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Leyendas mexicanas[editar]

El puente del clérigo[editar]

Ilustración (1856) de la leyenda del Puente del Clérigo, realizada por Walter Appleton Clark.

En 1856, don Gustavo Zarrazda, caballero portugués de buena presencia, conoció a doña Margarita
Jáuregui, ya en edad núbil, en una fiesta virreinal y la cortejó hasta hacerse novios. Ella era cuidada
por su tío, el sacerdote don Juan Marco, quien investigó la vida del caballero portugués, y descubrió
que tenía una vida disipada, muchas deudas y se había casado con dos mujeres. Así que le prohibió
a su sobrina seguir el noviazgo, pero ella hizo caso omiso para tener un romance furtivo. Al
caballero portugués también le prohibió lo mismo, ni acercarse a la casa ni al puente cercano. Como
el sacerdote siempre se opuso al romance, don Gustavo tuvo deseos de matarlo.
Un día don Gustavo fue a casa de su amada para convencerla de escapar, y para casarse, pero
repentinamente vio a don Juan caminando por el puente. Don Gustavo, ya iracundo, llegó al puente,
discutió con el sacerdote hasta que, fuera de sí, con muchísima fuerza le clavö un puñal en la frente.
Aquel cayó muerto y don Gustavo lo tiró al agua. Como muchos sabían de la oposición del
sacerdote, Don Gustavo se ocultó durante casi un año.
Una noche regresó por Doña Margarita y para llegar a su casa tuvo que pasar por aquel puente. A la
mañana siguiente fue encontrado muerto, con una mueca de terror, estrangulado por un esqueleto
sucio, vestido con una sotana hecha jirones, que tenía clavado un puñal en el cráneo, obviamente
era el sacerdote que se vengó de don Gustavo.
Tiempo antes , debido a esa leyenda, al puente y a la calle que después se formó se le llamó «La
Calle vieja», y después se renombró a «7a. y 8a. de Allende».

La piedra encantada[editar]
En la Delegación de Tlalpan ―al sur de la Ciudad de México― en la población actualmente llamada
Fuentes Brotantes se encuentra un arroyo que la atraviesa. Es un lugar en donde los pobladores
nativos son fervorosos creyentes católicos.
A mitad del poblado, junto al arroyo, se encuentra una piedra de dimensiones enormes, la piedra
realmente es una roca, pero los pobladores le han llamado siempre la piedra. Cada dos años, el 24
y el 31 de diciembre, la piedra desaparece y en su lugar aparece una tienda miscelánea. Si alguna
persona ingresa a comprar algo, la tienda se cierra y nuevamente aparece la piedra encantada. Se
dice, que en el interior de dicha roca se encuentran cavernas que conducen a distintos destinos y
han sido pocos los que han logrado salir de allí, eligiendo la caverna correcta.
También se cuenta que allí es el refugio de la Llorona, que sale por las noches a caminar por la orilla
del arroyo y llega hasta el pequeño lago que se encuentra en el poblado. En el islote se sienta en las
noches en espera de un enamorado; antes del amanecer se refugia en la piedra encantada.1

La Mulata de Córdoba[editar]
Cuando la Santa Inquisición y el Santo Oficio tocaron tierras mexicanas, en la villa de Córdoba
existía una mujer mulata de reconocida belleza, quien se dedicaba a curar mediante hierbas, lo cual
alertó a sus vecinos; sin embargo como seguía asistiendo a misa, los rumores contra ella se
calmaron.
Sin embargo el alcalde de Córdoba se enamoró de ella y al no ser correspondido la denunció al
Santo Oficio, este la juzgó y encontró culpable de brujería, por lo que su sentencia fue la muerte,
probablemente en la hoguera. Mientras esperaba a que se cumpliera su sentencia en la cárcel, pidió
al vigilante de la celda un gis, el cual consiguió y se puso a dibujar un barco en la pared de la celda,
una vez que terminó le pregunto al vigilante:
―¿Qué le hace falta al barco? ―Navegar ―respondió el vigilante. La mujer sonrió: ―Pues
navegará. La mulata brincó hacia la pared y para sorpresa del vigilante, el barco en la pared se
movió y desapareció junto con la mulata.
Después de la desaparición de la mujer nadie creyó la historia del vigilante y lo creyeron demente
por no poder comprobar lo que él había experimentado.

El Difunto Ahorcado[editar]
El domingo 7 de marzo de 1749, en la Ciudad de México, por el Palacio del Arzobispado; los
habitantes vieron pasar a una mula, en la que iba montado un indígena y este sostenía a un
caballero para que no se cayera. Tal caballero era el cadáver de un portugués y haciéndoles
compañía iba a su lado el pregonero, a la usanza de la época, tocando la trompeta para hacer
público el delito que dicho hombre había cometido.
Los habitantes de México se enteraron que hoy día domingo, a las siete horas de la mañana,
mientras oían misa los presos en la cárcel de la Corte, este hombre se hizo el enfermo, y se quedó
en la enfermería; el cuál estaba en la cárcel porque había asesinado al alguacil del penal de
Iztapalapa, y sin que nadie lo sospechara ni lo viera se ahorcó.
Cuando terminó la misa, lo buscaron los carceleros encontrándolo sin vida; informaron esto a los
alcaldes de la Corte, los cuales hicieron las averiguaciones correspondientes para saber si había
algún cómplice en este delito, se pidió licencia al Arzobispado para que se ejecutara la pena capital,
a la que había sido condenado por el crimen que había cometido.
Pero ese día se festejaba el Día de Santo Tomás de Aquino y no se permitían las ejecuciones; pero
por los delitos cometidos, concedió la comunidad eclesiástica se realizara en la plaza Mayor, como
escarmiento para todos aquellos que cometieran los mismos actos. Todo lo presenció el pueblo,
pues bien sabían que la Inquisición ponía en manos de la autoridad civil al reo, pues quemaban la
imagen si se encontraba ausente, o en su caso, se desenterraban los huesos si ya estaba muerto.
Después de pasear el cadáver por toda la ciudad, la comitiva y el portugués hicieron alto en la Plaza
Mayor y el difunto fue ahorcado frente al Palacio Real.
Todo el procedimiento se ajustó al ajusticiamiento de los vivos, a excepción de no llevarles el Cristo
de Misericordia, que era costumbre para ejecutar a los sentenciados, pero siempre y cuando no
fueran suicidas o impenitente como era el caso del portugués. Después de realizada la ejecución,
comenzó a soplar un viento tan fuerte que las campanas de la iglesia se tocaban solas, las capas y
los vestidos de las personas presentes, así como los sombreros volaban con fuerza.
Era tal la superstición de la gente diciendo que ese aire tan fuerte era porque el portugués tenía
pacto con Satanás y que ese caballero era el mismísimo diablo. La gente curiosa, se acercaba y le
hacía cruces, los jóvenes lo apedrearon toda la tarde, hasta que los ministros dieron la orden de
llevarse al ahorcado a San Lázaro, donde fue arrojado a las aguas sucias y pestilentes del lago. 2

Panteón Jardines del Recuerdo[editar]


Aunque este panteón se encuentra en las afueras de la Ciudad de México (Tlalnepantla), y la
siguiente leyenda se desarrolla en ese lugar, es un relato bastante increíble.
La noticia de la muerte del padre Anselmo Martínez se extendió rápidamente por toda la colonia
donde vivía. Tenía 84 años de edad, de los cuales los diez últimos los había pasado en México,
pues quería morir allí, de manera que pidió a su orden permiso para vivir los años de su jubilación
en nuestro país. Fue quizás el sacerdote más querido; continuamente se le veía visitando enfermos
y caminando por las calles de la colonia saludando a su rebaño, pues era un pastor de almas. Hasta
el último día de su vida se preocupó por cumplir con sus obligaciones, repartiendo las despensas y
dinero a los necesitados; en la noche entregó su alma al Creador. Fue un funeral memorable, asistió
mucha gente, incluso aquellos que no formaban parte activa de la iglesia. La tristeza en el ambiente
era generalizada y casi tangible. El cuerpo del padre Anselmo fue colocado cuidadosamente en el
centro de la iglesia, al pie del altar, para que los feligreses rindieran un último homenaje a tan buen
hombre. Toda la colonia se movilizó en autobuses, microbuses, taxis y autos particulares para
acompañar al padre Anselmo a su última morada en el Panteón Jardines del Recuerdo. Nadie había
visto un cortejo tan numeroso, incluso los sepultureros pensaron que el fallecido era un político,
otros que un narcotraficante, pero no supieron su identidad hasta que días después, ya acomodada
la tierra, se colocó la lápida que decía: «R. P. Anselmo Martínez, mantenemos sus restos entre
nosotros, su alma ya con Dios está».
Tiempo después los sepultureros empezaron a notar actividad extraña cerca de la tumba del padre
Anselmo, pues pese a poner tanto empeño en cuidar el pasto de la tumba, este siempre aparecía
maltratado por pasos. A menudo se observaban también dos círculos, los sepultureros pensaron
que quizás la gente que visitaba la tumba era la responsable de estas marcas y por ello se
quedaban cerca para revisar que no pisaran el pasto. No obstante, nunca vieron a algún visitante
pisar la tumba ni maltratar el pasto y mucho menos el objeto con el que marcaban los misteriosos
círculos. Una noche, Vicente Cortés uno de los jardineros encargados de la sección del padre
Anselmo, decidió quedarse a cuidar, pues todos creían que las marcas eran de un bromista. Nada
raro vio Vicente.
Cuando casi eran las 2 de la mañana, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, algo helado había
pasado a su lado, su piel se había erizado, sus pies inmóviles no respondieron a sus impulsos de
correr. La sombra que había pasado junto a él se detuvo frente a la tumba del padre Anselmo, ante
la mirada aterrorizada de Vicente, esta se arrodilló y se mantuvo así un gran rato. Vicente estaba
parado en un rincón del muro donde terminaba el jardín en el que reposaban los restos del padre.
Observaba en dirección a la tumba; su terror había pasado y se había convertido en curiosidad,
pues ahora que sus ojos ya se habían acostumbrado a diferenciar la sombra de la oscuridad del
panteón, pudo distinguir que parecía pertenecer a un hombre, pues era esbelta y alta. Después de lo
que a Vicente le pareció una eternidad, la sombra se levantó y regresó; cuando paso junto a él,
sintió ese frío que se colaba en sus huesos. Fue entonces que Vicente se pasó a retirar a su casa,
en la parte superior del panteón. Al día siguiente, todo lo que había visto le pareció un sueño, o
quizá el fruto de su imaginación. No quiso contar la historia por miedo. Al llegar al jardín para podar
el pasto, se acercó a la tumba del padre Anselmo, ya no se sorprendió al encontrar los círculos y
supuso que correspondían al lugar donde permanecían hincados. La noche siguiente Vicente salió
de su casa, eran las 11, y así dieron las 12 en su reloj, a su lado volvió a pasar una sombra oscura,
nuevamente sintió miedo, la sombra se arrodilló ante la tumba del padre Anselmo. Él se armó de
valor y se acercó a escuchar, pero al oír algunos murmollos, su miedo pudo más y se echó a correr.
Se dice que la bondad y el espíritu de servicio característicos del padre Anselmo, son la causa por la
que muchas almas vecinas que comparten el mismo lugar de descanso buscan la confesión con el
sacerdote, y entre algunos sepultureros aseguran que el alma del padre Anselmo todavía sirve a su
prójimo, aún después de muerto.3

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