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También critica el concepto de Michelet acerca de que la revolución fue una reacción espontánea
contra la miseria. Francia no era pobre, su comercio, su ingreso nacional y la producción de sus industrias
y la agricultura estaban aumentando rápidamente. Las clases medias eran más prósperas, los campesinos
comenzaban a educarse y ya se habían convertido en propietarios de 1/3 de la tierra de Francia. Entonces
¿Por qué hubo una revolución en Francia y no en Austria, Prusia, Polonia o Rusia, donde el pueblo era
mucho más pobre y estaba más oprimido? Porque las clase medias se estaban enriqueciendo y tenían más
conciencia del aumento de su importancia social y porque los campesinos estaban adquiriendo libertad,
cultura y prosperidad, por lo que las antiguas supervivencias feudales y los privilegios aristocráticos les
debían parecer ahora más irritantes.
"El feudalismo en la cumbre de su poder no había inspirado a los franceses tanto odio como fue el
caso en vísperas de su desaparición. Los más leves actos de poder arbitrario de Luis XVI parecían menos
soportables que el despotismo de Luis XIV"
Aulard fue un típico radical de la Tercera República, aunque fue el primer historiador francés
que practicó un uso rígurosamente sistemático y crítico de las fuentes en un trabajo de historia moderna,
aunque todavía considera a la Revolución en términos estrictamente políticos e ideológicos.
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Los críticos provenientes de la derecha hallaron apoyo no sólo en Francia sino en Inglaterra y
Estados Unidos. Alfred Cobban trató de eliminar muchos mitos de la Revolución. Entre ellos, conceptos
como el derrocamiento del feudalismo, la reacción feudal o aristocrática del siglo XVIII, la revolución
burguesa. Afirmó que la "interpretación social" estaba impregnada de supuestos políticos marxistas-
leninistas y por lo tanto, no era en absoluto una interpretación social. Negó a la burguesía todo crédito en
el fin del sistema señorial durante 1789, argumentando que por su condición de clase terrateniente y
beneficiaria de los cargos, también tenía escaso crédito en el desarrollo de la revolución industrial
capitalista. En resumen, la Revolución fue un "triunfo de las clases conservadoras, propietarias y
terratenientes, grandes y pequeñas"
Los historiadores norteamericanos que aceptaron los nuevos argumentos (Taylor, Eisenstein,
Forster) comenzaron a publicar sus opiniones en la American Historial Revies, entre 1963 y 1967. Una de
ellos, Elizabeth Eisenstein, sostuvo que la "revuelta burguesa" de 1788-1789 fue orquestada por un
comité cuyos miembros incluían más nobles y clérigos que burgueses
Por su parte, William Doyle, si bien duda del término "revolución burguesa" ya que estaban
comprometidos en la misma muchos miembros de la nobleza, trató de demostrar la inexistencia de un
plan previo definido:
"Como suele suceder con los vencedores, sus miembros pronto se convencieron de que habían
aplicado un plan desde el principio. Pero no hubo plan y nadie capaz de trazarlo en 1787. Sería más
válido afirmar que los revolucionarios habían sido creados por la Revolución".
A su vez, Francois Furet dirigió varios ataques contra la escuela de interpretación social. A
mediados de los '60 sostuvo que con la caída de la Monarquía, la Revolución fue "desviada bruscamente
de su curso y perdió su rumbo". Hacia 1971 descargó un ataque mucho más agrio contra la nueva
ortodoxia, que tenía más de ataque personal que de debate académico. Hacia 1978 comienza a bajar los
decibeles de la disputa, sosteniendo que la Revolución Francesa inspira diferentes interpretaciones ya que
tiene su historia realista, liberal, jacobina, anarquista o libertaria, según como se mire.
Sin embargo, considera que los marxistas todavía no atinan "a distinguir entre la Revolución como
un proceso histórico, un conjunto de causas y efectos; y la Revolución como un modo de cambio, una
dinámica específica de la acción colectiva". Hay dos planos de análisis: el enfoque inmediato,
principalmente político y el enfoque social y económico, de gran alcance. Confundir los dos es el
problema que tienen los "intérpretes sociales". Atribuye esta confusión a la tendencia de ciertos
historiadores a identificarse demasiado con los actores del acontecimiento. El historiador marxista,
hipnotizado por octubre de 1917, se ha visto inclinado a ver la revolución burguesa en Francia como un
escalón o un presagio de la revolución socialista en Rusia, asignando antepasados jacobinos a los
bolcheviques. Acusa entonces a los historiadoes de la escuela de Lefebvre de permitir que sus tendencias
políticas deformen su propio juicio.
Incluso uno de los polemistas de la derecha, Pierre Chaunu, ha denunciado el "genocidio" de
medio millón de víctimas del Terror, sólo en el oeste de Francia. Una declaración que, al margen de su
formulación tendenciosa, "infla más allá de los límites de la credibilidad todos los cálculos precedentes
acerca del asunto" (SIC).
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