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Los primeros cristianos no tenían altares, lo cual obedece a una evolución posterior,
para celebrar la Santa Cena, sino una mesa de madera, la misma que servía para
el banquete fraternal. Todavía no había objetos que tuvieran carácter litúrgico. Los
cristianos de los tres primeros siglos tenían cierta alergia a todo lo que pudiera
parecerse a los templos; parece incluso lícito afirmar que, en estos primeros
tiempos, a los cristianos les repugna la idea del altar. Así, Minucio Félix pregunta a
los objetores de la fe cristiana:
Desde el primer momento los cristianos entendieron que la comida fraterna, a cuyo
final participan del pan y del vino en memoria del cuerpo y sangre de Cristo (véase
1 Co. 11), no tiene ninguna semejanza con la participación de las víctimas ofrecidas
a las dioses, o con el derecho que tenían los sacerdotes judíos sobre las ofrendas
presentadas en el Templo. Como se afirma claramente en la carta los hebreos:
«Tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al
tabernáculo» (He. 13:10).
Por otra parte, la idea de sacrificio es poco evidente en una comida, excepto en el
sentido espiritual. No se olvide que Eucaristía quiere decir «acción de gracias», del
griego eukharistia, que es un sacrificio de alabanza.