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PROCESO COMUNICATIVO
A. J. GREIMAS
En este trabajo la autora desarrolla los supuestos básicos de la didáctica de la literatura a partir
de tres momentos: a) desarrollo, b) enfoques recientes y c) didáctica de la recepción literaria.
El recorrido de esta problematización la hace desde un rastreo en el que ambos campos
disciplinarios —literatura y didáctica— aparecen ya como actividades paralelas o ya como
tangenciales o íntimamente intersectadas desde la óptica de la comunicación. Luego de este
recorrido define a la didáctica de la literatura como un territorio en el que se articulan varios
saberes y disciplinas. Así, ésta se constituye básicamente en un espacio donde convergen, por
un lado, la literatura como práctica lingüístico-comunicacional y, por otro, la didáctica como
actividad comunicativo-relacional. De modo que, en todo acto didáctico, la literatura es a la
vez objeto de conocimiento y objeto de enseñanza y, con base en sus propias leyes, determina
los procedimientos específicos para la lectura, la escritura y la enseñanza. A lo largo del trabajo
se plantea un conjunto de interrogantes: ¿qué puede ser enseñar y aprender literatura?, ¿qué
se enseña y qué se aprende?, ¿bajo qué propuestas metodológicas?, ¿qué es leer literatura?,
¿cómo se lee? La respuesta a estas preguntas se realiza a partir de la descripción de los
postulados teóricos y de los sujetos comprometidos en el proceso de la comunicación
didáctica: el maestro y el alumno.
Estas reflexiones están escritas para todos aquellos comprometidos con la enseñanza de la
literatura en la universidad. No pretendo dar recetas de cómo enfocar el proceso sino más
bien ofrecer un conjunto de lineamientos para tratar esta actividad académica en la que se
intersectan dos campos de conocimiento: la literatura como práctica comunicativo-lingüística
y la didáctica como actividad comunicacional.
1. Desarrollo de la disciplina
El primer apartado nos permite realizar una serie de consideraciones sobre qué y cómo se ha
trabajado la didáctica de la literatura. En términos generales podemos indicar que sería difícil
hablar, a nivel nacional, de investigaciones y de grupos de investigadores constituidos que
traten de manera sistemática la enseñanza de la literatura en el nivel superior. Comúnmente
lo que se ha realizado son trabajos en los que se enfoca esta actividad ya desde la literatura,
ya desde la misma práctica didáctica, sobre todo en los primeros niveles del sistema educativo.
Así, con relación al ámbito de lo literario, los textos están casi siempre orientados a la
descripción de una serie de lineamientos sobre la lectura como un compendio de niveles, de
recetarios, de pasos, pero sin un apoyo de teoría lingüística y literaria que los sustente.
De este modo, la literatura y su enseñanza han sido dos actividades paralelas, dos objetos
de estudio separados, dos universos muy diferentes. Basta acercarnos a cada uno de ellos para
comprobar la distancia considerable entre los avances del campo literario y el lento caminar
del tratamiento didáctico enfocado a él. Esta desigualdad nos parece paradójica ya que el acto
de enseñar surge con el hombre mismo y constituye una importante realidad comunicativa
cuyas formas y procesos lo han preocupado desde tiempos remotos, mientras que la
investigación metódica de los estudios literarios resulta más reciente1. Dicha separación ha
dificultado la organización y sistematización de la didáctica de la literatura, disciplina en la
que confluyen y se sintetizan estos dos campos teóricos que, con objetos y métodos diferentes,
enfrentan una única finalidad: desarrollar formas de conocimiento, de exploración de la
realidad humana por una parte y, por otra, de enfocar la enseñanza y el aprendizaje, el
conocimiento y la transformación del sujeto en general y del sujeto educativo en particular.
Hemos dicho, entonces, que lo que se ha publicado es muy desigual y que dicho campo de
conocimiento se tornó problemático pues no estaba asentado metodológicamente, ni desde
el punto de vista de la literatura, es decir, sobre lo que se va a enseñar, ni desde el de la
didáctica, esto es, cómo se van a enfocar los planteamientos teóricos de la disciplina y cómo
enseñarlos.
2. Enfoques recientes
Por su parte, la didáctica empieza a integrar otras propuestas al incluir lineamientos del
campo literario en los que se pretende armonizar lo teórico con lo práctico como resultado de
experiencias pedagógicas, de actividades metadocentes de formación o de productos de
reflexiones continuadas de los propios maestros en ejercicio. Ello significa que hubo intentos
de acercamientos pero, la mayoría de las veces, el propósito de conciliación no alcanzó lo
previsto; así, por ejemplo, desde lo literario la proliferación de la terminología especializada
convirtió el trabajo didáctico en un esfuerzo que hacía más énfasis en el método de enseñanza
que en el de análisis de los textos literarios. Si bien se contaba con un conjunto de recursos,
formas y estructuras sobre el acto de enseñanza, no se ingresa a una descripción y análisis de
la literatura como producto lingüístico-comunicacional, con toda la riqueza que para el
docente podría significar el texto literario como objeto de estudio (teoría) y como objeto de
enseñanza (metodología).
Un tercer momento lo constituyen los nuevos rumbos que, en las últimas décadas, toma la
literatura y su enseñanza. Así, otros enfoques empiezan a preocupar a los teóricos de la
literatura, ya desde la teoría de la recepción4, la semiótica5, el psicoanálisis6 o la lingüística
textual7, los cuales inciden de alguna manera en el campo de la didáctica8 y permiten, además,
replantear otros modos de enfocar la enseñanza y el aprendizaje de lo literario.
Dentro de esta tradición, el saber literario puede ser materia de enseñanza en la medida en
que tiene que ver, por una parte, con el proceso de creación y, por otra, con el de la recepción
de los textos. Por ello, en este nivel es necesario considerar y delimitar —en el ámbito del
currículum— el campo de los estudios literarios para poder plantear los modos de transmisión
y, por lo tanto, la manera de formar lectores competentes.
El literario no difiere de otro tipo de discurso; en él hay una convención que dice que algo
es literatura, indicando la importancia del contexto cultural que, en última instancia, es el que
califica un texto como literario. A partir de esta nueva perspectiva, literatura y texto literario
son planteados no sólo como objeto de estudio sino como objeto de aprendizaje. La
comunicación literaria se concibe como una relación unidireccional, resultado de un sistema
de normas, de convenciones culturales que, a fin de cuentas, son las que clasifican un discurso
como literario:
[…] Como un proceso directo, en el que el receptor juega un papel activo en cuanto a la
comprensión, pero no un papel directamente relevante para la acción. No se realiza un
retroacoplamiento con el interlocutor de la comunicación, ya que la expresión lingüística
sobre el texto literario no hace posible una relación interpersonal entre los interlocutores de
la comunicación9.
De este modo, para ser catalogado como literario, un texto debe reunir dos condiciones: a)
una función comunicativa particular; b) impone a los usuarios —escritores y lectores—
normas especiales de funcionamiento y, por tanto, de lectura. De allí que la plasticidad del
texto puede ser entendida en un doble aspecto: o bien en sentido literal cuando se realizan
descripciones que surgen al interior del texto mismo y la palabra es empleada para evocar esos
referentes, tal como se dan en la realidad; o bien en el sentido que da curso a la imaginación
del lector y que lo conduce a transformar libremente el texto de acuerdo con sus posibilidades
de comprensión, interpretación y de libre asociación.
Por su parte, la comunicación didáctica es más directa, inmediata y dialógica. Está integrada
por el maestro, el texto y el alumno. Cada uno, con sus diferentes niveles de formación,
establecen una relación comunicativa especial como lectores frente al texto. Así, el proceso
didáctico como acto comunicativo tiene dos momentos:
Para profundizar en el análisis de los supuestos sobre los que se asienta la disciplina —cuyo
objeto de estudio lo constituye el proceso de enseñanza-aprendizaje de la literatura—
debemos tomar en cuenta la articulación de diversos factores que interactúan en su
constitución, en su desarrollo, en su puesta en práctica. Por ello, la definiremos, en un
segundo momento, como una disciplina teórico-práctica qué, en un contexto especifico de
enseñanza-aprendizaje, orienta, a partir de diversos procesos comunicativos, el aprendizaje
de lo literario y, en consecuencia, la construcción del conocimiento. Desde este punto de vista,
cuatro aspectos la definen:
En este nivel debemos situar dos dimensiones de la disciplina: a) una de orden ideológico-
socio-educativo, y b) una de orden teórico-práctico. La primera hace referencia al conjunto de
cuestionamientos e interrogantes que es necesario plantearse para programar, a diferentes
niveles, el trabajo áulico, por ejemplo: ¿qué hombre forma?, ¿para qué circunstancias socio-
históricas?, ¿qué tipo de conocimiento de la disciplina será necesario ofrecerle?, ¿qué procesos
comunicativos serán puestos en juego con relación a la síntesis entre ambos campos
disciplinarios?, ¿qué estructuras del pensamiento del escolar será necesario favorecer para una
mejor internalización del aprendizaje de la literatura como goce estético y creatividad? En una
palabra, se sitúa al sujeto como centro de la educación, de la realidad y del conocimiento. Esta
ubicación es histórica, dialéctica y dinámica en la medida que tanto éste como la educación
van cambiando de manera permanente. La segunda dimensión proviene del carácter
científico, normativo y praxiológico de la enseñanza. Lo teórico constituye la concepción
implícita de la disciplina, su valoración y los modos de tratamiento del texto literario. Lo
práctico expresa la concepción de lo que se puede lograr por la vía de la enseñanza de la lectura
literaria. En decir, cómo organizamos la estructura didáctica10 desde la selección de los
contenidos, el planteamiento de los objetivos, las actividades y las formas de evaluación y, a
la vez, su interrelación con el maestro y el alumno. La finalidad no es sólo aprender y enseñar
literatura, sino plantear el contexto en el que se da el acto comunicativo para distinguir y
clasificar los elementos que entran en juego en la transmisión y en la adquisición del saber.
Desde esta perspectiva, el objeto literario (texto) y su lectura constituyen el núcleo central del
proceso de enseñanza-aprendizaje. Por medio del aprendizaje, tanto de los contenidos
teóricos como de los estéticos, es posible tanto la internalización de los conocimientos como
el desarrollo de capacidades y actitudes sobre el mundo, la vida y el hombre.
La síntesis de estos dos momentos se logra a partir de la concepción que cada docente posee
de la disciplina, de su valoración —formadora de la conciencia individual y social, instrumento
de goce y de placer— y de la organización de las propuestas metodológicas (guías) para
enfocar la lectura literaria. Este planteamiento nos remite a dos preguntas: ¿cuál debe ser el
eje de constitución de la disciplina?, ¿qué tipo de formación se tratará de ofrecer al estudiante?
Por lo tanto, atiende tanto a la relación comunicativa básica entre el maestro y el alumno,
como a la relación particular texto-lector-alumno.
3.1.2 Concepción de lo literario
La causa profunda que tal vez explique el fracaso de la enseñanza de la literatura a lo largo del
sistema educativo reside tanto en la ausencia de una sólida formación teórica de los maestros
como en la confusión de propuestas de enseñanza en las que generalmente se ha priorizado
desde una mal entendida enseñanza de la historia de la literatura a una tediosa letanía de
autores, de obras, de críticos, sin estimular la reflexión sobre lo que los mismos textos plantean
siguiendo ese permanente afán de información que ha caracterizado a la educación en todos
los niveles y áreas. Así, de acuerdo con Filinich11:
1. Como un modo de creación artística con sus leyes propias, sus tipos de textos que
imponen procedimientos para su lectura y su análisis.
2. Como una producción particular en la que el autor no se comunica a través de signos
lingüísticos sino que comunica sentidos o significaciones. De todas maneras, en el
texto podemos detectar cómo se produce el proceso creativo o cómo se refleja en el
acto creativo, las actitudes, los valores, los sueños.
3. Con relación a otros textos y otras prácticas culturales (arte, ciencia, filosofía,
arquitectura, etc.), tanto diacrónica como sincrónicamente, dado que la creación
literaria es de suyo una creación lingüística y, por lo tanto, es ilimitada en sus
contingencias expresivas, en su competencia comunicativa. La lectura de una y otra
obra con sus singularidades será adjetivada, no como acontecimientos desconectados
entre sí y disociados de sus entornos particulares, sino en sus individualidades como
creaciones personales, producto tanto de estados anímicos como de respuesta a una
situación social.
4. Con respecto a la lengua en la que se escribe, en sus aspectos sintácticos, fonológicos
y semánticos.
5. Con referencia a la crítica y al público (gustos literarios y preferencias). En este
sentido, la lectura de textos literarios está regulada por convenciones, determinadas
tanto por las instituciones como por los propios lectores empíricos quienes señalan,
en primer lugar, cuáles textos se clasifican en la categoría de literarios, ayudados por
las marcas de los distintos géneros, épocas y movimientos, pero también por un
proceso de separación entre textos literarios de ficción (chistes, cuentos para niños,
leyendas, etc.) y no literarios (científicos, filosóficos, arquitectónicos, por ejemplo).
6. Como un objeto de enseñanza o materia de conocimiento, en un doble sentido: como
una estructura lingüística particular y como un hecho estético. En este caso, en el
reconocimiento de que la comunicación literaria se transforma en contenido de clase,
se debe elaborar un plan de trabajo mediado por la teoría literaria seleccionada que
conduce a descubrir la estructura de la obra en la medida en que se trabaja con un
texto terminado, completo, que se debe ir deconstruyendo.
Por lo anteriormente expuesto, podemos indicar que el estudio de los textos literarios también
puede ser científico13
Una vez que el maestro ha seleccionado la perspectiva teórica desde la que realizará el recorte
del objeto de estudio, ha de tomar en cuenta, a su vez, que los textos literarios son retomados
por disciplinas diferentes que buscan en las obras puntos de apoyo que les permitan ampliar
o confirmar sus principios teóricos. Así, éste debería incluir en la programación de sus
actividades las diferentes tendencias críticas que analizan el fenómeno literario y las
relaciones que mantienen entre sí para dar un panorama más completo y amplio de la
disciplina. Podría considerar, por ejemplo, el psicoanálisis, la sociología de la literatura, la
pragmática, la fenomenología, la hermeneútica, la semiótica, la crítica psicoanalítica que,
enfocadas desde una perspectiva crítica, pueden abarcar las principales direcciones del
conocimiento teórico y ofrecerle al alumno una síntesis rica y accesible del mismo.
[…] las sociedades “reescriben”, así sea inconscientemente, todas las obras literarias que leen.
Más aún, leer equivale siempre a “reescribir”. Ninguna obra, ni la evaluación que en alguna
época se haga de ellas pueden, sin más ni más, llegar a nuevos grupos humanos sin
experimentar cambios que quizá las hagan irreconocibles. Esta es una de las razones por las
cuales lo que se considera como literatura sufre una notoria inestabilidad.
Por su parte, Béguin17 indica:
Una obra literaria válida, que nace hoy de la vida interior de un hombre (el novelista, el poeta),
tiene una significación digamos de síntoma o de signo que se relaciona no sólo con ese hombre
que la ha creado, sino también con nuestra época. No hay ninguna obra producida en la
actualidad que, en cierto sentido, no pueda informarnos sobre la crisis de civilización por la
que atravesamos: sobre lo es que el hombre general hoy en día, sobre lo que somos en nuestra
vida común, sobre lo que nos falta, sobre lo que queremos y de lo que nos arrepentimos, sobre
lo que hemos perdido y lo que esperamos lograr.
La meta que debe proponerse el maestro es desarrollar los procesos de análisis, descripción y
explicación que permitan abarcar todo el proceso comunicativo que hemos definido como
particular: desde la conformación del texto hasta la estructuración de la conducta del lector.
En este nivel hace necesario una triple articulación disciplinaria: literaria, didáctica y
psicoanalítica, si la propuesta se plantea desde este último campo. Quizá esta última
perspectiva disciplinaria es la que más claramente refleja la interrelación entre estas dos
expresiones humanas: una científico-terapéutica; otra, artística. Freud ha sido uno de los
autores que no sólo en su obra hace referencia a la literatura sino que se auxilia de ella y
recurre al relato literario, ya sea para ilustrar o para probar su teoría o hipótesis. Este autor
desarrolla, a partir del lenguaje, una visión, una interpretación psicoanalítica del arte y de la
cultura al considerar que todo lo que es factible de ser sustituido por otro texto es ya
interpretado; por ejemplo, no sólo el sueño sino también el síntoma neurótico, el mito y la
obra de arte. Es decir, en el caso de esta última son analizados no sólo como un proceso
creativo, interpretativo e interpretable, sino como producto terminado con un sentido propio.
En este nivel podemos hablar de una estructura comunicativa que el maestro y el alumno
comparten y en la que ambos tienen la función de emisor y receptor. Ésta se organiza a partir
de ciertos componentes mediados por la conducta de cada uno, la actividad lingüística oral y
escrita, así como el contexto y el contenido que les permite o bien ser transmisores o bien
productores de textos. Para ello, es necesario programar actividades para aprender a analizar
textos y para producirlos.
Se debe tener en cuenta que la literatura es tanto un proceso creativo como un objeto de
enseñanza que tiene sus leyes propias, que impone procedimientos específicos para la lectura,
la escritura, la enseñanza, la investigación. Esta pluralidad de funciones y la misma
complejidad de las obras obligan al maestro a profesar una flexibilidad didáctica, en la que
debe:
Las formas de llevar a cabo estas actividades están relacionadas con la idea de qué se aprende
y de cómo tiene lugar el proceso de conocimiento literario. La primera alude a la organización
de la estructura didáctica (área, línea, programa, acto didáctico) mientras que la segunda se
refiere a los procesos psicológicos implicados en la adquisición del saber, es decir, cómo el
alumno, sujeto de conocimiento, selecciona, asimila, adopta, transforma e incorpora los
contenidos a su propia estructura cognoscitiva. Así, el aprendizaje de lo literario se logra no
sólo a partir del conocimiento de los textos sino, especialmente, del planteamiento de nuevas
preguntas que, a su vez, permiten la formulación de los problemas de manera diferente.
Así vista, la literatura es, al mismo tiempo, objeto de enseñanza (teorías) y objeto de
aprendizaje (metodología y técnicas). El punto central de la situación de enseñanza, de todo
acto didáctico, será determinar la manera de establecer relaciones entre un objeto a enseñar
y una concepción de la enseñanza, ya que éste no tiene la precisión de otros objetos de
conocimiento analizados en el currículo. La actividad del maestro cumple una doble función:
hacer internalizar al alumno que la obra literaria nace en un momento determinado de la vida
interior de un hombre (poeta o novelista) y que tiene una significación que se relaciona tanto
con su autor como con la época en que se produce; lograr una relación significativa entre el
alumno y el texto (empatía). Siguiendo a Béguin18:
Didácticamente hay formas de ponerse en contacto con el texto, que posee una existencia
concreta frente a la que nos situamos como alumnos. En primer término se tendrá que enfocar
la atención en el estudio de la actividad creadora, que pone en juego realidades,
acontecimientos, hechos y circunstancias sociales y humanas encubiertas de ficción. En
segundo lugar, se tendrá que analizar el tipo de relación dialógico-transferencial que se
establece entre el lector alumno y el texto literario, es decir, en esta forma particular de
comunicación que se da entre un objeto (texto) y un sujeto (alumno) con realidades
diacrónicas diferentes.
Reflexionar sobre la categoría “lector” es remitirse al análisis sobre la lectura, para lo cual es
necesario indicar las condiciones desde las que ésta se realiza, los factores sociales que la
determinan y los ideológicos que gravitan en la decodificación de los mensajes. No hay lectura
única, uniforme, sino que cada texto tiene múltiples lecturas que dependen, por un lado, de
las características del texto, y por otro, de las competencias del lector, las cuales coinciden en
el proceso de recepción. Este proceso puede definirse como el encuentro entre la estructura
del texto y los saberes del lector, encuentro creativo, único, personal. Tenemos así, en cuanto
al texto (objeto reconocido), una serie de componentes básicos presentes en él, pero
dominantes en forma distinta: lenguaje, referencia social, tradición, temática, entre otros. Y,
por parte del lector (sujeto reconocedor), su situación social, edad, capacidad imaginativa,
memoria mediata e inmediata, experiencias culturales y lingüísticas, motivación hacia la
lectura, competencia lingüística, capacidad cognitiva, nivel de formación, etc., elementos que
configuran a todo lector aunque en diferente grado. De allí que, como hemos dicho, toda
experiencia de lectura sea única y, como plantea Percival20:
El lector responde a la lengua como un ser social que comparte con otros miembros de la
sociedad una manera de entender un campo léxico determinado por el uso común, pero
también como un individuo cuya interpretación de las palabras está teñida por las
experiencias vividas y por la experiencia en el uso de la lengua. En consecuencia, no hay
lecturas idénticas.
Los pasos para el análisis del texto tienen un papel decisivo para la enseñanza de la literatura.
Los textos literarios no son estáticos, ni ofrecen la misma apariencia a cada lector. Texto y
lector constituyen categorías apoyadas una en otra, las que se pueden captar en el proceso de
la lectura literaria y analizarlas desde la perspectiva didáctica. Para ello, es necesario plantear,
en términos generales, qué entendemos por texto y por lector alumno.
4. El texto literario
La primera está constituida por los diversos elementos del texto (vocabulario, género
literario, reiteración, paráfrasis, etc.) que mantienen entre sí una conexión conceptual.
… gracias a la coherencia los diversos elementos del texto mantienen entre ellos una conexión
conceptual, y gracias a la cohesión los elementos superficiales mantienen una conexión
secuencial […] la primera se alcanza a través del establecimiento de relaciones causales, de
inclusión o de jerarquía entre objetos, acciones y eventos, mientras que la segunda se asegura
a través de procedimientos de unión —conjunción, disyunción, subordinación— , de
recursividad y de correferencia.
La intención y la función lingüístico-comunicativa del texto da origen a la organización de
ciertas estrategias de enseñanza y de lectura. Por ejemplo, didácticamente no es lo mismo
enseñar a leer ensayo que poesía. Cada uno de estos tipos de discurso constituye una realidad
comunicativa particular que requiere para su lectura de una forma especial de análisis, de una
propuesta de lectura diferente.
El texto literario es un objeto creado por alguien, con una intencionalidad, posible de ser
leído. Pero, como objeto material, está cargado de significación. Al autor, una vez que lo ha
creado, deja de pertenecerle y pasa a ser propiedad de todos los lectores y está a la espera de
que algún lector lo actualice, y no sólo eso, que lo ayude a ser texto, a ser obra, pues lo va
enriqueciendo, completando, poniéndolo en movimiento, de acuerdo con la época, con la
cultura. También propone por sí mismo el establecimiento de múltiples sentidos en un doble
juego: uno22, descubrir el sentido estructurado textualmente con una finalidad estética; otro23,
poner en actividad la historia personal de quien lo lee, lo cual hace que la lectura se enriquezca
y se “complete”, de algún modo, con elementos que no pertenecen a la obra, pero que parten
de ella. Es decir, sirven como paradigmas de asociaciones políticas, sociales, literarias,
afectivas, etc. Decodificar un texto es descubrir en él sentidos que se mantienen ocultos detrás
del lenguaje, de la disposición tipográfica, de la organización en partes (n capítulos, prólogo
e introducción, por ejemplo), para lo cual cada género exige una estrategia particular de
lectura, ya que quien escribe se somete a las convenciones que lo conforman.
5. El lector alumno
En cada acto de lectura que el lector alumno realice, cada uno hallará importantes y
pertinentes aspectos de un mismo texto que otros no percibirán. Cada lectura, aún la de un
mismo lector en diferentes etapas vitales, es siempre una nueva organización y, por lo tanto,
implica un cierre, una clausura de sentidos. De este modo, no se lee un texto en el vacío sino
en interacción con factores de naturaleza social e individual que deben ser comprendidos,
analizados y evaluados, tanto desde la perspectiva literaria, como desde la didáctica de la
literatura.
De allí que la lectura literaria sea una experiencia doble: intrapersonal —manejo interno
del lenguaje que facilita o permite la comprensión significativa de los enunciados textuales—
e interpersonal, en la medida en que se establece una comunicación particular entre el texto
y el lector-alumno:
La lectura es lectura de la escritura, lo que implica que tiene en la escritura tanto su posibilidad
como su límite […] Si la literatura es un modo de leer, ello no significa que se pueda leer de
cualquier modo: también la lectura tiene, igual que la escritura, que satisfacer unas exigencias
de rigor, de profundidad, de coherencia y, en suma, de calidad.
Si pretende imponerse como una mera escritura, como quiera que sea, la lectura literaria es
una lectura motivada por la propia escritura y/o motivada por una cultura que ha realizado
ciertas transformaciones y que propiciaron desplazamientos en la vigencia y en el sistema de
asociaciones de la escritura25.
Decimos que es una comunicación intersubjetiva porque cada lectura resulta de una
experiencia única, de un interjuego, una empatía, una transferencia. ¿Cuál es la conducta del
lector durante el proceso?, ¿se compromete?, ¿se involucra?, ¿qué tipo de complicidad
mantiene con el texto? El texto lo atrae, lo envuelve y el lector termina por creer, por
identificarse de tal manera con lo que está sucediendo en la narración que dicho suceso pasa
a transformarse en una experiencia real. Así, el lector termina por completar la obra, ya que
ésta adquiere sentido sólo con la presencia del lector real. Este poder de atracción, de empatía,
y a su vez de transferencia, se produce porque la literatura no narra hechos y sucesos
diferentes a los de la vida humana, los acontecimientos reflejan al hombre, la vida y el mundo.
Así, por ejemplo, el lector tiene la posibilidad de identificarse con él o los personajes, de
amarlos, de odiarlos. En una palabra, el discurso estético, para ser tal, debe trasladar al
receptor la intensidad de la vivencia enunciada para que ésta le resulte verdadera. La
participación del lector, entonces, es cognitiva e imaginativa, ya que debe emplear todos sus
conocimientos y capacidades para construir el mundo de la ficción que se le propone:
contexto, emisor, destinatario, localización de acciones, entre otros. Pero este conocimiento
se va profundizando y perfeccionando a medida que el lector alumno entra en contacto con
diferentes obras y diferentes géneros.
6. A manera de conclusión
Confiamos que las líneas desarrolladas aquí expresen con claridad el qué y el cómo entre la
literatura y la enseñanza de la literatura, esto es, entre la lectura literaria —actividad de
construir un texto— y la literatura como creación, cuyo fundamento está en la lengua escrita,
ya sea se considere objeto de estudio o de placer. De cualquier manera, su finalidad sigue
siendo única: formar lectores con vocación, es decir, en términos de Bëguin, formar “leedores”,
para quienes la lectura es determinante y constituye parte de su vida. En este sentido coincido
con el autor26: