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Es necesario sembrar la semilla de la

rectitud

Sergio Velez Astacio*

Cuando el imperio romano se encontraba en la cúspide de su poder, era la mayor administración


humana que el mundo jamás había visto. La legislación romana era tan eficaz que aún hoy
constituye la base de los códigos legales de muchos países. Pero, no obstante los logros de Roma, sus
legiones no consiguieron vencer a un enemigo insidioso: la corrupción. Finalmente, ésta aceleró la
caída del imperio.

Palas, uno de los hombres más ricos del mundo antiguo, acumuló casi toda su fortuna, mediante el
soborno y la extorsión. Sin embargo su capital parece insignificante cuando se compara con los
miles de millones de dólares que han ocultado en cuentas bancarias codificadas algunos
gobernantes corruptos del Siglo XXI. Está claro que sólo los ingenuos creen que los gobiernos
actuales han ganado la guerra contra la corrupción.

Dado que la corrupción ha estado arraigada por tanto tiempo, ¿debemos suponer que forma parte
de la naturaleza humana? ¿O es posible hacer algo para ponerle freno?

Obviamente, el primer paso para poner freno a la corrupción es reconocer que es dañina y que
beneficia sólo a quienes no tienen escrúpulos en causar perjuicio a los demás.

En 1997, 34 grandes países firmaron la Convención sobre el soborno, concebida para “tener un gran
impacto en la lucha mundial contra la corrupción”. La convención “califica de delito, ofrecer,
prometer o dar un soborno a un funcionario público extranjero con el objeto de obtener o conservar
acuerdos comerciales internacionales”.

No obstante, los sobornos para conseguir contratos comerciales en otros países son tan sólo la punta
del témpano. Eliminar la corrupción a todos los niveles exige un segundo paso mucho más difícil:
requiere de un cambio de actitud. En todas partes la gente debe aprender a aborrecer el soborno y la
corrupción. Sólo entonces desaparecerán estas prácticas. Con ese fin, un periódico dijo que en
opinión de algunas personas los gobiernos deberían “fomentar un sentimiento general de virtud
cívica”. Un grupo de presión anticorrupción llamado Transparencia recomienda asimismo que sus
seguidores “siembren una semilla de integridad”.

La lucha contra la corrupción se debe asumir con una actitud con ética y no puede ganarse sólo con
leyes y sus sanciones pecuniarias y prisiones conforme los agravantes del delito mismo. Han de
sembrarse en el corazón de la gente las semillas de la virtud y la integridad.

Aún cuando la economía no se derrumbe por completo, los amantes de la justicia se sienten
frustrados cuando la corrupción florece sin trabas.

Ningún hombre ni nación tiene que ser corrupto. Cada uno puede sustituir la avaricia por la
generosidad y la corrupción por la justicia.

Hoy día hay grupos que siguen fomentando la honradez, incluso entre quienes están muy metidos
en la corrupción. Claro, llevar una vida honrada significa ganar mucho menos dinero.
La avaricia y la corrupción frenan el desarrollo y progreso que es esperanza de un mejor nivel de
vida, tal como contribuyeron a la ruina del imperio romano. Es verdad, tal vez no sea fácil en estos
tiempos vivir honradamente, pues yo creo que a la larga “el ambicioso acarrea mal sobre su familia,
el que aborrece el soborno vivirá”.

Esperemos siempre que la espada de la honradez actúe. Cada uno de nosotros puede “sembrar la
semilla de la rectitud”, negándose a tolerar o practicar la corrupción.

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