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Universidad Nacional de Colombia

Nombre – Erick Duvan Roa Santana


CFC: Wittgenstein
24/11/2017

TRATAMIENTO DE WITTGENSTEIN A LA POSIBILIDAD DE UN LENGUAJE


PRIVADO
El filósofo somete a tratamiento una pregunta;
como una enfermedad. (Wittgenstein §255)
Introducción.
Cotidianamente hablamos con nuestros amigos, nuestros familiares o las personas que, en el
común vivir, desempeñan labores que nos permiten sobrevivir. Algunos de los miembros
pertenecientes a dicho grupo son: médicos, abogados, comerciantes etc. Diríamos que la
comunicación tiene como condición un ambiente constituido por otras personas hacia las que nos
dirigimos como hablantes. De este modo, una afirmación como: “el lenguaje es social” sería
fácilmente aceptada como verdadera. No obstante, hay una modalidad de nuestra habla que, si
quisiéramos darle una denominación, sería la de “interna”, es decir, que no es en voz alta ni dirigido
a un “otro”. En ese orden de ideas, un individuo podría ser al parecer su propio interlocutor de modo
que, en primera instancia, afirmaríamos que un lenguaje así no es social, lo cual parecería rebatir la
tesis anterior. Sobre esto último, pienso en casos como los que introduce Wittgenstein en el §243:
“los monólogos, el darse a un mismo ánimo o formularse preguntas que posteriormente uno contesta”.
Hay un uso del lenguaje, entonces, que es público y que presupone un oyente junto a un
interlocutor. Por otro lado, hay un uso del lenguaje que no es dirigido a otro, como los monólogos,
que diríamos “es privado”. Hay, no obstante, que preguntarse si este uso de privado es el que le
interesa a nuestro autor, o, si es el caso, si utiliza esta palabra para referirse a una concepción muy
particular.
Ciertamente no es el uso cotidiano de privado, como cuando nos hacemos preguntas y nos
contestamos, el que quiere resaltar Wittgenstein, a menos que ese hacer y responder preguntas sólo
nosotros pudiéramos entenderlo, independientemente de si se diga en voz alta o no. Es la idea de un
lenguaje que, no sólo de facto no entienda un oyente, sino que ningún oyente podría entender la que
le interesa a nuestro autor someter a tratamiento. Dice Wittgenstein:
“¿pero sería también pensable un lenguaje en el que uno pudiera anotar o expresar sus
vivencias internas […] para su uso propio? ¿No podríamos hacerlo pues en nuestro lenguaje
ordinario? Pero a esto no me refiero. Las palabras de este lenguaje deben referirse a lo que sólo el
hablante pueda conocer. […] Otro no puede pues conocer este lenguaje’. (§244).
Un lenguaje privado sería entonces, de acuerdo al autor, aquel que sólo quien lo posee lo
podría entender o, acaso, usar. Preguntas que se desprenden de esta concepción son: ¿Qué quiere
decir ese entender privadamente? ¿Acaso podrían usarse términos del lenguaje ordinario para ese uso
“privado” del lenguaje de tal modo que resulte ininteligible para otro? ¿Qué es aquello que resulta
vital en un tipo de lenguaje con dichas características? Preguntas como estas en adición a la
posibilidad de un lenguaje así, constituirán el cuerpo de este ensayo.
De modo general, el desarrollo de este trabajo se basará en una interpretación de los aforismos
que van del §243 al §315 a propósito de este interesante tópico. Posiblemente a lo largo de él sea
menester traer a colación algunos de los tantos tratamientos que Wittgenstein ha realizado sobre otros
temas, como es la imagen referencialista del lenguaje, el seguimiento de reglas o el mentalismo. Esto
último permitirá, entre otras cosas, comprender mejor el tema sobre el lenguaje privado a la luz de
una visión un tanto más global de los diversos contenidos que se encuentran presentes en las
investigaciones.
Ideas a favor y en contra de un lenguaje privado.
Imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida §19.
Retomando un uso del lenguaje que fue anteriormente tratado en las investigaciones: aquel
referencialista donde a cada objeto le corresponde una “tablilla” (§15) correspondiente a la palabra1,
nos preguntamos por los objetos hacia los que se dirigiría una persona que tiene un uso privado del
lenguaje: una respuesta, a modo de primera aproximación, corresponde a lo que llamaríamos
“vivencias internas” tales como el dolor, el placer, mis impresiones de los objetos, entre otras
sensaciones. Decimos que estas vivencias las tiene cada persona independientemente de las demás,
sólo cada persona tiene un acceso directo a esas cosas. Una pregunta que Wittgenstein se hace en
§244 es ¿Cómo se refieren las palabras a las sensaciones? Lo más común es pensar en el caso de un
niño que, en un principio –antes de adquirir un lenguaje-, llora cuando tiene hambre o cuando siente
algún dolor, expresiones que denominaríamos primitivas. Ante ellas, los adultos le enseñan una
determinada conducta al niño para expresar su dolor o necesidad: palabras como “tengo hambre” o
“tengo frío”, señalar el lugar donde se siente dolor, remplazan los gritos o el llanto, de modo que se
hace inteligible para otros la vivencia del niño y así llevar cabo una práctica en particular: darle
alimento o cobijo. En consecuencia, las palabras, que toma del habla cotidiana, le ayudan al niño a
expresar sus vivencias.
En vistas a lo anterior, parece que: si el lenguaje con el cual nos referimos a nuestras vivencias
es el cotidiano, el que es claramente comprensible, no podría haber un lenguaje privado, ya que
cualquiera podría entenderlo. La dificultad del asunto radica en el objeto hacia el cual va dirigido ese
lenguaje y que, a primeva vista, imposibilitaría el hecho de que otro pudiera entenderlo de manera
certera. Ya en la tradición filosófica encontramos en Descartes un ejemplo de cierta concepción sobre
las vivencias internas como aquellas que se conocen de manera directa, sobre las cuales cabe tener la
mayor certeza. No es por nada el nombre del segundo título de sus meditaciones metafísicas. Sobre
las vivencias de los demás, pensaríamos, no podemos tener una experiencia idéntica, lo más que
podemos es interpretar sus palabras, el contexto en que las dice y sus gestos para entender
medianamente lo que siente.
De manera trivial, las personas que vamos al médico y le indicamos que tenemos un dolor
de cabeza, por ejemplo, algo que en principio resultaría “privado”, logramos hacernos entender, pues,
a menos el médico sabe cuándo o cómo tratar el dolor. En este orden de ideas, hay un sentido en el
que las otras personas pueden saber sobre lo que en principio parecería privado, de modo que una
afirmación como sólo yo puedo saber si realmente tengo dolor, tal como presenta Wittgenstein en
§246, resultaría falsa. Acaso el médico no pueda saber en absoluto de qué sensación se trata, pero,
¿Acaso la persona que lo tiene sí? ¿Qué determinaría ese saber? La respuesta del autor es que resulta
un sinsentido, pues, bajo una óptica gramatical, aquella con la que por cierto trata los problemas
filosóficos, no hablamos de saber sobre un dolor, sino de tenerlo o poseerlo.
Si los niños aprenden a poner las palabras en lugar de los gritos para expresar una conducta
sobre alguna determinada vivencia, ¿qué serían los gritos o el llanto en un primer momento? Si no es
un lenguaje, si no es un dirigirse a otro para que atienda alguna situación determinada, ¿No
desempeñan papel alguno entonces? Me pregunto esto al considerar un caso como el siguiente: Cada
vez que un niño llora, su madre le acerca el alimento, de modo que deja de llorar. Aquí uno pensaría
que ese llanto expresaba la necesidad de que se atendiese su hambre. Dejo esta dificultad planteada a
modo de incertidumbre, pues un desarrollo sobre ella extendería demasiado el presente ensayo.

111
Ciertamente el tratamiento que anteriormente Wittgenstein dio a este tema planteaba la cuestión
de que, para un uso referencialista efectivo de las palabras, se debía acompañar de una particular instrucción.
Antes de continuar, quiero realizar un breve acercamiento hacia el método gramatical que fue
enunciado en el penúltimo párrafo. Para ello, me valdré de una cita que, de la mano con el tratamiento
que versa sobre las sensaciones como privadas, resulta sin duda reveladora. “Hasta donde tenga
sentido decir que mi dolor es el mismo que el suyo, hasta ahí podemos también tener ambos el mismo
dolor (Y sería también razonable que dos hombres sintiesen dolor en el mismo –no solamente
homólogo-. Lugar)” (§253). Esto en conjunción con §252 nos comunica el tipo de consideraciones
sobre las que se encarga nuestro autor. No se trata de si podemos representarnos mentalmente o no
un caso donde dos o más personas tengan una misma sensación, lo cual, según las últimas palabras
de la cita anterior, resulta posible. Se trata más bien de aquello que queremos decir cuando hablamos
de privacidad de una sensación, de modo que determinemos hasta dónde nuestras palabras tienen
sentido. Esto, naturalmente, nos produce una reminiscencia sobre el comienzo del tractatus (la
introducción) y su idea de ponerle límites a nuestro lenguaje. En las investigaciones se trata, por
supuesto, de lograr una claridad ante los problemas de la filosofía, esas enfermedades que nos asechan
cuando elevamos demasiado nuestros usos sobre el lenguaje. Pero, en estricto rigor, esa claridad
puede verse impedida, dados los difusos límites que tienen las reglas dentro de los juegos del lenguaje,
así como el significado de las palabras, pues, dichos juegos, como una máquina que se avería o se
altera por diversas razones, podrían verse alterados. El uso cotidiano del lenguaje es ese lugar hacia
el cual debe dirigir su mirada el filósofo, lugar donde, entre otras cosas, encontramos los usos
primitivos de este y vemos en funcionamiento los diversos usos de las palabras.
Volviendo a los argumentos en favor de un lenguaje privado, podemos pensar un juego del
lenguaje, guiado por reglas determinadas, que se hiciese sin la participación de ninguna otra persona.
Un ejemplo de ello lo encontramos en §258. El autor nos incita a pensar en un caso donde concentro
mi atención en una sensación determinada, pongamos por caso el sentimiento de celos, y
posteriormente anoto, por ejemplo, un signo que identificar esa sensación.2 Aquí parece haber una
definición ostensiva que dirijo de manera interna, que nadie más podría entender. Como si yo pudiera
ver, como dice el autor en §293, una especie de escarabajo en una caja que mantengo oculta, que
nadie más podría ver. Lo que nos podría llevar a pensar este ejemplo, es en un juego del lenguaje
donde pongo sobre la mesa una definición para mi uso personal, una vez identificado el objeto que
defino. La pregunta es ¿Cuáles son los criterios de identificación?
Wittgenstein al tratar este tipo de problemas definitivamente se ve inmerso en otros que se
han venido dando a lo largo de la tradición por algunos filósofos. Un ejemplo que se mencionó ya fue
Descartes, quien piensa que, a partir del yo pienso, puedo tener certeza sobre mis vivencias internas;
otro sería el empirismo moderno, cuyo representante particular he de poner aquí es Hume. Para este,
el sentido que tiene un término del lenguaje alcanza su legitimidad cuando vamos a la experiencia
inmediata, las impresiones productos de la percepción, gracias a la cual se originó; El positivismo
lógico, años después, adopta este problema como un proyecto denominado reduccionista. Quine, en
su artículo dos dogmas del empirismo, nos permite saber sobre el fracaso de dicho proyecto, en la
medida que resulta infundada la creencia de referir todo discurso sobre objetos físicos a una
construcción lógica que se refiera a la experiencia inmediata como último nivel de certeza: las
oraciones de observación. En Wittgenstein, el problema toma un aire que podría ser tan familiar o de
sentido común, acaso por su manera de abordar los problemas, que haría olvidar fácilmente toda esta
tradición: ¿Podemos confiar en nuestras vivencias internas como fuente certera de conocimiento?
claramente esta pregunta tomaría una reformulación, pues la atención ahora se centra en nuestros usos
de expresiones en el lenguaje. La cuestión es la certeza que puedo tener sobre mis vivencias internas

2
Dejo de lado aquí los términos del lenguaje natural, en la medida que estos serían fácilmente
comprensibles para los demás. Lo que aquí se pretende es apoyar, hasta donde se pueda, que un uso privado
de términos es posible.
cuando quiero utilizar un término para identificarlas. De ser esto posible, se salvaría un uso privado
del lenguaje.
El criterio privado gracias al cual identifico mis vivencias resulta fallido. Miremos lo que
dice Wittgenstein sobre inculcarse la conexión entre el signo y la sensación:
“Este proceso da como resultado que yo me acuerde en el futuro de la conexión correcta.
Pero en nuestro caso yo no tengo ningún criterio de corrección. Se querría decir aquí <es correcto
lo que en cualquier caso me parezca correcto> y esto solo quiere decir que aquí no puede hablarse
de correcto” (§258).
La corrección supondría entonces que yo tengo una manera objetiva de saber si mi sensación de dolor
es la misma que se ha presentado anteriormente o no. Como aquí el criterio resulta ser lo que me
parece ser correcto, una tentativa subjetiva, no habría criterio de corrección tal y como estamos
buscando. Esto le quitaría peso a una certeza que, gracias a la memoria, tuviéramos al considerar una
vivencia subjetiva. De este modo, si los criterios subjetivos son insuficientes para una identificación
de mis vivencias, quedarían los criterios externos que, como indica el inicio de esta serie de numerales
sobre el lenguaje privado, son enseñados desde nuestra infancia como conductas de dolor, o de
sensación, idea que va en contra de que nadie más que yo entienda mis expresiones.
Breves consideraciones sobre el lenguaje privado a la luz del seguimiento de reglas.
En §262 hay ciertos elementos que nos remiten al tratamiento sobre el seguimiento de reglas
al mencionar la técnica de aplicación que se debe preparar cuando nombro una cosa. Pensemos si es
posible la invención de un juego que sólo yo podría jugar, que sea incomunicable. Este, en relación a
lo ya dicho, correspondería a colocar un signo cuando me parece que tengo determinada sensación.
Quisiera remitirme a un fragmento de un texto del profesor Jaime Ramos, donde claramente expresa
la noción de práctica que constituye el seguimiento de reglas, con la intención de mostrar una posible
crítica a lo que podríamos denominar “el seguimiento privado de una regla que yo mismo invento”:
“Una regla es una institución social, un uso, una práctica. Somos adiestrados para seguir
las reglas de un modo determinado. La “forma correcta” de seguir una regla es la que seguimos en
nuestra cultura. No hay una forma absolutamente correcta de seguir una regla, independientemente
de toda cultura y todo contexto social: esa es una mistificación de la regla. Es una quimera pensar
que la regla tiene un sentido que le es absolutamente propio, independientemente de su aplicación y
de su uso” (15).
Claramente al final de la cita se muestra la crítica del seguimiento de una regla como
independiente de su aplicación, 3la cual remite a todo un contexto social donde la regla llega a adquirir
un sentido. En todo caso, si inventásemos un juego de naturaleza privada, los constituyentes
primitivos se encontrarían en el lenguaje ordinario, como sería el nombrar. Un mero designar no
representa ninguna jugada en algún juego del lenguaje.
Uno no expresa determinada sensación como una referencia a una vivencia que, se creería,
nadie más podría entender, como el ejemplo de “¡Qué azul está el cielo!” en 275§ claramente nos
muestra. Nos vemos primariamente inclinados a pensar que al expresar estas palabras, otros se
remitirían al cielo como un objeto independiente de mi impresión. Si hubiera un oyente cerca de quien
emite esas palabras, podría mover la cabeza dirigiéndola hacia el cielo, o molestarse con el otro por
dirigirlo su vista a un lugar donde la luz es muy brillante, en todo caso, implicaría un mecanismo, o
varios, dentro de diversas prácticas en las que se enmarcan los usos del lenguaje. ¿Tiene algún sentido
decirse para uno mismo la misma expresión arriba enunciada? ¿Acaso desde un principio nos vemos
inclinados a dirigir nuestra atención a las vivencias internas? Esto no parecería ser el caso, como el

3
Un ámbito separado de esa manera podríamos denominarlo “intencional”
uso cotidiano de nuestras palabras muestra, lo que justamente va en contra de una primacía, de una
constitución primitiva, de un uso privado del lenguaje de carácter privado.
Sobre mi particular interés por el tema del lenguaje privado.
Estos breves aforismos que aquí mencioné, y los que no, representan ciertamente un caudal
de conocimiento cuyos desarrollos requerirían un tremendo grado de extensión y rigurosidad.
Algunos de ellos podrían ser remitidos al ámbito de la epistemología, como se mostró arriba, como
también al ámbito de la ontología, como podría ser el problema del realismo, de si hay un mundo
externo al que se dirigen mis representaciones y que existen independientemente de ellas. Basta
considerar algunas imágenes como: mi recuerdo sobre el horario de trenes; comprar el mismo
periódico como distintas instancias para saber si la información es la misma; las consideraciones
sobre qué sentido tiene decir que las piedras tienen dolor; la representación de una escena teatral cuya
impresión produce un mensaje a un solo individuos, pero que resulta incomunicable a los demás; el
papel de las expresiones primitivas de nuestro lenguaje; etc.
Es claro que mucho se habrá desarrollado en filosofía, como en otras áreas del saber, gracias
a los problemas que Wittgenstein trató. Uno de mis intereses por este tema del lenguaje privado, se
remite a un contacto anterior con quienes teorizaron sobre él luego de la muerte de Wittgenstein. Uno
de ellos es Davidson quien comienza uno de sus artículos del libro “objetivo, subjetivo,
intersubjetivo” con un aforismo de Wittgenstein a propósito del carácter social de lenguaje:
“significar es como dirigirse hacia alguien” (§457). Dentro de este artículo menciona otro gran
receptor de la obra de Wittgenstein: Saul Kripke, quien lleva a cabo extensas reflexiones alrededor
del tema de seguimiento de reglas y lenguaje privado. Lo que muestra Davidson en su artículo es la
noción de triangulación como una argumento conceptual en favor de justificar que para tener
pensamiento, concebido como un cúmulo de actitudes proposicionales, se requiere de conceptos que
deben ser enmarcados en un ámbito social, es decir, requiere de al menos otro hablante . Estos son
solo dos casos de la vigencia que tienen las reflexiones de Wittgenstein contemporáneamente.
Lo que me cautiva, y levanta mi interés por este tema, es haber encontrado desarrollos de una
idea que resalta el carácter social del lenguaje en psicólogos del desarrollo encaminados por las
investigaciones empíricas de Lev Vygotsky. En un libro de él titulado pensamiento y habla desborda
sus conocimientos basados en la literatura psicológica de su época para rebatir una tesis que se
consideraba fundamental en el psicoanálisis: que hay una socialización del sujeto, comenzando este
con una suerte de lógica interna, egocéntrica o autista, que se vería reflejada en el habla. Por el
contrario, Vygotsky argumenta en favor de un origen del uso de nuestro lenguaje como algo ya social,
de modo que la dirección se da en la formación de un tipo de lenguaje que es de carácter “privado”:
el habla interna.
Naturalmente ninguno de estos pensadores de la nueva era guarda un estilo tan particular
como fue el realizado por Wittgenstein. Lo que resulta tan interesante de este mismo, es, entre otras
cosas, preguntarse por el contexto en el que llega a formularse esas palabras, una idea que iría en
concordancia con su noción del uso del lenguaje como algo que no se puede desligar de la
cotidianidad. ¿Cuál sería la maquinaria en la cual se ven enmarcadas sus reflexiones y que le dan una
tan particular marcha?
Bibliografía
Wittgenstein, Ludwig. Investigaciones filosóficas. Trad. Jesús Padilla Gálvez. Trotta, 2017.

Davidson, D. (2003). Subjetivo, intersubjetivo, objetivo. (O. Fernández, Trad.) Madrid: Cátedra.
Ramos, J. (2003). Lecciones de Filosofía, L. Hoyos, editor. Universidad Externado, Bogotá, 2003.

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