el ojo de una aguja, lo toma por la otra
punta de un tirón. Este movimiento es aconsejable sólo para
aquellos que pueden controlar la eyaculación.

Souak el feurdj, el palillo en la vulva


(quinto movimiento)

El hombre introduce su dekeur y explora la keuss de arri-


ba a abajo y en todas direcciones. Este movimiento requiere
un pene vigoroso.

Tachik el heub, el vínculo del amor


(sexto movimiento)

El hombre penetra completamente, de modo que su cuer-


po quede perfectamente ajustado al de la mujer. Luego debe
moverse con energía pero con cuidado, para evitar que el
dekeur se salga de la keuss. Este es el mejor movimiento de
todos, y resulta adecuado para casi todas las postura. Las
mujeres en general, lo prefieren porque proporciona un
mayor placer y permite a la keuss atrapar el dekeur.
Cualquier postura resulta insatisfactoria cuando el beso es
imposible. El placer será incompleto, puesto que el beso es

104
uno de los estimulantes más potentes que el hombre o la
mujer pueden utilizar.

Hay unos versos que dicen:

La mirada lánguida
pone en relación el alma con el alma,
y el tierno beso lleva el mensaje
del dekeur a la keuss.

Hay quienes afirman que el beso es parte integral de la


cópula. El beso más delicioso es aquel que se da a unos labios
húmedos y ardientes y que va acompañado de la chupadura
de los labios y la lengua. Esto producirá en la mujer la emi-
sión de una saliva dulce que resulta altamente estimulante
para el hombre.
Por eso un poeta escribió:

Al besarla he bebido de su boca,


como el Camello bebe en el oasis.
Su abrazo y la frescura de su boca me dan
una languidez que me llega a todo el cuerpo.

Un beso debe ser sonoro. Su sonido nace entre la lengua y


el paladar, y se produce por un movimiento de la lengua en
la boca y un desplazamiento de la saliva provocado por la
succión.
Un beso en la parte exterior de los labios y acompañado
de un sonido como el que se emite para llamar a un gato, no
da placer alguno. En cambio el beso que he descrito antes,

105
perteneciente a la cópula, provoca una voluptuosidad deli-
ciosa. Es uno mismo quien debe aprender a diferenciarlos.
Un verso popular nos recuerda que:

Un beso en labios húmedos es mejor


que un coito apresurado.

Yo he compuesto sobre este tema las siguientes líneas:

Besas mis manos... ¡Mi boca debería ser el sitio!


¡Oh mujer, tú que eres mi ídolo!
Fue un amoroso beso el que me diste, pero se perdió:
la mano no puede apreciar la naturaleza del beso.

Has de saber que todos los besos anteriormente mencio-


nados son inútiles cuando no van acompañados de la intro-
ducción del dekeur.
Por tanto, si no estuvieses capacitado para copular, debie-
ras abstenerte, ya que de otro modo encenderás un fuego que
sólo una separación podrá extinguir.
La pasión inflamada se asemeja a un fuego, y así como
éste sólo puede apagarse con el agua, sólo el semen puede
extinguir el fuego del amor. Cuando las caricias no van segui-
das de la cópula, la mujer queda tan insatisfecha como el
hombre.

106
Se cuenta que Dahama ben Mesejel se quejó ante el gober-
nador porque su esposo, El Ajaje, era impotente y ni cohabi-
taba con ella ni la cortejaba. Su padre, que la asistía en el caso,
fue censurado a causa de esto por las gentes de Yahama, quie-
nes le preguntaron si no se sentía avergonzado de reclamar el
coito para su hija.
—Quiero que tenga hijos –replicó–. Si los pierde, Alá le
exigirá cuentas. Y si los conserva, ¿no le resultan útiles?
Dahama expuso su caso ante el emir con estas palabras:
—Aquí está mi esposo. Hasta ahora no me ha penetrado.
—Quizá no sientas deseos –objetó el emir.
—Al contrario. Estoy deseosa de yacer y abrir mis pier-
nas.
—Oh, emir, ella miente –exclamó su esposo–. Si quiero
poseerla, debo luchar duramente.
—Te daré un año para probar la falsedad de tu alegato
–respondió el emir. No obstante, lo hizo sin simpatía alguna
por el hombre.
Tan pronto como regresó a casa, tomó a su esposa en brazos
y comenzó a acariciarla y besarla en la boca, pero en esto se
agotó su empeño, ya que no pudo demostrarle su virilidad.
Dahama le dijo:
—Deja tus caricias y abrazos. No bastan en el amor. Lo
que necesito es un dekeur rígido y fuerte que inunde mi keuss
de esperma.
Desesperado, Ajaje la devolvió a su familia y la repudió
esa misma noche.
Has de saber que, para que una mujer se satisfaga, no bas-
tan los besos sin la cópula. Su único deleite está en su dekeur,
y ella entregará su amor al hombre capaz de utilizarlo bien,
aunque sea desagradable y deforme.

107
Se cuenta que Moussa ben Mesab fue un día a casa de una
señora que poseía una esclava, una hermosa cantante, con la
intención de comprársela. Esta señora era extraordinaria-
mente bella y muy rica. Al entrar en la casa vio a un hombre,
todavía joven aunque muy deforme, que estaba dándole órde-
nes. Preguntó a la señora quién era aquel hombre, y ella res-
pondió:
—Ese hombre es mi esposo, y gustosamente daría la vida
por él.
—Estás sometida a una dura esclavitud y te compadezco,
pero pertenecemos a Alá y a Él retornaremos. De cualquier
manera, ¡qué calamidad que una belleza tan incomparable y
una figura así deban pertenecer a ese hombre!
—Oh, hijo, si él te hiciera por detrás lo que a mí me hace
por delante, venderías todos tus bienes e incluso tu patrimo-
nio. Entonces lo encontrarías hermoso y su fealdad se con-
vertiría en perfección.
—¡Que Alá te conserve! –exclamó Moussa.

"¡Oh mi amada! Siento tan hondo amor por ti,


que de buena gana te seguiría hasta el mismo cielo, porque
tú eres laguna… mas ¡ay!,
estando yo desprovisto de alas, jamás llegaré a ti.
¡Oh sol! ¡Ayúdame en este trance!
¿Por qué no me llevas hasta la luna que yo amo?"

108
8

SOBRE LAS COSAS QUE SON


PELIGROSAS EN EL ACTO SEXUAL

"¡No te muevas! Pero deja que respiren tus senos,


elevándose y abatiéndose como las olas del mar.
Ah, deja que respiren tus senos, porque…
¡Yo ya estoy impregnado de la danza de tu cuerpo!"

Hay males que pueden ser causados por el coito. Te nom-


braré algunos pues es muy importante conocerlos para poder
evitarlos.
Ante todo el coito en posición erguida (de pie) afecta las
articulaciones de las rodillas y puede producir temblor ner-
vioso; el coito en posición lateral puede provocar fácilmente
la gota y grandes dolores.
No tengas relaciones cuando lleves largo tiempo sin comer,
ni después de una comida abundante, pues podrías sentir dolo-
res dorsales, y perder la potencia sexual o debilitarse tu vista.

109
Cuando te monte una mujer, cuida tu espina dorsal; si en
esta posición entrara una gota de secreción vaginal en tu ure-
tra, puede causarte gran dolor.
Después de la eyaculación, no dejes tu dekeur en la keuss,
pues puede producir incomodidades en la piel, como ecze-
mas leves.
Los grandes esfuerzos corporales después del coito son
perjudiciales. El coito con ancianas actúa como un veneno
mortal; hay un dicho árabe:

No penetres a las viejas,


aunque sean tan ricas como Karoum.

Y también de ha dicho:

Guárdate de montar a las viejas,


aunque te colmen de regalos.

Y un tercer proverbio afirma que el coito con viejas es como


un alimento venenoso. El hombre que mantiene relaciones
sexuales con una mujer más joven que él, adquiere con ello
nuevas energías. Si es de su misma edad, no obtendrá prove-
cho físico del coito; pero si la mujer es más vieja que él, ella le
robará todas sus fuerzas, a fin de tenerlo bien sujeto.
Como se dice en estos versos:

Guárdate y no ames a una anciana,


que en su corazón lleva el veneno de la víbora.

110
Asimismo tenemos el proverbio:

No ofrezcas tus servicios amorosos a una anciana,


aunque te ofrezca un caldo de trigo candeal y
pan de almendras.

El exceso de relaciones sexuales es nocivo para la salud,


ya que el hombre pierde su semilla. Si la mantequilla, hecha
de leche, es la quintaesencia de ésta, el semen es la quintae-
sencia del alimento tomado por el hombre. Y su pérdida sig-
nifica pérdida de energía.
Por otra parte, la salud del cuerpo, y por ésta, la calidad
del semen, depende directamente de la calidad de los alimen-
tos. Cuando un hombre apasionado quiere abandonarse al
goce del amor sexual, sin poseer grandes fuerzas, deberá
tomar alimentos tonificantes: frutas hervidas con miel, hier-
bas aromáticas, carne, miel, huevos y otros alimentos pareci-
dos. El que se atenga a esta prescripción se verá protegido
contra las molestias siguientes que pueden ser provocadas
por relaciones sexuales excesivas.

Primero, pérdida de la potencia generadora.


Segundo, disminución de la agudeza visual; quien
no siga mis consejos tal vez no se volverá ciego,
pero padecerá enfermedades oculares.
Tercero, la pérdida de fuerzas físicas; será como el
hombre que quiere robar y no puede; que persi-
gue a otro, sin agarrarlo nunca; que se fatiga rápi-
damente por el trabajo o por llevar bultos pesa-
dos.

111
El que no quiera experimentar el deseo de goces sexuales,
que tome alcanfor. Unos granos de alcanfor disueltos en agua
hacen que el hombre que los ha bebido se vuelva indiferente
al goce sexual. Muchas mujeres los utilizan cuando sienten
celos de alguna rival, o cuando luego de varias noches de
amor apasionado, desean dormir tranquilas. Entonces se pro-
curan y to-man el alcanfor.
Con este mismo fin se utilizan, también, flores de aleña,
que se dejan reposar en agua hasta que esta adquiere un tono
amarillento; de esta forma obtienen un brebaje que tiene casi
los mismos efectos que el alcanfor.
Ya he hablado de estos remedios, aunque éste no sea su
sitio más oportuno. Pero creo que esta información puede
ser provechosa.
Hay ciertas acciones que ejercen un efecto nocivo, perju-
dicando la salud cuando se ejecutan a menudo.
Aquí enumeraré algunas: dormir demasiado, viajar en esta-
ciones desfavorables, sobre todo en países muy fríos, ya que
esto puede conducir a estados de debilidad y a enfermedades
de la médula espinal. El mismo efecto tiene el manejo cons-
tante de objetos fríos y húmedos, como por ejemplo el barro.
Los hombres que tengan dificultad para orinar, sufrirán
dolores en el coito.
Cuando se deja el dekeur en la keuss después de la eyacu-
lación, se debilita el órgano y disminuye la potencia procrea-
dora.
Si te has acostado con una mujer, puedes copular varias
veces con ella, si te sientes dispuesto a ello. Pero guárdate
de los excesos o de las intrigas, ya que esta es la palabra
verídica:

112
El que juega al juego del amor
sólo para sus propios fines
y satisfacción de sus deseos personales,
experimenta un verdadero gozo;
pero quien lo hace para ceder a la voluptuosidad
de otra persona, se debilitará, sus deseos
se extinguirán al fin y no podrá ejecutar el coito.

Estas palabras significan que cuando un hombre lo desea,


puede copular con una mujer sin temor a una futura impo-
tencia; su apetito de goce sexual en esto es decisivo.
Pero aquel que realiza el coito para complacer a otra per-
sona (para satisfacer la pasión de su amante) y gasta sus ener-
gías en ello, obra en su perjuicio y pone su salud en peligro.
Puede ser peligroso realizar el coito en un baño o inme-
diatamente después de haberlo tomado. También debe abste-
nerse después de una sangría o de haber tomado un laxante.
Es bueno evitar el coito después de una borrachera.
Realizar el coito con una mujer que tiene la regla es muy
molesto para ambos, pues la sangre menstrual es impura y su
keuss está fría, y si esa sangre cayese en la uretra del hombre,
podría originarse alguna enfermedad. La mujer durante la
regla, no experimenta ningún placer, y en esos días muestra
aversión al mismo.
Según opinión de muchos, el goce sexual en el baño es
muy poco, pues el placer depende del calor de la keuss.
Durante Un baño la keuss estará fría, y esto disminuye el pla-
cer. Además, la penetración de agua en los genitales masculi-
nos y femeninos puede traer efectos indesados (infecciones).
Se dice que es nocivo para los ojos contemplar el interior
de la keuss, aunque no existe ninguna prueba de esto. Sin

113
embargo, se cuenta que el califa de Damasco, Hassan ben
Isa, tenía la costumbre de examinar el iterior de la keuss.
Cuando le adviertieron que esto podía ser peligroso para los
ojos, respondió:
—¿Existe acaso mayor delicia que ésta?
No tardó mucho en quedarse ciego.
El coito después de una comida copiosa puede producir her-
nia inguinal. Hay que evitar el coito después de grandes esfuer-
zos corporales y cuando el tiempo sea muy cálido o muy frío.
Entre los perjuicios que puede causar el coito en países
muy calurosos, mencionaré la pérdida de la vista.
Debe evitarse la repetición del coito sin haber lavado los
genitales, pues puede debilitar la virilidad del hombre.
Cuando un hombre se encuentra en estado de impureza
por razones religiosas, debe abstenerse del coito, pues en caso
de quedar ella fecundada, se corre el riesgo de que el hijo no
goce de buena salud.
Después de eyacular, el hombre debe retirar su dekeur, pues
de lo contraio puede perder su capacidad de repetir el coito.
Debe evitarse llevar cargas pesadas en la espalda, para no
entorpecer la capacidad sexual. Tampoco es aconsejable lle-
var siempre ropa de seda, pues disminuye el deseo del coito.
Incluso las prendas de seda en las mujeres disminuye la capa-
cidad de erección del miembro masculino.
Un ayuno de larga duración disminuye los deseos sexua-
les, pero el comienzo del ayuno los estimula.
Hay que evitar los líquidos grasos, pues disminuyen la
fuerza del hombre para el coito.
No es bueno lavar el órgano sexual con agua fría después
del coito; en general, el agua fría disminuye el deseo, y el
agua caliente lo aumenta.

114
Conversar con una joven le provoca al hombre una erec-
ción, y el grado de pasión corresponde a la juventud de los
amantes.
Un padre le recomendó a su hija antes de que se casara
que se perfumara con agua. Esto significaba que debía lavar
su cuerpo con agua en vez de perfumarlo con aromas, pues
los aromas no convienen a toda la gente.
También cuentan que una mujer dijo a su esposo:
—¡Eres un canalla, pues jamás te perfumas!
Él le contestó:
—¡Ignorante! Es la mujer la que debe perfumarse.
La exageración de los goces sexuales produce la pérdida
del gusto por los placeres. El que padece esto, debe frotar su
miembro con una mezcla de miel y sangre de macho cabrío.
Esto será muy efectivo.
Asimismo la lectura del Corán podrá ejercer una influen-
cia favorable sobre la capacidad sexual.
El hombre dotado de razón no se excederá en el goce de
la sexualidad.
El semen es el agua de la vida y si la economiza estará
siempre dispuesto alos goces del amor. El semen es la luz de
sus ojos; por eso no hay que derramarlo, aunque sientas gran-
des deseos, pues si no tienes cuidado con él, te expones a
toda clase de enfermedades.
Los médicos dicen: “Una constitución fuerte es condición
indispensable del coito. Quien sea fuerte puede entregarse
sin peligro al placer sexual, pero es distinto para los débiles,
ya que se exponen a muchos peligros si se entregan a las
mujeres con exceso”.
El sabio El-Saki ha establecido los límites que el hombre
ha de respetar respecto al goce sexual:

115
“Ningún individuo de temperamento flemático o sanguí-
neo debe entregarse al amor más de dos o tres veces al mes;
el melancólico o hipocondríaco, nunca más de una o dos
veces al mes”.
De hecho, los hombres de todos los temperamentos son
insaciables en cuanto a la sexualidad, sin tener en cuenta el
peligro de enfermedades internas o externas.
Las mujeres se hallan menos expuestas a peligros que los
hombres. En efecto, el coito es su especialidad, pues sola-
mente obtienen placer, en tanto que los hombres se exponen
a muchos peligros causados por el exceso.
Ahora daré a conocer el siguiente poema, en el que halla-
rá algunos consejos de higiene. Fue escrito por orden del cali-
fa Harún al-Rashid, a los médicos más famosos de su época.
El califa les había pedido que describiesen los medios para
evitar los efectos nocivos del coito. La respuesta fue:

Come lentamente a fin de que te aprovechen


los alimentos, y procura digerirlos bien.
No tomes cosas indigestas,
ya que carecen de valor para la alimentación.
No bebas jamás inmediatamente después de haber comido,
pues de lo contrario, la enfermedad estará
ya a la mitad de camino de tu persona.
No tengas reparo, ni en compañía de gente exquisita,
y si la comida no te ha sentado bien, vomítala,
vomítala antes de acostarte,
ya que si deseas dormir, has de aliviarte.
¡Guárdate de los medicamentos, guárdate!
Si no estás muy enfermo, no los tomes.

116
Te aconsejamos que seas prudente,
pues tu cuerpo siempre se beneficiará de tu prudencia.
No te muestres excesivamente apasionado con las mujeres de
senos redondos, puesto que demasiado placer
debilita las piernas, y el exceso a muchos les enferma.
Descubren demasiado tarde que el coito transporta
la energía del hombre a la vagina de la mujer.
Pero ante todo, guárdate de las viejas,
ya que amar a una vieja es venenoso.
Un baño cada dos días te lo aconsejamos.
Sé, pues, sensato y sigue nuestras recomendaciones.

Tales son los versos que los médicos sabios le dieron al


soberano lleno de bondad y buen humor, el más noble y gene-
roso de todos los hombres.
Todos los sabios y médicos están de acuerdo en que la
mayoría de enfermedades que afligen al hombre tienen su
origen en el exceso de goces sexuales. Por tanto, el que quie-
ra conservar la salud, y sobre todo la vista, que lleve una exis-
tencia reposada, moderada en el placer del amor, ya que lo
contrario podría producir malos resultados.

"¡Desdéñame si quieres… que todo te lo acepto!


Me resigno a todo esto, porque sé que mi deseo
lo premiarás un día de estos, porque…
¡yo ya estoy impregnado con ansia de tu cuerpo!"

117
9

SOBRE LOS DIVERSOS NOMBRES


DEL MIEMBRO VIRIL

"¡El reidor arroyo reanuda su risa!


La avispa en la flor suspende su zumbido;
y mi mirada hace arder los dos granos
granates de tus senos…
¡Oh!, deja que mis ojos se solacen en ellos, porque…
¡Yo ya estoy impregnado del mirar de tu cuerpo!"

El Miembro viril tiene muchos nombres, entre los cuales


figuran los siguientes:

El dekeur, el miembro viril


El kamera, el pene
El aïr, el miembro de la generación
El hamana, la paloma
El teunnama, el cascabel
El heurmak, el indomable
El ahlil, el liberador

119
El zeub, el miembro
El hammache, el excitador
El naase, el dormilón
El zodamme, el abrecaminos
El khiade, el sastre
Mochefi elrelil, el extintor de pasiones
El khorrate, el alborotador
El deukhak, el golpeador
El aouame, el nadador
El dekhal, el intruso
El aouar, el tuerto
El fortas, el calvo
Abou aïne, el monóculo
El atsar, el arribista
El domar, el cabezón
El rokba, el cuelludo
Abou, quetaïa, el peludo
El besis, el desvergonzado
El mostahi, el tímido
El bekkaï, el llorón
El hezzaz, el removedor
El lezzaz, el anexionista
Abou laaba, el escupidor
El fattache, el buscador
El hakkak, el frotador
El mourekhi, el flojo
El motela, el explorador
El mokcheuf, el descubridor

120
Por lo que se refiere a los nombres kamera y dekeur, en
realidad se habla de lo mismo.
La palabra árabe dekeur indica sexo masculino en todos los
seres vivos, y se utiliza a la vez en el sentido de memoria y
recuerdo.
Cuando al miembro varonil le sucede una desdicha, bien
que se lo hayan cortado, bien que esté débil, de forma que no
puede llevar a cabo sus funciones conyugales, se dice de él:
“El dekeur de fulano ha muerto”. Lo cual significa: “El linaje
está cortado”, y también: “le ha desaparecido la memoria”.
Cuando muere dicen de él: “Le han cortado el dekeur”, lo
que significa: su recuerdo ha abandonado este mundo.
El dekeur también desempeña un papel importante en los
sueños. Cuando un hombre sueña que le han cortado el miem-
bro, puede estar seguro de que no vivirá mucho tiempo, pues
dicho sueño significa la extinción de sus recuerdos y su des-
cendencia.

El aïr, el miembro de la procreación. Se deriva de kir (bofe-


tón), cuando aïr se cambia a letra a, se convierte en k. Al
miembro le conviene este nombre, ya que cuando lo golpean
se yergue, pero en caso contrario cuelga flojamente.
Es llamado hamama, la paloma, porque después de hin-
charse, al volver a su estado de reposo semeja a una paloma
que empolla sus huevos.
El teunnama, el cascabel. Así llamado por el ruido que
hace cada vez que entra o sale de la vulva.
El heurmak , el indomable. Así llamado porque, al hin-
charse y ponerse erecto, comienza a mover la cabeza buscan-
do la entrada a la vagina, y al encontrarla penetra con brus-
quedad e insolencia.

121
El ahlil, el liberador. Así llamado porque, al entrar en la
vulva de una mujer divorciada, la libera de la prohibición de
volver a casarse con su esposo anterior.
El zeub, el miembro. Proviene de la palabra deub, que sig-
nifica deslizador. Así llamado porque, al introducirse entre
los muslos de una mujer y ver una vulva, comienza a desli-
zarse por sus piernas y pubis y, al aproximarse a la entrada,
continúa entrando hasta tomar posesión. Una vez conforta-
blemente instalado, penetra completamente y eyacula.
El hammache , el excitador. Así llamado porque con sus
repetidas entradas y salidas excita la vulva.
Al naase, el dormilón. Así llamado por su aspecto iluso-
rio. Al estar en erección se alarga y enduerece de tal modo
que parece imposible que pudiera ablandarse otra vez, aun-
que al dejar la vulva, tras haber aplacado su pasión, cae dor-
mido.
El zodamme , el abrecaminos. Así llamado porque, al
encontrarse con una vulva que no le permite entrar de inme-
diato, se abre paso con la cabeza, rompiendo y destrozando
todo como una bestia desatada.
El khiade, el sastre. Así llamado porque no entra en la
vulva sin antes haber maniobrado su entrada, como un sastre
al enhebrar una aguja.
Mochef el relil, el extintor de pasiones. Se da este nombre
al pene grueso y fuerte que tarda en eyacular. Un pene así satis-
face plenamente los deseos amorosos de una mujer porque,
tras haberla conducido al goce, la sacia mejor que cualquier
otro. Cuando desea entrar en una vulva y la encuentra cerra-
da, se lamenta, ruega y hace promesas “Oh, amada mía, déja-
me entrar, no tardaré”, aunque, una vez logrado su propósito,
incumple su palabra y prolonga su permanencia, y no se reti-

122
ra sin haber eyaculado y apagado su ardor a fuerza de entrar
y salir, subir y bajar e ir de izquierda a derecha. La vulva pre-
gunta: “¿Qué fue de tu promesa? ¡Dijiste que estarías sólo un
momento!”, y él contesta: “Oh, no saldré hasta haber topado
con tu útero, y entonces me iré.” Al oír estas palabras, la vulva
despierta al jadeba, que atenaza al pene por la cabeza, y se
satisface plenamente.
El khorrate, el alborotador. Así llamado porque se presen-
ta ante la vulva con mucha insistencia, llama a la puerta, albo-
rota y revuelve todo, investigando de izquierda a derecha, de
adelante hacia atrás, y repentinamente se introduce hasta el
fondo de la vagina y eyacula.
El deukkak, el golpeador. Porque al llegar a la entrada de
la vulva, da un ligero golpe. Si la vulva responde y abre la
puerta, entra, y de no obtener respuesta continúa llamando
hasta que le abren. Denominamos llamar a la puerta al frota-
miento del pene contra la vulva hasta que ésta se humedece,
y apertura de la puerta a la producción de esta humedad.
El aouame, el nadador. Porque, al entrar en la vagina, no
permanece quieto en un lugar, sino que se revuelve de izquier-
da a derecha, de adelante hacia atrás, pero principalmente en
el centro, y nada en el semen que eyacula y en el fluido secre-
tado por la mujer, como si temiendo ahogarse, luchase por
salvar su vida.
El dekhal, el intruso. Porque al presentarse ante la puerta
de la vulva, ésta le pregunta: “¿Qué quieres?”, y él responde:
“¡Quiero entrar!”. La vulva responde: “Eso es imposible…
no puedes hacerlo a causa de tu tamaño”. El intruso pide
entonces que se le permita introducir la cabeza, prometiendo
no penetrar completamente. Se acerca a la vulva, frota su
cabeza dos o tres veces contra los labios hasta provocar la

123
secreción y luego, cuando la vulva se halla bien lubricada, da
un salto repentino y penetra en ella.
El aouar, el tuerto. Porque, el cual no es igual a otros ojos,
no puede ver con claridad.
El fortass , el calvo. Así llamado porque, al no tener un
pelo en la cabeza, hace que parezca calvo.
Abou aïne, el monóculo. Porque su único ojo presenta la
peculiaridad de carecer de pupila y de pestañas.
El atsar , el arribista. Porque, cuando desea entrar en la
vulva y no ve la puerta, tropieza arriba y abajo y continúa
haciéndolo como quien tropieza con una piedra en el camino
hasta que los labios de la vulva están lubricados y consigue
entrar.
El dommar, el cabezón. Porque su cabeza es diferente de
todas las demás.
El abou rokba, el toro. Aquel cuyo cuello es corto y grue-
so y voluminoso en la parte posterior. Tiene la cabeza pelada
y el vello del pubis rizado.
Abbou quetaia, el peludo. Así llamado porque el vello es
abundante.
El besis, el desvergonzado. Porque, desde el momento en
que se alarga y endurece, no respeta a nadie. Levanta las ropas
de su amo, sin preocuparse por la vergüenza que él pueda sen-
tir. Con las mujeres se comporta de igual modo. Levanta su
vestido y deja sus muslos expuestos. Su amo no puede hacer
nada contra esta conducta: a él le da igual y continúa su rigi-
dez y ardor.
El mostahi, el tímido. Propio de muy pocos : siente vergüen-
za y timidez al encontrarse con una vulva desconocida, y tarda
un tiempo en levantar la cabeza. A veces su problema es grande
y se muestra impotente.

124
El bekkaï, el llorón. Así llamado por las lágrimas que derra-
ma. Al ver una cara bonita, llora. Si toca a una mujer, llora.
Incluso llora al recordar.
El hezzaz, el removedor. Porque al entrar en la vulva, se
mueve vigorosamente hasta que extingue su ardor.
El lezzaz , el anexionista. Porque, al entrar en la vulva,
comienza a moverse, se adhiere estrechamente e incluso trata
de introducir los testiculos.
Aboulaaba, el escupidor. Porque, cuando su amo toca a
una mujer, juega con ella o la besa, su saliva comienza a fluir.
Esta saliva es abundante después de una larga abstinencia y a
veces empapa la ropa. Este pene es muy común. El líquido así
vertido se llama medi, y a veces es por causa de pensamien-
tos lascivos.
El fattache, el buscador. Porque, al entrar en la vulva,
busca en todas direcciones. No descansa hasta conseguir la
eyaculación.
El hakkak, el frotador. Porque no entra en la vagina sin
haberse restregado contra la vulva varias veces.
El mourekhi, el flojo. El que nunca consigue penetrar por
ser demasiado blando, sólo se frota contra la vulva hasta que
eyacula. No proporciona ningún placer a la mujer.
El motela, el explorador. Porque penetra lugares inusua-
les, y toma nota del estado de las vulvas.
El mokchehuf, el descubridor. Porque al endurecerse y ele-
var la cabeza, no tiene vergüenza y no respeta nada. Conoce
la humedad, frescura, sequedad, estrechez de las vulvas.

Éstos son los nombres principales atribuidos al miembro


viril, que corresponden con sus cualidades distintivas.

125
"Tu beso es el rojo jacinto transformado
en dulce aliento; tu ternura, la pudorosa violeta;
tus devaneos, las crueles margaritas…
ese ramillete lo até con el hilo de mi pasión."

126
10

SOBRE LOS DIVERSOS NOMBRES


DEL ÓRGANO SEXUAL FEMENINO

"¡Oh, tu dos senos! Los dos pequeños senos


de marfil rosado, redondeados y revoltosos
sobre la nieve cegadora de tu pecho;
me parece verlos suspendidos
en tu garganta de mármol, porque…
¡Yo ya estoy impregnado de querer tu cuerpo!"

El órgano sexual femenino tiene muchos y variados nom-


bres, entre los cuales mencionaremos los siguientes:

El feurdj, la abertura
El keuss, la vulva
El kelmoune, la voluptuosa
El ass, la primitiva
El zerzour, el estornino
El cheukk, la grieta
Abou tertour, la cresta
Abou khochime, la chata

127
El gueunfond, la erizo
El sakouti, la taciturna
El deukkak, la exprimidera
El tseguil, la importuna
El taleb, la ansiosa
El hacene, la belleza
El neufahk, la infladora
Abou djebaha, la arrogante
El ouasa, la dilatable
El dride, la grande
Abou cheufrine, la bilabial
Abou aungra, la giba del camello
El rorbal, el cedazo
El hezzaz, la inquieta
El lezzaz, la anexionista
El moudd, la acomodadora
El moudine, la uxiliadora
El meusboul, la extensible
El molki, la duelista
El harrab, la fugitiva
El sabeur, la resignada
El mosuffah, la obstruida
El mezour, la profunda
El addad, la mordedora
El meusass, la mamona
El zeunbur, la avispa
El harr, la calentadora
El ladid, la deliciosa

128
El feurdj, la abertura. Porque se abre y cierra como la vulva
de una yegua en celo. Esta palabra se aplica en forma indis-
criminada a las partes de la mujer en el Corán. Su significado
es abertura, pasaje.
El keuss, la vulva. Es carnosa y sobresale en toda su exten-
sión. Los labios son grandes, los bordes separados y simétricos,
y el centro prominente. Es tierna, seductora y perfecta. Es lo
más agradable y mejor de todo. Es cálida, estrecha, y seca, tanto
que parece que podría arder; de forma graciosa y olor suave.
Su blancura hace resaltar el carmín del centro. Es perfecta.
El kelmoune, la voluptuosa. Atribuido a la vulva virgen.
El ass, la primitiva. Aplicable a cualquier vulva.
El zerzour, el estornino. Vulva de una mujer muy joven o
vulva morena.
El cheukk, la grieta. Vulva de una mujer delgada.
Abou tertour, la cresta. Provista de una cresta como un
gallo, que se eriza en el momento del placer.
Abou khochime, la chata. Tiene labios delgados y una
pequeña lengua.
El gueunfond, la erizo. Vulva de una mujer vieja, con piel
y bello endurecido.
El sakouti, la taciturna. Aunque un pene la penetrara cien
veces no diría nada.
El deukkak, la exprimidera. Exprime al pene, inmediata-
mente después de ser penetrada.
El tseguil, la importuna. Es la vulva que no desaprovecha
pene alguno. Con ella los roles se invierten: es el pene el que
se defiende y ella la agresora. Es muy rara, y sólo se encuen-
tra en las mujeres de fuego.
El taleb, la ansiosa. Busca al pene, y al encontrarlo, rehu-
sa liberarlo hasta que su fuego se ha extinguido.

129
El hacene, la belleza. Se da este nombre a la vulva blanca,
rolliza y redonda como una cúpula. Los ojos no pueden apar-
tarse de ella y el pene no puede resistirla.
El neuffaj, la infladora. Al llegar a su entrada, el pene se
infla y eriza de inmediato. En el momento del goce se abre y
cierra.
Abou djebaha, la arrogante. Vulva muy larga y coronada por
un pubis que semeja una frente majestuosa.
El ouasa, la dilatable. Al acercarse el pene está cerrada e
impenetrable, pero cuando el pene la frota con la cabeza se
ensacha considerablemente.
El dride, la grande. Es tan larga como ancha, y se extien-
de en ambas direcciones. Es la más hermosa.
Abou, beldoum, la glotona. Es la que tiene garganta
amplia. Si se ha visto privada del coito durante un cierto
tiempo y un pene se aproxima, lo devora por entero.
El mokaour, el pozo sin fondo. Es la vagina que se pro-
longa indefinidamente. Necesita un pene muy largo.
Abou cheufrine, la bilabial. La vulva de una mujer muy
fornida, o de gran envergadura. También la vulva de labios
flácidos y colgantes.
Abou aungra, la giba del camello. El pubis sobresale como
la giba de un camello.
El rorbal, el cedazo. Cuando recibe a un pene comienza a
moverse de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha hasta
quedar satisfecha.
El hezzaz, la inquieta. Al recibir el pene, comienza a mover-
se violentamente y sin interrupción hasta que el pene alcanza
el útero.
El lezzaz, la anexionista. Al recibir un pene lo apresa estre-
chamente.

130
El moudd, la acomodadora. Succiona al pene con vigor,
para extraer el esperma destinado a fluir en el útero expec-
tante. Para una mujer con esta clase de vulva, el placer es
incompleto si el semen no inunda su útero.
El moudine, la auxiliadora. Ayuda al pene a entrar y salir
y a moverse de arriba a abajo. Incluso el de eyaculación tar-
día será vencido por esta vulva.
El mesboul, la extensible. Esta vulva se extiende desde el
pubis hasta el ano. Se asemeja a un peine extendido entre los
muslos.
El molki, la duelista. Es la vulva que, una vez el pene dentro,
se adelanta por temor a que él se retire antes de que el goce sea
completo. No siente placer a menos que el jadeba entre en
acción y pueda atrapar al pene fuertemente. Esta vulva y el pene
se enfrentan como dos duelistas. El primero en eyacular es el
vencido.
El harrab, la fugitiva. Es la vagina estrecha y corta que
huye de la penetración de un pene largo y erecto. Es la vulva
de la mayoría de las vírgenes.
El sabeur, la resignada. Soporta cualquier movimiento del
pene. Soporta cópulas violentas y prolongadas.
El mosuffah, la obstruida. Es el defecto que resulta de una
circunsición mal realizada.
El mezur, la profunda. Está siempre con la boca abierta y
su fondo está fuera de alcance.
El addad, la mordedora. Una vez que el pene la ha pene-
trado, arde con pasión y se abre y cierra sobre él. El hombre
siente su pene atrapado por la jadeba, especialmente en la
eyaculación.
El zeunbur, la avispa. Es la vulva con bello púbico duro
que parece dar aguijonazos al pene.

131
El harr, la calentadora. Es la más digna de alabanza de las
vulvas. El placer se mide por el grado de calor que propor-
ciona.
El ladis, la deliciosa. Es la vulva que pude proporcionar
un placer inigualable.

Las guerras del amor no tienen otro objeto que el placer


proporcionado por la vulva, que es el placer supremo de la
vida. Es un anticipo de la felicidad que nos aguarda en el
paraíso.
Hay otros nombres que se podrían aplicar a la vulva. El
objeto de este trabajo es aplicar aquellos nombres que parez-
can atractivos para el coito, que puedan provocar una erec-
ción.
El poeta Abu Nouass, describió el carácter de las mujeres
en los siguientes versos:

Como diablesas vienen al mundo las mujeres.


Tonto es el hombre que cree en sus palabras.
Sólo conceden sus favores por capricho,
pero su perversa crueldad inflama
en nosotros, pobres hombres,
un celo ardiente más caliente que el fuego.
¡Oh, mujeres! Llenas de trucos y traiciones,
pues tal es vuestra naturaleza.
¡Ay del que os ame! Quien no me crea, que haga la prueba y
entregue durante años su corazón a una mujer.
Después de haber perdido todos sus bienes,
ella dirá lo siguiente: ¡Por Alá!
¡Ese individuo nunca me ha dado un sólo dinario!
Y desde la mañana a la noche le martillearé los oídos:

132
¡Dame, dame! ¡Y si no tienes dinero, pídelo!
Y cuando el pobre no tenga ya nada que ofrecerle,
el amor de ella se trocará con rapidez en odio,
y no tendrá pudor, cuando no esté su marido,
de regocijarse con un esclavo, si tal es su deseo,
ya que el embuste y el engaño
son el elemento innato de toda mujer.
Pero cuando el ardiente deseo se posesiona de ella,
entonces no tiene otro objetivo
que su propia satisfacción. ¡Oh Alá,
guárdanos de los artificios de la mujer!
¡Y sobre todo, aparta de nosotros el celo
de la mujer lujuriosa! ¡Así sea!

"¡Soporto todos los males que me inflige


tu inagotable crueldad, todos los tormentos
por los cuales me hacen pasar tus caprichos;
sé que algún día reconocerás la grandeza de mi amor,
y entonces vendrás a recostarte en mi lecho."

133
11

SOBRE LOS ÓRGANOS SEXUALES


DE LOS ANIMALES

No tengo celos de ti, nada temas;


llevaré mis ansias a tu lecho
y mis caricias se perderán en tu vientre…
y podré cantarte mis más sentidas baladas,
esas mismas que tú me has inspirado, porque…
¡Yo ya estoy impregnado de la canción de tu cuerpo!

Los órganos sexuales de muchos animales no son tan dife-


rentes a los dekeur de los hombres. Se clasifican los miem-
bros de los animales según las especies a que pertenecen, y
son cuatro:

Los dekeur de los animales con pezuñas, como la mula, el


caballo y el asno, los cuales son de gran tamaño.

El rermoul, el coloso
El kass, la serpiente enrollada
El fellag, el que parte

135
El zellate, el garrote
El heurmak, el indomable
El meunefoukh, el que tiene una cabeza
Abou beurnita, el que usa sombrero
El keurkite, el puntiagudo
El keuntral, el puente
El rezama, el mazo
Abou sella, el luchador

Los dekeur de animales que tienen patas llamadas akhefaf


(pezuña unida por una callosidad), como el camello.

El maloum, el muy conocido


El tonil, el largo tiempo
El cherita, el cordón
El mostakime, el firme
El heurka, el giratorio
El mokheubbi, el ocullto
El chaaf, el manojo
Tsequil el ifaha, el lento

Los miembros de animales con pezuñas hendidas, como el


buey, la oveja, etc.

El aceub, el nervio
El heurbadj, la vara
El sonte, el látigo
Reqquig er ras, la cabeza pequeña

136
Para el carnero:

El aicoub, el nervioso
Y por último, los dekeur de animales con garras, como el
león, el zorro, el perro, y otros animales de esta especie.

El kedib, el miembro
El kibouss, la gran glándula
El metemerole, el que se alarga

Se cree que, de todos los animales, el león es el más exper-


to en el coito. Si se encuentra a una leona, la examina, y sabe
si ha sido cubierta por un macho. Si se acerca a la leona, por
el olor conoce si ella se ha cruzado con un jabalí o cualquier
otro animal. Huele su orina, y si el examen es desfavorable,
le da rabia y azota su cola. La huele de nuevo y profiere un
rugido que hace retumbar las montañas; después cae sobre
ella y lacera sus costados; incluso puede matarla. Es el más
celoso de los animales.

"Cuídate mucho, mujer cruel, de no sembrar


dudas en mi corazón; porque mi amor por ti
está inundado de tu presencia…
¡No sea que lastimes tu propio corazón!"

137
12

SOBRE LOS ENGAÑOS Y PERFIDIAS


DE LAS MUJERES

"Y verás que mi corazón, por tus desdenes, suplica…


y para calmar esa sed que tengo de ti,
me servirás en el cántaro de tu cuerpo;
y beberé de ti hasta quedar saciado, porque…
¡Yo ya estoy impregnado de la sed de tu cuerpo!"

Numerosas y muy ingeniosas son las tretas e intrigas de


las mujeres. Con sus trampas engañan al mismo Satanás, pues
Alá, el ser Supremo, dijo: “¡Grande es el don de la mentira
en la mujer!”, y también dijo: “Débiles son las intrigas de
Satanás”.

139
— La historia de un esposo que
estaba convencido de la infidelidad de su esposa —

Había una vez un hombre que se había prendado de una


mujer muy bella, que poseía todas las buenas cualidades posi-
bles. Varias veces la había pedido en matrimonio, pero, sin
excepción, ella le había rechazado siempre.
Entonces intentó conquistarla con preciosos regalos, pero
ella también lo rechazó. El hombre se lamentaba y se quejaba
y gastó mucho dinero para obtenerla, pero todo fue en vano,
y acabó por adelgazar de pena.
Al cabo de algún tiempo conoció a una vieja. Esta consi-
guió su confianza y él le contó su secreto. La vieja le escuchó
atentamente y dijo:
—Si Alá lo quiere, yo te ayudaré.
Inmediatamente se dirigió a la casa de la hermosa para
hablarle. Pero al llegar, los vecinos le dijeron que no podía
entrar porque la mansión estaba custodiada por una perra
feroz que atacaba a todo el que abría la puerta.
Cuando la vieja les hubo agradecido su advertencia, se
alegró y pensó: “Si Alá lo quiere, tendré éxito”.
Regresó a su casa, llenó una cesta con pedazos de carne
y volvió a la mansión de la mujer, abrió la puerta y entró.
Al momento, la perra le saltó encima, pero la vieja soste-
nía la cesta ante ella, y cuando la perra vio la carne, husmeó
y agitó la cola. Entonces la vieja dejó la cesta delante del
perro, diciendo:
—¡Come, querida hermana! ¡Tu desaparición me dio gran
pesar! No sabía qué había sido de ti y te busqué largo tiem-
po. Vamos, aplaca tu hambre.

140
El animal bufó y la vieja le acarició el lomo. Mientras
tanto, la dueña de la casa bajó a ver qué pasaba y vio, con
suma extrañeza, que la perra, antes tan feroz, se dejaba aca-
riciar por una desconocida.
—Dime, vieja –preguntó– ¿de qué conoces a mi perra?
Pero la anciana no contestó, limitándose a seguir acari-
ciando a la perra y lamentándose.
Entonces la dueña de la casa añadió:
—Me aflige verte tan triste. Te ruego que me cuentes la
historia de tu pesar.
—Esta perra que vez –repuso la vieja– era una mujer, mi
mejor amiga. Un día nos invitaron a una boda. Juntas fuimos
a la casa donde debía tener lugar el casamiento. A medio cami-
no, un hombre, que se enamoró de mi amiga, nos dirigió la
palabra, pero ella no quiso escucharle. Él le ofreció regalos,
pero también los rechazó.
Unos días más tarde, el hombre volvió a encontrarla y
exclamó:
—Entrégate a mi pasión, o de lo contrario le pediré a Alá
que te transforme en perra.
Ella contestó:
—Pídele lo que quieras.
Pero el hombre invocó la maldición de los cielos sobre
ella, y mi amiga quedó cambiada en la perra que tienes ante
ti.
A esas palabras, la hermosa mujer empezó a llorar y lamen-
tarse.
—¡Oh, buena vieja! –exclamó–. ¡Temo que yo pueda
correr el mismo destino!
—¿Por qué? ¿Qué te ocurre? –se interesó la vieja.

141
—En esta ciudad hay un hombre –fue la respuesta– que
hace mucho tiempo que está enamorado de mí, pero yo me
he negado siempre ha satisfacer sus deseos. Y siempre he
rechazado sus regalos. Por eso ahora temo que invoque la
cólera de Alá contra mí.
—Descríbeme a ese hombre –pidió la anciana–. No quie-
ro que te transformes en ningún animal.
—Pero ¿cómo será posible encontrar a ese hombre en la
ciudad? –se lamentó la mujer–. ¿Y a quién puedo enviar en
su busca?
—A mí, hija mía –respondió la vieja prestamente–. Yo te
haré este favor. Yo lo encontraré, ten la seguridad.
—Oh, de prisa, pues –gritó la mujer–, antes de que atrai-
ga sobre mí la maldición de Alá.
—Hoy le encontraré –prometió la vieja–, y si Alá lo quie-
re, mañana le verás tú.
Tras estas palabras, la vieja se despidió y aquel mis-mo día
fue a ver al hombre, a quien comunicó que al día siguiente
vería a su amada.
A la hora convenida, la mujer fue a casa de la vieja, ya que
se habían puesto de acuerdo en que la entrevista tendría lugar
en su casa. La mujer tuvo que aguardar largo tiempo, pues el
hombre no se presentaba.
Inquieta por este suceso imprevisto, la vieja pensó: “Sólo
Alá es poderoso y grande”.
Sin embargo, fue incapaz de imaginar por qué el hombre
no acudía a la cita.
La hermosa joven estaba sumamente agitada y deseaba
con impaciencia ser poseída por ese hombre. Cada vez esta-
ba más nerviosa, hasta que preguntó:
—¿Por qué no viene?

142
—Probablemente –repuso la vieja– algo imprevisto le ha
retenido. Quizá haya tenido que viajar. Pero tranquilízate,
voy a ayudarte.
La vieja se cubrió con el velo y fue en busca del hombre,
pero no lo encontró.
Mientras le buscaba, iba pensando:
“Esa joven se halla en estos momentos llena de ardiente
deseo por un hombre. ¿Por qué no presentarle a otro que
calme su pasión? Mañana buscaré a otro”.
Y cuando así pensaba, vio a un joven de agradable apa-
riencia. Al momento comprendió que podría satisfacer a una
mujer. Muy contenta, lo abordó:
—Hijo mío, si yo te procurase una cita con una hermosa
joven, encantadora y distinguida, ¿querrías satisfacer su sed
de amor?
—Si has hablado verdad –respondió él–, te daré este dena-
rio de oro.
Muy contenta, la vieja cogió la moneda y condujo al joven
a su casa.
Sin embargo, aquel joven era precisamente el marido de
la mujer hermosa, cosa que la vieja ignoraba.
Le hizo esperar en la calle, entró en la casa y dijo a la her-
mosa:
—No me ha sido posible hallar a tu pretendiente, pero he
encontrado a un joven de muy agradable aspecto que podrá
satisfacer tu deseo. Al otro lo buscaré mañana. Alá me inspi-
ró esta buena idea.
La joven se asomó a la ventana para ver al joven que le
proponía la vieja. Al primer vistazo reconoció a su marido, el
cual entró en la casa enseguida. La mujer se envolvió con su
velo y se acercó a él, dándole un fuerte bofetón.

143
—¡Oh tú, enemigo de Alá! –gritó ella–. ¡Enemigo de ti
mismo! ¿Qué haces aquí? Sin duda has venido a cometer
adulterio. Ya hace tiempo que te vigilaba; por eso te he espe-
rado aquí cada día, y por eso te he enviado a la vieja para
ponerte aprueba. Y hoy he conseguido la demostración de tu
culpabilidad. ¡Ah, no puedes negarla! ¡Cuántas veces me has
jurado fidelidad absoluta! Pero ahora ya conozco tu verdade-
ra conducta, y hoy mismo presentaré mi demanda de divor-
cio.
El joven creyó las palabras de su esposa y no replicó.
Reconoce por esta historia, cuán astutas son las mujeres, y
cómo el hombre puede esperarlo todo de ellas.
Las mujeres poseen tantas tretas y tantas intrigas a su dis-
posición que es imposible enumerarlas. ¡Así las creó Alá!
Pero al final los hombres y las mujeres serán recompensa-
dos solo por sus buenas obras.

"Porque debes saber, bien amada,


que en cada nuevo combate,
los destellos de mi cimitarra y la fuerza de tus armas,
iluminan la noche de mi corazón…
y le recuerdan los mortales encantos de tus ojos negros."

144
13

DE CÓMO CONOCER MEJOR


A LOS HOMBRES Y A LAS MUJERES

"Y te enseñaré cómo reposar tu cabeza en mi hombro,


y las lunas de tus pechos le darán luz a mi pasión…
y nuestro goce será como una estrella
solitaria en la inmensidad del lecho, porque
¡Yo ya estoy impregnado de la luz de tu cuerpo!"

La instrución dada en este capítulo es de la mayor utili-


dad. Es preferible conocer los hechos que ser ignorante de
ellos. Saber puede tener efectos nocivos, pero la ignorancia
es peor.
Con respecto a este conocimiento es mejor aprender que
no saber nada con relación a las mujeres.
Había una vez una mujer llamada Maarbeda, que era con-
siderada la más sabia de intruída de su época. Era filósofa.
Un día le plantearon diversas cuestiones, y entre ellas las
siguientes:

145
—¿En qué sitio del cuerpo se halla situado el espíritu de
la mujer?
—Entre los muslos.
—¿Y la sensación del placer?
—En el mismo lugar.
—¿Y dónde está el odio y el amor del hombre?
—En la keuss. Nosotras damos nuestra keuss al hombre
que amamos, pero se la negamos a quien odiamos. Compar-
timos lo que poseemos con el hombre que amamos y esta-
mos contentas, aunque pueda darnos muy poco. Cuando él
no posee nada, lo aceptamos, por pobre que sea. Pero, cuan-
do odiamos a un hombre, nos mantenemos a gran distancia
de él, por muy rico que sea.
—¿Dónde se hallan, en la mujer, el conocimiento, el amor
y el gusto?
—En el ojo, en el corazón y en la keuss.
Tras la petición de una explicación más amplia, contestó:
—El conocimiento está ubicado en el ojo, ya que la mujer
juzga con sus ojos la belleza de las formas. El ojo presiona el
amor en el corazón, donde mora el amor, subyugándolo. Una
mujer enamorada, sigue el objeto de su amor. Entonces el ser
amado y la vulva se tocan. Entonces lo juzga, según el sabor
sea dulce o amargo. La keuss posee la facultad de distinguir
el bien del mal.
—¿Qué clases de miembros prefieren las mujeres? ¿Cuáles
son las mujeres más ardientes? ¿A cuáles hombres prefieren?
Ella contestó:
—La keuss no tiene la misma forma en todas las mujeres.
Por esto, tienen distintas preferencias y comportamientos. Lo
mismo es con los hombres. Una mujer con keuss carnosa y
corta desea un dekeur corto y grueso, que la llene. Un dekeur

146
largo y grueso no la complacería. Una mujer con la keuss
hundida y larga, no es adecuado para un dekeur largo y grue-
so, y el hombre con uno corto y delgado será desdeñado por
ella. Así mismo, según el temperamento, existen mujeres:
coléricas, melancólicas, flemáticas, sanguíneas y las de tem-
peramento mixto. Las coléricas y las melancólicas no hayan
mucho placer en el coito y lo realizan preferentemente con
hombres de igual temperamento. Las sanguíneas y las flemá-
ticas llegan al exceso en el placer amororoso; solamente que-
dan satisfechas con un hombre del mismo temperamento.
Por eso cuando una mujer sanguínea o flemática está casada
con un hombre colérico o melancólico, el matrimonio resul-
ta muy triste. Las mujeres de temperamento mixto no tienen
una preferencia pronunciada. Mirad, se ha observado que las
mujeres de baja estatura poseen un apetito sexual mayor que
las altas. Prefieren in dekeur largo y fuerte, en el que se delei-
tan. También que algunas mujeres sólo desean ser satisfechas
en el orificio de su keuss. Yo creo que esto ocurre sólo a las
jóvenes y a las inexpertas. Por otro lado, hay mujeres que no
quieren someterse a la voluntad de su marido sino a golpes o
con otros medios de presión. Es cuestión de carácter y tem-
peramento. Y atended, otras mujeres no disfrutan mucho el
sexo porque sus pensamientos se dirigen al honor, sus ambi-
ciones, y cosas materiales. En otras se debe a su pureza o a
recuerdos de pesares anteriores. Porque el goce sexual de la
mujer no depende solamente del tamaño del dekeur, sino
también del tamaño de su keuss. Hay dos formas principales
de vulva: La cuadrada y la salidiza. Esta última resulta cuan-
do la mujer está con la piernas apretadas. Siente un deseo
ardiente del coito, y el orificio vaginal es estrecho. Le gustan
los dekeur grandes que eyaculan rápido. Por fin, de los hom-

147
bres puedo decir que les gusta más o menos el sexo, depen-
diendo de su temperamento; pero en general la mujer se sien-
te más atraída por el dekeur que ellos por la keuss.
—¿Cuáles son las faltas de las mujeres? –le preguntaron a
continuación.
—La que grita cuando su marido, para satisfacerse, intro-
duce su dekeur en el ano de ella. Y la que divulga los secretos
de su marido.
—¿Hay otra clase de mujeres malvadas? –preguntó otro.
—Las celosas, las gritonas; la perturbadora de la paz que
provoca escándalos; la reñidora, la vanidosa que le gusta
lucirse delante de los hombre si no puede quedarse en casa.
También la que ríe mucho y está siempre a la puerta de su
casa, la cual puede ser considerada prostituta. Y las que se
meten en asuntos ajenos, que se lamentan, que roban a su
marido, que siempre están de mal humor y son despóticas,
que no agradecen lo que sus maridos les dan o hacen por
ellas; las que se niegan al sexo, que se muestran desagrada-
bles con el marido, las mentirosas, las insidiosas, las trampo-
sas y las difamatorias. También las mujeres que siempre fra-
casan, que todo critican y denigran, que solamente buscan el
sexo cuando ellas lo desean y se comportan indiferentes en la
cama. Y finalmente las impúdicas, las estúpidas, las charlata-
nas y las curiosas: son las peores entre las mujeres.

"La mujer sin corazón, la amante


despiadada que ha causado la muerte
de un hombre, el cortejo ha visto pasar…
y aún ha osado preguntar…
¿Él, cómo se llamaba?"

148
14

SOBRE LAS COSAS QUE HACEN


PLACENTERO EL SEXO

"Y llegaré a conocer cuáles son tus caricias preferidas,


qué abrazos te desquician,
qué besos te enloquecen…
y descubriré el secreto de ser amado por ti,
porque…
¡yo ya estoy impregnado del saber de tu cuerpo!"

Hay seis cosas que intensifican el deseo sexual:


El fuego de un amor ardiente, una superabundancia de
semen, la proximidad del ser amado, la belleza en el rostro,
comidas excitantes, el contacto corporal.
Son numerosas causas del goce: el calor de la keuss, su
estrechez, su sequedad y su aroma. Si falta alguna, el goce no
es completo.
Una keuss húmeda relaja los nervios; una keuss fría le quita
al dekeur su fuerza; el mal olor impide el goce; no es buena
una keuss demasiado ancha.

149
El placer extremo que produce una eyaculación abundan-
te e impetuosa depende de que la keuss sea capaz de succio-
nar el semen hacia su interior. Esto lo realiza el jadeba. Cuan-
do la eyaculación ocurre antes de que la jadeba se haya
activado, el goce no es completo.
Hay ocho cosas que favorecen la eyaculación: un cuerpo
saludable, la ausencia de ansiedad y problemas una mente
tranquila, un espíritu alegre, una buena alimentación, rique-
za, variedad en los rostros de la mujeres y por último, la
variedad de sus cuerpos.
Para reforzar la capacidad sexual, la bayas de lentisco her-
vidas y mezcladas con aceite y miel, en ayunas: aumentará la
fuerza para el coito y la calidad del semen.
También la frotación del dekeur y la keuss con la bilis del
chacal; esto les da más fuerza.

El sabio Djelinuss dijo:


—Cuando alguien está débil para el sexo, que beba antes
de acostarse un vaso de miel muy espeso, después que coma
veinte almendras y cien piñones, durante tres días consecuti-
vos. También es bueno hervir cebolla y pasarla por un tamiz,
mezclándola con miel. Se tomará en ayunas.
También es bueno fundir la grasa de la joroba de un came-
llo y frotar el dekeur, antes del coito, directamente con ella.
Si deseas que el juego del amor sea más voluptuoso, unta
el glande con pimienta de cudeba machacada o algunos
granos de cardamomo. Esto logrará un goce incomparable.
También ocurre lo mismo con el bálsamo de la Meca.
Para tener mucha energía sexual, hervir en un mortero flo-
res de camomila con jengibre, añadiendo durante la ebullición
aceite de lila. Frotar con esta mezcla el escroto, el dekeur y el

150
bajo vientre. Mejorará la cantidad y calidad del semen, y pro-
vocará una fuerte erección si al tiempo se come bórax con gra-
nos de mostaza.

Para que la mujer experimente un ardiente deseo, macha-


car pimienta de cudeba, camomila, jengibre y canela, y frotar
el pene con esta mezcla y saliva. También una fricción de
leche de burra dará fuerza al dekeur.
Guisantes hervidos con cebollas, mezclados con canela,
jengibre y cardamomo pulverizados, aumentan la potencia
sexual cuando se come.

"Me han asegurado que en el Paraíso


hay vino y miel;
me han asegurado que en el Paraíso
hay hermosas huríes… entonces,
¿Por qué me prohíben en la tierra
el vino y las mujeres?"

151
15

DESCRIPCIÓN DEL ÚTERO DE UNA


MUJER ESTÉRIL Y SU TRATAMIENTO

"Quiero de nuevo prender el incendio en tu corazón,


quiero vernos sufrir el mañana
cuando nuestro abrazo se deshaga…
quiero volvernos a encontrar cada noche,
cada instante, porque…
¡Yo ya estoy impregnado del adiós de tu cuerpo!"

Algunas de las causas de la esterilidad femenina son: obs-


trucción del útero por coágulos sanguíneos, acumulación de
agua en el mismo; enfermedades inernas del útero; ausencia
de menstruación, estado enfermizo de la sangre menstrual,
acumulación de aire en el útero, constitución defectuosa del
semen del hombre, deformaciones orgánicas de la keuss.
Otros atribuyen la esterilidad femenina a los malos espíri-
tus y la hechicería.

153
A menudo las mujeres obesas son estériles pues el útero
está comprimido y no pueden absorber el semen, sobre todo
cuando el dekeur es corto y grandes sus testículos.
Un remedio contra la esterilidad es la grasa de joroba de
camello; la mujer se frotará el órgano sexual con un trapo
impregnado de este medicamento. Para completar el trata-
miento tomará unas bayas de solanácea, extrayendo su jugo,
al que añadirá unas gotas de vinagre; beberá esta mezcla
durante una semana en ayunas. Mientras tanto se abstendrá
de contacto sexual. También puede hervir unos granos de
sésamo y mezclarlos con arsénico rojo pulverizado, el peso de
una haba.
Beberá esta mezcla los tres días primeros después del final
de su menstruación, y después tendrá contacto sexual.
Otro remedio: preparar una mezcla de salitre, bilis de cor-
dero o vaca y una hojas y granos de almizcle. Con esta mez-
cla formará una pelota y se frotará con ella después de la
menstruación la keuss; después tendrá contacto carnal con su
esposo.

"Procúrate un buen vino


y una joven bella como una hurí…
busca en compañía de ella,
el agua clara y cristalina de la fuente…
caminad y recostaos sobre el musgo
y entonces… ¡ámala y hazla tuya!"

154
16

SOBRE LAS CAUSAS DE LA


ESTERILIDAD EN EL HOMBRE

"Se ha apoderado de tal suerte tu amor de mi existencia,


que ya tengo perdida hasta la noción de mi propio ser;
mi vida se halla atada a tu deso y qué decirte…
la muerte circula por mis venas y me traspasa el corazón."

Hay hombres que tienen problemas con su semen. Las


causas de este problema son: frialdad de temperamento, una
filtración infecciosa del órgano sexual, o enfermedades vené-
reas. En otros hombres, la uretra está curvada antes de llegar
al glande, hacia abajo. Debido a esto, el líquido seminal no
puede eyacularse en el útero.
También hay hombres cuyo dekeur es demasiado corto
para llegar a la entrada del útero, y algunos tienen úlceras en
el dekeur, o debido a defectos, el coito resulta imposible.
También hay hombres que eyaculan más rápido que la
mujer, y esto hace muy difícil la concepción. La causa más
común de falta de concepción es que sea muy corto el dekeur.

155
Otra causa de esterilidad pueden ser los cambios bruscos
de temperatura. Si la impotencia procede de mala calidad del
semen o de una eyaculación prematura, puede curarse.
El mejor consejo es comer pasteles estimulantes, que con-
tengan miel, jengibre, camomila, jarabe avinagrado, eléboro,
ajo, canela, cardamomo, nuez moscada, azarollas, canela
china, pimienta y otros condimentos.
Este remedio cura la esterilidad. La curvatura de la uretra,
la pequeñez del dekeur o las úlceras, no se pueden curar.

"¿Quién podría explicarme, de una vez por todas,


cuál es el rencor ciego que ha destruido
toda posibilidad de amarte?"

156
17

SOBRE LA IMPOTENCIA TEMPORAL

"Porque tu cuerpo atesora todas las riquezas de la tierra;


flores son tus labios y frutos tus senos…
tu vientre es la mañana, tus cabellos son la noche;
rubíes y perlas encierra el joyero de tu boca,
y el ámbar centellea en tus ojos."

La impotencia tiene tres causas: La falta de estímulo, una


constitución débil y la eyaculación precoz.
Contra la falta de estímulo sexual hay que tomar una
mezcla de canela en polvo, pipas de girasol, catecú, nuez
moscada, cubebas indias, azarollas, pimienta persa, carda-
momo y granos de laurel. Hay que hervir cuidadosamente
todos estos ingredientes, y mezclarlos con un caldo de palo-
mo o de pollo, y beberlo por las mañanas y por las tardes
tanto como sea posible. Antes y después hay que beber
agua. También puede mezclarse con miel. Da excelentes
resultados.
Si el hombre eyacula demasiado pronto, tiene que tomar
una mezcla de nuez moscada, incienso y miel.

157
Si la impotencia tiene como causa la debilidad corporal
hay que tomar cardamomo y un poco de euforbio, mezclado
con miel.
Con este medicamento desaparecerá la debilidad. Su efi-
cacia está demostrada.
La flacidez del dekeur y la impotencia temporal, puede
tener otras causas.
En ocasiones la erección desaparece al querer introducir
el dekeur en la keuss. Sus cauas pueden ser: exagerado respe-
to por la mujer, un olor desagradable, un sentimiento de ver-
güenza mal entendido. A veces son los celos, o saber que la
mujer ya no es virgen y se ha entregado a otros hombres.

"¡Oh mi amada!,
aunque me hirieras con un arma muy afilada,
mi mano no podría hacerte daño…
tú sabes perfectamente que no tengo otro refugio
que tú, y que por ti es que deseo y vivo."

158
18

SOBRE LOS REMEDIOS PARA AUMENTAR


EL TAMAÑO DEL DEKEUR

"La voluptuosidad de tus caricias es más profunda


que cualquier océano, y yo, tu amante,
naufrago en el mar de la felicidad porque…
¡Yo ya estoy impregnado del bogar de tu cuerpo!"

Este capítulo trata de las dimensiones del dekeur; su tamaño


tiene que ver con la satisfacción plena de la mujer y su amor. La
felicidad femenina depende de un dekeur fuerte y duro.
Para agrandar el dekeur pequeño, el hombre con ese pro-
blema debe frotarlo con agua caliente hasta que se ponga
colorado; después lo friccionará con fuerza e insistencia, con
una mezcla de miel y jengibre. Después tendrá relaciones
sexuales con su mujer.
Otro remedio será la mezcla de pimienta, lavanda, jun-
cia y amizcle; todo debe pulverizarse y ser pasado por un
cedazo, luego, mezclarlo con miel y jengibre. Una vez lava-
do el dekeur con agua caliente, se fricciona fuertemente
con esta mezcla, lo cual hará que se agrande y tonifique.

159
Un tercer remedio será que lave el dekeur con agua calien-
te, hasta que se ponga rojo y rígido. Se toma entonces una
tira de cuero blando, se empapa de pez caliente y se enrolla
en torno al dekeur. No hay que quitar la pez hasta que se
haya enfriado. Repetir las operación varias veces.
Otro remedio es llenar una botella con sanguijuelas mez-
cladas con aceite en una botella. Luego se deja la botella al
sol, hasta que se forme una mezcla. Con esta se fricciona
durante varios días el dekeur.
También puede usarse el dekeur de un asno. Se hierve con
cebollas y gran cantidad de granos. Luego se da de comer
esto a las gallinas, y luego el hombre se come las aves.
También sirve meter el dekeur de un asno en aceite; luego
se bebe este líquido y se usa para frotar el dekeur.
Otro remedio consiste en hervir sanguijuelas en aceite,
haciendo ungüento. Friccionar después con esto el dekeur. Tam-
bién se puede llenar un frasco de sanguijuelas y se dejan hasta
que se hayan descompuesto. Se unta este ungüento en el dekeur.
También es bueno tomar resina y cera y mezclarlo con
sangre de víbora, bórax, pez negra, y friccionar el dekeur con
esta mezcla. La eficacia de estos remedios está asegurada.

"Esa perla de belleza, esa bella joven de dulces ojos,


esa hermosa y encantadora doncella;
me ha robado mi reposo, ha destruido mi alma…
me ha quitado el corazón."

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19

SOBRE LO QUE HAY QUE HACER


PARA ELIMINAR EL MAL OLOR
DE LAS AXILAS Y LA KEUSS DE LA MUJER

"Anoche, mis caricias se hundieron


en el misterio de tu cuerpo
y mis besos se perdieron
en el hechizo de tus ansias…
y hoy, en la mañana, al rasgar el alba,
cesó tu canto de amor, porque…
¡Yo ya estoy impregnado del adiós de tu cuerpo!"

El mal olor de la keuss y las axilas, y una keuss demasiado


amplia, son un gran problema para la mujer, por ello y para eli-
minar los malos olores, deberemos hervir mirra roja, pasarla
por un cedazo, amasar el polvo con agua de mirto y friccionar
los genitales con este líquido.
Otro remedio es hervir lavanda con agua de rosas mosca-
das. Con esto se empapa un trapo de lana y se frota la keuss,
hasta que se ponga caliente.

161
Para estrechar la keuss, hacer una solución de alumbre con
agua y lavar los genitales con esta mezcla. Será mejor si se
añade corteza de nogal.
Otro remedio: tomar algarrobas sin nudos y corteza de
granado hervido largo tiempo en agua. Usar esta mezcla, para
baños de asiento, lo más caliente posible. Repetir varias veces.
También se obtiene buen resultado con el humo de los excre-
mentos de la vaca.
Para el mal olor de las axilas pulverizar antimonio y almá-
ciga, añadiendo agua. Después se frota hasta formar una mez-
cla roja, y frotar con esto las axilas.
También una mezcla de antimonio y almáciga pulveriza-
dos y puestos a fuego lento, hasta que adquiera la consisten-
cia del pan; luego frotar las axilas con esta mezcla.

"He decidido cerrar la puerta de mi corazón,


donde resplandece la belleza de tu rostro…
sólo escucho que tu recuerdo
me canta a cada momento."

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20

SOBRE EL EMBARAZO Y EL
CONOCIMIENTO DEL SEXO DEL HIJO

"El jacinto dejó su perfume en tu cabellera,


las rosas en floración se van abriendo en la tersura
de tu rostro: ya no soy dueño de nada,
estoy ebrio, ando perdido sin ti…
acércate, mi bien amada, porque…
¡Yo ya estoy impregnado del beber en tu cuerpo!"

Sequedad de la vagina inmediatamente después del


coito, inclinación de la mujer a tenderse y desperezarse,
somnolencia, un sueño pesado, frecuente contracción de la
keuss, oscurecimiento de los senos, y ausencia de mens-
truación.
Si la mujer embarazada tiene buen aspecto y no presenta
manchas en la piel, probablemente dará a luz un varón. Igual-
mente un color rojizo en los pezones. Lo mismo un desarro-
llo notorio de los senos y hemorragia nasal.

163
Para saber si será una niña: frecuente indisposición duran-
te el embarazo. Manchas en la piel, dolores en la matriz,
pesadillas, coloración negruzca de los pezones, sensación de
cansancio en el costado izquierdo.
Para salir de dudas, la mujer beberá agua con miel (hidro-
miel) antes de acostarse; si siente pesadez en el bajo vierntre,
está embarazada; si esta sensación es más pronunciada del
lado derecho, dará a luz un niño. Si sus senos derraman leche,
su hijo será varón.
Todo lo que he dicho lo aprendí de los sabios.

"Dentro de mi corazón, donde resplandece tu rostro,


hay una gota de sangre encendida…
y esa gota es el ánfora
donde guardo cada uno de tus deseos."

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21

CONCLUSIÓN DE LA OBRA

"Si no te has pintado para mí, ¿de qué puedo estar celoso?
¿Celoso? ¿Por qué? ¡Porque te quiero y te deseo!
¿Celoso… y vienes a compartir mi lecho toda la noche?
¡Qué la noche sea larga… muy larga!, porque…
¡Yo ya estoy impregndao del placer de tu cuerpo!"

Este capítulo contiene toda la información más útil para


que cualquier hombre, sin importar su edad, descubra las
formas más adecuadas para poder aumentar su potencia
sexual.
Un enérgico estimulante es comer las yemas de varios hue-
vos. También comer huevos y cebolla picada durante varios
días.
Hervir espárragos y freírlos en aceite, añadiendo algunas
yemas y condimentos en polvo, para aumentar la potencia
sexual.
Pelar unas cebollas y ponerlas en una sartén con condi-
mentos y especias, y freír esta mezcla con yemas, para aumen-
tar el vigor.

165
La mezcla de leche de camella y miel, se bebe habitual-
mente, y desarrollará un gran vigor sexual.
Huevos cocidos con mirra, cinamomo y pimienta, darán
gran fuerza.
Otro remedio eficaz y de efecto rápido será freír un buen
número de huevos en grasa y mantequilla y mezclarlos con
miel. Comer, tánto como se pueda, con pan.
Este tema es tratado en el siguiente poema:

Durante treinta días estuvo


en erección el dekeur de Abu el-Heiluj;
treinta días seguidos, porque se alimentaba con cebollas.
Abu el Heidja, en una noche, desfloró ochenta vírgenes;
pudo hacerlo porque se había hartado
de puré de garbanzos y había bebido
leche de camella mezclada con miel.
Mimun, el negro, eyaculó
cincuenta días y noches consecutivos
y estaba muy orgulloso de ello, con razón.
Y todavía añadió diez días
más porque aún no se sentía agotado.
Pudo hacerlo porque sólo comía
yemas de huevo y pan fresco.

Con razón se alaban estas hazañas de Abu el-Heiluj, Abu


el Heidja y Mimun, porque su historia es asombrosa.

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—La historia de Zohra—

En tiempos muy remotos había un ilustre rey que manda-


ba numerosos ejércitos y poseía inmensas riquezas. Tenía siete
heermosas hijas.
Los más poderosos monarcas pretendían la mano de las
siete princesas, pero ellas se negaban a casarse. Llevaban ropas
masculinas, montaban a caballo, sabían usar la espada y la
lanza, y vencían a muchos hombres en torneos.
Cada una poseía un palacio. Siempre que un monarca
pedía la mano de una de las princesas, el rey hablaba con
ellas, y siempre contestaban:
—¡Jamás!
Durante mucho tiempo nadie comprendió la causa de su
negativa, hasta que un día falleció el rey. La mayor le sucedió
en el trono, y sus súbditos se sometieron a su autoridad.
La noticia de su elevación al trono se propagó con gran
rapidez. El nombre de la mayor era Fuzel Djemal, o sea Flor
de Hermosura; la segunda se llamaba Soltana el-Agmar, o sea
Reina de las Lunas; la tercera Bediat el-Djemal, o Belleza
Incomparable; la cuarta Uarda, la Rosa; la quinta Mahmuda,
la Gloriosa; la sexta Kamela, la Perfecta, y la séptima Zohra,
la Belleza.
Zohra, la menor, era la más inteligente y bella.
Era una cazadora apasionada, y un día encontró en el bos-
que a un caballero que la saludó. El caballero creía haber
oído una voz femenina, pero como Zohra ocultaba su rostro
tras la esquina de su manto, no estuvo seguro.
Entonces el cabellero se lo preguntó a un servidor del
séquito de la princesa y salió de toda duda. Regresó y se diri-
gió a la joven. Charló con ella, y cuando ella se detuvo a des-

167
ayunar, la invitó a comer con ellos, añadiendo que se sentase
a su lado.
Durante el desayuno se entretuvieron hablando de amor.
El joven aseguró que estaba enamorado de ella, pero la joven
lo rechazó.
El caballero se llamaba Abu el-Heidja. Su padre era Jei-
run, un mercader acaudalado.
Su casa se hallaba en una región aislada, a un día de cami-
no del palacio de la princesa. Abu el-Heidja regresó a su man-
sión, pero no pudo tener calma. Al caer la noche, se puso un
turbante negro, se ciñó la espada, montó a caballo y cabalgó
la noche entera, acompañado de Momun, su negro servidor.
Al amanecer, llegaron cerca del palacio de Zohra. Allí deja-
ron amarrados los caballos en una gruta que encontraron.
Abu el-Heidja dejó al negro cuidando los caballos y se dirigió
al palacio para estudiar las entradas. Descubrió que el palacio
estaba rodeado de una alta muralla, sin que permitiera la
entrada a nadie. Pero buscó un sitio desde donde poder obser-
var quién salía del palacio.
Por la noche regresó a la gruta, donde se sentó con la cabe-
za sobre las piernas de Mimun para poder dormir. De pron-
to, el negro le despertó.
—¿Qué ocurre? –preguntó el caballero.
—Oh, amo mío –respondió el negro–, he oído ruidos en
la gruta y he visto una débil luz.
Abu el-Heidja se puso en pie y vio, al fondo de la gruta,
una débil luz.
Después llegó a una hendidiura en la roca, por la que se
distinguía un salón magnífico en el que se hallaba la princesa
Zohra con un centenar de hermosas jóvenes. Estaban comien-
do y bebiendo alegremente.

168
Abu el-Heidja pensó: “Necesito a mi amigo para que me
ayude en tan difícil situación”.
Volvió con su esclavo negro y le ordenó:
—Ve a buscar a mi amigo Abu el-Heiluj, y díle que venga
lo antes posible.
De todos sus amigos, su preferido era Abu el-Heiluj, hijo
del Visir.
Su amigo, Abu el-Heidja y Mimun tenían la fama de ser
los tres más fuertes y valerosos de su época. Nadie había
logrado vencerlos.
Cuando Abu el-Heidja vio volver al negro con su amigo,
les salió al encuentro y le contó a su amigo que estaba ena-
morado de Zohra, así como su decisión de entrar en el pala-
cio, mediante algún truco o por la fuerza. Luego relató tam-
bién lo que había visto desde la gruta. Su amigo se quedó
estupefacto.
Cuando cayó la noche, oyeron cánticos, risas y frases ale-
gres. Los tres se dirigieron a la hendidura y Abu el-Heilouj
pudo contemplar el festín que tenía lugar en el salón.
—Dime –preguntó–. ¿Cuál es Zohra?
—Aquella del cuerpo perfecto –contestó Abu el-Heidja–,
de sonrisa irresistible, la que tiene las mejillas como pétalos
de rosa y la frente blanca como la nieve, esa es Zohra. Lleva
la cabeza coronada por un collar de perlas, y sus vestidos
relucen de oro. Está sentada en un trono incrustado de pie-
dras preciosas y apoya la cabeza en una mano.
—Me ha gustado más que las otras –confesó Abu el-Hei-
luj–. Pero, amigo mío, quiero llamar tu atención sobre un
hecho que no has observado por lo visto.
—¿Cuál? –pregntó Abo el-Heidja.
Su amigo respondió:

169
—Con toda seguridad, sólo utilizan este salón para beber,
para dar bacanales, para el libertinaje. Si creees que puedes ir
por otro camino que no sea esta gruta hacia la mujer que
amas, estás equivocado. Aunque consiguieses, con ayuda,
entrar en contacto con ella.
—Pero, ¿por qué? –preguntó con gran inquietud Abu el-
Heidja.
—Porque, según veo, a Zohra sólo le gustan las jóvenes.
Por esto no experimenta ningún amor por los hombres ni
responde a tal amor.
—¡Oh!, Abu el-Heiluj, conozco tu perspicacia y por eso te
he llamado. Como sabes, siempre sigo tus consejos.
—Amigo mío, si Alá no te hubiese guiado a esta área secre-
ta del palacio, no habrías vuelto a ver nunca a Zohra. Pero
aquí, y con la ayuda que nos preste Alá, hallaremos nuestro
camino.
Inmediatamente después de amanecer le ordenaron al negro
que ensanchase la abertura y pronto lograron penetrar en el
salón. Abu el-Heiluj encendió una vela y así admiraron los mue-
bles, el gran número de lechos y divanes, los ricos candelabros,
los magníficos tapices y alfombras, las mesas repletas de alimen-
tos, de frutos y bebidas. Después descubrieron otras habitacio-
nes más pequeñas, y en la última hallaron una puerta secreta.
—Probablemente es la que da al palacio –dijo Abu elHei-
luj–. Bien, creo que lo mejor será aguardar en una de estas
estancias y ver qué pasa.
Se escondieron en una habitación y allí aguardaron la lle-
gada de la noche. Entonces vieron cómo se abría la puerta
secreta. Entró una negra llevando un hachón y procedió a
encender todos los candelabros y lámparas, y después perfu-
mó el ambiente con los más suaves aromas.

170
Poco después aparecieron las jóvenes, que se acostaron en
los lechos y divanes. La negra procedió a servirles comida y
bebidas. Las muchachas comían y bebían y se entretenían con
melodiosos cánticos.
Cuando los hombres vieron que se dejaba sentir la influen-
cia de los licores, se precipitaron en la sala, blandiendo sus
espadas por encima de las cabezas de las jóvenes. Antes se
habían embozado con sus mantos.
—¿Quiénes son esos hombres –exclamó Zohra– que en la
negrura de la noche penetran en nuestra morada? ¿Habéis
brotado de la tierra o bajado del cielo? ¿Qué queréis?
—Gozar del amor –respondieron ellos.
—¿Con quién? –inquirió Zohra.
—¡Contigo, niña de mis ojos! –gritó Abu el-Heidja, avan-
zando un paso.
—¿Y tú quién eres?
—Soy el caballero que encontraste hace unos días en el
bosque, cuando cazabas.
—¿Y quién te ha traído?
—¡La voluntad de Alá, el Altísimo!
Zohra no supo qué responder. Pero reflexionó de qué
modo podría librarse de los intrusos.
Entre las jóvenes había algunas cuyas keuss estaban cerra-
das como por barrotes de hierro, a las que ningún hombre
había logrado desflorar.
Y entre ellas había una, llamada Muna, que significa “la que
satisface las pasiones”, que sentía un deseo insaciable por el
coito. Zohra pensó, pues, que sólo podría desembarazarse de
aquellos hombres mediante algún truco. Y pensó que como
condición para su consentimiento, y con ayuda de las jóvenes,
iba a ordenarles unas tareas que no pudieses cumplir.

171
Se volvió hacia Abu el-Heidja y le dijo:
—No me poseerás jamás si no logras cumplir las condicio-
nes que voy a imponerte.
Los tres hombres declararon que estaban dispuestos a
aceptar aquellas misteriosas condiciones, y Zohra les obligó
a jurar que mantendrían su palabra, o de lo contrario haría
que su ejército y el de sus hermanas les apresara y les convir-
tiera en sus prisioneros.
Luego dijo a Abu el-Heidja:
—Te ordeno la tarea de desflorar a ochenta vírgenes en
una noche y sin perder la menor gota de semen.
—Tal es mi voluntad.
—¡Que yo acepto! –repuso él.
La joven le condujo a una estancia y fue enviándole las
ochenta vírgenes. Aou el-Heidja las desfloró a todas aquella
noche sin derramar una sola gota de semen. Esta proeza
extraordinaria dejó a Zohra y a las demás llenas de asombro.
Luego, la princesa se volvió hacia el negro Mimun y le
preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—Mimun –contestó él.
Entoces Zohra dijo, señalando a Muna:
—Tu tarea consistirá en cohabitar duranmte cincuenta días
y cincuenta noches, sin parar, con esta mujer. Si por la fatiga
tuvieses que suspender la labor, habrás faltado a tu obliga-
ción.
Los demás hallaron muy dura la prueba, pero Mimun
exclamó:
—Acepto la condición y trataré de cumplirla honrosamente.
Claro que sus amigos ya sabían que el negro poseía un
deseo inagotable de placer sexual.

172
Zohra le indicó una habitación, en la que el negro entró
con Muna, tras haberle ordenado a ésta que le avisase tan
pronto como observase cualquier señal de fatiga en su aman-
te.
—Y ahora tú ¿cómo te llamas? –continuó Zohra, dirigién-
dose al amigo de Abu el-Heidja.
—Abu el-Heiluj.
—A ti te ordeno, que pases treinta días en compañía de
estas jóvenes y mujeres, y que durante todo este tiempo tu
dekeur no pierda la erección.
Zohra, entonces, le dijo al cuarto caballero:
—¡Cuál es tu nombre?
—Felah.
—Bien, Felah (buena fortuna), tú estarás a nuestra dispo-
sición para todos los servicios que se nos ocurra pedirte.
A fin de inmposibilitar todo intento de escape y para no
exponerse a ser víctima de trucos por parte de ellos, Zohra
les preguntó a los cuatro qué alimentos deseaban tomar
durante el tiempo de la prueba.
Abou el-Heidja respondió que quería agua, leche de came-
lla con miel, y garbanzos, que harían hervir con carne y
muchas cebollas. Con este alimento y la ayuda de Alá espera-
ba llevar a buen término la tremenda hazaña.
Abu el-Heiluj pidió cebollas hervidas con carne, y para
beber una mezcla de jugo de cebolla cruda y miel.
Mimun pidió yemas de huevo y pan fresco.
Abu el-Heidja, entonces, le pidió a Zohra el favor de
besarla como su amante, puesto que había cumplido con la
condición.
—¡Imposible! –se negó ella–. La condición que has reali-
zado se encuentra ligada a las de tus compañeros. Si los cua-

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tro cumplís como es debido, yo mantendré mi palabra, pero
si fracasa uno solo de vosotros, todos os veréis sometidos a
mi voluntad.
Abu el-Heidja aceptó. Se sentó entre las jóvenes y las muje-
res, y comió y bebió con ellas, aguardando el final de las
pruebas.
Al principio Zohra se mostró encantadora ya que estaba
segura de que los cuatro hombres no tardarían en ser sus escla-
vos, pero el día vigésimo empezó a ponerse nerviosa, y el tri-
gésimo no pudo retener sus lágrimas.
Aquel día, Abu el-Heiluj había cumplido con su prueba y
fue a sentarse al lado de su amigo. La princesa sólo tenía la
esperanza de que el negro Mimun acabaría fatigado antes de
terminar su tarea.
Todos los días enviaba a preguntarle a Muna, pero siempre
obtenía la misma respuesta: la fuerza del negro no disminuye.
Un día, les dijo a los amigos:
—Muna me ha comunicado que el negro está completa-
mente agotado.
Pero Abu el-Heidja exclamó:
—¡Por Alá! ¡Si no realiza la tarea y añade además otros
diez días, morirá de muerte terrible!
Pero aquel fiel servidor no sólo cumplió con los cincuenta
días, sino que continuó otros diez, como su amo le había
ordenado.
El mayor placer fue el de Muna, que había hallado la dicha
completa.
Cuando el negro hubo triunfado, pudo sentarse al lado de
su amo. Entonces, Abu el-Heidja se dirigió a Zohra.
—Ya ves que hemos cumplido tus órdenes. Ahora tienes
que concedernos el precio.

174
—Es cierto asintió ella.
Y se le entregó. Y él la encontró la mejor de las mujeres.
El negro se casó con Muna, y Abou el-Heiluj buscó una
esposa entre las ochenta jóvenes que más le gustaban.
Todos se quedaron en el palacio y llevaron una existencia
feliz, llena de goces, hasta que la muerte puso fin a sus vidas.
Y esta historia es a la que aluden los versos de antes.

Existen además otras bebidas de excelente valor, entre las


cuales figura la siguiente: Mezclar una medida de jugo de cebo-
lla con dos medidas de miel clarificada. Se calienta a fuego
lento hasta que el jugo de cebolla se halla evaporado y sólo
quede la miel. Se retira del fuego y se deja enfriar, y se guarda
hasta que se necesite. Se mezcla una parte con tres partes de
agua, y se dejan unos garbanzos en remojo en esta mezcla
durante veinticuatro horas. Esto es para las noches de invier-
no, antes de acostarse,bastando con una pequeña dosis.
Durante la noche que lo tome, el dekeur del hombre no
hallará reposo. Si se toma durante varios días, el dekeur per-
manecerá rígido todo el tiempo.
Un hombre de temperamento ardiente no debe recurrir a
este remedio, pues podría causarle un acceso de fiebre.
No es aconsejable tomar este remedio durante más de tres
días seguidos, a menos que se trate de un anciano o de alguien
de temperamento frío. No debe tomarse en verano.

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"Después de haber creado el fuego, el agua,
la tierra y el aire: quiso Alá crear un elemento
en que se sumaran todos aquellos. ¡E hizo el amor!
Más veloz que el aire, mi pensamiento corre
hacia donde se halla la prenda de mi deseo,
no importa que te encuentres, amada mía,
en el fin del mundo."

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ÍNDICE

Prólogo....................................................................... 5
Introducción............................................................... 7
Origen de esta obra..................................................... 10
1. Sobre los hombres dignos de alabanza...................... 13
2. Sobre las mujeres dignas de alabanza......................... 31
3. Sobre los hombres que son menospreciados.............. 45
4. Sobre las mujeres que son desdeñadas....................... 49
5. Sobre el acto sexual.................................................. 53
6. Sobre lo que resulta favorable al coito....................... 59
7. Sobre las diferentes posturas para copular................63
Primera postura........................................................... 64
Segunda postura.......................................................... 65
Tercera postura........................................................... 66
Cuarta postura............................................................ 67
Quinta postura............................................................ 68
Sexta postura.............................................................. 69
Séptima postura.......................................................... 70
Octava postura............................................................ 71
Novena postura........................................................... 72
Décima postura........................................................... 73
Undécima postura........................................................ 74

El Asemeud, la clausura................................................ 76
El Modefeda, la postura de la tenaza........................... 77
El Mofeka, el abrazo de los pies.................................. 78
El Mokeurmeutt, con las piernas levantadas................ 79
El Setouri, la postura de las tijeras............................... 80
El Loulabi, el tornillo.................................................. 81
El Kelouci, el asalto..................................................... 82
Hachou en nekanok, la cola del avestruz.....................83
Lebeuss el djoureb, la calzadura del calcetín............... 84
Kechef el astine, la visión mutua del traseroro...............85
Neza el kouss, el arco iris............................................ 86
Nesedj el kheuzz, el movimiento recíproco................. 87
Dok el arz, el golpeteo............................................... 88
Nik el kohoul, el coito por detrás.............................. 89
El keurchi, vientre a vientre....................................... 90
El kebachi, la postura del carnero............................... 91
Dok el outed, la introducción de la pértiga................ 92
Sebek el heub, la fusión amorosa................................ 93
Tred ech chate, la postura de la oveja......................... 94
Kalen el miche, la inversión........................................ 95
Rekeud el air, la carrera del miembro.......................... 96
El modakheli, el empalme........................................... 97
El khouariki, la permanencia en casa.......................... 98
Nik el haddadi, la postura del herrero........................ 99
El moheundi, la seducción.......................................... 100

8. Sobre las cosas que son peligrosas en


el acto sexual.......................................... 109
9. Sobre los diversos nombres del miembro
viril..........................................................119
10. Sobre los diversos nombres del órgano sexual
femenino................................................ 127
11. Sobre los órganos sexuales de
los animales.............................................135
12. Sobre los engaños y perfidias de
las mujeres. .............................................139
13. De cómo conocer mejor a los hombres y
a las mujeres........................................... 145
14. Sobre las cosas que hacen placentero
el sexo. ...................................................149
15. Descripción del útero de una mujer estéril
y su tratamiento...................................... 153
16. Sobre las causas de la esterilidad en el
hombre .................................................. 155
17. Sobre la impotencia temporal.............................. 157
18. Sobre los remedios para aumentar
el tamaño el dekeur................................ 159
19. Sobre lo que hay que hacer para eliminar el mal olor
de las axilas y la keuss de la mujer...........161
20. Sobre el embarazo y el conocimiento del
sexo del hijo........................................... 163
21. Conclusión de la obra.......................................... 165
La historia de Zohra........................................... 167

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