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psicosis
Laura Salinas
Lacan ha insistido en declarar su creencia más en la repetición de las vueltas en redondo de toda revolución, que en el
progreso. En esa dirección podríamos decir que –efectivamente- toda su enseñanza es un volver sobre sus preguntas una y otra
vez. Sin embargo, las respuestas que va formulando a esas preguntas, las herramientas conceptuales a las que recurre,
transforman y producen algo a lo que él siempre se sintió más inclinado: una subversión. (LACAN, 1972-73, 56).
Nos ocuparemos aquí, de elucidar qué ha justificado para Lacan la producción de otros conceptos que los ya trazados en la
inauguración de la clínica posible para la psicosis y cómo podemos leer la incidencia de estos conceptos en nuestra clínica actual.
Consistencia
“La consistencia es del orden de lo imaginario” (LACAN, 1974-75, 88) dice Lacan. El concepto de imaginario -como
consistencia- constituye un punto de arribo en el recorrido de su enseñanza. Lacan ha pasado de un imaginario que oculta la
verdad de lo simbólico y funciona como sentido que engaña desde el muro del lenguaje (LACAN, 1954, 367) a un imaginario como
“lugar donde toda verdad se enuncia” (LACAN, 1974-75, 132). Este imaginario consistencia, ya no delimita sólo la relación con la
imagen especular del cuerpo[2], pues como lo muestran los fenómenos de la psicosis lo especular puede estar conservado
mientras el cuerpo afronta su disolución o queda en continuidad pegoteada con el Otro. ¿Cómo –entonces- cada sujeto, mantiene
su consistencia en tanto cuerpo más allá de lo especular?
El cuerpo, resaltará Lacan, “es algo que no tiene aspecto, [es] aquello que resiste, que consiste antes de disolverse.” (LACAN,
1974-75, 90).
“El parlêtre adora su cuerpo porque cree que lo tiene. En realidad, no lo tiene, pero su cuerpo es su única consistencia
Es que tener un cuerpo propio, consistente, manipulable, se revela falso cuando la angustia lo reduce y somete; cuando una
parte de él es sustraída para servir a una satisfacción inconsciente -como en la histeria-, o se ha vuelto deliberadamente
autónoma o extranjera como en la esquizofrenia.
Desde 1953[3], real simbólico e imaginario desactivan poco a poco las “profundidades” de lo inconsciente y la geometría
euclidiana de la esfera y la “bolsa-vejiga” freudianas. Con el recurso de la topología accedimos a la exploración de la textura de
este cuerpo que se sostiene de un goce sin imagen especular, pues, las superficies topológicas eluden la trampa del pensar
cartesiano de un cuerpo extenso. Estas superficies como la Banda de Moebius, el Toro y el Cross-cap, no son orientables por su
imagen en el espejo debido a que desconocen la posibilidad de la simetría y definen su estructura a partir de sus cortes, torsiones
y agujeros.
Lacan ya había notado en 1961 que la consistencia del sujeto más allá de lo especular se encuentra consolidada en la
estructura de un “cuerpo incorporal” (LOMBARDI, 2012, 5-51); cuerpo de significantes que no tiene ya nada que ver con la
unificación sino con una incorporación originaria: la identificación primordial con el significante del Padre. La identificación
primordial es -ante todo- amor al significante como Uno, incorporación de una marca de la falta que estamos invitados a suponer
como un momento de pérdida inaugural, pero lógicamente -y no cronológicamente- acontecida, sobre la que “se soportará toda
dimensión del amor al n-del-padre.” (LACAN, 1973-74, 42) En la in-corpo-ración totémica freudiana, tenemos el prototipo de ese
momento inaugural por el cual el sujeto llega a ser Un-cuerpo, nutriéndose “de este ser que se presenta como lo más inasible de
él, lo que nos reenvía siempre a la esencia ausente del cuerpo.” (LACAN, 1964-65, 75).
Por ello lo imaginario como consistencia, estará entonces necesariamente articulado al concepto de agujero y al de ex-
sistencia, mostrando su vínculo directo con lo real: “si el nudo se sostiene, es justamente porque lo imaginario debe ser tomado en
su consistencia propia…esta consistencia reside solamente en el hecho de poder hacer nudo.” (LACAN, 1974-75, 74)
La teoría de conjuntos de Georg Cantor desarrollada en una serie de trabajos entre 1879 y 1883, abrió un horizonte
transformador, imponiendo un nuevo programa al trabajo de los matemáticos. Su teoría de conjuntos y la matematización del
infinito, señalaron la ambigüedad misma del lenguaje matemático, dando paso a la necesidad de investigar su confiabilidad de
herramienta cuantificadora. Ciertas paradojas del lenguaje, impedían conservar su completud, desmoronando la consistencia del
sistema entero de las matemáticas. Habrá que esperar a Kurt Gödel quien toma a su cargo el límite hallado en el seno del
sistema de formalización de los números naturales, publicando en 1931 la solución que subvertirá definitivamente las
coordenadas del problema y el campo de la lógico-matemática:
“Todo sistema axiomático recursivo y consistente que contenga suficiente aritmética tiene enunciados indecidibles. En
particular, la consistencia del sistema no es demostrable dentro del sistema mismo”. (MARTINEZ, 2009, 65).
La ex –sistencia coincide entonces con lo Real y por estar fuera (sistere-ex) hace consistir, hace cuerpo. Lacan se apoya en
el “decir de Cantor” (LACAN, 1972,49) quien, desde la lógica de conjuntos advierte la inaccesibilidad del número dos en la serie de
los números. El infinito consiste a partir del acto de decir el transfinito que dice: “?1”. Lo que se dice, los dichos, los enunciados,
pueden consistir en un sentido, sólo si hay un decir que -ex -sistiendo fuera inconsciente- los determina como tales.
Lo que revela justamente la psicosis en el momento del desencadenamiento, es que la consistencia en tanto no sostenida por
la exclusión del objeto a, se revela aparente y el sujeto se enfrenta al flagelo del goce en continuidad del cual no puede escapar.
Los fenómenos de autorreferencia muestran cómo esta habitual capacidad de autoaplicación del significante (LOMBARDI, 2009,
161-67) –detectada por Cantor y localizada como límite real por Gödel- devasta al sujeto psicótico, quien no encuentra el modo de
afrontarlos ni de separarse de ellos. La “voz se sonoriza” y la “mirada que se vuelve prevalente” (LACAN, 1974-75, 157).
Consistencia y nominación
Lacan pudo aislar del Edipo su estatuto de mito en la estructuración del sujeto, interrogando otros mitos para esclarecer la
relación entre estructura y ficción: Hamlet, el Dios de Moisés, Abraham y el sacrificio de su hijo Isaac. En esa vía, el nombre-del-
Padre va a hallar hacia 1974, un estatuto lógico y topológico para esta “experiencia trágica” (PORGE, 1997, 109). Con la
introducción del nudo Borromeo Lacan halla el modo de situar esta función del n-del-padre, en su especial aptitud para anudar el
cuerpo, el lenguaje y la pulsión, enlazando mediante su ficción, castración e interdicción del incesto. La función de excepción del
padre,(LACAN, 1972-73, 97) de que haya al menos uno que no[4] esté regido por la función fálica, produce el agujero simbólico
por el cual ya no habrá proporción sexual y por el cual el inconsciente responde ex –sistiendo fuera (LACAN, 1974-75, 174).
Pero para que las consistencias no se interpenetren indiferenciándose entre sí y puedan mantenerse independientes -
resistiendo a lo Real ex -sistente (LACAN, 1975-76, 50)- no sólo es necesario el nudo, sino que haya además “verdadero agujero”
(LACAN,1975-76, 80). Es decir que si el agujero no está verificado, el sujeto queda sometido a los efectos de un falso agujero
entre las consistencias. El falso agujero es aquel que se forma entre dos anillos anudados borromeanamente, como no siendo ni
de uno ni del otro, y sólo puede ser verificado como verdadero, atravesando otra cuerda por él que lo perfore.[5] Esta
autentificación –podríamos decir- del agujero como verdadero, es lo que Lacan supone producida por una cuarta consistencia de
cuerda, que puede ser análoga a la función ocupada por el significante n-del-padre (SNP) de la que “para que nuestro simbólico,
nuestro imaginario y nuestro real, como es la suerte de todos Uds, no se vayan por su lado.” (LACAN, 1974-75, 79).
Lacan va a insistir en que no es posible prescindir del padre sino “a condición de servirse de él”, pero tiene la hipótesis de
que bajo ciertas condiciones, algunos sujetos se sostienen fabricando de otro modo esta cuarta consistencia. Comienza a
considerar que no es la única respuesta posible de un sujeto para anudar las dimensiones, remarcando de la función del padre, la
función de “n´hombrar”, de nominación: “Yo reduzco el Nombre-del-Padre a su función radical que es dar nombre a las cosas.”
(LACAN, 1974-75, 105).
Halla en Joyce, un sujeto que ha logrado escapar al desencadenamiento de la locura mediante la invención de –lo que
juguetea en llamar- su sinthome. El síntoma-literatura, el síntoma-hombre viene a reparar el error de anudamiento de lo
imaginario, que se ha autonomizado en Joyce, dejándolo a expensas de la palabra hecha “parásito” (LACAN, 1975-76, 94).
Es lo que nos hace echar luz sobre la propuesta de Lacan de que “el analista solo puede concebirse como un sinthome”
(LACAN, 1975-76, 133).
Lacan localizó en quien escucha, la dificultad para sostener al psicótico en su propio trabajo con lo real, y advirtió el riesgo de
hacer caer al sujeto en los efectos de la transferencia invertida (SALINAS, 2013, 115) -inoperante para separar al sujeto del goce
que padece. Así, la “maniobra” eficiente propuesta para estas demandas tiene por tarea primera evitar que quede al descubierto
que el Otro del sujeto psicótico no está en lo simbólico y si aparece es desde lo real como perseguidor o enamorado. Pero se abre
una oportunidad clínica más para el sujeto psicótico, en la arista de la lectura de la transferencia que ve su incidencia en lo real,
por su vínculo con el saber y que Lacan vuelve a remarcar en su proposición de 1967: “La transferencia, vengo martillándolo
desde hace algún tiempo, no se concibe sino a partir del sujeto-supuesto-saber.” (LACAN, 1967, 15). Así podrá pasar a esta otra
proposición:
“Nunca se ha subrayado bastante hasta qué punto en la paranoia no son sólo los signos de algo, lo que recibe, el paranoico.
Es el signo que en alguna parte se sabe lo que quieren decir esos signos, que él no conoce; esta dimensión ambigua, del hecho que
hay que saber y que eso está indicado, puede ser extendido a todo el campo de la sintomatología psiquiátrica, en la medida en que el
análisis introduce allí esta nueva dimensión, que precisamente su estatuto es el del significante.” (LACAN, 1964-65, 111).
Esta afirmación, precisa de un modo más complejo la simple sentencia según la cual el psicótico padece una certeza de
saber. Podemos decir que la única certeza incuestionable de la que padece el sujeto, es el lugar que se adjudica como intérprete
de lo real, aunque pueda bascular alrededor del enigma de significación: no sabe qué significa eso que sabe, pero sabe con
certeza que eso le concierne (LACAN, 1955-56, 261-293). Si el analista es capaz de ceder esa posición de intérprete leyendo la
relación entre síntoma y saber para acompañar la autocuración, el sujeto lo tomará como auxiliar privilegiado para profundizar la
tarea de hallar el modo de mantener separados el saber, de la verdad de lo real.
Con la transformación del analista en sinthome, el testimonio de eso que no-se-conoce pero se sabe-con-certeza, se articula a
un espacio-tiempo como nueva realidad (LACAN, 1967, 371)[6] para el sujeto, alrededor del agujero suplente que ofrece el decir
del analista y a partir del cual el sujeto se anuda[7] distribuyendo su goce. Este agujero se pondría de manifiesto, en la mínima
–pero crucial- disyunción entre saber y verdad, que deseo del analista pone en juego.
Allí cobra todo su valor la enunciación que Lacan recorta de la función de nominación en dos significantes que la fonética del
francés le permite: “un dire que nomme” es un “decir que nombra” y también un “decir que no”. Su repercusión en la clínica de la
psicosis, reside en ayudar a conquistar un más allá del acompañamiento en la construcción de una metáfora delirante. Es que
servirse del analista como cuarta consistencia, habilita para el sujeto el ejercicio de la función n`hombrante que agujerea, recorta y
localiza, el goce inefable de lo real.
Así, el decir del analista como decir que no, toma la función del equívoco[8] que intenta producir asíntota para mantener
separados la verdad del saber. “Diferir el encuentro fatídico” (SOLER, 1989, 51), cuando el sujeto ya no logra incidir en lo real con
el saber imaginario-simbólico del delirio e intenta tratar lo Real por lo Real con el pasaje al acto auto o hetero mutilador.
Debemos escapar a la lectura rápida que absorbe ese decir que no en la idea de un decir prohibitivo, en el que cae el
difundido “acotamiento de goce” como maniobra del tratamiento de las psicosis. El decir que no del padre, por el contrario, es una
Este decir que no, como intento de equívoco para crear otra versión posible de lo real, suele tomar en los tratamientos una
enunciación de tipo oxímoron a la que llamamos decir imperativo condicional (SOLER, 2013, 84) -ya que si es imperativo no
podría ser condicional. Se escucha como un “decir que no, si quieres”, ó, “es verdad, pero por qué sería conveniente”, etc. El
analista, al asumir el lugar de interrogar lo real, prohíbe absteniéndose de prohibir o de saber qué es lo que habría que hacer.
Profiere así un decir que n’hombra al sujeto, más allá de su destino de pegoteo con lo real.
Comprobamos que, dentro de esta realidad analista-sinthome, el sujeto puede dar un paso más nombrando y nombrándose,
con las consecuencias de agujereamiento del Otro que esto supone.[9] Investiga y descubre la falla del Otro, por ejemplo con el
humor de la ironía que tiene la virtud de rebajar la figura del ideal, llevando al extremo alguno de los componentes o principios que
constituyen su investidura. Una estrategia para “gastar” al Otro, como se dice en la jerga callejera de la lengua argentina. Este
tipo de fallas que el sujeto puede hallar en el uso de la transferencia invertida dentro de la realidad analista-sinthome, aportan una
posible exclusión para el goce invasor del Otro. Si analista y analizante pudieron avanzar hasta la consolidación suficiente del uso
del sinthome, tal vez el sujeto prescinda del analista para continuar solo.
Para concluir
Puede producirse una tendencia a valorar excesivamente la intervención del analista, en los efectos de estabilización. Sin
embargo si el sujeto logra compartir alguna tarea de desciframiento o de diálogo sobre el síntoma, con el analista, es por el modo
de éste de posicionarse en el deseo y el no-saber (LACAN, 1967, 19-20). Su ética que es técnica, cede el lugar de intérprete al
sujeto y supone a este saber –aunque no metafórico- efecto del significante. Es decir, que en la realidad analista-sinthome, no
importa demasiado desde qué lugar de la distribución del sujeto (el analizante o el analista) ha sido proferida la nominación: lo
crucial es cómo sanciona el sujeto, ese decir en su valor de intervalo, de agujereamiento del Otro -que está en lo real. En ese
sentido el decir del analista -como Lacan lo propusiera en 1953- también se orienta en la clínica de la psicosis, de su creciente
nivel de sujeción: perdiendo su juicio más íntimo; reconociendo su lugar en la transferencia; usando a discreción sus palabras en
la soledad de su barco sin poder medir todo el efecto de ellas (LACAN, J. 1953, 568).
Laura Salinas
ls.laurasalinas@gmail.com
Bibliografía
-Cevasco, R. (2010). La discordancia de los sexos. Barcelona: S & P Ediciones, 2010.
-Lacan, J. (1953). “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI, Buenos Aires, 1984.
-Lacan, J. (1954-1955). El Seminario. Libro 2. El yo en la Teoría de Freud y en la Técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Paidós, 1992.
- Lacan, J. (1955-56). El Seminario. Libro 3. Las psicosis. Buenos Aires: Paidós, 1998.
-Lacan, J. (1964-65). El Seminario. Libro 12. Problemas Cruciales para el Psicoanálisis . Inédito.
-Lacan, J. (1967). “Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”. En Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012.
-Lacan, J. (1967). “Proposición del 9 de octubre de 1967”. En Revista Ornicar Nº1 El saber del psicoanálisis. Barcelona: Petrel, 1967.
-Lacan, J. (1968-69). El Seminario. Libro 16. De un Otro al otro. inédito.
-Lacan, J. (1972-73). El Seminario. Libro 20. Aún. Buenos Aires: Paidós, 1995.
-Lacan, J. (1972). “El atolondradicho”. En Escansion 1. Buenos Aires: Paidós, 1984.
-Lacan, J. (1973-1974). El Seminario. Libro 21. Los no incautos yerran . Inédito.
-Lacan, J. (1974-75). El Seminario. Libro 22. R.S.I.. Inédito.
-Lacan, J. (1975-76). El Seminario. Libro 23. El sinthome. Buenos Aires: Paidós, 2006.
-Lacan, J. (1975). “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”. En Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Manantial, 1975.
-Lombardi, G. (2012). “How analysis treats the somatic roots of the symptom in different clinical types”. Analysis, vol 17, Melbourne, Australia,
2012.
[1] Laura Salinas es psicoanalista, miembro del Foro Analítico del Río de la Plata; miembro de Escuela IF-Campo Lacaniano; docente de la
Facultad de psicología de la Universidad de Buenos Aires, cátedra clínica de adultos I.
[2] Relación con la imagen especular que Lacan no deja de apreciar hasta el final de su enseñanza con el término “Corpo-reificación”, en el
sentido de cómo el sujeto está capturado por la imagen de su cuerpo, y su mundo está hecho a imagen de su cuerpo. Lacan, J., (1975),
“Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”. En Intervenciones y textos 2, Manantial, 1975.
[3] Tanto en la conferencia intitulada de ese modo como en el informe de Roma, R-S-I, surgen en un contexto político crucial para la vida de
Lacan y del psicoanálisis.
[4] Esta función se sostiene de un decir, de una enunciación particular, que está lejos –como lo remarca Rithée Cevasco, de la versión
imaginaria del padre de la horda primitiva no sometido a restricción alguna de su goce. Cevasco, R. (2010) La discordancia de los sexos.
Barcelona: S & P Ediciones, 2010.
[5] En el juego del Go, puede discernirse esta diferencia entre un falso agujero y uno verdadero, sobre todo a la hora de contar los lugares
conquistados.
[6] Adoptamos para recortar esta nueva realidad analista-sinthome, la posición de Lacan en 1967, de afirmar que “el psicoanálisis” en tanto
“procedimiento abre un campo a la experiencia, [que] es la realidad”. “La realidad es planteada en él como absolutamente unívoca, lo que es
único en nuestra época, comparado con la manera en que la enredan los otros discursos. Porque es sólo a partir de los otros discursos como
lo real llega a flotar.
[7] Aunque no se trate de un anudarse borromeanamente.
[8] Diferente del equívoco que produce la interpretación de la Otra escena, en su valor de cita.
[9] Como lo hemos estudiado en la tesis de maestría de la Facultad de Psicología de la UBA, presentada en el año 2013, sobre seis casos
clínicos publicados, de tratamientos psicoanalíticos de psicosis. Tesis: “Consistencia y nominación en el tratamiento psicoanalítico de las
psicosis”. Director Gabriel Lombardi.