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FUNDAMENTOS GENÉTICOS DEL COMIENZO DE LA VIDA HUMANA.

Durante esta última década la civilización de occidente ha comenzado a sufrir una grave crisis de
conciencia con ocasión de aprobación legal y política del aborto y feticidio del ser humano. Se ha
planteado pues el problema de que existen derechos inalienables del feto para vivir: los que hoy
llamamos derechos del niño antes de nacer.

Este problema es vital y esencial en el desarrollo de la cultura de nuestra civilización. Es el


problema de mayor prioridad e importancia entre todos los de naturaleza moral, legal, científico y
filosófico que abruman nuestra vida intelectual y espiritual.

Puntualmente se crea una discrepancia en cuanto al estimar el momento en que comienza la vida
humana, siendo necesario fundamentar la respuesta desde el punto de vista genético,
desprendiéndose de esta su preservación y defensa .

Para ello tendremos que ordenar nuestro estudio en el siguiente orden:

1. Definición de concepción, fecundación y feto.

2. El proceso de la fecundación

3. La vida fetal

4. Evidencias del comienzo de la vida en la fecundación.


Cambio en las teorías de la concepción* La mayoría de los adultos, e incluso la mayoría de los
niños en países industrializados, tienen una idea razonablemente precisa sobre cómo llegan al
mundo los bebés. Sin embargo, apenas una o dos generaciones atrás, muchos padres decían a sus
hijos que los había traído la cigüeña. La creencia popular de que los niños venían de pozos, arroyos
o piedras era común en Europa del norte y central, incluso a principios del siglo veinte. Se creía
que la concepción estaba influida por fuerzas cósmicas; un bebé concebido durante Luna nueva
sería varón, mientras que si ocurría durante el cuarto menguante, sería niña (Gélis, 1991). Las
teorías sobre la concepción existen desde tiempos antiguos. El médico griego Hipócrates, conocido
como el padre de la medicina, sostenía que el feto es producto de la unión de las semillas
masculina y femenina. El filósofo Aristóteles tenía la perspectiva de que “la mujer funciona sólo
como receptáculo y que el niño se forma exclusivamente por medio del esperma” (Fontanel y
d’Harcourt, 1997, p. 10). Según Aristóteles, la producción de los bebés varones era el orden
natural de las cosas y la mujer era el producto de una alteración del desarrollo. Entre los siglos XVII
y XIX había un fuerte debate entre dos corrientes de pensamiento biológico. Con base en las
teorías aristotélicas, los animalculistas (nombrados de este modo porque a los espermatozoides se
les denominaba entonces animálculos) afirmaban que “personitas” completamente formadas
estaban contenidas en las cabezas de los espermatozoides, listas para crecer cuando se les
depositaba en el ambiente nutricio de la matriz. Los ovistas, inspirados en el trabajo del médico
inglés William Harvey, sostenían un punto de vista contrario, pero igualmente incorrecto: que los
ovarios femeninos contenían seres humanos diminutos ya formados, cuyo crecimiento se activaba
con los espermatozoides del varón. Por último, a finales del siglo XVIII Kaspar Friedrich Wolff, un
anatomista de origen alemán, demostró que los embriones no están preformados en ninguno de
los padres y que ambos contribuyen por igual a la formación del nuevo ser.

Cómo ocurre la fertilización La fertilización, o concepción, es el proceso por medio del cual el
espermatozoide y el óvulo —los gametos o células sexuales masculinas y femeninas— se
combinan para crear una sola célula llamada cigoto, que entonces se duplica una y otra vez por
división celular hasta convertirse en un bebé. Pero la concepción no es tan simple como suena. Es
necesario que coincidan varios sucesos independientes para que se conciba a un niño. Y, como se
analizará en el siguiente capítulo, no todas las concepciones terminan en un nacimiento. Al nacer,
se cree que la niña tiene cerca de dos millones de óvulos inmaduros en sus dos ovarios y que cada
óvulo cuenta con su propio folículo o saco pequeño. En una mujer sexualmente madura, la
ovulación (ruptura de un folículo maduro en cualquiera de los ovarios y expulsión del óvulo)
ocurre aproximadamente cada 28 días hasta la menopausia. El óvulo es transportado por la
trompa de Falopio por medio de cilios (pequeñas células pilosas) hacia el útero o matriz. Los
espermatozoides se producen en los testículos, o glándulas reproductivas, de un varón maduro a
una tasa de varios cientos de millones por día y se eyaculan en el semen durante el clímax sexual.
Ingresan a la vagina e intentan nadar a lo largo del cérvix (cuello del útero) hasta las trompas de
Falopio, pero sólo una diminuta fracción lo logra. Normalmente, la fertilización ocurre mientras el
óvulo está pasando por la trompa de Falopio. Por el contrario de las pautas anteriores, esta
“ventana de fertilidad” de seis días puede ocurrir en cualquier momento entre el sexto y el
vigésimo primer día del ciclo menstrual y puede ser sumamente impredecible, incluso en las
mujeres cuyos periodos menstruales son regulares (Wilcox, Dunson y Baird, 2000). Si no ocurre la
fertilización, los espermatozoides se absorben a través de los glóbulos blancos de la mujer y el
óvulo atraviesa el útero y sale por la vagina.

Mecanismos de la herencia La ciencia de la genética es el estudio de la herencia —los factores


innatos, heredados de los padres biológicos, que afectan el desarrollo—. Cuando se unen el óvulo
y el espermatozoide —ya sea por fertilización normal o por medio de reproducción asistida, como
con Louise Brown— dotan al futuro bebé con una constitución genética que influye en un amplio
rango de características que van desde el color de los ojos y cabello hasta la salud, intelecto y
personalidad. El código genético La base de la herencia es una sustancia química llamada ácido
desoxirribonucleico (ADN). La estructura de doble hélice del ADN se asemeja a una escalera larga y
en espiral cuyos escalones están formados por pares de unidades químicas llamadas bases (figura
3-2). Las bases adenina (A), timina (T), citosina (C) y guanina (G) son las “letras” del código gené-
tico, que “lee” la maquinaria celular. Los cromosomas son espirales de ADN que están formadas
de segmentos menores llamados genes, que son las unidades funcionales de la herencia. Cada gen
está localizado en una posición definida en su cromosoma y contiene miles de pares base. La
secuencia de bases en un gen informa a una célula cómo sintetizar las proteínas que le permiten
realizar funciones específicas. Cada célula en el cuerpo humano normal, excepto por las células
sexuales (espermatozoides y óvulos), tiene 46 cromosomas agrupados en 23 pares. Mediante un
tipo de división celular llamado meiosis, que les ocurre a las células sexuales cuando están en
desarrollo, cada célula sexual termina con sólo 23 cromosomas —uno de cada par—. De este
modo, al fusionarse el espermatozoide y el óvulo en la concepción, se produce un cigoto con 46
cromosomas, 23 del padre y 23 de la madre (figura 3-3). Tres cuartas partes de los genes que
recibe cada niño son idénticos a los recibidos por todos los demás niños; a éstos se les denomina
genes monomórficos. La otra cuarta parte de los genes de un niño son genes polimórficos, que
definen a cada persona como individuo. En vista de que muchos de estos genes existen en diversas
variaciones, y debido a que la división de la meiosis es aleatoria, es virtualmente imposible que
dos niños —incluso hermanos, aparte de los gemelos monocigóticos— reciban exactamente la
misma combinación de genes. En consecuencia, al momento de la concepción, el cigoto unicelular
tiene toda la información biológica necesaria para guiar su desarrollo hasta convertirse en un bebé
humano. Esto sucede por medio de mitosis, un proceso en el que las células se dividen y
reproducen una y otra vez. Cuando una célula se divide, las espirales de ADN se duplican, de modo
que cada célula recién formada tiene la misma estructura de ADN que las otras. Así, cada división
celular crea un duplicado genético de la célula original con la misma información hereditaria.
Cuando el desarrollo es normal, cada célula (excepto las sexuales) continúa teniendo 46
cromosomas idénticos a los del cigoto original. A medida que las células se dividen y el lactante
crece y se desarrolla, las células se diferencian, especializándose en una variedad de funciones
corporales complejas. Los genes entran en acción cuando las condiciones demandan la
información que ellos pueden proveer. Es frecuente que la acción genética que inicia el
crecimiento de cuerpo y cerebro esté regulada por los niveles hormonales —tanto en la madre
como en el bebé en desarrollo— que se ven afectados por condiciones ambientales como la
nutrición y el estrés. Así, desde un inicio, la herencia y el ambiente están interrelacionados.

¿Qué determina el sexo? En muchos poblados de Nepal es común que un hombre cuya esposa no
ha gestado hijos varones tome una segunda esposa. De hecho, en algunas sociedades la
incapacidad de una mujer para producir hijos varones es justificante de divorcio. La ironía de estas
costumbres es que el esperma del padre es el que determina el sexo de un niño. Al momento de la
concepción, los 23 pares de cromosomas del espermatozoide y los 23 del óvulo forman 23 pares.
Veintidós de esos pares son autosomas, cromosomas que no se relacionan con la expresión sexual.
El vigésimo tercer par está conformado por los cromosomas sexuales —uno del padre y uno de la
madre— que definen el sexo del bebé. Los cromosomas sexuales son cromosomas X o
cromosomas Y. El cromosoma sexual de cada óvulo es un cromosoma X, pero el espermatozoide
puede contener ya sea un cromosoma X o uno Y. El cromosoma Y contiene un gen para la
masculinidad, el gen SRY. Cuando un espermatozoide que transmite el cromosoma X fertiliza al
óvulo (X), el cigoto formado es XX, una mujer. Cuando un espermatozoide Y fertiliza al óvulo (X), el
cigoto resultante es XY, un varón (figura 3-4). Inicialmente, el sistema reproductivo poco
desarrollado del embrión es casi idéntico en hombres y mujeres. Cerca de las semanas 6 a 8
después de la concepción, los embriones masculinos comienzan normalmente a producir la
hormona masculina testosterona. La exposición de un embrión, genéticamente varón, a niveles
elevados y uniformes de testosterona comúnmente da por resultado el desarrollo de órganos
sexuales masculinos y cuerpo de varón. Sin embargo, el proceso no es automático. La
investigación con ratones ha encontrado que las hormonas deben enviar señales al gen SRY, que
entonces desencadena la diferenciación celular y la formación de los testículos. Sin esta
señalización, el ratón genéticamente macho desarrollará genitales femeninos en lugar de
masculinos (Hughes, 2004; Meeks, Weiss y Jameson, 2003; Nef et al., 2003). Es probable que un
mecanismo similar ocurra en los humanos. El desarrollo del sistema reproductivo femenino, por el
contrario, depende de una molécula de señalización denominada Wnt-4, de la cual hay una
variante que puede masculinizar a un feto genéticamente femenino (Biason-Lauber, Konrad,
Navratil y Schoenle, 2004; Hughes, 2004; Vainio, Heikkiia, Kispert, Chin y McMahon, 1999). De este
modo, la diferenciación sexual parece ser un proceso más complejo que la simple determinación
genética. Existen complicaciones adicionales que surgen del hecho de que las mujeres tienen dos
cromosomas X, en tanto que los hombres sólo tienen uno. Durante muchos años, los
investigadores creyeron que los genes duplicados en uno de los dos cromosomas X de la mujer son
inactivos. Sin embargo, recientemente los investigadores que han secuenciado el cromosoma X
descubrieron que sólo 75% de los genes en el cromosoma X adicional están inactivos.
Aproximadamente 15% continúan activos y 10% están activos en algunas mujeres, pero no en
otras (Carrel y Willard, 2005). Esta variabilidad en actividad de los genes puede explicar diferencias
de género tanto en rasgos normales como en trastornos vinculados con el cromosoma X (que se
analizan después en este capítulo). El cromosoma X adicional también puede ayudar a explicar por
qué algunas mujeres son, por lo general, más sanas y viven más tiempo que los hombres: los
cambios dañinos en un cromosoma X quizá se resuelvan con una copia de respaldo —en el otro
cromosoma X (Migeon, 2006)—.

Patrones de transmisión genética Durante la década de 1860, Gregor Mendel, un monje


austriaco, estableció los fundamentos para nuestra comprensión de los patrones de la herencia.
Cruzó plantas de guisante que producían sólo semillas amarillas con plantas de guisante que
producían sólo semillas verdes. Los híbridos resultantes produjeron sólo semillas amarillas, lo cual
significaba, según dijo, que el amarillo era dominante sobre el verde. Aun así, cuando cruzó entre
sí a los híbridos que tenían semillas amarillas, sólo 75% tuvieron semillas amarillas, en tanto que el
25% restante tuvieron semillas verdes. Según explicó Mendel, esto demostró que una
característica hereditaria (en este caso el color verde) puede ser recesiva; es decir, transmitirse
por un organismo que no la expresa o demuestra. Mendel también trató de cultivar dos rasgos al
mismo tiempo. Al cruzar plantas que producían semillas amarillas redondas con plantas que
producían semillas verdes rugosas, encontró que el color y la forma eran independientes entre sí.
En consecuencia, Mendel mostró que los rasgos hereditarios se transmitían por separado. En la
actualidad sabemos que la imagen genética en los humanos es bastante más compleja de lo que
imaginó Mendel. La mayoría de los rasgos humanos caen dentro de un espectro continuo (por
ejemplo, de la piel clara a la oscura). Un rasgo normal que la gente sí hereda por medio de la
transmisión dominante simple es la capacidad para enroscar la lengua a lo largo. Herencia
dominante y recesiva ¿Usted puede enroscar la lengua? Si es así, heredó esta capacidad por medio
de herencia dominante. Si sus padres pueden enroscar la lengua, pero usted no, ocurrió una
herencia recesiva. ¿Cómo funcionan los dos tipos de herencia? Los genes que pueden producir las
expresiones alternativas de una característica (como la capacidad o incapacidad para enroscar la
lengua) se denominan alelos. Cada persona recibe un par de alelos para una característica dada,
uno de cada padre bioló- gico. Cuando ambos alelos son iguales, la persona es homocigótica para
la característica; cuando son diferentes, la persona es heterocigótica. En la herencia dominante,
cuando una persona es heterocigótica para un rasgo particular, gobierna el alelo dominante. En
otras palabras, cuando un hijo recibe alelos contradictorios para un rasgo, sólo se expresará uno
de ellos, el dominante. La herencia recesiva, la expresión de un rasgo recesivo, ocurre sólo cuando
una persona recibe el alelo recesivo de ambos padres. Si usted heredó un alelo para la capacidad
de enroscar la lengua de cada uno de sus padres (figura 3-5), es homocigótico para dicha
capacidad. Si, digamos, su madre le transmitió un alelo para la capacidad y su padre le transmitió
un alelo que carece de ella, usted es heterocigótico. En cualquier caso, dado que la capacidad es
dominante (D) y su carencia es recesiva (d), usted puede enroscar la lengua. Pero si recibió el alelo
recesivo de ambos padres, no podrá hacerlo. La mayoría de los rasgos son resultado de la herencia
poligénica, la interacción de varios genes. En tanto que más de 1 000 genes inusuales determinan
individualmente rasgos anormales, no existe un solo gen conocido que en sí mismo explique, de
manera significativa, las diferencias individuales en cualquier comportamiento normal complejo.
En lugar de ello, es probable que tales conductas tengan influencia de muchos genes con efectos
pequeños, pero a veces identificables. Lo que es más, puede existir un promedio de doce
versiones, o variantes, para cada gen, cada una de las cuales tiene influencias diversas (Stephens
et al., 2001). Los investigadores en genética molecular han comenzado a identificar genes
específicos que contribuyen a rasgos conductuales particulares (Plomin, 2001). Hasta la fecha,
cuando menos siete genes se han asociado tentativamente con la inteligencia y otras capacidades
cognitivas (Posthuma y de Gues, 2006). Los rasgos pueden verse afectados por mutaciones, que
son alteraciones permanentes en el material genético. Un estudio que compara los genomas de
cuatro grupos raciales/ étnicos encontró que la piel más clara de los caucásicos y asiáticos es
resultado de ligeras mutaciones —un cambio en sólo una letra del código de ADN entre 3.1 mil
millones de letras del genoma humano— ocurridas hace decenas de miles de años (Lamason et al.,
2005). La transmisión multifactorial es una combinación de factores genéticos y ambientales, y
representa un papel en la expresión de la mayoría de los rasgos.

Libro Psicología del desarrollo /De la infancia a la adolescencia/ Diane E. Papalia /Sally Wendkos
Olds/ Ruth Duskin Feldman

http://www.mendoza.gov.ar/wp-content/uploads/sites/16/2017/03/Psicologia-del-Desarrollo-
PAPALIA-2009.pdf

PERIODOS DEL DESARROLLO PRENATAL

El desarrollo prenatal pasa por tres periodos (Rice, 1989):

1. El periodo germinal, que va de la concepción a la implantación (la adhesión a la pared uterina),


dura alrededor de 14 días.

2. El periodo embrionario, de la octava semana al final del embarazo.

3. El periodo fetal, de la octava semana al final del embarazo

Periodo germinal Al óvulo fertilizado se le llama cigoto (véase el cuadro 3.2.), que continúa siendo
impulsado por los cilios a lo largo de la trompa de Falopio. Más o menos 30 horas después de la
fertilización empieza el proceso de división celular. Una célula se divide en dos, dos en cuatro,
cuatro en ocho, y así sucesivamente. En conjunto forman la mórula (de la palabra latina que
significa “mora”). Cada vez que las células se dividen se hacen más pequeñas, permitiendo que la
masa total, llamada blástula, pase por la trompa de Falopio. El resultado de la división celular
repetida es la formación de una parte interna hueva que contiene fluido. De tres a cuatro días
después de la fertilización, la blástula recién formada entra al útero donde flota por otros tres o
cuatro días, antes de que su capa interna, llamada blastocisto, empiece a adherirse al
recubrimiento interno del útero (el endometrio) en un proceso llamado implantación. El
blastocisto implantado libera una enzima que literalmente abre un hueco en el tejido suave y
esponjoso del endometrio hasta enterrarse por completo en la pared uterina. Aproximadamente
10 días después de que la blástula entra al útero, la implantación del blastocisto se ha completado.
A veces el blastocisto se implanta en la trompa de Falopio o en algún otro lugar de la cavidad
corporal: dicha condición se conoce como embarazo ectópico. Un embrión que empieza a
formarse, fuera del útero por lo común muere, o debe ser removido quirúrgicamente.

Periodo embrionario Como se ha dicho, aproximadamente 14 días después de la concepción del


blastocisto se implanta en la pared uterina. El periodo embrionario empieza al final de la segunda
semana. El embrión se desarrolla partir de una capa redonda de células en el centro del
blastocisto. A los 18 días, el embrión mide alrededor de 0.15875 centímetros. Durante las primeras
semanas, los embriones humanos tienen un cercano parecido a los embriones de otros
vertebrados, como se muestra en el cuadro 3.3.; el embrión tiene cola y rastros de branquias, que
desaparecen rápidamente. La cabeza se desarrolla antes que el resto del cuerpo. Los ojos, la nariz
y los oídos aún no son visibles al mes, pero ya se han formado la columna y el canal vertebral;
aparecen pequeños brotes que se desarrollarán con brazos y piernas el corazón se forma y
empieza a latir, y otros sistemas corporales comienzan a tomar forma.

Periodo fetal Para el final del periodo embrionario (a los 2 meses), el feto ha desarrollado la
primera estructura ósea y extremidades y dedos que tienen forma humana. Se forman los
principales vasos sanguíneos y continúa el desarrollo de los órganos internos. Para el final del
primer trimestre (la tercera parte de la duración del embarazo, o 12.7 semanas) el feto tiene una
longitud aproximada del 7.5 centímetros, ya está presente la mayor parte de los órganos
principales, se ha formado una gran cabeza y rostro y es posible detectar con el estetoscopio el
latido cardíaco. A finales del cuarto o quinto mes la madre suele sentir el movimiento fetal. La piel
del feto está cubierta por un vello fino, que generalmente desaparece antes del nacimiento. Al
final del quinto mes el feto pesa cerca de medio kilo y mide casi 30 centímetros. Duerme y
despierta, succiona y cambia de posición. Hacia el final del sexto mes se forman los ojos, párpados
y pestañas. Los ojos del feto son sensibles a la luz; puede escuchar los sonidos uterinos y
responder a las vibraciones y a la estimulación acústica (Kisilevsky, Muir y Low, 1992). Durante el
tercer trimestre la cabeza y el cuerpo del feto se hacen más proporcionados. Se forman capas de
grasa bajo la piel. Al término del octavo mes el feto pesa un poco más de dos kilos y mide
alrededor de 45 centímetros. Para el final del noveno mes han crecido las uñas y los extremos de
los dedos de manos y pies. La piel se hace más suave y está cubierta por una sustancia cerosa,
llamada vérnix caseosa. El bebé está listo para nacer.

Psicología del Desarrollo Humano I SOCORRO ARMIDA SANDOVAL MORA

http://dgep.uas.edu.mx/librosdigitales/5to_SEMESTRE/50_Psicologia_del_Desarrollo_Hu
mano_I.pdf

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