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SOBRE ESTO Y AQUELLO

Manuel Peinado Lorca


Fugaz Ediciones
Publicado en 1999
ISBN: 84-88494-07

1
Prólogo
Arsenio Lope Huerta
Ex-Alcalde de Alcalá de Henares

Escribir sobre "esto y aquello" no es tarea fácil. En realidad escribir, y hacerlo opinando
sobre un sinfín de temas y cuestiones, es tarea compleja. Y sin embargo muchos piensan
que es fácil. Claro que son aquellos para quienes el rigor, la claridad, y aún la brillantez
expositiva los parece tarea a la altura de cualquiera. "¡Que lo intenten!"; podríamos
exclamar desafiantes, aunque al instante nos arrepintiéramos pues llevados; contigo
amable lector, de nuestra casi compulsiva afición a la lectura (la misma que confiesa el
autor del libro que tienes en las manos), terminaríamos por leerlos, para nuestra
desesperación.

Escribir sobre "esto y aquello" es, convengámoslo, tarea complicada. Y sobre todo si se
hace como el Dr. Peinado: con tino, con prudencia, con equilibrio, con amplitud. Es
también, ¿por qué no confesarlo?, llevar a cabo una especie de "streap-tease"
intelectual. Desnudar su alma y su pensamiento ante un lector desconocido y cómplice a
la vez, respetable y distante al tiempo. Y sin esperar, en la mayoría de los casos, mas
respuesta que el asentimiento o la crítica gratuita. Y más aún cuando, y éste es el caso,
el autor toma partido frente a cuanto le rodea. Opina sobre ello y frente a ello se
posiciona.

Es éste, pues y sobre todo, un libro valiente y que nos permite conocer mejor a Manuel
Peinado. Lo que piensa, y también, lo que siente frente a cuanto le rodea; y si bien es
verdad que su sesgo profesional, de Catedrático y de experto en temas medio
ambientales, se deja ver con frecuencia; no es menos cierto que muchos son otros los
temas frente a los que se manifiesta. Casi nada de lo que en nuestro entorno ha ocurrido
le es ajeno e indiferente. Es mas, todo le sirve como pretexto para la reflexión y el
análisis.

Es éste por todo ello un "libro de opinión". Un libro que, además y casi con certeza,
busca y ha de provocar una saludable polémica. No en vano estamos en presencia de un
hombre que quiere regir los destinos de Alcalá como Alcalde. De un militante de un
partido político, el socialista, que le presenta en las próximas elecciones municipales.
Esquivar ese aspecto resultaría pueril y, quizás, hasta engañoso. Y no es el caso. Manuel
Peinado quiere ser conocido, más conocido aún. Quiere que sus conciudadanos sepamos
lo que piensa y opina "sobre esto y aquello".

Manuel Azaña decía que "en España la mejor manera de guardar un secreto es escribirlo
en un libro". Pero hoy en nuestro país se lee bastante más que cuando nuestro paisano
exclamó, desde la ironía y la amargura, tan triste aserto. Creo que Manuel Peinado no
quiere tener secretos para nosotros. Y ello es encomiable. Bueno es que todos
conozcamos el fondo de sus pensamientos. Se podrá estar de acuerdo o no con él; pero
la lectura de las páginas que siguen pueden ser obligatorias para quienes quieran
conocer a quien está llevando a jugar un importante papel en nuestra ciudad los
próximos años.

Permítanme que, con toda humildad, se lo recomiende.

2
Prólogo Manuel Gala
Rector de la Universidad de Alcalá.

Una mañana de abril, cuando el frío ha vuelto de repente a una hermosa Alcalá que
comenzaba a despertar con la primavera, llega hasta mis manos el manuscrito de un
libro escrito por Manuel Peinado, compañero y amigo con el que he compartido muchas
vivencias, del que me separaron en tiempos algunas diferencias, pero con al que siempre
me han unido unas ideas de fondo, un deseo común de transformar la realidad y una
aspiración: engrandecer a la Universidad y, con ella, a la ciudad de Alcalá de Henares.
El contenido del libro no es una novedad para mí, pues se trata de una recopilación de
artículos de opinión que he tenido ocasión de leer a medida que fueron apareciendo en
las páginas de la prensa alcalaína. Para quien no conozca a Manuel Peinado, puede
parecer una sorpresa contemplar la diversidad de los temas que ha tratado en sus
artículos. No lo ha sido para mí, porque conozco la curiosidad de Manolo para
acercarse, para comprender, para aprehender intelectualmente todo aquello que nos
interesa como ciudadanos. Pero más aún, como profesor universitario, comprendo muy
bien la vocación divulgadora de Manuel Peinado, que mediante estos artículos ha
querido dar a conocer al lector interesado un variado conjunto e temas sociales,
políticos, culturales o medioambientales que a todos nos importan, nos alegran o nos
preocupan.
Desde la Universidad queremos contribuir a hacer ciudad, pero es necesario pasar de la
retórica a los hechos. La Universidad de Alcalá está demostrando con hechos, con
actuaciones, con una intensa política de restauración y rehabilitación de edificios
históricos, con una decidida apuesta por la formación para trabajadores o para mayores,
su vocación decidida por hacer ciudad. Pero más allá de esta preocupación institucional,
es necesario también el esfuerzo personal de quienes componemos la Universidad para
acercarnos a la sociedad que nos rodea más cercanamente, a los vecinos con los que
convivimos. Y en este sentido, Manuel Peinado ha hecho un esfuerzo añadido a la labor
docente e investigadora que es propia del buen profesor universitario, un esfuerzo
enmarcado en eso que llamamos “extensión universitaria”, que no es otra cosa que
acercar algo de que se hace cotidianamente en la Universidad -reflexión intelectual- a la
compresión de la realidad social que nos rodea.
Se hace también ciudad contribuyendo al mantenimiento de esa joya ciudadana que es
una activa prensa local. Una prensa que es un elemento dinamizador de la actividad
ciudadana y que, por lo mismo, todos debemos tener la voluntad de apoyar y fomentar.
Con su esfuerzo de escribidor -como diría Vargas Llosa- Manuel Peinado ha
contribuido a sostener a la prensa local y, con ello, ha contribuido a hacer ciudad.
El título del libro me trae inevitablemente el recuerdo del Contra esto y aquello del que
fuera Rector salmantino Miguel de Unamuno. No tiene Manuel Peinado la vocación
existencialista que distinguiera a don Miguel, ni tampoco su acendrada costumbre de
oponerse a cuanto viere u oyere. La vocación de Manuel Peinado es otra: opinar sobre
cuanto le preocupa y nos preocupa. Y su opinión no es ajena en ocasiones a su
formación universitaria y a su vocación política. Una vocación política que le ha
movido ahora a asumir la responsabilidad de querer gobernar nuestra ciudad. Una
ciudad, que despertada de esa siesta secular con que diera Clarín comienzo a La
Regenta, necesita prepararse para el siglo XXI con el esfuerzo de todos y, sobre todo, de
aquellos que apostaron en su momento por Alcalá y por su Universidad.

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La sociedad ha encomendado a la Universidad la tarea de liderar el desarrollo del país y
ello implica que los universitarios, voluntaria y responsablemente, hagan de la política
lo que debe ser: el arte de lo posible. Manuel Peinado, como otros catedráticos
universitarios militantes socialistas que hoy hacen política internacional, nacional,
autonómica o local, ha decidido optar al gobierno municipal. Me parece que la ciudad
ha ganado con ello.

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ÍNDICE

EL CENTRO QUE NO CESA ..................................................................................................10

ADIÓS A UN HOMBRE DE ESTADO....................................................................................11

EL 0,7% O LA REVOLUCIÓN DE LOS POBRES ...............................................................12

HA MUERTO UN NIÑO...........................................................................................................13

EL INVIERNO EN LISBOA.....................................................................................................14

UNA REFLEXIÓN SOBRE EL TERRORISMO ...................................................................16

EL DOGMA ECONOMICISTA...............................................................................................18

LA QUINCENA DEL ESCÁNDALO.......................................................................................19

REDONDO, BOYER O LA ESQUIZOFRENIA SOCIALISTA ...........................................20

ELOGIO DEL FUNCIONARIO...............................................................................................21

TRES ANIVERSARIOS............................................................................................................22

LA TRIPLE A.............................................................................................................................23

CAMBIOESCÉPTICOS............................................................................................................25

EL CORTEJO NUPCIAL .........................................................................................................26

LIBROS ROJOS ........................................................................................................................27

IMPUESTOS ECOLÓGICOS O ECOTASAS........................................................................28

LIBERALES ...............................................................................................................................29

DELITOS ECOLÓGICOS........................................................................................................31

PACTISMO ................................................................................................................................32

GUARDIAS VERDES ...............................................................................................................33

EL ERROR SERRA...................................................................................................................35

UNO Y TRINO ...........................................................................................................................36

CIENCIA, EMPRESA Y POLÍTICA CIENTÍFICA..............................................................38

LA BASURA NACIONAL ........................................................................................................39

EL FUNDAMENTO ETOLÓGICO DEL ESTADO ..............................................................41

(I) .................................................................................................................................................41

EL FUNDAMENTO ETOLÓGICO DEL ESTADO ..............................................................42

5
(II) ................................................................................................................................................42

POR GOLEADA ........................................................................................................................44

BUENAS NOTICIAS SOBRE EL CAMBIO CLIMÁTICO..................................................45

UN DÍA INFELIZ ......................................................................................................................46

AVESTRUCES, TORTUGAS Y OTRA FAUNA DEL CARBÓN ........................................48

WEYLER REDIVIVO...............................................................................................................50

MEDIO AMBIENTE Y EMPLEO ...........................................................................................51

TARJETAS DE NAVIDAD.......................................................................................................52

SEGAR EL TRIGO EN VERDE ..............................................................................................54

EL FIN DE LA GRAN ESPERANZA BLANCA ....................................................................56

EL AÑO DEL DILUVIO ...........................................................................................................58

LIBERTAD DE CÁTEDRA Y SATRAPÍAS ..........................................................................59

EL ESTADO DESEQUILIBRADO..........................................................................................62

¿QUIÉN DEBE PAGAR A HIERRO?.....................................................................................64

EL PRECIO DE ANDALUCÍA ................................................................................................66

LA PREGUNTA DEL BILLÓN ...............................................................................................68

MARX Y LA NUEVA IZQUIERDA ........................................................................................70

VIGILANCIA AMBIENTAL....................................................................................................72

EDUCACIÓN, PROGRESO Y DESARROLLO ....................................................................74

CASAS VIEJAS EN PERÚ .......................................................................................................75

EL CUPO ....................................................................................................................................77

EL MILAGRO ESPAÑOL........................................................................................................79

VEINTICINCO AÑOS DESPUÉS DE ESTOCOLMO ..........................................................81

LA HORA DE LA POLÍTICA..................................................................................................83

REFLEXIONES DE GUERRA.................................................................................................85

¡FUEGO!.....................................................................................................................................87

EL CENTRO HISTÓRICO ......................................................................................................89

LA FACTURA DE MESOPOTAMIA .....................................................................................90

LA CIUDAD DE LOS MUÑONES...........................................................................................92

EL CLIMA EN KIOTO.............................................................................................................94

6
ANCHA ES CASTILLA EN KIOTO .......................................................................................96

CORRIGIENDO A MALTHUS ...............................................................................................97

EL AÑO DE FEDERICO ..........................................................................................................99

LA TARTA DE DON RODRIGO...........................................................................................102

DOÑANA EN SU LABERINTO.............................................................................................104

ENTONCES TAMBIÉN CRECÍA .........................................................................................105

LA CIUDAD DEL BIENESTAR ............................................................................................107

EL PORQUÉ DE UNA PROPUESTA SOCIALISTA..........................................................108

AYUNTAMIENTOS Y EMPLEO..........................................................................................111

ALCALÁ EN EL SIGLO XXI: UNA CIUDAD SOSTENIBLE ..........................................113

LA PEATONALIZACIÓN DEL CENTRO...........................................................................115

SE ABRE LA VEDA (PERDÓN, LA PODA) ........................................................................117

¿TURISMO SOSTENIBLE O TURISMO POPULAR? ......................................................118

EL PEQUEÑO COMERCIO ..................................................................................................120

APOSTANDO POR EL HENARES .......................................................................................122

UNA ONZA DE FAMA ...........................................................................................................123

VEINTE AÑOS DE CONSTITUCIÓN..................................................................................125

DERECHOS HUMANOS Y DERECHO DE AUTODETERMINACIÓN.........................126

TIEMPOS MODERNOS .........................................................................................................128

EL OCIO DE NUESTROS NIETOS ......................................................................................129

GAMBITO DE ÁMBITO ........................................................................................................131

¿ESTAMOS CONTRA EL EMPLEO?..................................................................................132

UN RECETARIO POPULAR EN INTERNET.....................................................................133

EL METRO DE GALLARDÓN .............................................................................................135

LA CASA DE LA CONFIANZA ............................................................................................137

LOTERÍA ELÉCTRICA, LOTERÍA POPULAR ................................................................139

MADERA DE HEROÍNA .......................................................................................................141

ALGO MÁS QUE UN CONSORCIO ....................................................................................142

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PREÁMBULO
Me apresuro a decirlo: el título de este libro es una transmutación del unamuniano
Contra esto y aquello. Nada más lo acerca al libro de don Miguel, pues ni de lejos me
comparo con el catedrático salmantino, ni fue mi intención al escribir los artículos que
configuran este libro oponerme a nada, al menos desde el punto de vista filosófico.
Dicho esto, quisiera extenderme algo más en una dedicatoria que, al tiempo que sea eso,
dedicatoria agradecida, sea también una justificación de mi atrevimiento a opinar sobre
esto y aquello.
Dedico este libro a doña Francisca Vera -doña Paquita- la maestra que me enseñó
las primeras letras en una escuela de esa colonia burguesa y recoleta que eran los
granadinos "Hotelitos de Belén" a los que, con un temor casi reverencial, nos
acercábamos cada día los colegiales de los alrededores. Terminada mi etapa escolar,
durante mis años de Bachillerato primero, y más tarde en la Universidad, ni la ortografía
ni la sintaxis fueron para mí lo que eran para otros: tortura mental, fuente de malas
calificaciones y límite a la capacidad de expresión. Cuestión bien diferente era la
caligrafía. Todavía recuerdo la mano de mi maestra rodeando la mía, atenazados mis
dedos en aquellos plumines de la casa Cervantes que, de trecho en trecho, cuando más
enfrascada estaba la mente en completar esa especie de partituras mudas que eran las
libretas caligráficas, dejaban caer pesados goterones de tinta que arruinaban el trabajo
escolar. Los tediosos trabajos caligráficos, de pizarrín primero, con la plumilla después,
me hacen inevitablemente recordar la colegial monotonía de los versos machadianos.
Así que en ortografía y sintaxis bien y en caligrafía regular. Y es que doña Paquita
debía ser mujer más preocupada por el fondo que por la forma, lo que siempre es de
agradecer. Además de en las primeras letras, en algo más debió influir doña Paquita en
mi primera educación. Esposa de un abogado de Izquierda Republicana represaliado por
el franquismo, doña Paquita se vio en el trance de abrir aquella escuelita en la que
colaboraban sus hijas, entonces estudiantes: Carmen, Olvido, Merche y Elisa.
Estudiante de Derecho Elisa, no la volví a ver hasta treinta y cinco años después
cuando, ya catedráticos los dos, ella era la primera mujer Rectora de una Universidad
española.
Con el paso del tiempo, haciendo la inevitable abstracción de lo que se columbra en
el pasado, creo que los colegiales que acudimos a aquella escuela modesta y recoleta
aprendimos, además de las primeras letras, algo que está muy en boga ahora pero que
entonces faltaba en la mayoría de las escuelas: tolerancia y espíritu liberal. Espíritu
liberal del auténtico, del de entonces. Espíritu liberal de los viejos republicanos de
chaleco y leontina, no de ese neoliberal de polo y gomina. Supongo que tolerancia,
liberalismo e influencia de la Institución Libre de Enseñanza fue lo que aprendimos los
que tuvimos la suerte de acudir a aquella escuela y el privilegio de tener a doña Paquita
como maestra. Le estoy agradecido por ello.
Este libro es también un desahogo personal. Una liberación del miedo a perder algo
de lo que siempre me había íntimamente envanecido: la capacidad de expresarme
correctamente por escrito en mi propia lengua. Durante años he sido lector empedernido
(si de algo me enorgullezco es de ser lector, aunque lo sea convulso y ametódico) y he
redactado con relativa facilidad artículos y libros sobre temas de mi especialidad
científica. Desde hace diez años, mi trabajo de investigación se ha desarrollado en
Norteamérica, primero en México -con mi entrañable amigo el profesor José Delgadillo-
y después en todo el oeste de ese continente.

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Los inevitables (para recopilar los datos de campo), innumerables (diría mi esposa),
interminables (dirían mis colaboradores) e incomparables (confieso yo) viajes que he
realizado desde Alaska a Terranova y desde allí a La Paz, obligaron a que yo, que hasta
entonces hablaba y escribía medianamente el francés aprendido en el colegio y
perfeccionado por ahí, me viera en el trance de aprender el inglés. Sabido es que el loro
viejo no aprende lenguas, pero no es menos cierto aquello que decía Sancho, "a la
fuerza ahorcan", así que en viajes que duraban meses, en congresos o en conferencias en
universidades norteamericanas, me vi obligado a expresarme en inglés. Aún recuerdo
con pavor el sudor frío que empapaba mi cuerpo cada vez que recitaba delante de un
auditorio anglófono una intervención en la que había gastado semanas de esfuerzo de
traducción y memorización. Tortura para el auditorio, pero mayor tortura para mí.
De vuelta a España también debía redactar en inglés los artículos científicos que
exponían los resultados de los trabajos de investigación. No he tenido experiencia
intelectualmente más frustrante que expresar las ideas que bullen mentalmente en el
idioma materno en una lengua que no lo es. Durante los últimos años me he esforzado
durante horas en redactar frases breves, no subordinadas, correctamente ordenadas
(sujeto, verbo y complementos), con el fin de facilitarme a mí mismo su posterior
traducción al inglés. No podría decir con precisión cuántas horas he gastado en ese
proceso, seguro que centenares en los últimos cinco años. Y puedo asegurar que esa
especie de castración mental que representa cercenar sintácticamente el pensamiento,
me llevó a temer por la pérdida de mi capacidad de redacción y de expresión en
castellano. De ahí que a partir de 1995 comenzara a pergeñar algunos artículos que,
poco a poco, me atreví a enviar a la prensa, la cual, probablemente más necesitada de
cantidad que de calidad, comenzó a publicarlos. Se lo agradezco.
Y eso es lo que tienes delante de tí, lector amigo. Una recopilación de artículos
aparecidos en la prensa de la ciudad que me acogió hace veintiún años. Una
recopilación incompleta de escritos en prensa en la que he expresado mi opinión sobre
un conjunto tan heterogéneo de temas que yo mismo me asombro de mi torpe
atrevimiento. Lo justifico en lo que antes decía, en la íntima necesidad de expresarme en
mi lengua materna, un tanto atenazada por el frustrante ejercicio de la redacción
científica. Pero también la diversidad de temas tratados es una consecuencia, creo, de mi
educación como profesor universitario. El profesor universitario -para quien la
investigación es obligada- debe ser curioso porque la investigación es curiosidad ante
todo. Y debe sentir también la necesidad de explicar lo aprendido, de exponer con
claridad las ideas, porque al profesor universitario como a todo docente -y como al
soldado el valor- el afán didáctico se le supone.
Curiosidad y afán didáctico están también, pues, en el trasfondo de este libro. Pero
ante todo y sobre todo, en él subyace mi agradecimiento a quien me enseñó las primeras
letras e inculcó en mí, consciente o insconcientemente, unas reglas de comportamiento y
tolerancia muy distintas a las que entonces imperaban en las escuelas españolas. En eso
sí fui un privilegiado.

Alcalá de Henares, 30 de marzo de 1999

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El centro que no cesa
Las apetencias por apropiarse un espacio político ajeno son una constante en
algunos partidos políticos, bien por falta de solidez ideológica, bien por oportunismo en
la conquista del voto. El deseo de conquistar el espacio político abandonado por el
centro español que representó la UCD fue una manifestación clara de la derecha
española desde que su antiguo líder nacional, Manuel Fraga, intentase apoderarse de él
utilizando el término de mayoría natural. El intento resultó vano, habida cuenta que el
espacio centrista español no es una realidad sociológica estructural sino coyuntural.
Izquierda y derecha son denominaciones políticas a veces discutidas pero
incuestionablemente ligadas desde la revolución burguesa a dos formas mayoritarias de
entender la sociedad. En la primera Asamblea Nacional francesa se sentaron a la
izquierda de la presidencia los partidos de ideas revolucionarias, en tanto que lo hicieron
a la derecha los del antiguo régimen monárquico. Desde entonces, la izquierda está
ligada a igualdad y solidaridad, a la defensa de los valores de los menos privilegiados, a
los que consideran que la sociedad debe ser laica, progresista e innovadora, a los que
confían, en fin, en la bondad intrínseca del ser humano. Más difíciles de definir son los
fundamentos de la derecha, puesto que ningún movimiento político se suele definir
como tal, aunque los valores intrínsecamente ligados a la misma sean la defensa de los
privilegios adquiridos, del orden y de la tradición, dentro de una sociedad en el que el
componente religioso, sobre todo en los niveles educacionales, tiene una notable
influencia. En todo caso, el confusionismo político y de grupo tienden a enmascarar
estas ideas básicas, aunque las mismas se mantienen como sentimiento íntimo o
visceral; de ahí que cuando se analizan globalmente unas elecciones se tienda a
esquematizar enfrentando resultados de izquierda y de derecha.
Por su propia naturaleza contrapuesta y visceral, izquierda y derecha tienden a
oponerse y esta oposición puede llegar a ser crispada y hasta violenta. Cuando esta
contraposición de fuerzas es tan notable como para resultar socialmente peligrosa, surge
espontáneamente el movimiento de centro político como una entidad coyuntural,
formada por los moderados de izquierda y de derechas que abandonan transitoriamente
algunos de los postulados de sus respectivas ideologías en aras de preservar la paz
social.
En la España de los albores de la democracia era perceptible un enfrentamiento
entre izquierda y derecha basado en el recuerdo de la última desgraciada experiencia
democrática de la España republicana. De esta situación coyuntural de crispación
surgieron los más de seis millones de votos obtenidos por UCD en 1977 y 1979. La
prueba de que una buena parte de esos votantes de centro eran moderados de izquierda y
derecha se tuvo en las elecciones de 1982: la desintegración del centro llevó cuatro
millones de votos a izquierda y derecha. El PSOE obtuvo entonces su techo electoral de
más de diez millones de votantes, mientras que los populares, con Fraga a la cabeza,
quintuplicaron sus resultados de 1979.
El pastel del centro estaba ya repartido en 1982 y los resultados de aquel año no
hicieron sino refrendarlo; dos políticos con sentido de Estado y olfato político supieron
entenderlo: Manuel Fraga y Adolfo Suárez dejaron sus responsabilidades partidistas a
escala nacional uno, a nivel personal el otro. Desde 1982 el electorado español es
mayoritariamente de izquierdas, aunque la fragmentación en dos opciones y el
descontento y la desilusión que, inevitablemente, generan trece años de gobierno
enmascaren esta realidad social. Otra parte del electorado, que no alcanza el 50% de los

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que regularmente se acercan a las urnas, muestra una clara preferencia por la opción de
derechas.
Uno de los valores más importantes conseguidos por la sociedad española con
los Gobiernos de Felipe González ha sido la consolidación de la democracia y el
alejamiento de todo intento de involución. El electorado español ya no está sometido a
la presión reaccionaria de la segunda mitad de los setenta; en consecuencia, el centro no
es coyunturalmente necesario y por ello tal opción no alcanzó el medio millón de votos
en 1993. La lucha por el centro parece una batalla perdida que, a lo sumo, obtendrá una
victoria pírrica, porque tal opción es minoritaria y su filón de votos está agotado. Por
eso resulta preocupante que un partido que pretende gobernar adopte como piedra
angular y emblema de su próximo y triunfal congreso un lema tan manido como Gana
el centro.
La situación sigue recordando peligrosamente la campaña electoral francesa, en
la que la derecha en el poder se presentó con eslóganes, programas y promesas
electorales de centro. Con la acción de gobierno, los franceses han descubierto el
auténtico núcleo conservador y ultraliberal del programa Juppé, lo que ha traído como
consecuencia la respuesta social por todos conocida. Es posible que desde la óptica
conservadora España necesite determinadas reformas sociales, políticas y económicas
que modifiquen, recorten o eliminen algunas de las adoptadas por el gobierno socialista.
Pero la adopción de tales medidas debe partir desde la franqueza ideológica, desde el
planteamiento ante la opinión pública de que las medidas que se pretenden adoptar se
harán desde la mano firme de un gobierno de derechas, conformado por los líderes
conservadores y neoliberales que constituyen el núcleo de poder y el reflejo de las bases
del PP.

Diario de Alcalá, 11 de enero de 1996

Adiós a un hombre de Estado


Escribo estas líneas mientras la televisión ofrece imágenes del sepelio de uno de
los más grandes personajes franceses nacidos en el presente siglo, François Mitterrand.
La sepultura definitiva, en la intimidad del discreto panteón familiar en Jarnac, contrasta
vivamente con el funeral oficial en Nôtre Dame donde, rodeado de boato, el cuerpo
ausente del ex-Presidente de la República Francesa recibe el adiós de dirigentes de todo
el mundo. Esta visión contrapuesta de lo recogido e íntimo frente a lo solemne y
público, parece reflejar -en una última paradoja de la historia- las contradicciones que
muchos señalan en la actividad pública del político socialista.
Es inevitable el recuerdo de la obra de Miguel de Unamuno, en particular de El
sentimiento trágico de la vida, expresión suprema de la profunda contradicción del
ilustre pensador español. Contradicción entre un mundo íntimo y personal, propio del
intelectual de izquierdas, y el mundo del hombre de acción que, como señalara Max
Weber, debe interpretar y adoptar el sentir de la mayoría, aunque signifique el abandono
transitorio de las propias ideas. Este conflicto personal, agravado por la evolución hacia
lo laico arrastrando el peso de una educación profundamente católica, sólo puede
sostenerse cuando se tiene conciencia de que lo esencial está en otra parte.
Aunque se tiende a considerar a Mitterrand como el responsable del fracaso de la
primera experiencia francesa de socialismo en libertad, resulta claro a la luz de los
últimos acontecimientos de la política francesa, que lo esencial del pensamiento político
del estadista francés se transmitió en el inicio de su primer septenio con la implantación
del Programa Común de la Izquierda: aun teniendo como meta la integración europea, el

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pueblo francés no parece dispuesto a asumir el imperio del despotismo neoliberal
basado en la idolatría al individualismo, en el abandono de las obligaciones del Estado
para con los menos favorecidos y en el darwinismo social.
Mitterrand aparece así como un hombre profundamente republicano en el
sentido francés del término, es decir, con una decidida vocación por la reforma, por la
evolución progresista de la sociedad, asentada en una singular cultura humanista y en
una sólida base política para adecuarse a lo transitorio sin pérdida de lo esencial.

Diario de Alcalá, 12 de enero de 1996

El 0,7% o la revolución de los pobres


En 1972, un organismo poco sospechoso de revolucionario, el Club de Roma,
escandalizó al mundo con la presentación del informe titulado Los límites del
crecimiento, cuya tesis esencial sostenía que el planeta alcanzaría su límite de desarrollo
en un plazo corto si no cambiaban las tendencias económicas imperantes, en particular
el desequilibrio entre países desarrollados y subdesarrollados.
También en 1972, la Conferencia Internacional de Estocolmo, reunida con
objeto de ofrecer unos principios socioeconómicos y políticos que sirvieran a todas las
naciones como guía para mejorar y preservar el medio humano, expuso entre otras
conclusiones que los graves problemas provocados por las condiciones de subdesarrollo
de gran parte de la humanidad eran subsanables mediante “la transferencia de
cantidades considerables de asistencia financiera y tecnológica que complemente los
esfuerzos internos de los países”; y que ante la preocupante situación del
medioambiente, los países desarrollados deberían destinar idéntica asistencia para que
los restantes pueblos incluyesen medidas de conservación en sus planes de desarrollo.
Alguien, también poco sospechoso de revolucionario, el vicepresidente de
Estados Unidos Al Gore, ha propuesto en su libro La tierra en juego el establecimiento
de un nuevo Plan Marshall mediante el cual los países ricos financiasen generosamente
a los países subdesarrollados en materia tecnológica, educacional y sanitaria; el plan
sería el instrumento más poderoso para corregir las injustas desigualdades sociales que,
en último término, ponen en peligro el equilibrio medioambiental del planeta y nuestra
propia supervivencia.
Llegado el inicio del nuevo año, comienzan a publicarse los anuarios estadísticos
y los informes socioeconómicos que, publicados por diversas instituciones públicas y
privadas, resumen el estado del mundo en el año anterior. Tengo delante de mi tres de
ellos: el Atlas del Banco Mundial, el Informe de 1995 del Worldwatch Institute
norteamericano y el Anuario Económico y Geopolítico Mundial elaborado por
investigadores franceses y publicado en España por Akal. Del análisis de los tres vuelve
a constatarse un hecho que, de acuerdo con los datos estadísticos del Banco Mundial, se
repite en los últimos treinta años: la casi duplicación de las desigualdades entre los
países ricos y los países pobres.
Durante décadas, mucho economistas -en particular los diseñadores de la política
de desarrollo a escala mundial que constituyen el núcleo del Banco Mundial- han
sostenido que la riqueza producida por el impetuoso crecimiento económico de los
países ricos “gotearía” sobre los pobres, actuando como arrastre de su economía. En
realidad no gotea nada, porque desde el momento en que se introdujo el concepto de
desarrollo se viene constatando que el crecimiento se produce multiplicadamente y de
forma fácil en los países desarrollados, y muy difícilmente, con lentitud extrema, con
recaídas frecuentes y, en un elevado número de casos, con valores negativos en los

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países subdesarrollados, de manera que la injusticia social supranacional es cada vez
más acusada: los ricos son más ricos y los pobres cada vez más pobres.
Este desequilibrio es profundamente injusto se analice como se analice, pero lo
es aún más cuando se valoran los repartos de poblaciones y recursos, y se estiman los
valores demográficos para las próximas décadas. Los países desarrollados sólo suponen
aproximadamente un 20% de la población mundial, pero poseen más del 80% de la
riqueza del planeta, utilizan el 80% de sus recursos minerales y energéticos y generan
más del 90% de la contaminación y de los desechos del planeta. Inviertan los datos y
tendrán lo que queda para los países subdesarrollados o, si prefieren denominarlos
eufemísticamente, en “vías de desarrollo”. Este desequilibrio, mantenido desde tiempo
inmemorial por vía de la dominación económica, política o militar, es el resultado de la
profunda injusticia que encierran las políticas ultracapitalistas practicadas por los
estados de todo el mundo, porque el núcleo del capitalismo es, básicamente, acumular
riquezas para unos pocos a costa de la mayoría.
Muchos observadores piensan que el mantenimiento de los pueblos pobres en
sus actuales niveles económicos, comparado con la voracidad en el consumo de
recursos y con el despilfarro energético de los pueblos ricos, conducirá en el futuro a
crear una situación económica revolucionaria: la revolución de los pobres. Tras la
revoluciones burguesa y proletaria de los siglos XVIII y XIX, que subvertieron entonces
el orden establecido, la revolución de los pobres, cuyo número superará los 8.000
millones a mitad del siglo XXI, se anuncia como el hecho de mayor relevancia
sociopolítica del próximo milenio.
Aunque sólo fuera por evitarla, por mantener los privilegios que ahora disfrutan,
los ciudadanos de los países ricos que se oponen o son escépticos a las peticiones de
destinar recursos financieros como el 0,7 % del presupuesto a países subdesarrollados,
debieran ser los primeros en reclamarlas. El compromiso de los partidos españoles que
presumiblemente gobiernen la nación en los próximos cuatro años de incrementar la
Ayuda Oficial al Desarrollo hasta destinar un 0,7 % de nuestro producto interior bruto
en la próxima legislatura (350.000 millones de pesetas en 1996), compromiso que ha
sido firmado tras no pocas reticencias de importantes sectores sociales, es una excelente
noticia que pone una vez más de relieve el esfuerzo solidario de un pueblo muchas
veces tachado de individualismo.
Por otro lado, el citado porcentaje ha sido acertadamente denominado como el
0,7% de la solidaridad; es eso, solidaridad, que aunque no guste a algunos -como otros
denostan la caridad- es un sustituto insuficiente de la justicia social.

Diario de Alcalá, 16 de enero de 1996

Ha muerto un niño
No hay mejor inversión para
cualquier comunidad, que
proporcionar leche a los niños
(Churchill).

Ha muerto un niño de un país pobre. Esto no es noticia. Diariamente, al menos


40.000 niños menores de cinco años mueren en los países pobres por condiciones que
podrían haberse evitado por una ridícula cantidad de dinero. Incluso por lo que cuesta
un poco de gasolina.

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Ha muerto un niño iraquí. Esto no es noticia. Desde que comenzaron las
sanciones, 560.000 niños han muerto en Irak a consecuencia de la desnutrición y las
carencias sanitarias.
El niño pobre, el niño iraquí, ha muerto en Madrid. Esta es la noticia. Pero más
allá de la noticia, este niño es la injusticia hecha visible. La cercanía de su muerte, el
que se haya producido entre nosotros, es lo que le sitúa en lo efímero de la realidad
periodística, cuya voracidad hará que mañana lo hayamos olvidado. Conviene, empero,
reflexionar sobre una situación profundamente injusta: la de los embargos a países
sometidos a dictaduras.
El aislamiento es una política punitiva que la legalidad internacional sanciona,
pero que repugna a la justicia. El embargo internacional es inútil e injusto. Inútil, porque
como se está demostrando en Irak (y se demostró en España) no provoca lo que
pretende, la caída de los tiranos. Injusta, porque castiga a los débiles, a los pobres, a los
enfermos y a los niños.
Casi seis años después de que la ONU aprobara las sanciones internacionales
impuestas al país como consecuencia de la invasión de Kuwait, el régimen de Sadam
Husein sigue firme, mientras prosigue un embargo que, al parecer, iba a provocar su
caída. Sería una disputa vana ponernos ahora a examinar las razones políticas del
embargo, porque es claro que en ellas subyace el germen mismo de la injusticia social y
del castigo a los inocentes.
En este día en que los periódicos esconden en un rincón la noticia de la muerte
de un niño, mientras sus páginas rebosan de los brillantes discursos que en la Academia
de la Lengua recuerdan a Azorín, los gritos que piden el cese del injusto embargo
pueden también apoyarse en un texto del maestro de Monóvar: Cuando hacéis con la
violencia derramar las primeras lágrimas a un niño, ya habéis puesto en su espíritu la
ira, la tristeza, la envidia, la venganza y la hipocresía.

Diario de Alcalá, 18 de enero de 1996

El invierno en Lisboa
Las elecciones presidenciales portuguesas del pasado día 14 han significado un
cambio generacional en la política portuguesa, un relevo que pone de relieve la
estabilidad democrática lograda en el país vecino y la normalidad en el funcionamiento
de las instituciones conseguida tras dos mandatos consecutivos del socialista Mario
Soares.
El torbellino político español nos ha privado del sosiego necesario para analizar
con la profundidad que merece la placidez -emuladora del discurrir de las tardes
lisboetas magistralmente descritas por Muñoz Molina en el libro cuyo título encabeza
este artículo- con que se ha llevado a cabo el relevo político generacional en el país
vecino. Repetidamente se ha señalado el ejemplar comportamiento del electorado
español para llevar a cabo la transición entre la dictadura y la democracia. El caso de
Portugal, aunque sustancialmente diferente, es también un ejemplo claro de la madurez
política que ha caracterizado el cambio sociopolítico en los dos países ibéricos.
España y Portugal compartieron regímenes dictatoriales entre la segunda década
de este siglo y la primera mitad de los setenta, aunque el Estado de corte corporativista
portugués tuvo más continuidad. La sublevación de mayo de 1926 del general Gomes
da Costa significó el inicio de una dictadura que, de forma ininterrumpida, privó a
Portugal de libertades durante 48 años. En España, el pronunciamiento de los generales
que llevó al poder a Primo de Rivera en septiembre de 1923, supuso la inauguración del

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largo período dictatorial español prolongado hasta 1976, con el único paréntesis
democrático del sistema republicano iniciado el 14 de abril de 1931 tras la caída del
último y efímero gobierno monárquico encabezado por Aznar. La historia política de
España y Portugal en este siglo ha estado marcada, pues, por un régimen de partido
único -Acción Nacional Popular y Movimiento Nacional, respectivamente- usurpador
de las libertades públicas y sustentado en un desarrollismo económico que, arrastrado
por la bonanza económica europea de los años 60 y 70, permitió una paz social garante
de su continuismo.
La Revolución de los Claveles de 24 de abril de 1974, impulsada por un amplio
sector militar, desató el entusiasmo político popular y marcó el inicio de la transición
portuguesa. Los comienzos de la democracia portuguesa estuvieron marcados por el
enfrentamiento político que puso en peligro la continuidad democrática. A los intentos
derechistas de frenar el régimen de libertades y, sobre todo, de interrumpir la reforma
agraria, cuyo punto máximo se alcanzó con el intento de golpe de Estado del general
Spinola -primer Presidente y también primer golpista del Portugal postrevolucionario-,
se oponían los elementos filocomunistas encarnados en el Movimiento de las Fuerzas
Armadas liderado por el coronel Otelo Saraiva de Carvalho. Consecuencia de esta
bipolarización extrema de la política portuguesa fue el triunfo durante la década de los
setenta de opciones políticas de centro, encarnadas bien en la figura moderadora del
Presidente Antonio Ramalho Eanes, bien en el auge del Centro Democrático y Social.
El período de Ramalho Eanes supuso la consolidación de la democracia y el
acercamiento definitivo de Portugal a las democracias occidentales. La Constitución de
1982, al eliminar la tutela de los militares, abolir el Consejo de la Revolución y
consolidar la supresión previa del Movimiento de las Fuerzas Armadas, dotó al país de
una estabilidad socioeconómica cuyas consecuencias fueron la modernización del país y
la entrada, realizada conjuntamente con España en 1986, en la CEE.
Desde 1982 el parlamento portugués ha oscilado entre mayorías de izquierda
(Partido Socialista) y de centro-derecha (Partido Socialdemócrata; aunque la
denominación induce a error, este partido es el heredero del partido de corte centrista
fundado en 1974 por Sá Carneiro). La derecha del Partido Popular y la izquierda del
Partido Comunista no han alcanzado nunca cotas electorales del 10%.
La política portuguesa de los últimos años ha estado claramente marcada por dos
figuras incontestables: el socialista Mario Soares, dos veces Presidente de la República,
y el centrista Cavaco Silva, primer ministro durante una década. Ambos han
representado la garantía del funcionamiento del Estado. Cavaco Silva ha sido el
encargado de llevar a cabo una política modernizadora de la economía portuguesa:
reconversión industrial y agrícola, programa de privatizaciones, ingreso de Portugal en
la Unión Europea, firma del Tratado de Maastrich y aplicación de rigurosas políticas de
convergencia. Durante su mandato al frente del Gobierno, Mario Soares ha ostentado la
Presidencia de la República, mostrándose como una garantía tanto de la vocación
izquierdista mayoritaria en el país, como del mantenimiento de los logros colectivos
conseguidos durante la revolución. Esta garantía se puso particularmente de relieve
cuando el Presidente Soares vetó, en 1986, la legislación excesivamente privatizadora
impulsada por Cavaco Silva, en una actuación similar a la realizada por el Presidente
Clinton frente a los intentos de recortes sociales propiciados por los republicanos.
La improrrogabilidad constitucional del mandato presidencial de Soares y la
ambición de Cavaco por culminar su carrera alcanzando la Presidencia, han significado
el relevo generacional en la política portuguesa. Los dos hombres que aseguraron la
estabilización y el reequilibrio político de Portugal a lo largo de las dos décadas
siguientes a la Revolución de los Claveles han dejado paso a la primera generación

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crecida bajo la bandera democrática. Por primera vez el Partido Socialista tiene mayoría
municipal y ostenta las jefaturas del Gobierno (Antonio Guterres) y del Estado (Jorge
Sampaio), claro reflejo de la voluntad de un electorado que nunca ha dejado de ser
mayoritariamente de izquierdas, pero que ha sabido evolucionar hacia el centro cuando
la situación del país lo requería. Aunque diacrónicamente, el lector puede sacar
conclusiones similares del comportamiento del electorado español.

Diario de Alcalá, 25 de enero de 1996

Una reflexión sobre el terrorismo


Un nuevo golpe del terrorismo de ETA, el secuestro del funcionario de prisiones
José Antonio Ortega Lara, ha coincidido con el desarrollo del duodécimo congreso del
Partido Popular. La respuesta de su líder, José María Aznar, ha sido una receta bien
conocida: firmeza, fortaleza, intransigencia frente al chantaje y negativa a la
negociación. Cuatro ingredientes que, pronunciados con las correspondientes
inflexiones propias del lenguaje mitinero y haciendo alusiones a la legalidad que
hubieran sido más necesarias hace algunos años, no hicieron sino provocar el delirio
entre los compromisarios populares. Para los que no estamos tan entregados, comienza
a hacerse pesada la resignación de tener que enfrentar un futuro gobernados por quien,
como medida para acabar con la plaga terrorista, ofrece la simpleza de las verdades del
barquero.
Firmeza y fortaleza son como el valor en el ejército: se supone. El problema es
ejercerlo llegado el momento. No acceder al chantaje es remedio excelente cuando se
aplica a otros, aislando el problema desde el punto de vista personal; ahora bien, pídase
a los afligidos familiares de los secuestrados que resistan a la extorsión terrorista. Parece
que exigir actitudes heroicas a ciudadanos desesperados no es de recibo; ahora bien, sin
necesidad de propagarlo a los vientos electorales, el gobernante debe ser radical en este
punto: el Estado democrático tiene el monopolio de la fuerza y no puede ni debe ceder
al chantaje.
Por el contrario, el cuarto ingrediente, el gritar “nunca accederemos a una
negociación”, se me antoja un caso manifiesto de falta de conexión con la realidad
social, un desconocimiento de la perspectiva histórica, y, lo que resulta más peligroso,
un síntoma de tan corta talla política que resulta inaceptable en quien aspira a gobernar.
Considerando el problema únicamente desde la óptica social, esto es, desde la
ciudadanía que sufre directamente el castigo terrorista, el planteamiento es sencillo: si
con sentarse a negociar se hubiesen evitado todas las muertes que ha producido ETA
desde su fundación en 1952, ¿qué político no se hubiese sentado a negociar con los
asesinos para acabar con tanta barbarie? ¿Qué esposa, qué madre o qué hijo no hubiese
aplaudido la negociación que evitara la muerte del esposo, del hijo o del padre? Este es
el tipo de preguntas que esperan contestación antes de lanzar enérgicos ¡nunca!
Decía Willy Brandt que una situación se vuelve desesperada cuando empiezas a
pensar que es desesperada. La acción terrorista lleva a veces a la desesperación y el caer
en ella es tolerable en el común de las gentes, que ha entregado parte de su soberanía al
político para que le procure gobierno y bienestar. Asumida esta entrega, fundamento
mismo del contrato social, cabe al político la responsabilidad de no desesperar, actuar
con frialdad y reflexionar sobre la solución a los problemas. Invito al lector a unas
reflexiones sobre el problema terrorista. Verá como hay esperanza, como intuye que -
agotado el enemigo- la negociación, aunque ahora repugne el sentimiento del hombre de
bien, es la única vía para acabar con el problema.

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Partamos de un primer análisis: la personalidad del terrorista. Agotados los
improperios, la opinión general de los expertos podría sintetizarse en que el terrorista,
sin ser enfermo, es un psicópata político, un esquizofrénico iluminado que, en nombre
de unos ideales, pretende salvar a una parte de la humanidad por el expeditivo
procedimiento de matar indiscriminadamente, con el riesgo de acabar también -no ya
con inocentes, que es lo que pretende todo terrorismo agónico- sino con aquellos que
sustentan sus propias ideas. Se trataría, al mismo tiempo, de un cruel asesino y de una
víctima del fanatismo y de la utopía insensata. En cualquier caso, convendremos en que
esta psicopatía es transitoria. Terroristas fueron en su tiempo Anuar al-Sadat y
Menahem Begin, luego presidente de Egipto y primer ministro de Israel,
respectivamente, y laureados ambos con el premio Nobel de la Paz de 1978; terroristas
fueron Arafat y Rabin (este último, como Sadat, víctima luego del propio terrorismo), lo
que no evitó su reconocimiento público internacional y el recibir el premio Principe de
Asturias de 1994 por su labor en la consecución de la paz en Oriente Medio.
Una pequeña digresión, ¿qué hubiese sido de estos prohombres, reconocidos hoy
como adalides de la paz negociada, de haber prosperado iniciativas tales como la
restauración de la pena de muerte para los terroristas? ¿Qué hubiese sucedido con estos
ex-terroristas, reinsertados en el gobierno de sus países, de prosperar la medida, tan
reclamada por los populares españoles, de exigir el cumplimiento completo de las penas
y no considerar el arrepentimiento y la reinserción social?
Un segundo aspecto que hay que tener en cuenta es la situación del terrorista en
el contexto social. El terrorista -por definición intrínseca del propio terrorismo- está
siempre en minoría. Si tuviese la mayoría, le resultaría fácil imponer la voluntad común
desde las instituciones o empleando la violencia del Estado. Esto es algo que los amigos
de las verdades del barquero olvidan cuando vociferan lindezas tales como “si quieren
la independencia que se la den y nos dejen en paz”. Posición demasiado egoísta, pues
aun en el caso de que la mayoría de los vascos quisiese la independencia -algo que ni
los mismos nacionalistas se atreven a plantear en serio- no es sólo la independencia el
objetivo de los intransigentes, por lo que, de adoptar tan sabia y solidaria medida,
dejaríamos a una mayoría indefensa frente a la jauría minoritaria. En cualquier caso, no
conviene perder esta perspectiva analítica: el terrorista está en minoría; aunque vocifere,
destruya o mate, está en minoría, y en tal posición, tarde o temprano, quedará. En toda
la historia no se ha dado nunca el caso de que una revolución o un cambio de régimen se
produzca por el solo empleo del terrorismo.
Un tercer aspecto del terrorismo es, precisamente, el de su implantación en el
tejido social. Si el terrorismo carece de raíces sociales, es fácil para el Estado
exterminarlo; tales fueron los casos del terrorismo blanco y de la OAS en Francia, de la
Fracción del Ejército Rojo o banda Baader-Meinhoff en Alemania y del
fundamentalismo islámico en los Estados Unidos. Otro caso bien distinto es aquel en
que el terrorismo sustenta sus garras en un sector social, por minoritario que este sea.
Entonces, apoyado por partidos políticos, se enquista y se vuelve imposible de extirpar
por la fuerza del Estado, por violenta que esta sea: este fue el caso de la OLP frente a
Israel, de los sionistas frente a árabes y colonialistas europeos, del IRA irlandés, y es el
caso de la ETA en España.
Analicemos ahora el caso del IRA, porque su evolución histórica guarda una
estrecha relación con lo acontecido en ETA: se trata en ambos casos de una banda
armada de origen nacionalista moderado, con escisión posterior en dos ramas, una que
evoluciona hasta integrarse en las instituciones (el caso de la rama denominada IRA
oficial a partir de 1969; el de ETA político-militar, a partir de 1982), otra que se aleja de
ella y deviene ultramarxista (el IRA provisional y ETA militar), sustentadas en partidos

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políticos minoritarios (Sinn Féin en Irlanda; Herri Batasuna, en España), y, en tanto que
bandas armadas, practicantes de atentados primero selectivos (jueces, militares, policías,
altas jerarquías de la nación: el caso de atentados contra líderes conservadores sufrido
por Aznar no es novedoso; recuérdese el sufrido por la señora Thatcher con ocasión del
congreso conservador de Brighton, en 1984), luego indiscriminados contra objetivos
públicos, en clara tendencia a provocar desesperación entre las gentes.
Pues bien, tras un período de negociación llevado a cabo por los conservadores
británicos, se ha llegado al fin del IRA y a la integración plena del Sinn Féin en las
instituciones británicas. ¿Qué ha llevado a tal situación? Tres factores esenciales: 1) el
agotamiento del IRA en una lucha estéril llevada a cabo desde su fundación en 1919
(ETA, fundada en 1952, es casi cuarenta años más joven); 2) el cansancio de la
población, que primero se alejó y luego reaccionó, hastiada, contra los terroristas y sus
apoyos sociales; y, 3) un paciente y a veces oculto e incomprendido proceso de
negociación llevado a cabo por políticos democráticamente elegidos.
Los irlandenses han necesitado casi 80 años para contemplar la vuelta de la paz.
La esperanza, lector, es que el proceso se repita en el País Vasco. Para ello hacen falta
firmeza y fortaleza, sí, pero también reflexión, habilidad y capacidad políticas,
estómago y confianza en las propias ideas. ¿Sería mucho pedir a quien pretende
gobernarnos que, antes de pronunciar discursos contundentes y efectistas, haga acopio
de estos valores? El ejemplo lo tiene cerca: su correligionario John Major, con más
capacidad política y sentido de Estado, ha sabido estrechar las manos de terroristas para
conseguir la paz negociada.
Desde el punto de vista político, el negarse a toda negociación es una prueba de
irreflexión que probablemente arranque aplausos entre la opinión pública entregada,
pero que es la negación misma del sacrificio que es preciso exigirle a un candidato a
gobernante si pretende acabar con la barbarie: el superar el profundo rechazo -la
sensación de repugnancia visceral- que provoca el sentarse a negociar con los que
sostienen a los asesinos.

Diario de Alcalá, 1 de febrero de 1996

El dogma economicista
Resulta preocupante constatar cómo cada vez más los gobiernos pierden su
capacidad de iniciativa y ceden la soberanía política, que únicamente detentan por
cesión popular, a las denominadas fuerzas del mercado. Se corre con ello el peligro de
convertir a los Estados modernos en gigantescas empresas obsesionadas por el
rendimiento económico, inmersas en una lucha global por la competitividad -la
denominada mundialización de la economía- y olvidadas de que el objetivo de la
sociedad no debe ser producir dividendos sino solidaridad y humanidad.
Cada vez más se separa el político de la generación de ideas, de la defensa de los
valores democráticos y de la capacidad de ilusionar a la sociedad aun exigiéndole
sacrificios, para convertirse en un seductor, sí, pero en un seductor puesto al servicio del
nuevo dogma economicista. Antaño de forma imperceptible, ahora con mayor claridad,
comienza a hacerse visible que algunos pretenden que la capacidad de decisión política
se transfiera desde aquellos que la ejercen en virtud del contrato social
democráticamente suscrito, a las fuerzas que pretenden ejercerla en nombre del
mercado. El poder de los bancos centrales y de los mercados financieros sobre los
gobiernos es cada vez mayor, lo que trae como consecuencia la implantación del
imperio del economicismo de gabinete, ajeno a las exigencias políticas y sociales.

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La deidad es el mercado y, en su nombre, el dogma indica que hay que reducir el
déficit público. Justo lo contrario que hace algunos años, lo que no debe extrañar dada
la reconocida capacidad de la Economía para explicar lo sucedido, sólo comparable con
su inanidad a la hora de diseñar acertadamente el porvenir. No debe así sorprendernos
que los mismos sacerdotes del dogma -o sus herederos generacionales- que antes
consideraban el déficit público como una bendición, proclamen ahora justamente lo
inverso, amenazando con todo tipo de calamidades de no contenerse el mismo.
El primer objetivo de los nuevos profetas del recorte del gasto es el estado del
bienestar, y no para modificarlo, sino para recortarlo. Se trata de un torpedo dirigido
directamente a la línea de flotación que ha sostenido a Europa desde la postguerra y que
ha logrado un nivel de prestaciones sanitarias, educacionales y de pensiones a las que el
conjunto de la población no está dispuesta a renunciar.
Desde la perspectiva de la izquierda parece necesario recalcar la importancia y la
oportunidad de la política frente a otras actividades públicas sin duda tan respetables
como la planificación económica, pero sin sobrevalorarlas, situándolas en su justo
término, y siempre desde la consideración de que el Estado de bienestar es un logro que
habrá que modificar en su financiación, pero no aceptando recortes inmediatos sino
profundizando en sus mejoras y abriendo un amplio debate social y un consenso político
a todos los niveles. Las leyes del mercado pasarán, pero al mundo lo seguirán moviendo
los viejos ideales de igualdad, justicia y solidaridad. Aun dentro de sus imperfecciones,
los logros del Estado de bienestar son un camino ya recorrido e irreversible hacia la
transformación del viejo orden establecido.

Diario de Alcalá, 6 de febrero de 1996

La quincena del escándalo


Segunda quincena de junio de 1995, la opinión pública española está anonada.
Cascos, Trillo, Rato y Rajoy, vociferan; Aznar, una vez más, grita su ¡váyase señor
González! Anguita, cargado de razón, excolmuga a la izquierda corrupta; Capmany
denuncia; las ondas tiemblan con el verbo tronante que emana de la Cope; Abc y El
Mundo proclaman editoriales fulminantes: ¡el Estado se tambalea!
¿Qué había ocurrido? El 12 de junio, el diario El Mundo, uno de cuyos
principales sostenedores es Mario Conde, publicó a toda plana que el Cesid había
interceptado y grabado durante una década conversaciones privadas de políticos,
empresarios, periodistas y del mismísimo Rey. Como si de una novela por entregas se
tratara, el mismo diario fue publicando en días sucesivos tanto un listado con casi 100
llamadas telefónicas grabadas entre 1984 y 1991 por el Gabinete de Escuchas del Cesid,
como fragmentos de algunas conversaciones, entre otros, de la ex-delegada del
Gobierno en Madrid, Ana Tutor, y de los ex ministros de Interior, José Barrionuevo, y
de Justicia, Enrique Múgica.
La publicación de esas noticias originó una crisis sin precedentes, que provocó la
dimisión de Narcis Serra, ministro de Defensa entre 1982 y 1991 y vicepresidente del
Gobierno desde esa fecha; de Julián García Vargas, ministro de Sanidad desde 1986 y
sustituto en Defensa de Serra desde 1991, y de Emilio Alonso Manglano, director
general del Cesid desde 1982 y teniente general del Ejército de Tierra.
El presidente del Gobierno, Felipe González, denuncia lo que se dio en llamar
"un pulso al Estado". Los mismos que vociferaban, clamaban, editorializaban, pedían
dimisiones fulminantes y anunciaban desastres sin fin, reiteran sus acusaciones y

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apoyan a los chantajistas del Estado o a sus adláteres. Los populares acusan al
Presidente: él es el único responsable.
Ocho de febrero de 1996; no ha pasado ni un año. La juez encargada de la
instrucción del caso decide el archivo del mismo por declarar accidentales las escuchas
realizadas y ser estas necesarias para la seguridad del Estado. ¿Dónde están los voceros
del escándalo?
Una vez más, la Justicia, trabajando lenta y pausadamente, sin escándalos,
griterío o el concurso de expertos juristas populares y sabios tertulianos, ha puesto las
cosas en su sitio. Se repite el sobreseimiento del informe Crillon, que también azotó a
Narcis Serra, y del escándalo desatado por la detención de Roldán. El futuro puede traer
resoluciones semejantes sobre escándalos parecidos. Barrionuevo y Vera, quizás,
respiren más tranquilos.

Diario de Alcalá, 12 de febrero de 1996

Redondo, Boyer o la esquizofrenia socialista


Una buena parte del electorado de izquierdas vacila a quién votar. Se mueve por
las aguas del centro-izquierda, allí donde parecen alejados tanto el marxismo como las
doctrinas neoliberales. El problema, llegado el momento de la votación, es de
desorientación, de ausencia de referentes válidos de izquierda en los que apoyarse
racionalmente. Porque, ¿quién representa a la izquierda, Boyer o Redondo?
La situación es verdaderamente esquizofrénica, consecuencia lógica de la
evolución de un partido que, como el socialista, ha tenido una clara vocación de
convertirse en la “casa común” de la izquierda, dando cobijo en su seno a prácticamente
todo el conglomerado que en la época franquista era conocido con el nombre de "rojos".
Únicamente quedaron fuera los comunistas y no todos, porque hasta el más histórico de
ellos, Santiago Carrillo, se encuentra hoy cómodamente instalado en la periferia
socialista. Así, desde Miguel Boyer, un inteligente economista, pero de ningún modo un
socialista, hasta un genuino representante del socialismo clásico, Nicolás Redondo, han
tenido cabida en el PSOE.
Pese a la crisis por la que parece pasar la izquierda socialista, existe una clara
identificación de una buena parte de la sociedad con lo que siempre han sido los valores
socialistas. Creo firmemente que a lo que debe volverse es a la búsqueda de esos
valores, impidiendo que los mismos dejen de ser patrimonio del PSOE y pasen a ser,
como parece ser la tendencia, a serlo de las nuevas izquierdas que pululan alrededor del
Partido Comunista. Fueron esos valores los que ilusionaron a la sociedad y produjeron
el ambiente exultante que rodeó la subida al poder del PSOE en 1982, muy alejado del
sentimiento de resignación que rodea hoy la previsible victoria electoral del PP.
En definitiva, la esquizofrenia del votante socialista puede hoy resolverse si
existiese la convicción de hacer virar al PSOE hacia las posiciones en las que se mueve
Redondo, separándose de las posturas muy honradas y defendibles, pero también muy
alejadas del auténtico pensamiento de izquierdas, mantenidas por el neopopperiano
Miguel Boyer.
Ahora más que nunca, es preciso que el socialismo español encuentre un
referente válido, una de cuyas premisas ha de ser, necesariamente, la voluntad de
continuar ahondando en la mejora del Estado de Bienestar, como vía pragmática de
acercamiento a un socialismo moderno y democrático. Además, como referente
histórico, el nuevo PSOE ha de volver a los viejos principios de honradez, trabajo y
austeridad que caracterizaron a los viejos socialistas republicanos: Pablo Iglesias,

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Besteiro, Prieto, Machado y tantos otros. De los de ahora, entre Boyer y Redondo, me
quedo con el último, porque creo, a ciencia cierta, que el Socialismo, por lo que
representa como una forma de convivencia humana, fundamentada en el trabajo, en la
igualdad de medios concedida a todos para realizarlo, y en la abolición no de las clases
pero sí de sus privilegios, es una utopía, sí, pero también una etapa inexcusable en el
camino de la justicia social. Como dijo Machado, veo claramente que el Socialismo es
la gran experiencia humana de nuestros días, a la que todos de algún modo debemos
contribuir.
Quizás esto sirva también de respuesta a una adivinanza que, sobre mi persona,
formulaba Antonio R. Naranjo en la excelente página dominical a que nos tiene
acostumbrados.

Diario de Alcalá, 16 de febrero de 1996

Elogio del funcionario


Está de moda atacar al funcionario. De todas partes llueven descalificaciones,
bien al funcionamiento general de la Administración, bien a la capacidad de servicio y
dedicación de los servidores del Estado. La situación incluso divierte a algunos, que
delante del funcionario colocan, en gesto automático, la ventanilla, el arbitrio o el
"vuelva usted mañana".
Ignoran, porque no se informa lo suficiente, que el maestro que les enseña, el
médico que los sana, el policía que vela su seguridad y el juez que persigue al corrupto
y encarcela al delincuente, son también funcionarios. Por eso, el ataque al funcionario,
aunque pueda provocar la sonrisa cómplice de algunos, es, como trataré de explicar, un
ataque oportunista a la esencia del Estado.
En el período electoral que vivimos, el acoso al funcionario no es gratuito,
persigue unos fines, está inmerso en el seno mismo de la estrategia de derribo del
Estado de Bienestar que se han propuesto los populares. Se les venir a nivel estatal y al
modesto nivel local. A nivel estatal cuando anuncian medidas privatizadoras de la
sanidad, de la educación y de las pensiones; a nivel local, la estrategia es más burda.
Los peones de brega golpean en la ceja para provocar el desgaste y la descalificación.
La señorita Viñuelas, concejala de Personal, negocia la firma de un convenio que, bajo
la mísera subida de un punto sobre el incremento nacional, no es sino un burdo intento
de enfrentar al ciudadano con sus servidores. El señor Vargas, concejal de Hacienda,
probablemente como producto de una autovaloración inconsciente, cataloga a los
funcionarios de malos, inoperantes y caros.
Escribió don Manuel Azaña un pequeño ensayo, Grandeza y Servidumbre del
Funcionario que el señor Vargas debiera leer antes de lanzarse a la descalificación y al
insulto genérico; como también debiera leer a otros tratadistas que, como Montesquieu,
Grimm, Max Weber, Burnham o, si los prefiere en castellano, Alejandro Nieto, se han
ocupado del funcionariado y sus problemas. Probablemente un ejercicio de reflexión
tras esas lecturas le haría ser más cauto, sí, pero también más objetivo en sus juicios.
La grandeza del funcionariado reside en su solidez, en su capacidad de
resistencia, que permite que un país siga funcionando incluso en períodos de crisis
gubernamental; da continuidad a las instituciones cuando -como en el caso de Italia -
gobiernos breves se suceden sin cesar; continúa su labor de servicio aún con
revoluciones, golpes de Estado, gobiernos de excepción o guerra. En definitiva, el
funcionariado no politizado garantiza la continuidad misma del Estado.

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La servidumbre del funcionario radica, en la mayoría de los casos, en estar bajo
la dependencia de políticos ineptos o, por el contrario, oportunistas que convierten -o
permiten que se convierta- lo que debe ser un servicio al ciudadano en la tiranía de los
burócratas. Porque la burocracia es la deformación misma de los deberes mismos de
servicio del funcionario, su predominio sobre cualquier otra actividad institucional, el
endiosamiento de la liturgia administrativa que, lejos de atender al administrado, intenta
mantenerlo alejado imponiendo ritos que garantizan el secretismo de las actuaciones,
fundamento mismo del Estado burocrático. El alejamiento de administrados y
administradores, el enfrentamiento del funcionario con el ciudadano, ha sido el objetivo
buscado por los gobernantes totalitarios, que han buscado en el cáncer burocrático el
escudo de sus manipulaciones. Lo denunció Dino Rizzi para el fascismo italiano; lo
denunció Milovan Djilas para el comunismo.
Con menos capacidad de análisis y sin duda con menos preparación, lo denuncio
yo ahora: el proceso de ataque al funcionariado en Alcalá, no es más que la
manifestación externa de una estrategia de más largo alcance, consistente en ataques a la
administración pública para, conseguida su minusvaloración, entregar el corazón mismo
del Estado a manos privadas.
La servidumbre del funcionariado de Alcalá está en vivir sometido a la
inoperancia, a la falta de capacidad organizativa y de liderazgo, a la poca preparación y
a la demagogia de quien, atenazado por su propia incapacidad de resolver los
problemas, dispara contra quienes, por su vocación de servicio al conjunto de la
ciudadanía, por la grandeza y la servidumbre que le son propias, deben guardar un
discreto silencio.
Te lo dice, lector, un funcionario, un malo, inoperante y costoso servidor de la
administración.

Diario de Alcalá, 23 y 26 de febrero de 1996

Tres aniversarios
Se cumplen en 1996 tres aniversarios merecedores de ser recordados en estas
fechas, no sólo porque dos de ellos se conmemoran este mismo mes, sino por ser dignos
de tenerse en cuenta en un período en que el olvido, la confusión y el oportunismo
desbordan la contienda política y se adueñan de la propia historia.
El decimoquinto aniversario del golpe de Estado protagonizado por Tejero ha
merecido titulares de prensa, sesudos análisis políticos e incluso algunas propuestas, a
mi juicio desacertadas, de reconsiderar la situación penal de quien no parece mostrar
signos de arrepentimiento.
El segundo aniversario ha pasado, en cambio, completamente desapercibido
como si se tratase de un triste episodio de la vida española o, aventurando hipótesis más
malévolas, de una circunstancia que no conviene sacar a la luz tan cerca de unas
elecciones en las que los escasos márgenes de voto van a favorecer acuerdos políticos
peculiares. El 15 de enero de 1936 se firmaron los acuerdos para la constitución del
Frente Popular que, frente a la coalición de derechas CEDA, habría de ganar las
elecciones legislativas de 16 de febrero, abriendo con ello un período renovador en la
política española desgraciadamente truncado por unos militares golpistas que, aquella
vez sí, contaron con el apoyo social de quienes meses antes no habían obtenido la
legitimidad de las urnas.
Una tercera fecha a recordar este año es la conmemoración de la celebración del
vigésimo séptimo congreso del PSOE. La celebración de un congreso partidista podría

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parecer inmerecedora de recordar, si no fuera porque aquel congreso era el primero
celebrado por un partido democrático, dentro de España, desde 1932. El lema del
congreso, Socialismo es libertad, dio a conocer entre los españoles una de las razones
de ser del socialismo español, la libertad, sentimiento y derecho humano reivindicado
hoy por toda la sociedad, incluso por aquellos que en aquel entonces daban salida a sus
inquietudes políticas escribiendo en defensa de Falange y reivindicando las permanencia
de las estatuas del general Franco (Aznar), o defendiendo los indudables progresos de la
sociedad comunista de los países del este (Anguita).
Aquellos jóvenes socialistas que, encabezados por Felipe González,
proclamaron, todavía desde la ilegalidad, su deseo de libertad para España, eran los
herederos ideológicos de unos líderes históricos que, como Largo Caballero, se
opusieron a la firma del pacto del Frente Popular si en el mismo no era integrada toda la
izquierda, incluidos los comunistas. Una buena lección histórica para aquellos que,
escudados hoy en el muro de la ortodoxia, el dogma y el programa, pretenden hacerse
dueños de la orilla izquierda para, desde allí, alentados por el amarillismo mediático,
preparar el camino de la nueva derecha.
Aquellos jóvenes socialistas fueron también los mismos que, tras el abortado
golpe de Estado de 1981, tenaz y pacientemente, han logrado alejar para siempre de
España el peligro de los espadones, el ruido de sables y la amenaza del caudillismo
cuartelero. El moderno ejército español, tras quince años de gobierno socialista, está
hoy también presto a tomar las calles, pero ahora en nombre de la solidaridad de los
pueblos y bajo la bandera de la paz internacional.
La derecha española se apresta a heredar el poder a quienes hoy presentan el
rostro maduro de los hombres de Estado. Muchos de los votantes que el próximo
domingo se acercarán a las urnas ignoran que la historia reciente de España está
indisolublemente ligada a la historia de un partido, nacido hace 117 años en una
modesta taberna de la calle Tetuán, cuyo principal lema sigue siendo la libertad;
libertad, aunque sólo sea por la libertad, como dijera Fernando de los Ríos. Cuando
otras corrientes ideológicas, que durante muchos años desdeñaban la libertad, se
aproximan a las propuestas socialistas, hay que recordar que, si bien la libertad no es
exclusiva del partido socialista, sí es su mejor patrimonio, porque los socialistas llevan
más de un siglo luchando por la libertad para todos.
Cuando el próximo domingo los votantes se acerquen a depositar su voto,
expresión misma de su libertad, estarán ejerciendo un derecho democrático conquistado
por la lucha secular de muchos españoles de bien, entre otros por quienes desde 1879
enarbolan la bandera de la libertad como símbolo de una sociedad plural y democrática.
Entre otros, gracias también, a aquellos jóvenes que en 1976 inundaron calles, fábricas y
aulas con el grito de la libertad.

Diario de Alcalá, 29 de febrero de 1996

La Triple A
Andalucía, Aznar y Alcalá. Tres resultados electorales, tres comportamientos en
las urnas que, analizados convenientemente, pueden ser una provechosa fuente de
enseñanzas políticas a nivel local.
En Andalucía, el electorado ha dado un voto de castigo a la estrategia de la
ingobernabilidad. Desde las elecciones autonómicas de 1994, en las que el PSOE
obtuvo una mayoría minoritaria, la estrategia combinada de IU y PP -en aplicación
estricta a escala autonómica de la llamada pinza- impidió un gobierno estable en una de

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las comunidades más deprimidas de España. Los estrategas, encabezados por el popular
Arenas y el comunista Rejón, han obtenido ahora peores resultados que en el 94. Los
socialistas salen reforzados de las votaciones y se aprestan a gobernar con lo que otros
dieron en llamar mayoría suficiente.
Aznar; él sabe que su trayectoria política está acabada a plazo medio y que el
futuro a corto plazo sólo le depara sinsabores y retrocesos. Difícilmente se puede
navegar con más vientos a favor y recorrer menos distancia. El centro derecha español,
una vez rebañados todos los votos posibles, se encuentra en una situación
parlamentariamente peor que la de los malos tiempos de la UCD de Adolfo Suárez. Pese
a la estrategia del deslizamiento centrípeto, la aparición durante la última campaña de
algunos reputados miembros de la caverna derechista -Iglesias, Raphael, Gil- ha
permitido vislumbrar a algunos indecisos lo que ocultaba la trastienda del
autoproclamado partido centrista.
La tan cacareada falta de carisma del líder del PP se ha puesto absolutamente de
manifiesto; a pesar de que una buena parte de los medios de difusión han desarrollado
una apabullante campaña a su favor; a pesar de que esos mismos medios han golpeado
con saña al partido socialista; a pesar de los errores de éste; a pesar de que hasta el
último momento las encuestas animaban a los indecisos a votar a los populares; a pesar
del reagrupamiento de todas las fuerzas de la derecha (se han sacrificado en aras de la
nueva mayoría algunos pequeños partidos localistas, como Unión Alavesa o UPN); a
pesar de todo ello, la perceptible falta de liderazgo del líder de la derecha y su
fácilmente detectable falta de formación en materias esenciales para el Estado, lo han
alejado de la hiperbólica mayoría suficiente.
Ahora, habrá de demostrar que es un hombre de centro. Voluntad no le falta y
buenas intenciones -de creer en sus palabras- le sobran. El pacto con catalanes y vascos,
a los que un día tachó de vendepatrias y entreguistas, será una buena piedra de toque
para la moderación y la capacidad de diálogo que se suponen adornan a un hombre de
centro. Cabe ahora preguntarse acerca de la capacidad de aguante hacia un líder que ha
tocado techo de los populares más centrífugos que, indudablemente, tienen sus
apetencias de tocar poder.
Y por último, Alcalá. No se pueden analizar los resultados electorales fuera del
contexto de Madrid. El lógico reemplazo centrista de Aznar, Ruiz Gallardón, ha barrido
en la Comunidad. Y ello, al menos, por una doble razón. En primer lugar, porque el
líder popular madrileño tiene mayor carisma, capacidad de liderazgo y preparación que
José María Aznar. Y en segundo lugar, porque el elector madrileño recibe con mayor
intensidad que el de provincias (la prensa nacional es, realmente, la prensa de Madrid)
la crispadora influencia mediática a la que antes nos referíamos.
En todo caso, las elecciones en Andalucía, en Madrid y en Alcalá, ponen de
relieve que la estrategia de bloquear las instituciones haciéndolas ingobernables para las
mayorías minoritarias, y la falta de un verdadero liderazgo capaz de arrastrar votantes
hacia un proyecto ilusionante, son dos factores importantes cuando se quiere gobernar a
cualquier nivel.
Por último. felicitémosnos todos porque los resultados electorales han
significado el triunfo de la moderación y la manifestación palpable de que el pueblo
desea un entendimiento entre mayorías y minorías. El problema es ahora saber quién es
navegar al pairo del diálogo y el consenso. La estrategia del bloqueo y la crispación
debe desaparecer de la escena política española.

Diario de Alcalá, 5 de marzo de 1996

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Cambioescépticos
A principios de este año ha comenzado a circular el último informe elaborado
por el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), agrupación de
científicos que asesora a las Naciones Unidas en temas de clima. De acuerdo con la
prensa que se ha hecho eco de este informe, la conclusión más relevante sería la
sugerencia de indicios de que la actividad humana está modificando el clima global de
la Tierra, en el sentido de aumentar la temperatura media por el conocido efecto
invernadero. Lo más relevante de esta noticia es que, por primera vez, se admite de
forma clara la influencia humana en la modificación del clima.
No obstante, muchos otros científicos se muestran muy escépticos, no sólo en la
importancia modificadora del hombre, sino en la raíz misma del problema: para una
parte importante de expertos, no existen evidencias claras de este cambio climático.
Como argumento principal se basan en la poca fiabilidad del modelo matemático
empleado habitualmente para evaluar el cambio, el cual está basado en un número muy
reducido de estaciones meteorológicas, las cuales, además, abarcan series temporales
muy cortas, pues raramente superan los cuarenta años. Por otro lado, la práctica
totalidad de estos datos proceden de estaciones terrestres, mientras que los datos de la
temperatura del agua son prácticamente inexistentes. Si tenemos en cuenta que la
superficie de la Tierra cubierta por océanos y mares es mucho mayor que la tierra firme,
y que el agua tiene un calor específico más alto que el suelo por lo que actúa como
regulador térmico, la ausencia de los datos climáticos de la superficie marina
desvirtuaría mucho el modelo utilizado.
Para muchos otros expertos, los modelos de cambio climático no son fiables por
un problema de escalas. Dado que los cambios climáticos han sido secuenciales y
recurrentes en la historia del planeta y producidos en series temporales de miles a
millones de años, cualquier modelo basado en datos de tan sólo cincuenta o cien años
presenta las mismas aberraciones de escala que si estuviésemos midiendo organismos
microscópicos con ayuda de unos prismáticos y de una vara de a metro.
Otro conjunto de críticas se basa en la propia inexactitud de las medidas. La
recepción de los datos climáticos depende mucho de mano de obra poco especializada, a
veces solo voluntariosa, lo que los hace poco fiables en muchas ocasiones. Piénsese, por
ejemplo, que los cálculos astronómicos son mucho más precisos, lo que no impide que
la incorporación de nuevas tecnologías de observación derrumbe grandiosos cálculos
numéricos: una simple ojeada del nuevo telescopio Hubble ha bastado para elevar en
40.000 millones el número de galaxias existentes en el cosmos.
No son desdeñables tampoco aquellos que critican al modelo por la inexactitud
de sus hipótesis, algunas de las cuales han caído estrepitosamente gracias a
descubrimientos recientes. Por ejemplo, una de las hipótesis manejadas es que el
aumento de la temperatura provocaría la fundición de los hielos y la consiguiente subida
del nivel del mar. La realidad se separa del modelo: investigaciones geológicas
realizadas en la Antártida parecen mostrar una tendencia bien diferente; sondeos
realizados en 1990 y 1991 han mostrado la existencia de un período cálido entre hace
4.000 y 7.000 años. Lo curioso es que en este período el casquete glaciar antártico, lejos
de disminuir, alcanzó un tamaño mayor que el actual según prueban los registros
geológicos en roca y capas de hielo. De acuerdo con la hipótesis propuesta, el aumento
de la temperatura en estos períodos habría conducido a una mayor facilidad de
formación de ciclones y, por consiguiente, a un aumento de las precipitaciones y de la
acumulación de hielos. Es decir, el casquete antártico se muestra como un rasgo

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permanente de la geografía terrestre, que no contribuiría a la subida del nivel del mar
pronosticada en algunos modelos de cambio climático.
Todo ello cuestiona un modelo, pero no aleja del problema real: los excesos que
los hombres estamos cometiendo sobre el planeta acabarán por pasarnos factura de no
poner remedio. Aun siendo cambioescépticos, la contaminación atmosférica y la
destrucción de los filtros terrestres que son nuestros bosques, constituye uno de los
problemas medioambientales más preocupantes de nuestro tiempo.

Diario de Alcalá, 8 de marzo de 1996

El cortejo nupcial
Los resultados de las elecciones del tres de marzo, con alrededor de veinte
millones de votos casi equitativamente repartidos entre los dos principales partidos de
izquierda y derecha, han puesto sobre el teatro político español un viejo y conocido
escenario: el pacto. Al pacto se le dedican estos días sesudos análisis políticos porque al
parecer subyace la posibilidad de que no se produzca, lo que causaría -dicen- un sinfín
de calamidades socioeconómicas. A mi juicio, el análisis político es en esta ocasión tan
inevitable como inútil, porque en las actuales circunstancias el pacto está regulado por
las leyes etológicas y no por las estrictamente políticas.
Nacida en Alemania como ciencia, la Etología es una disciplina biológica
reciente que tiene como objeto fundamental el estudio de las pautas de comportamiento
de las especies animales. No es disciplina baladí, como pudieran pensar algunos, y
prueba de ello es que en los últimos veinte años dos científicos alemanes, von Frisch y
Lorenz, recibieron el premio Nobel de Medicina por sus estudios sobre el
comportamiento animal y sus aplicaciones a la sociología y la psicología humanas.
Los animales no desarrollan sus actividades al azar, sino que siguen unas pautas
reguladas por un complejo sistema de signos y señales, que comienzan ahora a ser
desveladas. Carentes de lenguaje hablado, los animales han desarrollado
extraordinariamente el lenguaje corporal, la mímica. Uno de los más claros y conocidos
ejemplos es el cortejo o danza nupcial. Dos animales de la misma especie no inician sus
relaciones de apareamiento directamente, sino mediante un intrincado lenguaje de
gestos, movimientos, danzas, idas y venidas, fuertes acercamientos, rotundos rechazos,
emisión de potentes sonidos guturales, hinchazón de cuerpos y otros muchos
aspavientos. Destino de todo ello, convencer al adversario de la propia capacidad, del
inmenso poderío atesorado que no necesita de nada ni de nadie, aunque en realidad se
pretenda justamente lo contrario: la necesidad de pareja para el fin último de la vida, la
reproducción como única posibilidad de perpetuar la especie, es inevitable. En un cien
por cien de los casos, la exhibición de fuerza sabiamente combinada con el desdén,
funciona, y el cortejo culmina en feliz cópula.
Los resultados electorales han dejado al PP en la para ellos inesperada situación
de requerir una pareja de gobierno. Podría renunciar a formar gabinete pero eso
equivaldría, en términos estrictamente etológicos, a rechazar la reproducción y por ende
al futuro, posibilidad inexistente en el comportamiento animal e indeseable en la esfera
política. Por su parte, CiU se dispone una vez más a ser cortejada. Ante la exhibición de
gestos del adversario -que más tarde devendrá en inevitable pareja- responde con el
consabido lenguaje gestual: desprecio inicial del adversario, coqueteos con otras parejas
(¿a qué si no la visita de Pujol a González?), alejamiento del ámbito territorial (traslado
a Madrid, visita a Edimburgo), autobombo, recuerdos de los agravios pasados, desdén

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por la falta de talla del galanteador y otros gestos más que irán apareciendo los
próximos días.
Sin embargo, el fin está cantado: pactarán. ¿Por qué? Porque se necesitan para
perpetuarse. Al PP, presionado por los medios que le han llevado a las puertas de la
Moncloa, no le queda más salida que la huida hacia adelante; el deseo de tocar poder, la
necesidad de contentar con cargos en la Administración a sus cargos medios y a
militantes cualificados, es superior al mantenimiento de cualquier rigor programático.
Formar gobierno es vital para ellos, aunque los años que se avecinan puedan ser un
tormento político para sus dirigentes.
Para CiU el pacto es también ineluctable. Saben que de no formarse gobierno y
de no garantizar su gobernabilidad durante un tiempo razonable, habrá que convocar
elecciones. De hacer esto último, se provocarán inevitables concentraciones de votos a
izquierda y derecha. Los catalanes por el centro-derecha e IU por la izquierda, serían los
principales perdedores de voto.
El cortejo nupcial al que asistimos terminará inevitablemente en la coyunda
política: en el pacto. Y como corolario, dos cosas más: una adivinaza y un pronóstico.
En muchas ocasiones, sobre todo cuando hay diferencia de talla entre los miembros de
la pareja, realizada la cópula el más grande devora al más débil. ¿Adivinan quién, en
términos políticos, saldrá beneficiado del inevitable acoplamiento que se avecina? Y el
pronóstico: cuenten dos años a partir del día en que se suscriba el pacto y comenzará a
hablarse de la convocatoria de elecciones.

Diario de Alcalá, 20 de marzo de 1996

Libros rojos
El advenimiento del régimen de libertades hizo caer en desuso algunos de los
términos de empleo más común en la España de hace pocos años. Bajo la denominación
de 'rojos' se conocía entonces a un acervo de pensamientos dispares que entreveraba en
insólito crisol a monárquicos y republicanos, liberales y conservadores, socialistas y
comunistas, masones y demócrata-cristianos, y, en fin, a todo aquel sospechoso de
librepensador o de desafecto al régimen. Fondo aglutinador de toda esa amalgama que
hoy sería inmiscible, era un deseo de libertad, aun cuando no se estuviera muy seguro
de en qué consistía aquella; quizás fuera la expresión social de lo que años antes
proclamara Fernando de los Ríos: libertad por la libertad.
Como toda cofradía, aquel rojerío larvado tenía sus símbolos, algunos de ellos
no por crípticos menos conocidos por los iniciados en los arcanos de la libertad. La
revista Triunfo era una de aquellos iconos, una alegoría tipográfica que doblada bajo el
brazo por la calle o discretamente abierta en el bar de la facultad, otorgaba patente de
rojo militante a sus incondicionales lectores. En la redacción de aquel Triunfo, colmada
de redactores próximos al pecé, sobresalía la pluma del que fuera durante algunos años
su director, Eduardo Haro Tecglen (Pozuelo de Alarcón, 1924), uno de los artífices de la
conversión de la revista en el referente más a la izquierda de lo entonces posible, rayano
ya con el panfleto ciclostilado y clandestino.
Como todo 14 de abril, el de 1996 -sexagésimo quinto aniversario de la
proclamación de la II República española- ha sido fecha señalada para el afloramiento
de una fracción de aquellos antiguos rojos: los republicanos. Uno de ellos, Eduardo
Haro Tecglen, presentó su último libro, El niño republicano. No voy a glosarlo porque
otras plumas más brillantes lo están haciendo sobradamente; sin embargo, no puedo
dejar de recomendar su lectura porque en ese libro, como en algunos textos de Azaña,

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de Madariaga o, hoy en día, de Juan Marichal, se puede casi aprehender el añejo
intelectualismo republicano de chaleco y leontina, educado a la sombra de la Institución
Libre de Enseñanza y de la Residencia de Estudiantes, de torpe aliño indumentario y
amigo de la sabia tertulia política en la cómoda penumbra de los salones ateneístas.
Voy a recomendar otro libro de Haro Tecglen, su Diccionario Político (Planeta)
que, aparecido a finales de 1995, pasó casi desapercibido entre la turbamulta navideña
de las promociones editoriales. En la década de los setenta, cuando el horizonte de la
libertad comenzó a columbrarse, algunas editoriales más proclives a la instrucción que
al negocio, dieron en el empeño de fomentar la educación política de quiénes hasta
entonces sólo habían degustado la Formación del Espíritu Nacional. Se publicaron por
aquellas fechas algunos libritos en esta línea. Recuerdo tres, el Diccionario del
Comunismo de Jordi Solé Turá (prólogo con agradecimientos de Joaquín Molins, por
entonces en la órbita comunista, como tantos otros); el Diccionario Político de Eduardo
Haro Tecglen; y un opúsculo, ¿Qué es el socialismo? firmado por un entonces casi
desconocido Felipe González.
De los tres libros el mejor, por profundo y enjundioso, era el de Haro Tecglen,
que -veintiún años después- se ha visto reeditado en edición corregida y aumentada,
pues si en 1974 contenía doscientas entradas, la actual alcanza las cuatrocientas. El
Diccionario Político es algo más que un diccionario; aléjese de él quien sólo busque la
escueta definición, el cultismo o la erudición enciclopédica; acérquese por el contrario
quien desee aprender, porque este diccionario es mucho más que una colección de
definiciones, es toda una clase magistral de filosofía vital desde la perspectiva de la
izquierda intelectual y reflexiva.
Porque no se engañe el lector: este diccionario no es neutral. Es esencialmente
de izquierdas, porque aun dentro de ese fondo de desaliento, desgana, desengaño y
escéptico desdén que transpiran todos los escritos de Haro Tecglen, el libro rezuma el
espíritu mismo de la esencia izquierdista: la crítica -domesticada por la razón- pero
íntimamente visceral hacia el injusto orden establecido. Desde este considerando,
conocido el fondo de pensamiento de su autor, el libro invita a la reflexión y suministra
argumentos para el debate y el fomento del espíritu de contradicción interna. En
palabras de Unamuno "Quien no haya hecho de su fuero interno campo de pelea jamás
tendrá paz verdadera, será un fanático intolerante siempre". Este libro es un excelente
compañero para sostener ese combate íntimo contra la complacencia y la satisfacción
más o menos terrenal.
Si, como escribió Descartes, la lectura de los buenos libros es como una íntima
lección impartida por los grandes hombres, este diccionario es todo un curso vital de
filosofía política destinado a aquellos que desean el sosiego placentero de la lectura que
deleita e instruye, por más que no deje descansar al espíritu inquieto de la razón
práctica.

Diario de Alcalá, 17 de abril de 1996

Impuestos ecológicos o ecotasas


Es cada vez más acusado el deseo de protección de la naturaleza y del medio
ambiente que se detecta en las sociedades desarrolladas. Pero, como cualquier otro
proceso, el conservar, proteger o, en último caso, recuperar el medio ambiente y la
naturaleza tiene un coste económico que hay que afrontar. Desde hace algunos años
impera el principio de quien contamina paga, de forma que la legislación de los países
más avanzados ha tendido y tiende a establecer sistemas de control y sanciones sobre

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determinados elementos del proceso productivo capaces de alterar la calidad
medioambiental. El legislador de la España democrática no fue ajeno a este principio,
que aparece reflejado con nitidez en el artículo 45.3 de nuestra Constitución.
Este principio es a veces inoperante, en muchos casos porque el daño causado es
irreversible, y en otros porque es de difícil o imposible evaluación. En demasiadas
ocasiones, el sistema se ha convertido en una simple recaudación de tasas por parte del
Estado, sin que se atienda a la reparación del daño.
Un sistema que comienza a imponerse es el impuesto ecológico, que gravaría
aquellos procesos productivos que, en mayor o menor escala, directa o indirectamente,
deterioren el medio ambiente. Tal impuesto ecológico ha sido denominado ecotasa por
el prestigioso instituto medioambientalista norteamericano Worldwatch, cuyo informe
El estado del planeta en 1995, presentado en Washington el pasado mes de enero, ha
subrayado la necesidad de que estos gravámenes sustituyan parcialmente a algunos de
los actuales impuestos. En España se está avanzando en esta línea: el pasado año se
aprobó por primera vez una ecotasa sobre lubricantes de automóvil, cuyo fin es facilitar
su difícil reciclado.
Como siempre, los países nórdicos, en especial Dinamarca y Suecia, están
siendo pioneros en la aplicación de la que comienza a denominarse revolución fiscal,
que básicamente consistiría en disminuir algunos de los actuales impuestos directos
(renta, ahorro, trabajo, patrimonio), creando e incrementando otros que graven la
explotación y contaminación de recursos naturales.
Estos impuestos deben ser considerados como finalistas, puesto que su fin
último es actuar con fines medioambientales específicos de forma que la sociedad tenga
una percepción clara del destino de sus impuestos y los acepte. Sobre el tema se ha
abundando en el I Congreso Nacional sobre la Protección Fiscal del Medio Ambiente,
celebrado en Madrid a finales del mes de enero. En el mismo, se puso de relieve que,
ante la campaña electoral que se avecina, tan sólo en el programa electoral del PSOE se
refleja claramente la intención de poner en marcha esta reforma fiscal.

Diario de Alcalá, 3 de mayo de 1996

Liberales
Decía Ortega que la historia reciente de España se reduce, probablemente, a la
historia de su resistencia a la cultura moderna. Sin embargo, pese al rechazo de lo
foráneo que ha sido una constante española, elevada por algunos a caricatura
esperpéntica de lema oficial –el ¡España es diferente! del Ministerio de Turismo bajo
Manuel Fraga-, en el seno de la sociedad española ha subyacido siempre un espíritu
progresista de acercamiento a las tendencias culturales modernas, un deseo socialmente
larvado, pero intensamente desarrollado en algunos españoles, de contribuir al
desarrollo de las ideas de integración en la sociedad europea, que finalmente se ha
expresado en la España de la década de los 80. Perseguido por la Inquisición, fusilado
por los absolutistas, apartado por la reacción del XIX, sometido por las dictaduras de
espadones o proscritos y desterrados en la España franquista, el espíritu librepensador
español ha logrado finalmente contagiar a una sociedad que hoy hace mayoritariamente
suyos los ideales de igualdad, libertad y justicia solidaria que iluminaron el pensamiento
de españoles preclaros desde los albores del siglo de las luces.
El profesor Juan Marichal, un conocido estudioso de la obra de Azaña y editor
de las únicas obras completas del escritor y político alcalaíno, acaba de publicar una
obra, El secreto de España, que es, precisamente, un recorrido histórico del

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pensamiento liberal español desde aquellas Cortes de Cádiz que, agitadas por Argüelles,
fueron el foco de atención de los europeos progresistas de la época, hasta los que
Marichal juzga como últimos representantes del liberalismo clásico español, un puñado
de personajes aparentemente dispares y en ocasiones enfrentados, entre los que
sobresalen las figuras señeras de Ortega, Negrín, Unamuno, Azaña o Giner de los Ríos,
opuestos en la praxis, pero ligados todos por un pensamiento común de modernización
social de una España cerrada a la cultura sociopolítica europea.
Aunque sin citarlo, nos recuerda ahora el profesor Marichal algo ya conocido
gracias a Mercader Riba (Historia de la cultura española): el origen del término liberal
está tan intrínsecamente ligado a la cultura española, que el mismo vocablo -trasmutado
desde la moral a lo político- fue acuñado por las Cortes gaditanas de 1812 para designar
a los diputados partidarios de las reformas, enemigos del absolutismo conservador y
promotores de la aplicación de los derechos ciudadanos emanados de la revolución
francesa y de los plasmados en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos
de Norteamérica. Desde entonces, el liberalismo español se ha caracterizado por una
defensa de los valores individuales propios de tal ideología, pero con una concepción
liberal a la que podríamos denominar "liberalismo solidario", puesto que reclama la
acción correctora del Estado, no sólo en el plano equilibrador de la política económica
como postuló Keynes, sino también para regular los excesos ultraliberales de las
corrientes economicistas que, basadas en un darwinismo ajeno al poder corrector de la
razón humana, han llegado a justificar la pobreza y la miseria como enfermedades
inevitables e incurables de un libre mercado sólo apto para los más fuertes o mejor
preparados.
Los mejores representantes de este liberalismo español -probablemente herido de
muerte con la II República- no vacilaron en reclamar la creación de un Partido Liberal-
Socialista que, heredero del liberalismo inglés del grupo de Oxford, tuviera como
principio rector aquel que considera que la libertad personal, aun siendo contemplada
como el impulso principal del progreso, sólo es posible mediante la protección activa
del Estado, porque la oposición individuo-estado propugnada por el liberalismo
economicista o utilitarista sólo sirve para perpetuar las injusticias sociales y para
mantener ideológicamente aherrojados a amplios sectores de población, sectores en los
cuales la igualdad de oportunidades, requisito básico en la defensa del principio
individualista, no es sino quimera inalcanzable. Para aquellos liberales republicanos -
Ortega, Unamuno, Negrín o Madariaga- el Estado tiene un deber respecto al individuo y
a la colectividad porque debe ser el iniciador de los cambios, el protector de las
libertades y el transformador de la sociedad. El Estado es para ellos el defensor de la
libertad, puesto que sólo instituciones fuertes pueden mantener las condiciones sociales
que permiten el desarrollo individual.
El libro del profesor Marichal, impregnado como su autor de la relíctica
sabiduría reflexiva de los intelectuales formados en la órbita krausista, es de lectura
obligada en el actual momento político de España, en cuyas instituciones de gobierno se
ha producido el desembarco de una considerable tropa autoetiquetada ultraliberal,
liberal a ultranza, hiperliberal e incluso, en imposible antinomia bonapartista, liberal-
conservadora. Decía D. Miguel Unamuno que había sólo dos tipos de liberales, los
verdaderos y los de engañifa, "los liberales de burla". ¿Estaremos ahora ante ellos?
Quizás a algunos, encaramados ahora en las más altas tribunas de la Nación, convendría
recordarles hoy el añejo Syllabus errorum de la encíclica papal: "El liberalismo es
pecado y no se complace la profesión de católico con la de liberal", o, como escribiera
el otrora rector salmantino: "No cabe ser liberal y católico... Si alguno de vosotros me

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dijera que es católico liberal, le diría que desconoce el catolicismo, o el liberalismo, o
los dos, que es posible".
La obra de Marichal, cuya lectura recomiendo vivamente a aquellos que puedan
sentirse hoy confundidos por el lenguaje político, aporta un torrente de luz acerca de
una teoría, el liberalismo, que es toda una filosofía vital y sobrepasa con mucho la
sesgada cortedad de miras con que es contemplado por algunos que, desconociendo sus
raíces, lo usan como torpe remedo teórico de la praxis política.

Diario de Alcalá, 17 de mayo de 1996

Delitos ecológicos
El pasado sábado 25 de mayo entró en vigor el nuevo Código Penal que,
aprobado por las Cortes el pasado 8 de noviembre, viene a sustituir al añejo sistema
penal español, vigente desde hace un siglo medio, el cual -pese a varias profundas
reformas hechas en diversos períodos- se mostraba incapaz de regular algunas de las
figuras delictivas modernas. Entre estas últimas se incluyen las que atentan contra la
ordenación del territorio y la protección del patrimonio histórico y los recursos
naturales, que el nuevo Código aborda con tal rigor y profundidad que puede decirse,
sin duda, que la legislación española en estas materias se pone a la cabeza de las más
completas de los países occidentales.
Una novedad importante es que se amplia el concepto de contaminación que
hasta ahora solo era tipificada como delito cuando, como consecuencia de la
contaminación, se causaba daño y se ponía en peligro la salud de las personas o el
medio ambiente. Con la nueva legislación ya no sólo se delinque cuando se contamina
en las condiciones citadas, sino cuando se atenta contra los recursos naturales y el
medio ambiente. Como tales delitos se citan los de provocar o realizar directa o
indirectamente extracciones o excavaciones, aterramientos, ruidos o vibraciones,
inyecciones, emisiones, vertidos, radiaciones o depósitos se hagan tanto en la atmósfera
como en cualquier otro lugar: suelo, subsuelo, aguas terrestres, marítimas o
subterráneas.
En lo que se refiere a protección de flora y fauna, se tipifica como delito cortar,
talar, quemar, arrancar, recolectar o efectuar tráfico ilegal de cualquier especie animal o
vegetal, así como atentar contra su hábitat. Más aún, en aras de proteger a las especies
autóctonas, se castiga la introducción de flora o fauna exótica o alóctona que
perjudiquen el equilibrio ecológico.
Pero, sobre todo, el nuevo Código aborda seriamente el problema de los
incendios forestales. En una modificación del viejo Código Penal realizada en 1987, se
introdujo como delito la provocación de incendios forestales. El incendio se debía haber
producido en montes o masas forestales y debía existir peligro para la vida o integridad
de las personas. Ahora no sólo se consideran delito los incendios forestales, con penas
que pueden llegar a cinco años de prisión, sino los que se provocan también en zonas no
forestales, como el incendio de matorrales o de rastrojeras, prácticas habituales en el
ámbito rural español. Ahora bien lo más destacable en este apartado es que el nuevo
Código cercena de raíz una de las causas más frecuentes de los incendios provocados: la
búsqueda de la recalificación de terrenos forestales para, una vez incendiados, proceder
a su urbanización o puesta en cultivo.
De ahora en adelante, los jueces podrán acordar que la calificación del suelo en
las zonas afectadas no pueda modificarse en un plazo de hasta treinta años, así como
que se limiten o supriman los usos que se venían llevando a cabo en las zonas afectadas

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por el incendio. Más aún, los jueces podrán ordenar la intervención administrativa de la
madera quemada. El nuevo Código recoge así una propuesta del Consejo Asesor del
Medio Ambiente repetidamente reclamada por los grupos ecologistas, por considerarlos
una causa decisiva en un elevado número de incendios forestales.
A partir de ahora se trata de poner el nuevo Código en marcha y que su
aplicación y desarrollo normativo se lleve a cabo con amplitud de miras y sin
reticencias, para lo cual hará falta una buena dosis de voluntad política por parte del
Gobierno. ¿Tendrá esta voluntad un nuevo Gobierno que se abstuvo en la votación del
Código y que prometió su congelación cuando era oposición? La oposición y la opinión
pública deberán estar alertas y exigir el desarrollo legislativo de un marco jurídico de
calidad excepcional, cuya promulgación ha sido considerada un hecho trascendental, tan
sólo comparable con la de la Constitución democrática de 1978.

Diario de Alcalá, 7 de junio de 1996

Pactismo
Inmediatamente después de las elecciones del tres de marzo, publiqué en estas
mismas páginas un artículo, El cortejo nupcial, en el que auguraba la firma de un pacto
de gobierno entre convergentes y populares y -como consecuencia de la ruptura de tal
pacto- pronosticaba la convocatoria de elecciones generales en un plazo no superior a
dos años. Como ambas afirmaciones fueron hechas con cierta rotundidad en un tiempo
de incertidumbre política, algunos lectores amigos me han preguntado sobre el porqué
de ambas predicciones. Les contesto en este artículo.
Que habría pacto estaba cantado, porque el pactismo forma parte de la propia
esencia del catalanismo. Y no se considere esta aseveración como un acercamiento
personal a aquellos españolistas que consideran al catalanismo como una ideología
simple cuya única tendencia es negociar vendiendo exigencias políticas contra favores
económicos. Vaya por delante que, aunque no muy amigo de nacionalismos y en ello
incluyo al españolismo, considero al catalanismo como una fe espiritual profunda,
sincera y potentemente sentida. Pero esta comprensión del nacionalismo catalán no
excluye el percartarse de que el sentimiento nacionalista ha estado siempre moderado en
la práctica por el sentido comercial de los catalanes.
Jaume Vicens Vives fue, sin lugar a dudas, el historiador catalán (y catalanista)
más importante del siglo XX. Su temprana muerte en 1960 impidió gozar del análisis
histórico y político (a partir de 1953 el catedrático Vicens Vives fue también la figura
más destacada del nuevo nacionalismo político catalán) de quien con toda probabilidad
sería hoy una de las figuras españolas de mayor talla intelectual. Su libro Noticias de
Catalunya ha sido considerado como un verdadero discurso a la nación catalana en el
que Vicens Vives expuso con claridad la tradición pragmática, empiricista en sus popias
palabras, de los catalanes. Para él, desde el siglo XII al siglo XVIII, la clave de la
historia de Cataluña “reside exactamente en el pactismo”. Y más aún, proyectando su
análisis histórico a lo contemporáneo, escribía: “En lo más hondo de nuestra alma (en
referencia a la catalana) continuamos adscritos a la ley del pacto que es por encima de
todo, repitámoslo, una ley moral”.
Hasta aquí el fundamento histórico del pacto. Pasemos ahora a discutir el plazo
temporal del mismo, que me atreví a extender a tan sólo dos años. El acuerdo será breve
por diversas razones. La primera de ellas reside en la propia esencia de cualquier pacto,
que debe estar basado en la mutua concesión. Hasta ahora conocemos las concesiones
populares a los convergentes, pero ignoramos las recíprocas, y no las conocemos porque

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sencillamente no existen, si excluimos, claro está, la mera concesión de los votos
necesarios para ir sacando adelante votaciones. Pujol nunca habla de concesiones
otorgadas por CiU, sino de los riesgos que ha asumido la coalición catalana apoyando la
gobernabilidad.
El pacto nace así viciado porque no emana del mutuo acuerdo basado en
concesiones políticas recíprocas, sino que es una consecuencia del deseo agónico de un
grupo político por alcanzar el poder al precio que sea. En el pacto se ha puesto también
de manifiesto la enorme diferencia de talla política entre los firmantes. No acabo de
suscribir por completo el análisis de algunos columnistas que niegan a Aznar el
coeficiente intelectual necesario para ser presidente del Gobierno, pero si está claro que
la figura política de un Pujol firme en su ideología y consciente de su papel político a
nivel estatal, ha eclipsado al líder popular y ha convertido en segundón a quien debiera
haber sido protagonista.
Pujol ha declarado repetidamente que el pacto es de investidura y de
gobernabilidad, no de legislatura, lo que no garantiza ni de lejos Gobierno por cuatro
años. Por otro lado, sus corifeos han dicho que lo concedido hasta ahora sólo vale para
votar la investidura ¿Hasta cuándo se estirarán las concesiones del PP? Llegará un
tiempo en que estime que es suficiente; en ese mismo instante será desechado por sus
aliados, que buscarán un nuevo impulso en nuevas alianzas. Y así ad infinitum, porque
Pujol no quiere ni la autonomía completa ni, más aún, el Estado federal si no se
contempla el “hecho diferencial” o “el federalismo asimétrico”, es decir, el permanente
distanciamiento -no de un proyecto español común, que el líder catalanista asume- de un
equilibrio perfecto en el que el agravio comparativo, razón misma de la existencia
nacionalista convergente, no tendría razón de ser.
Así las cosas, un período de dos años parece un plazo más que razonable para
que las bases populares se den cuenta de que, sacrificadas incluso las creencias
esenciales de un partido que hasta la firma del pacto se declaraba españolista a ultranza,
el precio político y el sufrimiento ideológico que irán pagando por satisfacer el ansia de
poder político de sus líderes es demasiado alto como para continuar soportándolo. Las
voces disidentes de Cañellas en Baleares y de Vidal Quadras en Cataluña, aunque
obedeciendo a muy diferentes razones, no son sino los primeros síntomas de
decaimiento de una situación que se hará, tarde o temprano, políticamente insostenible.

Diario de Alcalá, 11 de junio de 1996

Guardias verdes
Embutidos en sus trajes verdes, usted puede ver a sus miembros patrullando por
los caminos, vigilando las fronteras, custodiando algunos edificios oficiales, velando
por la seguridad ciudadana o sancionando al infractor de las normas de tráfico, pero
quizás desconozca algunas de las más recientes obligaciones de la Guardia Civil: la
protección de la naturaleza. El SEPRONA, Servicio de Protección de la Naturaleza de la
Guardia Civil, es una unidad pionera en Europa por ser la primera policía ecológica y
por actuar de agentes judiciales a la vez.
Aunque las encuestas de población revelan que el ciudadano español está cada
vez más preocupado por la protección del medio ambiente, resulta claro -al menos para
aquellos que habitualmente trabajamos en el campo- que a la hora de la verdad todavía
no se corresponde del todo la teoría con la práctica. La concienciación ambiental ha
significado también un acercamiento creciente de los ciudadanos a la naturaleza, y con
ellos lo han hecho también los desaprensivos. Lavar el coche en el río, cambiar el aceite

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del motor en cualquier parte del campo, pescar con artes prohibidas, cazar furtivamente,
arrojar basuras en vertederos clandestinos, abrir pozos sin permiso o incluso edificar un
chalet en mitad del campo o en parajes naturales no aptos para la edificación, son
actividades ilegales que todavía hay que vigilar, corregir, denunciar y sancionar.
En España, el artículo 12 de la vigente ley de Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad
del Estado encomienda a la Guardia Civil la función específica de “velar por el
cumplimiento de las disposiciones que tiendan a la conservación de la naturaleza y del
medio ambiente, de los recursos hidráulicos, así como de la riqueza cinegética,
piscícola, forestal y de culaquier otra índole relacionada con la naturaleza”. Partiendo de
esta premisa legal, el 21 de junio de 1988 la institución fundada por el Duque de
Ahumada en marzo de 1844 creó el SEPRONA, una nueva unidad dentro de la
Dirección General de la Guardia Civil que se encarga de la vigilancia del cumplimiento
de las disposiciones antes mencionadas.
De acuerdo con los datos de la propia Dirección General, cerca de 1200 guardias
especializados en materia de medio ambiente y repartidos por las 54 Comandancias que
cubren España, forman la plantilla de este Servicio, cuyos agentes se reparten en
Patrullas y Equipos de Análisis. La misión de las primeras es recorrer el campo y
detectar cualquier posible infracción. En turnos de siete horas diarias, de día y de noche,
siete días a la semana, estas Patrullas, formadas por un cabo y tres números (dos de
ellos en moto, los otros dos en vehículo todoterreno), se encargan de vigilar y estar
atentos a cualquier agresión que pueda atentar contra el medio natural, ya sea detectada
por ellos mismos o denunciada por terceros. Por su parte, los Equipos de Análisis están
más especializados y van dotados de un moderno equipo portátil de análisis de variables
ambientales que les permite la medición instantánea de contaminaciones acuíferas,
atmosféricas y sonoras. La misión de estos Equipos, formados por un cabo y dos
guardias, se amplía a la instrucción de diligencias más complicadas y a labores de
investigación, como es el caso de la detección de fuentes de contaminación o el
descubrimiento de las causas de incendios forestales.
Tanto los guardias de las Patrullas como los componentes de los Equipos de
Análisis tienen una formación medioambiental básica, todavía muy mejorable, obtenida
en unos cursos de formación que se imparten en la Escuela de Investigación de la
Guardia Civil, realizados en colaboración con la Secretaría de Estado del Medio
Ambiente y Vivienda. En esta línea de colaboración institucional una herramienta muy
útil ha sido el Manual Práctico de Derecho Ambiental que, coeditado por la Dirección
General de Política Ambiental y la Dirección General de la Guardia Civil, contiene un
listado de actividades medioambientales ilícitas, acompañadas en su descripción por su
sanción correspondiente y las observaciones y comentarios necesarios en cada caso.
El SEPRONA elabora sus propias estadísticas, confeccionadas a partir de las
denuncias que se formulan. Tomando los datos del informe de las actuaciones del
SEPRONA adscrito a la 112 Comandancia de Madrid, las denuncias han ido
incrementándose desde 1990 (año de inicio de las estadísticas) hasta llegar a 1995, año
en el que comenzaron a decrecer, aunque la caza (casi 30.000 denuncias en 1994)
continúa siendo la actividad más denunciada. Han descendido, sin embargo, las
denuncias sobre extracción de minerales, espacios protegidos, montes y bosques, aguas,
caza, pesca, residuos sólidos urbanos y residuos tóxicos y peligrosos.
El SEPRONA se articula jerárquicamente dentro de las 54 Comandancias de la
Guardia Civil. Aunque lo normal es que haya una Comandancia por cada provincia, en
algunos lugares como en Asturias, Cádiz y Madrid, hay dos. Cada Comandancia está
dotada de una Unidad del SEPRONA, por lo que Madrid tiene dos: una exclusivamente
circunscrita al término municipal de Madrid, y otra, la 112 Comandancia, que cubre el

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resto de Madrid y a la que pertenecen 5 Patrullas (El Escorial, Getafe, Chinchón,
Torrejón y Soto del Real), así como el Equipo de Análisis que, en caso de ser necesario,
apoyaría a cualquiera de las cinco Patrullas citadas. Como puede deducirse de lo escaso
de estas Patrullas, sólo el enorme espíritu de servicio, tradicional en la Guardia Civil, es
capaz de cubrir con ciertas garantías la gran extensión territorial encomendada a cada
Patrulla. Un aumento de la dotación y del número de las mismas se hace cada vez más
aconsejable.
En cualquier caso, si desea formular alguna denuncia de carácter
medioambiental, no es necesario contactar directamente con el SEPRONA. Hágalo
directamente con el puesto de la Guardia Civil más próximo y, en el caso de las
comunidades autónomas con policía propia, puede hacerlo en las comisarías de éstas,
puesto que en la mayoría de los casos tienen las mismas competencias
medioambientales que la Guardia Civil.

Diario de Alcalá, 6 de julio de 1996

El error Serra
El 21 de julio de 1921 tuvo lugar uno de los mayores desastres del ejército
español: la retirada de Annual. El mando táctico de los más de diez mil soldados
muertos correspondía al antiguo jefe de la Casa Militar del rey Alfonso XIII, general
Silvestre, pero la responsabilidad última alcanzaba al también general Dámaso
Berenguer, por entonces recién nombrado Alto Comisario de Marruecos. Suicidado
Silvestre el mismo día de la masacre, el general Berenguer quedó como único
responsable del estrepitoso fracaso de nuestras tropas y de la ruina moral en que se
hallaba el ejército avanzado en África. Pese a ello, la opinión pública apuntó a más altas
responsabilidades: en concreto, se señaló al rey Alfonso XIII como estratega directo del
diseño de la campaña africana que culminó en el desastre del barranco de Annual.
La comisión constituida para la depuración de responsabilidades -la por entonces
célebre comisión Picasso- sirvió sólo para enterrar el asunto y para condenar al general
Berenguer a una poco más que simbólica separación del servicio, de la que sería
amnistiado tras el casi inmediato pronunciamiento de Primo de Rivera. Nombrado
Berenguer jefe de la casa militar del rey, su figura permaneció relativamente oculta
hasta que, caído el régimen de Primo de Rivera, Alfonso XIII lo alzó a la jefatura del
Gobierno encargado de encauzar de nuevo al país en la senda constitucional de la que,
con aquiescencia real, había sido separado por el dipsómano espadón jerezano.
El nombramiento de Berenguer, una figura cuyas responsabilidades en la guerra
africana no habían sido suficientemente aclaradas y a quien se suponía miembro de la
camarilla dinástica más alejada del sentimiento de la soberanía popular, estuvo tan
alejada de las expectativas populares de reforma y renovación democráticas, que
muchos vieron en él un nuevo artificio del monarca para maniobrar en la política
española. El diario El Sol publicó en noviembre de 1930 un artículo de Ortega y Gasset
-El error Berenguer- en el que el eminente pensador acusaba al régimen monárquico de
ocultar la realidad manipulando a su antojo la política y encubriéndola con
nombramientos como el de Berenguer. Finalizaba el artículo con un grito “Delenda est
Monarchia”, que para muchos significó el definitivo alejamiento de la burguesía liberal
de la monarquía y su incorporación clara a la por entonces emergente República.
Salvadas las distancias, algunos han creído ver en el nombramiento de Eduardo
Serra como ministro de Defensa a un nuevo Berenguer, alguien que se encargue de la
ficción, que realice la política “de aquí no ha pasado nada” en el tema de los Gal y de

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los papeles del Cesid. Una buena parte del coro vocinglero que tanto ayudó a Aznar en
la que ahora se demuestra su desesperada búsqueda del voto, se vuelve ahora contra él
por un nombramiento que sólo al presidente compete.
El artículo 100 de la Constitución expresa con claridad que la propuesta de
nombramiento de los miembros del Gobierno (es decir, ministros y vicepresidentes)
corresponde exclusivamente al presidente electo. El problema de Serra no es, pues, el de
su nombramiento, que ha sido realizado por quien debe y puede hacerlo. El problema
Serra es un problema político de comunicación. Hasta ahora sabemos con relativa
claridad los méritos que adornan a todos y cada uno de los miembros del Gobierno para
que hayan sido elegidos para tan alta responsabilidad; de todos excepto de Serra. Nadie
ha explicado con suficiente claridad cuáles son los méritos, probablemente ciertos, que
posee el independiente Eduardo Serra para merecer tan conflictivo ministerio. El solo
hecho de ser independiente no justifica el vociferío, porque el Gobierno Aznar tiene otro
independiente, Piqué, cuyo nombramiento fue razonablemente explicado tras los pactos
con CiU.
Lo que debía ser un simple problema de comunicación ha sido transformado por
la jauría en algo muchos más preocupante porque, ciega ante la proximidad de la presa
que estima segura, apunta contra la cúspide representativa del Estado sin medir las
consecuencias últimas de su disparatada acción. Carentes de la gallardía de Ortega para
proclamar su talante republicano, estos vociferantes debieran tener en cuenta los
problemas reales del país y saber, parafraseando a Saint Just, que quienes hacen las
revoluciones a voces están cavando sus propias tumbas. Los que asistimos perplejos al
espectáculo, no podemos sino admitir que el peligroso deporte de apuntar hacia Serra,
disparar contra Aznar y acertar en el Rey, constituye todo un ejercicio de oportunismo y
de inoportunidad política.

Diario de Alcalá, 18 de septiembre de 1996

Uno y Trino
Llamo, pues, República a todo Estado gobernado por leyes,
bajo cualquiera de las formas de administración que sea.
(...) Todo gobierno legítimo es republicano.
Rousseau, “El contrato social”.

No comparto la visión apocalíptica con que contempla a don Julio Anguita una
buena parte de la ciudadanía, quizás abrumada por la fuerte personalidad de quien
convierte la tribuna política ora en aula educativa, ora en púlpito desde el que,
predicador tronante, amonesta y condena a todos aquellos que, alumnos involuntarios o
confesos parroquianos, se desvían de la senda proféticamente trazada. Creo, por el
contrario, que las intervenciones de don Julio son, las más de las veces, una brisa
refrescante y trémulamente agitadora del átono debate político nacional. El problema
surge cuando, alboratada por el impetuoso Eolo en el que con frecuencia deviene el
diputado por Madrid, la suave brisa se trueca en tan incontenible huracán que amenaza
con hacer zozobrar una nave tan delicadamente equilibrada como el consenso
constitucional. Tal es el caso que ahora nos ocupa, porque la primera quincena de
septiembre ha estado meteorológicamente marcada por alisios anguitianos.
Y digo alisios, subrayando el plural, porque tengo para mí que -sobrepasando en
una personalidad más el desdoblamiento íntimo del doctor Jekyll- existen tres Anguitas,
transmutado así en uno y trino el otrora único alcalde cordobés. Como uno y trino -

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insondable dogma para el común de los mortales- se ha mostrado don Julio este mes y
quizá por ello -por el misterio del dogma, digo- se nos escapa ese reforzamiento
freudiano de la personalidad que representa enarbolar cualquier bandera.
Hay un Anguita privado, sin cargo alguno, ciudadano común y corriente y
hombre de la calle del que sólo se diferenciaría en su afán epistolar. Porque, cuando
ciudadano de a pie, acostumbra don Julio a cultivar la carta personal y así, a primeros de
mes, en una epístola urbi et orbi mostraba perplejidad, estupefacción, pasmo y
frustración al descubrir algo que muchos malévolamente intuíamos, a saber, que el
destinatario último de su mediáticamente difundida carta, el involuntario efesio don
José María Aznar, era de derechas. Se me antoja que la transmutación anguitiana
alcanza el más alto nivel en esta su más ordinaria variante, asemejándose así al incauto
votante que creyó a ciencia cierta que el presidente popular era la reencarnación del
fundador del centrismo.
Unos días después, en alguna emisora de radio, vuelve de nuevo don Julio,
envuelto ahora en aura de tribuno público. Extrañado por las críticas que una alusiones
suyas al Rey (“no es la máxima autoridad de la nación”, había declarado con acierto -
véase el artículo 1.2 de la Constitución-, pero también rayando en el sofisma político),
transmutado en ese momento en la figura del coordinador general de Izquierda Unida,
reclamaba su derecho a discrepar. Se le reconoce ese derecho y se le anima a seguir en
esa línea, sobre todo cuando las disidencias surjan en su propia coalición.
Casa de Campo. 14 de septiembre, Fiesta del PCE. Tercera aparición, política
otra vez. El secretario general de los comunistas proclama que, disconforme con la
torticera aplicación que de la Constitución vienen haciendo determinados poderes que él
bien conoce, rompe la baraja del consenso y con ello el artículo 1.3 del texto
constitucional. Nuevo acierto: nos ha recordado don Julio que el PCE es republicano
¡Faltaría más!
Quizá llevado por esta su personalidad transmutable, más cercana a la
valleinclanesca Monja de las Llagas que al misticismo teresiano del que en ocasiones
presume, confunde don Julio en esta su última aparición modelo socioeconómico con
modelo de Estado. Porque no es posible que ni el ciudadano Anguita, ni el coordinador
general de IU, ni el secretario general del PCE crean de verdad que un cambio en la
forma de Estado -el trocar la Monarquía en República- contribuya un ápice a minorar
los problemas socioeconómicos certeramente apuntados por él: derecho al trabajo, al
pleno empleo, a la vivienda, sanidad pública, defensa del medio ambiente, pensiones
adecuadas, etc.
Hombre culto y aficionado a la lectura, conoce sin duda Julio Anguita las
palabras de Miguel Maura en su histórico discurso de 20 de febrero de 1930, un año
antes (larvatus prodeo, que diría Descartes) del derrumbamiento del régimen
monárquico: “En cuanto yo vea a un hombre de prestigio elevar la bandera republicana,
me uniré a él; y si ese hombre no apareciese, la levantaré yo mismo, dentro de mi
modestia”. Desde el prestigio del político o desde la modestia del ciudadano- porque
con él nunca se sabe bien-, Anguita eleva ahora esta bandera, pero no parece que en la
sociedad española se den, hoy por hoy, las circunstancias de clamor popular, demanda
de justicia y esperanza en la República que un 14 de abril impulsaron el ilusionante
segundo proyecto republicano español.
Con todo, se me antoja que algunos han utilizado el tema del republicanismo
confeso para ocultar el verdadero sentido de algunos de los problemas que muy
acertadamente ha venido don Julio a recordar, cuyo debate si interesa de verdad a la
ciudadanía española. Despejada la turbidez provocada por el vendaval, la siempre
refrescante brisa del político andaluz deber servir no como pantalla, sino como luz de la

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razón en problemas tales como la solidaridad, la justicia social, la igualdad y tantos
otros que, se nos viene a recordar, son al menos tan importantes como cualquier otra
parte del texto constitucional.

Diario de Alcalá, 25 de septiembre de 1996

Ciencia, empresa y política científica


Un grupo de relevantes investigadores ha publicado este verano un manifiesto
sobre la ciencia española -conocido como el Manifiesto de El Escorial- en el que se
reclama de la sociedad un nuevo impulso para el acercamiento de la ciencia nacional a
los niveles de los países desarrollados.
El manifiesto ¡cómo no¡ reclama más ayuda institucional para la innovación y el
desarrollo científico y tecnológico (I+D), proponiendo a la administración un conjunto
de sensatas medidas, que en general vienen adoptándose desde la promulgación de
diversas leyes y planes ministeriales de actuación (Ley de Reforma Universitaria de
1983, Ley de Fomento y Coordinación de la Investigación Científica y Técnica de 1986
y Plan Nacional de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico de 1988, entre
otras), aunque con un ritmo de aplicación lento -sometidas a una inercia a la que, en
demasiadas ocasiones, no somos ajenos los propios integrantes del sistema investigador
español- y siempre subordinadas a los ritmos oscilantes de la macroeconomía. El punto
más importante del manifiesto es, en mi opinión, el que menos se ha resaltado; me
refiero a la imprescindible imbricación de la empresas en el sistema de I+D español.
La financiación pública de I+D en España debe sin duda incrementarse hasta
acercarnos a niveles más acordes con las de un país moderno y desarrollado, pero esta
afirmación no oscurece el esfuerzo que en los últimos años se ha venido realizando por
parte del Estado. Durante la época del despegue económico español (1959-1974) y a
partir de entonces (es decir, cuando a comienzan a experimentarse las repercusiones de
la crisis económica internacional) hasta bien entrados los ochenta, el gasto en
actividades de I+D en España apenas alcanzó el 0,3% del producto interior bruto (PIB),
cifra claramente inferior al 1,4% PIB como gasto medio de los países de la OCDE. Hay
que esperar hasta 1987 para que España doble su porcentaje, pasando al 0,72% con el
primer Gobierno socialista. En 1988 el Consejo de Ministros aprobó el Plan Nacional de
Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico, entre cuyos objetivos estaba el
alcanzar en 1992 un porcentaje de inversión del 1,2% PIB y, en sucesivos programas,
converger hacia la media de los países europeos, que ronda el 2%. Pese a estas
previsiones, realizada en períodos de bonanza económica, el crecimiento previsto se
estancó en 1990, para situarnos en unas cifras que rondan actualmente el 1% PIB. El
estancamiento no oculta, pues, el claro efecto multiplicador de la inversión pública en
I+D que, en los últimos quince años, ha tenido en España un ritmo de crecimiento muy
superior al de cualquier otro país económicamente comparable.
Dos son a mi juicio las razones que explican este estancamiento: el receso
económico internacional de la década de los noventa en que estamos plenamente
inmersos y, más importante aún en el caso español, el fallo en las previsiones de
inversión para I+D por parte de las empresas. El primer factor es indiscutible y se
corrobora en cualquier país, incluso en los más desarrollados: el presupuesto global de
I+D en los Estados Unidos no ha crecido en los últimos años e incluso se anuncia un
fuerte recorte en el presupuesto federal para 1997. En España la situación presupuestaria
está punto de desvelarse, pero una previsión del mejor de los escenarios posibles sólo
permite suponer la continuidad del crecimiento cero.

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Las empresas españolas han dedicado poco esfuerzo a la investigación. Del casi
1% del PIB dedicado en España a I+D, algo menos del 40% corresponde a la empresa y
dentro de esta cifra se reparte a partes aproximadamente iguales entre la empresa
pública y la empresa privada. Ello hace que la contribución de la empresa privada a I+D
no supere un 20% de la inversión total, es decir poco menos del 0,2% PIB. En cambio,
la media de contribución de las empresas de países de la OCDE en porcentaje del gasto
total es del 50%, mientras que en países como Japón el porcentaje dedicado por el sector
privado llega al 80%. De lo anterior se deduce que en España es necesaria una política
que movilice al sector privado para que haga investigación e invierta en ella. Aquí debe
producirse un fuerte incremento en el futuro, de tal forma que la inversión privada para
I+D se equipare a la pública, única forma de alcanzar porcentajes PIB cercanos a los
países de nuestro entorno.
Se cumplen ahora noventa años de la concesión del premio Nobel a don
Santiago Ramón y Cajal. Quizás por ello viene a mi memoria su discurso de acceso en
1897 a la Real Academia de Ciencias, Reglas y consejos sobre investigación científica,
que su autor subtituló Tónicos de la voluntad, y así es conocido habitualmente sobre
todo por las ediciones de Espasa Calpe. Apunta en este libro Cajal algunos de los males
de la investigación en España y reclama del Estado mayor preocupación y esfuerzo
económico para que, a través de una política científica de la que entonces carecía el
país, se fomentase nuestro desarrollo científico. Sin duda la lectura de este libro subyace
en el espíritu del Manifiesto de El Escorial, pero sería notablemente injusto no
reconocer hoy el esfuerzo del contribuyente español en el rearme científico nacional,
que ha permitido -tal y como se apunta en el Manifiesto- que la ciencia española haya
experimentado en los últimos años un desarrollo muy fuerte, de manera que hoy
tenemos un buen nivel en la mayoría de los campos, y grupos y figuras destacadas con
contribuciones en muchos.
Toca hoy llamar a otras puertas y denunciar el atraso de nuestras empresas en lo
que se refiere a innovación tecnológica, algo que las convierte en poco eficaces y nada
competitivas, lo que no sólo las sitúa en desventaja con sus competidoras extranjeras
sino que, además, es un factor coadyuvante de nuestra incapacidad para resolver el
problema del paro.
Así las cosas, la política científica debe seguir insistiendo en dos niveles.
Primero, con un fuerte apoyo estatal a la investigación básica -un problema de Estado,
se afirma muy acertadamente en el Manifiesto-, de modo que sus resultados estén
socialmente disponibles para aplicarlos en I+D. En segundo lugar, continuando en la
profundización de programas de fomento de la investigación en empresas como los
llevados a cabo por el Centro para el Desarrollo Tecnológico e Industrial, los cuales,
además, deben allanar el camino para que los investigadores del sistema privado
español tengan acceso a los importante fondos europeos de innovación. Ambas vías son
imprescindibles para afrontar los retos del tercer milenio con la esperanza de lograr
mayor independencia tecnológica e industrial.

Diario de Alcalá, 1 octubre de 1996

La basura nacional
Uno de los problemas más acuciantes para el próximo milenio es ofrecer
soluciones a los graves problemas planteados por el aumento de la población. Hoy día
nace un individuo cada tres segundos y sólo muere uno, lo que significa que la
humanidad aumenta en dos personas por segundo, un ritmo de crecimiento que elevará

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la población humana en los albores del siglo XXI hasta los 8.000 millones, duplicando
el número de habitantes de hace tan sólo veinte años.
Contribuye a agravar el problema el hecho de que la mayor parte del crecimiento
demográfico se esté dando en las ciudades. Desde 1800 han ocurrido dos revoluciones
urbanas, ambas causadas por la migración masiva de la población rural hacia pueblos y
ciudades. La primera revolución urbana, en estos momentos concluida en gran parte,
ocurrió entre 1800 y 1991, cuando la población urbana en los países desarrollados se
elevó del 5% al 73%. La segunda revolución urbana está teniendo lugar en los países
subdesarrollados, donde el número de personas que viven en pueblos y ciudades
aumentó del 3% al 34% entre 1940 y 1991, y se podría elevar al 58% para el año 2020.
Proyectando estos porcentajes de crecimiento urbano al horizonte generacional
inmediato, para la segunda década del próximo siglo casi dos de cada tres personas
vivirán en áreas urbanas.
Aunque algunos teóricos del desarrollo urbano utilicen con frecuencia cada vez
mayor el término ecología urbana y comparen a la ciudad con un ecosistema, nada más
lejos de la realidad. Al contrario que los ecosistemas, las ciudades no son
autosuficientes ni autodepurativas. Mientras que poblaciones enteras de organismos en
la naturaleza -los descomponedores- se afanan para separar los desechos y
transformarlos en fuente de materia y energía del inacabable ciclo biogeoquímico, la
ciudad es incapaz de transformar adecuadamente sus detritos: una ciudad media (un
millón de habitantes) de un país desarrollado produce diariamente más de 454 millones
de kg de aguas negras, algo menos de un millón de contaminantes del aire y alrededor
de diez millones de residuos sólidos urbanos (RSU). Si se acumulan las cifras por
países, los números comienzan a ser mareantes. La basura municipal generada el año
1970 en los países de la OCDE fue de 420 millones de toneladas.
La producción de RSU de origen doméstico en España se estimó (datos de 1990)
en 12,8 millones de toneladas al año, lo que equivale a una generación de 0,91 kg por
habitante y día. Esta cifra representa tan sólo algo más de una tercera parte de los RSU,
que se completa con 10 millones de toneladas procedentes de lodos de depuradoras y 22
millones causados por la acumulación de escombros de derribos. En total, la cifra de
RSU acumulados en España se eleva a casi 45 millones de toneladas al año.
El grave accidente del vertedero de La Coruña (en realidad del municipio
coruñés y de otros quince ayuntamientos cercanos), con casi un millón de toneladas de
desperdicios amenazando con caer al mar, ha puesto de relieve el más grave problema
medioambiental de las ciudades modernas: cómo deshacerse de sus residuos.
En un mundo en que está cada vez más claro que los problemas
medioambientales afectan a toda la población, no cabe cerrar los ojos, volver la espalda
y, como intentó hacer la Ministra de Medio Ambiente en el caso del vertedero gallego,
tratar de eludir responsabilidades tanto propias como del Gobierno autónomo
políticamente afín, para dejar la resolución del problema en manos de los municipios
afectados. A la obligación de actuar que la lógica y la coherencia política imponen a la
Administración central, se añade un torrente de medidas de carácter normativo que los
asesores ministeriales debieran conocer: a) el sellado de vertederos incontrolados es
competencia exclusiva de los Gobiernos autónomos; b) el vigente Real Decreto 1163 de
1986 sobre residuos sólidos urbanos y vertederos obliga a la Administración central a
colaborar con ayuntamientos y comunidades autónomas para establecer programas y
unir esfuerzos para resolver los problemas de residuos; c) el Real Decreto 258 de 1989,
sobre vertidos de sustancias peligrosas desde tierra, transfiere a las comunidades
autónomas todas las competencia en este tema; y c) en el caso coruñés, el vertido de las
basuras amenaza claramente a la franja costera considerada como de dominio público

40
hidráulico, cuya gestión compete -de conformidad con el artículo 34 de la vigente Ley
de Costas- exclusiva e ineludiblemente al Ministerio cuyas obligaciones parece
desconocer la señora Tocino.
Más aún, la implicación estatal en los próximos años va a ser imprescindible,
habida cuenta las nuevas disposiciones que en materia medioambiental se están
imponiendo desde la Unión Europea, las cuales, en el caso que nos ocupa, se refieren a
la inminente entrada en vigor de la Directiva sobre Vertederos, que a partir de su
aplicación convertirá en ilegales más del 90% de los vertederos del territorio estatal. Así
las cosas, conviene no eludir responsabilidades, colaborar en resolver el problema
puntual y retomar el proyecto del último gobierno socialista, esto es, la ejecución del
Plan Nacional de RSU 1996-2000, porque de lo contrario el tema de los residuos
acabará convirtiéndose en la basura nacional.

Diario de Alcalá, 3 de octubre de 1996

El fundamento etológico del Estado


(I)
El pasado 9 de octubre, en estas mismas páginas, José López Martínez citaba
una frase de Camilo José Cela que, además de brillante, planteaba uno de los problemas
más debatidos desde que la sociedad humana se organizó bajo lo que Constant llamó “la
libertad de los modernos”, es decir, desde que el aumento demográfico transformó el
modelo antiguo de las pequeñas ciudades-estado en las que había una plena
participación ciudadana en la toma de decisiones políticas, en el modelo actual de
Estado moderno en el que la participación de los individuos se delega en representantes
libremente elegidos.
La frase del premio Nobel era esta: “el natural enemigo de la libertad es el
Estado, esa constreñida entelequia con la que el hombre, para ser libre, no debería
colaborar más”. La cuestión subyace tras la elegancia de la construcción literaria, ¿debe
o no existir el Estado? Casi produce sonrojo tener que salir en elemental defensa de la
que se me antoja una de las abstracciones mejor concebidas por la racionalidad humana,
porque el Estado es, en efecto, una entelequia intangible, pero al mismo tiempo es,
paradójicamente, una realidad organizativa que permite la convivencia en grupo de
seres mejor preparados para la competencia que para la convivencia.
La existencia del Estado es obligada e imprescindible y se justifica
primariamente desde una doble perspectiva, la filosófica y la etológica. En la primera
me confieso torpe aficionado, por lo que me limitaré a una brevísima exposición de
carácter histórico en la que confío no errar. La segunda, en cambio, pertenece al campo
de lo estrictamente científico y, más concretamente, al círculo de curiosidad propio del
naturalista, en el que me declaro si no experto, sí al menos profesional, por lo que
consumiría más espacio en ella en el hipotético caso de que me fuese tolerado.
Se acostumbra erróneamente a citar la obra de Rousseau El contrato social
(1762) como el fundamento ético, jurídico y político del Estado moderno. La piedra
angular del cuerpo político es para Rousseau un convenio originario, libremente
estipulado entre sus miembros, por el cual “cada uno de nosotros pone en común su
persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y nosotros
recibimos, además, a cada miembro como parte indivisible del todo”. En definitiva, el
Estado moderno se constituye porque cada uno de los ciudadanos abdica parte de sus
derechos y libertades esenciales para constituir una entidad de gobierno común.

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De acuerdo con esta tesis -ampliamente admitida pese a ser formulada hace más
de doscientos años-, la necesidad del Estado se justificaría porque los pueblos no
pueden vivir ni en el estado de la naturaleza ni en el simple empleo de la fuerza
individual, porque ello significaría un grave y continuo riesgo para la convivencia. Y
ello ¿por qué? ¿Acaso el hombre, animal racional, no es capaz de organizarse en
sociedad sin crear una estructura tutelante capaz de ejercer la fuerza -el uso legítimo de
la violencia por el Estado- para mantener la convivencia?
El filósofo británico Thomas Hobbes explicó -cien años antes de que naciera
Rousseau- que de no existir el poder político, de no mediar un Estado que imponga
leyes y proteja la seguridad de las personas, viviríamos en lo que los filósofos llaman el
estado de la naturaleza, lo que significaría una atomización de los intereses particulares
conducente a la lucha perpetua de todos contra todos. Aunque generalmente atribuida a
Rousseau, la idea del contrato social aparece ya en la obra de Hobbes Leviatán (1651),
cuyo planteamiento de partida es la conocida sentencia de la Asinaria del filósofo
Plauto: “El hombre es un lobo para el hombre”.
Antes que filósofo fue Hobbes físico y geómetra, por lo que estaba convencido
de la preponderancia de las leyes físicas en el gobierno del universo, incluyendo el del
comportamiento humano. Para Hobbes, de la misma forma que existe el principio físico
de acción-reacción, el comportamiento humano está regido por una doble voluntad: la
que le hace ser egoísta e individualista intenta prevalecer, y generalmente lo consigue,
sobre la voluntad íntima que le anima a colaborar en un esfuerzo social. Para
organizarse en sociedad es necesario que la segunda prevalezca, y de ahí la necesidad de
la imposición de una estructura reguladora supraindividual común. Leviatán, monstruo
bíblico, representa al omnipotente Estado moderno, creado artificialmente por la
voluntad de los individuos que se desposeen a sí mismos de su libertad natural para
acceder a las ventajas de la sociedad civil.
Con todo, ambos filósofos comparten la tesis aristotélica según la cual el hombre
es esencialmente un animal social. Si está en la esencia humana la voluntad innata de la
organización comunal, ¿por qué el hombre es incapaz de organizarse socialmente sin el
ejercicio de la coacción que representa el Estado?
El error de partida parece ser fundamentalmente el incluir a la especie humana
dentro de los animales de comportamiento intrínsecamente social. Un análisis
comparado del comportamiento humano con respecto a otras estirpes, arroja una clara
luz sobre la cuestión. Entramos de lleno en las competencias de la Etología y ello
merece reflexión aparte de la que nos ocuparemos en otro número.

El Fundamento Etológico del Estado


(II)
Decía en la entrega anterior que la necesidad del Estado, explicada desde una
base estrictamente filosófica, dejaba sin contestación la causa última del
comportamiento asocial del hombre, cuya voluntad de permanecer solitario se vería
aherrojada por una voluntad social de cohesión supraindividual. Decía también que el
análisis etológico de ese simio evolucionado al que pomposamente llamamos animal
racional, explica suficientemente la necesidad de una coacción estatal libre y
voluntariamente aceptada por la colectividad.
La Etología es una ciencia biológica relativamente moderna, cuyo cuerpo
doctrinal se ha desarrollado principalmente en Alemania a partir de la década de los
setenta, que trata de comprender y explicar las pautas de comportamiento de los

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animales, incluyendo al hombre. Como es bien sabido, siquiera sea por la profusión de
documentales televisivos, el comportamiento de los animales no es aleatorio o
imprevisto, sino que responde a modelos generales a los que llamamos pautas de
comportamiento. El perro, que tras miles de años de domesticidad, levanta las orejas en
señal de alerta, baja el rabo en señal de sumisión, olisquea y orina en las esquinas para
marcar un territorio, o aúlla a la luna llena, no hace sino repetir unas pautas de
comportamiento innato, atavismo de una conducta adquirida por sus antepasados de
vida libre. Repite, aun en la soledad de lo doméstico donde le son completamente
innecesarias, las ancestrales pautas que sus hermanos lobos ejecutan en la libertad de las
montañas donde les son imprescindibles para sobrevivir.
Como es bien sabido, existen animales sociales y animales asociales. Entre los
primeros se encuentran aquellos que, como abejas, hormigas o termitas, se organizan en
sociedades cuya división de funciones es perfecta porque cada uno de los individuos
funciona como una parte integrada e inseparable del conjunto social. En estas especies
lo colectivo es lo natural, el individuo aislado es inconcebible, y el comportamiento al
margen de lo socialmente establecido una aberración antinatural.
Por el contrario, la inmensa mayoría de los animales son asociales, lo que no
quiere decir que sean necesariamente solitarios, puesto que -incapaces de enfrentarse
por sí solos a los problemas más elementales de supervivencia- viven organizados
grupalmente en sociedades, llámense estas rebaños, manadas, ciudades o estados. En
estas especies, prima el comportamiento individual, rige el egoísmo intraespecífico y el
comportamiento social viene impuesto por la educación desde el momento mismo del
nacimiento, y por la imposición de los más fuertes una vez que el individuo es adulto.
Lo gregario, lo colectivo, no es en ellos innato sino fruto de una cohesión que viene
impuesta por la necesidad de sobrevivir, de hacerse fuertes o de imponerse a otras
estirpes.
El comportamiento ante un problema de unos y otros es completamente
diferente. Suponga, lector, un tiempo de escasez en alimentos. Ponga a un animal social
-sea una hormiga o una abeja- en vecindad de una fuente de alimento y su
comportamiento será siempre el mismo: la transmisión inmediata de señales para que el
conjunto social encuentre el alimento. No hace falta gastar mucha tinta en explicar cuál
sería la respuesta de tratarse de un animal asocial: posesión individual del bien,
ocultamiento a posibles competidores y defensa a ultranza del bien conquistado.
Para lo que aquí interesa, a diferencia de los animales sociales, que son
genéticamente sociales, el reino animal está formado mayoritariamente por especies
genéticamente asociales aunque fenotípicamente sociales o lo que es lo mismo, faltas
de conciencia social innata, por lo que necesitan ser educadas para vivir en sociedad.
Esta educación consiste en el aprendizaje de pautas, de modelos de respuesta ante
individuos y situaciones, que constituyen lo que llamamos el comportamiento etológico
de las especies. En el estado de la naturaleza a que se refieren los antiguos filósofos,
estas pautas de comportamiento, ese domeñar las voluntades asociales de los individuos
para integrarlos en la voluntad de la manada, se consigue por la fuerza del mejor dotado,
del más fuerte, por eso que Darwin denominó el predominio de los poderosos en la
lucha por la existencia.
La integración en la sociedad humana se ha conseguido, por el contrario,
mediante la libre cesión de una parte de nuestra soberanía en la voluntad común. E
insisto en lo de libre cesión, porque -de acuerdo con Hobbes y Rousseau- lo que
produce o puede producir un pacto por el que los individuos abdican de su libertad para
entregarse a un dueño que se impone por la fuerza no tiene ningún valor jurídico, y no
significa un pueblo, puesto que solamente tiene un nombre: rebaño.

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En el rebaño o en la manada la voluntad común es impuesta por el ejercicio de la
fuerza; las voluntades individuales son integradas por el miedo al más poderoso y el
tejido social se construye gracias a situaciones de tensión continua entre individuos. En
la sociedad civil, regulada por el Estado, las pautas de comportamiento (el
reconocimiento de éstas implica la educación en el reconocimiento de los derechos y
deberes individuales como fundamento del Estado de Derecho) se imponen por la
cesión voluntaria de parte de la libertad individual que se plasma en las normas
jurídicas, mientras que el difícil integramiento de las voluntades individuales en una
tendencia social común, la construcción en definitiva de lo que denominamos tejido
social, se logra por ese laborioso tejer y destejer que es, en suma, la actividad política.
El Estado, como ente regulador abstracto, constituye una construcción suprema
de la racionalidad humana y es, etológicamente hablando, un artificio imprescindible
como marco de referencia de ese laborioso y complejo entramado político que, en caso
de faltar, nos abocaría a ese cainismo darwinista al que inevitablemente están
condenadas las estirpes carentes de racionalidad.

Diario de Alcalá los días 16 y 17 de octubre de 1996

Por goleada
La buena situación política y la boyante coyuntura económica por la que
transcurren los Estados Unidos, gobernados los últimos cuatro años por un pragmático
Bill Clinton, van a ser determinantes en las elecciones presidenciales de hoy. Las
promesas de bajada de impuestos, rearme moral y regreso a los valores tradicionales
formuladas por el candidato conservador Bob Dole, no van a impedir que el triunfo del
ahora Presidente alcance diferencias históricas.
Imagínese, lector, un país en el que la tasa de desempleo es insignificante; en el
que las empresas compiten por contratar a los universitarios antes de finalizar sus
estudios; en el que la inflación es únicamente del 2%; en el que casi la mitad de las
empresas, satisfechas con sus beneficios y a la vista de la demanda, anuncian aumentos
de plantilla para 1997; en el que el número de pobres desciende cada año; en el que la
violencia va disminuyendo en las calles de las grandes ciudades; y en el que la
economía aumenta a un ritmo del 5% anual al tiempo que disminuye el déficit público
hasta alcanzar valores del 1,6% del producto interior bruto. ¿Se lo imagina?
Esos son los números con que se presenta el candidato demócrata Bill Clinton a
las elecciones de hoy martes. Tras tomar las riendas de un país económicamente
maltrecho después de los mandatos republicanos de Reagan y Bush, el mayor mérito del
ahora Presidente ha sido desarrollar una política pragmática sensible a las necesidades
sociales, de tal forma que su mandato se ha caracterizado en lo económico por ser un
período notable de crecimiento sostenido, baja inflación y bajo desempleo. No es casual
por ello que casi un 50% de los norteamericanos piensen que sus hijos tendrán mejores
oportunidades que ellos y que casi un 70% espere que la situación mejore todavía más
en 1997.
Frente a los datos que avalan la gestión del actual inquilino de la Casa Blanca, el
candidato conservador, Robert Dole, ha esgrimido una vieja receta: en lo económico,
descenso de los impuestos sin que ello afecte a las prestaciones sociales ni al déficit
público (¿le suena?); en lo político, rearme moral y regreso a los valores tradicionales,
además del consabido credo neoliberal de recortar la influencia del Estado. A estas
propuestas siempre han sido sensibles los norteamericanos, pero esta vez no han sido
suficientes. Acostumbrados a pagar menos impuestos que lo ciudadanos de la Unión

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Europea, los estadounidenses no dejan por ello de lamentar la presión fiscal, pero la
oferta republicana de Dole no ha tenido eco porque en opinión de los expertos un
descenso de los impuestos provocaría el aumento del déficit público y el consiguiente
freno del crecimiento económico. En cuanto a la promesa de no recortar gastos sociales,
los norteamericanos todavía recuerdan el invierno de 1995 cuando el congresista Newt
Gingrich y el senador Dole quisieron chantajear al Presidente amenazando con el cierre
de la Administración, y ello porque aquel se negaba a rubricar un presupuesto -
elaborado por las mayorías republicanas en el Congreso y en el Senado- que recortaba el
Medicare y el Medicaid (cobertura médica de ancianos, desempleados y
desafortunados), las inversiones en educación y los programas medioambientales.
Falto de carisma y de poder de comunicación, las apelaciones de Dole al rearme
moral y a la vuelta a las tradiciones norteamericanas, que incluían el regreso a la guerra
de las galaxias, no han cuajado en un electorado más preocupado por el futuro bienestar
de sus hijos que por la vuelta al pasado. Conocedor de la circunstancia, el candidato
demócrata se ha presentado en todas sus intervenciones como “un puente hacia el futuro
y no como un tunel hacia el pasado”. Por otro lado, su liderazgo mundial en cuestiones
internacionales está fuera de toda duda y eso ha pesado sobremanera en el pueblo
norteamericano, satisfecho del papel desempeñado por su país en la resolución de
conflictos ajenos, pero muy lejos de desear pagar con sangre de sus jóvenes aventuras
imperialistas como algunas de las protagonizadas en el pasado.
Pese a que lo malo de Bob Dole no son sus 73 años sino que sus ideas son más
antiguas que él, no deja de sorprender la capacidad combativa de un hombre de su
experiencia que, tras 36 años como senador y casado con una mujer que ha sido dos
veces ministra en administraciones republicanas, ha luchado por la nominación a una
candidatura que debía saber perdedora de antemano. Sus patéticos esfuerzos de la
semana pasada por pactar con Ross Perot no son sino un intento desesparado de frenar
una caída imparable que, de no cesar, podría incluso hacer perder a los republicanos su
mayoría en el Congreso. En definitiva, el candidato Dole se mantiene firme en la lucha
no para ganar, sino para no perder por goleada.

Diario de Alcalá, 5 de noviembre de 1996

Buenas noticias sobre el cambio climático


El pasado verano visité la Universidad de Duke, en Carolina del Norte (EE UU),
donde realiza sus investigaciones ecofisiológicas mi colega y compañero también en la
Botanical Society of America, el catedrático de Botánica William Schlesinger. La
Universidad de Duke, instalada en un magnífico campus neogótico de clara influencia
oxfordiana, era famosa hasta ahora por sus investigaciones en el campo de la Medicina,
pese a que -un tanto paradójicamente- su propia creación y una buena parte de sus
ingresos procedan de la industria tabaquera.
A partir de ahora, gracias a los trabajos del grupo de Schlesinger, Duke va a ser
también conocida por su importante contribución a despejar algunas de las incógnitas
que oscurecen el archiconocido, pero no por ello menos discutido y discutible,
fenómeno del calentamiento global de la Tierra debido al efecto invernadero.
Recordemos brevemente que la hipótesis básica que sustenta este fenómeno radica en la
acumulación atmosférica de ciertos gases, entre ellos el dióxido de carbono o gas
carbónico (CO2) que, aunque componente extremadamente minoritario en la atmósfera,
iría aumentando su proporción -y con ello el efecto invernadero- como consecuencia de

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las emisiones de origen humano, en particular de fuentes tales como vehículos,
combustión de combustibles fósiles, incendios forestales y deforestación.
Todo el mundo sabe que las plantas emiten dióxido de carbono cuando respiran
por la noche y lo absorben cuando, a la luz del Sol, realizan la fotosíntesis. Las plantas
emplean el proceso fotosintético para convertir el dióxido de carbono en azúcares,
empleando éstos en su metabolismo básico y en la formación de tejidos. Como ocurre
con la práctica totalidad de los elementos y compuestos que intervienen en la actividad
de la biosfera, el flujo de dióxido de carbono es cíclico, de forma que cuando las plantas
mueren y se pudren, los microorganismos del suelo convierten parte de sus tejidos en
CO2. Incluso en vida de las plantas, aunque ocultas a la vista, las raíces realizan un
constante ciclo de regeneración, lo que libera dióxido de carbono en el suelo. Lo que no
se sabía hasta ahora, y es lo que está demostrando el equipo de Duke, es que las plantas
no sólo ciclan el CO2, sino que son capaces de almacenarlo y retenerlo, disminuyendo
así la hipotética tasa de acumulación de gas carbónico en la atmósfera.
El experimento liderado por el “cambioescéptico” Schlesinger consiste en
recrear, dentro de un bosque natural de los que tanto abundan en los Apalaches del
noroeste de Carolina, parcelas de “bosque artificial” que reciben elevadas cantidades de
dióxido de carbono, hasta simular concentraciones similares a las postuladas para el
siglo que viene, siempre en la hipótesis fatalista propugnada por los defensores del
calentamiento global. Un ingenioso sistema de torres emisoras de gas y otro de tubos
colocados a diferentes profundidades en el suelo, sirven para medir isotópicamente el
destino del dióxido de carbono.
Pues bien, las medidas realizadas prueban que el dióxido de carbono es
activamente incorporado por las raíces al suelo y, desde allí, a través de las
capilaridades de éste, va disolviéndose en las aguas subterráneas e incorporándose al
ciclo hidrológico cuya lentitud asegura una retención del gas carbónico de entre 1.000 y
10.000 años, lo que rebaja considerablemente la tasa de incremento anual en la
atmósfera postulada teóricamente.
La consecuencia de los estudios de William Schlesinger es clara: cualquier
mecanismo natural que extraiga el dióxido de carbono del aire, es decir, que implique
que la velocidad de incorporación del CO2 a la atmósfera sea menor de lo que se deduce
del aumento de las emisiones humanas, es una excelente noticia que frena las muchas
veces alarmantes novedades sobre el calentamiento global del planeta.
Llueve, además, sobre mojado. Recordemos también que el pasado año un grupo
de científicos internacionales, trabajando en la selva de Jaru, en Rondonia, demostraron
que la selva tropical absorbe más gas carbónico del que emite con su respiración, lo que
viene a demostrar que las selvas y bosques -esos maravillosos pulmones de la Tierra-
actúan de sumidero de los gases de efecto invernadero, lo que proporciona un
argumento más a los que abogamos por su conservación para mitigar la amenaza del
calentamiento global.
Las selvas brasileñas y los bosques carolinianos, en experimentos que serían
extrapolables a cualquier otro país, han venido ahora a indicar por qué el incremento en
las emisiones no causa un aumento proporcional del dióxido de carbono en la
atmósfera. Sea egoísta: ayude a conservar el medio natural y estará ayudando a
conservar su vida.

Diario de Alcalá, 1 de noviembre de 1996

Un día infeliz

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De infeliz ha calificado el diputado popular Andrés Ollero al pasado martes
cinco de noviembre, en cuya madrugada los diez magistrados de la Sala Segunda del
Tribunal Supremo decidieron no llamar a declarar como imputado en el caso GAL al ex
presidente del Gobierno Felipe González. El diputado por Granada no ha sido el único
en mostrar su disconformidad con el pronunciamiento judicial: a izquierda y derecha se
han alzado las voces de aquellos que no lo han encontrado acorde con su particular
visión de la justicia. Sin embargo, un sosegado repaso de los hechos permite ver que la
decisión del Tribunal Supremo no ha sido sino el refrendo de varios pronunciamientos
emitidos en diferentes instancias judiciales que, de forma reiterada, han otorgado poca o
ninguna credibilidad a las imputaciones ahora definitivamente desestimadas.
Hay que recordar que la máxima tensión política de 1995 se alcanzó cuando el
juez Garzón obtuvo declaraciones inculpatorias para algunos altos cargos del PSOE por
parte del ex dirigente socialista Ricardo García Damborenea y de algunos antiguos
mandos policiales previamente procesados y encarcelados. Habida cuenta de que entre
los supuestos imputados se encontraban tres aforados, Felipe González, Narcis Serra y
José María Benegas, el juez Garzón -en un escrito en el que calificaba las imputaciones
como “meros indicios sin valor probatorio”- elevó la causa a la Sala Segunda de lo
Penal del Tribunal Supremo. Hasta aquí la primera instancia.
Segunda instancia. Recibido el expediente judicial en el Supremo, y todavía en
1995, la Junta de Fiscales emitió un informe mediante el cual se decidió la apertura del
proceso GAL, se pidió el suplicatorio para citar a José Barrionuevo y se desestimó la
presencia de Benegas, Serra y González porque “las imputaciones no pasan de ser meras
suposiciones no respaldadas por ninguna otra prueba e insuficientes para acordar la
comparecencia de Felipe González en calidad de acusado”.
Tercera instancia. Abierto el proceso GAL en el Supremo, la Sala Segunda
nombra juez instructor a Eduardo Móner, decisión que es unánimente aplaudida por la
excelente reputación profesional y probada independencia del magistrado. En un auto de
junio de 1996, el juez Móner decide no llamar a declarar a los tres diputados socialistas
porque, según reza su auto, la ley confiere al instructor denegar las diligencias que
considere “inútiles, innecesarias y perjudiciales”. El auto de Móner es recurrido por las
defensas de algunos de los procesados y por las acusación particular de algunos de los
afectados por las acciones de los GAL.
Cuarta instancia. Los fiscales de Sala del Supremo José María Luzón y Emilio
Vez, tras tomar declaración a los procesados e imputadores, deciden informar
negativamente la petición de comparecencia, haciendo suyo el citado informe de la
Junta de Fiscales de 1995. Mientras se produce la aparición de estos informes, otro
probo ciudadano, Luis Roldán, pide declarar voluntariamente y, sin aportar mayores
pruebas, acusa el pasado veintinueve de mayo a Felipe González de “saberlo todo”.
Quinta instancia. Reunida la Junta de Fiscales del Supremo el pasado treinta de
octubre para examinar la declaración de Roldán y su cacareado material probatorio,
decide por unanimidad de sus quince miembros no otorgar ninguna credibilidad al ex
prófugo en su intento de inculpar al líder socialista.
Sexta instancia. Constituida en tribunal la Sala Segunda del Supremo y abierta la
vista el pasado lunes cuatro de noviembre, el Servicio Jurídico del Estado respalda el
informe del juez instructor y de la Junta de Fiscales. Sorprendentemente para muchos, la
acusación particular de Segundo Marey, un antiguo secuestrado por los GAL, apoyó
también la incomparecencia de Felipe González alegando que no se puede citar a nadie
a declarar sin existir fundamento jurídico para ello.
Séptima instancia. La Sala Segunda del Tribunal Supremo decide el pasado
martes exculpar a González por seis votos contra cuatro. Por tratarse de un recurso, la

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confirmación de la instrucción hace innecesaria una explicación del voto de seis de los
magistrados; son los otro cuatro los que deben dar explicaciones en sus votos
particulares. Por otro lado, al fallar en contra del recurso, la Sala lo que hace es no
desautorizar a los instructores Garzón y Móner, pero el pronunciamiento presenta ahora
una clara diferencia que escuece a algunos: la decisión es inapelable.
Estos han sido los hechos y así han sido los pronunciamientos jurídicos y
judiciales. Es evidente que no bastan a los que continúan con su particular aplicación de
la doctrina Álvarez Cascos: no importan los pronunciamientos judiciales, es la opinión
pública afín la que tiene la última palabra, la que en definitiva procesa, juzga y condena.
El diputado Ollero, olvidando su condición de jurista, no ha hecho sino aplicar tan
peculiar doctrina, provocando de camino que no se produzca aquello que quería
Epicuro: que el mejor fruto de la justicia sea la serenidad del alma.

Diario de Alcalá, 12 de noviembre de 1996

Avestruces, tortugas y otra fauna del carbón


Finalizó una semana conflictiva que estuvo marcada por un nuevo amagar y no
dar del Gobierno, esta vez personalizado en el conato del ministro de Industria de
liberalizar lo imposible: el negro porvenir de la minería del carbón. La sucesión de
acontecimientos ha sido tan rápida que ha faltado el necesario sosiego para hacer una
reflexión más serena sobre el problema de la minería del carbón en España, un conflicto
que no es original ni aislado, sino que debe situarse en el contexto general de una época
-iniciada en la revolución industrial del siglo dieciocho y caracterizada por la
dependencia de la humanidad de los combustibles fósiles- que ahora toca a su fin.
Porque lo primero que hay que decir, antes de continuar con esta exposición y para que
nadie se llame a engaño, es que las minas de carbón deberían cerrar ahora mismo. Sin
embargo, sucede que el cierre no es política ni socialmente posible, porque confluyen en
el asunto una serie de argumentos en favor y en contra que conviene sopesar antes de
tomar decisiones apresuradas.
De los tres combustibles fósiles, petróleo, gas natural y carbón, éste es el más
caro y el más contaminante. Pese a que algunos insisten en que el carbón es el más
barato de los combustibles fósiles, olvidan incluir los costes indirectos. Si se incluyeran
todo los costes por daños ambientales en el precio de mercado y se eliminaran los
subsidios gubernamentales, el uso del carbón sería prohibitivo. El proceso de obtención
de energía mediante la quema de carbón es el más contaminante de todos los posibles. Y
entre los tres tipos industriales de carbón, hulla, antracita y lignitos, son estos últimos -
desgraciadamente los predominantes en el carbón español- los principales culpables del
aumento en la atmósfera de los gases de efecto invernadero y de la lluvia ácida que
destruye miles de hectáreas de bosques y de tierras de cultivo.
Por último, juega también en contra de la minería española el panorama
comunitario. En los últimos años otros países europeos han hecho un esfuerzo de
reconversión energética, que ha conducido a fuertes recortes en la minería carbonífera
de Alemania y del Reino Unido, a su práctica desaparición en Francia y a su completa
extinción en Bélgica. Estos dos últimos países no han hecho más que adelantar el
horizonte del 2002, año en que vence la directiva de la Comunidad Europea del Carbón
y del Acero (CECA) que permite las actuales ayudas oficiales a las explotaciones
mineras del carbón, al tiempo que han empezado a aplicar la directiva comunitaria que,
para disminuir la contaminación, impone a los países miembros la reducción progresiva
del porcentaje de carbón empleado en la producción de energía eléctrica. Para el sector

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minero español esto significa que la actual cantidad de carbón (17 millones de toneladas
al año) que se emplea en producir el 30% de la electricidad española en kilowatios, debe
reducirse aproximadamente a la mitad, es decir, hasta unos ocho millones de toneladas
antes del año 2000.
Por el contrario, actúan a favor del carbón otros factores. El primero de ellos es
el de su valor como combustible estratégico para España. Habida cuenta la falta de otros
recursos energéticos de importancia, el régimen autárquico español consideró siempre al
carbón como un sector estratégico de interés nacional. La mayoría de los comentaristas
se han pronunciado estos días -a mi juicio muy apresuradamente- en contra de esta
consideración. Las economías europeas que han abandonado el carbón como fuente de
energía y aquellas otras que, como España, están en proceso de hacerlo se han inclinado
por el más barato, más disponible y menos contaminante de los combustibles fósiles: el
gas natural. Esta perspectiva optimista del uso energético se ve sin embargo
ensombrecida por los acontecimientos geopolíticos. La inestabilidad de Argelia,
tristemente asolada por un integrismo sustentado en un terrorismo feroz, ofrece pocas
garantías de un suministro estable y sin sobresaltos. Y ello sin considerar la extensión
del fenómeno integrista hacia los países árabes productores de petróleo, que haría
tambalear el esquema energético occidental.
Paradójicamente está también a favor del carbón español lo delicado de nuestra
situación laboral, que hace que cada empleo merezca ser sostenido aun a costes poco
razonables. Y puesto que de costes hablamos, repase su último recibo eléctrico y
comprobará lo que representa su aportación solidaria al mantenimiento de 26.133
puestos de trabajo directos y casi el triple de indirectos. Para un solo ciudadano con
recibo bimensual medio, pongamos de 10.000 pesetas, la subvención a la minería del
carbón en porcentaje de la tarifa (4,86%), unida a la parte alicuota que le correspondería
de los 100.000 millones anuales que el Estado concede en concepto de subvenciones
directas por contrato-programa, representa 14 pesetas con 85 céntimos al día, cantidad
que me parece no es desorbitada si se emplean en garantizar el pan de más de cincuenta
mil familias y en provocar la tranquilidad imprescindible para empezar a transformar
seriamente el sector. Si no es así, ¿de qué estamos hablando cuando se nos pide
solidaridad? Por último, juega también a favor del mantenimiento de la minería del
carbón su concentración geográfica, que impide actuar drásticamente sobre unas
comarcas demasiado dependientes de un recurso cuya desaparición sería menos
traumática y mucho más asumible si estuviera más disperso por el territorio español.
Juzgue cada uno los pros y los contras y forme su opinión. Desde el lado de la
economía los parámetros son tan concluyentes que difícilmente pueden cuestionarse.
Desde el punto de vista medioambiental, los argumentos son también definitivos y
aconsejan el cierre inmediato. Combinados unos y otros con la situación sociopolítica,
lo más razonable en todo este proceso sería anunciar concluyente y tajantemente la
muerte del sector carbonífero en España y, a partir de ese momento, ir preparando el
sepelio de una muerte anunciada.
En consecuencia, procede adoptar la estrategia de la tortuga: paso a paso, sin
prisa ni pausa, ir avanzando en el diseño de planes y programas que, como una
eutanasia energética, favorezcan una muerte indolora acompañada de la resurrección de
una nueva economía. Desgraciadamente, el paso atrás del gobierno, la actuación de los
diputados y senadores del PP y la virulencia y falta de objetividad con que se han
pronunciado algunos de los líderes sindicales del sector, hacen presagiar que más que la
estrategia lenta, segura y eficaz de la tortuga se vaya a optar por la paralizante, ciega y
absurda del avestruz: cerrar los ojos y ocultar la cabeza para no ver el desastre que se
avecina.

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Diario de Alcalá, 28 de noviembre de 1996

Weyler redivivo
El pasado veintiuno de octubre se cumplieron cien años desde la promulgación
de un famoso bando dictado por el capitán general de Cuba, Valeriano Weyler, con el
que se pretendía aislar a los cubanos dentro de poblados y ciudades para evitar así su
apoyo logístico a los rebeldes independentistas. Esta acción política que el Gobierno
conservador de Cánovas del Castillo puso en manos del general, trataba de reforzar un
programa militar de actuación frente a las demandas de independencia que puede
resumirse en dos palabras: guerra a ultranza. Las consecuencias finales de la aplicación
de tal programa durante casi tres años (1896-1898) son del todo conocidas: los Estados
Unidos enarbolaron la bandera de la libertad del pueblo cubano contra la opresión
española, y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, realizaron uno de los
objetivos estratégicos del Gobierno estadounidense: el control económico de una isla
que, merced a gobiernos títeres interpuestos, habrían de manejar durante más de
cincuenta años.
Hete aquí que cien años después un Gobierno conservador español quiere aislar
de nuevo a los cubanos. Ya sé que se trata de una "presión sin acoso", de un amagar y
no dar -política a la que nos vienen acostumbrando los populares españoles-, pero no
deja de ser un apoyo moral y efectivo al embargo que desde hace treinta y cinco años
mantienen los Estados Unidos contra el régimen castrista, impidiendo por completo el
desarrollo industrial de la isla, cercenando su progreso tecnológico y su comercio
agrícola, y dificultando enormemente su expansión en el sector servicios.
El embargo norteamericano se ha endurecido recientemente con la promulgación
de la ley Helms-Burton, artificio jurídico que vulnera el derecho internacional y que,
por lo tanto, ha merecido el rechazo y hasta las sanciones de la Unión Europea. En este
marco, ¿a qué viene tanta premura por parte española para aislar a los cubanos? ¿A qué
se debe el proponer ahora medidas que son copia literal de una propuesta anterior de
Estados Unidos y que fue ya rechazada por la Unión Europea? Cuando hasta el
Vaticano se apresta a favorecer un cambio sin traumas en la antigua colonia española,
¿por qué ese repentino deseo de interrumpir un proceso que se adivina cercano?
Asumiendo los hasta ahora ignotos deseos del presidente Aznar por desarrollar
la democracia urbi et orbe, cabe preguntarse por qué no adoptó unas medidas
semejantes tras su primera y apresurada visita oficial al extranjero como Presidente del
Gobierno, la cual, recuerdo a los desmemoriados, fue ni más ni menos que al
hiperdemocrático régimen de Hassan II de Marruecos. Resulta evidente que las artes de
construir democracias se aplican sólo allí donde más conviene.
Nadie me acuse de oportunista. Mi opinión sobre el embargo no es una actitud
nueva. Refiriéndome entonces al embargo de Irak, el pasado dieciocho de enero escribí
en esta misma Tribuna: "El aislamiento es una política punitiva que la legalidad
internacional sanciona, pero que repugna a la justicia. (...) es inútil e injusto. Inútil,
porque como se está demostrando en Irak (y se demostró en España) no provoca lo que
pretende, la caída de los tiranos. Injusta, porque castiga a los débiles, a los pobres, a los
enfermos y a los niños.
La política aislacionista contra Cuba, propugnada esta vez por un Aznar
convertido en Weyler redivivo, me sigue pareciendo un oprobio, agravado ahora por la
deuda moral que tenemos con el castigado pueblo cubano.

Diario de Alcalá, 2 de diciembre de 1996

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Medio ambiente y empleo
En la Universidad de Alcalá se celebran estos días unas Jornadas sobre Medio
Ambiente y Empleo, co-organizadas por el Departamento de Medio Ambiente de UGT
Madrid y la Cátedra de Medio Ambiente de la Universidad de Alcalá. La celebración de
un congreso sobre medio ambiente no es en sí demasiado noticiable. Lo que constituye
toda una novedad en estas Jornadas es que los sindicatos, unos agentes sociales hasta la
fecha más preocupados por la conservación del empleo y las mejoras socioeconómicas
de los trabajadores, comiencen a mostrar una preocupación cada vez mayor por la
defensa del medio ambiente, hecho que, a mi juicio, obedece al menos a una doble
causa: por un lado, porque un medio ambiente más limpio y cuidado representa una
mejora sustancial tanto en la calidad de vida como en las condiciones de trabajo; y en
segundo lugar, porque las nuevas estrategias en conservación, mejora y protección del
medio ambiente representan una nueva oportunidad de generación de empleos.
Hace ahora un cuarto de siglo desde que se celebraron la Conferencia de
Estocolmo y el Primer Día de la Tierra. Por aquel entonces todas las tendencias
medioambientales eran negativas y se esperaba que lo siguieran siendo. Apenas 10
países contaban con ministerios o agencias de Medio Ambiente. Ni en Europa ni en
Estados Unidos, por citar dos colosos económicos, existían leyes medioambientales
importantes. Los temas relacionados con la naturaleza y el medio ambiente se
enfocaban desde la perspectiva de la ecocrisis, un conjunto de visiones apocalípticas
que conducían a contemplar el futuro de la humanidad cercenado por un ecojuicio final
cuyo veredicto era inapelable: la desaparición de una humanidad que se había mostrado
incapaz de progresar sin destruir. Frente a esta perspectiva catastrofista, se encontraba
una visión ecoinconsciente alentada por los agentes económicos y por la derecha
política, que postulaban el todo vale para asegurar el crecimiento económico y el pleno
empleo.
Veinticinco años después la visión de los acontecimientos es bien diferente.
Aunque subsisten vigorosamente varios de los problemas ecológicos, no cabe duda que
la humanidad ha captado el peligro medioambiental acechante, de forma que en la
práctica totalidad de los países desarrollados se han adoptado y se siguen adoptando
normas muy positivas que están conduciendo a una mejora sustancial del medio
ambiente. Aunque los agentes económicos, tanto agrícolas como industriales, han sido
enormemente reticentes a la introducción de medidas de corte ambientalista, para lo
cual argumentaban, entre otros desastres económicos, una catastrófica pérdida de
empleos, la realidad se ha mostrado bien diferente. Un ejemplo paradigmático lo
constituye el caso de la industria norteamericana de automóviles. Si los coches hubieran
seguido contaminando al mismo nivel que en 1970, el aire de las ciudades
norteamericanas sería hoy gas venenoso y los legisladores no habrían tenido más
remedio que prohibir los coches en zonas urbanas. La industria del motor se estaría
hundiendo. En cambio, y gracias a las regulaciones progresivas a las que en su
momento se opuso con furor la patronal automovilística -esgrimiendo gigantescas
caídas en las ventas y colosales pérdidas de empleo-, los coches americanos son ahora
más económicos, limpios y seguros, y Detroit sigue funcionando.
El caso norteamericano es un claro ejemplo a nivel nacional de mejora
medioambiental progresivamente inducida y no traumática, pero existen también
ejemplos de colaboración internacional y de concienciación colectiva que están
ayudando a disminuir problemas ecológicos a nivel planetario. El ejemplo más claro lo
constituye la acción internacional, plasmada en los acuerdos de Londres y de Montreal,
mediante la cual se lleva a la práctica desaparición de la industria de los

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cloroflurocarbonados (CFC), principales causantes de la destrucción de la capa de
ozono. Cuando en la década de los setenta se empezó a hablar del problema, las
empresas industriales se mostraron escépticas, porque de hecho el mundo era CFC-
dependiente (baste decir que sólo en EE UU los gases refrigerantes basados en CFC
funcionaban en 100 millones de frigoríficos, 30 millones de congeladoras, 45 millones
de equipos de aire acondicionado domésticos, 90 millones de acondicionadores de
coches, y en cientos de millones de equipos de refrigeración de restaurantes,
supermercados y camiones refrigerados), de forma que parecía inimaginable una
sociedad carente de CFC.
Empujados por la presión de los consumidores, de la opinión pública y de los
científicos, se desarrollaron a partir de 1985 intensos programas de investigación y
desarrollo que hoy están llevando al práctico cese de la producción de CFC, sin que ello
haya significado pérdida de empleo o de calidad de vida para los usuarios. Todo lo
contrario, las inversiones en investigación y desarrollo sobre productos alternativos a
los CFC, la reconversión de las industrias a la fabricación de los nuevos productos
generados y las nuevas vías de comercialización, lejos disminuir el empleo lo han
sostenido e incluso incrementado.
Entre otros aspectos de carácter más local, circunscritos a nivel de Madrid, en las
Jornadas de Medio Ambiente y Empleo se va a plantear la situación del mundo hoy en
diversos aspectos socioeconómicos que pueden juzgarse como negativos desde el punto
de vista medioambiental, pero que con un adecuado control y un cambio sustancial en la
política industrial y en la educación de la opinión pública, deben llevar a solucionar lo
que se anunciaba como una catástrofe ambiental a medio plazo. Planteado desde una
perspectiva ecorrealista, el medio ambiente está pasando a ser considerado como un
factor de desarrollo económico positivo, de tal manera que la "revolución ecológica"
debe inducir a una nueva "revolución industrial". La ineficiencia energética, basada en
un claro despilfarro de los recursos naturales, exige la adopción de medidas concretas
que, lejos de disminuir el empleo, aparecen como una nueva fuente de oportunidades
socioeconómicas.

Diario de Alcalá, 3 de diciembre de 1996

Tarjetas de Navidad
UNICEF es el organismo de las Naciones Unidas que se encarga de los
problemas de la infancia. Como otras organizaciones benéficas, UNICEF se nutre de las
aportaciones de particulares, de la venta de pequeños objetos (por ejemplo, de tarjetas
navideñas de felicitación) y de las subvenciones de los estados. En 1996 la donación del
Vaticano a los fondos de la organización alcanzó la increíble cifra de doscientas
cincuenta mil pesetas. Para el año 1997 la aportación será simplemente cero. ¿Por qué?
Sencillamente, porque la Santa Sede responsabiliza a UNICEF de participar en políticas
de planificación familiar y de control de la natalidad. Lo realmente preocupante no es la
supresión de la ayuda, sino que el anuncio oficial de la misma se ha hecho cuando más
daño podía hacer, en unas fechas en que muchas personas de creencias cristianas
compran tarjetas navideñas editadas por la organización humanitaria. Responsables de
ésta temen que la decisión vaticana reduzca sustancialmente los ingresos -estimados en
unos 13.000 millones de pesetas- que UNICEF obtendría este año por esa vía.
No sorprende la decisión de la curia romana. Es una más de la guerra que contra
la evolución de la humanidad en materia sexual y de derechos de la mujer sostienen las
iglesias de todo el mundo, entre ellas la católica. En su batalla contra todo aquello que

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signifique una vida sexual no destinada exclusivamente a la procreación, la Santa Sede
puede perjudicar a una organización cuyos objetivos se centran en la población más
necesitada y vulnerable. En defensa de unos valores -los de la procreación- que tuvieron
su importancia en tiempos bíblicos, cuando una abundante progenie ayudaba a
contrarrestar la elevada tasa de mortalidad infantil y la baja esperanza de vida de la
población, la Iglesia católica parece olvidar uno de los más grandes problemas
ambientales que nos agobia: el de la superpoblación.
La tasa de crecimiento de la población mundial en la década de los noventa es
aproximadamente del 1,8%, lo que quiere decir que nace una persona cada tres
segundos o, lo que es lo mismo, la humanidad crece a un ritmo de once mil cien
individuos por hora, doscientos sesenta y seis mil por día y casi dos millones por
semana. Cada año la humanidad aumenta en más del doble de la población de España.
Es lo que los demógrafos, desde Malthus en el siglo dieciocho, hasta el informe
Meadows hace apenas tres años, llaman el colosal problema de la superpoblación.
Decía Benjamín Franklin que el avance del progreso sólo puede ser garantizado
desde una opinión pública ilustrada. Todo cambio fundamental en los hábitos de los
grandes grupos humanos o de la humanidad (el sexo y el control de la natalidad lo son,
y de primer orden) requiere que la opinión pública tenga exacta visión de la esencia de
las cosas. Alertada por una información adecuada, la población de los países
industrializados ha reaccionado positivamente en los últimos años, hasta el punto de que
su tasa de crecimiento ha bajado hasta el 0,4% anual, lo que significa un mantenimiento
estable de las poblaciones más desarrolladas.
En los países subdesarrollados la situación es bien diferente. Su tasa de
crecimiento triplica al menos la nuestra, es decir que para el advenimiento del próximo
milenio el 80% de la población pertenecerá a estos países. Les voy a traducir los efectos
sobre la infancia de algunos de estos fríos números. Cada año mueren innecesariamente
al menos quince millones de los mil doscientos millones de personas con alto grado de
pobreza en el mundo, y lo hacen por desnutrición y por enfermedades evitables. La
mitad de los que mueren son niños menores de cinco años, y la mayoría fallecen por
diarrea y sarampión, que son enfermedades mortales para las personas debilitadas por la
desnutrición. En la hora que dura nuestro almuerzo, unas mil quinientas personas (entre
ellas unos mil niños) habrán muerto por inanición, por desnutrición y por enfermedades
relacionadas con la pobreza. Para mañana a la misma hora, treinta y cinco mil personas
(entre ellas unos veinte mil niños) más habrán fallecido. ¿Verdad que se conmueve,
lector, cuando lee en la primera página de los periódicos una noticia sobre alguna
catástrofe aérea? Pues bien, la tasa diaria de defunciones que le acabo de dar representa
el equivalente de que unos doscientos cincuenta aviones Jumbo, repletos de pasajeros,
se estrellara cada día sin dejar supervivientes.
La superpoblación es, sin duda alguna, el problema más grave que nos afecta a
medio plazo. Su remedio pasa por la estabilización de las poblaciones, lo que hace
inevitable el empleo de la planificación familiar, la sexualidad responsable y el uso de
los anticonceptivos. Sólo la educación de las personas para convencerlas íntimamente
de la necesidad de una procreación racional y ajustada a las necesidades globales de la
humanidad, libre de tabúes religiosos y sociales, ayudará a resolver el problema de la
superpoblación y, sobre todo, a impedir la muerte innecesaria de innumerables personas,
entre ellas de millones de niños.
UNICEF lleva años empeñada en mejorar las condiciones de vida de los niños
de los países más necesitados. La educación para una sexualidad responsable y para una
mejora de las condiciones familiares, de la mujer y de la infancia, es una tarea
imprescindible por la que ahora ha sido castigada. Una respuesta acertada y solidaria de

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la población consciente de nuestros problemas ambientales puede y debe ser la compra
de felicitaciones navideñas editadas por UNICEF. Un pequeño esfuerzo para nosotros,
pero un gran apoyo económico y moral para una organización que se ha distinguido
siempre por la defensa desinteresada de los niños de todo el mundo.

Diario de Alcalá, 4 de diciembre de 1996

Segar el trigo en verde


La lectura de la obra de don Manuel Azaña es fuente inagotable de reflexiones
sobre la destreza política y la difícil práctica de coligar intereses divergentes para
formar frentes de progreso. Poco antes de su toma de posesión como presidente del
Gobierno, abrumado por el peligro de las grietas que hacían adivinar el negro futuro de
un gabinete sostenido en un consenso progresivamente minado por extremistas de uno y
otro signo, escribió don Manuel en su diario: “Hoy me toca otra vez segar el trigo en
verde”. La situación política municipal de Alcalá y su larvada moción de censura está
también muy verde, tan verde que puede dar al traste con un proyecto más consistente
de reconducir la situación en que se encuentra el gobierno de la ciudad.
La situación del mundo -arrastrado por una dinámica mercantilista que tiende a
que los poderes económicos superen la capacidad de decisión de parlamentos y
gobiernos- demanda la unión de la izquierda. Creo que todas las personas de mentalidad
progresista anhelan un futuro transitado por hombres y mujeres, por compañeras y
compañeros, unidos por los viejos ideales de la izquierda: libertad, igualdad,
indiscriminación, solidaridad y tolerancia. Declaro también mi preferencia por
gobiernos de coalición, y entiéndase bien, por gobiernos estructurales de coalición, no
por pactos coyunturales de legislatura. La coalición basada en un programa común
fomenta la transacción, afina el olfato político, favorece a los electores y, lo que me
parece sumamente importante, impulsa la tolerancia.
Confieso mi escasa candidez en cuestiones de pactos políticos, sobre todo
cuando el punto de partida ha sido -como en el caso que nos ocupa- una disensión tan
profunda que ha llevado a la descalificación personal y a ataques tan feroces que,
superado el ámbito estrictamente político, se tramitan en el judicial. Tampoco se me
oculta que subsisten problemas esenciales en temas no ya de interés municipal -que los
hay y no tardarán en aflorar-, sino en temas de tanto calado que incluso afectan a la
estructura del Estado. Cuando la situación está así, conviene ser cautos, al menos tan
cautos como lo son los líderes a nivel nacional, y transitar lentamente el camino del
diálogo, planteando redefiniciones y profundizando en el debate, procurando que el
pacto coyuntural se transforme en un programa estructural consistente, ilusionante para
la izquierda y capaz de aportar soluciones reales a los problemas municipales, única
forma de captar la atención, la esperanza y los votos de los ciudadanos.
Puesto que de pactos de izquierda hablamos, empecemos el análisis político por
sus antecedentes históricos. Al margen de la amarga experiencia de los frentes
populares propugnados por la Tercera Internacional para hacer frente a los fascismos
emergentes en la década de los treinta, el pacto esencial de la izquierda europea es el
protagonizado por la izquierda francesa de la década de los ochenta, un referente muy
acorde con la situación política española en general, y con el caso alcalaíno en
particular. Más aún, y aunque el asunto no está recibiendo estos días la atención que
merece, el pacto francés tuvo una clara influencia en la vida municipal complutense. En
1981 se produjo el ascenso de Miterrand a la Presidencia de la V República francesa. La
coalición de radicales de izquierda, comunistas y socialistas, ganadora de las elecciones

54
por amplia mayoría, no fue fruto de la improvisación, sino de las propuestas contenidas
en el Programa Común de la Izquierda, un documento cuya elaboración estuvo basada
en un profundo debate de más de tres años, que finalmente desplazó del poder a una
derecha que lo ostentaba desde el final de la II Guerra mundial.
No cabe duda de la influencia francesa en la constitución del gobierno municipal
de Alcalá surgido en las entonces inmediatas elecciones locales. Pese a la abrumadora
mayoría obtenida por la candidatura socialista (17 concejales), que hubiera permitido un
gobierno monocolor del PSOE, la generosidad del momento, la ilusión en construir un
futuro común entre camaradas y compañeros, condujo a la incorporación de cuatro
concejales comunistas al gobierno municipal. Es evidente que la situación política era
bien distinta, como también lo era la preparación política y el talante de los entonces
coligados. Empero, estas diferencias de orden temporal y personal no impiden ni
recordar los logros de aquel tiempo, ni reconocer que en Alcalá ha llegado de nuevo el
momento de retomar el diálogo y el debate de toda la izquierda, algo que ha sido
asumido y hasta aclamado por las recientes asambleas locales de PSOE e Izquierda
Unida.
Como a nivel estatal las evidencias apuntan a que el olivo del pacto está muy
verde, algunos han decidido comenzar a hacer los experimentos con gaseosa, es decir,
empezando por los municipios, sin tener en cuenta el grave riesgo de frustración que
implica el transformar lo que debiera ser programa para gobernar en pacto para
censurar. El problema de la censura es, a mi juicio, que el precio a pagar resulta
excesivo, puesto que representa el hipotecar la esperanza de un sólido proyecto común
para la izquierda de la ciudad, cuya construcción requiere un tejer y destejer que debe
consumir tolerancia, tiempo y diálogo. Si legítimo es que los políticos tengan ambición
de poder, no es menos cierto que el objeto de la ambición debe ser lograr el poder para
transformar la realidad, objetivo esencial de toda izquierda gobernante. La cuestión que
se plantea es considerar si está la izquierda local en condiciones de transformar la
realidad municipal de Alcalá. Sinceramente me parece que no, y no se vea en ello una
crítica hacia quienes habrían de regir la ciudad, cuya buena voluntad de mejorar la
situación supongo al menos tan fuerte como la del actual equipo de gobierno, sino una
profunda desconfianza en la oportunidad del momento, desconfianza que no es gratuita,
sino fundamentada en una doble perspectiva: económica y política. Económica porque
ni parece que se aporte un plan para solucionar los problemas financieros del municipio
ni, en el caso de prosperar la moción de censura, puede esperarse que el apoyo del
gobierno popular de la Comunidad sea el más adecuado para buscar soluciones
económicas o para incrementar las imprescindibles inversiones del Capítulo VI,
auténtica piedra de toque de la gestión municipal al menos en lo que se refleja ante los
ojos de los vecinos.
Existe también una clara inoportunidad política, basada a mi juicio en un
alejamiento de la realidad sociológica de la ciudad, cuyos habitantes no parecen percibir
en absoluto que sus condiciones de vida hayan alcanzado el nivel de degradación y
desgobierno que apuntan los defensores de la moción. Y si no lo perciben es o porque
no existe o porque nadie se lo hace ver. Como han apuntado algunas voces disidentes de
la postura oficial, la izquierda alcalaína ha estado más ocupada en problemas internos y
en batallas fraternales que en situarse en los frentes de participación ciudadana que han
sido tradicionales de la izquierda. En palabras de un líder vecinal, la izquierda ha
abandonado la lucha en la calle, lo que significa el abandono de la transmisión a los
vecinos tanto de los problemas existentes como de las soluciones propugnadas por las
alternativas de progreso. Soluciones que, dicho sea de paso, hubieran sido una excelente
tarjeta de presentación si los ahora impulsores del pacto de legislatura hubieran

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vertebrado un pacto de oposición firme y responsable en el tiempo transcurrido desde
las últimas elecciones municipales. Tiempo ha habido y desgobierno, al parecer,
también.

Diario de Alcalá, 10 de diciembre de 1996

El fin de la gran esperanza blanca


La prestigiosa revista Science publicaba los pasados días el fracaso del proyecto
ITER, un sofisticado reactor nuclear con el que científicos norteamericanos, europeos y
japoneses tratan de lograr la fusión controlada del hidrógeno para producir energía. El
fracaso de este costosísimo proyecto internacional parece anunciar el fin de la era
nuclear que, basada hasta ahora en la energía obtenida de la fisión de los núcleos
atómicos, tenía en el proceso de fusión su gran esperanza como fuente energética del
futuro.
No deja de sorprender lo efímero de las actividades humanas modernas cuando
éstas se miden por el combustible utilizado. Asistimos estos años a los últimos y
agónicamente contaminantes días del carbón como fuente masiva de energía para los
procesos industriales, culminando con ello un proceso iniciado durante la revolución
industrial del siglo pasado. No muy lejano parece también el agotamiento de los
yacimientos de petróleo, cuyo empleo, de proseguir la actual tasa exponencial de
consumo, no superará el primer cuarto del próximo milenio. El primer sondeo bien
planificado y coronado por el éxito para descubrir petróleo se llevó a cabo en el estado
norteamericano de Pennsylvania en el año 1859, por lo que este combustible -que ha
marcado toda una era, sobre todo en el transporte- habrá estado entre nosotros poco más
de 150 años. El gas natural, menos contaminante y de mayor rendimiento en procesos
industriales y domésticos, tomó su relevo hace algunos años. Teniendo en cuenta que
las gigantescas reservas actuales de gas garantizan sesenta años de abastecimiento en el
imposible supuesto de que su consumo no superase los niveles actuales, la segunda o
tercera década del siglo que viene significará también su fin como combustible.
Se han cumplido en 1996 cien años desde que el físico francés Becquerel
descubriera casualmente la radioactividad, fenómeno que consiste en la propiedad de
ciertas sustancias de emitir espontáneamente radiaciones capaces de atravesar la
materia, impresionar placas fotográficas, producir ionización y fluorescencia. La ciencia
de la primera mitad del siglo veinte estuvo claramente marcada por los trabajos de
científicos como Curie, Rutheford, Soddy, Hahn y Chadwick, todos ellos galardonados
con el premio Nobel por sus trabajos encaminados a descifrar la estructura íntima del
átomo y, con ella, la de la materia.
A diferencia de la inmensa mayoría de los más de trescientos núcleos atómicos
conocidos, los núcleos de los elementos radioactivos como el uranio, el radio o el torio
son altamente inestables, lo que quiere decir que sus átomos experimentan un proceso
de desintegración espontánea que origina, tras la emisión de dos tipos de partículas y de
radiación, un nuevo átomo. Éste puede, a su vez, ser inestable, en cuyo caso se
desintegrará más o menos pronto, transformándose en un nuevo átomo con la emisión
de nueva radiación. El proceso de transmutación continuará de este modo hasta que
finalice con la aparición de un átomo estable, sin que en ningún momento pueda ser
frenado, acelerado o modificado. El fenómeno radioactivo es en la naturaleza totalmente
espontáneo y ante el mismo somos espectadores de algo soñado por los antiguos
alquimistas: la transmutación de la materia. Lo que resulta más importante desde el
punto de vista de la utilización de los elementos radioactivos como recurso es la energía

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liberada en el proceso de transmutación. Considérese a título de ejemplo que un gramo
de carbón al arder puede suministrar una energía de 12 milésimas de kilovatio/hora,
mientras que un gramo de uranio-235, por fisión de todos sus núcleos, puede liberar una
energía 2 millones de veces superior, es decir, de 24.000 kilovatios/hora. De ahí el
empeño humano por dominar las reacciones en cadena que constituyen la
desintegración atómica.
Gracias a las investigaciones de los científicos alemanes Hahn y Strassmann, es
posible desde 1939 provocar las reacciones de fisión mediante el bombardeo artificial
de núcleos atómicos con partículas. La consiguiente liberación de energía lograda en
este procedimiento de romper núcleos -de ahí el nombre de fisión nuclear- puede ser
utilizada de forma controlada, liberándola pausadamente en la centrales o bruscamente,
mediante las explosiones nucleares. En uno y otro caso el problema final es el mismo.
El proceso de transmutación nuclear emite radioactividad, cuyos efectos dañinos para
los seres vivos son bien conocidos.
Pero, aun asumiendo el riesgo de la contaminación radioactiva, existe el mismo
límite para la utilización de la fisión nuclear como recurso energético que el que existe
con el carbón y el petróleo, aunque agravado: las sustancias radioactivas son muy
escasas en la naturaleza (de lo contrario no existiría vida en la Tierra) y su final por
agotamiento está muy cerca. Por ello, científicos de todo el mundo trabajan desde hace
años en el proceso inverso a la fisión, esto es, en la fusión de pequeños núcleos para
crear núcleos de mayor peso y aprovechar la energía resultante de la reacción. Este
proceso de fusión nuclear es idéntico al que se produce en la superficie del sol donde, a
elevadas temperaturas, los núcleos atómicos de dos isótopos del hidrógeno, deuterio y
tritio, se unen para formar el más pesado del helio.
Las magnitudes de la energía que se calcula se puede obtener por vía de la fusión
son colosales. El fin del proyecto ITER era obtener energía a partir de la fusión de dos
núcleos del hidrógeno pesado llamado deuterio, el cual es una parte mínima del
hidrógeno total: en cada tonelada de agua hay sólo unos 34 gramos de deuterio. Ahora
bien, con sólo extraer del océano el uno por ciento de su contenido, se podría obtener
una energía 500.000 veces superior a la conseguida de sumar las energías de todos los
demás combustibles juntos: carbón, petróleo, gas y la resultante de la fisión de todo el
uranio y litio de la corteza terrestre. El problema estaba, y sigue estando, en las altas
temperaturas (unos 200 millones de grados en el caso del deuterio) que se requieren
para provocar la fusión, un proceso termonuclear que ocurre de forma espontánea en el
sol y en las estrellas gracias a la elevadísima temperatura existente, en virtud de la cual
la agitación térmica es bastante energética para que los núcleos puedan fundirse, tras
aproximarse uno al otro, venciendo la repulsión de sus cargas eléctricas.
Hace ya más de treinta años que se consiguió el proceso de fusión en cadena en
forma explosiva, para lo cual, mediante una explosión atómica ordinaria, se obtienen las
altas temperaturas necesarias para determinar la fusión de los núcleos de hidrógeno o
deuterio en núcleos de helio. Sin embargo, los intentos de obtener idéntica reacción en
cadena sin el desencadenamiento de reacciones explosivas como detonadores, están
resultando fallidos pese a los proyectos internacionales de alto coste como el ahora
fracasado, cuya inversión ha sido de más de 10.000 millones de dólares. La temperatura
equivalente a la solar que hay que conseguir para lograr la fusión es hoy por hoy
inalcanzable, y representaría, en caso de obtenerse en las condiciones actuales, un coste
energético, y por tanto económico, infinitamente mayor que el de la energía que se
pudiese producir. El definitivo abandono del proyecto ITER, la gran esperanza de
obtener una energía blanca y limpia como la solar, puede significar el fin de una
controvertida y breve era energética que ha estado marcada por el uso de las sustancias

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radioactivas, unos recursos energéticos aparentemente limpios pero dotados de una
capacidad de destrucción infinitamente superior a cualquier otro combustible empleado
por la humanidad desde que Prometeo entregase la antorcha al hombre.

Diario de Alcalá, 19 de diciembre de 1996

El año del diluvio


Como si de un nuevo Macondo se tratara, hora tras hora, día tras día, semana
tras semana, el agua cae sin cesar sobre una España hasta hace poco sedienta.
Empapados por esta bendita agua que en algunos lugares comienza a ser maldita,
embebidos en una bonanza hídrica que a algunos se les antoja incontenible, olvidamos
la precariedad pluvial de nuestro país, lo efímero de unos episodios lluviosos que en un
plazo breve remitirán y volverán a sumirnos en un período de sequía como el que nos
asoló entre 1990 y 1995.
Lejos de continuar con el inacabado desarrollo del Plan Hidrológico Nacional
puesto sobre la mesa con ocasión de la última sequía, el debate político español, la
planificación futura de nuestras necesidades, se plantea ahora en el campo de las
plataformas de comunicación, en la telefonía móvil y en la televisión a la carta. Se
planifica así para el próximo milenio un país cuyos habitantes podrán disponer de un
centenar de canales de televisión, pero que estarán sometidos a la angustiosa incógnita
de saber si el agua seguirá saliendo por sus grifos. Porque en España, si bien se mira,
resulta milagroso que el agua continúe manando por los grifos. Con los embalses a
rebosar, con los ríos inundando vegas y desbordando cauces, con lagunas y humedales
recuperando su equilibrio hídrico, conviene aguijonear las mentes e inquietar los
espíritus recordando nuestro hidro-ilógico ciclo pluviométrico y algunas de las
carencias del sistema hidráulico español.
Tomemos en primer lugar el ciclo pluviométrico. Aunque algunos se asombran
cada cuatro o cinco años, el régimen pluvial español se caracteriza por su inestabilidad.
En España, como en todas las zonas de clima mediterráneo (véanse estos días las
paralelas inundaciones en nuestra pluviométricamente hermana California), lo anormal
es norma. Esto es sabido desde muy antiguo: ya los romanos establecieron una compleja
red de acueductos y embalses, algunos de los cuales -como el magnífico Proserpina en
Badajoz- continúa funcionando a plena satisfacción. La receta es, pues, muy antigua:
frente a inestabilidad e irregularidad, embalses. El patrimonio hidráulico español -en el
que se estiman invertidos cinco billones de pesetas- está constituido por más de un
millar de embalses, capaces de almacenar más de 50.000 hectómetros cúbicos (hm3),
cantidad que parece asombrosa, pero que se ha mostrado insuficiente durante el último
quinquenio de sequía. La solución del problema del agua en España no radica tan sólo
en la construcción de nuevos embalses, sino en la adopción de dos políticas esenciales:
el trasvase de cuencas y la gestión integral del agua.
En los dos últimos meses de 1996 las precipitaciones sobre España han dejado
correr una cantidad equivalente a la capacidad de todos nuestros embalses. En las
cuencas de los cuatro grandes ríos atlánticos españoles -Duero, Tajo, Guadiana y
Guadalquivir-, la escorrentía ha superado los 35.000 hm3, de los cuales más de la mitad
se han vertido directamente al océano. Con la sexta parte de estos excedentes se podrían
haber llenado todos los embalses de las cuencas del Segura y Júcar (3.000 hm3), ambas
tan deficitarias en precipitaciones que harían inútil cualquier intento de mejorar sus
recursos por el simple aumento del número de embalses. Con el 5% -un litro de cada
veinte- del agua que enviamos a Portugal por el Duero, bastaría para resolver todos los

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déficits actuales del sediento sureste español. Y esa transferencia podría hacerse -
siempre de acuerdo con las cifras del ahora aparcado Plan Hidrológico Nacional- con
una inversión total inferior a lo que cada año se ha venido destinando a nuevas autovías,
y con un precio real del agua, a su llegada a la cuenca receptora, del orden de 30 pesetas
por m3. Recuérdese a estos efectos que el agua urbana se paga hoy por término medio a
unas 100 pesetas por m3, y que unos avispados industriales catalanes elaboraron, con
ocasión de la última sequía, un plan para trasvasar agua desde el Ródano hasta la Costa
del Sol al módico precio de 1.200 pesetas el m3. Las cifras ponen de relieve la capacidad
económica de emprender unas obras de infraestructura, los trasvases, a todas las luces
necesarias en un país con graves desequilibrios entre cuencas excedentarias (las
atlánticas) y deficitarias (las mediterráneas).
Pero el régimen de trasvases será también insuficiente si no se abordan otras
políticas igualmente ambiciosas, a las que me he referido con la denominación genérica
de gestión integral del agua, que concretaré únicamente en dos: la mejora de la red de
regadíos y el precio del agua. El enorme volumen de agua que se consume en regar los
3,5 millones de hectáreas de regadíos españoles supone un 80% del consumo total del
agua del país. Para darnos idea de la magnitud de ese volumen de agua, baste decir que
serviría para abastecer el consumo urbano anual de 250 millones de europeos, lo que
equivale a la población total de Francia, Alemania, Italia y el Reino Unido. La red de
regadíos españoles, unos 100.000 kilómetros de acequias, es tan imponente como
obsoleta. Casi un 30% de la misma tiene más de 200 años, y en su conjunto está tan
descuidada que más de un 50% del agua que transporta se desperdicia en pérdidas, lo
que supone un derroche anual de casi 13.000 hm3. ¿Por qué ese derroche?
Sencillamente porque el agua en España no se valora, está fuera de mercado, y como
todo recurso escaso y carente de valor real, es malgastado hasta su esquilmación.
Con lluvia o sin lluvia, es imprescindible una gestión rigurosa de los recursos
hidráulicos. Es necesario profundizar en el aprovechamiento coordinado de las aguas
superficiales y subterráneas -siempre considerando a las últimas como un recurso
estratégico fundamental-, estableciendo una política de trasvases intercuencas
acompañada de una fuerte mejora de nuestra vieja red de regadíos y del establecimiento
de un precio adecuado del agua, lo que en absoluto supone gravar más a las economías
más débiles. Lo socialmente insostenible es mantener la actual estructura de precios, en
la que el agua para llenar la piscina, lavar el coche o regar el césped, tiene el mismo
precio que el vaso de agua para el estricto consumo doméstico.
En el húmedo período que ahora corre, contemplado por algunos como un nuevo
año del diluvio, sosegado al ánimo al contemplar el ahora verdiblanco paisaje español,
urge retomar el debate sobre las medidas a adoptar en nuestra planificación hidráulica,
en la valoración económica real de nuestros recursos hidrológicos, y en la actualización,
mejora y modernización de unas infraestructuras y de una gestión del agua que son
verdaderamente antediluvianas.

Diario de Alcalá, 12 de enero de 1997

Libertad de cátedra y satrapías


Recibo una llamada telefónica de una revista de amplia difusión entre el
estudiantado universitario, la Gaceta Universitaria. Una redactora me plantea, por mi
condición de catedrático de Universidad, tres cuestiones relacionadas con la divulgación
en los medios de comunicación de parte de los contenidos del libro La psicología de la
personalidad y sus trastornos, publicado por un catedrático de la Universidad

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Complutense de cuyo nombre no quiero acordarme. Las tres preguntas van al fondo de
una cuestión no suficientemente debatida: la libertad de cátedra, sus derechos y sus
limitaciones. Como en una breve conversación telefónica no puede quedar reflejada una
opinión pausada y sensata, escribo ahora estas líneas tratando de aportar un poco de luz
al asunto. Vaya por delante que no he leído el libro, del que tan sólo conozco las
transcripciones literales -en algunos casos fotocopias de páginas- aparecidas en prensa.
No obstante, el contenido de las mismas y la defensa que su autor ha hecho del libro en
su conjunto, bastan para formarse una cabal idea de la obra y, en lo que a mí se refiere,
para alejarme de cualquier tentación de leerla en su totalidad.
La primera cuestión planteada era si la libertad de cátedra justifica el contenido
del texto. Como la inmensa mayoría de los comentaristas se ha apresurado a exponer, la
libertad de cátedra está consagrada en el artículo veinte de la Constitución. Dicho esto,
conviene ahora indagar en el fondo de la cuestión y de poner puertas a un campo que,
aunque amplio, no es ilimitado. Los comentarios a los que he tenido acceso hasta ahora
no han acertado plenamente en el verdadero meollo del debate: la libertad de cátedra
debe ser contemplada como un principio constitucionalmente garantista, aplicando este
adjetivo con tanta inseguridad jurídica que me apresuro a explicarlo. Pondré para ello un
ejemplo. La tan traída y llevada estabilidad laboral de los funcionarios se justifica en
tanto en cuanto es una garantía de funcionamiento continuado del Estado frente a los
vaivenes, cambios y alteraciones que se producen periódicamente en el devenir político
democrático. De forma similar, la libertad de cátedra no es bula ni patente de corso
expedida a los docentes para que desbarremos a nuestro antojo en el que Vargas Llosa
ha denominado formidable púlpito de las aulas universitarias. Por el contrario, se trata
de un mandato constitucional que garantiza la independencia de las disertaciones
docentes frente a consignas que pudieran ser impuestas por los poderes públicos para el
adoctrinamiento ideológico. Si se desea mayor aclaración al respecto, consúltense las
seudoconstituciones de países no democráticos o, sin ir más lejos, las leyes
Fundamentales del franquismo.
En lo que se refiere a los límites de la libertad de cátedra, se encuentran
perfectamente reflejados en los artículos veinte y veintisiete del texto constitucional. El
primero de ellos establece que las libertades contenidas en el mismo (entre ellas la que
nos ocupa) tienen su límite en los derechos inherentes e inviolables de las personas
entre los cuales, por no extenderme, citaré algunos: el libre desarrollo de la personalidad
(algo que al parecer preocupa al autor del libro, por más que su lectura no parece
conducir en la dirección adecuada), el acatamiento a la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, la igualdad ante la ley, el derecho a no padecer discriminación
alguna por razones de sexo, raza, religión, opinión o cualquier otra condición
circunstancia personal o social. Resulta claro que el repaso, aunque sólo haya sido
parcial, del opúsculo de referencia sobrepasa cumplidamente los límites establecidos en
ese artículo. Pero no se agotan ahí las barreras establecidas, porque también el artículo
veintisiete establece con meridiana claridad que la educación tiene como objeto el pleno
desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de
convivencia y a los derechos y libertades fundamentales. Juzgue cada cual si el
contenido del texto fomenta los aspectos morales e intelectuales que cabe suponer en
una herramienta de ayuda a la consecución de tales fines.
La segunda cuestión planteada por la breve encuesta era si el Rector de una
Universidad, tal y como había hecho el de la Complutense, tenía atribuciones para pedir
la retirada del libro. En este punto la respuesta es clara: para pedir sí, para ordenar no.
Al margen de que tanto la Ley de Reforma Universitaria como los estatutos de las
universidades públicas limitan las atribuciones de sus rectores hasta transformarlos en

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ejecutores de los acuerdos de sus juntas de gobierno, por lo que debieran ser éstas las
encargadas de actuar, no parece que ni los unos ni las otras deban constituirse en
modernos Torquemadas. Sin embargo, la cuestión no es baladí, porque plantea el tema
de la censura de opiniones y textos. El meritado artículo veinte del texto constitucional
establece con rotundidad que el ejercicio de los derechos y libertades contenidos en el
mismo no puede restringirse con ningún tipo de censura previa. Es claro que éste no es
el caso, puesto que la censura habría de ser aplicada a posteriori. Aún así, ningún órgano
institucional está, a mi juicio, capacitado para censurar cualquier tipo de creación del
intelecto humano, aunque como parece desprenderse del texto que nos ocupa, el
ejercicio intelectual no brille entre sus atributos. Porque de admitirse la censura siquiera
a posteriori ¿acaso no habrían sido censurados textos de la magnitud del Diálogo sobre
los sistemas máximos de Galileo, o El origen de las especies de Darwin? Con seguridad
sí, ateniéndonos a la condena casi general -incluyendo una buena parte de la ciencia
oficial- que sufrieron ambos en sus respectivas épocas. Se me dirá, y con razón, que
existe una diferencia fundamental entre aquellas obras y la que nos ocupa, puesto que
mientras que aquellas fueron creaciones originales, fruto del ejercicio crítico, empírico e
intelectual de sus creadores, La psicología de la personalidad y sus trastornos es, de
acuerdo con las declaraciones de su autor, una recopilación indiscriminada de opiniones
ajenas. Y ahí radica a mi entender lo verdaderamente criticable de este libro
considerando su vocación de texto universitario: es superfluo porque no aporta nada
nuevo; acientífico porque es una mera recopilación de juicios ajenos, sin fundamento
empírico alguno ni análisis crítico por parte del autor; conceptualmente obsoleto, porque
hace muchos años que genetistas, biólogos y antropólogos demostraron la falta de
relación entre genotipo y características fenotípicas tales como la moralidad, la ética o
los atributos intelectuales; y, finalmente, se trata de un libro tendencioso porque,
alejándose de su fin como texto universitario, que sería el de exponer el amplio espectro
doctrinal de su área de conocimiento para que los estudiantes desarrollen su capacidad
intelectual, electiva y crítica, ofrece un sesgado panorama que lo descalifica por sí sólo.
Queda, por último, responder a la tercera cuestión, que se centraba en conocer si
las críticas vertidas sobre el libro tenían contenido político. Es evidente que sí, como no
podía ser menos desde el momento en que su autor, por vía de los hechos, ha
interrumpido estrepitosamente en la escena política, descalificando etnias, actitudes
vitales, ideologías, personas y personajes, y a un sinfín de miembros de la polis, del
pueblo, a quien al fin y al cabo afectan las actitudes políticas, y más aún cuando éstas
inciden en la educación de sus jóvenes. Los estudiantes universitarios tienen el derecho
a no ser agredidos intelectualmente, a esperar de sus docentes una deontología
profesional que autolimite el ejercicio de la libertad de cátedra. Porque el profesor
universitario es muy libre de publicar cuanta obra escrita estime oportuna, pero en el
ejercicio profesional de su actividad docente está obligado tanto a la neutralidad
ideológica como a fomentar el espíritu crítico de sus alumnos. En esto último parece
que el catedrático de la Complutense ha acertado involuntariamente, y ello me parece el
único punto positivo en todo este lamentable asunto: la reforma de la Universidad
española ha logrado que su estudiantado se rebele frente a las agresiones intelectuales
de quienes, constituidos en modernos sátrapas de la enseñanza, intentan imponer su
doctrina por vía de la imposición bibliográfica. Y para impedir este extendido atropello
sí que debieran intervenir rectores, decanos, directores de departamento, juntas de
gobierno y cuantas instancias fuera menester.

Diario de Alcalá, 15 de enero de 1997

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El Estado desequilibrado
La semana pasada la Junta de Extremadura presentó ante el Tribunal
Constitucional el anunciado recurso de inconstitucionalidad contra tres leyes, la Ley
Orgánica de Financiación de las Comunidades Autónomas, la de Presupuestos
Generales del Estado y la Ley de Cesión de Tributos del Estado, que constituyen el
nuevo modelo de financiación autonómica pactado entre el Gobierno y los nacionalistas
como fundamento del indispensable apoyo parlamentario que éstos deben prestar a los
populares en el Congreso de los Diputados.
En el recurso, antecedente al que sin duda se unirán los de Andalucía y Castilla-
La Mancha, se argumenta que varias de las medidas adoptadas en esas leyes violan,
entre otros, dos principios esenciales en la vertebración del Estado español: el de
igualdad y solidaridad entre las diferentes nacionalidades y regiones que, de acuerdo
con el texto constitucional, componen la Nación española. En definitiva, el recurso
plantea el conflicto existente en la interpretación de dos artículos de la Constitución
española (CE), el 133 y el 138. Mediante este último se establece que "el Estado debe
velar por el establecimiento de un equilibrio económico, adecuado y justo entre las
diversas partes del territorio español", y que las diferencias entre las distintas
Comunidades Autónomas no pueden implicar, en ningún caso, "privilegios económicos
y sociales". Este es, pues, el quid de la cuestión, las claras diferencias económicas que la
cesión del 30% del IRPF sin topes máximos puede provocar a favor de las autonomías
más ricas.
El problema territorial es, quizás, el problema político más importante de
España. La CE no proporcionó una solución, sino una vía para estar siempre
alcanzándola, transformando nuestro modelo de Estado en un sistema de equilibrio
siempre inestable y, por tanto, delicado de mantener. El modelo elegido en la CE de
1978 es intermedio entre el federalista y un modelo centralista sui generis, altamente
descentralizado. De hecho, algunas de las autonomías españolas, en particular las
sujetas a Régimen Foral y otras nacionalidades históricas, gozan de mayores
prerrogativas de autogobierno que muchos miembros de estados federales. Ahora bien,
la inestabilidad del modelo español radica en el mecanismo de iniciación de la
integración en un Estado común.
Desde que el hombre es hombre, o al menos desde que su deseo de dominar -o
de no ser dominado- por las fuerzas de la naturaleza o por otros grupos humanos le hizo
adoptar un comportamiento social, se hizo evidente la necesidad de una fuerza
cohesionadora que facilitara la organización social, Esta fuerza integradora, capaz de
ejercer la coacción sobre sus propios miembros, es lo que conocemos como Estado. En
un libro muy interesante (La Democracia y sus críticos. Ed. Paidós, 1992), Robert Dahl
ha argumentado en favor y en contra de la existencia del Estado, para concluir en la
imposibilidad racional de sostener un sistema social sin Estado, concebido éste no
únicamente como un conjunto de instituciones, sino además como un proceso continuo
de perfeccionamiento del sistema de cohesión social.
En lo que a la estructura organizativa del Estado se refiere, ese proceso puede
establecerse en dos vías antagónicas para el caso que nos ocupa. Mientras que el
federalismo es un proceso centrípeto, el autonómico es centrífugo. Los estados actuales
más avanzados cuya estructura es federal (Suiza, Alemania, Estados Unidos) se han
constituido históricamente mediante la integración voluntaria en un Estado central de
unidades políticas, llámense cantones, landers o territorios en cada caso. Por el
contrario, el Estado autonómico español se originó desde un Estado fuertemente
centralista que hace concesiones disgregadoras cada vez que cede parte de su poder. De

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ahí que los poderes centrales hayan sido tradicionalmente reacios a la concesión y
mantenimiento de las autonomías, por temor a verlas agrandarse y acentuarse hasta
verlas convertidas en separatismos ajenos a la noción de soberanía e independencia.
Como reacción, el nacionalismo se transforma en insaciable, porque ahí radica su
posición de fuerza y la desviación de sus responsabilidades hacia la Administración
central. El victivismo, el agravio comparativo, el acusar de vilipendios y ataques contra
la "esencia nacional" a supuestas y ocultas fuerzas del centralismo, discurso al que tan
acostumbrados nos tienen los responsables políticos de algunas comunidades, no son
más que la manifestación de este proceso de inestabilidad inherente a todos los estados.
El nacionalismo se justifica no ya como esencia, sino como un proceso comparativo
sujeto a la dinámica de exigencias de diversa índole, entre otras las de carácter
económico, que le obligan a actuar centrífugamente, a huir siempre hacia adelante.
En todo caso, el equilibrio del Estado autonómico no se caracteriza sólo por su
inestabilidad, sino que encierra otros peligros no por poco comentados menos
conocidos. Al fin y al cabo, la tragedia de Yugoslavia se ha producido por la mala
solución del problema de las autonomías hacia la independencia, problema agravado sin
duda por la diferenciación religiosa y étnica, pero que pone de relieve -en la moderna y
civilizada Europa- la gravedad de perpetuar insatisfactoriamente agravios entre
regiones. Cuando se hizo la Constitución, sabíamos que no se había logrado la solución
definitiva, sino que nos obligábamos al pacto permanente, a no ahondar en las
diferencias sino a fomentar interterritorialmente los principios de igualdad y solidaridad.
De ahí las cautelas que son los artículos 2 y 138, dos originalidades del texto
constitucional español.
Al margen del problema del 15 o del 30%, del que me ocuparé en una próxima
ocasión, el verdadero problema de lo que aquí acontece radica en dos puntos: la falta de
explicación convincente y la ruptura del consenso. En lo que a explicaciones se refiere,
el PP ha cometido el error de convertir el problema de la financiación autonómica (que
encierra en sí mismo una necesidad indudable: la de la corresponsabilidad fiscal) en un
asunto eminentemente técnico, lo que crea dificultades de interpretación a la hora de
analizar las propuestas contradictorias que ya se han formulado. No se trata de un
asunto exclusivamente técnico, sino que es un tema de enorme calado político porque
afecta a la estructura del Estado y requiere la argumentación persuasiva a la opinión
pública del cambio que se quiere hacer. Los conceptos autonomía fiscal o
corresponsabilidad no han sido aclarados suficientemente, no ya a la sociedad en
general, sino también a una buena parte de la clase política, que atribuye su perplejidad
a lo complejo del problema. Aquí es donde ha fallado la política del PP y la falta de
liderazgo de José María Aznar, porque el discurso político no ha sido transmitido
adecuadamente, el Presidente no ha sabido convencer y, como consecuencia, la
desconfianza cunde por doquier.
Y por último, el consenso. Sería insensato no reconocer que el sistema de
financiación autonómica es pilar esencial del Estado, cuyo equilibrio sólo puede
sostenerse con la confluencia de las múltiples unidades que lo componen. La imposición
de medidas de esta naturaleza por parte del Gobierno y de sus socios nacionalistas tan
sólo soluciona el problema coyuntural de la gobernabilidad, pero atenta contra el
sustento mismo de la estructura del Estado, que sólo puede estar basada en el consenso,
nunca en la ignorancia o en el desprecio a los puntos de vista y las propuestas de
quienes son también piezas fundamentales en la sustentación del desequilibrio
establemente dinámico que caracteriza nuestra organización estatal.

Diario de Alcalá, 3 de febrero de 1997

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¿Quién debe pagar a Hierro?
Leo en la prensa que don Fernando Hierro, jugador de fútbol, acaba de cerrar su
contrato de renovación con el Real Madrid, mediante el cual recibirá más de doscientos
millones de pesetas anuales durante el próximo lustro. Recordando el panem et
circenses, procedería ahora convertirse en moderno Juvenal para criticar acerbamente la
injusticia social que pudiera representar el percibir semejante cifra por darle patadas a
un balón. Nada más lejos de mi intención; por el contrario, me parece razonable que
aquellos que realizan un trabajo sean remunerados en la medida que su labor sea
estimada por quienes estén dispuestos a valorarla.
He aquí el meollo del asunto porque, ¿quién debe pagar a Fernando Hierro? La
contestación se me antoja sencilla: aquellos que lo valoran y se deleitan con su juego. Si
hay miles de espectadores capaces de pagar un buen puñado de pesetas por asistir al
espectáculo deportivo, y unos cuantos millones que lo sostienen indirectamente a través
de la publicidad o del pago de su abono al canal de pago, bien está que aquellos que lo
producen obtengan ganancias acordes con los beneficios que generan. Lo que ya no
parece tan justo es cargar con el coste del espectáculo a los ciudadanos que no disfrutan
con el fútbol, que lo aborrecen, o que simplemente no están dispuestos a pagar cantidad
alguna por contemplarlo. Y ello por no mencionar la redundante injusticia que
supondría el imputar vía impuestos el sueldo de don Fernando a aquellos ciudadanos
que, aún gustándoles el fútbol, carecen de los medios suficientes para poder permitirse
la entrada al estadio o el abono al descodificador. Porque esta es, en definitiva, la
solución que se pretende dar estos días al problema de la financiación de los clubes de
fútbol, declarando "de interés general" lo que es simple afición de una minoría y modus
vivendi de un selecto, pero aún más restringido, círculo de modernos gladiadores
balompédicos.
Demos un rápido repaso a la vertiginosa historia de las plataformas digitales y a
su directísima relación con el césped de los estadios y con el sueldo de quienes
compiten sobre él. No entro ni salgo en la polémica de las plataformas, pero confieso mi
estupor cuando escucho en boca del Gobierno - y no ya de su portavoz oficial, Miguel
Ángel Rodríguez (de quien, a juzgar por algunas de sus más recientes y alucinantes
apariciones, se puede esperar cualquier cosa menos un razonamiento convincente), sino
a través del mismísimo presidente Aznar-, que dos plataformas son monopolio, mientras
que la plataforma única garantiza el pluralismo y significa, por tanto, libertad de
mercados e incremento de la competencia. Este misterio, sin duda relacionado con la
mítica globalización de los mercados, se nos escapa a los no iniciados en las artes del
neoliberalismo, y más cuando se trata de descreídos como quien esto escribe,
acostumbrado a constatar el hecho de que la televisión, más que generar competencia,
produce un efecto multiplicador en el número de incompetentes que pululan en su
órbita.
Pero sea una o sean dos, aquí hay un hecho incuestionable: sin fútbol televisado
y sostenido económicamente por el sofisticado sistema satélite-codificador, ninguna
plataforma se sostiene. A las pruebas me remito: recuérdense los miles de millones que
costó al erario público el plan de saneamiento de los clubes o, más recientemente, los
30.000 millones que nos van a costar las exenciones fiscales de los contratos de imagen
de las estrellas del balompié. Conocedores del inevitable mutualismo fútbol-televisión,
y tras no pocos dimes y diretes, dos avispados y previsores grupos mediáticos se
hicieron a finales de 1996 con los derechos televisivos de los clubes de fútbol por medio
de la firma de jugosísimos contratos. Recibido el dinero, los tan denostados directivos
se ocuparon, como no podía ser menos, en dar satisfacción a la hinchada. Como

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consecuencia, una legión de afortunados futbolistas campan hoy por sus respetos, a
lomos de contratos millonarios, para deleite de la afición. Quienes no gozan con el
espectáculo lo tienen muy fácil: no aparecer por los estadios o cambiar de canal. En
ambos casos no contribuyen con un céntimo al derroche general.
Hasta aquí todo está dentro de la línea que uno espera de la tan alabada
economía de mercado. Me gusta la oferta, pago por ella. Hay demanda de lo que hago,
cobro por ello. ¡Bendito sea el mercado! (quizá fuera mejor gritar ¡Vivan las caenas! en
moderna y parafraseada versión del añejo exhorto absolutista), proclaman directivos,
futbolistas, empresas y afición. Pero hete aquí que lo que beneficia a muchos perjudica a
algunos, que algún poder tendrán cuando logran convertir a nuestro hasta ahora liberal
Gobierno, paladín de la privatización y azote del socialismo, en adalid del
intervencionismo. Según creíamos, todo debe ser privatizado, incluso la sanidad, el agua
o las escuelas, pero el fútbol, en virtud de su "interés general" hay que socializarlo, una
paradoja que a los ignorantes de los misterios del libre mercado nos deja estupefactos.
Asumámoslo como dogma, pero permítasenos echar cuentas porque me temo
que hay millones de españoles que, ignorantes de la doctrina gubernamental, ajenos a la
importancia social del balompié y a sus indudables virtudes regeneradoras de la moral y
la educación cívicas (de las que, dicho sea de paso, son claros exponentes algunos
directivos como don Jesús Gil), mostrarán cierta indisposición, no ya a comulgar con
ruedas de molino, sino a contribuir a que don Fernando y sus colegas lo hagan con
caviar a costa de sus bolsillos. Las cuentas son bien sencillas y algunos acontecimientos
recientes pueden servir de adecuada referencia. Recuérdese ahora que durante 1996 se
desató una batalla comercial, "la guerra del fútbol", para obtener los derechos
audiovisuales de los equipos de la Liga Profesional. Ante aquella excelente
demostración del libre mercado, el Gobierno no pudo por menos que pronunciarse como
Pilatos. Como prueba, el Diario de Sesiones de las Cortes Generales. Respondiendo por
escrito a una pregunta parlamentaria presentada por IU, que se interesaba por las
tensiones generadas en la guerra del fútbol, el Gobierno aseguraba que respetaba "la
autonomía de las partes implicadas y su carácter mercantil y privado, por lo que no
promoverá por este motivo una reforma legal".
La situación ha cambiado por completo y hoy el Gobierno, atendiendo a razones
que se escapan a quienes, llevados de una candidez compartida con don Julio Anguita,
los teníamos por benéficos y equilibrados centristas, se ha convertido en formidable
grupo de presión que, olvidando su papel moderador, maneja el decreto-ley en beneficio
de parte. De creer al vicepresidente Cascos, el fútbol es una cuestión de interés general.
Pudiera serlo, se asume, y más si lo dice tan alta y preclara autoridad. Ahora bien, ¿qué
pasa con los 250.000 millones de pesetas que las televisiones constituidas en plataforma
están pagando o tienen comprometidos con los clubes? ¿Acaso éstos van a despedir a
sus estrellas, o van éstas a renegociar a la baja sus astronómicos contratos? Se me antoja
que no. Acudamos entonces al oráculo vicepresidencial. El lunes 3, oigo decir al señor
Cascos que, al desaparecer las subvenciones de las empresas televisivas, y por tratarse
de un asunto de interés general, el Estado vía impuestos, mejoras fiscales y aportaciones
de las quinielas -disminuyendo así las atenciones benéficas que son propias de este tipo
de apuestas- vendría a subvencionar al fútbol profesional.
¡Acabáramos!, don Fernando Hierro convertido en subsidiado, el Gobierno en
Robin Hood, y usted, lector, le guste o no, en contribuyente involuntario de un
espectáculo cuyo interés general, siempre de acuerdo con el Gobierno, le sitúa al mismo
nivel que la cultura, la sanidad, la asistencia social o la educación. Más populismo no
cabe. Travestido en Robin Hood, el Gobierno asalta a los ricos y reparte entre los
pobres. Le quita el fútbol a Polanco y lo distribuye a granel. Eso sí, la factura a escote,

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guste o no guste. Y como Polanco no pagará a Hierro lo pagamos entre todos. Pan y
circo; caviar y fútbol. Caviar para unos pocos, que pagamos entre todos. Maravillas del
mercado popular del que uno nunca termina de aprender. ¿Qué diría Juvenal?

Diario de Alcalá, 13 de febrero de 1997

El precio de Andalucía
La Junta de Andalucía ha puesto precio (476.000 millones de pesetas) a la
aceptación del nuevo sistema de financiación autonómica pactado entre populares y
nacionalistas. Esa cantidad sería, pues, el precio a pagar para que Andalucía se sume al
nuevo modelo, olvidando así su anunciado recurso de inconstitucionalidad frente al que
los gobernantes andaluces han insistido en considerar como un modelo injusto e
insolidario. ¿Acaso está cambiando la Junta de Andalucía principios por recursos
económicos? ¿Contraponen los andaluces la economía a la ética, con perjuicio de esta
última? Pudiera parecerlo, pero en realidad el Gobierno andaluz sabe mejor que nadie
que el precio establecido es inalcanzable, porque supera ampliamente la mejora que
Andalucía -como otras comunidades autónomas- recibiría con la aplicación del nuevo
régimen de financiación. El precio, fijado imprudentemente por los populares
andaluces, está sirviendo a Manuel Chaves para jugar de farol en la partida de
enfrentamiento político en que se ha convertido un tema de capital importancia en el
equilibrio del Estado español. Más allá de la anécdota, el asunto merece algo más de
atención siquiera sea con fines didácticos, porque sirve para arrojar alguna luz sobre
algunos puntos de la financiación autonómica que no han sido suficientemente
explicados, y que están siendo la fuente principal del rechazo radical a un modelo que
tiene aspectos muy positivos.
Como señalaron hace bastantes años Hirschman, Myrdal, Perroux y otros
muchos economistas, el crecimiento económico se produce y se difunde sobre el
espacio de forma desigual, de forma que cuanto mayor es la superficie territorial de un
Estado mayores son las posibilidades de encontrar desequilibrios regionales. El caso
español ha sido ilustrado con meridiana claridad por Ramón Tamames en su Estructura
económica de España (Alianza Universidad) y por Cuadrado Roura en Los
desequilibrios regionales y el Estado de las Autonomías (Ed. Orbis). El desequilibrio
económico puede tener razones tan obvias como la falta de recursos naturales, las
dificultades climatológicas o el alejamiento geográfico. Corresponde al poder político
adoptar las medidas necesarias para limar las diferencias interregionales pero, con
demasiada frecuencia, determinadas circunstancias políticas, lejos de aminorar, han
servido para incrementar el desequilibrio socioeconómico interno. Tal ha sido el caso
del Estado español desde hace más de cien años. Las tendencias centrífugas de los
nacionalismos vasco y catalán han sido parcialmente neutralizadas con medidas
intervencionistas que, a través de beneficios de todo tipo, han intentado trocar demandas
socioculturales por privilegios económicos. Los regímenes tributarios forales o la
siderurgia han sido concesiones de los gobiernos centrales al nacionalismo del País
Vasco. Las medidas proteccionistas de la industria textil han servido, sin duda, para
mantener la tranquilidad en Cataluña durante la primera mitad de este siglo. Los
centenares de miles de millones que ha costado y cuesta el mantenimiento de la fábrica
SEAT en Barcelona, son un ejemplo más reciente.
Así las cosas, mientras algunas autonomías españolas pasan por laboriosas y
autosuficientes, otras se presentan malintencionadamente como incompetentes en lo
laboral y escandalosamente subsidiadas en lo social. Tomando el todo por la parte, y en

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una forma de racismo celtibérico insuficientemente analizada, los andaluces serían
ejemplos paradigmáticos de incompetencia, dejadez y afición al desempleo. Olvidan
quienes así piensan el decisivo papel que los trabajadores procedentes del sur han
jugado en el desarrollo económico de regiones más favorecidas, y no solo en lo que se
refiere al aporte de mano de obra, porque el desarrollo políticamente favorecido en
Cataluña, en el País Vasco y en otras zonas españolas generó, con independencia de la
expansión de toda su actividad productiva, unas necesidades de inversión en vivienda e
infraestructuras más altas, lo que atrajo un mayor volumen de recursos y desencadenó
los correspondientes efectos multiplicadores.
Con todo, la fama de Andalucía como región subsidiada permanece y no cabe
culpar de ello a críticas foráneas. Algunos andaluces se encargan de recordarlo. La débil
posición de los populares en el Gobierno central y su pacto con los nacionalistas de
Convergencia i Unió ha desencadenado una fuerte batalla por la financiación
autonómica en la que el PP de Andalucía ha optado por apoyar incondicionalmente el
modelo de su partido en Madrid. Ante el rechazo de la Junta al modelo propuesto, el
argumento escogido por los populares andaluces no ha podido ser más desafortunado.
"Se prefiere estar a la sopa boba que al esfuerzo", dijo Manuel Atencia, portavoz
popular en el Parlamento andaluz. Sorprende no ya la reiteración del argumento, sino el
desconocimiento de las cifras reales que se empeñan en señalar justamente lo contrario.
Aunque la proyección de Andalucía en el exterior es la de una tierra mantenida con el
trabajo y el esfuerzo de otros, estadísticas y análisis demuestran que Andalucía cuesta al
Estado en cobertura pública bastante menos que otras comunidades autónomas.
Por comparar a Andalucía con alguna comunidad autónoma equiparable en
términos presupuestarios y escogida entre las que defienden el nuevo modelo de
financiación, reflejaré los datos correspondientes a Cataluña, ejemplo asumido por
algunos de nacionalidad laboriosa y escasamente subsidiada. Empecemos con las
pensiones. De acuerdo con los datos del Ministerio de Trabajo, en enero de 1996 el
número de pensionistas en Andalucía representaba el 15,5% del total del país, con un
gasto menor a este porcentaje, el 14,5%. Por el contrario, Cataluña, con un 17,5% de la
cifra total de los pensionistas españoles, recibe el 17,8% de todo el gasto en pensiones,
lo que quiere decir que el Estado paga más (3,3%) en Cataluña que en Andalucía. La
explicación de esta diferencia radica en el coste medio de las pensiones en una y otra
autonomía: en Cataluña eran 67.926 pesetas mensuales, y en Andalucía 62.434.
Otro de los grandes mitos a desechar es el de la cobertura de desempleo. La tasa
bruta de cobertura de desempleo de las dos autonomías dista en nada menos que 10,07
puntos porcentuales, en detrimento de Andalucía, incluso si se suma el PER. El
volumen de parados en Andalucía alcanza el 27%, y el 11,9% en Cataluña. Pese a esta
enorme diferencia en número de desempleados, el Estado gasta menos en pensiones en
la primera que en la segunda. La razón es también sencilla, porque el gasto medio por
desempleado es totalmente diferente. Con datos de 1995, el coste medio individual de
un desempleado en Andalucía era de 539.617 pesetas, bastante inferior a la media
nacional de 731.788, y casi la mitad del coste medio del desempleado en Cataluña que
ascendía a 1.179.048 pesetas.
Otros datos, extraídos de los anuarios del Instituto Nacional de Estadística, son
también muy significativos. En Andalucía hay 36,8 habitantes entre 0 y 14 años por
cada unidad de preescolar y EGB, mientras que la media nacional es de 33,8 y en
Cataluña de 32,3. Del mismo modo la población entre 14 y 19 años por cada centro de
enseñanza secundaria es de 770 personas, mientras que la media nacional es de 654 y de
606 en la comunidad catalana. En cuanto al número de camas hospitalarias por cada mil
habitantes, la media en Andalucía es de 3,23, de 4,16 a escala nacional y de 5,04 en

67
Cataluña. En obras públicas, pese al esfuerzo realizado con ocasión de la Exposición
Universal de 1992, la dotación andaluza es de 227 kilómetros por cada 1.000 kilómetros
cuadrados de superficie, frente a 321 de la media nacional y 365 que registra Cataluña.
Cualquier otro indicador que se analizara vendría a redundar en lo mismo. El
Estado español muestra desequilibrios tan acusados que exigen que los niveles políticos
central y autonómico se refuercen el uno al otro, que tengan una gran capacidad de
negociación, de consenso y de pacto sobre los problemas estructurales básicos. Y exige,
por encima de todo, que ningún sector político o territorial pueda determinar por sí solo,
sobre todo si es minoritario, lo que deben hacer y aceptar los demás sin acuerdo de
éstos. Andalucía tiene un precio: el que se establezca de común acuerdo para intentar
reequilibrar las desigualdades regionales que subsisten en nuestro país; en definitiva, el
precio de la igualdad y la solidaridad entre las diferentes nacionalidades y regiones que,
de acuerdo con el texto constitucional, componen la Nación española.

Diario de Alcalá, 20 y 21 de febrero de 1997

La pregunta del billón


El Gobierno acaba de anunciar el inicio de una gran campaña para explicar la
financiación autonómica. Hace algunos días en esta misma Tribuna señalé que el PP
había cometido el error de convertir el problema de la financiación autonómica en un
asunto eminentemente técnico, cuando se trata de un tema de enorme calado político,
que afecta a la estructura del Estado, y por ello requiere la argumentación persuasiva
ante la opinión pública del cambio que se quiere hacer. Mi opinión estaba fundamentada
en los preocupantes resultados de una macroencuesta del Centro de Investigaciones
Sociológicas: casi el 65% de los ciudadanos afirma desconocer en qué consiste el
modelo de financiación autonómica. Pocos me parecen, pero en todo caso el tema
merece ser explicado. Trataré de aportar alguna luz a un asunto que es en lo
fundamental más sencillo de lo que parece, pero que, tras el nuevo giro dado a los
acontecimientos por el pacto entre populares y nacionalistas, plantea una cuestión que
hoy por hoy carece de contestación.
La cesión del 30% del impuesto sobre la renta de las personas físicas (IRPF) a
las autonomías pactado por populares y nacionalistas parece una medida global muy
positiva, como también lo fue en su momento la cesión del 15% decidida por el último
gabinete socialista en 1993. Se trata de una medida acertada porque significa
corresponsabilidad fiscal, esto es, transformar a las comunidades autónomas desde lo
que ahora son, meras unidades de gasto, en instituciones corresponsabilizadas en la
recaudación de impuestos, lo que suele tener un coste político y devendrá
necesariamente en favorecer una gestión más cuidadosa de los recursos públicos
descentralizados.
Centraré mi explicación en 14 de las 17 comunidades autónomas, porque las tres
provincias vascas y Navarra gozan, por razones históricas que no vienen al caso, de un
régimen fiscal propio amparado por la Constitución. Las bases de financiación del resto
de las comunidades se hallan también establecidas en el texto constitucional, en el cual
se afirma claramente que éstas deberán gozar de autonomía financiera con arreglo a los
principios de coordinación con la Hacienda central y de solidaridad entre todos los
españoles. La Ley Orgánica de Financiación de las Comunidades Autónomas (LOFCA),
aprobada el 22 de septiembre de 1980, vino a cumplir y a concretar este mandato
constitucional. Punto fundamental de esta ley, tanto con carácter general como para
poder explicar el caso que nos ocupa, es que en la misma se fijan las normas que deben

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seguir las comunidades autónomas para el establecimiento de tributos y recargos, al
tiempo que se establecen criterios para las asignaciones del Fondo de Compensación
Interterritorial, elemento básico para la corrección de los desequilibrios económicos
regionales.
Con respecto a las normas reguladoras de tributos y recargos, la LOFCA
concedía a las autonomías una capacidad normativa muy limitada, puesto que las
comunidades pueden establecer algún tipo de recargo sobre los impuestos estatales
cedidos y no cedidos que graven la renta o el patrimonio de las personas físicas con
domicilio fiscal en el territorio de la correspondiente comunidad. Recuérdese a este
respecto que, en uso de esa atribución de recargo, el Gobierno regional de Joaquín
Leguina intentó hace algunos años el establecimiento de un 3% adicional sobre el IRPF
de los madrileños; la medida, retirada por la presión política, pasó sin problemas el
filtro legal del Tribunal Constitucional. La novedad en el caso actual reside en la
modificación parcial de la LOFCA aprobada el pasado mes de diciembre que,
consensuada por populares y nacionalistas, amplía la capacidad normativa de las
comunidades autónomas, lo que permitiría a éstas no ya recargar, sino aliviar la carga
impositiva de sus residentes. Es obvio que esta capacidad de reducir el impuesto puede
causar graves desequilibrios territoriales, al tiempo que pudiera vulnerar también el
principio de territorialidad fiscal, al permitir que las comunidades autónomas adopten
medidas fiscales sobre bienes situados fuera de su territorio, aunque los mismos sean
propiedad de ciudadanos con residencia fiscal en ellas.
¿Cuáles son las principales objeciones que cabe hacer al nuevo modelo de
financiación autonómica? ¿Por qué se oponen andaluces y extremeños a la implantación
del mismo? Al margen de la indudable carga política partidista que encierra la adopción
de medidas no consensuadas, las razones tienen el suficiente peso como para ser tenidas
en consideración. En primer lugar, la cuestión de la capacidad normativa a que antes nos
referíamos que puede resultar moderadamente desequilibrante, y digo moderadamente
porque la propia LOFCA establece que cualquier cambio en el régimen impositivo no
debe representar una disminución en los ingresos estatales por el mismo concepto. Con
estas premisas, y habida cuenta de la más que presumible inconstitucionalidad de esta
medida, los nacionalistas catalanes se han apresurado a decir que no ejercerán tal
capacidad normativa. En segundo lugar, pero aún más importante, la cesión del 30% del
IRPF, se hace sin topes máximos, por lo que el incremento de lo recaudado por el IRPF
será mayor en las comunidades más ricas, lo que acrecentará progresivamente su
distancia en relación con las más pobres. La LOFCA asegura la financiación a cargo del
Estado de los servicios básicos promedios que no puedan ser sostenidos por cada
comunidad, pero la reducción de tales diferencias en renta y desarrollo sólo podrá
lograrse mediante una compensación del Fondo de Compensación Interterritorial.
Aunque el Fondo debe calcularse anualmente, las restricciones presupuestarias
lo mantienen congelado desde hace dos años. Y aquí está el auténtico nudo gordiano de
la cuestión: ¿de dónde van a salir las cantidades para engrosar el Fondo de
Compensación? Cómo se financiará este Fondo de modo que sea compatible con los
objetivos de Maastrich, es aún un misterio que el Gobierno ha de desvelar. La cifra es
astronómica, habida cuenta de que tan sólo en Cataluña Pujol ha cifrado en 194.000
millones de pesetas los ingresos adicionales que esa Comunidad ha de recibir en los
próximos cincos años.
Algunos expertos evalúan el coste suplementario entre 130.000 y 200.000
millones de pesetas al año, lo que situaría el coste en los próximos cincos años en una
cantidad cercana al billón de pesetas. No parece que para la elección de la cesión del
30% se haya elegido el mejor momento, ahora que se habla de recortes por doquier. En

69
cualquier caso, el cómo financiar el Fondo de Compensación Interterritorial hasta
alcanzar los niveles constitucionalmente exigibles, se ha convertido en la pregunta del
billón.

Diario de Alcalá, 28 de febrero de 1997

Marx y la nueva izquierda


Arriba parias de la Tierra, en pie famélica legión. Las primeras estrofas de la
Internacional se proyectan hoy sobre una realidad social muy diferente a la que existía
cuando se formuló el análisis marxista, durante muchos años piedra angular de las
propuestas políticas de la izquierda europea. Vivimos en un mundo que en los últimos
cincuenta años se ha transformado de una forma tan global y radical, y a una velocidad
tal, que todos los análisis previos, incluso los que en principio siguen siendo correctos,
simplemente deben modernizarse y actualizarse en la práctica.
Desde que la aplicación práctica del marxismo en los países comunistas se
comenzó a intuir como lo que luego ha demostrado ser, una buena parte de la izquierda
se apartó, como si de un apestado se tratara, de su tradicional instrumento básico de
interpretación y reflexión: el análisis marxista. Conviene, pues, recordar que lo que ha
fracasado es la aplicación práctica hecha por algunos de las teorías de Marx y Engels, es
decir, el marxismo-leninismo y sus variantes como forma de Estado o de gobierno, no el
marxismo en sus planteamientos analíticos o en su consideración esencial como lo que
es, una manera de pensar, un método, y una de las grandes contribuciones teóricas del
pensamiento político y social.
Como escribió Marx en las primeras palabras del Manifiesto comunista, "un
espectro recorre hoy Europa"; pero ya no es el espectro del comunismo, sino la falta de
confianza que amenaza a la izquierda. La crisis económica de los setenta y los ochenta
ha conducido a una situación paradójica. Mientras que la fuerza que la había provocado,
el capitalismo, salió reforzado gracias a la expansión de las doctrinas y políticas
neoliberales, la izquierda democrática inició un período de crisis ideológica en el que
todavía se encuentra sumida. Un poco atónita, desprovista de la herramienta analítica
que era el marxismo, la izquierda se muestra lenta en emitir mensajes y en formular
políticas basadas en un hecho que a muchos se antoja obvio: la esencia del capitalismo
sigue siendo cainita y rapaz, mientras que los valores e ideales que siempre influyeron
en los hombres en su lucha por el progreso -la igualdad, la libertad, la solidaridad-
siguen siendo buenos.
Para recuperar su papel de liderazgo, la izquierda debe situarse en el nuevo
marco de la globalización de la economía mundial, una realidad que la izquierda no
puede ni debe obviar. Esta nueva situación exige dos claras tomas de posición, una de
carácter económico, la otra de índole política. En el plano económico, hay que asumir
políticas macroeconómicas supraestatales de convergencia, en las que medidas como la
lucha contra la inflación deben ser consideradas como positivas y solidarias, en tanto en
cuanto significan mejorar las condiciones necesarias para crear empleo y sostener los
avances del estado de bienestar. A los irreductibles frente a la convergencia, a los que
mantienen una posición combativa desde posiciones marxistas, hay que recordarles que
Marx nunca preconizó un rechazo primario al capitalismo, sino que vino a enseñar que
el primer paso en la oposición a ese modelo injusto pero bien enraizado consistía en la
disección analítica del sistema, para introducir en él los mecanismos que hicieran
posible la implantación de reformas ventajosas para los trabajadores.

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En el contexto internacional la izquierda debe ir más allá, debe esforzarse ahora
más que nunca en equilibrar las terribles desigualdades entre países ricos y pobres.
Considerar que la clase obrera es la clase que puede representar y protagonizar el
progreso por no tener nada que perder, como decía Marx, es algo que ha dejado de tener
sentido en el mundo actual, en el que gracias a las conquistas sociales alcanzadas la
clase obrera tiene mucho que perder. En el Tercer Mundo es donde se encuentran los
parias de la Tierra, la famélica legión que protagonizará el progreso por tener como
única posesión las cadenas que la esclavizan. Los pobres del mundo pueden ser la
vanguardia del cambio social del futuro, los sustitutos del movimiento obrero
preconizado por el filósofo alemán como motor del cambio social del nuevo milenio. Y
es ahí, una vez más, donde deben regir los principios y los valores que han caracterizado
el pensamiento de la izquierda desde la Revolución Francesa.
En el marco global de la economía mundial, la izquierda debe insistir también en
la primacía del poder político y en el papel del Estado. Es obvio que el poder económico
y los mercados financieros en especial condicionan y tienen una fuerza inmensa,
apoyándose para ello en los nuevos fundamentalistas que preconizan que cuanto menos
Estado haya, mejor. En contra de ello, el poder político debe tener una gran influencia y
el mayor poder. El poder político, legitimado por el voto popular, tiene que permitir
corregir los excesos y los abusos que se cometen en materia de poder económico. No
todo puede ser mercado; que nos encontremos inmersos en economías de mercado no
significa que se confíe a éste la solución de problemas como la sanidad, las pensiones o
la educación. El mercado necesita regulación y eso sólo lo puede hacer el poder público.
El "proletarios de todos los países ¡uníos!” que cierra la última frase del
Manifiesto, merece ser reinterpretado. En el enfrentamiento a poderes fácticos cada vez
más poderosos hay que plantear seriamente la unión de la izquierda mediante acuerdos
estructurales, ideológicamente sostenidos, conducentes a políticas comunes y
temporalmente estables. Es indispensable superar los viejos resentimientos, es
imprescindible que la razón de izquierdas haga una crítica a la emoción de izquierdas.
Lo que debiera hacer la izquierda es lo que Marx sin duda hubiera hecho, reconocer la
nueva situación mundial; analizar las razones de los fracasos y éxitos de los
movimientos de izquierda y, hecho esto, formular no sólo lo que nos gustaría hacer, sino
lo que se puede hacer en unas sociedades que han superado con creces las enormes
barreras que delimitaban las clases sociales de hace algunas décadas, y que han hecho
de la fuerza del voto, y de los intereses que lo condicionan, el único camino de acceso al
poder. Hay que situar temporalmente al capitalismo como lo que es, una forma pasajera
del largo avance histórico de la humanidad y, sabedores de ello, sentar las bases para
inventar el futuro, pero sin renunciar a gobernar el presente e intentar transformarlo con
realismo y seriedad, porque la izquierda sigue teniendo la capacidad de ofrecer un
mensaje de justicia social a la mayoría de los ciudadanos.
Si analizada la situación actual creemos que la búsqueda incontrolada de
ventajas privadas a través del mercado produce resultados injustamente antisociales y
capaces de producir catástrofes socioeconómicas; si creemos que el mundo actual exige
un control público y una administración, gestión y planificación también públicos de los
asuntos económicos, nos hallamos entonces en la mejor situación para avanzar en la
unión de la nueva izquierda y, con ella, para inventar un futuro socialmente mejor y más
equilibrado.

Diario de Alcalá, 6 de marzo de 1997

71
Vigilancia ambiental
Una de las tendencias más claras en las sociedades desarrolladas en la segunda
mitad de este siglo es el interés cada vez más acusado por la protección, la conservación
y la mejora del patrimonio natural y del medio ambiente. Las demandas sociales de un
entorno más limpio, de un patrimonio natural mejor protegido y conservado y, en
definitiva, la preocupación por una mejor calidad de vida, entendida ésta no como un
insaciable sistema de esquilmación de los recursos naturales, sino como un modelo
equilibrado y sostenible de integración del hombre en la naturaleza, han provocado la
promulgación de un complejo entramado de normas legales que oscilan desde la
vinculación medioambiental a tratados internacionales del más alto nivel y la
integración de la temática ambiental en los textos constitucionales modernos, hasta la
redacción de prolijos reglamentos que tratan de ordenar el día a día de aquellas
actividades humanas que pueden afectar al medio ambiente.
La muchas veces vertiginosa actividad legislativa que ha caracterizado este
período ha conducido a lo que podríamos considerar un marco jurídico o normativo
moderadamente satisfactorio que, paradójicamente, no ha sido capaz de dar cumplida
respuesta a las agresiones que cotidiniamente continúa sufriendo nuestro entorno.
Reconocida la preocupación ciudadana y establecido un poderoso sistema de normas
reguladoras y sancionadoras, cabe preguntarse a qué se debe el considerable grado de
incumplimiento de aquellas. La respuesta se encuentra en uno de los documentos
medioambientales más importantes aparecidos en los últimos años, denominado
Estrategia mundial para la Conservación. En este documento, redactado por el
PNUMA, la UICN, y la WWF y suscrito por el Estado español, se hacen algunas
consideraciones genéricas que afectan de lleno al modelo organizativo medioambiental
español. De acuerdo con este documento, uno de los problemas más graves para la
conservación es la falta de aplicación de las leyes, que puede ser debida a que la ley no
sea aplicada porque existen conflictos entre los distintos organismos y departamentos.
Como solución, el documento propone que hay que prestar especial atención al
cumplimiento de la legislación ambiental, para lo cual es necesario contar con personal
adecuadamente capacitado y remunerado que se encargue de hacer acatar y vigilar el
cumplimiento de las leyes. En definitiva, el documento propugna el establecimiento de
marcos legislativos apropiados, pero también viene a subrayar la inoperancia de éstos de
no contar con una adecuada vigilancia ambiental.
Se entiende por vigilancia ambiental el establecimiento de los mecanismos
jurídico-administrativos oportunos y del personal cualificado necesario para hacer
cumplir la legalidad vigente en temática medioambiental. A juicio de muchos expertos
es en este punto donde radica el problema de la aplicación práctica del sistema
legislativo español en materia conservacionista y medioambiental. Porque si bien la
normativa medioambiental en el Estado español ha sufrido un incremento cuantitativo
impresionante en la última década, este incremento no se ha visto acompañado con el
establecimiento de una política racional de sistemas que vigilen el cumplimiento de
aquella.
El actual sistema de vigilancia ambiental en nuestro país está basado en la
aplicación de la propia Constitución. Debido a su juventud, nuestro texto constitucional
es de los pocos que contiene un artículo específico sobre medio ambiente. En el artículo
45 se establece que todos los españoles tienen el deber de conservar el medio ambiente,
aunque señala a los poderes públicos como los máximos responsables de velar por la
utilización racional de todos los recursos naturales , con el fin de (...) defender y
restaurar el medio ambiente. En esa responsabilidad medioambiental de los poderes

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públicos es donde se debe de encuadrar la vigilancia ambiental. Y no puede ser de otra
manera, ya que aparte de la propia Constitución, en las dos últimas décadas, y sobre
todo a raíz de nuestra entrada en la Unión Europea, la avalancha legislativa sobre
cuestiones ambientales ha sido de tal magnitud, que no cabe otra posibilidad que la de
establecer cuerpos especializados dentro de las distintas administraciones con
competencias en el campo ambiental.
Esta avalancha legislativa se ha producido a varios niveles: ratificación de textos
internacionales con valor de ley interna directamente aplicable (tratados, convenios,
pactos, acuerdos); adhesión a otros textos internacionales sin carácter vinculante, pero
con valor interpretativo en sentencias judiciales (el llamado “derecho blando”:
declaraciones, interpretaciones, programas de acción); transposición obligada a la
legislación estatal de normativa de la Unión Europea (reglamentos, resoluciones,
directivas); legislación básica estatal; legislación de desarrollo de la básica estatal o de
carácter específico por parte de las comunidades autónomas; ordenanzas y bandos de la
administraciones locales, etc. A todo esto hay que añadir la reciente entrada en vigor del
nuevo Código Penal, que contiene numerosos artículos dedicados al medio ambiente.
Para hacer cumplir todo esta normativa son muchas las administraciones que
existen en el estado español con competencias en el control ambiental: la propia Unión
Europea (Dirección General XI de la Comisión Europea), varios ministerios del
Gobierno central (Medio Ambiente; Interior; Agricultura, Pesca y Alimentación;
Fomento; Industria; Economía, Hacienda y Comercio), y los organismos encuadrados
en la Administración local (diputaciones, ayuntamientos y cabildos). Sin embargo, las
administraciones que cuentan con un mayor grado de responsabilidad son las
Comunidades Autónomas, ya que el artículo 148 de la Constitución les faculta para
asumir la competencia de gestión en materia de protección del medio ambiente.
Como consecuencia de todo ello, el actual modelo organizativo español se
muestra excesivamente disperso y poco satisfactorio en su aplicación práctica, por lo
que diversas instituciones y colectivos sociales han reiterado la necesidad de sustituir el
actual modelo por otro más operativo en el que las diferentes administraciones
conserven las competencias que constitucional y legislativamente le corresponden, pero
tendiendo a una reestructuración organizativa de carácter integrador que permita una
mayor eficacia en la vigilancia ambiental, al tiempo que potencie las posibilidades de
formación, de satisfacción en el trabajo y de promoción profesional del personal
encargado de la misma en cada Administración, lo que resulta imprescindible si se
quiere realizar una reforma positiva y eficaz en uno de los campos de actuación
medioambiental más necesitados de transformación.
Consciente de la necesidad de esta reforma, la Cátedra de Medio Ambiente de la
Universidad de Alcalá organiza las I Jornadas Estatales de Vigilancia Ambiental, que
con la participación de todas las administraciones implicadas y de especialistas en la
materia, deben servir como foro de debate, de análisis y de reflexión conjunta para que
se inicie el necesario proceso de modernización de la laberíntica estructura que la
vigilancia ambiental tiene en nuestro país. La Universidad se constituye así en el marco
institucional que le es propio, es decir, en el fomento de la innovación y del debate
tolerante con el fin último, en este caso, de conducir a una mejora práctica y
socialmente satisfactoria de la protección y conservación de nuestro cada vez más
deteriorado entorno.

Diario de Alcalá, 8 de marzo de 1997

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Educación, progreso y desarrollo
En la primera quincena de abril han visto la luz dos informes internacionales
que, aunque aparentemente desconectados entre sí, guardan una estrecha relación de
fondo y vienen a reflejar la estrecha conexión entre la educación, el progreso social y la
riqueza de las naciones.
El pasado mes de marzo se celebró en Nueva York una reunión conjunta de la
Comisión de la ONU para el Desarrollo Social y de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT). Entre las conclusiones más relevantes de esa reunión destaca una que
viene a negar el paradigma del capitalismo civilizado según el cual si un país crece todo
el mundo mejora. Si bien la constatación de este hecho no es nueva, los datos aportados
por el informe de Nueva York son concluyentes y certifican que aunque la globalización
de la economía ha generado desarrollo, las desigualdades han aumentado dentro de los
países (el incremento de la marginalidad y del desempleo en las naciones más
desarrolladas) y entre el Primer y el Tercer Mundo.
Así, a pesar de que el mundo produce hoy más riqueza, más de 1.300 millones
de personas viven en la pobreza, la mayoría en África y Asia. Vendría así a confirmarse
la vieja idea de que los países ricos crecen a costa de los pobres, algo que viene
sosteniéndose en diversos foros pero que la experiencia comienza a desmentir. Tres mil
millones de habitantes de las llamadas economías emergentes del Pacífico han acortado
distancias con el Primer Mundo en los últimos años, gracias a haber logrado unas tasas
de crecimiento espectaculares, superiores al 7% anual. La noticia es esperanzadora
porque si esos tres mil millones de personas que viven en China, en India, en Indonesia,
en Corea del Sur y en Singapur son capaces de resolver sus problemas por sí mismos, se
perfila un horizonte más humano, capaz de prestar mayor atención a los mil millones
más pobres, algo que ahora parece imposible.
¿Es casual el enorme crecimiento económico de algunos países como Corea o
Singapur? Me atrevo a decir que no, sino que, por el contrario, la tasa de crecimiento
está estrechamente relacionada con la capacidad de innovación de esos países y, por
ende, en la calidad de su educación.
Han tenido escaso eco en la prensa los resultados del Tercer Estudio
Internacional sobre Matemáticas y Ciencias, un test de conocimientos realizado entre
jóvenes pertenecientes a 41 Estados, cuyos resultados de 1996 han venido a demostrar
que los estudiantes de las naciones emergentes del Pacífico -en particular Corea del Sur
y Singapur, con esta última ocupando el número uno- demuestran un apabullante
dominio, en lo que a los conocimientos de esas materias se refiere, sobre los de los
países occidentales más desarrollados. Entre las causas del éxito de los países asiáticos
emergentes la única en la que existe consenso es la inversión en educación, y ante el
estancamiento de los salarios y el crecimiento de las desigualdades en las sociedades
occidentales, casi todos los indicios apuntan a las ineficiencias del sistema educativo.
Para quienes pertenecemos a esa especie en extinción de progresistas que
confían en los adelantos tecnológicos y en la instrucción pública como remedios contra
la injusticia social, el análisis conjunto de ambos estudios es una noticia alentadora.
Concretamente para nuestro país (dato para curiosos: en el estudio sobre matemáticas y
ciencias los estudiantes españoles ocuparon los puestos 31 y 27, respectivamente) todos
los estudios realizados por agencias internacionales acerca de las limitaciones
estratégicas a nuestro despegue económico coinciden en señalar las deficiencias en
comunicaciones y en educación como decisivas.
En ambos aspectos España ha hecho un importante esfuerzo en los últimos años,
esfuerzo que debe ahora consolidarse aunque la expectativas no son las mejores. De

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creer a la ministra de Educación y Cultura y a sus asesores -entre los que se cuenta el
inefable converso Ramón Tamames- la escuela debe someterse a las leyes del mercado,
por lo que sería necesario un cambio radical en el actual modelo de financiación,
promocionando como alternativa la desgravación fiscal. Lo cual, para entendernos,
viene a decir que habrá aún más dinero para los colegios de los ricos y que las escuelas
públicas tendrán menos profesores y más alumnos por aula, excelente camino para
profundizar en el tradicional descrédito social al que en nuestro país se ha visto
sometida la enseñanza pública. Con sus errores, que los ha habido y muchos, no cabe
duda del cambio espectacular operado en nuestro país en los últimos años gracias al
cual, y a pesar de todas las deficiencias, la enseñanza pública ha experimentado una
formidable mejora que, entre otras cosa, revitalizó la consideración social de nuestras
escuelas, institutos y universidades.
A quienes, quizá ingenuamente, nos parece de mayor interés social la apertura
de una escuela rural que la liga de fútbol profesional, a quienes pertenecemos a esa
estirpe de ilusos que creemos que la educación es un bien público y hemos depositado la
educación de nuestros hijos en la escuela pública, las iniciativas en materia de
educación de Esperanza Aguirre que parecen conducir a que la enseñanza deje de estar
regulada por el Estado y pase a ser regida por las leyes del mercado, nos llenan de
perplejidad y de alarma.
Como decía recientemente Muñoz Molina "uno no sabe en virtud de qué mezcla
de deliberaciones y de azar ha llegado a ser quien es ahora". Pero yo como él estoy
seguro de que quienes deben una buena parte de lo que hoy son a su paso por una
escuela o un instituto públicos, no permanecerán de brazos cruzados ente los intentos de
disminuir la calidad de nuestro sistema de Educación Pública. La educación es un bien
colectivo al que todos debemos poder acceder y por su valor intrínseco debe ser ajeno a
las leyes del mercado, por más que -como decía Machado- "todo necio confunde valor y
precio".

Diario de Alcalá, 28 de abril de 1997

Casas Viejas en Perú


En el mes de enero de 1933 una fracasada revuelta anarquista produjo
amotinamientos en diversos pueblos de España, en particular en algunos de la provincia
de Cádiz, que no hubieran tenido más consecuencia que la promulgación simbólica del
comunismo libertario de no haber sido por la brutal represión desatada por las fuerzas
de orden público en uno de ellos, Casas Viejas, donde todos los revoltosos fueron
aniquilados durante el brutal asalto o fusilados a posteriori.
Además de poner de relieve que la aplicación de la ley de fugas, ese "no dejar
prisioneros", es inherente a la personalidad de muchos responsables políticos y
policiales en cualquier época, este añejo suceso viene ahora a mi memoria tras los
acontecimientos de Lima porque la comparación entre uno y otro caso permite ver la
diferencia en hombría de bien entre un gobernante de profundas convicciones
democráticas, Manuel Azaña, y un dictador oportunista como Alberto Fujimori.
El suceso de Casas Viejas desencadenó a lo largo de 1933 una tormenta
periodística y parlamentaria en las Cortes de la II Segunda República, comparable a las
desatadas hoy por el asunto Gal. Muy escuetamente, lo acontecimientos sucedieron así.
Sublevados el 10 de enero de 1933, los campesinos de Casa Viejas destituyeron al
alcalde pedáneo, cortaron las líneas telegráfica y telefónica y, al entablarse un tiroteo
con los cuatro guardia civiles del pueblo, dieron muerte a dos de ellos. El día 11

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llegaron más guardias civiles y una sección de guardias de Asalto que dominaron
fácilmente la situación. Los campesinos huyeron campo traviesa, pero un viejo
anarquista de sobrenombre Seisdedos se hizo fuerte en su casa, acompañado de sus
hijos, sus nietos y sus dos vecinos. Hacia medianoche una compañía de Asalto con
ametralladoras, mandada por el capitán Rojas -más tarde terrible represor en la Granada
del 36 y responsable del asesinato de Federico García Lorca- llegó y se encargó del
asalto, para lo cual incendiaron la casa de Seisdedos. La matanza fue horrible; al intentar
huir de las llamas todos fueron acribillados a quemarropa. No pararon ahí los horrores.
Rojas ordenó después a los tenientes que procedieran a liquidar a todos los hombres del
pueblo que tuviesen armas. Si las tenían o no, nunca se supo, pero se llevaron a 12
hombres amarrados con cuerdas, que fueron allí ejecutados por Rojas y los guardias.
Las confesiones de un teniente de Asalto, Artal, descubrieron a la opinión
pública los horrores de Casas Viejas. Una campaña desatada por el ABC intentó
responsabilizar al Presidente del Consejo de Ministros Manuel Azaña, quien por
entonces despachaba los asuntos de Gobernación debido a la enfermedad del ministro
titular Casares Quiroga. Se hizo célebre una frase supuestamente telegrafiada por Azaña
“los tiros a la barriga, que no queden prisioneros”, enorme calumnia mil veces
desmentida por los hechos, pero que acompañó a Azaña hasta el fin de sus días. El
recuerdo de Casas Viejas y el amargor que le produce contemplar en muchos españoles
esa faceta cruel de la personalidad humana que permite asesinar en nombre del Estado o
de cualquier idea, son una constante en los diarios de Azaña.
“Hablando, hablando, fui dando suelta a mis sentimientos de repugnancia por la
campaña que se hace contra nosotros, y que por el deseo de derribarnos no se priva de
suponer que hemos ordenado las atrocidades de Casas Viejas, o las hemos ocultado; les
digo mi cansancio, el quebranto de mi voluntad, el horror que me produce el ambiente
en que nos movemos (…) Que hay en mi aprecio cosas superiores a la propia
República, y que yo no puedo sacrificar a la política lo que siempre ha estado lejos y por
encima de ella”. Esta palabras, dichas por Manuel Azaña a algunos de sus ministros y
recogidas en su diario el tres de marzo de 1933, van más allá del mero hastío de un
gobernante para quien la política fue una consecuencia y no un fín, porque para Azaña
hay valores humanos, personales, que van más allá de la enorme importancia que don
Manuel concedía a la República como forma de Estado. Como en otros pasajes de sus
memorias en que se lamenta del cainismo del pueblo español, sitúa a la vida como un
bien superior a cualquier otra consideración política. El Azaña gobernante nunca
hubiera ordenado una matanza como la ordenada por Rojas, ni mucho menos hubiera
rentabilizado políticamente un acto de tal naturaleza.
En otro tiempo, con otra escala, y con otros métodos y circunstancias, la
solución del secuestro de los 72 rehenes en la legación japonesa de Lima, no deja de
tener puntos de coincidencia con la adoptada en el pueblecito gaditano. Vaya por
delante que, fracasados los intentos de negociación, la solución dada por Fujimori era la
única que parecía viable. A quienes se rasgan las vestiduras no por el resultado final de
la acción -los 17 muertos- sino por la acción en sí misma, hay que recordarles que el
Estado tiene el derecho y el deber de emplear la violencia legítima frente a quienes
atentan contra derechos esenciales de la persona; y la libertad, junto con la vida, lo son.
Ahora bien, dicho esto, no cabe felicitarse por la acción emprendida por el otrora
golpista y hoy presidente peruano, tal y como algunos apresuradamente han hecho y de
lo que ahora comienzan a arrepentirse. La violencia legítima del Estado es un derecho,
pero como cualquier otro derecho, no es ilimitado. La orden dada o tolerada por el
presidente peruano de no dejar prisioneros provoca repugnancia, y no sólo por sus
resultados, también por comprobar la catadura moral del mandatario peruano, máximo

76
responsable de la liberación de los secuestrados, pero máximo responsable también del
cruel ajusticiamiento de unos desdichados guerrilleros cuya muerte -de confirmarse las
versiones dadas por algunos liberados y las lágrimas del obispo de Ayacucho abonan
esta tesis- podría haberse evitado.
Y, finalmente, la catadura moral del personaje Fujimori queda perfectamente
desenmascarada cuando teatralizó la toma de la legación japonesa disfrazado con
chaleco antibalas y botas militares. Las fotografías y las imágenes de televisión que le
muestran junto a los guerrilleros muertos como si de trofeos de caza se tratara, abundan
en la idea de que el presidente peruano está en la mejor línea de los más crueles
dictadores sudamericanos que retrataran Miguel Ángel Asturias, Augusto Roa Bastos,
Alejo Carpentier, Ernesto Sábato o Gabriel García Márquez. Fujimori se convierte así
en algo más que un sanguinario, en alguien que desprecia la vida humana y capitaliza
políticamente -en un país con el 80% de su población analfabeta- lo que no es más que
un asesinato, de Estado, pero asesinato. Avanza así un paso más, en ese inevitable
devenir que irá transformándolo desde un paternal dictadorzuelo al estilo de D. Porfirio
Díaz, hasta un Abddalón el exterminador, una transformación a la que, inevitablemente,
abocan todas las dictaduras.

Diario de Alcalá, 5 de mayo de 1997

El cupo
He dejado escrito en esta mismas páginas (El estado desequilibrado; 3-2-97) que
el desequilibrio territorial es, quizá, el problema político más importante de España. Y
es un problema siempre abierto, porque la Constitución no proporcionó una solución
definitiva, sino que estableció una vía basada en la elaboración de mecanismos -a veces
muy complicados y difíciles de entender- para lograr soluciones parciales que
transforman nuestro modelo de Estado autonómico en un sistema de equilibrio siempre
inestable y, por tanto, delicado de mantener. Por eso hay que felicitarse cada vez que se
avanza un peldaño en el afianzamiento de ese equilibrio inestable, y más aún cuando el
avance parece contar con el apoyo básico de todas las fuerzas políticas. Tal parece ser el
caso del acuerdo sobre el Concierto Económico, más conocido como el cupo, alcanzado
el pasado jueves quince por el Gobierno central y el Partido Nacionalista Vasco, en el
que las discrepancias de los partidos no participantes en el acuerdo van a ser más
formales que de fondo.
El sistema de cupo es uno de esos elaborados mecanismos sustentadores de
nuestro Estado autonómico que, por su complejidad técnica, no ha sido bien entendido y
por ello ha servido como argumento de algunos para clamar demagógicamente contra lo
que interesadamente califican como una nueva concesión del PP a los nacionalistas
vascos. Nada más lejos de la realidad. Aunque sí es criticable la elección del momento
de la aprobación, suscrita horas después de que el PNV prestara sus cinco votos en
apoyo de la ley del fútbol, ello no resta un ápice de legitimidad a unos acuerdos que,
firmados en 1981 con el frontal rechazo de la entonces Alianza Popular, requerían una
revisión en 1997. Tras estudiar con alguna profundidad el tema, trataré de explicar
brevemente cuál es el fundamento del cupo y de dónde surge la necesidad de
readaptarlo en el año en curso.
Para empezar, hay que asentar dos principios tan obvios como elementales desde
el punto de vista constitucional. Primero, las comunidades autónomas no son
homogéneas: ni en territorio, ni en habitantes, ni en aspiraciones políticas, ni en renta,
riqueza, cultura o lengua. Para lo que ahora nos importa, tampoco lo son en sus

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haciendas. Desde el punto de vista de la Hacienda dos comunidades autónomas a las
que denominamos forales, País Vasco y Navarra, tienen una fiscalidad muy diferente a
la de las autonomías de régimen común. Y esta disparidad no es una concesión del
moderno Estado democrático, sino que se trata de una pervivencia histórica de
situaciones del antiguo régimen, reconocida en la disposición final primera de la
Constitución de 1978. Sentada esta heterogeneidad fiscal, la siguiente premisa que hay
que considerar es que las comunidades forales están obligadas por la propia
Constitución y, por tanto, sujetas al principio de solidaridad interterritorial, lo que las
obliga a su participación económica en el Fondo de Compensación Interterritorial,
herramienta fundamental en la corrección de los desequilibrios económicos regionales
que son tan acusados en nuestro país.
Pasemos ahora a analizar el mecanismo corrector del cupo que atañe a las
comunidades forales. En el sistema foral las autoridades territoriales deciden (de
acuerdo con el poder central) los tributos (impuestos y tasas) que gestionan y cuyo
producto gastan, eso sí, tras pagar al Estado una cantidad como retribución por las
cargas generadas que les incumben en tanto en cuanto son partes integrantes de España.
¿Cuáles son esas cargas? Resumidamente pueden concretarse en tres grandes apartados.
El primero corresponde a los gastos que el Estado continúa haciendo en los territorios
forales (por ejemplo, el mantenimiento de infraestructuras estatales). El segundo
apartado corresponde a la contribución de las comunidades forales a las cargas no
transferibles del Estado, las cuales se refieren fundamentalmente a Asuntos Exteriores,
Defensa, Cortes Generales, Casa Real y algunas otras que no vienen al caso. Y en tercer
lugar, las comunidades forales están obligadas a participar en las transferencias
redistributivas, en especial en el Fondo de Compensación Interterritorial. Para resarcir al
Estado de la diferencia entre lo realmente recaudado y los gastos que corresponden a
aquel en concepto de los tres apartados anteriores, la autonomía vasca debe entregar una
cantidad anual, el tan mencionado cupo.
Veamos ahora como se calcula el cupo anual, lo que nos llevará de paso a la
conclusión de que el acuerdo suscrito el pasado jueves era poco menos que inevitable.
El régimen fiscal propio del País Vasco fue desarrollado por la Ley de Concierto
Económico de 1981, promulgada tras la firma de un acuerdo entre los gobiernos de la
UCD y del PNV. El mecanismo de fijación del cupo -esto es, la cantidad a pagar
anualmente por los vascos- se estableció por períodos quinquenales, transcurridos los
cuales deberían revisarse por la Comisión Mixta del Cupo. La revisión quinquenal
regulada por el Concierto (1988, 1992, 1997) se estableció en la citada Ley hasta el año
2001, en el cual la renovación del cupo debe establecerse por períodos de veinticinco
años. El cupo vasco partió de los 39.000 millones en 1981, alcanzó su cota máxima en
1988 (111.000) y decayó hasta los 72.000 en 1992, para ir disminuyendo
progresivamente desde entonces, lo que iba a conducir antes del 2001 a la situación de
cupo negativo de la que luego me ocuparé.
Cada cinco años el cálculo del cupo se realiza restando los gastos transferidos
del total de los gastos previstos en los Presupuestos Generales del Estado. Queda así una
cantidad que representa el total de los gastos del Estado por todos los conceptos,
excluyendo obviamente los transferidos al País Vasco. A esa cantidad se le aplica un
coeficiente del 6,24%, que es lo que los técnicos calculan que representa la aportación
del País Vasco a la economía española. Se obtiene así el llamado cupo bruto, esto es, la
participación de los vascos en los gastos no transferidos del Estado. De este cupo bruto
hay que obtener el cupo neto, o cantidad real que ha de ser satisfecha por la autonomía
vasca a la Hacienda central. Para calcularlo se hacen dos restas. Primero, se sustraen del
cupo bruto los ingresos obtenidos por el Estado con los impuestos especiales (y otros

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ingresos menores no concertados) en el País Vasco. Finalmente, a la cantidad obtenida
se le resta el 6,24% del déficit público español en concepto del derecho que tiene la
autonomía vasca, como las demás comunidades españolas, a aplazar con déficit los
gastos no transferidos del Estado.
En definitiva, el sistema de cupo es una excelente vía de corresponsabilidad
fiscal, que consiste en la financiación de todos los gastos con los propios impuestos. De
esta forma, el País Vasco paga su porcentaje -el cupo- en los gastos generales del Estado
español. El problema residía en que este porcentaje -y por tanto el cupo- iba
disminuyendo a medida que aumentaban las competencias transferidas al Gobierno de
Vitoria. De ahí que en pocos años -de no haberse revisado ahora el cupo- se hubiese
llegado a la indeseable situación de que la autonomía vasca recibiera (en lugar de pagar)
dinero por los gastos generales del Estado, posibilidad tan ilógica como cierta de
continuar con el actual mecanismo de aplicación del cupo.
La cesión del derecho a recaudar los impuestos especiales sobre el alcohol, el
tabaco y los combustibles aprobada el pasado jueves, supone unos ingresos para este
año en la Hacienda vasca de 127.782 millones de pesetas (el 6,24% de los dos billones
que la Hacienda central prevé recaudar en España este ejercicio por esos conceptos),
cantidad que rompe la dinámica descendente de la aportación vasca y aleja el peligro del
cupo negativo hasta el año 2001. Por todo ello, parece lógico congratularse de inevitable
acuerdo alcanzado, aunque no por ello puede ocultarse un hecho que acabará por causar
perjuicios futuros; y es que el acuerdo no ha sido logrado por consenso de todas las
fuerzas políticas, sino por pacto entre el PP y el PNV, y todo parece indicar que
catalizado por un trasiego de votos de intereses ajenos al problema autonómico que no
hacen sino enturbiar lo que hubiera podido ser un acuerdo suscrito por todos los
partidos políticos.

Diario de Alcalá, 20 de mayo de 1997

El milagro español
En un editorial de principios de mayo, el diario Financial Times llamaba la
atención sobre la euforia que intenta transmitir el Gobierno español, el único de los
gobiernos de la Unión Europea que no parece tener en cuenta la difícil coyuntura
económica que se avecina una vez que se supere el ciclo alcista de la economía y
aparezcan las limitaciones presupuestarias a que obligará la entrada en el euro. Criticaba
el editorial que para el Gobierno español "los buenos tiempos han llegado ya, los
criterios de convergencia están logrados y España ya puede sentarse a disfrutar de una
nueva edad dorada de rápido crecimiento, empleo creciente y precios estables". Tal es el
mensaje que, un tanto tautológicamente, se transmite a los españoles y que el resto de
los gobiernos europeos- más conscientes de la dura realidad económica que se avecina-
no transmite a sus ciudadanos, pese a que sus economías también marchan muy bien y
algunas mejor que la nuestra.
Viene a mi memoria este editorial tras leer unas declaraciones de Aznar en las
que nuestro presidente -como ya hiciera Luis XIV con el Estado- identifica su persona
con la actual coyuntura económica. "El milagro español soy yo", ha declarado José
María Aznar a un atónito corresponsal extranjero, británico por más señas, quien a no
dudar tendría muy presentes las citadas consideraciones del prestigioso Financial
Times. Quienes tuvieran la curiosidad de leer La Segunda Transición, el libro publicado
por Aznar poco antes de las últimas elecciones generales, no se sorprenderán por la
actitud ególatra de quien confundía en aquellas páginas una simple alternancia en el

79
poder con todo un cambio de régimen. Como el personaje de Chaplin en El Gran
Dictador, gusta nuestro presidente de un ficticio y ridículo culto a la personalidad que,
de nos transcender más allá de nuestras fronteras, movería a la risa. Porque una de dos,
o desea nuestro jefe de Gobierno que comulguemos con ruedas de molino o, lo que es
menos probable en la acrisolada cultura en que se forjan los inspectores fiscales, ignora
dos cuestiones que parecen elementales, a saber, la trayectoria cíclica de la economía y
el papel secundario que, en lo que a política monetaria y mercados financieros se
refiere, juegan los gobiernos en una economía globalizada. Y esto último más acentuado
en el caso español, cuya trayectoria económica no es sino una consecuencia de las
pautas marcadas por anteriores gobiernos, a su vez constreñidos por una política
monetaria diseñada a escala continental con el loable objetivo de hacer frente a unas
colosales fuerzas de capital financiero internacional poco proclives a crear milagros
económicos a escala nacional.
La experiencia histórica muestra que las magnitudes económicas evolucionan
cíclicamente, con altibajos. El reconocimiento de estas fluctuaciones fue primero
empírico, práctico, sufrido por hombres y mujeres en sus haciendas y bienes, y después
fue formulado teóricamente, con mayor o menor precisión, por un sinfín de
economistas. Así las cosas, no es necesario leer sesudos tratados de Teoría Económica
para tener conciencia de las fluctuaciones económicas; las crisis de subsistencia, algunas
de las plagas de Egipto, las hambrunas intermitentes, los períodos de vacas gordas y
vacas flacas, son referencias comunes en textos antiguos, entre otros en la Biblia. Desde
entonces, y al menos hasta el siglo XIX, la génesis de esas fluctuaciones se atribuía a la
voluntad divina. Con el desarrollo de la Teoría Económica se profundizó cada vez más
en el conocimiento de los ciclos económicos.
El libro más conocido sobre los ciclos es el Business Cycles, de Joseph
Schumpeter, del que no conozco ninguna traducción española que recomendar. La obra
es un prodigioso acopio de evidencias históricas y estadísticas sobre los ciclos
económicos, y una magnífica síntesis de las principales teorías -que son muchas,
variadas y a veces hasta divertidas- surgidas para explicarlos. Pese a la disparidad de
interpretaciones teóricas que van desde Juglar a Keynes, pasando por Marx y el propio
Schumpeter, todas ellas parecen coincidir en un punto: la duración aproximada de los
ciclos es de entre ocho a diez años de crisis a crisis. Si usted, lector, posee una buena
colección de anuarios corra a consultarlos y no se sorprenderá al encontrar que algunos
de los parámetros o indicadores macroeconómicos actuales -entre los más significativos
he encontrado el descenso porcentual de la inflación y el incremento del nivel del
ahorro- son similares a los alcanzados entre 1987 y 1989, único período en el que no ha
habido crisis económica en España desde 1977.
Además de la obra taumatúrgica de Aznar, son muchos los factores que han
incidido en la actual coyuntura económica que ahora disfrutan algunos. Y digo algunos
sin ningún ánimo peyorativo, porque si no que le pregunten a los cuentacorrientistas,
especímenes del mercado que han visto en dos años esfumarse más de la mitad de que
cobraban con los tipos de interés vigentes entonces. Como si de los tiempos bíblicos se
tratara, algunos de estos factores escapan al manejo humano y podrían atribuirse
esotéricamente a la voluntad divina. La excepcional cosecha agrícola y un invierno
especialmente cálido que ha requerido menos demanda de combustible para calefacción
-reduciendo con ello nuestro déficit comercial-, han sido dos elementos coyunturales
decisivos para estabilizar los precios.
Junto a estos factores casuales, la moderación salarial de los trabajadores y la
política de precios adoptada por las empresas españolas en aras de conseguir la
competitividad obligada por la integración europea, han sido también herramientas

80
coadyuvantes esenciales para la mejora económica. Naturalmente, el Gobierno no ha
sido ajeno a ella. El mayor mérito de los populares ha sido desmarcarse de las
objeciones a la integración en la política económica europea que mantenían cuando eran
indomable oposición durante los últimos mandato socialista. El continuar la senda
marcada desde la firma del Tratado de la Unión, olvidando algunos gritos autárquicos
surgidos de sus propias filas, ha permitido al Gobierno navegar muy eficazmente en la
misma nave económica alcista que el resto de sus socios de la Unión, y ello viene a
confirmar que el gran éxito de este Gobierno, la gestión económica, no ha sido sino la
crónica de una política anunciada, esto es, la continuidad de una política cuyo diseño y
cuyas pautas estaban marcadas en la no menos eficaz gestión del antiguo equipo
ministerial comandado por Pedro Solbes, a quien por cierto se ha tratado estos días de
vilipendiar.
Supongo que aturdida por la radiación embriagante de las cifras
macroeconómicas y la bonanza bursátil, la derecha española vive momentos de euforia
que, sin embargo, no ocultan un hecho fundamental: la economía de un país no es
únicamente la monetaria y la financiera, sino también la real, la productiva, la que
provoca crecimiento interno y descenso del desempleo. Claro que para desarrollar una
política productiva eficaz es necesario crear sensaciones de estabilidad no ya
económica, sino también política. Y es precisamente en esta faceta política -que supone
algo más que hacer una buena gestión de políticas diseñadas en otras esferas o en otras
circunstancias temporales- en donde el Gobierno, con su Presidente a la cabeza, está
mostrando una incapacidad tal que le impide rentabilizar estructuralmente una excelente
coyuntura económica.
Y como no crece la economía productiva, tampoco desciende el paro, cuyos
últimos datos revelan que el nivel de desempleo en nuestro país (21,4% de la población
activa) duplica la media de la Unión Europea (10,9%). Sería tremendamente injusto
imputarle al gobierno popular el triste récord de nuestra elevada tasa de desempleo, pero
no es menos injusto que Aznar se presente como responsable exclusivo de una situación
cuya responsabilidad última es de todos, y ello por no mencionar su pintoresca
presentación como un milagro en sí mismo. El verdadero milagro se produciría si de su
persona surgieran impulsos capaces de ilusionar, movilizar e integrar a la sociedad en
un proyecto común; hasta ahora no lo ha conseguido ni parece estar en el camino
adecuado. Mire el Presidente a su alrededor y ponga sus barbas a remojar: las buenas
cifras macroeconómicas no han bastado a Juppé y a Major para mantenerse en el poder.
Así las cosas, el "milagro económico español", el "milagro Aznar", puede ser tan
efímero como su propia presidencia. Los ciclos mandan.

Diario de Alcalá, 3 de junio de 1997

Veinticinco años después de Estocolmo


Hoy se cumplen veinticinco años de la clausura de la Conferencia sobre Medio
Ambiente Humano, más conocida como Conferencia de Estocolmo, una iniciativa de las
Naciones Unidas que significó la toma de conciencia de la humanidad con respecto a la
crisis medio ambiental a que estaba llevando el desarrollo incontrolado de la postguerra.
Veinticinco años después, bien merece la pena hacer una reflexión sobre algunas de las
cuestiones que se plantearon entonces por primera vez y que aún hoy permanecen sin
resolver.
"Nadie puede enamorarse de una tasa de crecimiento", proclamaba una pancarta
muy expresiva de la "revolución cultural" del Mayo Francés de 1968. Pocas frases más

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representativas de algo que hoy tenemos tan asumido que nos parece elemental: la
medición de la felicidad, del bienestar y del desarrollo no pueden reflejarse solamente -
como hasta entonces se hacía- a través de las tasas de crecimiento de la producción,
medidas por el rey de los indicadores, el venerado Producto Nacional Bruto. Sin
embargo, durante mucho tiempo, tanto los políticos como los teóricos del desarrollo han
sufrido de un obsesivo enamoramiento por el PNB. La Conferencia de Estocolmo
significó el inicio del fin de esa pasión, puesto que a partir de ella se cambió el enfoque
económico eminentemente desarrollista y se empezaron a plantear términos tales como
"desarrollo sostenible", "economía ecológica", "ecodesarrollo", "límites de los recursos"
o "sostenibilidad", hoy incorporados al lenguaje común de las gentes y afortunadamente
cada vez más imbricados en la toma de decisiones políticas y económicas.
Estocolmo fue el inicio de este nuevo enfoque económico-ambiental. Lo que
realmente surgió de Estocolmo, y más tarde se consolidó en la Conferencia de Río de
Janeiro de 1992, fue la conciencia de la necesidad de integrar desarrollo económico y
medio ambiente, contemplado este último no con una simple visión
hiperconservacionista o superproteccionista, sino como un problema de límites de los
recursos de la biosfera, los cuales no podían -y continúan sin poder- tolerar las
esquilmaciones que el desequilibrado desarrollo humano estaba cometiendo. En ese
desequilibrio, y en su influencia sobre las naciones pobres del mundo, radicó el
planteamiento de la resolución final de la conferencia de Estocolmo.
Efectivamente, la época de espectacular crecimiento económico de los años
cincuenta y, sobre todo, la de los años sesenta -la "década prodigiosa"- se llevó a cabo a
costa de una enorme degradación del medio ambiente y los recursos naturales. Aunque
los excesos del desarrollismo eran habitualmente justificados como "los inevitables
costes del progreso", las voces de alerta de los principios de los setenta sobre la crisis
ambiental (término hasta entonces nunca usado), por un lado, la contundencia de la
crisis económica iniciada a mediados de aquel decenio y la aparición de la crisis del
desarrollismo, por otro, provocaron la famosa polémica sobre "los límites del
crecimiento" y la percepción de una "crisis global de la civilización". A pesar del
triunfalismo desarrollista de los años sesenta, poco a poco se iba haciendo más evidente
que el aumento del crecimiento económico llevaba cada vez más consigo unos efectos
negativos que no se traducían directamente ni en una mejora de la calidad de vida de los
países industrializados, ni en descenso de la pobreza, ni en aumentos substanciales de
las condiciones de vida de los países más desfavorecidos. Era precisamente en los países
en desarrollo donde se hacía más palpable la redistribución poco equitativa de los
beneficios económicos conseguidos -el abismo existente entre los ricos cada vez más
ricos y los pobres cada vez más pobres, y la inexistencia de clase media- y la alarmante
degradación de su medio ambiente natural y social.
La conciencia de que el crecimiento por sí solo no bastaba, una realidad que hoy
han asumido por completo las nuevas generaciones, es una consecuencia directa de los
planteamientos surgidos de Estocolmo, más tarde concretados en las actuaciones
políticas del Programa 21 surgido a partir de la Conferencia sobre Medio Ambiente
Humano de Río de Janeiro de 1992. El haber logrado iniciar el camino en la confluencia
entre la "administración de la casa" o Economía y la "ciencia de la casa" o Ecología, es
el mayor resultado de la conferencia de 1972 porque, al contrario que en la actualidad,
en los preparativos de Estocolmo los términos medio ambiente y desarrollo eran
generalmente presentados como contradictorios y antagónicos.
Estocolmo significó el final de la etapa de la "inocencia ambiental" (décadas de
los cincuenta y sesenta) y el inicio de la etapa de la "preocupación ambiental", que ha
dado paso a innumerables informes y reuniones internacionales que tienen como eje

82
central la preservación del medio ambiente. Pero, lo que es más importante desde el
punto de vista práctico, es que dicha preservación se busca buscando la compatibilidad
entre medio ambiente y desarrollo y las respectivas estrategias de preservación y de
transformación productiva. Bajo aquella nueva perspectiva, la incorporación de la
dimensión ambiental a los modelos de desarrollo aportaba nuevos elementos a
considerar tanto para los países industrializados como para los países en desarrollo.
Veinticinco años después de Estocolmo cabe preguntarse si ha variado en algo la
situación que existía entonces y que aún se mantenía en Río 92. En el discurso de
inauguración de esta última, el entonces Secretario General de la ONU, Boutros-Gali,
recordó la triste paradoja de la Tierra enferma por exceso y por falta de desarrollo: "No
sé si las ideas guían al mundo, pero de todas maneras nada es posible sin ellas. Es
preciso comenzar por este esfuerzo de reflexión colectiva y armarnos de coraje, por
cuanto la reflexión encierra un riesgo: el de hacernos abandonar mitos, ideas cómodas y
principios económicos sagrados. Nuestra reflexión tiene un denominador común, el
concepto de desarrollo. La palabra desarrollo ha tenido una fortuna sin par, (...) pero
sabemos actualmente que si no logramos hacer evolucionar el concepto de desarrollo
llegaremos a una paradoja que nos podría hacer sonreír si no encerrara tantos
sufrimientos y tantos peligros: la Tierra está a la vez enferma de subdesarrollo y
enferma de desarrollo excesivo".
Coincidiendo con el veinticinco aniversario de la Conferencia de Estocolmo, el
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo ha publicado su informe anual
(Informe sobre el Desarrollo Humano 1997), en el que se pone de manifiesto que las
desigualdades siguen aumentando, sobre todo en lo que se refiere a la diferencia de
ingresos entre pobres y ricos, en ese abismo social profundamente injusto que refleja
palpablemente que el crecimiento de los ricos no "gotea" sobre los pobres, que cada vez
lo son más. En 1960 el 20% más rico de la población mundial registraba ingresos 30
veces más elevados que los que recibía el 20% más pobre. En 1990, la diferencia era
sesenta veces mayor, mientras que -de acuerdo con los datos del informe de 1997- la
diferencia ha pasado a ser casi ochenta veces mayor. Vienen estos datos a confirmar el
escepticismo con que algunos contemplamos a una sociedad impulsada por una cultura
técnicamente rica pero en la que la imprescindible solidaridad queda oscurecida por la
adoración del beneficio económico individual y al elogio de la competencia como
mecanismo esencial del mercado.
Se confirma así que el mayor peligro para la humanidad proviene de las propias
acciones humanas. Por eso, el mayor enemigo de la humanidad, como tantas veces se ha
dicho, es el propio hombre. Y solo fundamentándose en la solidaridad podemos pensar
en un futuro que sea ecológica, económica y socialmente sostenible. Solidaridad para
formalizar esa "alianza mundial" en favor del medio ambiente y del desarrollo
sostenible para todos los pueblos de la Tierra, una alianza que se gestó en Estocolmo,
nació en Río y que vive ahora una infancia titubeante que no debe durar demasiado
tiempo.

Diario de Alcalá, 17 de junio de 1997

La hora de la política
El mensaje de los electores alcalaínos en las últimas elecciones municipales de
1995 fue claro. La ciudadanía no quiso mayorías absolutas ni suficientes: quiso, por el
contrario, que los partidos negociasen para llegar a acuerdos con el fin de solucionar los
problemas de la ciudad. La etapa de los enfrentamientos exacerbados, de las

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descalificaciones personales o programáticas y de la parálisis presupuestaria debía darse
por concluida, dando paso con ello a un período en el que se impusiera la política del
diálogo, del acercamiento, del consenso y de los pactos con el objetivo principal de
garantizar el éxito de conducir a Alcalá hacia los retos de transformación que impone la
entrada en el tercer milenio, sobre todo en una ciudad cuya vocación había cambiado
desde lo industrial a lo cultural y terciario.
El consenso debía ser, en mi opinión, el eje de la gobernabilidad de Alcalá en la
legislatura municipal iniciada en 1995. Porque la gobernabilidad municipal, más que
ninguna otra, no es una simple cuestión de aritmética electoral, aunque sin duda exija
mayorías suficientes para sostener a un equipo de gobierno. Más allá de la simple
sumatoria de concejales, la gobernabilidad de las ciudades es una cuestión política que
depende de las exigencias y problemas a los que tiene que enfrentarse la sociedad.
Así las cosas, la decisión del electorado alcalaíno en 1995 fue clara: el PP
obtuvo la victoria, pero sin lograr la mayoría ni necesaria ni suficiente. Ante un partido
que se presentaba como de centro, el electorado le pidió exactamente eso: ser de centro,
dialogar, llevar al consenso y alcanzar un pacto de legislatura. El PSOE fue despojado
del poder quizá como castigo de sus "pecados", con el fin de que pasase un período
oxigenante de oposición. En este sentido, las posteriores elecciones generales de marzo
de 1996, en las que se anunciaba un descalabro electoral nunca producido, no fue sino la
confirmación de un hecho: el electorado reconocía los éxitos políticos del partido
socialista y, lejos de condenarlo a la desaparición como sucediera con UCD, le
encomendó el papel de fuerza alternativa seria capaz de retomar el gobierno.
Finalmente, la posición de IU como partido minoritario parecía querer recordar a la
coalición de izquierdas que tenía el papel de llave para la gobernabilidad de la ciudad.
En todo caso, los resultados de las elecciones municipales pusieron sobre el
tapete un hecho incuestionable: los pactos eran necesarios para alcanzar la
gobernabilidad. Y más aún, pactos y alianzas debían ser fruto de la transacción
razonable entre convicciones serias para que surgieran puntos intermedios de consenso.
Encontrar esos puntos era la tarea encomendada a los partidos y, sobre todo, de quien
pretendiera convertirse en alcalde de la ciudad.
Transcurridos más de dos años, el PP, que debía haber sido el impulsor de los
pactos de gobierno, no solo no ha generado políticas de consenso sino que ha sido
incapaz de presentar un programa propio de gobierno y desarrollo de la ciudad. Mal que
bien, su política se ha basado en la indefinición de lo futuro y en la gestión puntual para
resolver los problemas inmediatos más acuciantes. No es de extrañar, pues, que en
septiembre de 1997 el partido del gobierno se muestre incapaz de atraer voluntades para
aprobar su propio presupuesto, mientras se ofrece a gobernar –en un acto supremo de
incoherencia política, salvo que ésta se entienda en una defensa a ultranza del
mantenimiento en el poder- con los presupuestos que imponga la oposición.
Porque la gran novedad de este verano ha sido el acuerdo alcanzado por IU y
PSOE para la elaboración de un presupuesto común. Después de casi tres años de
desencuentros ambos partidos han sido capaces de interpretar el mensaje de los
ciudadanos y están en situación de presentar un presupuesto alternativo. El presupuesto
es, sin duda, el instrumento fundamental en la política a cualquier nivel: quien impone
el presupuesto debe gobernar. Gobernar con presupuestos ajenos supone un acto de
desvergüenza política cuya sola formulación teórica parece intolerable. Así las cosas, si
la izquierda alcalaína impone democráticamente su presupuesto, tiene que gobernar. Y
debe hacerlo desde el entendimiento, dentro de una política fluida, dialogante, que es la
que la ciudad reclama y merece. Ha llegado la hora de la política, entendida ésta como
la manera de examinar y emprender la administración y dirección de la sociedad dentro

84
y aun fuera de lo inmediatamente posible. Ahora, más que nunca, es necesario superar
los viejos resentimientos, es imprescindible que la razón de izquierdas haga una crítica a
la emoción de izquierdas. No hay que proponer lo que nos gustaría hacer, sino lo que se
puede hacer. Esto último, expuesto con claridad, es lo que el ciudadano quiere oir de
políticos y gestores. Y nada hay más propio del pensamiento de izquierdas que una
propuesta de esta naturaleza, porque está basada en el análisis racional de la realidad
social, punto de partida esencial para lograr lo que subyace en el pensamiento de
izquierdas: la transformación de la realidad. Porque, ¿cómo transformar la realidad si se
desconoce ésta? El horizonte progresista, ese transformar la realidad mediante la
planificación y ejecución de políticas tendentes a lograr la justicia social, sólo puede
emprenderse sin renunciar a gobernar el presente e intentar transformarlo con realismo y
seriedad.
Es necesario que la izquierda alcalaína reconsidere su política y sus perspectivas
en el marco de una ciudad muy distinta, con problemas muy diferentes y con un futuro
muy alejado del que existía cuando otro gobierno progresista comenzó a dirigir la
ciudad tras las primeras elecciones municipales democráticas. Si el análisis crítico de la
realidad y de sus condicionantes históricos es fundamental en el pensamiento de
izquierdas, la izquierda alcalaína debe reflexionar sobre lo realizado hasta el presente,
afianzando lo conseguido y enmendando los errores de proyección que sin duda han
existido.
El horizonte del tercer milenio permite columbrar una ciudad muy diferente de
la que se intuía en los albores de la democracia. Un diagnóstico serio del rumbo que ha
de tomar la ciudad y una exposición rigurosa de los instrumentos políticos, técnicos,
económicos y administrativos que es preciso poner en marcha es lo que la ciudadanía
demanda.

Diario de Alcalá, 21 de septiembre de 1997

Reflexiones de Guerra
Acaba de aparecer en las librerías el libro de Alfonso Guerra La democracia
herida (Espasa Calpe), una reflexión sobre algunos de los problemas que a juicio del
autor son fundamentales en el siglo XX. Aun considerando lo que escribiera Platón en
La República sobre la dificultad de congeniar en una sola persona al filósofo y al
político o al gobernante, el ensayo de Guerra es interesante no ya por lo profundo de sus
ideas, la brillantez de sus planteamientos o el estilo de sus párrafos, sino que la obra
debe ser justamente valorada por la personalidad de su autor, un político de intachable
trayectoria democrática, protagonista activo de la pacífica transición política española y
que ha ostentado importantes responsabilidades de gobierno en la historia reciente de
España. Como se deduce fácilmente de la lectura del texto, es también muy de
agradecer que el autor no se haya valido de profesionales interpuestos para escribir el
volumen, procedimiento muy al uso en la órbita política.
El nudo de La democracia herida es fundamentalmente uno: la democracia
actual está herida porque su esencia se ha desvirtuado por completo. El poder del pueblo
habría pasado desde los ciudadanos a los medios, de forma que la oferta política lejos de
ser una oferta ideológica diferenciadora se habría transformado en un recetario de
soluciones prácticas a los requerimientos de la población transmitidos a través de las
encuestas. Ahí estaría la clave de las escasas, por no decir nulas, diferencias que se
aprecian en los diferentes programas políticos; de ahí también la desesperada búsqueda
del centro político durante los períodos electorales; y de ahí también que sean los

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medios de comunicación -sobre todo la televisión- los que hayan alcanzado un poder
extraordinario para determinar el perfil y el discurso de los candidatos. Quizás lo más
sorprendente del libro sea constatar que un político profesional como Alfonso Guerra,
que se ha ocupado precisamente de esas cuestiones, que dirigió la maquinaria electoral
socialista con notable éxito durante catorce años y que hizo de las listas, de las
encuestas y del perfil de los candidatos la herramienta más útil para la consecución de
votos, parezca ahora sorprendido de la transformación que los medios han provocado en
el moderno proceso democrático. Empero, como también nos recordó Platón en La
República, el mundo de la política se halla en la caverna, donde la verdad no es nunca
del todo accesible.
En realidad, la democracia no ha dejado nunca de transformarse y de
evolucionar, como no podía esperarse menos de una idea, y de las prácticas concretas
que la hicieron posible, que arranca del siglo V antes de Cristo. Desde entonces, la
democracia ha sufrido cambios sustanciales que muy probablemente fueron también
catalogados como serias heridas por quienes tuvieron ocasión de otear críticamente sus
transformaciones más esenciales. La democracia surge en las primitivas ciudades-
Estado griegas y romanas como vía de participación directa en el gobierno; los
ciudadanos -reunidos en las ágoras- adoptaban asambleariamente las decisiones y se
rotaban periódicamente en el gobierno de las polis. El aumento demográfico provocado
por la expansión de las primeras civilizaciones democráticas hizo inviable el sistema
democrático de participación total en la toma de decisiones y en la gestión política. De
la democracia con participación plena se pasó a la democracia representativa: políticos
electos tomaron las riendas del poder por delegación del pueblo, que esta iba renovando
por períodos concretos. Ni que decir tiene que la delegación pasó a detentación y las
democracias se trocaron en oligocracias, primero aristocráticas y feudales, después
monárquicas y absolutistas.
Pero para lo que aquí nos trae, no es esta corrupción del sistema lo que importa
sino el hecho de que, en definitiva, el desarrollo del moderno Estado nacional volvió
obsoleta la ciudad-estado, en una transformación tan radical que para un ateniense
precristiano es más que probable que lo que hoy entendemos por democracia no lo fuera
en absoluto, sobre todo si se tienen en cuenta las consecuencias que ha tenido en la vida
y en las instituciones políticas ese cambio de escala desde la pequeña, íntima y
participativa ciudad-estado hasta los gobiernos gigantescos, más impersonales e
indirectos de hoy.
Una segunda transformación radical de lo democrático fue la aparición a partir
del siglo XVII de las modernas instituciones que hoy regulan la vida de las sociedades
libres, fundamentadas en un cuerpo ideológico que hoy nos parece elemental pero que,
en su tiempo, fue revolucionario. Me refiero a las ideas y doctrinas que los teóricos
llaman el republicanismo, cuya esencia es la separación de poderes, la promulgación de
constituciones, las declaraciones de derechos humanos o la abolición de la esclavitud
como expresión última de la libertad individual y de la igualdad de todos los los
hombres ante la ley.
En el pasado más reciente, el de la postguerra, se ha producido una nueva
transformación de la realidad democrática, que ha venido marcada en mi opinión no por
la tiranía de los medios a que se refiere el ensayo de Guerra, sino por la imposición de
lo que podría llamarse un modelo democrático uniforme: la democracia estadounidense
o democracia de las empresas. Porque como ha escrito Noan Chomsky en El miedo a la
democracia, los factores que condicionaron típicamente la política tras la Segunda
Guerra Mundial fueron la necesidad de imponer o mantener un sistema global útil al
poder del Estado y a los intereses estrechamente vinculados de los amos de la economía

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privada, y la de asegurar su viabilidad por medio de la subvención pública y de un
mercado garantizado por el Estado. Son los intereses empresariales quienes mantienen a
los estados mientras estos aseguren una forma democrática en la que los fondos
públicos subvencionen la investigación y el desarrollo, la producción y la exportación,
garanticen una ambiente favorable para las operaciones empresariales y que, en muchos
otros aspectos, sirva de estado de bienestar para los ricos. Pero en modo alguno desean
que el Estado tenga poder para interferir en las prerrogativas de propietarios y
directivos. Este conjunto determina un apoyo a las formas democráticas siempre y
cuando el dominio del sistema político por parte de las empresas esté asegurado.
La imposición urbi et orbe de la democracia al estilo norteamericano me parece
más crucial que la influencia de los medios en el desarrollo del proceso político, porque
ha producido un cambio drástico en el concepto de la democracia, que ha dejado de ser
un sistema en el que los ciudadanos pueden desempeñar un papel destacado en la
gestión de los asuntos públicos, para transformarse en un sistema político con
elecciones regulares pero con ningún desafío serio para el dominio financiero y
empresarial. La globalización de la economía, con la paralela pérdida de la capacidad de
los gobiernos para tomar medidas reguladoras de su realidad socioeconómica, se
columbra como la culminación de un proceso iniciado durante la guerra fría en el que
los medios de la comunicación y la publicidad no han sido más que herramientas de
unas decisiones de planificación mundial encaminadas a consolidar el poder empresarial
multinacional.
Desde el republicanismo del Siglo de las Luces, la democracia ha venido
suponiendo una continua lucha por ampliar el número de participantes en el gobierno y
por fijar las reglas de participación en éste. En mi opinión, se inflinge mayor daño a esa
tendencia hacia la participación ciudadadana por la imposición de unas reglas de juego
que incapacitan a los gobiernos para trazar sus destino al margen de la especulación del
capital financiero e industrial, que con cualquier otra alteración del proceso
democrático.
La cuestión a resolver es saber si se inflinge mayor daño a esa tendencia
generalista en la participación ciudadana por el poder de los medios y su capacidad de
trasladar información o con la incapacidad de los Estados para trazar su rumbo y fijar su
destino al margen de la especulación del capital financiero e industrial.

Diario de Alcalá, 7 de octubre de 1997

¡Fuego!
Los seres humanos vivimos en dos esferas. Como todos los seres vivos,
habitamos en un mundo natural -la biosfera- creado durante los casi 5.000 millones de
años de historia de la Tierra por procesos físicos, químicos y biológicos. El otro mundo
–la tecnosfera- es nuestra propia creación: ciudades, coches, industrias, granjas, libros,
ropas, alimentos y medicinas. Nos sentimos orgullosos y aceptamos la responsabilidad
de los sucesos que tienen lugar en la tecnosfera, pero no la corresponsabilidad de lo que
ocurre en la biosfera. Sus sequías, sus tormentas e inundaciones son "catástrofes
naturales" o "actos de Dios", ajenos al control humano y exentos de nuestra
responsabilidad.
Es claro que no es así. Junto a catástrofes naturales impredecibles, es obvio que
una buena parte de los desastres que se producen llevan el sello de la actividad humana,
sea por vía de la acción directa sea por la de la imprevisión. El mundo se ha visto
sacudido estos días por uno de esos desastres, el gigantesco incendio del bosque tropical

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de Malaisia, que tiene un doble componente: natural, provocado por las acciones
equilibradoras de la biosfera, y artificial, causado por la falta de control y el insaciable
apetito devorador de las empresas madereras.
Durante mucho tiempo se ha debatido acerca del papel del fuego en los
ecosistemas. Tras muchos años de investigación científica, hoy sabemos que el fuego,
lejos de ser un componente destructor del ecosistema, es en múltiples ocasiones un
rejuvenecedor esencial de la estructura y de la biomasa forestal. Cuando los bosques
maduran, la propia densidad de los árboles dominantes y de sus estratos subordinados
impiden la germinación de las semillas y el crecimiento de las plántulas lo que, en
definitiva, impide el rejuvenecimiento del ecosistema. La solución al problema viene
dada en determinados ecosistemas por la acción natural del fuego, que destruye zonas
de bosque maduro y favorece la regeneración a través de etapas juveniles que,
transcurrido un tiempo, regenerarán un nuevo bosque maduro. Este fenómeno conocido
como la sucesión pirógena (de pyros: fuego) es común en zonas climáticas con un
período de sequía en las que el fuego inducido por fenómenos naturales como el rayo, es
un factor decisivo en el rejuvenecimiento de las poblaciones vegetales.
Es por ello que en determinadas zonas de la Tierra estamos familiarizados con el
fuego que periódicamente, y siempre coincidiendo con la estación seca, se erige como
un riesgo catastrófico más para la tecnosfera que para la biosfera. La región
Mediterránea, en la que se halla inmersa la mayor parte de España, tiene un clima
caracterizado por la sequía estival, y de ahí los incendios forestales que nos acongojan
cada verano. Es obvio que, en condiciones naturales, la frecuencia y la intensidad de los
incendios nunca alcanzarían los valores que se alcanzan en los ecosistemas alterados por
el hombre porque la acción de éste incrementa el riesgo y facilita la extensión del fuego.
El caso español, con las prácticas de forestación con monocultivos de especies
altamente inflamables, nos es tan familiar como paradigmático.
Salvando las distancias, y no las geográficas sino las climáticas, lo acontecido en
Malaisia es un caso similar. Pese a que estamos acostumbrados a relacionar el bosque
tropical con lo permanentemente húmedo, existen dos grandes tipos de estos bosques,
los lluviosos o perennes, que viven en lugares sin estación de sequía, y los bosques
tropicales deciduos, que habitan zonas con un período más o menos prolongado de
sequía. El 59% de los 32.860 millones de hectáreas de la superficie de Malaisia son
bosques tropicales deciduos de un tipo especial muy extendido, el bosque monzónico,
cuyo ritmo anual de hidratación depende de las lluvias monzónicas de verano. Este año
el fenómeno meteorológico conocido como El Niño, que afecta al clima mundial, ha
provocado una gran sequía en la región y retrasado los monzones de agosto-septiembre,
los cuales –predicen los expertos climatológicos- no llegarán al menos hasta noviembre.
Hasta aquí el componente natural del problema ambiental del pavoroso incendio
de Malaisia, cuya enorme extensión –una superficie de 800.000 hectáreas; ¿se imaginan
a la Comunidad de Madrid ardiendo por completo?- no es explicable únicamente por
este mecanismo de regulación de la biosfera sino que hay que implicar –como cómplice
del desastre- a la voracidad de las compañías madereras. Porque el caso de Malaisia ha
saltado a los periódicos por el incendio, pero es menos conocido que ese Estado
indonésico deforesta cada año una superficie igual a la ahora incendiada, lo que indica
un ritmo de destrucción que acabará con sus bosques en un horizonte muy cercano.
Para lo que debe servir el incendio malayo es para volver a recordar el enorme
problema de la deforestación de nuestro planeta. En el tiempo que he tardado en
redactar el renglón anterior, una extensión de bosque tropical del tamaño de dos campos
de fútbol es destruida y una superficie similar es degradada. Tan extensa deforestación
tropical –que ocurre diez veces más rápida de lo que estos bosques están siendo

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reemplazados por la regeneración natural y la replantación humana- está sucediendo
cada segundo de cada día. Este es el verdadero problema: que el humo malayo no nos
oculte la realidad de un proceso que amenaza con alterar por completo el ritmo vital del
planeta Tierra.

Diario de Alcalá, 10 de octubre de 1997

El centro histórico
Si algo distingue a las viejas ciudades europeas de las modernas y funcionales
ciudades norteamericanas es el centro histórico; si algo separa a una verdadera ciudad
de esas indiferenciadas masas de edificios y calles que son las impersonales ciudades-
dormitorio, es el centro histórico. Mientras los civic center o los dowtowns de las
indefinidas metrópolis norteamericanas tienen una gran actividad comercial y
administrativa que los hace bullir durante las horas de trabajo, pero se convierten en
inhóspitos barrios fantasmas fuera de ellas, los centros históricos de muchas ciudades
europeas siguen conservando el papel que desempeñan desde el medioevo: son el ágora,
el foro, el punto de reunión, el lugar de encuentro y de convivencia del conjunto de la
población. Transplantados también a las antiguas colonias americanas como Nueva
Orleans, San Francisco, México, Cuzco o Lima, cuyo perfil urbano lleva hoy la huella
indeleble de las añejas plazas francesas, italianas o españolas, los centros de las viejas
ciudades europeas son una lección histórica y educativa que nos cuenta cada día cómo
fue la ciudad original y qué cambios sufrió en el transcurso de los años, pero, más aún,
su estado y el uso que de ellos hacen los ciudadanos son los mejores indicadores de la
cultura y de la educación cívica de la población.
Los centros históricos son también los grandes indicadores de la personalidad de
las ciudades porque, en definitiva, una ciudad es lo que su centro histórico significa. Lo
que distingue a Alcalá de Henares de otras poblaciones madrileñas que la superan en
renta o en número de habitantes es la fuerte personalidad que le confiere el pasado de la
mítica Iplacea, de la romana Complutum, de Alcalá la Vieja y de la villa renacentista
marcada por la impronta de los arzobispos toledanos, una historia enriquecedora que
vemos hoy reflejada en las viejas murallas, en los conventos recoletos, en las pequeñas
plazas empedradas o en las intrincadas callejas que son toda una lectura de la evolución
social de la ciudad; y, cómo no, también en los antiguos colegios, testigos mudos de
unos cambios que estremecieron hace más de cien años a la ciudad y que hoy son el
signo de la recuperación de una Alcalá cuyo delicado futuro debemos diseñar en este fin
de siglo.
El diseño de una ciudad no es cosa baladí y más cuando – como sucede en
Alcalá- se fundamenta en un cambio profundo de su componente socioeconómico que
implica, además, la proyección internacional como ciudad merecedora del
reconocimiento que su arquitectura urbana, su pasado histórico, sus señas de identidad y
su actualidad universitaria merecen. Por ello, el dibujo de una Alcalá que en el fin del
segundo milenio evoluciona desde una realidad industrial hacia un futuro marcado por
la educación, la cultura y el turismo, es uno de los problemas más agudos con los que se
enfrenta el gobierno municipal. Y el problema se acrecienta cuando se considera que el
centro de Alcalá, al contrario de lo que ocurre con algunas ciudades pletóricas de
edificios pero vacías de población, es el sustento de un importante núcleo de población
–el sector servicios en general, y el pequeño comercio en particular- cuyo presente y
futuro están estrechamente ligados al devenir del casco histórico.

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Así las cosas, no puede sorprendernos que los comerciantes alcalaínos hayan
expresado su protesta por la decisión adoptada en el Pleno municipal de impedir el
acceso al tráfico de vehículos en determinados días. El cierre del centro al tráfico
rodado es la crónica de una muerte anunciada: en un futuro a medio plazo el destino de
lo que fue el intramuros del recinto amurallado de la vieja Alcalá medieval quedará
cerrado al tráfico. La seguridad de esta aseveración se basa en el conocimiento de lo
que, progresiva pero incesantemente, está ocurriendo en otras ciudades europeas que,
poseedoras de ese tesoro urbano que es un hermoso centro histórico, siguen el esquema
general aprobado por las ochenta ciudades que suscribieron la Agenda 21, es decir,
diseñar las transformaciones de las ciudades desde la perspectiva de un modelo urbano
sostenible inspirado en los acuerdos de Río 92.
La aplicación de esos diseños de transformación superan el ámbito estrictamente
urbanístico porque afectan a la actividad socioeconómica de los ciudadanos y al
equilibrio medioambiental de la ciudad y de su entorno; de ahí que requieran la
elaboración de cuidadosos planes urbanísticos, socioeconómicos y ecológicos que
afectan al tráfico rodado, sí, pero también a las zonas verdes, a los parques naturales, al
agua potable y al alcantarillado, a la contaminación atmosférica y acústica, a la
educación ambiental y, en definitiva, al bienestar de los ciudadanos de hoy y del
mañana. Hoy más que nunca la ciudad debe ser entendida como un sistema complejo en
el que interactúan múltiples factores hasta constituir un equilibrio más o menos
armónico, cuya alteración debe ser cuidadosamente planificada si no se quiere provocar
el hundimiento del sistema.
Un cambio de la naturaleza urbana de la ciudad –a la que están abocadas todas
las urbes que quieran mantener vivo su pulso en los próximos decenios- requiere la
elaboración de un cuidadosísimo plan de transformación en el que el centro histórico es
una pieza importante, pero que no por ello deja de ser una pieza más, de un complejo
entramado de actuaciones que deben traernos la Alcalá del futuro. Y ese plan exige la
integración de todos las piezas del sistema urbano, no las actuaciones parciales en
algunos de los componentes que no hacen sino contribuir al aumento de una indeseable
entropía; y, todavía más, cuando de transformación profunda se trata, cualquier medida
que se adopte debe estar fundamentada en dos pilares esenciales: el conocimiento real y
profundo de los factores que inciden en el sistema y en cada uno de sus componentes, y
la participación de la ciudadanía tras un pausado procedimiento de información,
reflexión y participación en la toma de decisiones. De lo contrario, la entropía, el
desorden, acabará por engullir al ecosistema urbano.

Diario de Alcalá, 28 de octubre de 1997

La factura de Mesopotamia
Siete años después de la aprobación por la ONU de las sanciones internacionales
impuestas en 1990 a consecuencia de la invasión de Kuwait, Sadam Husein sigue
manejando Irak a su antojo, soporta el embargo que iba a traer su caída, y enfrenta ahora
a su población, cruelmente convertida en escudo humano, a la premeditada ira de los
Estados Unidos.
¿Qué o quién mantiene a un tirano como Sadam en el poder? ¿Acaso los Estados
Unidos con el apoyo incondicional de sus aliados occidentales son incapaces de
derrocar a quien se atreve en poner en peligro el equilibrio mundial? Un corto repaso a
las hemerotecas y una ojeada aún más breve a la historia del territorio, a la vieja

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Mesopotamia donde estos días se desenvuelve el conflicto, permite columbrar una
respuesta coherente a estas dos cuestiones.
Sadam Husein existe por lo mismo que Irak existe: porque lo quieren los Estados
Unidos. Con ocasión de la guerra del Golfo, el general Norman Schwartzkopf,
comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses, declaraba en la primera página del
New York Times que "sus tropas podían arrasar Irak", pero advertía que la total
destrucción de este país podía no ser "interesante para el equilibrio de poder a largo
plazo en esta región". Días más tarde el mismo diario neoyorquino recogía las
declaraciones de William Crowe, antiguo presidente de la Junta de Jefes del Alto Estado
Mayor, según las cuales los Estados Unidos y sus aliados podían "convertir Bagdad en
un solar de aparcamiento", si bien matizaba que tal posibilidad no era aconsejable dado
que "muchos árabes se ofenderían profundamente por una campaña que mataría
necesariamente a gran número de sus hermanos musulmanes". En definitiva, los Estados
Unidos podían aniquilar unos cuantos millones de personas y borrar un país de la faz de
la tierra, pero la exterminación masiva podría ser tácticamente imprudente,
políticamente inconveniente, peligrosa para los intereses norteamericanos en la zona.
Ambos resumían un principio que ya enunciaron los británicos cuando, a
principios de este siglo, repartieron el poder político del antiguo imperio babilonio entre
monarquías de novo, regímenes afectos y emiratos árabes títeres, mientras reservaban
las riquezas del subsuelo para las grandes compañías petrolíferas inglesas y
norteamericanas, todo ello bajo la premisa fundamental de que los árabes no tenían
ningún derecho sobre el petróleo que un accidente geológico políticamente incorrecto
colocó bajo sus pies. Es evidente que esta doctrina churchilliana -Sir Winston era
ministro para las colonias tras la primera guerra mundial- no resulta muy popular entre
los árabes de la zona y, como cabía esperar, Sadam, convertido en torpe caricatura de
Nasser, lo aprovecha. De ahí su insistencia en que el problema sea considerado por la
ONU como "un problema árabe"; de ahí también que con motivo de la invasión de 1990
el dictador iraquí justificara su agresión como un acto noble "en defensa de la nación
árabe" afirmando algo que es incontestable, que Kuwait era una entidad artificial, "parte
del legado de los colonialistas europeos que dividieron al mundo árabe en favor de sus
propios intereses egoístas". Capitaliza así una tendencia caudillista muy arraigada en la
zona y agita un nacionalismo árabe que fue visto desde los tiempos coloniales como el
mayor peligro para los intereses económicos occidentales en Oriente Medio.
No debe, pues, extrañar que las amenazas de Sadam Husein -entre las que se
cuenta arrasar Israel- generen apoyo incondicional entre millones de árabes sin
derechos, que le consideran una celebridad y que podrían desencadenar el desorden civil
en los estados árabes conservadores y moderados, esto es, en los regidos y gobernados
por príncipes graduados en escuelas empresariales europeas y norteamericanas que, a
los ojos de las masas populares árabes, no son más que empresarios occidentales que se
enriquecen hoy pero que malvenden su único recurso en beneficio del bienestar y el
derroche de las elites occidentales.
Sadam, díscola y equívoca marioneta pero marioneta al fin y al cabo, cruel
personificación del "de lo malo lo mejor", cuenta con dos puntos contrapuestos a su
favor. Por un lado, es lo suficientemente fuerte como para mantener un país unido en un
territorio donde la estabilidad significa todo. Por otro, es lo bastante débil como para no
ser una amenaza seria. No conviene perder de vista cuáles son las alternativas iraquíes
al poder absoluto de Husein. En el norte del país, los kurdos tienen proclamada la
independencia desde octubre de 1992 y están en abierta guerra con el gobierno central,
pero una alternativa kurda a Sadam es impensable, sobre todo si se tiene en cuenta que
el otro gran actor en la crisis kurda, Turquía -un país donde la enorme población kurda

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(no reconocida como tal) sufre una gran represión-, es un miembro de la OTAN. En el
sur, el régimen iraquí está presionado por los chiítas, el gran problema integrista
panárabe. Ni los unos ni los otros pueden ser el origen de un líder de recambio y,
mientras no lo haya, merece la pena mantener en el poder a un sátrapa sobre el cual, de
cuando en cuando, se pueden hacer demostraciones de fuerza que de camino sirven de
escarmiento para posibles díscolos de la zona, y cuya sola presencia en el poder
incrementa las ventas de la industria armamentística americana entre los gobiernos
rivales.
Como medida sedicentemente democratizadora el régimen iraquí propuso un
referéndum para que se votase la continuidad de Sadam Husein hasta el año 2002. El
presidente lo ganó con el 99,5 por ciento de los votos. No serán, sin embargo, los
manipulados votos de gente hambrienta y oprimida los que le mantengan en el poder.
Con la amenaza integrista en todo el mundo árabe, Estados Unidos optó en 1990, tras la
torpe invasión de Kuwait, por congelar el problema iraquí hasta que estuviera resuelto el
equilibrio en Oriente Medio, un problema que consume millones dólares, tiempo y
energías a la diplomacia norteamericana. El mantenimiento del régimen de Sadam era la
coartada perfecta para mantener una tutela -vía ONU- de un país esencial como barrera
frente a los integristas del vecino Irán. Ocurre sin embargo que la oposición interna
amenaza con socavar al propio Sadam, uno de cuyos principales aliados, los árabes
sunitas, han protagonizado varios intentos de golpe de estado desde 1995.
Desprovisto del apoyo sunita, amenazado por kurdos y chiítas, Sadam vuelve a
actuar a la desesperada, busca el apoyo de un pueblo influenciado por la propaganda
que no ve al enemigo en casa, sino en los tradicionales manipuladores de la paz
mundial. Cuantos más muertos haya con las bombas norteamericanas, más fuerte será
Sadam, un dictadorzuelo convertido en líder antiamericano de una desgraciada
Mesopotamia que, perdido su esplendor, está condenada a pagar la factura del derroche
energético del mundo occidental.

Diario de Alcalá, 18 de noviembre de 1997

La ciudad de los muñones


Cuenta Hernán Pérez del Pulgar, cronista de la conquista de Granada, que los
Reyes Católicos hicieron caer sobre los montes de los alrededores del reino granadino
más de 40.000 hacheros con el solo objetivo de arrasar todo el arbolado que constituía
el patrimonio natural y el orgullo del reino nazarita. Arrancada de mi subconsciente,
donde reposaba como una lectura de hace más de veinte años, la crónica de Pérez del
Pulgar viene a mi memoria después de dar un paseo por las calles de Alcalá, convertida
en ciudad de los muñones tras el paso de una poda cruel e insensata que ha
transformado lo que debieran ser portes elegantes y esbeltos en deformes espectros
mutilados.
Sostienen algunos que la ciudad, a la que pomposamente denominan ecosistema
urbano, necesita pulmones y de ahí que requiera parques, jardines y arbolado. Es cierto
que los árboles enriquecen nuestro ecosistema absorbiendo para sí maléficos dióxidos y
devolviéndonos generosamente salutífero oxígeno, pero esto es conocimiento reciente
que no explica el secular afán del hombre civilizado por llevar al árbol consigo, por
mantenerlo en espacios urbanos concebidos para lo humano y no para lo agrario. Sin
embargo, desde que el hombre se volvió civilizado, es decir, desde que forma civitas,
ciudades, el árbol lo ha acompañado como un fiel, generoso y silencioso amigo. Todas
las civilizaciones que han sido, fueron y serán se han acompañado y enorgullecido de su

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arbolado; la riqueza de las ciudades, de los reinos y de las naciones ilustradas ha tenido
tradicionalmente su expresión en la magnificencia de sus parques, en el cuidado de sus
jardines y en el amor por su arbolado.
El árbol, y esto lo saben bien en muchos pueblos castellanos que conservan las
viejas y nudosas olmas en el corazón de esas ágoras que son las plazas públicas, tiene
mucho de totémico, de viejo dios tutelar de los castros celtibéricos que diariamente nos
recuerda -como el esclavo que siempre acompañaba a Julio César para recordarle que
era hombre y no dios- todo lo que debemos a la naturaleza y todo lo que ésta tiene de
bella y de generosa en el mantenimiento de la vida sobre la tierra. Los árboles son en las
ciudades la manifestación de nuestra dependencia con la naturaleza, y ese
reconocimiento es por sí solo testimonio de la inquietud cultural de sus habitantes. El
árbol es, pues, testimonio de sensibilidad y manifestación externa de ilustración y, por
lo mismo, el maltrato al árbol es síntoma inequívoco de incultura, de estulticia, de
ignorancia y de desgobierno.
Nada tengo que ver con el mal gobierno que es de suponer en ediles que
fomentan, perpetran o simplemente toleran la poda arboricida que cada año veja,
cercena, mutila y deforma los árboles alcalaínos, pero me veo en la obligación de salir
al paso denunciando estos atropellos edilicios, no sea que visitantes más sensibles de lo
que parecen ser los habitantes complutenses me hagan cómplice silencioso -siquiera sea
por mi condición de catedrático de Botánica- de quienes anualmente infligen tan
siniestro atentado contra la naturaleza urbana.
Con demasiada frecuencia quienes conocemos algo de nuestra profesión nos
vamos por los cerros de Úbeda del conocimiento científico y no nos pronunciamos con
la suficiente claridad como para que nos entiendan los profanos. Por eso, quiero ahora
pronunciarme con absoluta nitidez: los árboles no son construcciones humanas que
puedan ser manipuladas a voluntad, sin juicio, motivo, ni razón. Cuando los árboles se
encuentran en su ambiente natural, en montes, bosques, sotos y forestas, tienen un
maravilloso sistema de autocompartimentación de partes dañadas y muertas, un sistema
de autopoda natural si se quiere llamar así, que además de ser un prodigio de la
evolución inexistente en el mundo animal, confiere a cada especie arbórea su especial
porte y fisionomía. Así pues, por definición, por su propia naturaleza, los árboles no
necesitan poda ¿Es esto tan difícil de entender?
Ahora bien, hecha esta afirmación cuya obviedad produce sonrojo, tampoco
conviene olvidar que desde que el hombre devino en agricultor aprendió a domeñar la
naturaleza en múltiples formas. La silvicultura, la arboricultura ornamental y la
fruticultura han sido manifestaciones de este manejo antrópico de la naturaleza. La poda
ha sido una técnica habitual en el manejo de los árboles forestales, ornamentales y
frutales, pero siempre con un criterio selectivo: obtención de más leña del tronco en
perjuicio de las ramas, en el caso de la silvicultura; mejora de la capacidad productora
de frutos o de la facilidad de recolección manual de estos, en el caso de la fruticultura;
logro de formas caprichosas en setos, parterres y avenidas, en el caso de la arboricultura
ornamental. Solo en estos casos se justifica la poda, es decir, cuando se quiere
seleccionar o domesticar una determinada característica del árbol; por eso, los técnicos
forestales justifican la poda solo cuando es selectiva, cuando busca un fin, lo que en
absoluto ocurre con las mutiladoras podas indiscriminadas a que se ve sometido en
Alcalá el arbolado urbano.
La única justificación para la poda del arbolado urbano es la seguridad vial. En
efecto, el sistema de compartimentación corporal con que los árboles se autopodan
puede representar un relativo peligro para los viandantes. Y digo relativo, porque las
ramas no caen de inmediato sino que se mantienen muertas sobre el árbol largo tiempo,

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anunciando durante meses e incluso años el fin de su actividad vital. Así las cosas,
bastaría hacer una poda selectiva cada año, buscando, marcando y eliminando
únicamente las ramas potencialmente peligrosas, para mantener un arbolado sano y con
un crecimiento natural y vigoroso.
No se ha adoptado esta solución, sino que se opta por la poda salvaje, irracional
e indiscriminada que cada año transforma las calles de Alcalá en un espantoso cortejo
de árboles mutilados, en una esperpéntica representación de vegetales lisiados que,
además de atentar contra el buen gusto, supone un cruel atentado contra unos seres
vivos que silenciosamente vienen prestando sombra, compañía y aire puro, poniendo
belleza en nuestras vidas y recordándonos la relación que tenemos con el mundo
natural.
Quede dicho a quien corresponda en esta ciudad de los muñones: las podas que
cada año mutilan el arbolado son tan crueles como innecesarias, y ponen de relieve la
desidia, la ignorancia, el desconocimiento o la estulticia de quienes gobiernan una
ciudad que quiere pasar por capital de la cultura, patrimonio de la humanidad y ejemplo
de integración urbana. Si la ciudad con su silencio puede resultar cómplice de tan
arboricidas munícipes, quede reflejo en estas líneas de mi enérgica protesta por lo que
no son otra cosa que estragos edilicios más propios de cerriles aldeas que de doctas
villas supuestamente cultivadas.

Diario de Alcalá, 21 de noviembre de 1997

El clima en Kioto
Comenzó ayer en Kioto, Japón, la Convención de las Naciones Unidas sobre
Cambio Climático, en la que 171 países intentarán -y es de temer que no conseguirán-
adoptar acuerdos conjuntos para reducir o limitar la emisión a la atmósfera de partículas
y gases contaminantes, en particular de aquellos gases como el dióxido de carbono, los
óxidos de nitrógeno o el metano, pero sobre todo del primero, a los que se
responsabiliza de provocar el efecto invernadero y de cambiar con ello el clima de la
Tierra.
He enfatizado el verbo provocar porque, con demasiada frecuencia, cuando se
lee o se escucha sobre estos temas, los bienintencionados redactores, escritores u
opinantes no vacilan en usar ese verbo, lo que inevitablemente lleva a la opinión pública
a pensar que el efecto invernadero es cosa nueva, invento postmoderno provocado por
las perversas manos humanas en el último siglo, y no un sistema de equilibrio natural
sin el cual sencillamente no existirían los actuales organismos vivientes sobre nuestro
planeta. Porque por ahí debieran empezar todas las exposiciones sobre la materia: el
efecto invernadero es un sistema natural que permite el paso de la radiación solar, pero
que impide la salida al espacio del calor, y de ahí que regule de forma idónea el clima
planetario.
Ahora bien, como todo sistema natural, la atmósfera se encuentra en un estado
de equilibrio (aquí quizá debiera apresurarme a escribir “delicado equilibrio”, como es
práctica común en todo texto de activismo verde militante) que, de acuerdo, con
numerosos indicios -y enfatizo indicios- parece que pudiera -y reitero el énfasis para
ambos verbos- ser afectado por las emisiones contaminantes de origen humano, en
particular por las derivadas del transporte y la industria, pero también -y a veces muy
sustancialmente- por las producidas en actividades domésticas y agropecuarias.
Las cautelas introducidas con el énfasis dado a los verbos anteriores se
entenderán si digo que en repetidas ocasiones he adoptado una postura ecorrealista al

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adherirme a un grupo de científicos -a los que en estas mismas páginas bauticé como
cambioescépticos- que piensa que el conocimiento del cambio climático está todavía
falto de una base metodológica y analítica suficiente como para pronunciarse con la
rotundidad con que lo hacen algunos acerca de sus posibles causas y sus siempre
nefastas consecuencias. Quienes nos alineamos en este por ahora ingrato campo, somos
conscientes de que nada más lejos de la realidad que pensar en la inmutabilidad de la
biosfera o de cualquiera de sus componentes y, además, sabemos que si ha existido un
factor abiótico oscilante en la historia de nuestro planeta ese ha sido el clima.
Asumiendo estas dos aseveraciones de Perogrullo, que sin embargo algunos
gustan olvidar, lo que sostenemos los cambioescépticos -en una postura que
climatológicamente hablando pudiera catalogarse de agnóstica, pero nunca de atea- es
que los factores que provocan el cambio climático son tan diversos y múltiples que los
actuales modelos que están utilizando físicos y matemáticos para su interpretación son
lo que la alquimia medieval a la química del siglo XX: esbozos de ciencia. En un
mundo incapaz de predecir lo que pasará mañana con el índice Dow Jones, embarcarse
en pronósticos meteorológicos a cien años vista usando como instrumentos esos ábacos
en que se transforman los superordenadores cuando los datos de base son confusos o
desconocidos, nos parece cuando menos aventurado.
Y lo que parece algo más peligroso que aventurado es que toda la parafernalia
provocada por la búsqueda de la nueva piedra filosofal del origen del cambio global,
ahora centrada en la bien conocida corriente de El Niño, toda esa parafernalia repito, y
con ella todo el interés de la opinión pública, se esté desviando del problema más
inmediato: la contaminación que nos ahoga hoy sin que tengamos que esperar al cambio
climático del mañana. Porque el cambioescepticismo militante no impide reconocer el
daño que la contaminación produce directamente en los ecosistemas y en la salud de los
organismos vivos, e indirectamente en la estabilidad de la biosfera en su conjunto, daño
que debe llevarnos a cambiar nuestros sistemas energéticos de producción y, más aún,
porque ahí le dolerá a algunos, nuestro estilo de vida en aras de reducir todo lo posible
el perverso efecto de la tecnosfera sobre la biosfera, sin que por ello haya que retornar a
la vida cavernícola como parecen pretender algunos modernos ayatolás del activismo
ultraverde.
Así las cosas, el cambioescéptico que escribe estas líneas comparte la posición
de los países que acuden a Kioto con el ánimo de conseguir reducir la emisión de los
volúmenes de gases contaminantes en una proporción algo más que simbólica. La
Unión Europea lleva esa postura que, finalmente, no triunfará habida cuenta las
discrepancias existentes en el seno de la Unión. Como en el caso de la reciente cumbre
del empleo de Luxemburgo, el gobierno Aznar lleva el paso cambiado y acude a Kioto
con la pretensión de ver aumentada su cuota emisora en un 17 por ciento con respecto a
lo que consiga el conjunto de los países comunitarios.
Con esta postura, el gobierno español, hoy como ayer, se alinea con los países
más reaccionarios desde el punto de vista ambiental: Australia, Japón y Estados Unidos.
Se convierte así España en un epígono ridículo de unas potencias industriales cuyo
egoísmo económico está arrastrando a una crisis ambiental que se refleja en el sucio aire
que respiramos, en la contaminación de las ciudades, en la muerte masiva de los peces
en los cauces fluviales, en la pérdida de biodiversidad y en la lluvia ácida que asesina a
nuestros bosques. Que cambie también el clima, esa es otra historia.

Diario de Alcalá, 3 de diciembre de 1997

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Ancha es Castilla en Kioto
Con objeto de tratar los fenómenos ligados al cambio climático en general, y a la
reducción de los contaminantes que lo aceleran en particular, 171 naciones han sido
convocadas este mes de diciembre en Kioto (Japón) a la II Convención sobre Cambio
Climático. En el momento en que escribo estas líneas, en vísperas del inicio de la
cumbre, se empiezan a conocer ya las posturas que llevarán las diferentes delegaciones,
algunas de las cuales son muy significativas del rumbo que van a tomar las cosas y de
las consecuencias ambientales que surjan de los acuerdos de la cumbre.
Un aspecto positivo ha sido la posición de la Unión Europea que anunció el
pasado mes de julio, con ocasión de la II Cumbre de la Tierra de las Naciones Unidas
celebrada en Nueva York, su propósito de reducir las emisiones de gases de efecto
invernadero para el año 2010 en un 15% con respecto a 1990. En el polo opuesto se ha
situado el país más contaminante del mundo, Estados Unidos, que con un 4% de la
población produce casi el 25% del dióxido de carbono emitido artificialmente a la
atmósfera. En efecto, el presidente Clinton ha anunciado la imposibilidad de cumplir el
objetivo europeo y ha anunciado que, a lo sumo, el país norteamericano se compromete
que para el 2010 las emisiones estadounidenses se hayan reducido a los niveles de 1990.
Se trata de un paso atrás porque ese objetivo ya había sido establecido en la cumbre de
Río de 1992 y, por tanto, lo que está haciendo Estados Unidos es incumplir su
obligación de estabilizar las emisiones de gases a en el 2000 a los niveles de 1990. Ante
este incumplimiento se han producido las primeras y más enérgicas condenas al
"egoísmo ambiental" estadounidense, que han partido desde foros políticos, científicos y
desde el movimiento ecologista. En este último sector, la organización Greenpeace ha
anunciado el comienzo de movilizaciones contra cuatro países que se muestran reacios
al control de las emisiones de gases de invernadero: Estados Unidos, Australia, Japón, y
pásmense ustedes, España.
Se preguntará el lector avisado qué pinta España en tan extraña y tan
contaminante compañía, siendo así que el Ministerio de Medio Ambiente nos tiene
acostumbrados a defender el hecho de que España contamina poco y, por lo tanto, tiene
derecho a aumentar o, al menos, a no disminuir sus emisiones gaseosas. Se trata, como
veremos ahora, de una verdad a medias puesto que lo que hacen los responsables
ministeriales es dividir el volumen de la producción de contaminantes por el número de
km2 españoles y, dado que España tiene territorios de bajísima demografía, resulta una
alteración manifiesta de los indicadores. Como todo el mundo sabe, España es el
segundo país de la Unión Europea con menor densidad de población (después de
Irlanda). Resulta claro que los índices de emisión unitarios presentados de este modo
ofrecen la complaciente imagen de España como la de un país situado muy por debajo
de los países de su entorno en cuanto a su actividad contaminadora. Estamos, pues, en la
aplicación de un criterio al que podíamos definir como el de Ancha es Castilla para
emitir contaminantes y para disimular las estadísticas.
Para darnos cuenta de lo poco consistente del argumento español, hemos
preparado el cuadro adjunto, para lo cual nos ha bastado con transformar los volúmenes
de las emisiones en emisiones per cápita, de lo que resulta un indicador bien diferente
de lo que sostienen en el Ministerio de Medio Ambiente, pero que permite con facilidad
establecer comparaciones acerca de las consecuencias de las actividades humanas en
diversos países. Como las fuentes contaminantes son múltiples y los datos de muchas de
ellas no están disponibles, nos hemos centrado únicamente en el sector transporte que,
por lo demás, es muy significativo puesto que el transporte es una de las mayores
fuentes de emisión de gases invernadero en los países desarrollados. Hay que tener en

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cuenta que en España el porcentaje de la energía final destinada al transporte era en
1990 del 38%, lo que supuso la emisión de 83 millones de toneladas de dióxido de
carbono de modo directo, esto es, durante la circulación de los vehículos.
Como puede deducirse del cuadro, aplicando ese criterio la posición española ya
no parece tan lejana a la media de la Unión Europea. De hecho, las emisiones del sector
transporte españolas se sitúan un 16% por encima de la media europea en la emisión de
SO2 y un 10% por debajo de la media en la de los óxidos de nitrógeno (NOx). Se deduce
por tanto que en el sector transporte las afecciones ambientales en España son
plenamente comparables a la de los países europeos, mientras que nuestra contribución
a los problemas ambientales globales, si bien es algo inferior a la media europea, ya no
está tan sustancialmente alejada de ésta y, en algún caso concreto, como es la emisión
de SO2, la supera con claridad.
Como se nos repite con frecuencia, España va bien y está a la altura de los países
desarrollados y a los de su entorno. También en el campo de la contaminación andamos
cerca de la cabeza. El criterio de Ancha es Castilla no engaña más que a quien quiera
ser engañado y, desde luego, este no parece ser el caso de Greenpeace. La realidad es
otra y, hoy por hoy, España se alinea con los países más recalcitrantes en poner medidas
frente a un fenómeno como el del cambio global cuyas consecuencias negativas nos
afectarán más que a muchos otros.

Emisiones per cápita de contaminantes atmosféricos debidos al transporte (1990)


País Población S02 S02 NOx NOx
(millones) (1.000 tm) (per cápita) (1.000 tm) (per cápita)
Alemania 79,4 109 1,4 1.716 21.6
Bélgica 10,0 17 1,7 206 20,6
Dinamarca 5,1 12 2,3 139 27,2
España 39,0 81 2,1 729 18,7
Francia 56,4 128 2,3 1.181 20,9
Grecia 10,1 28 2,3 170 16,8
Inglaterra 57,4 105 1,8 1.511 26,3
Irlanda 3,5 7 2,0 48 13,7
Italia 57,7 107 1,8 965 16,7
Luxemburgo 0,4 2 5,0 27 67,5
Países Bajos 14,9 20 1,3 327 21,3
Portugal 9,9 16 1,6 105 10,6
Total CE 343,8 632 1,8 7.114 20,7
Fuente: European energy to 2020, Comisión de las Comunidades Europeas, 1995; tm =
toneladas métricas.

Diario de Alcalá, 19 de diciembre de 1997

Corrigiendo a Malthus
La organización Population Action International, un prestigioso grupo de
científicos con sede en Washington, acaba de anunciar un dato muy interesante que ha
pasado casi desapercibido: la población mundial crece menos de lo previsto por los
demógrafos, lo que viene a paliar algunos de los problemas más acuciantes de índole
económico, social y ambiental que amenazaban a la humanidad en el próximo milenio.
El factor esencial en la disminución del índice de crecimiento poblacional está siendo,

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sin lugar a dudas, el incremento y la mejora en la educación en amplios sectores de la
población, particularmente en las mujeres.
Hace casi doscientos años, el religioso y economista inglés Thomas R. Malthus
formuló una doctrina, hoy conocida teoría de la superpoblación o simplemente
malthusianismo, que sostenía que el hombre, como todo ser vivo, tiende a multiplicarse
ad infinitum, en tanto que el aumento de los recursos está sujeto a la ley de rendimiento
decreciente de la tierra. De acuerdo con Malthus - y las estadísticas han venido dándole
la razón año tras año-, la población aumenta en progresión geométrica, esto es, como los
números 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, etc., pero los alimentos sólo aumentan en progresión
aritmética: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, etc. Para evitar el hambre universal, ya que la muerte
natural, las enfermedades, la miseria, las guerras, etc., no contienen lo suficiente el
tamaño de la población, Malthus propuso limitar el tamaño de ésta por medios morales
muy propios del puritanismo protestante del clérigo inglés: que quienes no pudieran
asegurar la buena salud y subsistencia de su posible progenie, se abstuvieran del
matrimonio.
La teoría de Malthus permaneció olvidada más de un siglo, hasta que fue
revitalizada por la Teoría General de Keynes en 1936. Los redescubridores y seguidores
de la teoría de Malthus, conocidos como neomalthusianos, defienden no la abstención
del matrimonio, como castamente propuso el inglés, sino el empleo de métodos
artificiales para el control de la natalidad, por lo cual se atribuye erróneamente al púdico
Malthus la propagación de las ideas y métodos anticonceptivos, lo que, entre otras
cosas, le costó a su teoría la condena oficial de la Iglesia católica.
Sea como fuere, las hipótesis de Malthus se han cumplido con casi absoluta
precisión. El crecimiento de la población humana ha superado cumplidamente a los
recursos, y lo ha hecho a un ritmo tal que se esperaba que el número de seres humanos
dentro de diez años duplicara al existente en 1975. De haber continuado estable la tasa
de crecimiento anual calculada por los demógrafos, la población mundial para la mitad
del siglo XXI habría alcanzado los veinte mil millones de habitantes, es decir, cuatro
veces la población existente en 1995. El crecimiento tan rápido de la población obedece
a dos motivos: una mejora generalizada de las condiciones sanitarias, lo que ha supuesto
un espectacular descenso de las tasas de mortalidad, y un aumento de la población de
base. Es decir, 2.000 millones de habitantes creciendo a razón de un 2 por ciento anual
añadirán 40 millones más cada año; el mismo porcentaje aplicado a una población de
5.000 millones, añadirá 100 millones al año.
El descenso detectado ahora se vuelve aún más importante porque se ha llevado
a cabo en países subdesarrollados, confirmando así una tendencia iniciada hace veinte
años. El índice de crecimiento mundial del 2 por ciento a finales de los sesenta marcó
un hito histórico. A principios de los setenta, los elevados índices de natalidad en
algunos países en vías de desarrollo iniciaron un descenso gradual, como resultado de
mejoras sanitarias, económicas y de planificación familiar. En el mundo desarrollado, la
tasa de crecimiento cayó hasta el 0,4 por ciento anual, con prácticamente todo este
crecimiento concentrado en el país ambientalmente más egoísta, Estados Unidos, único
de los países desarrollados que continúa con una tasa similar a la de finales de los
setenta. Para hacernos una idea, si tomamos como horizonte el año 2050, de continuar
con las tasas actuales de crecimiento, la población española se habrá reducido en 8
millones (39,6 frente a 31,7), la del Reino Unido se mantendrá prácticamente estable, y
la de Estados Unidos se habrá incrementado en más de 80 millones (267 frente a 347,5).
El mundo en vías de desarrollo, cuyos 4.500 millones de habitantes representan
el 75 por ciento del total mundial, supone en la actualidad el 95 por ciento del
incremento anual de la población. Por eso, desde la perspectiva de que un aumento sin

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control de la población humana no es económica ni ambientalmente posible, cualquier
pequeño indicio en el descenso de la actual tasa de crecimiento es una excelente noticia.
Y más aún, cuando el descenso se fundamenta no en programas coactivos, como los que
se han llevado a cabo en China, sino en la mejora de los niveles educativos de la
población en general y de las mujeres en particular.
Porque existe una relación muy directa y significativa entre la formación de las
mujeres y la fecundidad. En general, la tasa total de fecundidad disminuye a medida que
aumentan los niveles educativos. Teniendo en cuenta las perspectivas actuales en el
terreno educativo y sanitario, las futuras generaciones van a disponer de un capital
humano mucho mejor que el de las generaciones precedentes e incluso actuales. Los
cálculos que se venían realizando hasta ahora eran eminentemente cuantitativos, estaban
basados en simples extrapolaciones del número y del volumen total de la población, lo
que había hecho perder de vista una tendencia de importancia capital: la diferencia
cualitativa debida precisamente al disfrute de mejores condiciones sanitarias y
educativas. Las cifras que ahora se han dado a conocer reflejan esta tendencia y abren
un rayo más de esperanza en el catastrofismo generalizado a que parecía estar
condenada la humanidad en el próximo milenio.

Diario de Alcalá, 23 de diciembre de 1997

El año de Federico
Comienzan hoy los actos de celebración del primer centenario del inmenso poeta
universal que fue Federico García Lorca. Siete exposiciones, cinco proyectos de cine y
televisión, cinco congresos de especialistas, seis ediciones de algunas de sus obras y una
cincuentena de espectáculos, son los actos preparados para conmemorar el nacimiento
(Fuente Vaqueros, Granada, 5 de junio de 1898) del que fuera, además de poeta,
dramaturgo, músico, director escénico, pianista, dibujante, flamencólogo, animador
cultural, conferenciante y, sobre todo, espíritu libre, creador y vanguardista.
Habida cuenta de la apropiación indebida de las figuras de Max Aub y de
Manuel Azaña, de la composición de la cabeza de cartel de la Comisión Nacional del
Centenario creada al efecto (Esperanza Aguirre, presidenta, Abel Matutes,
vicepresidente), y leídas en la prensa afín las primeras reseñas sobre los eventos
lorquianos, se intuye el aprovechamiento de parte que algunos avispados preparan sobre
la figura del poeta granadino. La consigna es clara: exáltese la figura literaria (sin
importar que hasta fecha bien reciente fuera considerado un mediocre poeta y un mal
dramaturgo), disimúlese su afinidad política -a fin y al cabo el que fuera fusilado por
rojo peligroso nunca estuvo afiliado a partido político alguno-, y pelillos a la mar con
los actores, las causas y las circunstancias de su asesinato.
Intento vano, se me antoja, porque Federico García Lorca es, sí, un poeta
universal, pero su figura y su triste final trascienden de lo literario porque la muerte de
aquella víctima inocente, de aquel hombre "que tenía como ninguno la risa alegre, la
gracia genuina que a todos impregna" (Dámaso Alonso), lo oscurece todo. Quienes por
granadinos conocemos las tinieblas que envolvieron la Granada de Federico -aquella
Granada en la que, según sus propias palabras se agitaba "la peor burguesía de España"-
podemos imaginar la soledad, el desamparo, la angustia, el terror de esa criatura a la que
"se le sentía llegar mucho antes de que llegara, le anunciaban impalpables correos,
avisos, como de diligencias de su tierra, de cascabeles por el aire" (Pedro Salinas).
Más allá de cualquier otra consideración literaria, la lección de Lorca me parece
que es la sublimación de la imagen, la condensación verbal como suprema expresión de

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la emoción escrita. Federico poseía el duende de la imagen poética, decía cosas
extraordinarias con las palabras más sencillas. Por eso, las referencias a su posición
política están dichas con un lirismo asombrosamente emotivo, pero muy claro. Poeta en
Nueva York, una lección magistral de vanguardismo poético es, sobre todo, un ejemplo
pionero de poesía social, una expresión luminosa, plasmada en imágenes evocadoras, de
la visión política de quien sabía en qué lado estaba. Todos los que han escrito sobre
García Lorca piensan que su experiencia de Nueva York fue fundamental: allí se
confirmó su creencia en la misión humana del arte y su profundo sentido de la injusticia
social.
Educado en una familia liberal ("socialistas cristianos", como les gustaba
definirse) -en cuyo seno estaba también Manuel Fernández-Montesinos, su cuñado, el
primer alcalde socialista de Granada, fusilado unos días antes que el poeta-, seguidor y
buen amigo del ministro socialista Fernández de los Ríos, Federico expone ¡cómo no,
con imágenes! su pensamiento social en una entrevista concedida al Defensor de
Granada, el 21 de diciembre de 1934: «Yo sé poco, yo apenas sé -me acuerdo de estos
versos de Pablo Neruda- pero en este mundo yo siempre soy y seré partidario de los
pobres. Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de
la nada se les niega (...) A mí me ponen en una balanza el resultado de esta lucha: aquí,
tu dolor y tu sacrificio, y aquí la justicia para todos, aun con la angustia del tránsito
hacia un futuro que se presiente, pero que se desconoce, y descargo el puño con toda mi
fuerza en este último platillo.»
El 5 de abril de 1936, en una España llena de oscuros presagios, unos meses
antes del golpe militar que había de fusilarlo una triste madrugada de agosto, Lorca se
pronuncia con absoluta claridad en una entrevista concedida a La Voz de Madrid: «(...)
El mundo está detenido ante el hambre que asola a los pueblos. Mientras haya
desequilibrio económico el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. (...) El día en que el
hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande
que conoció la Humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que
estallará el día de la Gran Revolución. ¿Verdad que te estoy hablando en socialista
puro?».
Hoy como entonces, ese espíritu libre y alegre, ese andaluz universal, ese
hombre que "pasó por la vida como un pájaro lleno de colorido, esa criatura que era
fuego desbocado" (Rafael Alberti), que tan perdurable recuerdo dejó, incluso en
aquellos que tan sólo le vieron un instante, hubiera resultado también políticamente
incorrecto frente a quienes hacen del nacionalismo bandera intransigente: «Yo soy
español integral, y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio
al que es español por ser español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al
hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta por el solo hecho de que ama
a su patria con una venda en los ojos. (..) Canto a España y la siento hasta la médula;
pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos. Desde luego no creo en
la frontera política».
Federico pagó muy caro el haber estado siempre al lado del pueblo y más aún en
los últimos meses, cuando ya arreciaba el fascismo. Decía Víctor Hugo “que la ciudad
más bella de Europa sería Sevilla...si no existiese Granada”. Una Granada que en este
año del centenario vuelve a la historia como la describiera Pablo Neruda, con un
pabellón negro que se divisa desde toda los puntos del planeta.

Diario de Alcalá, 16 de enero de 1998

100
Día de Primarias
Decía Ortega que "la salud de la democracia, cualquiera que sea su tipo y su
grado, depende de un mísero detalle técnico: el procedimiento electoral". Todo lo demás
es -según Ortega- secundario. Aunque sólo fuera por esta razón, el partido socialista y
sus miles de afiliados se han hecho merecedores de aplauso, porque el procedimiento
iniciado tras el delicado proceso de sucesión emanado del 34º congreso se ha
desarrollado con exquisita limpieza.
Aunque el presente no es un pasado en potencia, sino el momento activo de la
elección, no puedo dejar de recordar que el próximo 22 de julio se cumplirán cinco años
desde que un grupo de universitarios ligados al PSOE publicó en la prensa nacional un
documento, Diez propuestas para la reforma del PSOE, en el que se proponía la
celebración de primarias no sólo entre afiliados, sino abierta también a simpatizantes del
partido, a los que se reconocería el derecho a participar en las deliberaciones
programáticas y en la elección de candidatos electorales. En el momento en que se
publicó aquel documento, los firmantes estaban lejos de suponer la catarsis que, en el
transcurso del 34º congreso, supuso el anuncio de la renuncia a la reelección del que
parecía líder eterno del socialismo español, Felipe González. Es evidente que el proceso
de sustitución surgido del congreso, con un secretario general necesitado de demostrar
que su capacidad de liderazgo trascendía del mero delfinato, ha condicionado la
apertura del procedimiento también a los simpatizantes, limitando el espacio electoral a
un ámbito más reducido que el propuesto en el documento de julio de 1993. Pese a ello,
no cabe duda de que las primarias que hoy se celebran han ido mucho más allá del
lampedusiano "cambiar algo para que todo siga igual", y han significado un importante
revulsivo dentro y fuera del partido socialista.
Prueba de ello es que las primarias han desembocado en una inmediata subida de
las expectativas del PSOE en las encuestas de voto, demostrando así que existe un voto
progresista en el electorado español que estaba esperando una señal para recuperar su
confianza en el partido socialista. La lección es clara: este sector del electorado
responderá siempre que las iniciativas se perciban como innovadoras y regeneradoras
del funcionamiento del partido y, al tiempo, recuperadoras de la democracia paritaria
que caracterizó el diseño original que trazara Pablo Iglesias. Se percibe, pues, que el
ciudadano está deseoso de democratizar las instituciones y de romper el círculo
oligárquico que tiende a ahogar la democracia interna de los partidos, convirtiendo a
éstos en un auténtico cuello de botella de la democracia participativa.
Decía Galbraith que hay ocasiones en política en que se debe estar en el lado
correcto y perder. Es obvio que uno de los dos candidatos va a perder, pero me parece
que ambos están en el lado correcto porque, con independencia de cuál sea el resultado,
los dos han hecho un favor al partido y al electorado. Joaquín Almunia, un político
probo y recto, de firmes convicciones socialdemócratas, ha roto la inercia acomodada de
asentamiento en el tradicional poder otorgado por la cúpula para someterse a un examen
democrático que supone la ruptura con esa expectativa de sucesión "monárquica" y de
regencia interina que algunos pronosticaban. José Borrell, un magnífico polemista de
claro, articulado y convincente discurso que conecta con el sentir del afiliado medio, un
gestor de probada eficacia, un excelente cartel electoral y un político de brillante
inteligencia, ha sido un factor de especial relevancia en este proceso: no era fácil romper
el fuego democrático porque el riesgo personal ante un procedimiento inédito podía ser
mucho. Su decisión fue, pues, tan aplaudible como la de un secretario general que ha
descendido del olimpo a la arena electoral.

101
Con todo, hay que llamar la atención hacia dos puntos que me parecen
esenciales como sendas conclusiones del proceso que hoy concluye: el "saber hacer" de
ambos candidatos dentro de la siempre tensa campaña electoral, y su capacidad de atraer
a dos sectores de votantes que parecen decisivos en unas elecciones generales. Decía
Adenauer que "en política hay adversarios y correligionarios: estos últimos son los más
peligrosos". La campaña electoral ha demostrado que ambos candidatos han sabido
exponer las diferencias psicológicas o de talante que separan a quienes intentan ser los
ejecutores de un programa de gobierno diseñado por un partido, pero estas diferencias
no les han apartado del rumbo común, esto es, de las líneas programáticas que se
esperan de un socialismo moderno como el que impera en buena parte de Europa.
Pero, además, estas diferencias de enfoque han servido también para poner de
manifiesto que, más allá del voto socialista fiel, los matices personales transmitidos por
ambos candidatos inciden en dos bandas bien diferenciadas de ese sector cuyo voto
oscila en cada proceso electoral. Así, el discurso de Borrell tiene especial predicamento
en lo que últimamente viene denominándose el centro de la izquierda -con el inevitable
acercamiento a las posiciones de otros partidos de izquierda y el rescate de votos que
ello supondría-, mientras que el de Almunia es más sensible en otro sector del
electorado, el del centro izquierda, que rescatara y afirmara Felipe González tras la
separación del marxismo que protagonizó el anterior secretario general a finales de los
setenta. La conjunción de ambos candidatos aparece así como un poderoso activo
electoral para el partido socialista de cara a unas futuras elecciones generales. No en
vano algunos analistas han postulado que con Almunia y Borrell el PSOE tendría un
tándem ideal para romper con los fantasmas del pasado y arrostrar con solidez los
desafíos electorales del futuro.
Por lo demás, cabe desear que el proceso de las primarias que, tras el ensayo que
supusieron las efectuadas en el País Vasco, culmina ahora en la elección de candidato a
presidente del Gobierno, se haga extensivo con idéntico éxito en el ámbito municipal y
autonómico. La existencia de candidatos con peso específico no debería en ningún caso
significar enfrentamientos fraticidas, sino el reforzamiento de la oferta programática y la
demostración de que en los partidos progresistas es posible una democracia efectiva y
directa.

Diario de Alcalá, 24 de abril de 1998

La tarta de don Rodrigo


"Hay tres clases de mentiras: mentiras, malditas mentiras y estadísticas", decía el
que fuera primer ministro británico Benjamín Disraeli, para referirse a la que Goncourt
llamó la más inexacta de las ciencias, la estadística. La que sin duda es una poderosa
herramienta para el análisis y la síntesis de datos, se presta con tan pasmosa facilidad a
la manipulación de éstos, a la lectura interesada de información y a la presentación de
resultados en beneficio de parte, que la estadística se ha convertido en un arma
enormemente eficaz para la desinformación de la opinión pública.
A principios de este mes el Gobierno ha remitido al Consejo Económico y Social
el proyecto de reforma del impuesto sobre la renta (IRPF, el cual dicho sea de paso,
debiera llamarse impuesto sobre la nómina, habida cuenta de quienes sustentan el
mismo). Don Rodrigo Rato, vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de
Economía, ha presentado el proyecto ante la opinión pública apoyándose en datos
estadísticos, de acuerdo con los cuales las rentas más bajas verán reducidos sus

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impuestos en una cuantía (un opíparo 30 por ciento) muy superior a la que sufrirán las
rentas más altas (un modesto 6 por ciento).
Trataré de explicar el razonamiento del señor Rato basándome en una vieja y
archiconocida paradoja estadística. Si en un inmueble en el que habitan cuatro vecinos
uno de ellos consume una tarta sin que los otros tres la prueben, la estadística será
certera: cada uno de ellos habrá consumido un cuarto de la tarta. Nada es
estadísticamente más cierto ni, por ello, más alejado de la realidad. Veamos ahora la
tarta de DON Rodrigo.
El ministro de Economía ha puesto sobre la mesa una tarta (el ahorro fiscal)
cuyo valor podemos promediar en 500.000 millones de pesetas (seiscientos mil de
acuerdo con la oposición; cuatrocientos mil según el Gobierno), una cantidad
equivalente a los que los comensales (casi 15 millones de contribuyentes) ahorrarán al
año mediante la reducción de sus impuestos. Hasta aquí todo correcto, aunque podría
discutirse la oportunidad de reducir la presión fiscal cuando, por otra parte, quienes se
responsabilizan y alardean de la misma se lamentan cínicamente de la imposibilidad de
afrontar gastos sociales que como las pensiones, la sanidad o la educación, se financian
solidariamente a través de los impuestos.
A la hora de comer la tarta no todos los comensales son iguales, sino que están
repartidos por grupos, a los que técnicamente se les denomina tramos. De acuerdo con
el proyecto de reforma del IRPF, los contribuyentes españoles se reparten en seis
tramos, los cuales -a efectos de este artículo- reduciré a los dos extremos: el de las
rentas más bajas (tramo 1, rentas hasta dos millones de pesetas) y el de las más altas
(tramo 6, rentas de más de cinco millones). Para repartir sabia, equitativa y
progresivamente la tarta, nos dice DON Rodrigo que el pedazo más grande de la misma
(un 30 por ciento) irá a las rentas más bajas, es decir, al tramo 1, mientras que las rentas
privilegiadas del tramo 6 recibirán un modestísimo trozo de la tarta, equivalente tan sólo
a un 6 por ciento del total. Casi un tercio frente a menos de la décima parte de la tarta
parece ser, en definitiva, la clave de la mirífica rebaja del ministro de Economía, quien
se nos presenta así como un repartidor equilibrado, justo y progresista que, a través de
sus ponderadas y sabias medidas, viene a cumplir el principio de igualdad y
progresividad fiscal reconocido en el artículo 31 de la Constitución.
La realidad es bien distinta, porque la presentación interesada de los datos
enmascara la realidad de un hecho elemental: la disparidad numérica de los grupos de
comensales, que desvirtúa por completo la equidad del reparto y hace recaer los
mayores beneficios en quienes menos lo necesitan. Así, mientras que los comensales del
tramo 1 son casi nueve millones de contribuyentes, los del tramo 6 superan ligeramente
los ochocientos mil, de forma que cuando estos se repartan el minúsculo 6 por ciento de
la tarta del ahorro, están ahorrando unas 150.000 pesetas de media, mientras que
quienes se las prometían tan felices con el 30 por ciento que tan gentilmente cede el
ministerio de DON Rodrigo, verán reducida su tarifa fiscal en una media de 15.000
pesetas anuales. Como, además, los tramos no son homogéneos sino que representan
intervalos de renta, la desigualdad del reparto se acrecienta dentro de cada tramo y, a su
vez, entre los tramos extremos, de forma y manera que un importante colectivo de
españoles verá reducido su IRPF en poco más de 1.000 pesetas, mientras que la selecta
minoría de las rentas más altas -entre las que se cuentan DON Rodrigo y sus dos
secretarios de Estado- verán reducidos sus impuestos en casi 800.000.
Y por último, sería bueno que alguien explicara quién va a pagar esta tarta de
500.000 millones y cómo se va mantener el nivel de recaudación y el pago de los gastos
sociales financiados con impuestos. ¿No será que quienes han recibido ese opíparo 30
por ciento deben aprestarse también a sufragar indirectamente el coste de una reforma

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que, paradójicamente, les beneficia sobre el papel y les puede privar no ya de un ahorro
fiscal sustancial, sino del mantenimiento de niveles de prestación social que deberían
ser solidariamente sufragados por quienes ahora salimos más beneficiados?

Diario de Alcalá, 24 de abril de 1998

Doñana en su laberinto
Doñana es un laberinto ecológico, hidrográfico, toponímico, administrativo y,
ahora, a partir del sábado 25 de abril, es también un intrincado laberinto de suciedad
desoladora, muerte fulminante y lento envenenamiento, cuya salida depende de tantos y
tan intrincados factores que cualquier pronóstico, esperanzador o catastrófico, resulta
aventurado.
Doñana y sus marismas son dos mundos inseparables. Doñana es la larga y
estrecha lengua de tierra clara -los cotos- que separa las marismas del mar, y las
marismas son en verano una ardorosa llanura extendida a ambos lados del Guadalquivir,
aguas abajo de La Puebla, que durante seis meses al año se inunda transformándose en
un espejo de agua encharcada, rebosante de vida, cubierta de herbazales que ondulan al
viento mientras sus raíces gozan de un agua salobre, una mezcla biológicamente
enriquecedora de aportes de agua dulce del Guadiamar y de las aguas marinas que, con
cada pleamar, el Atlántico envía aguas arriba del Guadalquivir infiltrándolas en los
acuíferos. En estas praderas encharcadas el hombre ha ido manejando a sus antojo el
flujo vital de las aguas, conformando un dédalo cartesiano de aceñas, canales, azudes,
diques y compuertas, que ha transformado el antiguo lago que fueron las marismas -el
Lacus Ligustinus, le llamaron los romanos- en un enrevesado laberinto dependiente del
original equilibrio hídrico marismeño. Un complejo sistema hidrológico sobre el que un
día de abril cayó un río venenoso de ácidas aguas abióticas, cargadas de azufre, plomo,
cobre, cadmio y zinc.
La vida en la marisma, tan pronto inundada como seca, con aguas ahora dulces
luego saladas, transcurre en un delicadísimo equilibrio que hace de ella uno de los
biótopos más frágiles conocidos. Frágil, pero también enormemente diverso y
productivo. De la riqueza de los biótopos del conjunto Doñana-Marismas da una idea el
riquísimo vocabulario que tan bien conocen los lugareños: playas y dunas; corrales y
pinares; jaguarzales o monte blanco; brezales o monte negro; alcornocales; nocles;
sabinares y barronales; vetas y paciles; armajales, caños, lucios y balluncales. Entre
unos y otros un flujo estacional o permanente, primaveral y otoñal, nocturno y diurno de
fauna: desde Doñana entran a la marisma venados, zorros, gamos, meloncillos o tejones,
y desde la marisma acuden a Doñana garzas, espátulas, garcillas, gallaretas o martinetes.
Todo un trasiego de vida que hace sonreír tristemente cuando algunos dicen que el lodo
no entrará en el Parque, sin tener en cuenta que los animales pueden llegar libremente al
veneno.
Doñana es también un laberinto toponímico, pues con ese nombre se vienen
designando cosas bien diferentes y esto -junto con el deslinde de competencias entre las
distintas administraciones- ha dado origen a la descoordinación institucional y a la
confusión nomenclatural que estos días ha llegado a la opinión pública. Con el evocador
topónimo Doñana se designan entre otras cosas a las siguientes que conviene recordar:
a) el viejo coto de caza de Doña Ana Gómez de Mendoza y Silva, establecido alrededor
de 1587 por el duque de Medina Sidonia; b) la Reserva Biológica, establecida en 1963
por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que cuenta con unas diez
mil hectáreas, incluyendo las marismas de Aznalcázar ahora intoxicadas; c) la Estación

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Biológica, que es un centro de investigaciones zoológicas del CSIC, cuyos laboratorios
están en Sevilla, Almonte y Aznalcázar; d) el Parque Nacional, establecido en 1969 y
ampliado en 1978 hasta sus más de cincuenta mil hectáreas actuales, las cuales incluyen
propiedades particulares, municipales y del Estado. El Parque Nacional tiene una
dirección bicéfala, pues en lo administrativo dependía antes del ICONA y ahora, tras la
desaparición de éste, por el organismo autónomo de Parques Nacionales, mientras que
la dirección científica corresponde al CSIC (Estación Biológica); y e) el Parque Natural,
de reciente creación, que rodea perimetralmente al Parque Nacional, y cuya protección
ecológica, competencia de la Junta, es menos severa que la de éste.
No debe sorprender, pues, el laberinto administrativo puesto ahora de relieve
merced a la oleada tóxica que a través del Guadiamar ha anegado las marismas. Toda la
zona afectada está en territorio andaluz, pero los cauces públicos por los que ha
discurrido el torrente de suciedad y muerte son responsabilidad de la Confederación
Hidrográfica del Guadalquivir, perteneciente a la Administración central. El Parque
Nacional, el estos días tan traído y llevado "corazón" de Doñana, es de responsabilidad
del ministerio de Medio Ambiente, mientras que otro ministerio, el de Educación y
Cultura, es competente en la Estación y en la Reserva biológicas a través del CSIC.
Queda para la Junta de Andalucía la responsabilidad del control de uso y gestión de los
varios miles de hectáreas del Parque Natural que constituyen el entorno de las zonas de
mayor riqueza biológica.
Pero sean de quienes fueran las responsabilidades, lo cierto es que sobre un
entorno único ha caído una maldición en forma de riada de ácidas aguas desoxigenadas
y lodos infectos, cargados de venenos de difusión lenta y acción imprevisible. Sobre la
marisma -a través del río Agrio primero y después del Guadiamar, su receptor- cayó
primero una arroyada de aguas de fulminante letalidad. Aguas tan ácidas que impiden
vivir a cualquier tipo de flora y fauna. Aguas, además, carentes de oxígeno, pues su
embalsamiento sin aireación en la ahora rota presa de Aznacóllar las privó de un
elemento vital para la sustentación de la vida aeróbica. Aún siendo espantosa en su
aniquiladora inmediatez, el paso de esta primera oleada de agua letal hubiera sido
efímero; el problema se agravó con la posterior llegada de los lodos, un barro mortal
cargado de metales pesados cuyos más perniciosos efectos son su alta persistencia y su
rápida acumulación en los organismos desde los primeros eslabones de la cadena trófica
marismeña. La infiltración de estos metales en el acuífero de la marisma -un gigantesco
reservorio de agua sin salida al mar o a la superficie, cuya renovación es enormemente
lenta- hace imprevisible la evolución de las consecuencias ecológicas del
envenenamiento ahora producido.
El futuro ecológico de Doñana -"una zona sagrada para la memoria de los
europeos", según reza la declaración de la Unión Europea, deviene también en un
laberinto ambiental en el que sobran las manifestaciones apresuradas sobre el control o
las consecuencias de la catástrofe. Un laberinto cuyo comienzo de descomunal letalidad
acabamos de descubrir, pero cuyos vericuetos encierran problemas ecológicos de ignota
magnitud. Porque en Doñana lo grave no ha pasado, puede que esté todavía por llegar.

Diario de Alcalá, 11 de mayo de 1998

Entonces también crecía


La tasa de desempleo continúa descendiendo. La pasada semana el Gobierno dio
a conocer los datos del mes de mayo, un mes excelente en lo que a contratación se
refiere, puesto que el número de nuevos contratos superó los sesenta y cinco mil,

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reduciendo el número de parados por debajo de los dos millones. El dato resulta
esperanzador, aunque la satisfacción demostrada por el Gobierno debe ser matizada en
un doble aspecto: la calidad de los nuevos empleos y la participación de la acción de
gobierno en el incremento de las contrataciones.
Con respecto al primer factor, los sindicatos se han apresurado a destacar un
hecho capital: el empleo generado no es estable. La tendencia hacia la contratación
temporal continúa imperando en el mercado laboral español. Así, más de un 90 por
ciento de los contratos generados en el mes de mayo fueron temporales, mientras que
los de tipo indefinido superaron ligeramente el 9 por ciento. La contratación temporal,
aunque puede representar un respiro para algunos trabajadores sin otras expectativas, no
es más que una solución transitoria, coyuntural, motivada por el ciclo alcista de la
economía y por el aumento de la demanda, pero no resuelve el auténtico problema
estructural del paro español.
El PP, con el apoyo del sector empresarial más duro, se apoya en las cifras de
contratación para abundar en la idea de que la flexibilidad del empleo, sustentada en el
libre mercado, es la panacea universal para todos los males socioeconómicos. Si se
observa algún país de los que han desarrollado plenamente el modelo de empleo y
mercado libres, es fácil darse cuenta de que, a pesar de la elegante fachada que
representan las estadísticas de descenso del paro, el modelo acentúa fuertemente las
desigualdades sociales y hace caer el peso de las inevitables crisis cíclicas sobre los
sectores más desfavorecidos, los trabajadores, abocados en períodos de recesión a
despidos masivos que garantizan los beneficios de las empresas.
La economía estadounidense marcha hoy viento en popa, con ritmos de
crecimiento espectaculares, déficit público cero y un elevado número de contrataciones.
Sin embargo, el trabajador americano sigue perdiendo. Un obrero americano trabaja 400
horas más de media que su colega europeo, el salario horario medio ha bajado un 15 por
ciento con respecto al de 1980, y la relación entre las retribuciones del obrero y del
empresario es cinco veces mayor que en los años setenta. En un demoledor informe, la
OCDE ha puesto de relieve que en Estados Unidos las desigualdades entre ricos y
pobres son las más acentuadas del mundo, comparándolas con las de Nigeria, Jamaica o
Sri Lanka. Conviene tener en cuenta esta situación cuando escuchamos hablar de las
grandes ventajas de los modelos sociales de corte neoliberal basados en la flexibilidad
del empleo y en la minimización de la protección social.
Una segunda matización debe referirse a la eficacia de la acción del Gobierno en
la creación de empleo. Que la economía va bien lo suscriben importantes -que no todos-
sectores de la población. Sobre la responsabilidad de la bonanza económica que el
Gobierno se atribuye como propia, conviene precisar que no es sino una consecuencia
del ciclo alcista de la economía mundializada que, tras la crisis iniciada en 1992,
comienza ahora a despegar con fuerza. En este sentido, conviene también recordar que
el último ciclo alcista tuvo lugar a partir de la segunda mitad de 1985, año en el que se
inició un fuerte y prolongado crecimiento económico, culminado en 1992 cuando se
inició la intensa crisis económica europea de la que ahora comenzamos a emerger.
Entonces, bajo el Gobierno del PSOE, el empleo también crecía y con creación de
empleo estable, lo que no evitó que a finales de 1992 hubiese más parados que antes y
que la media española de desempleados superase el nivel medio europeo.
Esta paradoja se explica por dos razones fundamentales. En primer lugar, por el
trasvase de población activa desde el sector agrícola a otros sectores económicos. Entre
1985 y 1992 alrededor de 750.000 trabajadores agrícolas cambiaron de actividad,
pasando a buscar empleo en los sectores de industria, construcción y servicios. Y, en
segundo lugar, la población activa creció a un ritmo muy superior al de la creación de

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empleo, lo que se debió a la incorporación al mercado del trabajo tanto de las mujeres
como de los jóvenes nacidos como consecuencia del importante crecimiento de la
natalidad -el "baby boom"- que tuvo lugar en los años sesenta y principio de los setenta.
Así las cosas, el espectacular crecimiento del empleo que tuvo lugar en nuestro
país entre 1985 y 1992 (la media de creación de empleo en España duplicó a la europea,
algo que está muy lejos de suceder hoy día), que se tradujo en la creación de 2,1
millones de puestos de trabajo, no fue suficiente para amortiguar la pérdida de empleos
en el sector agrícola ni para impedir que el número de parados aumentase, habida cuenta
de que en el mismo período se incorporaron al mercado de trabajo 2,1 millones de
nuevos trabajadores. Esta conjunción de factores explica que pese a que la economía
española creció más que nunca y se incrementó la creación de empleo a niveles
desconocidos hasta entonces, el número de parados en ese período aumentó en más de
800.000.
El actual ciclo alcista se beneficia, en lo que a creación de empleo se refiere, de
un ritmo de crecimiento de la población activa mucho menor (el crecimiento
demográfico español a partir de 1980 es prácticamente vegetativo) y de un sector
agrícola definitivamente asentado que casi no exporta trabajadores hacia otros sectores.
Pero entonces, bajo gobiernos socialistas, el empleo también crecía.

Diario de Alcalá, 11 de junio de 1998

La ciudad del bienestar


El hombre se vuelve cada vez más urbano. En los albores del siglo XXI la
mayoría de la población humana se concentrará en urbes de mediano y gran tamaño. El
paulatino incremento de la población de las ciudades es un fiel reflejo de lo que en
demografía se conoce con el nombre de "revolución urbana", una de cuyas
consecuencias políticas debe ser el planteamiento de nuevas formas de solidaridad que,
unidas a las fórmulas clásicas de compensación de las desigualdades sociales, corrijan
los nuevos desequilibrios causados por la pérdida de los niveles óptimos de urbanidad y
por la degradación de los espacios metropolitanos y periurbanos.
Desde 1800 han ocurrido dos revoluciones urbanas en las que intervino la
migración masiva de personas desde las áreas rurales hacia pueblos y ciudades. La
primera revolución urbana comenzó en 1800 y continúa todavía: la población urbana en
los países desarrollados se elevó del 5 al 73 por ciento (datos de 1991). Aunque nos
resultara imperceptible, entre 1985 y 1991 casi ochocientos mil españoles abandonaron
su tradicional ámbito rural para instalarse en ciudades de diferente tamaño. En nuestro
entorno más cercano, si miramos tan sólo veinte años atrás, basta recordar el
espectacular crecimiento de Alcalá de Henares, cuya población se sextuplicó entre 1960
y 1980, para darnos cuenta de ese lento pero inexorable proceso de crecimiento que está
transformando la estructura social del mundo desarrollado.
La segunda revolución urbana está ahora en plena actividad en los países
subdesarrollados, donde el número de habitantes que vive en núcleos urbanos aumentó
del 3 al 34 por ciento entre 1940 y 1991, y se calcula que puede elevarse al 58 por
ciento en el año 2000. Debido a estos procesos de inmigración, para el año 2020 se
calcula que casi dos de cada tres habitantes del mundo vivirán en ciudades. Para
entonces, de confirmarse esta tendencia, cuatro mil millones de habitantes de países en
vías de desarrollo se asentarán en zonas urbanas, lo que supone una cifra similar a la
que tenía la población mundial en 1975.

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Esta nueva situación que se avecina, la de una humanidad fundamentalmente
urbana, obliga a abrir nuevas perspectivas en ese conjunto de medidas de carácter social
que hoy conocemos genéricamente con el nombre de Estado del Bienestar, una
conquista de la socialdemocracia gracias a la cual el esfuerzo social solidario hace que
los ciudadanos más desfavorecidos por el ejercicio del libre mercado reciban una
especie de salario social compensador de las desigualdades: "salario sanitario", "salario
educativo", "salario cultural", "salario por desempleo", "salario por la tercera edad".
El modelo de desarrollo urbano en el futuro debe estar basado en el concepto de
la Ciudad del Bienestar. Una ciudad con servicios ágiles y eficaces en los que el
ciudadano es servido y no servidor; una ciudad dotada de equipamientos sociales
abundantes y bien distribuidos; un espacio urbano equilibrado y armónico en el que lo
verde sirva de nexo de unión del ciudadano con el entorno natural periurbano,
constituyen la manifestación más evidente de un elevado nivel de bienestar. Desde la
izquierda, una ciudad con estas características aparece como una forma de "salario
social" o "salario indirecto", capaz de compensar en gran medida los altibajos que el
libre mercado produce en los salarios directos. La crisis individual se verá paliada, en
muchos aspectos, por la oferta de bienes colectivos que la ciudad puede y debe ofrecer.
Y más todavía, considerando las modernas formas de actividad económica
(servicios, investigación, producción limpia, gestión empresarial, etc.), una ciudad
ordenada, culta, verde, tolerante y eficaz, es un factor decisivo en la captación y
asentamiento de nuevas e innovadoras actividades económicas y productivas. Las más
sólidas sedes de las nuevas y competitivas actividades económicas orientan su
localización hacia aquellos territorios en los que el paisaje social y el físico es más
eficaz, equilibrado y armónico. La defensa de la calidad ambiental de nuestras ciudades
y de los espacios naturales o seminaturales en los que se insertan, no debe contemplarse
sólo como una bandera utópica de los movimientos ecologistas, sino como una demanda
firme de la competitividad y de la eficacia económica y, por añadidura, como una fuente
importante de empleo.
Durante estos días, con ocasión del proceso de Primarias, me he dirigido a los
militantes socialistas articulando una propuesta para Alcalá de Henares basada en el
nuevo modelo de Ciudad del Bienestar, una ciudad que descansa en un formidable
potencial cultural que debe ser dinamizado con medidas concretas en los órdenes
urbanístico, ambiental y socioeconómico, un proyecto que prepare a la vieja
Complutum para su ilusionante devenir en el siglo XXI. A partir de hoy, y desde estas
mismas páginas, iré desgranando algunas de las medidas que, como candidato del PSOE
a la Alcaldía de Alcalá, me propongo hacer llegar a todos los que quieran recuperar el
orgullo de sentirse ciudadanos alcalaínos.

Diario de Alcalá, 9 de julio de 1998

El porqué de una propuesta socialista


El pasado día 29 presenté en nombre del PSOE una propuesta de solución al
problema planteado con el servicio de recogida de residuos y la limpieza viaria de
Alcalá. Como por razones lógicas de espacio los medios de comunicación no han
podido ser lo suficientemente explícitos de nuestra postura, quiero con estas líneas hacer
algunas aclaraciones al problema que nos afecta y a la respuesta que, desde la
responsabilidad que tienen los partidos políticos hacia los ciudadanos a quienes deben
servir, los socialistas hemos dado al mismo.

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Empecemos por los números. En nuestra ciudad se producen entre sesenta y
sesenta y cinco mil toneladas anuales de residuos, de las cuales unas cuarenta y siete mil
corresponden a residuos domésticos o asimilables a domésticos. La cantidad total
supone que cada alcalaíno produce cada día alrededor de un kilo de desechos. Retirar
ese kilo de desperdicios supone un coste de unas ocho pesetas, de forma que la ciudad
gasta diariamente más de un millón trescientas mil pesetas en eliminar los productos de
su actividad. En lo que se refiere a limpieza viaria, los precios contractuales se
establecen en función de los metros lineales de eje de calle. Sin contar la ampliación a
los nuevos barrios ahora en debate, cada habitante alcalaíno dispone de algo más de un
metro lineal de vía, habida cuenta de que el conjunto de las infraestructuras urbanas
sujetas a limpieza asciende a unos ciento setenta y tres kilómetros. Por término medio, y
sin contar inversiones en infraestructura amortizable que encarecen el precio final, la
limpieza de esos kilómetros le cuesta a cada ciudadano complutense unas 4.500 pesetas
al año.
Si sumamos los costes de retirada y limpieza, obtenemos el canon anual que la
ciudad debe satisfacer anualmente a la empresa, canon que ascendió en 1997 a 1.311
millones de pesetas (Mp). A quienes, con alguna preparación técnica al respecto, hemos
asumido nuevas responsabilidades en el Partido Socialista, ese canon "nos parece" caro.
Y entrecomillo "nos parece" porque no disponemos de un estudio detallado y claro del
coste real del servicio. Es evidente que la empresa concesionaria está convencida de lo
contrario, puesto que a pesar de que el Ayuntamiento le adeuda más de 3.500 Mp, está
dispuesta a prorrogar el contrato hasta el año 2009 en las mismas condiciones.
Pero, aunque a los socialistas nos parezca caro y pensemos que el canon debe ser
revisado, la realidad administrativa y legal es otra. El Ayuntamiento tiene suscrito un
contrato con la empresa que finaliza el año 2001 y a él hay que atenerse. Se me
contestará rápidamente que la solución está en rescindir el contrato y revisar de nuevo
los precios. A esa solución tan lógica como obvia hay que responder con tres razones: a)
en el pliego de condiciones que regula el contrato sólo se contempla la rescisión por
falta de prestación del servicio durante más de veinticuatro horas, lo que no ha ocurrido
hasta la fecha; b) repito lo que antes decía: "nos parece" que el precio es caro, pero ese
supuesto hay que argumentarlo con datos técnicos que, dadas las características del
sector, son laboriosos de obtener; y c) la resolución del contrato, lejos de solucionar el
problema planteado en las zonas nuevas, agravaría la situación en toda la ciudad hasta
límites insostenibles por el inmediato cese de la prestación de servicios de la empresa
concesionaria. Está claro que ni desde el punto de vista legal ni desde el práctico es de
recibo actuar por indicios. Es necesario argumentar técnicamente y sostener los indicios
con datos fehacientes. De ahí que nuestra propuesta descanse en la elaboración de un
estudio técnico en el bienio 1999-2000 para proceder a la redacción y aplicación de un
nuevo contrato, cuyo pliego de condiciones resulte más equilibrado y más eficaz en el
control de la prestación de los servicios cuando finalice la vigencia del actual, esto es, el
31 de diciembre del 2001.
Pasemos ahora al segundo elemento del problema: la ampliación del servicio de
recogida y limpieza a los nuevos barrios. Aunque quien esto escribe entiende la política
como una forma de ofrecer soluciones a los problemas y no como una permanente
descalificación a las acciones u omisiones del oponente político, no me queda otro
remedio que responsabilizar al actual equipo de gobierno por su clara negligencia en la
aplicación del contrato. En la cláusula veintinueve de éste se establece con absoluta
claridad que las ampliaciones de las nuevas zonas deben ser presupuestadas con
anterioridad a su recepción por el Ayuntamiento. Teniendo en cuenta que hay vecinos
habitando esas zonas desde 1996, y considerando que el propio Alcalde las ha

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inaugurado en algunos casos, es obvio que los populares debieran haber incluido la
correspondiente partida en los presupuestos de los últimos tres años. No lo hicieron y
con ello la empresa concesionaria no sólo no ejecutó la limpieza de unas zonas nuevas
que, en teoría, desconocía, sino que al agravarse el problema en 1998 con la
consiguiente movilización vecinal, se situó en posición de fuerza sobre la decisión del
Pleno municipal.
Así las cosas, en el Pleno Extraordinario del pasado 16 de julio, el equipo de
gobierno presentó por vía de urgencia una propuesta de ampliación del servicio a los
nuevos barrios enmarcada en una indigesta prórroga del contrato hasta el 2009. Téngase
en cuenta que la propuesta que por vía de urgencia se hizo llegar al Pleno suponía un
compromiso para el Ayuntamiento de más de 21.000 millones de pesetas. Añádase a
esto que cuatro días antes, el 12 de julio, el Pleno había aprobado los presupuestos
presentados por el PP para el año 98 en los que no se incluían ni prórroga ni ampliación,
pese a que consta documentalmente que el Concejal de Medio Ambiente era plenamente
consciente del problema. Coincidirán ustedes conmigo en que, ante la magnitud de las
cifras y del compromiso contractual, el Grupo de Concejales socialistas hizo lo único
que podía hacer: pedir que el asunto quedase sobre la mesa para estudiarlo, elaborar una
propuesta y presentarla en el mes de septiembre. Ese fue el compromiso del Grupo
Socialista y de ahí la propuesta que ahora formulamos. Al adoptar esa solución, el
PSOE hizo y hace un ejercicio de responsabilidad política pensando en los ciudadanos
más directamente afectados, pero sin olvidar los intereses generales de la ciudad.
Con estas premisas, mientras que la ciudad con su Alcalde a la cabeza gozaba
despreocupadamente de las merecidas fiestas, un grupo de militantes socialistas
trabajamos en la elaboración de una propuesta coherente, seria y responsable, pero
sujeta a unos condicionantes muy estrictos: a) la vigencia del contrato hasta el 2001; b)
la deuda acumulada con la empresa; y c) el deber de dar un servicio indispensable a los
ciudadanos. Con estos mimbres, y sin más datos técnicos que los que pudieron
obtenerse en las noches de julio y agosto, había que elaborar el cesto.
La propuesta presentada por el PP en el Pleno del 16 de julio no hacía sino
trasladar la oferta de la empresa. Obvio es decir que ésta funciona con criterios
empresariales; criterios loables, sin duda, pero que deben ser analizados cuidadosamente
por quienes tienen la responsabilidad de gestionar con otros criterios los intereses de los
ciudadanos. La propuesta PP-Urbaser tiene dos caras. Una es positiva, al tratarse de una
importante inversión en maquinaria que la empresa "regala" a la ciudad en función de la
garantía de la concesión del servicio hasta el año 2009. Dejando a un lado aquello de
que nadie regala nada, la otra cara de la moneda podría significar la hipoteca hasta el
2009 de las futuras corporaciones; y no cualquier hipoteca, sino una sujeta a unas
condiciones contractuales que en nuestra opinión no son las más idóneas para la ciudad.
Por lo tanto, nuestra propuesta ha sido básicamente esta: prorróguese el contrato
hasta el 2009 para que la ciudad se beneficie de la inversión empresarial y de las
sinergias que genera la prórroga, pero revísense las condiciones del contrato en el 2001
y ajústense a los costes reales del servicio. Y para que los precios dejen de "parecernos"
caros es necesario que podamos demostrar que son "efectivamente" caros: hágase pues
un estudio detallado de costes en el bienio 1999-2000.
Queda como problema añadido la cuestión de la deuda, cifrada a 30 de
septiembre en 3.505 millones de capital, a los que hay que añadir unos intereses de
demora que rondan los seiscientos millones. En lo que se refiere a la deuda de capital, la
concejal de Hacienda decía días atrás en la prensa que "los socialistas habían dejado con
Urbaser una deuda de 3.000 millones". Tengo delante de mí las facturas pendientes de
cobro que obran en poder de la intervención municipal. Recuérdese que el PP obtuvo la

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Alcaldía en el segundo semestre de 1995. Desde entonces se adeudan a Urbaser las
siguientes cantidades: segundo semestre de 1995, 582,6 Mp; 1996, 982,6 Mp; 1997,
831,2 Mp; hasta el 30 de septiembre de 1998, 966,9 Mp. En total 2963,3 millones de
deuda que, facturas en la mano, han sido generados por el gobierno del PP, y todo ello
sin conseguir unas condiciones óptimas en la limpieza de la ciudad y condenando a
muchos vecinos a vivir entre inmundicias.
Finalmente, los intereses de la deuda suponen más de seiscientos millones,
cantidad que se incrementa mes a mes en función de dos parámetros: el interés legal del
dinero que se fija anualmente en la Ley de Presupuestos Generales del Estado y que
para 1998 es del 7,5 por ciento. Este interés hay que incrementarlo en punto y medio de
acuerdo con el artículo 100 de la Ley de Contratos de las Administraciones Públicas.
Con estos datos, en 1998 la ciudad está abonando un interés del 9 por ciento, muy por
encima de lo que podrían obtenerse con un crédito a largo plazo. Con nuestra propuesta
los socialistas instamos al equipo de gobierno a que negocie con una entidad financiera
un crédito más acorde con la realidad del mercado y más satisfactorio para los intereses
de Alcalá de Henares.
En definitiva, la propuesta socialista es clara: liquidación de la deuda mediante
un crédito a largo plazo y prórroga del contrato para aprovechar las ventajas ofrecidas
por la empresa, pero no una prórroga sujeta a las condiciones ofrecidas por aquella, sino
con las que se establezcan en un nuevo pliego de condiciones, lo que en la práctica
viene a significar un nuevo contrato más económico y eficaz para nuestra ciudad.
El PSOE entiende que la solución que ha propuesto es la mejor de las posibles
para poder salir de una situación extraordinariamente negativa que el equipo de
gobierno se muestra incapaz de resolver, provocando con ello notables deficiencias en
la limpieza general de la ciudad, situando a los nuevos barrios en límites higiénico-
sanitarios intolerables, impidiendo ingresos millonarios procedentes de la recogida
selectiva e incrementando la deuda hasta límites imposibles de sostener por más tiempo.
El PSOE sostiene que la propuesta adoptada es la mejor de las posibles en las
circunstancias actuales, y la única que permite comenzar a salir de una situación
extraordinariamente negativa a la que ha abocado a la ciudad la gestión del equipo de
gobierno municipal.

Diario de Alcalá, 5 de octubre de 1998

Ayuntamientos y empleo
Con la crisis económica de los años setenta se puso fin a una etapa en Europa en
la que el pleno empleo formó parte de los avances en la construcción del Estado de
Bienestar. Desde entonces, un espectro recorre Europa, el espectro del desempleo, que
afecta a más de 18 millones de ciudadanos en la Unión Europea. El problema del paro
no es un mero asunto de índole técnica o económica sino un problema social que
implica asumir una responsabilidad colectiva. Los ayuntamientos, además de ser
unidades básicas de la organización del Estado, son las instituciones que más cercanas
están a los problemas de los ciudadanos y por ello deben protagonizar la cohesión social
imprescindible para la lucha contra el desempleo.
Cada vez es más urgente afrontar seriamente algo que los expertos económicos
conocen sobradamente y que los ciudadanos intuyen: que ni las herramientas
convencionales de política económica ni el crecimiento económico, por sí mismos,
solucionarán el paro. Aunque el crecimiento económico es siempre un factor positivo,
no puede atajar por sí solo el problema debido al incremento anual de la productividad y

111
a la participación de nuevos colectivos en el mundo laboral. Las actuales tasas de
crecimiento económico del ciclo alcista en que nos movemos se sitúan en unos niveles
cercanos al 2,5%, porcentaje que sólo sirve para mantener las actuales cifras de
desempleo. Un crecimiento constante del 3% anual solo serviría para reducirlas en un
8% para el año 2002.
Teniendo en cuenta que más del 50% de la población española, y casi el 80% de
la europea, vive en ciudades de más de cincuenta mil habitantes, los efectos de todo tipo
que el desempleo genera en nuestra sociedad son especialmente sentidos en el ámbito
local, porque es en este ámbito donde se manifiestan con mayor intensidad las
necesidades y carencias de los ciudadanos y donde mejor se detectan éstas. La
proximidad de los ciudadanos hace que el fenómeno del desempleo sea percibido en las
ciudades con mayor intensidad, pero también permite localizar de forma más certera los
problemas de los desempleados, para una vez localizados estos con precisión, articular
las políticas activas necesarias para actuar sobre problemas concretos. Desde este
planteamiento, los ayuntamientos aparecen como las instituciones más capaces de
fomentar, dinamizar y coordinar la creación de empleo.
Un factor decisivo en la lucha contra el paro es el fomento de las pequeñas y
medianas empresas. Los 17 millones de pymes de la Unión Europea (empresas con
menos de 250 trabajadores) representan más del 70% de los puestos de trabajo, el 50%
de la inversión y el 60% de la riqueza. Los ayuntamientos han de estimular la cultura
emprendedora y de ayuda a las nuevas empresas porque representan un activador
positivo de la economía local. Es necesario profundizar en políticas de desarrollo local
que contemplen el fomento de la dotación de infraestructuras para facilitar el
asentamiento de empresas foráneas y el desarrollo de las locales, que desarrollen
medidas financieras que hagan posible el desarrollo de proyectos acometidos por
empresarios noveles, que faciliten el realojamiento de empresas surgidas de los viveros
municipales de empresas, ofreciéndoles suelo industrial en condiciones ventajosas.
Unas políticas de desarrollo local que, en definitiva, favorezcan la apertura de pymes,
reduciendo las cargas administrativas y mejorando su acceso a los medios financieros.
Es preciso, también, elaborar planes formativos locales. Los ayuntamientos
deben cumplir en estos planes un papel de coordinación de la oferta formativa y facilitar
la cooperación entre instituciones, centros de enseñanza, empresas y centros de
investigación. La formación es el principal factor estratégico de desarrollo y, por tanto,
los programas formativos necesitan cada vez mayores dosis de coherencia funcional. El
diseño y la ejecución de las políticas de formación profesional, ocupacional y continua
deben coordinarse a nivel local, ámbito idóneo para lograr la coherencia pretendida.
Es necesario que los ayuntamientos impulsen la generación de trabajo en
actividades nuevas como los comúnmente denominados yacimientos de empleo, tercer
sector o sector informal. La Comisión Europea, apoyándose en el Libro Blanco de
Delors, ha estimado que los nuevos yacimientos de empleo pueden generar tres millones
de nuevos puestos de trabajo hasta el año 2002. Unos nuevos empleos cuyos perfiles
surgen desde los propios ciudadanos quienes, con sus quejas en los periódicos, nos
dicen muchas veces qué servicios están mal hechos y cómo es para ellos la calidad de
vida. Los nuevos yacimientos de empleo aparecen ligados a los servicios a la vida
diaria, a la mejora de la calidad de vida, a la cultura y al ocio, a la restauración de los
bienes públicos y al medio ambiente. Los pueblos y las ciudades son espacios donde
surgen nuevas iniciativas que generan ocupación a partir de los servicios necesarios para
la comunidad que son imposibles de deslocalizar.
En casi veinte años de gobiernos municipales democráticos, los españoles hemos
logrado dotar de contenidos a las instituciones locales que, de este modo, se han

112
convertido en valiosos agentes para la prestación de servicios y han dado pruebas
evidentes de su potencialidad para contribuir al desarrollo económico de nuestros
municipios. Este proceso de intensa actividad municipal, que ha transformado la
realidad de nuestras ciudades y pueblos, superando muchas de las carencias y
desequilibrios de años de crecimiento desigual, no ha ido, sin embargo, acompañado de
una financiación estable y suficiente de las haciendas locales. El desequilibrio es claro:
de cada 100 pesetas que financian la actividad de los ayuntamientos, 65 tienen su origen
en recursos propios, en tributos que ellos recaudan. Los socialistas reclamamos para los
ayuntamientos una mayor participación en los ingresos públicos que debiera orientarse
hacia un 50% para la Administración Central, un 25% para la Autonómica y un 25%
para la Local. Asimismo, los socialistas exigimos para los ayuntamientos mayores
competencias en las políticas de empleo y la transferencia a los municipios de planes,
políticas e instrumentos que favorezcan la lucha contra el paro.
Mientras que los poderes económicos persiguen regular la economía según sus
intereses, las fuerzas de progreso –con los ayuntamientos al frente- deben subordinar
cualquier otro objetivo al de combatir el paro. Ello exige la apertura de un proceso de
descentralización hacia los ayuntamientos que conduzca a que las instituciones locales
asuman la gestión de aquellos servicios y competencias que, por sus características, sea
más conveniente que ejerza la acción pública local. Frente a quienes desde el fetichismo
neoliberal propio de la derecha actual sostienen la tesis de que ya nunca habrá más
trabajo para todos en las nuevas condiciones tecnológicas y sociales propias de la
economía de mercado, los socialistas proclamamos que el empleo, como sucede con
otros muchos bienes, puede llegar a todos si hay una adecuada distribución del mismo y
sostenemos que existe una amplísima lista de necesidades sociales, culturales y de
calidad de vida que, desde los ayuntamientos y con una más racional asignación de los
recursos, podrían ser financiables y permitir la creación de muchos nuevos puestos de
trabajo.

Puerta de Madrid, 10 de octubre de 1998

Alcalá en el siglo XXI: Una ciudad sostenible


"Si junto a la biblioteca tienes un jardín, ya no te faltará nada". La frase de
Cicerón refleja dos de los aspectos esenciales del bienestar humano que son de especial
relevancia en el caso de las ciudades en general, y de Alcalá de Henares en particular.
Aunar cultura y naturaleza deben ser dos de las aspiraciones fundamentales en la
planificación de Alcalá para el siglo XXI.
Nuestra ciudad, utilizando como fondo su pasado histórico y como instrumento
la declaración de Patrimonio de la Humanidad, tiene la legítima aspiración de
convertirse en foco de atracción cultural no sólo en su entorno más próximo, sino
también en los ámbitos nacional e internacional. En las sociedades urbanas modernas
con prestigio cultural hay un binomio indisoluble cultura-medioambiente de forma que
ese telón de fondo que es la cultura o el patrimonio histórico, en buena parte legados del
pasado, debe ir acompañado de un escenario armónico en el que la preocupación por la
naturaleza y el medio ambiente sean el testimonio de una cultura viva que manifieste la
preocupación ciudadana por su calidad de vida y por el legado que ha de dejar a las
generaciones venideras.
A mi juicio, la aspiración de convertir a nuestra ciudad en un modelo urbano
basado en lo cultural, debe ir ineludiblemente unida a su transformación en una ciudad
verde, medioambientalmente sana y dotada de una calidad de vida que satisfaga

113
nuestras necesidades actuales sin hipotecar los recursos naturales que son patrimonio de
las próximas generaciones. Porque desde la óptica de un socialista, el medio ambiente
es, ante todo, una cuestión de solidaridad entre personas, territorios y generaciones.
Entre personas, porque todos los seres humanos tienen derecho a un medio ambiente
sano. El desequilibrio ambiental acentúa profundamente el desequilibrio social, porque
los colectivos socialmente más desfavorecidos son las principales víctimas del deterioro
ambiental. Solidaridad también entre territorios, porque las naciones, las comarcas, las
regiones, los municipios -y dentro de estos los barrios humildes- corren el peligro de
convertirse en basureros de los ricos o de sobreexplotar sus recursos en beneficio de
aquellos. Y es también una cuestión de solidaridad que debe extenderse a las próximas
generaciones, a nuestros hijos y nietos, a los que habitarán el mundo después de
nosotros, frente a los cuales no tenemos ningún derecho a legar territorios y ciudades
depredadas e inhabitables.
En un mundo cada día más atenazado por la globalidad de la economía y por el
efecto transfronterizo de los problemas ambientales, la respuesta socialista debe estar
basada en la solidaridad y en la cohesión social como puntos de referencia
fundamentales frente al carácter global de los problemas ambientales: la política
medioambiental debe estar contenida en el conjunto de las políticas y en los modelos de
territorio y de desarrollo urbano que propongamos. Desde el informe de la Comisión
Bruntland de 1987, la integración de equilibrio territorial, equidad social y conservación
del medio ambiente a largo plazo ha dado en llamarse desarrollo sostenible, un término
que ya forma parte del acervo de la socialdemocracia. El desarrollo sostenible es aquel
que nos permite satisfacer solidariamente nuestras necesidades sin comprometer la
capacidad de las generaciones futuras de satisfacer las suyas.
El proyecto socialista para diseñar la Alcalá del siglo XXI está, pues, basado en
los principios del desarrollo sostenible y del ecologismo social, lo que significa
concebir, en colaboración con organizaciones no gubernamentales y colectivos de
carácter medioambiental, políticas territoriales y de planeamiento urbano que apuesten
por la mejora del entorno urbano y periurbano, por la sostenibilidad y por la justicia
social. El proyecto socialista para Alcalá de Henares va a reflejar con absoluta nitidez
nuestra vocación de tomar las medidas necesarias para incorporar Alcalá al grupo de
ciudades del mundo que han suscrito los compromisos medioambientales de la Agenda
21.
En esta línea, es también imprescindible el desarrollo de una cultura ambiental
en los ciudadanos. La participación social tiene que volver a ser uno de los elementos
más consolidados de la cultura política de los socialistas. Bajo esta premisa, las
administraciones públicas, con los ayuntamientos a la cabeza, tienen la responsabilidad
de proporcionar a los ciudadanos la información y los medios que hagan posible una
elección responsable. La colaboración con los colectivos ecologistas y las
organizaciones ambientales, la aportación de las asociaciones de vecinos, de padres y de
consumidores como conocedoras más directas de los problemas inmediatos, el
reforzamiento de las competencias del Consejo Asesor de Medio Ambiente, las
campañas de concienciación dirigidas a la población y la educación ambiental en los
centros de enseñanza, resultan para ello de la mayor importancia.
Los socialistas queremos embellecer la ciudad importando naturaleza a los
jardines, a los parques, a las calles y a las plazas de todos los barrios; pero, además,
apostamos por mejorar la ciudad-territorio y para ello vamos a trabajar en el
saneamiento del metabolismo urbano y en la recuperación del entorno natural que rodea
a la ciudad. Y queremos hacerlo desde el conocimiento, la investigación, la
planificación ecológica y la participación ciudadana. No es ahora el momento de

114
concretar propuestas, pero sí de hacer un llamamiento a los colectivos ciudadanos
preocupados por la defensa del medio ambiente para que, llegada la ocasión, se
incorporen a esta fundamental faceta de nuestro proyecto de Alcalá Siglo XXI:
conseguir una ciudad sana, limpia y verde en un entorno natural recuperado y bien
conservado.

Diario de Alcalá, 20 de octubre de 1998

La peatonalización del centro


Mal funcionan las cosas en una ciudad cuando la iniciativa ciudadana, individual
o colectiva, tiene que suplir actuaciones o responsabilidades que debieran surgir de los
gobernantes municipales. Con frecuencia, la dinámica ciudadana marcha por delante de
la inercia propia de las instituciones, pero ese supuesto no es de aplicación cuando quien
debiera gobernar ha sido avisado, por activa y por pasiva, de las inconveniencias de su
decisión. Esto es lo que ha sucedido con el torpe e ineficaz intento de peatonalización
del centro de nuestra ciudad, una iniciativa del equipo de gobierno del PP puesta en
marcha a bote pronto, huérfana de reflexión, sin atender a vecinos y comerciantes, y sin
haber tenido la elemental precaución de realizar un profundo estudio previo de las
consecuencias que pudieran derivarse de una decisión tan necesaria como erróneamente
adoptada.
La pasada semana un reportaje de Puerta de Madrid daba cuenta del letal vacío a
que se ve sometida la plaza de Cervantes en días festivos. El reportaje aparece cuando la
Federación de Comerciantes del Henares ha encargado un estudio sobre el impacto que
la peatonalización del casco antiguo puede tener sobre el entorno urbano de la ciudad y
sobre el comercio establecido en la zona. Por ahí tenía que haber empezado el primer
edil municipal; la decisión de DON Bartolomé debiera haber comenzado por realizar un
estudio integral sobre el volumen, flujo, incidencia y perturbaciones causadas por el
tráfico rodado. Un estudio que hubiera señalado cuáles son los problemas reales, qué
alternativas existen y cuáles son las soluciones más inteligentes. Un análisis, en
definitiva, que habría servido para abrir un amplio debate cívico como el que se ha
celebrado en otras ciudades occidentales que han adoptado medidas similares de cierre
al tráfico de sus cascos antiguos.
Para que nadie tome mi pronunciamiento como oportunista, he retomado parte
del contenido de un artículo que publiqué hace ahora un año, justo cuando el equipo de
gobierno municipal planteó la peatonalización del centro de la ciudad. Me parece que el
fondo del artículo sigue siendo de total actualidad.
Decía entonces que si algo distinguía a las viejas ciudades europeas de las
modernas ciudades norteamericanas es el centro histórico; los centros históricos de
muchas ciudades europeas siguen conservando el papel que desempeñaban en la Edad
Media: son el ágora, el foro, el punto de reunión, el lugar de encuentro y de convivencia
del conjunto de la población. Los centros históricos son también los grandes indicadores
de la personalidad de las ciudades porque, en último término, una ciudad es lo que su
centro histórico significa. Lo que distingue a Alcalá de Henares de otras poblaciones
madrileñas que la superan en renta o en número de habitantes es la fuerte personalidad
que le confiere su historia, una historia reflejada en las viejas murallas, en los conventos
recoletos, en las pequeñas plazas empedradas o en las intrincadas callejas que son toda
una lectura de la evolución de una ciudad cuyo delicado futuro debemos diseñar en este
fin de siglo.

115
Proyectar el futuro de una ciudad no es cosa fácil y más cuando –como sucede
en Alcalá- el diseño se fundamenta en un cambio profundo de su componente
socioeconómico que implica, además, la proyección internacional como ciudad
merecedora del reconocimiento que su arquitectura urbana, su pasado histórico, sus
señas de identidad y su actualidad universitaria merecen. Por ello, el dibujo de una
Alcalá que en el fin del segundo milenio evoluciona desde una realidad industrial ya
consolidada hacia un futuro marcado por la educación, la cultura y el turismo, es uno de
los problemas más agudos con los que se enfrenta el gobierno municipal. Y el problema
se acrecienta cuando se considera que el centro de Alcalá, al contrario de lo que ocurre
con algunas ciudades pletóricas de edificios pero vacías de población, es el hogar y el
sustento de un importante núcleo humano –el sector servicios en general, y el pequeño
comercio en particular- cuyo presente y futuro están estrechamente ligados al devenir
del casco histórico.
Así las cosas, no puede sorprendernos que los comerciantes alcalaínos hayan
encargado días pasados un estudio sobre las repercusiones del cierre del tráfico en parte
del casco antiguo, supliendo así la desidia del PP en un tema tan decisivo para el futuro
de la ciudad. Los comerciantes podrían haber actuado como los populares han hecho,
esto es, actuando unilateralmente y oponiéndose frontalmente a la peatonalización. Pero
obrando con racionalidad, han decidido analizar cómo está la situación y cómo
evolucionará con el cierre al tráfico rodado. Su decisión ha sido todo un ejemplo de
ciudadanía responsable.
Y vaya por delante que -como escribía hace un año- la transformación del centro
en zona peatonal es la crónica de una muerte anunciada: en un futuro a medio plazo los
intramuros de la vieja Alcalá medieval quedarán cerrados al tráfico. La seguridad de
esta afirmación se basa en el conocimiento de lo que, progresiva pero incesantemente,
está ocurriendo en otras ciudades europeas que, poseedoras de ese tesoro urbano que es
un hermoso centro histórico, siguen el esquema general aprobado por las ciudades que
suscribieron la Agenda 21, es decir, diseñar las transformaciones de las ciudades desde
la perspectiva de un modelo urbano sostenible inspirado en los acuerdos de Río 92.
La aplicación de esos diseños de transformación superan lo estrictamente
urbanístico porque afectan a la actividad socioeconómica de los ciudadanos y al
equilibrio medioambiental de la ciudad y de su entorno; de ahí que requieran la
elaboración de cuidadosos planes urbanísticos, socioeconómicos y ecológicos que
afectan al tráfico rodado, sí, pero también a las zonas verdes, a los parques naturales, al
agua potable y al alcantarillado, a la contaminación atmosférica y acústica, a la
educación ambiental, a la estructura comercial y, en definitiva, al bienestar de los
ciudadanos de hoy y del mañana. Hoy más que nunca la ciudad debe ser entendida
como un ecosistema complejo en el que interactúan múltiples factores hasta constituir
un equilibrio más o menos armónico, cuya alteración debe ser cuidadosamente
planificada si no se quiere provocar el hundimiento del sistema.
Un cambio de la naturaleza urbana de la ciudad –cambio al que están abocadas
todas las urbes que quieran mantener vivo su pulso en los próximos decenios- requiere
la elaboración de un cuidadosísimo plan de transformación en el que el centro histórico
es una pieza importante, pero que no por ello deja de ser una pieza más, de un complejo
entramado de actuaciones que deben traernos la Alcalá del siglo XXI. Ese plan exige la
integración de todos las piezas del sistema urbano y no actuaciones parciales en algunos
de los componentes que no hacen sino desestabilizar el equilibrio de la ciudad. Y,
todavía más, cuando de transformación profunda se trata, cualquier medida que se
adopte debe estar fundamentada en dos pilares esenciales: el conocimiento real y
profundo de los factores que inciden en el sistema y en cada uno de sus componentes, y

116
la participación de la ciudadanía tras un pausado procedimiento de información,
reflexión y participación en la toma de decisiones. De lo contrario, el desorden acabará
por desequilibrar al ecosistema urbano.

Puerta de Madrid, 14 de noviembre de 1998

Se abre la veda (perdón, la poda)


Como si de la temporada de caza se tratase, el Ayuntamiento se apresta a
decretar los próximos días la temporada de poda. Obedientes al mandato municipal, un
ejército de leñadores, rajadores, remoldadores e inhábiles podadores estará afilando
sierras, hachas y escamoches, preparando astiles, sogas, zapapicos y marrazos,
alistándose, en suma, para caer como bíblica plaga sobre el indefenso arbolado urbano.
Si las plantas tuviesen memoria, los ahora semidurmientes árboles que oxigenan
las calles, nos cobijan con su sombra y acercan un trozo de naturaleza a la ciudad, se
estremecerían aterrados recordando la sarracina que por estas fechas, año tras año, les
azota, convirtiendo esbeltas formas vegetales en muñones desgarrados, transformando
gráciles ramajes en retorcidos desmoches, terciando lo que pudieron ser troncos
poderosos, y transformando nuestras calles en espeluznantes solanas cubiertas de restos
vegetales listos para el aceguero.
Año tras año, en alguna oscura dependencia municipal, algún supuesto experto
impone su superior criterio. Obedeciéndolo, hordas arboricidas se dispersan por la
ciudad para vejar, cercenar, mutilar y deformar el arbolado urbano. Año tras año, grupos
ecologistas, asociaciones de vecinos y personas, en fin, sin otra afiliación que una
sensibilidad innata hacia lo que la naturaleza otorga, se manifiestan en contra de ese
ejercicio contra natura que es la poda. Hace ahora un año, en estas mismas páginas,
expuse mi posición contraria a la poda indiscriminada. Un año después, asumidas
nuevas responsabilidades políticas, reitero lo dicho y, puesto que ahora estoy en
condiciones de ir más allá de una mera declaración de intenciones, quiero dejar bien
claro a quien pudiera interesar que en mi proyecto político para la ciudad figura algo tan
sencillo como esto: el cese de la poda indiscriminada, salvaje e irracional que cada año
transforma las calles de Alcalá en un lamentable alineamiento de árboles mutilados, en
una esperpéntica muestra de vegetales lisiados, estéticamente detestable pero, sobre
todo, en un cruel atentado contra quienes silenciosamente prestan sombra, compañía y
aire puro, ponen belleza en nuestra vidas y nos recuerdan todo lo que debemos a la
naturaleza y todo lo que ésta tiene de bella y de generosa en el mantenimiento de la vida
sobre la tierra.
Dije entonces y reitero ahora que la riqueza de las ciudades, de los reinos y de
las naciones ilustradas ha tenido tradicionalmente su expresión en la magnificencia de
sus parques, en el cuidado de sus jardines y en el amor por su arbolado. Los árboles son
en las ciudades la manifestación de nuestra dependencia de la naturaleza y ese
reconocimiento es, por sí solo, testimonio de la inquietud cultural de sus habitantes. El
árbol es, pues, símbolo de sensibilidad y manifestación externa de ilustración y, por lo
mismo, el maltrato al árbol es síntoma inequívoco de incultura, de estulticia, de
ignorancia y de desgobierno.
Un árbol, con su copa henchida de hojas, sus ramas pujantes de savia vital, su
porte erguido y su frescura, humaniza los grandes espacios urbanos en los que el feo
cemento, el negro asfalto y el humo contaminante campan por sus respetos. A diferencia
de estas muestras inorgánicas de la actividad humana, el árbol no es una construcción
humana que pueda ser manipulada a voluntad, sin juicio, motivo ni razón. Nunca debe

117
podarse un árbol sin tener motivo suficiente. No debe mutilarse un árbol simplemente
por podarlo o porque se suponga que es época de poda. No existe época de poda. Por
razones de su propia salud, los árboles tienen poca o ninguna necesidad de ser podados
si se dejan crecer por sí mismos, porque a lo largo de la evolución han desarrollado
eficaces sistemas de autoprotección, que pueden ser destruidos en pocos minutos por el
podador. Si no hay razones de índole fitosanitaria o de seguridad vial, es mejor dejarlos
en paz.
¿Tan difícil es entender esto?

Diario de Alcalá, 20 de noviembre de 1998

¿Turismo sostenible o turismo popular?


El turismo cultural está adquiriendo una importancia creciente por sus efectos
económicos como generador de empleos, ingresos y producción; por tratarse de un
instrumento eficaz dentro de las estrategias de política económica regional y local; y
porque, socialmente, el turismo cultural busca nuevos elementos de identidad en un
mundo en el que impera la globalización y la uniformidad. Considerando la importancia
que el desarrollo del turismo cultural puede tener para Alcalá, las políticas municipales
alrededor del desarrollo turístico constituirán uno de los pilares básicos sobre los que
habrá que cimentar el bienestar social y económico de nuestra ciudad en el siglo XXI.
Hace algunos días el equipo de gobierno municipal ha apuntado una idea -la
creación de un Patronato Municipal de Turismo- que no por antigua (véase el Estudio
de Promoción Turística encargado por el Ayuntamiento en 1991) deja de ser
cuestionable, porque un patronato o una figura similar de coordinación y fomento de la
actividad turística no resolverán nada por sí solos si su creación no va acompañada de
otras medidas orientadoras de la política municipal del sector.
Tras casi cuatro años de gestión municipal del PP, todavía cabe hacer algunas
preguntas esenciales: ¿Cuál es el modelo de turismo que proponen los populares para la
ciudad? De existir, ¿se trata un modelo de gestión de turismo sostenible? ¿Se han
estudiado los beneficios y costes tanto privados como sociales de los diferentes modelos
turísticos? ¿Se ha analizado cuál es la capacidad de acogida de esta ciudad? ¿Se actúa
teniendo en cuenta un modelo definido o se van tomando decisiones en función de los
acontecimientos? ¿Está el equipo de gobierno realizando las gestiones más eficaces
tanto en la administración autonómica como en la nacional y en la europea para
conseguir apoyo económico con el que potenciar el desarrollo turístico?
A la espera de las respuestas populares, procede hacer unas consideraciones
elementales sobre los ejes principales que, a mi juicio, deberían vertebrar una estrategia
de desarrollo turístico para Alcalá. Mi punto de partida es que la cultura y el patrimonio
histórico, como la educación o la salud, no son mercancías cualesquiera que son
compradas y vendidas en un mercado, pues considerar al turismo cultural como una
industria con una estructura de mercado competitiva, donde la determinación de precios
y cantidades se lleva a cabo sin ningún tipo de intervención (salvo la promoción, que
favorece a grandes empresas privadas y acaba por hundir a las iniciativas locales),
conduce irremediablemente a no tener en cuenta los indudables efectos negativos del
desarrollo turístico, lo que a medio y largo plazo provoca distorsiones económicas,
sociales y culturales dentro de la ciudad que, tarde o temprano, conducirán a la pérdida
de los valores positivos del turismo.
Si queremos que la actividad económica generada alrededor del turismo
repercuta de manera equitativa en Alcalá, es imprescindible la intervención de las

118
autoridades locales para orientar el funcionamiento de la industria hacia el máximo
bienestar colectivo. En definitiva, el Ayuntamiento ha de tomar el papel director en la
coordinación de todas las propuestas realizadas por los agentes económicos y sociales
implicados, velando por los intereses de la ciudad y de sus vecinos, y liderando los
procesos de gestión y planificación de todas las políticas que giran alrededor de la
industria turística (desarrollo económico, urbanismo, medio ambiente, infraestructuras,
transporte, etc.).
La ciudad, a través del impulso de sus responsables municipales, debe
desarrollar un proyecto particular de gestión turística en el que se tomen como
referentes específicos algunas experiencias llevadas a cabo entre otras ciudades de
similares características (Brujas, Gante, Bolonia, Verona, Siena, Friburgo, y tantas
otras). Se necesita, pues, un proceso de reflexión que recoja la opinión de los colectivos
sociales implicados, para después definir e implantar el modelo específico y
diferenciado que requiera la ciudad. Así las cosas, un diseño preliminar de un modelo de
turismo sostenible debería articularse en torno a las siguientes líneas:
1) Abandono de estrategias caducas de desarrollo turístico basado
primordialmente en la promoción en el exterior, las cuales pretenden, en última
instancia, potenciar el turismo de masas en beneficio de los grandes tour-operadores y
en detrimento de iniciativas locales que generan empleo y riqueza en la ciudad. Si
queremos conseguir un desarrollo sostenible del turismo, hay que buscar un equilibrio
entre turismo y habitabilidad, controlando espacialmente su desarrollo y examinando
con detenimiento los impactos económicos, sociales y ecológicos que pudiera generar el
turismo en la ciudad.
2) Mejoras en infraestructuras, urbanismo, medio ambiente, transportes y
formación de personal. Para que el turismo genere desarrollo no sólo debe fomentarse
una demanda de bienes culturales, históricos y artísticos. Dado que este tipo de bienes
son fijos a corto plazo, sólo adquieren valor en la medida en que se desarrollen los
productos y servicios relacionados (infraestructura hotelera, entornos urbanos y
ambientales bien conservados, transportes organizados y regulados, personal con buena
formación, etc.) y se diversifique la oferta de actividades turísticas recreativo-
deportivas, de ocio, de cultura y de animación.
3) Creación de un órgano centralizado para la promoción y el desarrollo turístico
que reestructure la caótica situación de la política turística de la ciudad, aunando las
competencias más o menos directas en materia turística o que afectan al turismo, ahora
dispersas en varias concejalías. Siendo el turismo una modalidad más del desarrollo
económico de la ciudad, este órgano debería articularse en el OADE, para beneficiarse
de los recursos materiales y humanos ya existentes. Crear un Patronato sólo sirve para
duplicar esfuerzos y para entorpecer y encarecer los procesos de decisión y gestión.
4) Valoración de los aspectos negativos de la industria turística que, aunque
algunos quieran obviarlos, existen y graves. Los problemas de contaminación del medio
ambiente urbano, la congestión provocada por turistas y vehículos, y los posibles
impactos sociales y culturales de carácter negativo deben ser analizados y evaluados
antes de que lleguen a producirse. Las consecuencias desastrosas que puede causar la
riada incontrolada de millares de turistas en busca de estímulos inmediatos pueden
observarse en algunas ciudades históricas europeas como Venecia, donde el centro
histórico se ha convertido en una concatenación de decorados sin ningún sentido, de los
cuales los vecinos -actores involuntarios de un escenario en el que no han participado-
han huido, con la pérdida de identidad cultural que ello provoca.
5) Celebrar unas Jornadas Municipales del Turismo para incrementar la
cooperación con el resto de agentes económicos y sociales de la ciudad y, en general,

119
con todos aquellos ciudadanos que tengan argumentos que exponer, de tal manera que el
modelo turístico a desarrollar sea resultado de un consenso y no de una improvisación
impuesta y carente del respaldo social imprescindible para soportar unas cargas que,
quiérase o no, repercuten en la calidad de vida de los vecinos. A este respecto, resultan
clarificadoras las lógicas protestas de los comerciantes del centro ante un torpe e
ineficaz conato de peatonalización hecho sin tener en cuenta la opinión de los colectivos
más directamente implicados.
En definitiva, se trata de afrontar con impulso político por un lado, y con
rigurosidad sociológica, técnica y científica por otro, los desafíos que nos impone la
planificación y gestión de un modelo de turismo sostenible, de forma que podamos
hablar con fundamento de un turismo que actúe positivamente en el conjunto de la
ciudad.
Porque Alcalá de Henares será en el futuro Patrimonio de la Humanidad, pero,
hoy por hoy, debe ser, ante todo, Patrimonio de sus Vecinos.

Puerta de Madrid, 21 de noviembre de 1998

El pequeño comercio
La ciudad es el espacio comercial idóneo y las actividades comerciales son uno
de los principales motores -tal vez el principal- de la estructura urbana. Es preciso
encontrar soluciones para los distintos modelos de estructura comercial que conviven en
nuestras ciudades, de manera que las agresivas implantaciones de grandes superficies no
deshagan el tejido comercial tradicional. Estas soluciones pasan por reclamar un marco
jurídico homogéneo que genere certidumbre y garantice la leal competencia, y por
poner en marcha planes específicos que permitan alcanzar un marco de competitividad
equilibrado del pequeño comercio frente a otras fórmulas comerciales.
El origen medieval de las ciudades europeas se debió indudablemente, como el
efecto a su causa, al renacimiento comercial. Es obvio señalar que las ciudades se
multiplican a medida que progresa el comercio y que aparecen a lo largo de todas las
rutas naturales por las que éste se expande. Nacen, por así decirlo, a su paso. Un mapa
de Europa en donde se resaltara la importancia relativa de las vías comerciales
coincidiría, sin apenas diferencia, con otro que mostrara las aglomeraciones urbanas. El
comercio estuvo, pues, indisolublemente ligado a la estructura urbana que caracteriza a
la sociedad occidental.
En las ciudades que gozan de un centro dotado de magníficas posibilidades
históricas, culturales, patrimoniales, educativas, económicas y sociales, la presencia de
una activa red comercial es un factor decisivo para mantener un casco histórico
impregnado de lo que es su propia esencia: la bulliciosa vida ciudadana, alma y motor
de cualquier núcleo urbano que quiera mantenerse vivo. Porque de perderse la actividad
comercial, las ciudades se convierten en una concatenación de escenarios sin ningún
sentido, de los cuales los vecinos -actores involuntarios de un teatro en el que no han
participado- huirán, transformando lo que pudo ser foro vivo en escenario sin contenido.
Por eso, es fundamental potenciar una activa red comercial en las ciudades que
quieran mantener barrios dinámicos, vivos y atractivos. Y con esa premisa, las
autoridades municipales deben pronunciarse con rotundidad sobre el modelo de ciudad
que quieren. Hoy por hoy, caben dos modelos esenciales urbanos: la ciudad centrífuga y
la ciudad centrípeta.

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La ciudad centrífuga es la ciudad dispersa, la ciudad sin núcleo, sin vida vecinal,
desprovista de identidad, compuesta de una indiferenciada e impersonal masa de
edificios; la ciudad motorizada, la ciudad difusa en la que el vehículo es pieza esencial
de una vida ciudadana en la que la convivencia y el hábito de pasear han sido
expulsados. Si este es el modelo que queremos para Alcalá, desatendamos el centro,
dejemos morir la vieja ciudad, acabemos con su comercio, expulsemos al peatón y
continuemos favoreciendo la llegada de grandes superficies hasta que la ciudad se
convierta en una gran suburbio dominado por el tráfico automovilístico.
Personalmente me inclino por el modelo centrípeto, por las ciudades que giran
alrededor de un centro histórico que haya conservado el papel que desempeña desde el
medioevo: servir de ágora, de foro, de punto de reunión, de lugar de encuentro y de
convivencia del conjunto de la población. Claro que para seguir este modelo es preciso
tener un centro histórico con personalidad. Afortunadas son las ciudades que, como
Alcalá, poseen una historia enriquecedora reflejada en edificios, callejas, plazas,
conventos y colegios que confieren a la ciudad una fuerte personalidad que la diferencia
ventajosamente de otras ciudades madrileñas que la superan en renta o en número de
habitantes.
Si queremos este modelo es imprescindible acudir en ayuda del pequeño
comercio, auténtico elemento vertebrador de la actividad del centro urbano y de los
barrios periféricos. Ayudar al pequeño comercio significa reivindicar del Gobierno
central una ley de comercio interior que regule y frene la competencia desleal que
suponen las grandes superficies, instrumentos de grandes multinacionales en las que la
actividad comercial no es más que un complemento de sus enormes beneficios
financieros e inmobiliarios. Apoyar al pequeño comercio significa también exigir a la
Comunidad de Madrid que ponga coto a la implantación de grandes superficies, que
ocupan ya casi dos millones de metros cuadrados de suelo madrileño.
Desde los ayuntamientos hay que apoyar firmemente al comercio minorista por
el papel socioeconómico y de articulación sociopolítica que antes comentaba. Apoyarlo
significa abrir un diálogo permanente que impida la adopción de medidas unilaterales
como la peatonalización del centro que puede hacer un enorme daño a vecinos y
comerciantes. Apoyarlo significa contar con sus representantes para adoptar las
decisiones que más les afectan. Apoyarlo significa también no diseñar en los planes
generales de ordenación urbana equipamientos susceptibles de facilitar la entrada de
grandes superficies. Y apoyarlo significa también impulsar firmemente desde el
Ayuntamiento las iniciativas de las asociaciones de comerciantes tendentes a la
formación continua, a la adaptación a las nuevas tecnologías, a la modernización de las
pymes comerciales, a la puesta en funcionamiento de nuevos canales de distribución y
de cooperación empresarial, y al reciclaje y la especialización que permitan adaptar la
oferta comercial a la demanda en un entorno tan cambiante y dinámico como el de una
ciudad.
El comercio minorista “hace ciudad” porque contribuye a la estabilidad
económica y social, genera empleo y consolida los núcleos urbanos impidiendo que se
conviertan en escenarios vacíos. Desde la Administración local, responsable última de
la estructura y cohesión ciudadana, debe partir un firme compromiso de configurar un
verdadero urbanismo comercial que combata la desertización de nuestros barrios y
ciudades.

Puerta de Madrid, 28 de noviembre y en El Corredor, 15 de diciembre de 1998

121
Apostando por el Henares
En la sección "Cartas al Director" del lunes 19, Susana Cruz, en nombre de los
colectivos ecologistas Arce y Ciconia, se quejaba amargamente de la destrucción de
unas plantaciones que estos grupos venían realizando altruistamente para recuperar las
orillas del Henares, intentando así solucionar unos problemas que el Gobierno
municipal, la Confederación del Tajo y la Comunidad de Madrid se muestran incapaces
de atender. La destrucción de este incipiente pero valioso intento de recuperación
forestal se ha debido al descuido y a la falta de previsión de las obras municipales
impulsadas por el Ayuntamiento que encabeza D. Bartolomé González. Como el perro
del hortelano, el Alcalde y su equipo ni hacen ni dejan hacer.
Lo que ha ocurrido en este caso no es sino otro síntoma de un proceso que afecta
cada vez más a nuestra ciudad: su deterioro ambiental. Pero no es un síntoma
cualquiera, no, porque más allá de lo que supone el desaliento de una iniciativa
colectiva que debiera haberse apoyado, la desgraciada actuación municipal incide de
lleno en un tema, el de la pureza del agua y de los ríos, que señala la línea de separación
entre lo bello y lo obsceno, entre lo civilizado y lo incivilizado, ente cultura e
ignorancia, entre calidad de vida y miseria ambiental.
Alcalá de Henares no puede seguir viviendo de espaldas al río. Alcalá tiene que
seguir el ejemplo de otras ciudades universitarias y culturales del mundo y dirigir su
mirada hacia el río. Hay que recuperar ambientalmente el Henares, un río todavía
recuperable, un río que encierra unas enormes capacidades de recreo, de ocio, de
educación y de gozo a través de la naturaleza que la ciudad debe recuperar. Pero esa
recuperación no debe hacerse como por desgracia se suele: drenando sin criterio,
aterrazando márgenes, desviando cauces, construyendo diques, introduciendo flora
exótica, creando infraestructuras cercanas a las riberas o esquilmando los vestigios de
ecosistemas fluviales que son patrimonio de la ciudad y no coto depredado de unos
pocos.
La recuperación del Henares debe ser ecológicamente planificada y orientada a
dos fines esenciales: la creación de zonas ambientalmente protegidas (parques y
reservas ecológico-educativas) en las zonas más alejadas del casco urbano y el diseño
de parques lineales fluviales con destino al ocio ciudadano en las zonas ribereñas más
cercanas a los núcleos habitados. Para las primeras, hay que progresar en una línea
claramente sucesionista, favoreciendo la expansión de los restos de los ecosistemas
existentes, ayudando a los procesos regeneradores naturales con técnicas de
revegetación autóctona (lo que venían haciendo tan acertada como voluntariosamente
los colectivos Arce y Ciconia) y aplicando criterios de intensa protección naturalística.
El destino final de estas zonas recuperadas debe ser la creación del Parque Natural del
Henares, un espacio fluvial destinado a la conservación y a la protección de flora, fauna
y paisaje, a la educación ambiental y a la pedagogía de la naturaleza.
En las zonas más cercanas a los núcleos habitados hay que actuar con criterios
finalistas de recreo, ocio, educación y disfrute ciudadano. El río debe quedar
configurado en estas zonas como una sucesión de parques lineales reforestados con
especies de los ecosistemas autóctonos, unos parques en entorno urbano que constituyan
corredores ecológicos entre la ciudad y la naturaleza, unos pasillos que, junto a su papel
de conservadores de la biodiversidad en tránsito, deben servir de marco natural para el
paseo, el senderismo, la lectura sosegada, la práctica de actividades acuáticas o la
simple contemplación de la naturaleza.

122
Es preciso también que el río sirva de escuela viva de la naturaleza, de
testimonio de la preocupación ciudadana por su entorno y de lugar de recuperación de
las antiguas tradiciones agrícolas y culturales en las que se aunaban el aprovechamiento
y el respeto a los recursos naturales. El Henares a su paso por Alcalá se presta
magníficamente a estos fines. La isla del Colegio debe convertirse en una gran zona
verde urbana (600.000 metros cuadrados), cuyo destino final sea un parque temático de
agricultura ecológica, una granja-escuela destinada a que los niños alcalaínos tengan la
oportunidad de aprender dentro del medio seminatural periurbano y de conocer las
viejas tradiciones agrícolas y ganaderas que integraban armónicamente al hombre y a la
naturaleza, un lugar, en definitiva, donde se practique el conocimiento y el respeto al
medio ambiente y se eduque en la protección y conservación de los recursos naturales.
El viejo caz del Henares y la recuperación del añejo molino hoy destruido serían un
complemento ideal para este parque temático que, por añadidura, actuaría como un
extraordinario pulmón verde para la ciudad.
Pero el Henares no es sólo su cauce, sino también cuenca. Por ello, además de la
recuperación de cauce, sotos y vegas, es preciso actuar con criterios de recuperación de
los escarpes marginales. La captación de suelo público con fines ambientales, la
adecuada gestión y recuperación del Parque de los Cerros y la ampliación de éste
mediante la adquisición de las fincas colindantes para conformar una gran superficie
municipal verde, son actuaciones imprescindibles en la recuperación del Henares y en la
dotación a la ciudad de un gran cinturón verde que testimonie la vocación alcalaína por
mejorar su entorno y por legar un ambiente sano a las generaciones futuras.
Porque una ciudad culta, una ciudad rica en patrimonio, una ciudad que aspira a
recibir el reconocimiento mundial de su herencia histórica, está obligada a legar a las
futuras generaciones un testimonio de su educación y de su cultura. Y en un mundo en
el que la sobreexplotación de los recursos y la degradación ambiental toman
desgraciadamente carta de naturaleza, la preocupación por un entorno protegido y
conservado es el mejor testimonio de una ciudad culta, de una ciudad preocupada por su
calidad de vida y por la conservación de sus recursos naturales.
Y en este empeño tenemos que estar todos, al menos todos aquellos que
queremos recuperar el orgullo de sentirnos alcalaínos, ciudadanos de una Alcalá limpia
y verde, de una Alcalá del siglo XXI en la que la conjunción de patrimonio cultural y
patrimonio ambiental debe constituir nuestra más acusada seña de identidad.

Diario de Alcalá al 2 de diciembre de 1998

Una onza de fama


"Más vale una onza de fama que una libra de perlas", escribió Cervantes en el
prefacio de Persiles y Segismundo. La fama obtenida por la ciudad tras la Declaración
de la Unesco puede convertirse en un episodio efímero si transformamos ilusión en
confusión y, sobre todo, si no somos capaces de crear mecanismos ágiles de desarrollo
de proyectos y de captación de recursos.
Alcalá de Henares ha obtenido un merecido reconocimiento a su patrimonio, a
su cultura y a su historia. Obtenida la fama, viene ahora la ilusionante pero complicada
tarea de ofrecer un proyecto de futuro que no transforme la fama en olvido, la ilusión en
desánimo y el impulso en languidez. Por eso, me parece importante hacer una propuesta

123
encaminada a aprovechar el fuerte impulso que, sin duda, ha obtenido la ciudad con la
Declaración de 2 de diciembre.
Hacer futuro no significa necesariamente olvidar el pasado. Al conocer la noticia
de una Declaración que reconoce literalmente "el valor cultural de la Universidad y del
Recinto Histórico de Alcalá de Henares", vino a mí el recuerdo agradecido a tres
colectivos que tienen mucho que ver con el reconocimiento mundial que ahora se
otorga. En primer lugar, hay que agradecer los desvelos de la Sociedad de Condueños,
ejemplo de colaboración cívica desinteresada sin la cual hoy la vieja Universidad, sus
colegios y conventos, y el recinto histórico todo, no serían lo que son. En segundo lugar,
mi agradecimiento a una vieja institución alcalaína hoy desaparecida, ADELPHA, la
Asociación para la Defensa del Patrimonio Histórico y Ecológico de Alcalá, a cuya
iniciativa se debe el primer y fallido intento de conseguir la Declaración de Patrimonio
para Alcalá en 1981. Y en tercer lugar, y no por ello menos importante, hay que
agradecer a los vecinos del centro el ser eso, vecinos, elementos sustentadores de la
vitalidad del casco, de un casco en el que existen casi 400 edificios históricos
residenciales de uso privado, cuyo uso, ornato y mantenimiento tienen unas
servidumbres y exigen unos sacrificios que ellos bien conocen.
Mirando hacia el futuro, es preciso que las tres instituciones implicadas -
Ayuntamiento Comunidad de Madrid y Universidad- dinamicen la rentabilidad
potencial de la Declaración. Para ello, parece adecuado seguir modelos ya conocidos y,
puesto que de centros históricos y universidades hablamos, el de Santiago de
Compostela -cuyo recinto histórico obtuvo la Declaración en 1985 y que, trece años
después, ha hecho una rehabilitación juzgada unánimemente como modélica- se ofrece
como el mejor de los posibles.
El modelo es sencillo y consiste en la creación de una Oficina Técnica
centralizada encargada de generar y diseñar proyectos de actuación y de captar recursos
para financiarlos. La captación de recursos es esencial, porque no hay que olvidar que
552 entidades de diversa índole ostentan ya la Declaración de Patrimonio de la
Humanidad y que, de acuerdo con las bases de la UNESCO (Convención de 17 de
noviembre de 1972), esta organización internacional no financia ningún tipo de
actuaciones a quienes obtienen su reconocimiento, salvo que se trate de países del
Tercer Mundo. Estamos, pues, ante un problema de competitividad en la generación de
proyectos que ganará quien se muestre más dinámico en formular iniciativas viables,
capaces de ser financiadas con fondos comunitarios, nacionales, europeos e
internacionales.
Así las cosas, crear una Oficina Técnica consorciada entre las tres instituciones
mencionadas se presenta como la alternativa más deseable para desarrollar mecanismos
ágiles de actuación que, sin pérdida de su carácter público, sean capaces de superar la
inercia procedimental propia de todas las instituciones. La creación de una Oficina
Técnica de esta naturaleza es perfectamente posible a la luz de lo previsto en el artículo
110 del Real Decreto Legislativo 781/86, y por tratarse de una oficina consorciada
cuyas actuaciones serían fundamentalmente de índole urbanístico, es claro que la
soberanía de la misma correspondería al Ayuntamiento, lo que debe tenerse en cuenta a
la hora de redactar los correspondientes Estatutos.
Soberanías al margen, estamos ante una situación extraordinariamente positiva
para el desarrollo de la ciudad. Tenemos la fama: busquemos las perlas. En esta
búsqueda, cuya importancia requiere un Pacto Local que evite disfuncionalidades en la
gestión, ostentará la soberanía real quien tenga la iniciativa.

Diario de Alcalá, 4 de diciembre de 1998

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Veinte años de Constitución
La Constitución de 1978 es la séptima de las que efectivamente hemos tenido en
nuestra historia constitucional. Celebrar su vigésimo aniversario no es poca cosa,
porque esta es la primera Constitución democrática que ha llegado sana y salva a los
veinte años de vigencia. Hasta 1978, todos los demás intentos de promulgar y estabilizar
una Constitución democrática en España habían fracasado a los pocos años, ninguna
había durado más allá de un lustro, y el fin de todas había sido el mismo: una
sublevación militar seguida de un gobierno oligárquico o de una dictadura.
Por ello, bien se puede decir que la elaboración de la Constitución de 1978 fue,
por encima de todo, un gran proceso de reflexión sobre nuestra historia con la mirada
puesta en el presente y en el futuro. Ese proceso de reflexión se sintetizó en una sola
palabra hasta entonces desusada, consenso, un vocablo lleno de esperanzas que
impregnó todo el debate constitucional en los más de quince meses que duró la
elaboración de nuestra Carta Magna en las Cortes Constituyentes. Gracias al consenso
se sustituyó al enemigo por el adversario, el enfrentamiento por el diálogo, la
imposición por el pacto, la opresión y la arbitrariedad por el respeto, y el sometimiento
a la fuerza por el acatamiento a la Ley y el Derecho.
Gracias al consenso fue posible, también, abordar pacíficamente y sin amenazas
serias de involución los grandes cambios que la nueva España exigía, unos cambios que
recuperaron definitivamente la libertad y la democracia política para devolver al pueblo
la soberanía. La transformación del pueblo español de súbdito en soberano hizo que
España volviera a ser para todos ese "proyecto sugestivo de vida en común" que había
señalado Ortega, y que la guerra civil partió en mil pedazos. Desde la aprobación de la
Constitución, los españoles se han vuelto a sentir protagonistas de sus propio país y se
han comprometido plenamente con él y con sus instituciones. Cualquier ataque serio al
sistema de libertades y derechos, como el producido en 1981 o el que representa el
terrorismo, es una campana que llama a rebato a la ciudadanía.
Veinte años después, el anuncio de la tregua de ETA ha disparado una discusión
un tanto desaforada sobre la reforma del texto constitucional. Se invocan para ello
"hechos diferenciales", "pactos forales" y "derechos históricos" que tienen para algunos
tanto o más valor normativo y político que las leyes aprobadas por los representantes de
los ciudadanos. Como demócratas, no cabe otorgar más valor a normas basadas en el
derecho natural o que reflejan la realidad de otra época, que a leyes elaboradas
democráticamente y pensadas para los ciudadanos de hoy y no para los de hace siglos,
por muy respetables que sean. El mensaje de los electores vascos en lo recientes
comicios autonómicos ha sido muy claro: han votado por la paz, para consolidar los
valores de libertad y progreso, de pluralismo y tolerancia, de justicia e igualdad que
consagra nuestra Constitución. Ese es el camino.
A quienes apoyados en una minoría y en nombre de "razones históricas" juzgan
imprescindible "profundizar", "releer" o reformar el texto constitucional, hay que
recordarles que la Constitución encierra todavía preceptos de carácter social y solidario
que permanecen todavía incumplidos y que convendría resolver. Me refiero, entre otros,
a los que se refieren al derecho al trabajo y con remuneración suficiente, al derecho a un
medio ambiente sano y al derecho a una vivienda digna y adecuada. Todo lo que no sea
esforzarnos por resolver estos problemas y por prepararnos para tener un peso
importante en la nueva Europa comunitaria que comienza el próximo uno de enero, es
perder el tiempo y encerrarse en debates estériles, que nos pueden llevar a un terreno
indeseable y lleno de amenazas insoportables.

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Hoy, veinte años después de un proceso constituyente al que contribuimos
solidariamente renunciando a algunas de nuestras señas de identidad, los socialistas
seguimos defendiendo un modelo constitucional que permite aceptar y reconocer la
diversidad y el pluralismo dentro del respeto a unas reglas de juego en las que es todo
posible y con las que todo se puede cambiar si hay una voluntad mayoritaria de hacerlo.
Fuera de estas reglas, sólo hay violencia, opresión e injusticia. Hoy, con la ilusión
puesta en el tercer milenio, los socialistas queremos recordar aquel espíritu de consenso
lleno de generosidad con el pasado y cargado de esperanzas para el futuro. Desde esa
voluntad de entendimiento, alejados de cualquier inmovilismo, los socialistas
proclamamos que defender y hacer fuerte nuestra Constitución es hacer fuerte nuestra
democracia, es consolidar los valores de libertad y progreso, de pluralismo y tolerancia,
de justicia e igualdad que hemos defendido en España desde hace ciento veinte años y
que hoy quieren y defienden la inmensa mayoría de los españoles.

Diario de Alcalá, 11 de diciembre de 1998

Derechos humanos y derecho de autodeterminación


El próximo 10 de diciembre se cumplen cincuenta años de la proclamación por
la Asamblea General de las Naciones Unidas de su resolución 217 A, más conocida
como Declaración Universal de los Derechos Humanos. Coincide este aniversario con la
semana en la que celebramos el vigésimo cumpleaños de la Constitución española, y
ambos acontecimientos emergen en el seno de un debate en el que se plantea una
reforma de nuestra Carta Magna que algunos sustentan en la necesidad de cumplir un
derecho -el de autodeterminación- al que los partidarios de la reforma han llegado a
considerar como uno más de los derechos humanos. Ni en el fondo ni en la forma se
acerca este punto de vista a la realidad de los hechos.
Aunque para determinar las características comunes que definen a los derechos
humanos se han elaborado distintos tipos de clasificaciones, una de las más aceptadas es
la que distingue tres grupos o "generaciones" de derechos que responden al orden de
aparición de los mismos en la historia. Los derechos de "primera generación" son
aquellos que atañen a las libertades civiles y políticas clásicas, cuyos antecedentes hay
que buscar en el Bill of Rights inglés de 1689, en la Declaración de Independencia de
los Estados Unidos de 1776 y en la Declaración de los Derechos del Hombre y de los
Ciudadanos, redactada por la Asamblea francesa en 1789.
Tales derechos fueron los primeros en ser consagrados en los ordenamientos
jurídicos nacionales e internacionales, y están destinados a la protección del ser humano
individualmente considerado contra cualquier injerencia u opresión de algún organismo
público. Se trata de derechos básicos de la persona, entre los que se cuentan el derecho a
la vida, a la igualdad, y a las libertades de expresión, asociación, opinión, tránsito, etc.;
en general, a los derechos reconocidos en los veinte primeros artículos de la Declaración
Universal de 1948.
Las reivindicaciones de los movimientos obreros de los siglos XIX y XX
trajeron consigo la defensa del reconocimiento de los derechos humanos desde la
perspectiva colectiva que está en la base de los denominados derechos de "segunda
generación", cuyo componente es triple: económico, social y cultural. El objetivo de
estos derechos es garantizar el bienestar económico, el acceso al trabajo, a la educación
y a la cultura, en la seguridad de que no puede entenderse el pleno respeto a la dignidad
del ser humano, ni a su libertad, ni siquiera a la vigencia de la democracia, si no existen

126
las condiciones económicas, sociales y culturales que garanticen el desarrollo de
hombres y pueblos.
Mientras que los derechos de primera generación se caracterizan porque
implican una actitud pasiva por parte del Estado, que debe limitarse a no interferir en el
ejercicio y pleno goce de los mismos, los de segunda generación requieren la actuación
de los poderes públicos para que hombres y mujeres puedan acceder a ellos de acuerdo
con las condiciones económicas de cada nación. Así, mientras que los derechos de
primera generación son de obligado cumplimiento en el ordenamiento jurídico de un
Estado de Derecho, los económicos, sociales y culturales son derechos programáticos,
es decir, prescripciones que significan una guía o programa que los Estados deben
acatar en la medida de sus posibilidades económicas reales. Entre estos derechos se
cuentan los de trabajo, educación, salud, protección a los menores y a la familia, a la
vivienda y, en general, los comprendidos entre los artículos veintiuno y veintiocho de la
Declaración Universal.
Finaliza ésta con otros dos artículos que garantizan el cumplimiento
internacional de los derechos y fijan los deberes frente a los derechos de los demás, para
concluir con las garantías de cumplimiento de la propia Declaración. Así las cosas, nada
en la treintena de artículos de la Declaración Universal alude a un derecho, el de
autodeterminación de los pueblos, que está siendo invocado estos días como uno más de
los derechos del hombre. Quienes defienden este planteamiento tienden a confundir,
porque si bien tal derecho pudiera estar muy vagamente relacionado con el conjunto de
los derechos humanos, ni está incluido en la Declaración cuyo aniversario ahora
celebramos, ni jurídicamente puede ser aplicado a la situación política de las
nacionalidades españolas que están en la mente de todos.
Y esto es así porque mientras que la Declaración Universal de Derechos
Humanos recoge aquellos que han sido producto de cambios históricos, los derechos de
los pueblos o de "tercera generación" se encuentran en proceso de definición y están
consagrados en algunas convenciones internacionales, pero no en la propia Declaración,
dado que, de acuerdo con la propia Asamblea de las Naciones Unidas, "su definición,
reconocimiento y consagración es una tarea pendiente y dependerá del avance y
consolidación de las democracias, de la incorporación de políticas encaminadas al
desarrollo y a la justicia social y, sobre todo, del establecimiento de nuevas y diferentes
condiciones en materia de relaciones entre los Estados". ¿Acaso cabe una declaración
más precisa para lo que está ocurriendo con la construcción del Estado autonómico
español y con el proceso de integración política europea en el que ahora discurrimos?
Es cierto que el principio de autodeterminación ha sido institucionalizado y
extendido desde las Naciones Unidas, pero no como un derecho de aplicación
indiscriminada, sino como una medida destinada a la abolición del proteccionismo
colonialista, esto es, de la creencia sostenida hasta bien entrado este siglo de que las
poblaciones de países ocupados y colonizados se mantenían en una perpetua minoría de
edad, de forma que las grandes potencias debían decidir sus destinos. La
autodeterminación significaba que estos pueblos podían determinar su propio futuro, su
forma de gobierno y su posición en el mundo. De acuerdo con la doctrina de las
Naciones Unidas, una nación colonizada puede pedir su independencia; una provincia o
un territorio dentro de un Estado puede pedir la autonomía, esto es, la facultad de
gobernarse a sí misma con arreglo a sus costumbres, leyes tradicionales y derecho
consuetudinario, aunque algunos de sus ciudadanos puedan desear su independencia.
Con estos planteamientos fue elaborada la Constitución española, cuyo Título
VIII otorga a nacionalidades y regiones una autonomía de inspiración federalista tan
profunda que España puede considerarse hoy por hoy como uno de los Estados más

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descentralizados del mundo. Cualquier intento de negociación fuera del marco
constitucional, y más cuando se presenta como contrapartida el fin de la violencia
terrorista, sería dar por sentada la desagregación de una de las naciones más antiguas de
Europa y de uno de los Estados centrales del proyecto europeo; sería dar aliento
universal a cualquier nacionalismo, sería legitimar la violencia y el chantaje terrorista. Y
a eso el pueblo español no debería estar dispuesto.

Puerta de Madrid, 12 de diciembre de 1998

Tiempos modernos
A veces se encuentran en la literatura, en el teatro o en el cine indicaciones
predictivas, intuiciones geniales de acontecimientos que sucederán en un futuro más o
menos próximo. Tiempos modernos, la genial película de Charles Chaplin, fue en su
tiempo, además de una crítica feroz para el facismo que avenía, una predicción de lo
que esperaba al obrero de la segunda mitad del siglo XX: convertirse en un eslabón más
de la cadena de producción, una cadena deshumanizada que nunca paraba de funcionar
y en la que el hombre perdía el placer que había caracterizado al obrero-artesano previo
a la revolución industrial, el placer de comenzar y terminar objetos. Gracias a las
cadenas de fabricación y a la facilidad de producir enormes cantidades de bienes de
consumo con menos mano de obra, se produjo un cambio social profundo que llevó a lo
que algunos llaman la "sociedad de los dos tercios", queriendo decir con ello que dos
tercios de la población activa tienen acceso al trabajo, mientras que un tercio queda
condenado al desempleo.
A partir de la década de los ochenta se está produciendo una nueva revolución
tecnológica -la del chip y la robotización- cuya consecuencia laboral es que el hombre
está dejando de ser un eslabón de la cadena para pasar a ser "el pastor de la cadena", el
controlador de un sistema de producción tan altamente tecnificado y tan poco necesitado
de mano de obra que conduce inexorablemente hacía la "sociedad del tercio": en las
primeras décadas del próximo siglo los bienes producidos por un tercio de la población
bastarán para sostener a los dos tercios restantes, siempre en el supuesto de que la
jornada y los hábitos de trabajo se mantengan en los parámetros actuales.
Ese es el futuro y resistirse a él, no querer verlo y no querer afrontar las medidas
necesarias e inevitables que corrijan un porvenir socialmente injusto, es negarse a la
evidencia. En los útimos años el debate se ha abierto y con él se ha acuñado una
expresión, "reparto del trabajo", que es muy poco acertada. Ya tenemos reparto del
trabajo en una forma injusta, insolidaria y socialmente destructiva. Los parados
reivindican su derecho al castigo bíblico de ganar el pan con el sudor de la frente. A los
prejubilados, cada vez más jóvenes y más numerosos, se les amortiza antes. A otros les
toca un contrato parcial que, más o menos vampirizado por intermediarios, no les basta
para vivir. No hablemos de reparto de trabajo. Hablemos de reducción de jornada y del
tiempo que queda libre: reivindiquemos el ocio. Alarmémonos justo lo necesario. A fin
de cuentas, toda la sociedad se beneficia del progreso técnico que permite producir más
con menos trabajo. Es de justicia que todos contribuyan a paliar sus costes y a
compensar a los perjudicados.
Hay que situarse en la perspectiva histórica para darse cuenta de la inevitable
evolución de la reducción de la jornada de trabajo. Entre 1880 y 1970, en tan sólo 90
años, se pasó en Europa de trabajar unas 3200 horas anuales a menos de 1700, con
incrementos de los salarios y de la calidad de vida de los trabajadores. El camino no fue
fácil. Los movimientos obreros capitaneados por la izquierda dejaron sangre, sudor y

128
lágrimas en una senda espinosa que nos ha llevado en menos de un siglo a una situación
social que, por más inamovible que algunos quieran, está necesitada de una nueva
transformación hacia el progreso.
Quienes se niegan a hablar de reducción de jornada están culturalmente atados a
un mundo de rígido ordenamiento del tiempo. Como a los integristas religiosos que
condenaron a Galileo por afirmar el movimiento de la Tierra, les falta perspectiva. Y sin
embargo, la jornada se mueve, se reduce, el tiempo liberado avanza, los hábitos
cambian.
En los últimos dos siglos el tiempo se ha contemplado únicamente desde una
perspectiva calvinista, esto es, en su dimensión contable o comercial ("el tiempo es
oro"), sacralizando el trabajo y vaciando el contenido de las actividades humanas que
son un fin en sí mismas: el amor, el cultivo de la amistad, la conversación, la familia, la
cultura, el deporte, la formación, el arte, el trabajo desinteresado para la comunidad, la
vida religiosa y tantas otras que hoy han quedado relegadas a la marginalidad por la
jornada de trabajo.
En la útima versión de Sabrina el guionista hace decir a Harrison Ford que "su
aspiración es vivir bien y trabajar sólo lo necesario". Esta debe ser la utopía de la
modernidad. Ni el robot ni el chip tienen por qué condenarnos al paro cuando nos
ofrecen un tiempo nuevo y enriquecedor. Un tiempo libre y productivo, no el tiempo
condenado e inane del paro, es la forma superior que puede adoptar el excedente de una
sociedad. Como decía Galbraith, el ocio es el mayor privilegio de los ricos. Los tiempos
modernos son tiempos de ocio que, como la riqueza a través de los impuestos, hay que
socializar.

Diario de Alcalá, 30 de diciembre de 1998

El ocio de nuestros nietos


El debate en torno al reparto del trabajo ha cobrado en España una especial
relevancia debido a la persistencia del paro estructural. En los últimos 20 años el
producto interior bruto español se ha duplicado sin que haya aumentado la población
ocupada. Si, por otra parte, tenemos en cuenta que el empleo público creció
considerablemente durante esos años, hay que concluir que en el sector privado se ha
producido un fuerte crecimiento acompañado de una drástica reducción de empleo. Esta
evolución española no es original, sino una consecuencia lógica de algo en lo que
coinciden muchos economistas: si bien el crecimiento económico es un requisito
imprescindible para crear empleo, por sí sólo no es suficiente para lograrlo. Además de
favorecer el crecimiento, es necesario abordar otras medidas imprescindibles.
El incremento de la productividad debido al avance tecnológico ha sido tan
enorme en las dos últimas décadas que, por primera vez, una buena parte de los
trabajadores no tendrá trabajo de forma permanente en el sistema productivo. Dicho de
otra forma, si en la década de los 70 se pensaba en el paro como un problema coyuntural
ligado al ciclo económico, la realidad de los 90 viene a decirnos con absoluta claridad
que el desempleo está estructuralmente ligado a la productividad tecnológica.
Cómo se pregunta José Borrell en Al filo de los días, ¿habría que parar el
progreso para seguir trabajando de una forma mecánica deshumanizada cuando la
máquina, el chip o el robot pueden hacer lo mismo por nosotros? Me parece que no. Lo
que debemos hacer es repartir justa y equitativamente el aumento de productividad, o lo
que es lo mismo, el salario del robot. En definitiva, lo que debemos hacer es repartir
trabajo y ocio de la misma forma en que en el pasado repartimos renta.

129
Quienes hoy en día se benefician de esas formas de salario social propias del
Estado del Bienestar que son las pensiones, la sanidad universal, la educación para todo
el mundo o la cobertura por desempleo, no pueden ignorar que el camino para
conseguirlas no ha sido fácil. La izquierda aprendió en el pasado a repartir la renta a
través de los impuestos y de las cotizaciones sociales. Fue un aprendizaje doloroso y
difícil. Impuestos y cotizaciones no se implantaron con el aplauso de todos, se aplicaron
con sangre, sudor y lágrimas, en un camino espinoso hacia la equidad fiscal todavía
falto de recorrer por completo.
Aprendemos ahora que el desempleo es estructural. Nos damos cuenta de que el
paro no es algo transitorio y, por eso, es inviable seguir ofreciendo rentas de
subsistencia. Este mecanismo, que sigue siendo socialmente necesario en tanto no
aparezcan soluciones alternativas, es inviable porque cada vez más la población activa
se resistirá a la presión fiscal y porque cada vez más el sector de población laboralmente
marginado se convertirá en un grupo de ciudadanos conscientes de su inutilidad y
profundamente infelices, aunque tengan el pan asegurado.
Ese es el modelo al que está condenada una sociedad que no quiera asumir las
consecuencias de la transformación tecnológica. Si como decía Paul Laforgue, la utopía
es una realidad prematura, la utopía del próximo milenio será construir una sociedad
cuyo objetivo sea dar a todo ser humano la oportunidad de realizarse plenamente,
participando tanto del bienestar social como del esfuerzo necesario para conseguirlo. En
definitiva, una sociedad que resuelva esa paradoja en la que se ha convertido el castigo
bíblico de "ganarás el pan con el sudor de tu frente", un castigo que hoy en la Unión
Europea reivindican casi 20 millones de ciudadanos desempleados.
Para conseguir esa utopía no basta con distribuir la renta con impuestos y
subsidios. Hace falta, además, que todos se sientan útiles y socialmente necesarios.
Junto con el reparto de renta hace falta repartir trabajo y ocio. El camino hacia la utopía
se inició hace tiempo, aunque no nos demos cuenta. Hace un siglo un trabajador pasaba
3.200 horas al año trabajando (y el 60% de su tiempo de vida); hoy, en Europa, el
promedio es de 1.700 horas (el 30% de la vida), con incremento de los salarios y de la
calidad de vida de los trabajadores. Históricamente, el avance tecnológico ha ahorrado
trabajo espectacularmente en la agricultura, lo está haciendo en la industria, y muchos
servicios, incluida la Administración, van por el mismo camino.
Ese devenir histórico de la reducción de jornada al que algunos se resisten, fue
detectado hace tiempo por el gran economista Keynes. En Las posibilidades
económicas de nuestros nietos (1930), Keynes profetizaba que el incremento de la
eficacia técnica provoca el paro tecnológico. Pero afirmaba que es solamente "una fase
temporal del desajuste ", y significa a largo plazo "que la humanidad está resolviendo su
problema económico", para lo que daba un plazo de 100 años, es decir, para el 2030.
"Así -escribió Keynes- por primera vez desde su creación, el hombre se enfrentará con
su problema real y permanente: cómo usar su libertad respecto a los afanes económicos
acuciantes, cómo ocupar el ocio que la ciencia y el interés compuesto le habrán ganado
para vivir sabia y agradablemente bien (...). Turnos de tres horas o semanas de 15 horas
pueden eliminar el problema durante mucho tiempo (...). Pienso en los días, no muy
lejanos, del mayor cambio que nunca se haya producido en el entorno material de la
vida de los seres humanos. Pero, por supuesto, ese cambio se producirá gradualmente,
no como una catástrofe. Verdaderamente, ya ha empezado". ¡En 1930!
Vivir bien y trabajar sólo lo necesario. Ese es el futuro que Keynes pronosticaba
para los nietos de la sociedad de su tiempo. Hacia ellos vamos.

Puerta de Madrid, 9 de enero de 1999

130
Gambito de ámbito
Los nacionalismos se basan en esencias, en afirmaciones no contrastadas, en
creencias y en ideas no fundamentadas en la razón. Por encima de todas las cosas, el
nacionalismo es un acto de fe colectivista en una abstracción mítica -la Nación- de
atributos tan supremos que trascienden lo terrenal para configurar un marco intangible e
insuperable al que hay que atenerse por encima de cualquier planteamiento racional. Por
su propia condición transubstancial y esencialmente metafísica, el discurso nacionalista
es siempre etéreo, difuso, vago y perifrástico. El lenguaje político se llena de metáforas,
alegorías, mensajes confusos, ideas crípticas, conceptos oscuros, rodeos verbales y
vagos circunloquios, que conforman una trama verbal ininteligible para el no iniciado:
"normalización lingüística", "discriminación positiva", "ámbito de decisión", "marco de
convivencia", "territorialidad compartida" y un tropel de eufemismos que buscan
imponer condiciones que, sin atender a razones, un puñado de esforzados patriotas ha
diseñado para la colectividad.
Entre todo ese galimatías de conceptos deliberadamente evanescentes, dos de
ellos -ámbito vasco de decisión y territorialidad- parecen contradictorios e imposibles
de congeniar, salvo que -en hábil gambito- se trate de sacrificar alguno para mantener
entretanto una situación de tablas en la eterna partida de la autodeterminación o
soberanía (léase disgregación de España en correcto castellano). Perder para ganar. Los
estrategas vascos saben que a veces hay que sacrificar la dama para ganar la partida,
porque siempre en lo ganado se restituye la pérdida. Al fin y al cabo, una dama
sacrificada puede ser usada de nuevo en otra partida.
Bajo ese bello eufemismo nacionalista que es el ámbito vasco de decisión, se nos
transmite la idea de que los vascos por sí solos deben regir su propio futuro o, lo que es
lo mismo, que el porvenir del País Vasco escapa de la decisión general del conjunto de
los españoles. Aun aceptando esa particular solución que contradice los principios
democráticos consagrados en la Constitución (la cual, conviene recordar, obtuvo
mayoría en el País Vasco pese a la abstención o al rechazo solicitados por los
nacionalistas en el referéndum de 1978), seguiría subsistiendo la necesidad de dar una
respuesta coherente sobre quiénes son los vascos que deben decidir o, dicho de otra
forma, cuáles son los territorios cuya población debe decidir su futuro como nación.
El pacto firmado en Estella (Lizarra) por PNV, EA y Euskal Herritarrok (léase
HB) -con la peculiar y pintoresca participación de IU, que tan buenos resultados
electorales ha dado a la coalición- plantea claramente la cuestión de la territorialidad,
puesto que al reservar a los ciudadanos vascos la conformación de su futuro, conminan
a España, Francia y la Unión Europea a "aceptar la palabra y la decisión de Euskal
Herría", esa mítica nación vasca que trasciende fronteras y extiende territorios por
Burgos, La Rioja, Navarra y el País Vasco francés. No exagero, no. Carlos
Garaicoechea siempre ha considerado que Euskadi no estará completa hasta recuperar
todas las tierras del reino de Sancho el Mayor de Navarra. ¡Todo un alarde de
modernidad!
Pero supongamos aceptado el discurso nacionalista aun cuando en este caso el
trágala sea monumental, puesto que lo que los nacionalistas plantean es, ni más ni
menos, que dos estados democráticos con más de quinientos años de historia
modifiquen sus fronteras y adapten sus constituciones para satisfacer las demandas que
un grupo de delirantes patriotas acuerdan fuera de sus parlamentos. Aceptado el
inmenso trágala, el laberinto en el que se meten los nacionalistas es colosal si se tienen
en cuenta los resultados políticos obtenidos por ellos en las sucesivas elecciones.
Recordemos que el nacionalismo no tiene mayoría en las grandes ciudades vascas y que

131
es minoritario en Álava; que si bien HB tiene ocho parlamentarios en Navarra, el PNV
carece de representación parlamentaria foral; y que, finalmente, en el País Vasco francés
el nacionalismo es tan pintoresco como marginal.
Con esas premisas es fácil imaginar los resultados negativos para los
nacionalistas que cabría esperar de un referéndum sobre la soberanía vasca en tal ámbito
territorial. Por tanto, parece lógico suponer que o se suprime el ámbito vasco o se
reduce la territorialidad. Quienes así piensen olvidan que el nacionalismo se sustenta en
el victimismo insaciable, en la permanente reivindicación. La negativa le embravece,
nada le basta, quiere más, porque en mantener la posición reivindicativa se juega su
propia esencia. Como la nación homogénea, pura y paradisiaca que proclaman no
existe, es imposible llevarla a la realidad; es mejor permanecer en un estado de
permanente agravio, reclamando derechos, eludiendo deberes y alimentando una
conciencia nacional tan ficticia como irracional.
Así las cosas, la partida de ajedrez que se plantea en el País Vasco no acabará
nunca en jaque mate. Hecha la apertura con un gambito de ámbito, abierta la jugada de
la territorialidad, la estrategia nacionalista es clara: exasperar con la lenta jugada, mover
dilatoriamente las piezas, sacrificar momentáneamente lo que sea menester y mantener
la partida en una tirante situación de tablas. Eso es lo que les conviene y a eso jugarán.

Diario de Alcalá, 16 de enero de 1999

¿Estamos contra el empleo?


Desde la perspectiva política europea, el año 98 se clausuró con la cumbre de
Viena de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea. La nueva mayoría
socialista y socialdemócrata de los países de la Unión ha significado un cambio de
orientación en el planteamiento de la política económica europea. Si con los gobiernos
conservadores de Kohl, Wagel y Tietmeyer la política de la Unión fue la de los
sacrificios permanentes basados en el mimo al binomio déficit público-inflación, la
nueva Europa "roja" gira hacia la prioridad de políticas orientadas hacia el empleo.
Como ya ocurrió en las cumbres de Luxemburgo y de Cardiff, la política española en
materia de empleo ha vuelto a quedar aislada ante la ofensiva socialdemócrata.
La cuestión del empleo se encuentra en el centro de las preocupaciones del
ciudadano europeo. Según la oficina estadística europea Eurostat, existen en nuestro
continente 18 millones de parados, lo que representa un 11% de la población activa y un
17% de la total. La media comunitaria oculta realidades más crueles como la del caso
español, uno de los más extremos en lo que al número de desempleados se refiere. Por
poner un ejemplo, el paro en la Comunidad de Madrid se sitúa en el 18,2% de la
población activa, porcentaje que es más acusado en determinados colectivos como el de
mujeres, entre las cuales la tasa de paro asciende al 24,2%.
Es evidente que no hay perspectiva real y duradera de desarrollo del empleo sin
un entorno económico favorable, lo que supone que debe existir un marco
macroeconómico sano y un activo mercado interior. Ahora bien, los resultados
alentadores que han venido obteniéndose los dos últimos años en materia de
crecimiento económico europeo no han servido para compensar las pérdidas de empleo
derivadas de la crisis de la primera mitad de los noventa, ni para llegar a la tasa de
crecimiento que sería necesaria para dar trabajo a la mayoría de los desempleados. ¿Es
necesario recordar que, desde hace 40 años, la producción en Europa se ha multiplicado
por tres, con una reducción de la cantidad del trabajo en un 30%? ¿Hay que recordar
que, desde 1970, el PIB en España ha venido creciendo, en media, por encima del PIB

132
de la Unión Europea, mientras que el empleo lo ha venido haciendo por debajo? ¿Es
necesario, por último, recordar que el PIB español se duplicó en los últimos 20 años sin
que haya habido incremento del empleo y ello pese a los esfuerzos desde el sector
público?
Resulta, pues, claro que el crecimiento económico y el control del déficit público
y de la inflación no bastan para crear empleo, por lo que es necesario adoptar otro tipo
de políticas que den respuesta a un problema estructural que destruye la cohesión social
de la Unión y mina la credibilidad de sus instituciones. Como ya ocurriera en las
cumbres de Luxemburgo y de Cardiff, la posición de España en la cumbre de Viena ha
sido la del aislamiento, procurando bloquear acuerdos e iniciativas de otros países
encaminadas a organizar políticas tendentes a reducir el paro. ¿Está España contra el
empleo? La posición de nuestro país refleja la incapacidad de ofrecer una política
europea coherente en materia de empleo y un posicionamiento defensivo con el que se
pretende retener lo que ya se tiene antes que arriesgarse a perderlo con nuevas
iniciativas políticas. Fiel exponente del espíritu conservador, el Gobierno Aznar prefiere
pájaro en mano a ciento volando.
En los inicios de los noventa, con ocasión de la cumbre de Edimburgo, el
entonces candidato Aznar acusó a Felipe González de pedigüeño por solicitar de Europa
un Fondo de Cohesión que compensara los esfuerzos presupuestarios superiores que los
países menos desarrollados debían realizar para seguir la convergencia del euro.
Paradojas del destino, la "limosna" obtenida por el presidente González (seis billones de
pesetas entre 1994 y 1999) para los fondos estructurales, es la que obliga a Aznar a
oponerse ahora a la creación de un Fondo europeo para el empleo. Aznar teme perder
parte de los fondos estructurales, porque España absorbe ahora casi un 27% de los
mismos, mientras que nuestra cuota en un hipotético reparto surgido de una política de
empleo sería inferior: un 20% aproximadamente, equivalente a la cuota española del
desempleo total comunitario.
La defensa numantina hecha por Aznar en Viena frente a la propuesta
francoalemana está, pues, fundamentada, pero no oculta la pobreza de miras de quien
debiera arriesgarse para solucionar una cuestión que si preocupa en Europa, constituye
el primer problema español. Hay que reclamar del Gobierno que deje de enrocarse en
una estrategia defensiva y pase a otra ofensiva, apoyándose en que España es el farolillo
rojo del paro europeo y aprovechando la coyuntura económica y la marea
socialdemócrata en favor de una política de empleo.
¿Por qué Aznar no repite la estrategia de 1991-1992? Entonces Felipe González
ganó la partida de exigir la creación de un Fondo de Cohesión en el Tratado de la
Unión. Luego, contra todo pronóstico, y a pesar de la burla de Aznar, logró dotarlo
económicamente en Edimburgo. Como ahora con respecto al Fondo por el empleo, muy
pocos creían entonces en la viabilidad de un Fondo de Cohesión. A diferencia de
entonces, Aznar parece que ni siquiera se ha molestado en pensarlo. El esquí de fondo
ocupa probablemente su tiempo. Los parados pueden esperar.

Diario de Alcalá, 22 de enero de 1999

Un recetario popular en Internet


La semana pasada el Alcalde de Alcalá se pronunciaba a favor de las
privatizaciones de los servicios municipales. Nada original: nuestro primer edil baila al
son de la música que le tocan desde Madrid, una música cuyas partituras se plasman en
las ponencias del XIII Congreso Nacional del PP que circulan desde hace días por

133
Internet y que abogan por la competencia individual, la reducción de las prestaciones
sociales y la privatización de los servicios públicos.
Como cabía esperar, las ponencias rezuman autocomplacencia, pues los
populares viven en el mejor de los mundos, felices habitantes de una dulce esfera vital a
la que, lamentablemente, cercan los opresores muros del Estado de Bienestar, un
artefacto socializado que han herededado, que no les gusta y al que hay que reducir al
mínimo para que prospere el mercado y, con él, la libertad individual como fundamento
de la sociedad competitiva que propugna la revolución conservadora ahora travestida en
centro reformista, un centro dialogante de cuya tolerancia tuvieron buena prueba los
estudiantes de la Universidad Autónoma de Barcelona.
El Ministro de Economía y Hacienda Rodrigo Rato suscribe la ponencia España
en un mundo global, en la que, como buen neoliberal, defiende la prevalencia de la
economía sobre la política y considera que tras la caída del muro de Berlín vivimos en
un mundo que ha superado cualquier concepto solidario para ponerse en manos del
mercado. Pertenece D. Rodrigo al grupo de quienes, aprovechando los cascotes del
muro, reclaman el triunfo definitivo de un modelo de desarrollo y de convivencia
basado en el funcionamiento autónomo y universal de un mercado liberado por fin de
toda intervención de los poderes del Estado.
Pero, ¿qué tipo de Estado quiere el PP? Lo expresa con claridad Dª Luisa
Fernanda Rudi, alcaldesa de Zaragoza, en su ponencia La España de las libertades. No
se trata de nada nuevo, no. Es el Estado thatcheriano, el Estado minimalista, un Estado
que -cito textualmente- debe buscar "sin cansancio la forma de que sus prestaciones y su
actividad sean cada vez menos necesarias o puedan reducirse hasta quedarse sólo en
aquello que, por su naturaleza, sólo puede ser realizado adecuadamente por la autoridad
pública". El viejo sueño de la derecha: un Estado limitado a garantizar el orden público
en una sociedad desregularizada en la que los más fuertes campen por sus respetos. Para
lograrlo, es preciso desprenderse de la ganga social del pasado, de un pasado
proteccionista del que somos culpables los españoles: "Es evidente -nos dice la
alcaldesa- que la debilidad tradicional de la sociedad española ha favorecido la
construcción de un Estado sobredimensionado e ineficaz". Para remediar el excesivo
peso del Estado la primera edil zaragozana parece abonarse al eslogan comercial de
Harrods, Aquí se vende todo, porque "la sociedad vital" que quiere construir el PP "está
íntimamente vinculada con el valor de lo privado", y, por ello, la política de
privatizaciones es esencial en la nueva sociedad que nos reserva el PP, "cuya voluntad
es que el proceso (de privatizaciones) se extienda a todas las Administraciones Públicas,
particularmente a las Comunidades Autónomas y a los Municipios".
Poco sutil se muestra D. Eduardo Zaplana, Presidente de la Comunidad
Valenciana y redactor de la ponencia La España de las oportunidades. En la mejor
tradición neoliberal, propugna don Eduardo una sociedad darwinista en la que priva lo
individual y lo competitivo. La persona es lo prioritario y el único valor social efectivo
la competitividad personal. De acuerdo con la ponencia, el PP "renuncia a las posiciones
dirigistas y paternalistas que, en el pasado, condujeron a que las manifestaciones del
bienestar social fueran más una concesión interesada del poder político que la asunción
de nuevos derechos y responsabilidades". Decenas de años de luchas sindicales y de
esfuerzos ciudadanos por conseguir escuela y hospitales para todos, la sangre, el sudor y
las lágrimas vertidos en demanda de una jornada laboral justa, de un salario suficiente y
de un sistema de pensiones y subsidios que garantice al menos la supervivencia de los
más necesitados, son así borrados de un plumazo e incorporados como concesiones
interesadas dirigistas y paternalistas.

134
¿Cómo combatir el paro? Don Eduardo tiene también respuestas inteligentes.
Además de las consabidas de crecimiento económico, control de los salarios y
flexibilidad en los despidos, se culpa a los desempleados de no tener empleo porque "el
paro ha generado una serie de hábitos y actitudes muy negativas" que "han configurado
una modalidad de vida: la de vivir del desempleo". Por tanto, entre las estrategias del PP
se cuenta acabar con aquellas políticas que se limiten a "registrar al desempleado y a
proporcionarle un subsidio para paliar sus necesidades".
¿Qué piensan los ponentes de los viejos valores de justicia social, igualdad y
solidaridad que se demandan al menos desde la revolución francesa? Ni se mencionan.
Los valores que deben transmitirse como fundamentales -nos dice el señor Zaplana, son
"el esfuerzo, la creatividad y el sentido de la responsabilidad individual". Y si es usted
pensionista o puede serlo en el futuro vaya preparándose, pues sostiene Zaplana que hay
que "replantearse la jubilación tal y como hoy la entendemos", ya que "hay que buscar
el equilibrio entre la economía personal y las aportaciones públicas y privadas para
garantizar el mantenimiento de los sistemas públicos de pensiones", para lo cual el PP
"apuesta por un nuevo Pacto Toledo". Si alguna vez tienen mayoría absoluta, más claro,
agua.
En definitiva, las ponencias populares transmiten el recetario de lo que hoy es
políticamente correcto, el pensamiento único, una confusa aleación de conservadurismo
y liberalismo económico, cuyos pilares son asertos tales como la primacía de la
economía frente a lo político, el abandono de sustento ideológico disfrazado de
centrismo, la identificación de la democracia con el mercado, el rechazo de la cohesión
social como garante de la convivencia y su sustitución por la feroz competencia, y el
considerar a la persona exclusivamente como recurso humano de la competitividad
económica.
Nos anuncian los ponentes que el Estado no podrá ser la respuesta para los
problemas de los ciudadanos ¿Quién protegerá entonces a esa considerable legión de
desheredados a los que ha marginado la economía de mercado en las últimas décadas?
¿Qué pasará con ayudas sociales, subsidios y pensiones? ¿Quién atenderá un sistema
sanitario universal y una educación en igualdad para todos? La respuesta en Internet.

Puerta de Madrid, 30 de enero de 1999

El metro de Gallardón
Desde la heterodoxia o desde una posición de centro-derecha que no ha
necesitado de un largo viaje oportunista, el presidente Ruiz Gallardón ha mantenido
desde siempre que merecía la pena asumir valores de la izquierda, entre ellos la
salvaguarda de los valores ecológicos. Su apuesta por el transporte colectivo –en la que
se encuadran los proyectos Metrosur y Metrohenares, el último olímpicamente
desdeñado por Bartolomé González la pasada semana- es todo un manifiesto de una
preocupación ambiental claramente opuesta a la alicorta visión asfáltica y motorizada de
otros políticos populares más preparados para el regate en corto y para despreciar lo que
ignoran que para diseñar proyectos urbanos para el siglo XXI.
El pasado mes de diciembre, ese azote de madrileños capitalinos que es el
alcalde Manzano se descolgó con la delirante idea de hacer un Madrid bis, una ciudad
para conductores-topos de una colosal maraña de autopistas subterráneas que
convertirían el subsuelo madrileño en el mismo infierno automovilístico que es hoy su
superficie. Como los malos médicos, el alcalde de Madrid pretendía echar tierra sobre
los pacientes mal diagnosticados. Con más sensatez, con mejor visión de futuro, Ruiz

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Gallardón salió al paso de su iluminado correligionario, imponiendo su superior criterio
intelectual y político al apostar por el fomento y la potenciación del transporte colectivo.
El presidente Gallardón, como cualquier político sensato -desde Al Gore a los alcaldes
del sur de Madrid- sabe que apostar por el automóvil es una solución inviable a largo
plazo porque, como escribiera el urbanista Lewis Mumford, quien se limite a sembrar
autopistas recogerá una cosecha de atascos.
Y es que las cifras que rodean al automóvil y nuestra dependencia de su motor
son extraordinarias. En el tiempo que he tardado en preparar este artículo, se habrán
matriculado en España más de 500 nuevos vehículos. Este ritmo de crecimiento de
nuestro parque automovilístico, 1.600.000 matriculaciones al año, hace que circulen por
calles y carreteras españolas 22 millones de vehículos a motor. Los españoles
recorremos cada año, en diferentes medios de transporte (incluyendo los
desplazamientos a pie), unos 360.000 millones de kilómetros, cifra que equivale a un
recorrido medio por persona de unos 25 kilómetros diarios, esto es, unos 9.100 al año,
de los cuales un 65% (6.056 kilómetros) se realizan en automóvil. En esto no nos
diferenciamos del resto de los occidentales, dentro de una preponderancia del transporte
privado que, de acuerdo con todos los expertos, es social y ambientalmente insostenible.
Casi una parte del terreno de las ciudades está consagrado a los coches. Atascos
en las calles y tubos de escape expulsando humos y partículas altamente tóxicas son
típicos en todas las ciudades del mundo. Los niños están acostumbrados a los coches
desde que nacen, y en occidente saben más de marcas de automóviles que de las
distintas especies de animales, de flores o de árboles. Nuestra propia existencia está
ahora tan sometida al coche que es difícil que imaginemos la vida sin él; la libertad de ir
adonde sea cuando a uno le apetece se considera un derecho que prevalece sobre
cualquier coste social.
El coste social del automóvil es impresionante, aunque nos empeñemos en no
verlo. Su uso nos ha llevado a lo que algunos expertos llaman guerra de baja intensidad,
una guerra que, desde los años sesenta, ha provocado en España 200.000 muertos y más
de 4 millones de malheridos. En los últimos años, una media de más de 5.000 españoles
fallecen en accidentes de tráfico, lo que equivale a cada 15 días sucediese un accidente
ferroviario o de aviación que arrojase 200 muertos y miles de heridos. ¿Se imaginarían
qué hubiésemos hecho con tal modelo de transporte? ¿Se ha detenido alguien a calcular
la repercusión social y económica de los accidentes de tráfico? Probablemente las cifras
que obtendríamos provocarían el estupor y la alarma social.
Ambientalmente, el daño es también gigantesco. Los motores de vehículos son
una de las más importantes fuentes de emisión de contaminantes atmosféricos. Un
coche de cilindrada media produce al consumir un solo depósito de gasolina entre 120 y
180 kilos de dióxido de carbono, lo que supone que la contaminación producida por el
parque automovilístico mundial supera los 500 millones de toneladas de este gas de
efecto invernadero. Se entiende así que la Unión Europea considere al transporte como
la causa individual más importante del daño medioambiental. En España, según el
Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía, el tráfico ha sustituido en las
dos últimas décadas a las calefacciones y a las industrias como máximo contaminante.
El tráfico provoca en España la tercera parte de la emisión de dióxido de carbono, el
80% del tóxico monóxido de carbono, casi la mitad de los hidrocarburos, la mitad de los
óxidos de nitrógeno (esenciales en la producción del ozono troposférico que tanto
preocupa a los alcalaínos), el 70% del plomo y otros metales pesados, y el 6% de los
óxidos de azufre.
Si tenemos en cuenta que la mayoría de la población mundial vive en ciudades
(un 80% en los albores del próximo milenio) y que los medios de transporte trabajan en

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su mayor parte para trasladar viajeros y bienes de consumo desde, por, y hacia las
ciudades, no cabe duda de que éstas pueden y deben hacer esfuerzos muy importantes
para mitigar la contaminación debida al tráfico de vehículos y, con ello, contribuir al
freno de la destrucción de la capa de ozono. Pese a ello, las ciudades españolas
practican la política del avestruz y no asumen sus responsabilidades en la solución de
los problemas medioambientales.
Por eso, uno se siente reconfortado cuando el presidente de la Comunidad se
decanta claramente por el transporte público de pasajeros frente al transporte privado
por automóvil. Al anunciar iniciativas como la de Metrohenares, un proyecto que
enlazaría con rapidez, economía y sostenibilidad ambiental las puertas de Madrid y de
Alcalá, una iniciativa de fomento del transporte colectivo similar a la del Metrosur que
tan excelente acogida tuvo en los alcaldes "rojos del Sur", Gallardón demuestra una
visión de futuro que le acerca más al político del próximo milenio que a esos alcaldes
decimonónicos del PP cuya principal obsesión parece convertir las ciudades que
regentan en autódromos proscritos al peatón. Lamentablemente, nuestro alcalde se
alinea entre ellos.

Puerta de Madrid, 13 de febrero de 1999

La casa de la confianza
¿Seguirá ocurriendo lo mismo? Esta era la pregunta que formulaba el editorial
de Diario de Alcalá, pasado 10 de febrero, refiriéndose a si persistían en el
Ayuntamiento -cuatro años después del período auditado- las disfuncionalidades e
irregularidades económico-administrativas detectadas por el informe del Tribunal de
Cuentas. La respuesta no puede ser otra que sí, rotundamente sí. La aparición en escena
-más digna de ediles de otros predios- hecha por Bartolomé González, lejos de aportar
la necesaria calma que requiere el buen gobierno, ha contribuido a enturbiar un asunto
en el que la serenidad de ánimo y la tranquilidad para formular propuestas eran más
necesarias que los torpes intentos de asestar golpes bajos al adversario político.
Con el inconfundible alboroto que caracteriza a la política de vuelo bajo, sin
haber tenido la oportunidad de reflexionar sobre el contenido del informe, han sido
varios (que no todos) los políticos locales -con el alcalde a la cabeza- que se han
lanzado a levantar el polvo de las acusaciones, agitando un confuso batiburrillo de
crudas realidades, insidias, insinuaciones, verdades a medias, lecturas intencionadas,
semicalumnias e infundios, que uno supone habrán causado gran contento en quienes,
navegando a favor de la confusión, intuyen que los políticos locales serán incapaces,
una vez más, de poner orden en el revuelto mar municipal en cuyas aguas pescan sin
mayor problema. Entre tanto bullicio, parece que he sido incapaz de transmitir el
mensaje que me parece clave: mientras no se aborde una reforma profunda de la
organización municipal, mientras no se extirpe el cáncer burocrático que la corroe, la
gestión del Ayuntamiento de Alcalá de Henares -gobierne quien gobierne- será presa
fácil del Tribunal de Cuentas y la Casa Consistorial será siempre la casa de la sospecha.
Porque, más allá de una exposición técnica de la que se derivarán las
responsabilidades que fuesen menester, el informe del Tribunal es, para los que nos
preocupa la ciudad y pretendemos racionalizar la causa de sus males, todo un canto
lastimero a la desorganización funcional que hoy impera en el Ayuntamiento. Y digo
hoy, porque los problemas que ha puesto de manifiesto el informe no son coyunturales,
no se refieren sólo a la gestión del anterior gobierno municipal, sino que persisten hoy
empeorados por el paso del tiempo y agrandados por la nefasta gestión de Bartolomé

137
González, y persistirán siempre de no enmendarlos enérgicamente, porque, más allá de
la coyuntura, son problemas estructurales que afectan al corazón mismo de la institución
municipal, agonizante hoy de desorganización, una enfermedad que inevitablemente
conduce al descontrol y al desgobierno.
Y es una enfermedad cuyas víctimas son los ciudadanos alcalaínos que sufren
las consecuencias de la situación bien directamente, bien a través de la merma de la
hacienda o del patrimonio municipal. La gestión municipal, sobrepasada por el
crecimiento de la ciudad, se ha convertido en un laberinto intransitable, en una
enmarañada red de confusos intereses que ha transformado el servicio al ciudadano en
servidumbre de éste, el procedimiento en calvario, el archivo en misterio insondable, la
información en oscurantismo, el amiguismo en virtud, la influencia interesada en norma
y la funcionalidad en burocracia.
No quiero con ello distraer la atención ni diluir responsabilidades. Los
responsables últimos son los políticos y, a su cabeza, el alcalde. La legislación vigente
es así de clara: el alcalde es el responsable de la organización económica y
administrativa del Ayuntamiento (artículos 21 de la ley de Bases de Régimen Local y
24 del Texto Refundido de Régimen Local). Pero aunque la responsabilidad última sea
del alcalde, existe lo que se llama corresponsabilidad. ¿O es que alguien cree
sensatamente que el alcalde es el culpable de que los expedientes se formen, se tramiten
o se archiven deficientemente? Y aunque la corresponsabilidad no existiese, existe lo
que se llama ética solidaria o, si se quiere decir de otra manera, hombría de bien. Una
hombría de bien que debiera hacer reflexionar a quienes, por las razones que sean,
permiten que aquel cuyas decisiones apoyaron por acción u omisión administrativa y de
las que en algunos casos se beneficiaron -veánse las páginas 42, 43 y 44 del informe-
sea ahora lapidado mientras ellos miran ladinamente hacia otra parte.
Incapaz de ver más allá de la zancadilla política -que si a otros hace tropezar a él
le arroja al fango- Bartolomé González se ha apresurado a acusar al anterior alcalde. En
supremo acto de estulticia política, al señalar a aquel se señala a sí mismo, aunque no
pueda entenderlo. Falto de sindéresis, atento a sus intereses personales y partidistas, ha
esperado dos años para salir torpemente a escena agitando un oficio -el de la destrucción
de documentos- sobre el que ignora o miente. Si ignora, pregunte, que funcionarios
tiene el Ayuntamiento que conocen la futilidad de lo entonces destruido. En los archivos
consta la fecha exacta -años setenta- de la documentación destruida. Pregunte, indague,
¿es que acaso no le interesa? El interés propio por encima del interés de la institución.
Así nos va.
Para mí también reparte, intentando mezclarme en la zafiedad política que si a él
le place, a mi me repele. Concedo a Bartolomé González que pierda su tiempo
acusándome de lo que no tengo ninguna culpa e intentando hacerme responsable de
decisiones que él votó en el Pleno y en las que yo, ciudadano de a pie entonces, no
intervine. Concedo gustoso que, paradojas de la vida, todo un alcalde que hace unos
meses decía gozar de mayoría absoluta, pierda el tiempo que debiera dedicar a la ciudad
atacando a un modesto candidato que asume solidariamente los aciertos y errores de su
partido, pero cuyo nombre o posición -al contrario que la suya- no aparece ni en éste ni
en cualquier otro informe de Tribunal alguno.
Atáqueme señor González, pero explique también a la ciudad por qué el
Tribunal de Cuentas destaca sus irregularidades al firmar como alcalde expedientes de
1994 para los que usted no tenía competencia alguna. Atáqueme señor González, pero
explique también por qué, jugando con los intereses de la institución, de la ciudad y de
los ciudadanos, ha tenido escondido un papel que al parecer era tan ilegal como dañino
para los intereses municipales. ¿Por qué lo ha ocultado durante dos años? ¿Por qué no lo

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denunció entonces? ¿Por qué no informó de ello a los auditores del Tribunal? Eso, señor
González, acaso se llame ocultamiento de datos y obstrucción a la labor de la justicia.
Pero aunque no fuera ese su nombre, ¿acaso vale más el interés propio que el interés
municipal?
Atáqueme señor González, lance infundios, mire al pasado, hable de Cabañeros,
pero concédame también que pueda hablar a la ciudad de lo que realmente necesita: un
Ayuntamiento bien gestionado, un Ayuntamiento moderno y eficaz, un Ayuntamiento
transparente, un Ayuntamiento convertido en una casa de cristal en la que ni los
reyezuelos de taifas ni los políticos prestos a acusar pero no a solucionar, tienen cabida.
Un Ayuntamiento al que algunos nos acercamos con ilusión, con la esperanza de
transformar la realidad y el futuro en un proceso en el que, desde nuestra personal visión
ideológica, queremos poner experiencia vital, capacidad de gestión y todo lo que sea
menester, excepto, claro está, la pérdida de tiempo en una actividad política de vuelo
bajo para la que no estamos educados y cuyo solo contacto nos repugna.
Y a los ciudadanos el único compromiso que puedo aceptar, la única promesa
que puedo dar: la Casa Consistorial, la casa de todos, no puede seguir siendo la casa de
la sospecha. Me comprometo a transformarla en la casa de la confianza.

Diario de Alcalá, 27 de febrero de 1999

Lotería eléctrica, lotería popular


En lo sorteos de diciembre y enero Lotería Nacional repartió miles de millones
de pesetas entre una legión de afortunados españoles. Sin embargo, los auténticos
beneficiarios de un premio increíblemente mayor, los ganadores de un gordo de ensueño
(1,3 billones de pesetas) fueron los accionistas de las compañías eléctricas. Gracias a la
generosidad del PP, los contribuyentes españoles tendremos que abonar ese premio
durante los próximos quince años.
La producción y distribución de electricidad, como otros muchos monopolios
naturales (agua, gas o comunicaciones), son servicios públicos que, como tales, están
regulados por los gobiernos. Dada su importancia estratégica, la actividad del sector está
muy regulada por la Administración, que fija las tarifas, dirige las inversiones e indica
cómo financiar las costosísimas infraestructuras que la generación, la acumulación y el
reparto de la electricidad requieren. Como contrapartida, el sector eléctrico funciona
casi como un monopolio: en él operan muy pocas compañías (cinco en el caso español,
aunque dos de ellas controlen un 80% del sector y funcionen en la práctica como
duopolio), que ofrecen un producto muy homogéneo, carente de alternativas y con un
alto número de fieles clientes (más de 19 millones de contratos en nuestro país) que
abonan la factura eléctrica española (7,5 billones de pesetas para 1999).
En España al sector no parece haberle ido nada mal. Su rentabilidad acumulada
en 1998 rondó el 40%, sus acciones son un valor refugio en bolsa y una garantía de
dividendos seguros para sus accionistas. Como alguien tiene que sufragar la bonanza de
las compañías, los españoles pagamos la electricidad más cara de Europa: el nivel
medio de precios de la electricidad para los consumidores domésticos en España fue un
168% superior al de Noruega (7,7 Ptas/Kwh) y un 119% superior al de Suecia (9,4) en
1998. Portugueses (21,7) y españoles compartimos el dudoso honor de pagar la
electricidad más cara de Europa (20,5 Ptas/Kwh).
El eléctrico es por definición un sector muy endeudado, puesto que
periódicamente acude en demanda de préstamos para financiar sus inversiones en
infraestructuras. De ahí que la bajada de los tipos de interés le beneficie enormemente.

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Y de ahí también la reducción en las tarifas que viene sucediéndose en toda Europa
desde que comenzó a caer el precio del dinero, lo que explica que la reducción
acumulada de la tarifa eléctrica en España haya sido del 6,5% desde 1996. El aumento
de la demanda y la caída de tipos supondrá para las eléctricas un ahorro de 160.000
millones de pesetas al año, lo que hubiera permitido bajar la tarifa en un 7% en 1999.
Sin embargo, el último Consejo de Ministros de 1998 aprobó una reducción de tan sólo
el 2,5% ¿Dónde ha ido a parar el 4,5% restante? A los bolsillos de los accionistas, que
por decisión del Gobierno recibirán en los próximos 15 años una media de 88.000
millones de pesetas con cargo a los recibos de los clientes, a quienes se nos pretende
endulzar tan enorme trágala con la golosina de una reducción tarifaria inferior en 4,5
puntos a lo que el precio del dinero impone.
El asunto de fondo es simple. Como consecuencia del nuevo marco de libre
competencia europeo, las empresas eléctricas españolas han calculado que en los
próximos años van a tener un descenso de sus ingresos por tarifas. Como no están
dispuestas ni a imaginarlo, han presionado al Ministerio de Industria, que ha hecho
suyas las demandas empresariales, consistentes ni más ni menos en percibir por
adelantado y sin más discusión lo que ellas unilateralmente han calculado como
descenso en sus ingresos en los próximos diez años: 1,3 billones de pesetas. Llueve,
además sobre mojado, porque a esta cantidad hay que sumarle otros 1,3 billones
reconocidos por la Ley Eléctrica de 1997 como ayudas estatales reconocidas a las
eléctricas.
Uno puede asumir -como se asume un acto de fe- que las empresas eléctricas
deben percibir dinero a cambio de los costes de transición a la libre competencia, esto
es, del paso de un sector protegido a otro liberalizado, lo que implica conceder
compensaciones a las empresas una vez computadas y auditadas las pérdidas
producidas. Ahora bien, asumido esto, lo que no es de recibo es que una expectativa de
pérdida a medio plazo se transforme en la percepción inmediata de unas cantidades cuya
merma se supone se va a producir, pero que aún no se ha producido. Dicho de otra
forma, las empresas eléctricas van a cobrar inmediatamente más de un billón de pesetas
a cuenta de unas pérdidas de ingresos futuros que están por producirse. Si por cualquier
circunstancia la merma no se produce, da igual, ellas ya han cobrado. No habrá
Gobierno que lo remedie.
Y ¿de quién cobran? De usted y de mí; de todas las empresas y de todos los
consumidores que durante los próximos 15 años veremos incrementado en un 4,5%
nuestro recibo eléctrico mensual. Gracias a nuestro involuntario esfuerzo solidario las
eléctricas escapan del riesgo propio del libre mercado. Su lotería es muy segura.
Siempre toca. Entre trabajadores y empresarios, entre funcionarios y pensionistas, entre
todos los españoles compramos los décimos para que unos afortunados, los accionistas
de las eléctricas, acaparen los premios.
Tan segura es esta lotería, tanto es el derecho que creen poseer sus afortunados
jugadores, que nos han hurtado el debate sobre las reglas que la controlan. El Gobierno,
mediante un artificio reglamentista, ha convertido al Senado -en donde el PP tiene
mayoría absoluta- en fiel ejecutor de las órdenes de las eléctricas, transformando a los
representantes del pueblo en obedientes amanuenses de los dictados de unos grupos de
presión que sostuvieron electoralmente al PP y que ahora pasan factura.
Una factura transformada en una nueva forma de Lotería Nacional que ha
inventado el Partido Popular. ¡A jugar!

Puerta de Madrid, 23 de enero de 1999

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Madera de heroína
Se celebra hoy el Día Internacional de la Mujer. La efemérides me trae a la
memoria una frase de la Comisaria europea Emma Bonino: "Para ser madre hoy, es
preciso tener madera de heroína". Y es que la evolución del papel social de la mujer y
su incorporación al mundo del trabajo ha sido tan vertiginosa que todavía no se han
modificado los prejuicios de una mentalidad caduca y conservadora sobre los papeles de
hombres y mujeres en la familia, y la persistencia de una organización obsoleta del
tiempo del trabajo según viejos patrones masculinos.
En The Future of Capitalism (1995) sostiene Lester Thurow que el liberalismo
económico está acabando con la familia: "Los cambios dentro del capitalismo están
haciendo que la familia tradicional sea cada vez menos compatible con el mercado; en
consecuencia, la familia es una institución en proceso de cambio y bajo presión (...) El
individualismo competitivo crece a expensas de la solidaridad familiar". Esa
desaparición del núcleo familiar tiene su claro reflejo en el descenso de la natalidad en
los países desarrollados. En Europa la tasa media de hijos por mujer es de 1,59, un valor
que hará que la población europea comience a descender en los albores del próximo
milenio. La tasa española es aún más baja, 1,2 hijos por mujer, lo que ha representado
un espectacular descenso del 58 por ciento desde 1975 (2,8 hijos por mujer). El bajo
índice de natalidad español -el más bajo del mundo- choca abiertamente con la voluntad
manifestada en la encuestas, que revelan que las mujeres españolas desearían tener más
hijos: una media de 2,2.
Hace más de treinta y cinco años que Betty Friedan describiera en el clásico La
mística femenina (1963) lo que ella llamó "la callada desesperación" y "el síndrome del
ama de casa", esto es, la situación de depresión que provocaba el aislamiento antinatural
de la mujer exclusivamente atada al trabajo doméstico. La situación se ha invertido en
pocos años y hoy puede afirmarse que la madre y ama de casa con dedicación exclusiva
y para toda la vida está pasando a la historia. En apenas tres décadas hemos pasado del
viejo modelo de división del trabajo -empleo masculino a jornada laboral completa, ama
de casa y madre en jornada continua y absorbente- a un modelo en el que ambos
trabajan fuera todo el día.
En un libro de muy recomendable lectura (El tiempo que vivimos, 1998), que es
toda una reflexión sobre nuestra abusiva adicción al trabajo, Ramón Jáuregui y otros
autores destacan que en la década de los 90 más del 50 por ciento de las mujeres del
mundo desarrollado tienen un trabajo asalariado, mientras que en la década de los 70
apenas sobrepasaban el 30 por ciento. La masiva incorporación al mundo laboral, que
en España tuvo su máxima expresión en la década de los ochenta, se ha hecho bajo
patrones masculinos que perjudican claramente a la mujer. Las mujeres han ocupado
con gran esfuerzo un espacio laboral antes enteramente masculino, un espacio que
logran conquistar con mucha dificultad: la tasa de paro femenina es mucho más alta (25
por ciento frente al 18 por ciento, por citar el ejemplo de la Comunidad de Madrid) y la
de actividad mucho más baja que la masculina (en la Comunidad de Madrid esta última
es del 65 por ciento para los hombres y del 40 por ciento para las mujeres). Al mismo
tiempo, a igualdad de responsabilidad en los puestos de trabajo, las mujeres reciben un
salario que es un 30 por ciento menor que el que se paga a los hombres.
Las mujeres han pagado su incorporación al mundo del trabajo en los últimos
treinta años con unas obligaciones más severas en cuanto a la utilización del tiempo
cotidiano. Ello no es más que el resultado de la plena vigencia del tradicional modelo
patriarcal del reparto del trabajo, porque de regreso al hogar una parte aún
desproporcionada de las tareas domésticas sigue cayendo sobre la mujer. En España

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cada mujer dedica 44 horas semanales al trabajo doméstico, mientras que los hombres
apenas dedicamos media hora diaria a esos menesteres. Tan solo el 7 por ciento de las
mujeres españolas no realiza tareas domésticas. La mujer, aunque tenga un trabajo
asalariado, sigue cargando con las parte sustancial del trabajo doméstico. No debe
extrañar, pues, que la calidad de vida de la mujer española -dicen algunos estudios
sociológicos- sea cuatro veces peor que la de los hombres, a causa fundamentalmente de
su mayor dedicación al trabajo doméstico.
Existen, pues, una serie de barreras personales y sociales que tienen una
incidencia muy negativa en la calidad de vida de las mujeres y en su posición
discriminada en el mercado laboral. La existencia de esas barreras continúa haciendo
necesaria la formulación de medidas de acción positiva tanto en el marco legislativo
como en los convenios sectoriales o de empresa. En el campo sociopolítico, es preciso
fomentar la erradicación de los estereotipos sexistas en la educación, la publicidad, el
lenguaje y los medios de comunicación social, y desarrollar una nueva cultura que
incorpore los valores del nuevo modelo de sociedad y expanda una imagen de la mujer
acorde con la realidad actual.
Establecer un nuevo contrato social e institucional -laboral y doméstico- que
permita a las mujeres ser trabajadoras y madres, es uno de los grandes retos sociales de
nuestro tiempo. Porque las heroicidades no son exigibles y menos imponibles por la
fuerza de los hechos o de las costumbres a un sector de la población. No es con
heroicidades como se construye el futuro de una sociedad cohesionada, equitativa, justa
y de pleno ejercicio de derechos y deberes para todos los colectivos.
Pero mientras tengamos heroínas, bueno es que cada 8 de marzo se nos recuerde
su existencia.

Diario de Alcalá, 8 de marzo de 1999

Algo más que un consorcio


Ya tenemos consorcio. El Pleno del Ayuntamiento ha aprobado el inicio de las
gestiones para la creación de un consorcio entre administraciones que permita la
rentabilización del título de Patrimonio de la Humanidad. Recuerdo que el otorgamiento
del título fue el pasado dos de diciembre y que el día después, en estas mismas páginas,
publiqué un artículo, Una onza de fama, en el que me pronunciaba claramente por la
creación de un consorcio. Conseguido el objetivo, me parece necesario hacer algunas
puntualizaciones sobre la oportunidad de éste y sobre su insuficiencia en el caso de no
generar otro tipo de actuaciones.
La necesidad de un consorcio está fundamentada en algo tan elemental como la
firma del Convenio Internacional de la Unesco que impone a los países firmantes la
tutela de los bienes o espacios declarados Patrimonio Mundial. Las administraciones
central y autonómica están, pues, obligadas a confluir con el Ayuntamiento en el interés
compartido de preservar y valorizar el patrimonio. Esa obligación es, además de
compartida, diferenciada. Corresponde al poder local, dada su calidad de poder
democrático representativo de la ciudad, la competencia en la planificación, diseño y
coordinación de las actuaciones incidentes en la ciudad. Corresponde a las
administraciones central y autonómica, en el ámbito de sus respectivas competencias y
responsabilidades, programar y coordinar las actuaciones de sus distintos departamentos
en el marco de la planificación regional y nacional. Precisamente, la integración de las

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actuaciones en el marco de la planificación a niveles supralocales, es algo que me
gustaría subrayar.
No puede concebirse al patrimonio mundial como un elemento de beneficiencia.
El ejemplo que días pasados ofreció Bartolomé González acudiendo a la limosna
institucional de un desdeñoso presidente autonómico es tan patético como insostenible.
Los responsables institucionales de cualquier nivel deben tener conciencia política clara
de dos ideas centrales: a) en tanto en cuanto que firmantes de convenios internacionales,
las administraciones central y autonómica tienen unas responsabilidades que les obligan
a la solidaridad de la inversión y no a la caridad de la subvención; b) que el patrimonio
es desarrollo y no sólo conservación. Los cascos históricos son elementos claves en el
desarrollo armónico del país. Los edificios, las piedras y las murallas deben generar
empleo, riqueza y estabilidad de la población. Esta es la única forma de entender el
patrimonio como sostenible.
Los cascos históricos patrimonizalizados no deben considerarse como elementos
de beneficiencia vinculada a la conservación, no son reservas de urbanitas, sino piezas
singulares y valiosísimas que hay que incorporar a los planes de desarrollo regional. Los
tan traídos y llevados yacimientos de empleo no son otra cosa que la explotación
racional de una realidad: la cultura y el patrimonio cultural conforman un sector
estratégico para el desarrollo regional, cuyo futuro exige institucionalizar fórmulas
estables de cooperación entre las administraciones con expresión política, institucional,
administrativa y financiera. El consorcio debe venir, pues, acompañado de la generación
de proyectos y del compromiso de una financiación plurianual consensuada que escape
a la transitoria voluntariedad del responsable político de turno.
En el marco que ahora dibujo conviene también situar a la Universidad de
Alcalá. Lo que distingue a nuestro título de Patrimonio del cualquier otro otorgado
donde quiera que sea (incluyendo, obviamente, a las otras 11 ciudades españolas que
tienen el título), es la singularidad de haber sido concedido "a la Universidad y al
recinto histórico de Alcalá de Henares", lo que convierte a la Universidad en pieza
esencial en cualquier diseño de futuro que ataña al patrimonio. La presencia
universitaria es obligada y estoy convencido, frente a lo que piensan algunos, de que su
efecto en el desarrollo del consorcio va a ser un elemento dinamizador decisivo que
logrará que, en conjunción con un Ayuntamiento capaz de generar el mismo dinamismo,
los resultados que obtenga Alcalá en la competencia establecida por la consecución de
recursos sean notablemente superiores a los que consigan el resto de las ciudades
patrimoniales españolas.
Al fin y al cabo, lo que se ha hecho desde la Universidad en los últimos años no
ha sido otra cosa que generar ideas y proyectos para explotar al máximo las
posibilidades del convenio multidepartamental suscrito hace casi 15 años. La
Universidad, como institución académica respetuosa con la sociedad en la que se
integra, ha reconocido y respetado -y estoy seguro que seguirá haciéndolo- la
representatividad democrática de la institución municipal y su competencia para la
planificación, gestión y administración de la ciudad. Por su parte, el Ayuntamiento debe
transformarse en una institución más ágil, capaz de generar proyectos y de obtener
recursos en solitario en ocasiones, en compañía de la Universidad en otras.
Conseguir el consorcio no basta. Hacen falta ideas. Santiago de Compostela,
gobernada por un alcalde socialista con ideas, ha transformado por completo la ciudad
en un ejemplo urbanístico unánimemente considerado como modélico. Toledo, también
con consorcio, bajo alcaldes del PP, congestionada por el tráfico, es un ejemplo claro de
la inutilidad del papel cuando se carece de ideas.

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Diario de Alcalá, 20 de marzo de 1999

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