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GEORGE BERKELEY

(1685-1753)

Filósofo irlandés, uno de los principales representantes del empirismo británico.


Nació en Kilkenny, Irlanda; estudió en el Trinity College, de Dublín, y se ordenó como
clérigo anglicano. Su primera obra filosófica es un Ensayo sobre una nueva teoría de la
visión (1709) y, en 1710, a los veinticinco años de edad, publicó su obra capital, Tratado
sobre los principios del conocimiento humano, en la que presenta su filosofía, empirista
e idealista a la vez, que él llama «inmaterialismo», y a la que en aquel momento se
prestó poca atención. En 1713 marcha a Londres, donde escribe Tres diálogos entre
Hylas y Philonus, e inicia una época de viajes por el continente europeo. En esta gira
europea conoce a Malebranche, pierde los originales de la segunda parte de su
Tratado, que ya no completará, y escribe De motu, un libro en latín en el que critica a
Newton y a Leibniz. Concibe luego la idea de fundar en las Bermudas un colegio de
misiones; marcha a América en 1728 y, mientras espera (en vano) la ayuda económica
del gobierno, pasa dos años viviendo primero en Rhode Island, donde escribe Alcifrón,
su obra más extensa, y luego en Newport, donde conoce al que sería el primer
presidente del King's College, de Nueva York -en la actualidad universidad de
Columbia-, Samuel Johnson, uno de los pocos que prestó atención en su tiempo a la
filosofía de Berkeley, de la que dijo que podía refutarse dando un puntapié a una piedra.
En memoria de Berkeley se le puso este nombre a la que, con el tiempo, sería la
universidad de California. Vuelve a Londres y, en 1734, es nombrado obispo de Cloyne;
en 1752 renuncia al cargo y se retira a Oxford, donde muere al cabo de un año. Pese a
que su filosofía se ha considerado excéntrica y extraña, pocos filósofos han despertado
tanto interés como Berkeley en el mundo anglosajón.

En consonancia con su profesión de clérigo, Berkeley se propone como objetivo


de su filosofía combatir tanto el ateísmo como el escepticismo. El empirismo de Locke,
según él, lleva precisamente a ambas cosas. Toda teoría del conocimiento débil es
causa de dudas (escepticismo) y de ellas la peor es no poder tener certeza de la
existencia de Dios (agnosticismo); por otro lado, suponer distintas las ideas y las cosas
y tener que pasar de aquéllas a éstas es causa de escepticismo en general. Berkeley
sostiene que el idealismo es la única forma coherente de ser empirista. Por idealismo, o
más propiamente, «inmaterialismo», Berkeley entiende la afirmación de que sólo
existen nuestras ideas; existen también las cosas, pero éstas no son más que las
mismas ideas o sensaciones. Lo que ciertamente no existe es aquello que los filósofos
llaman materia o «sustancia corporal»; lo que sería como la causa de nuestras ideas y
sensaciones.

He ahí el error, dice Berkeley: tener que distinguir entre lo que percibimos y la
causa de lo que percibimos, y pasar de una cosa a otra mediante una inferencia. Decir,
como Locke, que nuestras ideas provienen de las sustancias corporales como de su
causa es remitirse a una teoría de conocimiento insegura y negar la evidencia de que
percibimos objetos sensibles y que no tenemos necesidad alguna de hacer inferencias.
Si, como decía el mismo Locke, las cualidades secundarias son subjetivas, ¿por qué no
han de serlo igualmente las cualidades primarias? Así que percibimos objetos
sensibles, y lo que percibimos es la realidad. No hay los «objetos percibidos» y las
«causas de los objetos percibidos», sino sólo los «objetos percibidos» y la «mente que
los percibe»: la mente y las ideas de la mente, de modo que «ser» no consiste en otra
cosa que en «percibir» o «ser percibido». Es verdad que vemos un orden regular en
nuestras percepciones, hasta el punto de que podemos hablar de un «orden de la
naturaleza»; pero no existe una naturaleza distinta al mundo de nuestra percepción,
aunque existe la regularidad que una mente divina impone a nuestras percepciones.

Por esta razón, hay plena coincidencia entre lo que afirma esta filosofía
inmaterialista y las afirmaciones de las ciencias de la naturaleza: éstas no estudian otra
cosa que la regularidad entre ideas o sensaciones. Las ciencias, y con ellas los
términos teóricos, no se refieren a realidades externas a la mente; son conceptos
abstractos que se afirman de regularidades de la conciencia. Las mismas hipótesis de
Newton sobre la gravitación universal no describen las propiedades de una fuerza
oculta de la naturaleza que sea la causa de la atracción entre masas; la gravitación no
es más que el comportamiento de las cosas -o de las ideas-, las cuales son a su vez
nuestras sensaciones; la teoría de la gravitación es un cálculo matemático que explica
correctamente las regularidades entre ideas. A esta filosofía de la ciencia se le ha dado
el nombre de instrumentalismo. Dios, en quien el mundo de nuestras sensaciones halla
estabilidad y orden, no es una idea nuestra; no llegamos conocerlo a través de las
sensaciones, porque un «espíritu» no es una «idea», sino que lo conocemos por la
conciencia de que la regularidad de nuestro mundo percibido no puede tener origen en
nosotros mismos. Dios produce realmente las ideas en nuestra mente y la regularidad
que les es propia. Pese a la aparente extravagancia que puede caracterizar a todo
idealismo, Berkeley siempre afirmó que en su sistema había tanto rigor filosófico como
sentido común: si el filósofo inmaterialista afirma que las cosas son ideas, el hombre
común cree que lo que percibimos es la realidad.

FUENTE: CORTÉS MORATÓ, Jordi; MARTÍNEZ RIU, Antoni, Diccionario de filosofía en


CD-ROM, Herder, Barcelona, 1996.
SELECCIÓN DE TEXTOS DE BERKELEY

Las percepciones son ideas

Hilas.- ¿Pero puedes pensar en serio que la existencia real de las cosas sensibles
consista en ser percibidas actualmente? Y si es así, ¿cómo acontece que el género
humano distingue ambas cosas? Pregunta al primer hombre que encuentres y te dirá
que ser percibido es una cosa y existir otra.

Filonús.- Me satisface, Hilas, que apeles al sentido común de las gentes para probar la
verdad de mi noción. Pregunta al jardinero por qué cree que acullá en el jardín existen
cerezos y te responderá que porque los ve y los toca; en una palabra, porque los
percibe mediante sus sentidos. Pregúntale por qué piensa que no hay aquí un naranjo y
te responderá que porque no lo percibe. Llama una cosa real si la percibe por los
sentidos y dice que existe o no existe, pero dice también que lo que no es perceptible
no tiene ser.

Hil.- Sin embargo, Filonús, declaro que la existencia de una cosa sensible consiste en
ser perceptible, pero no en ser actualmente percibida.

Fil.- ¿Y qué es perceptible más que una idea? ¿Y puede una idea existir sin ser
percibida actualmente? Estos son puntos sobre los que ya hace tiempo estamos de
acuerdo.

Hil.- Sin embargo, aunque tu opinión sea verdadera, no puedes seguramente negar que
es chocante y contraria al sentido común de los hombres. Pregunta a un camarada si
los árboles que están allá lejos tienen una existencia fuera de su espíritu; ¿qué
respuestas piensas que te dará?

Fil.- La misma que yo, a saber: que existen fuera de su espíritu. Pero para un cristiano
no puede ser chocante seguramente el decir que el árbol real existente fuera de su
espíritu es verdaderamente conocido y comprendido por la mente infinita de Dios -es
decir, existe en Él-. Probablemente en el primer momento no se dará cuenta de que ello
prueba directa e inmediatamente a Dios, ya que el verdadero ser de un árbol o de otra
cosa sensible implica un espíritu en que existe; pero no puede negar la tesis misma. La
cuestión debatida entre los materialistas y yo no es si las cosas tienen una existencia
real fuera del espíritu de esta o aquella persona, sino si tienen una existencia absoluta
distinta del ser percibidas por Dios y exterior a todos los espíritus. [...]
Hil.- Pero, según tus nociones, ¿qué diferencia existe entre las cosas reales y las
quimeras formadas por la imaginación o las visiones de un sueño, ya que se hallan
igualmente en el espíritu?

Fil.- Las ideas formadas por la imaginación son débiles e indistintas; además, dependen
enteramente de la voluntad. En cambio, las ideas percibidas por los sentidos, esto es,
las cosa reales, son más vivaces y claras, y siendo impresas en el espíritu por un
espíritu diferente del nuestro no dependen, como aquéllas, de la voluntad. No hay,
pues, peligro de confundirlas con las precedentes, y lo hay muy poco de confundirlas
con las visiones del sueño, que son oscuras, irregulares y confusas. Y aunque éstas, lo
que jamás sucederá, sean tan vivaces y naturales, el que no están enlazadas y no
forman un todo con las actividades precedentes y subsiguientes de nuestra vida puede
distinguirlas fácilmente de las realidades. En resumen, sea el que sea el método que te
sirva para distinguir a tu modo las cosas de las quimeras, este mismo método me
servirá también al mío, pues será, según propongo, basándote en alguna diferencia
percibida y yo no te privaré de algo que percibas.
__________________________________________________
Tres diálogos entre Hilas y Filonús, Espasa Calpe, Madrid 1952, p. 104-106.

Qué entendemos por «existir»

Que ni nuestros pensamientos, ni las pasiones, ni las ideas formadas por la imaginación
pueden existir sin la mente, es lo que todos admiten.

Y, a mi parecer, no es menos evidente que las varias sensaciones o ideas impresas,


por complejas y múltiples que sean las combinaciones en que se presenten (es decir,
cualesquiera que sean los objetos que así formen), no pueden tener existencia si no es
en una mente que las perciba. Estimo que puede obtenerse un conocimiento intuitivo de
esto por cualquiera que observe lo que significa el término existir cuando se aplica a
cosas materiales. Así por ejemplo, esta mesa en que escribo, digo que existe, esto es,
que la veo y la siento: y si yo estuviera fuera de mi estudio, diría también que ella
existía, significando con ello que, si yo estuviera en mi estudio, podría percibirla de
nuevo, o que otra mente que estuviera allí presente la podría percibir realmente.

Cuando digo que había un olor, quiero decir que fue olido; si hablo de un sonido,
significo que fue oído; si de un color o de una figura determinada, no quiero decir otra
cosa sino que fueron percibidos por la vista o el tacto.

Es lo único que permiten entender ésas o parecidas expresiones. Porque es


incomprensible la afirmación de la existencia absoluta de los seres que no piensan,
prescindiendo totalmente de que puedan ser percibidos. Su existir consiste en esto, en
que se los perciba; y no se los concibe en modo alguno fuera de la mente o ser
pensante que pueda tener percepción de los mismos.
__________________________________________________
Principios del conocimiento humano, Introducción, III (Orbis, Barcelona 1985, p. 42.

Quimeras e ideas

Hilas.- Pero, Filonús, ¿mantienes aún que no hay en el mundo más que espíritus e
ideas? Has de reconocer que esto suena muy extraño.

Filonús.- Reconozco que la palabra idea, no aplicándose comúnmente a las cosas,


suena algo singularmente. Mi razón para usarla fue que se entiende que hay implicada
en el término una relación necesaria con el espíritu y que ahora se usa corrientemente
por los filósofos para denotar los objetos inmediatos del entendimiento. Pero por muy
extraño que suenen las palabras que la expresan, esta afirmación no encierra, sin
embargo, nada extraño o chocante en su sentido, que, en efecto, se reduce a que sólo
hay cosas percipientes y cosas percibidas y que todo ser no pensante es
necesariamente, por la naturaleza misma de su existencia, percibido por algún espíritu,
si no por un espíritu finito y creado, al menos ciertamente por el espíritu infinito de Dios,
en el que «vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser». ¿Es esto tan extraño como
decir que las cualidades sensibles no están en los objetos o que podemos estar
seguros de la existencia de las cosas o conocer algo de su naturaleza real, aunque las
vemos las tocamos y percibimos por los sentidos?

Hil.- Como consecuencia de esto, ¿no debemos pensar que no existen causas físicas o
corporales, sino que un espíritu es la causa inmediata de todos los fenómenos de la
naturaleza? ¿Puede haber algo más extravagante que esto?

Fil.- Sí; es mucho más extravagante decir que una cosa inerte actúa sobre el espíritu y
que lo que es incapaz de percepción es la causa de nuestras percepciones. [...]
Añádase que lo que, no sé por qué razón, te parece tan extravagante no es más que lo
que la Sagrada Escritura afirma en ciertos pasajes. En ella se nos presenta a Dios
como el único inmediato autor de todos los efectos que algunos paganos y filósofos
acostumbran atribuir a la naturaleza, a la materia, al destino o a análogos principios no
pensantes. Este es un lenguaje tan constante en la escritura que no necesita ser
confirmado por citas.
__________________________________________________
Tres diálogos entre Hilas y Filonús, Espasa Calpe, Madrid 1952, p. 106-108.
Ser es ser percibido

Hay verdades tan obvias y tan al alcance de la mente humana que para verlas el
hombre sólo necesita abrir los ojos. Tal me parece que es ésta que voy a anunciar y
que considero de importancia suma, a saber: que todo el conjunto de los cielos y la
innumerable muchedumbre de seres que pueblan la tierra, en una palabra, todos los
cuerpos que componen la maravillosa estructura del universo, sólo tienen sustancia en
una mente; su ser (esse) consiste en que sean percibidos o conocidos. Y por
consiguiente, en tanto que no los percibamos actualmente, es decir, mientras no existan
en mi mente o en la de otro espíritu creado, una de dos: o no existen en absoluto, o
bien subsisten sólo en la mente de un espíritu eterno; siendo cosa del todo ininteligible
y que implica el absurdo de la abstracción el atribuir a uno cualquiera de los seres o una
parte de ellos una existencia independiente de todo espíritu.

Para convencerse de ello basta que el lector reflexione y trate de distinguir en su propio
pensamiento el ser de una cosa sensible de la percepción de ella.
_______________________________________________
Principios del conocimiento humano, Introducción, III (Orbis, Barcelona 1985, p. 43)

Selección tomada de “Textos del Diccionario Herder de Filosofía”


(Véase supra, ob. cit.)

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