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Día mil
Podría deciros que me vine a la punta más lejana de la Rusia ártica a consecuencia
de mi interés por la vida en la tundra en la era post-soviética, sólo que no sería
cierto. Estoy aquí porque llevo mil cuarenta y cuatro días sin sexo.
Dejadme que os explique: no vine a Provideniya en busca de sexo. Eso sería
como viajar a Dakota del Norte para conseguir comida etíope. Debe de haber unos
cuarenta tíos solteros en esta ciudad, y al parecer la mayoría trabajan como
centinelas en la frontera y llevan unas enormes gafas de sol al estilo de Starksy y
Hutch. No resultan muy atractivos, la verdad.
Lo cierto es que me vine a Provideniya –una ciudad casi fantasmal de cemento en
ruinas, sin cafeterías ni hoteles, e incluso sin agua caliente corriente-, porque me
parecía el lugar perfecto para celebrar mi Día Mil. Mi Nuevo Milenio particular.
El hecho de que me haya quedado aquí tirada durante una semana parece muy
oportuno. Pero que ahora no me quiera ir: eso sí que me sorprende.
No recuerdo exactamente cuándo comencé a contar, pero en algún momento, en
mi casa de Los Ángeles, hice una serie de cálculos y me di cuenta de que estaba a
punto de batir un récord histórico. Mil días, por si os ponéis a echar cuentas,
equivale a tres años menos noventa y dos días. Tan sólo treinta y seis días menos de
lo que duró la administración Kennedy. Aparte de la antigua sirvienta de mis
padres, Esperanza, una ex monja de El Salvador, no conozco a nadie de menos de
setenta que se haya acercado siquiera a esta cifra.
Sin perspectivas a la vista, me estoy convirtiendo, a mis treinta y cuatro años, en
la plusmarquista del celibato.
Seguramente os preguntaréis cómo llegué a esta situación. ¿Me parezco a
Freddy Krueger? ¿Visto como Barbara Bush? ¿Soy demasiado quisquillosa?
¿Demasiado puñetera? ¿Demasiado tímida? ¿Tengo agorafobia? ¿Clamidia? ¿Una
terrible infección de hongos en los pies?
Buenas preguntas, todas ellas. Preguntas que, en algún momento u otro, yo
misma me he planteado. Preguntas que algunos miembros de mi familia formulan a
menudo y en voz alta cuando nos reunimos para celebrar nuestras fiestas judías.
La respuesta más breve a estas preguntas es no. O, como dirían aquí en
Provideniya, nyet.
Supongo que podría tener relaciones sexuales. El mes pasado, sin ir más lejos, a
través de mi servicio de citas de Internet, recibí este e-mail de un repartidor de
correo en bicicleta de veintiún años: “Me gustaría pasar una noche con una mujer
maravillosa. Soy joven, pero maduro. Además, soy francés. ¡Me encantan el placer y
el intercambio de energías! ¿Y a ti?”
Las 1001 noches sin sexo Suzanne Schlosberg
Ediciones Robinbook - NOVELIA
Yuri, nuestro guía local, nos explicó que una vez un grupo de científicos japoneses
se quedó atrapado aquí durante un mes, todos parecían consternados.
Sin embargo, yo apenas podía contener mi buen humor: no tengo prisa para ir a
ningún sitio. Todavía me estoy regodeando por haber ganado un pulso el otro día a
un adolescente ruso en el gimnasio. (¡Eh, que empezó él!). Además, me quedan
muchas palabrotas que enseñarle a Yuri en mi idioma –“no me vengas con
gilipolleces” es su favorita– y estoy perfeccionando el tablero de Scrabble que
monté con los restos de una libreta y cinta adhesiva. Tengo cosas por hacer.
Por otro lado, cuando veo los bidones oxidados y las barcas descalabradas de
ahí fuera, pienso que el destino me ha brindado una oportunidad extraña e
inesperada. Por primera vez en mucho tiempo, no hay nada que pueda hacer para
combatir mi racha: ni páginas de citas por Internet que otear, ni planes maquinados
por amigas bienintencionadas, ni estrategias que poner en práctica sólo porque son
tan descabelladas que tienen que funcionar. Sin presión ni distracciones y con
tiempo por delante, quizá sea este el momento de llegar hasta el fondo de la
cuestión. Quizá pueda descubrir por qué, en los últimos mil cuarenta días, he
perdido tanto el rumbo. ¿Cómo he podido pasar de ser una persona con sexo a ser
una persona que cree que una base militar abandonada en la Rusia siberiana es un
sitio estupendo para tomarse unas vacaciones?
Si consigo averiguarlo, tal vez consiga averiguar también cómo poner fin a la
Racha y empezar a vivir el resto de mi vida.