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1 El tiempo como valor moral

Pedro Ortiz (2004) refiere que las personas son los únicos seres vivos que
adscriben un valor a la naturaleza y a las cosas que hacen, pues su vida depende
de esto. Teniendo en cuenta lo anterior, las personas adquieren la capacidad de
poder valorar sus propios actos como buenos o malos, al confrontarlos con un
modelo ideal; estos actos a la vez aparecen en el nivel social como valores
abstractos, es decir de manera implícita. El resultado de estos procesos son como
ya se ha mencionado, la posibilidad de adscribir un valor, ya no solo a los
productos del trabajo social de los hombres sino a todo aquello que determina su
existencia. De esta forma, todo lo que es fuente de vida tiene valor, y todo aquello
que el hombre hace en su contexto social son valores, que pueden clasificarse
desde cualquier principio más o menos universal. En este sentido, el cuerpo ocupa
un espacio y la vida que se desarrolla en un tiempo son los valores de la sociedad.
Estos valores ocupan un lugar en el espacio-tiempo donde vive el sujeto pero
también deben tener un valor para la misma.

Desde el punto de vista de su determinación existen factores comunes detrás de


la impuntualidad, entre los que destacan la fatalidad de una sociedad que no logra
desarrollar un sentido apropiado del tiempo, lo que se traduce en una incapacidad
para valorar el mismo. Es probable que nuestra sociedad haya empleado y
desarrollado el concepto de espacio mucho antes que del tiempo. Esta diferencia
podría mantenerse, a tal punto que mientras el respeto por el tiempo de las
culturas llamadas desarrolladas son muy altas y el uso del reloj es regla, en
nuestra sociedad se aceptan con normalidad la desorganización institucional,
desde el uso de las calles, al tomar un vehículo colectivo y entrar al ascensor,
hasta el tiempo indefinido que toma un burócrata para resolver un simple tramite
administrativo, o un juez para resolver un asunto que bien sabe esta afectando la
dignidad, la autonomía o la integridad de una persona. (Pedro Ortiz, 2004).
Pedro Ortiz (2004) expone:
“Lógicamente que el tiempo en sí no tiene valor. Pero, si nuestra vida es un valor,
el tiempo viene a ser la medida del valor de toda vida que se expresa en un
trabajo productivo o creativo; medida que por extensión atribuimos al universo en
general y a los sucesos de nuestro entorno local en particular”

Así, el valor de un minuto, hora, día, depende de cuanta importancia se dé el


sujeto a su propia vida. Y no tanto su vida, sino en cuanto a su capacidad de
producir y crear. Si el sujeto fuera consciente de sus potencialidades, cuanto
podría lamentarse el haber perdido quince o treinta minutos de una clase o de su
trabajo. Hasta cierto punto, el conocimiento de haber perdido una hora puede no
ser en si lo que el sujeto sienta como perdida, es mas bien el hecho vital de no
haber aprendido, producido o creado algo en ese lapso. El tiempo perdido por
cada persona da como suma no solo el retraso o subdesarrollo social, sino la
pobre productividad y creatividad que este tiene y en conjunto de sus semejantes,
de los pueblos subdesarrollados. (Pedro Ortiz, 2004)

Pedro Ortiz (2004) explica que desde los puntos de vista clínico y experimental, es
conocido que las lesiones de los lóbulos prefrontales (que constituyen el
componente conativo-volitivo o motivacional de la conciencia) determinan una
notable perdida de la noción del tiempo. Esto mismo se puede ver desde otro
ángulo como la relación de una estructura neocortical, que se ha denominado el
componente moral de la conciencia y la valoración del tiempo que es determinada
socialmente. En la adolescencia resulta sencillo comprobar que cuando la
personalidad esta en formación, no logra estructurar sus actitudes (frente a la
sociedad, al trabajo y frente a si mismo), le será prácticamente imposible dar un
valor al tiempo, y es probable que el tiempo lo experimente sólo con angustia de
perderlo, la posibilidad de medirlo, mas no como la convicción de si valor como
base de su desarrollo personal e inclusive de la sociedad a cuyo desarrollo debe
contribuir.
No usar el tiempo es sinónimo de no tener conciencia del tiempo. Sin duda resulta
interesante tener una explicación de por qué es tan generalizada la ausencia de
una valoración del tiempo en el mundo subdesarrollado. Es probable que se haya
heredado de la sociedad tradicional y de la cultura, la nocion del espacio, de el
territorio donde vive el sujeto; pero, al parecer, no hemos desarrollado, por lo
menos en su forma acabada, la nocion del tiempo del cual se desarrolla nuestra
propia esencia. Por una razón existe la capacidad de memoria que permite al ser
humano recordar el pasado para proyectarnos intencional y motivadamente hacia
el futuro. Pero si no se utiliza esta capacidad, o no se ha desarrollado
adecuadamente, ¿podría ser la razón que explica las características de la
impuntualidad?.

Si se siguiera un enfoque donde el hombre sigue siendo un primate (tal como lo


aconseja las ciencias naturales), es decir, un animal superior apenas mas
complejo que las demás especies, también se seguiría creyendo que esta
característica tan personal de no saber el usar el tiempo es cuestión de la
naturaleza animal del ser humano. Pedro Ortiz (2004) explica que existen dos
formas de ver la puntualidad, una en sentido de solo ser puntual por
condicionamiento o por imposición de la costumbre, y otra por la necesidad de
trabajar para ganar un salario o tener un mejor ingreso. Pero mucho mas personal
se considera el hecho de ser puntual porque se le da valor al tiempo como atributo
de la vida misma, donde el trabajo es la única manera de llegar a ser y de ser
personalidad. Por lo tanto, si se comprendiera el hecho fundamental de que los
individuos de la especie Homo Sapiens fueron los únicos animales que hace miles
de años atrás empezaron a codificar la información que se encontraba únicamente
en su cerebro para guardarla en las cosas y el lenguaje por fuera de ellos mismos,
fácilmente se llegaría a la conclusión de que los hombres actuales forman parte de
un sistema supraindividual cuya organización depende de la mencionada clase de
información de naturaleza social, es por esta razón que se ha definido a la
sociedad como un sistema organizado por la información social que determinan
sus estructuras tradicional, cultural y económica, donde ahora se nace, se dorma,
produce y crean los individuos.

Pedro Ortiz (2004) refiere que el hecho de que exista la información social y ñla
sociedad, denota que cada hombre debe incorporar y asimilar dicha información si
ha de formar parte de la misma. Como resultado de el proceso antes mencionado,
cada individuo tendrá que interpretar esta clase de información en la forma de los
sentimientos, conocimientos y las motivaciones que llegaran a constituir la
estructura neocortical superior de la conciencia del sujeto. Es esta misma
conciencia que reorganiza u estructura la totalidad de un ser individual, así cada
individuo desarrolla una personalidad. Evidentemente, esta estructura cerebral de
base social no tiene que hallarse en los animales. La concepción antes
mencionada implica que cada individuo con su personalidad deberá reflejar la
estructura de la sociedad donde se ha nacido y formado a través del contacto con
el mismo. En el estudio, se acumula la cantidad necesaria de información social,
pues especialmente en el cumplimiento de las tareas académicas, el empleo del
tiempo es fundamental. Asimismo, toda esta información deberá se sistematizada ,
clasificada en base de una estructura de motivos y valores, se deberá saber que
la misma estructura también se compone por las convicciones, responsabilidades,
deberes, obligaciones, aspiraciones, objetivos e intereses. Es por esto que es el
componente motivacional de la conciencia, y por la misma razón es el componente
moral de toda personalidad. No tendría sentido almacenar información sin
objetivos claros. Entonces resulta imprescindible el saber que tales objetivos son
de naturaleza moral, que la estruvtira motivaional debe ser esencialmente moral,
pues solo de esya forma cada individuo será capaz de orienta su conducta (o
actuación moral), en cada instante de su vida.

Sera necesario conocer también que las motivaciones morales de la conciencia no


resultan tan fáciles de adquirir y formar. En un sentido, este es el componente de
la conciencia que más tiempo toma para integrarse; es un componente que, a
diferencia de los sentimientos, no se puede formar sólo jugando; que a diferencia
de los conocimientos no se puede aprender sólo estudiando: las motivaciones
requieren no del estudio y menos del juego, sino del trabajo. Las
convicciones morales se construyen en el curso del trabajo. Por eso sería mejor
admitir que el estudio universitario es una forma de trabajo social que demanda la
formación autoconsciente de normas morales y de formas morales de ser. En la
infancia se aprenden las reglas morales que agradan y así las expresamos en
nuestra conducta, así como en la niñez se aprende las reglas morales que se dice
que son las correctas, así también en la adolescencia (que en el caso de los
profesionales de la salud se prolonga por muchos años más de lo usual) se
asumen las reglas morales en la forma de convicciones, como estructura de
valores de la conciencia.
Así es como se deberá asumir a plenitud la idea de que de este componente moral
de la conciencia depende el uso el tiempo al servicio de los demás. Y quién puede
servir más que el profesional de la salud cuyo trabajo contribuye a defender y
desarrollar la integridad, la autonomía y la dignidad de las demás personas, bajo la
permanente aspiración de que la nuestra llegue a ser, alguna vez, una sociedad
solidaria, libre y justa.
Habrá que aceptar que el mal uso del tiempo, como todo acto no moral, determina
una serie de consecuencias que pueden afectar a las demás
personas, hasta la naturaleza misma. Así, Pedro Ortiz (2004) refiere que conviene
aceptar por lo menos dos de los aspectos del empleo correcto del tiempo:
1) el de los efectos personales, esto es, que sirve para organizar una actuación
concreta
2) el de los resultados sociales, es decir, que nos puede ser útil para contribuir al
desarrollo moral de la sociedad. En otros términos, el individuo se debe convencer
de que la interiorización de las normas que regulan el uso social del tiempo
determina nuestro respeto de la puntualidad, y éste el cumplimiento de nuestras
tareas, y éste, en cierta etapa de nuestra formación, que podamos rendir un
examen honestamente.
En términos equitativos, el mal uso o no uso del tiempo, se deberá aceptar que
resulta fatal para el desarrollo personal y de la sociedad. Usar el tiempo
debidamente resulta lo mismo que utilizar el tiempo con responsabilidad, es decir,
como resultado de una convicción moral: felizmente, al aprender a trabajar al
servicio de otros, se forma la convicción de disponer en forma autónoma y efectiva
la norma que nos obliga a aplicar el tiempo en el trabajo social de toda la
vida. Se debe convencer que del mal uso o no uso del tiempo, depende que se
obtenga menos cantidad de conocimientos, menos posibilidad de rendir un
examen satisfactorio, menos posibilidad de cumplir una promesa.

El deficiente manejo del tiempo impide que se cuente con lo necesario


para satisfacer las exigencias de cualquier tarea cotidiana. Y si por 25 o 30 años el
individuo no ha podido obtener los conocimientos para controlar el tiempo,
difícilmente será el poder usarlo bien en el trabajo profesional, cuando se haya
asumido la responsabilidad de contribuir de modo efectivo a mantener la
integridad de la vida de otros. Si no se desarrolla por sí mismo la convicción
moral de usar bien el tiempo, de atribuir un valor moral al tiempo, es decir, a la
vida del individuo, también será difícil que como profesional maduro se tenga el
tiempo debido para examinar, explicar, diagnosticar, pronosticar y contribuir a
modificar positivamente el curso de la historia de una persona que confió en las
capacidades de otro individuo la superación de su enfermedad o de sus
problemas.
Lo que se espera de una persona íntegramente moral que ha aprendido a usar y
distribuir su tiempo durante sus etapas formativas, es que también podrá dedicarlo
apropiadamente a cada enfermo; al estudio al que siempre estará obligado
mientras trabaje; a la formación y mantenimiento de su familia; a su colaboración
en las acciones sociales, políticas y administrativas en las que se vera obligado
como ciudadano; a la educación de quienes trabajan o se forman junto a él; al
fomento del propio desarrollo personal para contribuir a transformar y superar una
sociedad en extremo injusta, para reestructurarla de nuevo a fin de que puedan
disfrutarla quienes vengan después de ellos.
Se debe saber que todo ser vivo tiene un espacio, propio o prestado, pero que
sólo el hombre conoce que su vida se da en un proceso que se puede medir en la
forma de tiempo; y que por ello debe saber que el tiempo es un valor; a diferencia
del espacio, que es un valor sólo para su dueño, y que para los demás únicamente
tiene valor.
Por tanto, más que la deficiencia de los cursos y las conferencias, son las
actitudes del estudiante frente a ellos lo que constituye toda una barrera que
obstaculiza su propia formación profesional. Llegar tarde, no cumplir con tareas,
plagiar un examen, son faltas aparentemente banales que esconden la realidad de
una conciencia no plenamente moral, para decirlo con alguna severidad. Una
personalidad que no ha logrado asignar un valor al tiempo, no sólo tiene un serio
retraso en su formación moral, sino que se constituye en un retraso aún más serio
para el desarrollo de su país, puesto que el manejo del tiempo depende la
aplicación tanto de las capacidades de la personalidad como de su aporte a la
sociedad en su conjunto.

1.2 Impresiones de la impuntualidad


Miguel Vaquero (2012) refiere que la impuntualidad se ha convertido en un hábito
en muchos ambientes y forma parte de algunas tradiciones y culturas, y explica 6
impresiones que provocan la impuntualidad

Para demorar acontecimientos. En ocasiones las personas son impuntuales


porque les da miedo enfrentarse a un suceso importante, les da miedo enfrentarse
al éxito o fracaso del mismo. Por ello, inconscientemente, llegan tarde. Aunque se
tenga miedo, ser impuntual no ayudará nada.

La impuntualidad se contagia. Es decir, que aún cuando una persona es


medianamente puntual, puede verse contagiada por esa impuntualidad que las
demás personas le demuestran. A ningún individuo le agrada esperar a los demás.
Preferir la impuntualidad. Existen personas que no valoran la puntualidad; es más,
tienen la creencia de que está mal visto. Creen que si se les invita a una cena y
llegan antes o puntuales, las personas que les han invitado van podrían pensar
que son no cuentan con los el suficiente sustento para ellos comer, y asisten
temprano para aprovechar el tiempo extra. Estas podrían ser algunas de las cosas
que nos demuestran la puntualidad, aunque también se puede interpretar una
situación según el criterio de cada persona.
La impuntualidad es una falta de respeto ante las personas. El tiempo vale lo
mismo para unos y para otros, y eso debería de pensar la persona al llegar tarde a
una cita.
La impuntualidad es una muestra de indisciplina personal. Al contrario de las
personas que administran bien el tiempo, la persona impuntual no lo hace. Cuando
llega tarde pone de manifiesto la incapacidad para organizar su tiempo y su vida.
Llamar la atención. Otras veces, la puntualidad descubre a personas a las que les
gusta llamar la atención y que asignan tanta importancia a su propia persona que
siempre tiene que llegar tarde para hacerse notar. Esas personas deberían pensar
que quien les está esperando es tan importante o más que ellos mismos y que hay
otras maneras más respetuosas de llamar la atención.

2. Puntualidad
La puntualidad es una cualidad que nos permite estar a tiempo en un lugar
determinado y cumplir con la tarea que realizamos en el tiempo establecido o
programado para hacerla. Cuando se trabaja en equipo, el ser puntual significa ser
respetoso con los demás, ya que la realización del trabajo es una responsabilidad
compartida por todos los componentes del equipo, y la impuntualidad de
cualquiera de los mismos, retrasa el tiempo asignado para concretarlo. (Ed.
McGrawhill, s.f.)

Juan Gonzales (2010) refiere que algunos estudiantes llegan constantemente


tarde al inicio de la jornada escolar, a clase después de los descansos, incumplen
con las fechas destinadas para presentar los trabajos y tareas propuestas por los
educadores. Esto hace que nuestros estudiantes enfrenten retrasos en sus
quehaceres y tareas teniendo como resultado, en algunos de ellos, un bajo
rendimiento escolar. El estudiante que se retrasa causa perjuicio a los demás,
pero también él en si mismo sufre las consecuencias de este retraso. Sus faltas de
puntualidad demuestran que es incapaz de imponerse una disciplina, de estar a
tiempo para cumplir obligaciones con sus profesores, sus compañeros y consigo
mismo. La puntualidad se define como el "cuidado, diligencia y exactitud en hacer
las cosas a su debido tiempo". Es una virtud que se relaciona con otras como
respeto, responsabilidad, orden y laboriosidad.
La puntualidad tiene que ver mucho con una actitud de esfuerzo y sacrificio en
función de los demás. La puntualidad se enseña, sobretodo, desde el hogar.

2.1 Educación en la puntualidad y beneficios

Juan González (2010) explica que si se quiere crear alumnos/as responsables,


respetuosos, eficaces y ordenados uno de los valores que se debe fomentar es la
puntualidad. Ésta es una actitud que se adquiere desde los primeros años de vida,
mediante la formación de hábitos en la familia, donde las normas y costumbres
establecen horarios para cada una de nuestras actividades. También es un reflejo
de respeto al tiempo de los demás, ya que en la escuela y en la vida social, llegar
a tiempo es un signo de buena educación. La puntualidad en general, es una
norma que exige de la persona ejecutar determinada acción en un tiempo
determinado, ya que aunque la acción es realizada satisfactoriamente,
desequilibra el balance de tiempo de todas las demás. Por tanto no solo deben ser
puntuales los alumnos sino también los docentes.
Con la puntualidad, ganan todos. Y no es sólo una cuestión de minutos. Ser
puntual trae numerosas ventajas:
Nos hace creíbles y confiables. Cada una de nuestras acciones u omisiones
genera en el prójimo cierta idea de nuestra forma de pensar, de nuestra forma de
actuar y de lo que se puede esperar de nosotros. Así, ejercer la puntualidad es un
modo de ganarnos la confianza de los demás, y de demostrarles que nuestra
palabra vale.. Así, el día en que tengamos verdaderamente un contratiempo, nadie
dudará de nuestra palabra.
Nos hace atentos y considerados. No hacer esperar a los demás es una forma de
comunicarles que las valoramos, y que cuidamos su tiempo tanto como el nuestro.
Nos hace ordenados y eficientes. La disciplina de la puntualidad hace que nos
concentremos más y mejor en la tarea que estamos realizando. Eso permite que
realicemos más actividades en menos tiempo, sin divagar ni caer en distracciones
inútiles. El valor de la puntualidad es muy importante en la vida escolar ya que el
tiempo es una de las mayores riquezas que poseemos.

Por tanto, Juan González (2010) indica que fomentando la puntualidad también
estamos inculcando el valor del respeto hacia los demás y sobretodo hacia sí
mismo.
Cuando a un niño se le enseñan valores, con el tiempo serán parte de sus hábitos
diarios. El vivir la puntualidad desde pequeños permitirá que de adultos esto sea
parte de nosotros mismos, y si no es así, con un esfuerzo constante se podrá
adquirir. Los padres, en primer lugar, deben dar ejemplo de cómo vivir la
puntualidad: al levantarse y estar listos a tiempo, al llevar una agenda, tener las
comidas listas, llevar a los niños temprano a la escuela, llegar a tiempo al trabajo,
no retrasarse en llegar a la casa o recoger a los niños, llegar a las citas.

De esta forma, la educación para los hijos será de forma más natural y directa
porque el ejemplo es lo que arrastra. Los hijos, a su vez, tienen maneras desde
pequeños de ser puntuales en sus acciones, levantándose "a la primera" a tiempo,
con un despertador o con ayuda de un adulto, tener su ropa lista y útiles desde
una noche antes, estar listo para desayunar, llegar temprano a la escuela, llegar a
tiempo a sus demás citas, partidos y reuniones con amigos.
Todo trabajo supone un esfuerzo, y ahora más que nunca hay que saber valorarlo
y reconocerlo en los hijos. Los horarios ayudan en gran medida a la puntualidad.
Por ejemplo: asignar una hora para levantarse y para las comidas, para la tarea y
otras actividades, para jugar, bañarse y dormir. Si se establece un horario en
familia, chicos y grandes sabrán cómo acomodar su día según las funciones del
hogar con el fin de que todos participen y se hagan responsables de sus propias
cosas y de los demás.

Para crecer y hacer más firme el valor de la puntualidad enmarcada dentro de la


responsabilidad, el respeto, la autonomía, la libertad, la laboriosidad y el trabajo en
la vida de los educandos, se pueden realizar las siguientes actividades:

• Los alumnos examinarán y descubrirán las causas de su impuntualidad: pereza,


desorden, irresponsabilidad, olvido, descuido de sus padres, etc.

• Establecer medios adecuados para solucionar las causas principales del


problema recordando que se necesita voluntad y sacrificio: Reducir distracciones
y descansos a lo largo del día para dedicar tiempo a las tareas, levantarse más
temprano para llegar a tiempo, seguir las reglas de los descansos para estar a
tiempo en clase.

• Elaborar por escrito horarios y plan de actividades del día siguiente.

• Realizar y memorizar consignas alusivas al valor de la puntualidad.

Promover el valor de la puntualidad dentro de los valores del respeto, la


responsabilidad, la autonomía y la libertad, el valor de la laboriosidad y el trabajo y
enseñar a los estudiantes mediante métodos prácticos para desarrollarlo y
mantenerlo como parte importante para sí mismo y para los demás. (Juan
González, 2010)

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