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GALULA
LA GUERRA DE
CONTRAINSURGENCIA
TEORÍA Y PRÁCTICA
PRÓLOGO
POR ROBERT R. BOWIE
Permission to translate and publish this material has been granted by the Copyrights Holder on December
21, 2006. This permission includes posting an electronic version on the WHINSEC Blackboard.
El dueño del derecho de autor otrogó el permiso para traducir y publicar este material el día 21 de
diciembre de 2006. Este permiso incluye colocar una versión electrónica en la pizarra “Blackboard” de
WHINSEC.
DAVID GALULA
Edición revisada
En esta edición revisada y ampliada de su trabajo pionero que fuera ampliamente aclamado,
los autores, ambos historiadores asociados a la Universidad de Princeton, observan el tema
desde la perspectiva de las consideraciones tanto políticas como militares, examinando las
bases fundamentales de la guerra de guerrillas y los problemas que conlleva en los contextos
históricos y contemporáneos.
“Este libro muy breve, es tan bueno como corto. . . una excelente guía a la naturaleza [de las
operaciones de guerrilla y contraguerrilla].” -The Economist
“Un excelente resumen del potencial y las limitantes de la guerra de guerrillas... representa una
destilación de una importante investigación y un estudio profundo”. -Foreign Service Journal
En enero de 1962 la Marine Corps Gazette dedicó un número entero al problema de la guerra
de guerrillas: De este número y de números pasados de la Gazette, el Coronel Greene, que
solía ser el editor de la revista, ha seleccionado quince piezas que constituyen un análisis
categórico y práctico de la historia, la política, la teoría y la conducción de la guerra de
guerrillas y contraguerrilla. Varios expertos dan cuenta de primera mano de las campañas
mismas. Entre quienes contribuyeron se encuentran Roger Hilsman, Walt W. Rostow, Bernard
B. Fall, E. L. Katzenbach, Jr., y el Brigadier General Samuel B. Griffith II [sic, probablemente “II”
en vez de “11”].
“... una “lectura obligada” para cualquier lector que quiera saber de qué se trata la guerra
revolucionaria de guerrillas”. – Washington Post
Fundado en 1958, el Centro fomenta el estudio avanzado de los problemas básicos mundiales
por estudiosos de varias disciplinas y funcionarios superiores de varios países. La investigación
del Centro, enfocando en los procesos de cambio, incluye estudios de asuntos político-
militares, los procesos de modernización de los países en desarrollo y la posición evolutiva de
Europa. Los programas de investigación son supervisados por los profesores Robert R. Bowie
(Director del Centro), Alex Inkeles, Henry A. Kissinger, Edward S. Mason, Thomas C. Schelling
y Raymond Vernon.
Puede encontrarse una lista de publicaciones del Centro al final de este volumen.
DAVID GALULA
Prólogo de
Robert R. Bowie
Introducción ............................................................................................................................... ix
3. La doctrina de la insurgencia...............................................................................................29
Modelos estratégicos para la insurgencia ......................................................................29
El modelo ortodoxo (comunista) ....................................................................................30
El modelo burgués-nacionalista: Un atajo......................................................................38
La vulnerabilidad del insurgente en el modelo ortodoxo ................................................40
La vulnerabilidad del insurgente en el modelo del atajo .................................................41
Las leyes de la guerra revolucionaria: un problema que cualquiera que dirija una guerra
revolucionaria debe estudiar y resolver.
Las leyes de la guerra revolucionaria de China: un problema que cualquiera que dirija
una guerra revolucionaria en China debe estudiar y resolver.
Ningún jugador de ajedrez ha encontrado, ni es probable que encuentre, una manera segura de
ganar desde el primer movimiento. El juego contiene demasiadas variables para poder idear un
jaque mate garantizado, incluso para las insensibles computadoras electrónicas de hoy.
La guerra no es un juego de ajedrez sino un vasto fenómeno social con un número
infinitamente mayor de variables que se amplían cada vez más y que en algunos casos eluden
cualquier análisis. ¿Quién puede negar la importancia de la suerte en la guerra, por ejemplo, y
quién puede evaluar la suerte previamente? Cuando Mussolini se precipitó a la guerra en los
Balcanes, forzando a Hitler a desperdiciar la mejor parte de la primavera de 1941 en un teatro
de operaciones secundario y retrasar el ataque alemán a la Rusia soviética, puede haber
salvado Moscú. Puede argumentarse que en este evento no se introdujo ningún elemento de
suerte, sino un error flagrante en una parte del eje: Mussolini debería haber consultado a su
socio. Pero como Stalin no tuvo influencia alguna en la decisión de Mussolini, ¿a qué otra
conclusión se puede llegar, salvo que Stalin tuvo muchísima suerte?
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La abundancia de variables en la guerra nunca ha desalentado la búsqueda por
sistemas a prueba de tontos. Debido a que la guerra puede ser un asunto de vida o muerte
para los estados y naciones, ningún otro campo de actividad humana ha sido analizado en
forma tan consistente, profunda y activa. Desde que el hombre piensa y lucha (a veces en
orden inverso), se ha intentado estudiar la guerra desde el punto de vista filosófico, porque a la
mente humana le encanta –y necesita- apoyarse en un marco de referencia; en la práctica el
objetivo es sacar conclusiones que le sean útiles en la próxima guerra.
Tales estudios han llevado, en casos extremos, a la negación de que pueda inferirse
lección alguna de guerras pasadas, cuando se sostiene que la conducción de la guerra es solo
un tema de inspiración y circunstancias; o, por el contrario, han llevado a la creación de
doctrinas y a su conservación como artículos rígidos de fe, independientemente de los hechos
y las situaciones. La historia militar francesa ofrece un notable ejemplo de la oscilación entre
estos dos polos. Los franceses no tenían teoría ni plan alguno en la Guerra Franco-Prusiana de
1870 a 1871. En 1940 duplicaron una receta probada durante la Primera Guerra Mundial y
combatieron una guerra al estilo 1918 contra las divisiones de Panzer alemanas. El resultado
en ambos casos fue desastroso.
Sin embargo, de los estudios y la experiencia acumulada han surgido observaciones de
algunos hechos recurrentes que se han formulado como “leyes” de la guerra. Por supuesto, no
tienen el mismo valor estricto que tienen las leyes de la ciencia física. Sin embargo, no pueden
cuestionarse verdaderamente si solo confirman lo que nos dice el sentido común. Y son muy
pocas. Así es que la primera ley es que el bando más fuerte gana; de allí proviene el axioma de
Napoleón: “La victoria pertenece al batallón mayor”. Si los bandos enfrentados son igualmente
fuertes, ganará el más determinado; esta es la segunda ley. Si la determinación es igualmente
firme, entonces la victoria pertenece al bando que obtenga y mantenga la iniciativa; ésta es la
tercera ley. La sorpresa, de acuerdo a la cuarta ley, puede jugar un rol decisivo. Estas leyes,
respaldadas por innumerables casos, constituyen el ABC de la guerra. Pueden, a su vez,
engendrar principios directrices tales como la concentración de iniciativas, la economía de las
fuerzas, la libertad de acción y la seguridad. La aplicación de estos principios puede cambiar de
época en época en la medida que cambien la tecnología, el armamento y otros factores, pero
retienen en general su valor a través de la evolución de la guerra.
En la mayoría de las guerras, las mismas leyes y principios se mantienen igualmente
verdaderos para ambas partes enfrentadas. Lo que varía es la manera en que cada oponente
los use, de acuerdo a su capacidad, situación particular y fuerza relativa. La guerra
convencional pertenece a este caso general.
La guerra revolucionaria, por otra parte, representa un caso excepcional no solo porque,
como sospechamos, tiene sus reglas particulares y diferentes a las de la guerra convencional,
sino también porque la mayoría de las reglas que se aplican a un lado no funcionan para el
otro. En una pelea entre una mosca y un león, la mosca no puede propinar un golpe de knock-
out y el león no puede volar. Es la misma guerra para ambos bandos en términos de espacio y
tiempo, sin embargo existen dos guerras diferentes: la revolucionaria y, llamémosle así, la
contrarrevolucionaria.
Es aquí dónde Mao Tse-tung puede llevar a conclusiones erróneas. Lo que él llama “las
leyes de la guerra revolucionaria” son, de hecho, las leyes de la parte revolucionaria, su parte.
Aquel que dirige una guerra contra un movimiento revolucionario no encontrará en Mao y en
otros teóricos revolucionarios las respuestas a sus problemas. Seguramente encontrará
información útil sobre cómo actúa el revolucionario, hasta puede inferir las respuestas que está
buscando, pero no las encontrará manifestadas en forma explícita. Algunos
contrarrevolucionarios han caído en la trampa de imitar a los revolucionarios tanto en mayor
como en menor escala, como mostraremos. Estos intentos jamás han tenido éxito.
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Entonces, ¿cuáles son las reglas de la guerra contrarrevolucionaria? Aquí puede
observarse otro hecho curioso. Aunque los análisis de guerras revolucionarias desde el punto
de vista revolucionario hoy en día son numerosos, hay un vacío en los estudios de la otra parte,
en particular a la hora de sugerir planes de acción concretos para los contrarrevolucionarios. Se
ofrece muy poco más allá de las fórmulas –suficientemente certeras en cuanto a su alcance-
tales como “la inteligencia es la llave que abre la puerta al problema” o “debe obtenerse el
apoyo de la población”. Cómo hacer girar esa llave, cómo ganarse el apoyo: es aquí donde
empiezan las frustraciones, tal como puede testificar cualquiera que haya estado involucrado
en una guerra revolucionaria –tanto desde una posición modesta como destacada- del lado
incorrecto, o sea, del lado difícil. El oficial subalterno en el campo que después de semanas y
meses de interminable persecución ha logrado destruir finalmente a una docena de guerrillas
opositoras solo para ver cómo se reemplazan por una docena más fresca; el funcionario
público que ha rogado en vano por una reforma de cinco centavos y ahora se le ordena
implementar de una vez un programa de cientos de dólares cuando ya no controla la situación
en su distrito; el general que ha “despejado” el sector A pero clama porque “ellos” quieren
quitarle dos batallones para el sector B; el oficial a cargo de la prensa que no puede explicar en
forma satisfactoria por qué, luego de tantas victorias decisivas, los rebeldes aún siguen
vigorosos y expandiéndose; el congresista que no puede entender por qué el gobierno debe
recibir más dinero cuando es muy poco lo que puede mostrar a cambio de las enormes
asignaciones concedidas anteriormente; el jefe de estado, hostigado desde todas partes, que
se cuestiona cuánto durará en el cargo: éstas son las típicas ilustraciones de la difícil situación
de los contrarrevolucionarios.
Evidentemente se requiere una brújula, y este trabajo pretende como único objetivo
construir este instrumento, aunque sea imperfecto y rudimentario. Lo que proponemos es
definir las leyes de la guerra contrarrevolucionaria, deducir sus principios a partir de ellas y
delinear las estrategias y tácticas correspondientes.
Es una empresa riesgosa. En primer lugar, mientras que las guerras convencionales de
cualquier tamaño y forma pueden contarse por los cientos, solamente han ocurrido unas pocas
guerras revolucionarias y la mayoría de ellas desde 1945. ¿Es esto suficiente para detectar sus
leyes? La generalización y la extrapolación desde una base tan limitada debe apoyarse en
alguna medida en la intuición, que puede ser o no correcta. Luego está la trampa del
dogmatismo inherente a cualquier esfuerzo de abstracción, ya que no estamos estudiando una
guerra contrarrevolucionaria en particular sino el problema en general. Lo que puede parecer
relevante a la mayoría de los casos puede no serlo tanto en otros en los que los factores
particulares han afectado los eventos en forma decisiva.
No podemos declarar entonces que estemos proporcionando una respuesta total y
completa a los problemas contrarrevolucionarios. Apenas esperamos poder aclarar algunas de
las confusiones de las que hemos sido testigos tantas veces y durante tanto tiempo, en el
bando “equivocado”.
En primer lugar se aborda aquí la guerra contrarrevolucionaria en las áreas llamadas
“coloniales” o “semi-coloniales” por los comunistas, y “subdesarrolladas” por nosotros. El hecho
que esas guerras revolucionarias puedan ocurrir fuera de estas áreas es posible, pero su éxito
estaría lejos de ser seguro ya que una sociedad estable obviamente es menos vulnerable. En
tiempos recientes, solo una guerra revolucionaria se ha llevado a cabo en un área “capitalista”
–en Grecia de 1945 a 1950- y los revolucionarios fueron vencidos. Es posible que estemos
viendo los inicios de otra en la provincia de Québec, en Canadá, en estos días. En cualquier
caso, creemos que el problema no es agudo en las zonas desarrolladas del mundo.
Antes de proseguir, es necesario aclarar un tema semántico. No es aconsejable
concederle a Mao Tse-tung que el oponente a una revolución es un “contrarrevolucionario”, ya
que esta palabra se ha convertido en sinónimo de “reaccionario”, que no siempre ha sido –ni
será- el caso. Por lo tanto, se le llamará “insurgente” a un bando y sus acciones serán la
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“insurgencia”; en el bando opuesto encontraremos al “contrainsurgente” y la
“contrainsurgencia”. Ya que la insurgencia y la contrainsurgencia son dos aspectos diferentes
de un mismo conflicto, se requerirá un término que lo cubra todo: la “guerra revolucionaria”
servirá a este propósito.
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1. Guerra revolucionaria: naturaleza y características
La guerra revolucionaria es en primer lugar un conflicto interno, aunque es raro que no se vea
influenciada por factores externos. Aunque en muchos casos los insurgentes han sido grupos
fáciles de identificar –indonesios, vietnamitas, tunecinos, argelinos, congoleños, angoleños de
hoy- esto no altera el importante hecho estratégico que desafiaban a un poder local gobernante
que controlaba la administración, la policía y las fuerzas armadas existentes. En este aspecto,
las guerras revolucionarias coloniales no han sido diferentes a las puramente indígenas tales
como en Cuba y Vietnam del Sur.
El conflicto resulta de la acción del insurgente que aspira apoderarse del poder –o
separarse del país existente, como lo están intentando hoy día los kurdos- y de la reacción del
contrainsurgente que apunta a mantener su poder. En este punto empiezan a surgir diferencias
significativas entre los dos bandos. Mientras que en una guerra convencional cualquiera de las
partes puede iniciar el conflicto, solo una –la insurgente- puede iniciar una guerra
revolucionaria, ya que la contrainsurgencia es solamente una respuesta a la insurgencia.
Además, la contrainsurgencia no puede definirse sino en referencia a su causa.
Parafraseando a Clausewitz, podemos decir que “la insurgencia es la lucha de la
política de un partido, en un mismo país, por cualquier medio”. No es como en una guerra
común -”la continuación de la política por otros medios”- porque una insurgencia puede
empezar mucho antes de que el insurgente llegue al uso de la fuerza.
Una insurgencia es una guerra civil. Sin embargo, existe una diferencia en la forma que
la guerra adopta en cada caso.
Una guerra civil divide sorpresivamente una nación en dos o más grupos que, luego de
un breve período de confusión inicial, se encuentran a sí mismos en control de parte tanto de
territorio como de las fuerzas armadas existentes que empiezan a desarrollar inmediatamente.
La guerra entre estos dos grupos pronto se parece a una guerra internacional común salvo por
que los oponentes son conciudadanos, tal como la guerra entre los estados de Norteamérica y
la Guerra Civil Española.
Objetivo: la población
Todas las guerras se combaten, en teoría, con un propósito político, aunque en algunos
casos el resultado político difiera en gran medida de la intención inicial.
En una guerra convencional, la acción militar secundada por la diplomacia, la
propaganda y la presión económica, generalmente es la manera primordial para alcanzar la
meta. La política como instrumento de guerra tiende a quedarse en un segundo plano y vuelve
a emerger -como instrumento- cuando la lucha finaliza. No estamos implicando que la política
desaparezca completamente como fuerza directiva principal, sino más bien que en el curso de
la guerra convencional, una vez que se han establecido los objetivos políticos (aunque el
gobierno pueda modificarlos), una vez que se le dieron las directrices a las fuerzas armadas
(aunque el gobierno pueda modificarlas), la acción militar pasa al frente. “La parole passe aux
armes”; el arma se convierte en “ultima ratio regum”. Con el advenimiento de la era nuclear y
sus consecuentes riesgos de destrucción mutua, la política sin duda interferirá más de cerca –
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como sucedió en el reciente caso de Corea- en la conducción de la guerra (objetivos limitados)
y con la conducción misma de las operaciones (santuarios privilegiados, exclusión de armas
nucleares). Sin embargo, la acción militar sigue siendo el instrumento principal de la guerra
convencional.
Como resultado, es relativamente sencillo asignar tareas y responsabilidades entre el
gobierno que dirige las operaciones, la población que proporciona las herramientas y el soldado
que las utiliza.
La imagen es diferente en la guerra revolucionaria. Dado que el objetivo es la población
misma, las operaciones designadas a ganársela (para el insurgente) o mantenerla al menos
sumisa (para el contrainsurgente) son de naturaleza esencialmente política. En consecuencia,
en este caso, la acción política permanece en primer lugar durante toda la guerra. No es
suficiente que el gobierno establezca objetivos políticos, determine cuánta fuerza militar aplicar,
entable o rompa alianzas; la política se convierte en un instrumento activo de operación. Y tan
intrincada es la interacción entre las acciones políticas y militares, que no pueden separarse en
forma ordenada; por el contrario, todo movimiento militar debe sopesarse en relación a sus
efectos políticos y vice versa.
El insurgente, cuyo establecimiento político es un partido y cuyas fuerzas armadas son
las fuerzas del partido, cuenta con una ventaja obvia sobre su oponente, cuyo establecimiento
político es el gobierno del país, que puede o no estar apoyado por un partido o una coalición de
partidos con sus tendencias centrífugas, y cuyo ejército es el ejército del país, reflejando el
consenso o la falta de consenso del pueblo.
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Si el contrainsurgente quisiera sacarse de encima esta rigidez, tendría que renunciar en
alguna medida a su reclamo por un gobierno eficaz del país, o deshacerse de sus recursos
concretos. Una manera de lograr esto, por supuesto, sería entregar todo al insurgente e iniciar
una insurgencia en su contra, pero no hay registros de que algún contrainsurgente haya tenido
el valor de aplicar esta solución extrema.
Por otra parte, el insurgente está obligado a permanecer dinámico al menos hasta que
haya logrado una equiparación de fuerzas con el contrainsurgente. Por más que el insurgente
desee poseer territorio, una fuerza regular mayor y armas poderosas, poseerlas y depender de
ellas en forma prematura podría significar su ruina. El error de los insurgentes comunistas
griegos puede atribuirse en parte al riesgo que asumieron cuando organizaron a sus fuerzas en
batallones, regimientos y divisiones, y aceptaron la batalla. Los vietminh cometieron el mismo
error en 1951 en Tonkin y sufrieron serias derrotas.
Por lo tanto, en la guerra revolucionaria únicamente el insurgente puede emprender
operaciones sorpresivas rentables en forma consistente -y esto solo hasta que alcance la
equiparación de las fuerzas- ya que el contrainsurgente es el único que ofrece blancos fijos
rentables. Solo el insurgente, como regla general, dispone de la libertad de aceptar o negarse a
la batalla; el contrainsurgente está atado a su responsabilidad. Por otra parte, solo el
contrainsurgente puede utilizar medios sustanciales ya que es el único que los posee.
El dinamismo por una parte y la rigidez por la otra serán determinadas
subsiguientemente por la naturaleza de las operaciones. Éstas son relativamente simples para
el insurgente promotor del desorden en cualquiera de sus formas hasta que asume el poder;
son complicadas para el contrainsurgente que tiene que tener en cuenta las demandas en
conflicto (la protección de la población y la economía, y las operaciones ofensivas contra el
insurgente) y que tiene que coordinar todos los componentes de sus fuerzas: administración,
policía, soldados, trabajadores sociales, etc. El insurgente puede darse el lujo de una
organización primitiva y relajada; puede delegar gran parte de la iniciativa, pero el oponente no.
El poder de la ideología
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ganar: éstos son los criterios que gobiernan la posición de la población. Por supuesto es mejor
aún si se combina la popularidad con la eficacia.
Una vez que el insurgente haya adquirido fuerza y posea una fuerza regular
significativa, podría parecer que la guerra se convirtiera en una guerra convencional, un tipo de
guerra civil en la que cada bando tiene una porción del territorio nacional desde el cual dirige
sus ataques al otro. Pero si el insurgente ha comprendido bien su problema estratégico, la
guerra revolucionaria nunca se revertirá a una forma convencional.
Por un lado, la creación de un ejército regular por parte del insurgente no significa el
final de la actividad subversiva y guerrillera. Por el contrario, aumentan en alcance e intensidad
para facilitar las operaciones del ejército regular y para ampliar sus efectos.
Por otro lado, el insurgente ha involucrado a la población en el conflicto desde un
principio; la participación activa de la población ha sido, de hecho, un sine qua non para su
éxito. Habiendo adquirido la ventaja decisiva de una población organizada y movilizada a favor
de su bando, ¿por qué dejaría de hacer uso de un recurso que le otorga a sus fuerzas
regulares la fluidez y la libertad de acción que el contrainsurgente no puede alcanzar? Mientras
que la población se mantenga bajo su control, el insurgente retiene la libertad de rechazar la
batalla, salvo bajo sus propios términos.
En 1947, los nacionalistas chinos lanzaron una ofensiva contra Yenan, la capital
comunista, en Shensi del norte. La tomaron sin dificultades; el gobierno comunista y las fuerzas
regulares evacuaron el área sin presentar pelea. Sin embargo, poco después la población, las
milicias locales y un pequeño núcleo de tropas guerrilleras y regionales empezaron a hostigar a
los nacionalistas mientras que las unidades comunistas atacaron sus largas líneas de
comunicaciones, que se extendían al norte del Sian. Los nacionalistas finalmente fueron
obligados a retroceder, habiendo ganado nada y perdido mucho en el enfrentamiento.
En 1953 las fuerzas francesas en Indochina encontraron un estudio realizado por el
comando vietminh para determinar si en el territorio vietminh había alguna zona o instalación
fija que valiera la pena defender. La respuesta era no. De hecho, en ese mismo año, los
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franceses se apoderaron de un enorme depósito de camiones y municiones en el territorio
vietminh al noroeste de Hanoi que se encontraba totalmente desprotegido.
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2. Los prerrequisitos para una insurgencia exitosa
Una causa
La mejor causa para el propósito del insurgente es la que, por definición, pueda atraer al
mayor número de adeptos y generar el mínimo de oponentes. De este modo, una causa que
atraiga al proletariado de un país industrializado (o a los campesinos de uno subdesarrollado)
es una buena causa. Un movimiento puramente negro que trate de explotar el problema de los
negros como fundamento para una insurgencia en los Estados Unidos (con una población de
20 millones de negros y 160 millones de blancos) estaría destinada al fracaso desde sus
inicios. En Sudáfrica (con 11 millones de negros y 4 trillones de blancos), las probabilidades
serían buenas, poniendo de lado los factores externos. La independencia del gobierno colonial
era automáticamente una buena causa en Indonesia, Indochina, Túnez, Marruecos, Argelia,
Chipre, el Congo Belga y ahora Angola.
El insurgente debe, por supuesto, estar en condiciones de identificarse totalmente con
la causa, o más precisamente, con la mayoría de la población que teóricamente se vea atraída
por ella. En Malaya, la independencia de Gran Bretaña fue la causa elegida por los insurgentes,
el Partido Comunista Malayo. Sin embargo, el 90 por ciento de los miembros del partido eran
chinos, no malayos verdaderos; en consecuencia los malayos se mantuvieron en gran parte
indiferentes al conflicto. Lo mismo ocurrió en Kenia (si se opta por calificar lo ocurrido allí como
una guerra revolucionaria; la insurgencia se llevó a cabo de manera tan cruda que se cuestiona
la inclusión de este caso en esta categoría). La independencia era perseguida por miembros de
una sola tribu, los Kikuyus; ninguna otra tribu se adhirió.
Para ser más exactos, la causa debe ser tal que el contrainsurgente no pueda adherirse
a ella también, o si lo hace, que solo sea a riesgo de perder el poder que es, en definitiva, por
lo que se está luchando. La reforma agraria parecía ser una causa promisoria para los
Hukbalahaps después de la derrota de Japón y la incorporación de las Filipinas a la
independencia; pero el gobierno ofreció tierras a los simpatizantes existentes y a los
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potenciales, y los insurgentes perdieron su causa y el juego. El mismo desastre le ocurrió al
partido comunista malayo una vez que Gran Bretaña prometió otorgarle la independencia al
país y estableció una fecha.
Una causa, por último, también debe ser de larga duración, si no tiene la duración de la
guerra revolucionaria al menos debe durar hasta que el movimiento insurgente se encuentre
bien parado sobre sus pies. Esto diferencia la causa estratégica de la táctica, una causa bien
asentada de una temporal resultante de la explotación de una dificultad efímera, tal como, por
ejemplo, los precios altos y la escasez de alimento después de un año de calamidades
naturales.
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La naturaleza de la causa
• Buck's Land Utilization in China (La utilización de las tierras en China por Buck)
(Londres: Oxford University Press, 1937) se basó en las investigaciones llevadas a cabo entre
1929 y 1933 en 16.786 granjas, 168 localidades, 154 hsien (condados), 22 provincias.
La tabla 22 muestra los porcentajes de campesinos que eran propietarios, co-
propietarios y arrendatarios:
Propietarios: 54.2% Co-propietarios: 39.9%, Arrendatarios: 5.9%
En la región del trigo de China del norte, donde los comunistas estaban establecidos
más firmemente, los porcentajes eran los siguientes:
Propietarios: 76.1% Co-propietarios: 21.8% Arrendatarios: 2.1%,
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No es absolutamente necesario que el problema sea agudo, aunque el trabajo del
insurgente se facilita si este es el caso. Si el problema es meramente latente, la primera tarea
del insurgente es volverlo agudo mediante “el levantamiento de la conciencia política de las
masas”. El terrorismo puede ser un rápido medio para producir este efecto. La dictadura de
Batista no se volvió insoportable de un día para el otro para el pueblo cubano: ya habían vivido
en dictadura en el pasado, incluso antes del régimen de Batista. Y el país vivía en prosperidad
en 1958, aunque existía una gran disparidad en la distribución de las riquezas. Batista podría
haber durado muchos más años si no hubiera sido por Castro y sus seguidores que armaron un
escándalo con el tema y enfocaron en la oposición latente de su movimiento.
El insurgente no está restringido a la opción de una causa única. Salvo que haya encontrado
una causa absoluta como el anticolonialismo, que es suficiente en sí misma porque combina
todas las causas políticas, sociales, económicas, raciales, religiosas y culturales descriptas
arriba, tiene mucho que ganar al seleccionar un surtido de causas especialmente talladas para
los variados grupos en la sociedad que pretende atraer.
Otra tabla proporciona el número y porcentajes de las granjas según cada tamaño. Para
la región del trigo:
Muy pequeña: 2 Pequeña: 24 Mediana: 34 Media a grande: 17 Grande: 12
Muy grande: 9 Muy, muy grande: 2 Muy, muy, muy grande: 0
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Supongamos que el movimiento revolucionario estuviera provisionalmente compuesto
por el Partido Comunista, como lo estaba en China, (“vanguardia de la revolución, el partido de
los trabajadores y granjeros pobres”) y sus aliados (campesinos medios y ricos, artesanos, más
la “burguesía nacional” y los capitalistas que se quejan obstinadamente del “capitalismo
burocrático” y de la intromisión económica de los imperialistas). El insurgente debe ser atractivo
a todos, y la causa es necesaria para este fin. Como es más fácil unirse “en contra” que “a
favor”, en particular cuando los componentes son tan variados, es más probable que la causa
general sea una negativa, algo como “fuera los truhanos” (los truhanes en este caso: Chiang
Kai-slick y los reaccionarios del Kuomintang; los líderes de las milicias feudales, el “capitalismo
burocrático”, los “compradores”, los “perros de presa del imperialismo”, y los terratenientes.
Además, el insurgente debe atraer a cada componente del movimiento, y en ese aspecto las
causas variadas probablemente contengan un elemento constructivo: para el proletariado, una
sociedad marxista; para los campesinos pobres, tierras; para los campesinos medios,
impuestos justos; para los campesinos ricos, asentamientos justos, razonables y a largo plazo;
para la burguesía nacional, la defensa de los intereses nacionales, orden, impuestos justos,
desarrollo del comercio y la industria, protección contra la competencia imperialista.
Nada obliga al insurgente a ajustarse a la misma causa si aparece otra más rentable.
Así, en China, los comunistas al principio tomaron la clásica postura marxista a favor de los
trabajadores aproximadamente de 1920 a 1925). Luego se unieron activamente a la causa
nacional del Kuomintang por la unificación de China contra los líderes de las milicias (1925 a
1927). Luego de que los comunistas se separaron del Kuomintang, en gran medida
desatendieron a los trabajadores a favor de los campesinos pobres, abogando por la reforma
agraria por medios radicales. Luego la agresión japonesa se convirtió en un tema central en
China, y los comunistas abogaron por un frente patriótico unido contra Japón (1927 a 1945),
adoptando mientras tanto una política agraria moderada: la redistribución de las tierras habría
finalizado, pero en cambio los comunistas impondrían un control estricto de los arrendamientos
y las tasas de interés. Luego de la rendición de Japón, finalmente volvieron a la reforma agraria
con la salvedad más moderada que los terratenientes mismos tendrían el derecho a una
porción de las tierras (1945 a 1949). Lo que los comunistas realmente hicieron entre 1950 y
1952, después de su victoria, fue llevar a cabo su reforma agraria “mediante enfrentamientos
violentos” para promover una guerra de clases entre la población rural y así comprometer a los
activistas en forma definitiva a su lado, pero solo por la participación de estos activistas en los
actos criminales. Una vez que esto se alcanzó, el partido enterró la reforma agraria para
siempre y comenzó la colectivización de la tierra.
Así, aunque el idealismo y el sentido de ética pesen a favor de una posición consistente,
las tácticas empujan al oportunismo.
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La debilidad del contrainsurgente
Asumamos ahora que los líderes del grupo de insurgentes que estamos analizando en
el país X han encontrado algunas buenas causas, algunas agudas, algunas latentes, algunas
incluso artificiales, en las cuales basar su insurgencia. Todos se han puesto de acuerdo en una
plataforma potente. ¿Pueden comenzar sus operaciones? No hasta que se cumpla con otra
condición preliminar. El insurgente que empieza de casi cero mientras que su enemigo aún
tiene todos los medios a su disposición, es tan vulnerable como un bebé recién nacido. No
puede vivir y crecer sin algún tipo de protección, y ¿quién más que el contrainsurgente mismo
puede protegerlo? Por lo tanto, debemos analizar qué es lo que hace que un cuerpo sea
políticamente resistente a una infección.
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“¿Por qué?”, preguntó la anciana.
“Porque el arroz está racionalizado y usted lo ha malgastado en su gato”.
“Si usted me denuncia, me quitarán mi ración de arroz.
¿No puede simplemente guardar silencio?”
“Suponga que alguien más la vio y la denuncia. ¿Qué me sucederá a mi, su vecino, si
no la he denunciado primero? Soy su amigo. Si le quitan su ración, yo le daré la mitad de la
mía”.
Esto fue exactamente lo que sucedió, en una ciudad en la que, de acuerdo a los
visitantes occidentales, el control comunista chino era menos eficiente que en cualquier otra
parte de China.
A fines de 1952, un europeo fue echado de la isla de Hainan, donde había vivido por
muchos años. Al llegar a Hong Kong, informó que los campesinos “odiaban” el régimen y
presentó evidencias muy convincentes de ello. Mencionó después que los nacionalistas habían
intentado en dos oportunidades enviar agentes paracaidistas a esta área desde Taiwán. En
cada caso, la milicia de turno durante la noche escuchó los aviones, vio los paracaídas
cayendo, dieron la alerta y los agentes nacionalistas fueron acorralados y capturados por varios
cientos de lugareños armados.
Esto se le cuestionó al europeo: “¿No hay una contradicción entre su declaración
referente a los sentimientos de los campesinos hacia el régimen y la actitud de los hombres de
la milicia, que después de todo, también son campesinos? ¿Por qué no guardaron silencio?”
“Póngase en la situación de uno de estos hombres de la milicia”, explicó. ¿Cómo sabe
si los demás hombres de la milicia no darán la alerta? Si lo hacen, y él no lo ha hecho, estará
en grandes problemas cuando los dirigentes comunistas hagan sus investigaciones
postmortem usuales”.
En julio de 1953, después de la Guerra de Corea, los nacionalistas decidieron llevar a
cabo un asalto al territorio de China. Seleccionaron la pequeña península de Tungshan como
su objetivo, la cual sobresale de la costa de Fukien y se transforma en una isla durante la
marea alta. La guarnición comunista estaba formada por un batallón regular más una milicia de
unos mil hombres. Estos últimos, pensaron los nacionalistas, realmente no darían batalla. De
hecho, cada pieza de inteligencia disponible indicaba que la población estaba totalmente
hastiada de los comunistas. El plan era dejar caer un regimiento de paracaidistas para
neutralizar el batallón comunista y controlar el istmo para poder evitar los refuerzos desde el
continente; un desembarco anfibio seguiría para terminar con la oposición.
Debido a un error de cálculo en la marea local, el desembarco anfibio se retrasó y los
paracaidistas nacionalistas llevaron solos la carga del embate de la oposición. Fueron
virtualmente aniquilados. La milicia peleó como demonios. ¿Cómo podían actuar de otro modo
cuando sabían que la acción de los Nacionalistas era simplemente un ataque?
El control de este orden anula la posibilidad de iniciar una insurgencia. Mientras que no
haya privacidad, mientras que cualquier movimiento o evento inusual sea denunciado y
verificado, mientras que los padres tengan miedo a hablar frente a sus hijos, ¿cómo se pueden
establecer contactos, propagar ideas o llevar a cabo un reclutamiento?
Lo único posible es el terrorismo en un modo limitado, porque un hombre solo, aunque
esté completamente aislado, puede llevar adelante una campaña terrorista; véase como
ejemplo el caso del “mad bomber” de Nueva York. Pero el terrorismo por sí mismo tiene mucho
menos valor que la publicidad que se espera que produzca, y es bastante dudoso que las
autoridades comunistas proporcionaran esta publicidad complacientemente.
Otra táctica que continúa siendo posible fue la utilizada en Grecia por los Comunistas,
las operaciones tipo comando en forma inconsistente, cuando las condiciones del terreno son
favorables.
Por otro lado, si en el país X prevalece la anarquía, el insurgente encontrará todas las
herramientas que necesita para encontrarse, viajar, ponerse en contacto con otras personas,
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hacer conocer su programa, encontrar y organizar simpatizantes en forma temprana, recibir y
distribuir fondos, crear disturbios y rebeliones, o lanzar y difundir una campaña de terrorismo.
Entre estos extremos yace un amplio rango de estructuras políticas que facilitan o
dificultan en diferente medida la tarea del insurgente: una dictadura con un sistema de un solo
partido, una dictadura sin vinculación popular, una democracia vigilante, una democracia
indolente, etc.
b. La burocracia administrativa Un país es dirigido en el día a día por su burocracia, que
tiene una fuerza en sí misma que a veces no tiene relación con la fortaleza o debilidad del
liderazgo político principal. Francia bajo la Tercera y Cuarta República tenía un liderazgo débil
pero un aparato administrativo fuerte; lo opuesto parece ser hoy en el caso en el Vietnam del
Sur. Debido a que una insurgencia es un movimiento de abajo hacia arriba, un vacío
administrativo en la base, una burocracia incompetente, juega a favor del insurgente.
Puede tomarse el caso de Argelia como ejemplo. Al inicios de la insurgencia, el territorio
tenía una administración muy deficiente, no porque los funcionarios civiles fueran
incompetentes sino porque la organización burocrática no tenía relación con el tamaño del país
y su población. Argelia (sin contar el Sahara) se extiende por más de 650 millas a lo largo del
Mar Mediterráneo y 350 millas al interior del continente, con un área de 115.000 millas
cuadradas y una población de diez millones y medio de habitantes, de los cuales un millón
doscientos mil son de origen europeo.
Bajo un gobernador general en Argel, el territorio estaba dividido en tres departamentos
con sedes en Oran, Argel y Constantina, cada una bajo un prefecto asistido por un gran
personal. Un departamento a su vez estaba dividido en “sous-préfectures”; por ejemplo en el
departamento de Argel estaba la “sous-préfecture” de Kabylia con sede en Tizi-Ouzou. Kabylia
estaba compuesta por 5.000 millas cuadradas de terreno montañoso abrupto, con un millón
doscientos mil habitantes, de los cuales el 90 por ciento eran musulmanes.
El nivel más bajo en las áreas predominantemente musulmanes era la “commune-mixte”
bajo un administrador francés con uno o dos asistentes y cinco gendarmes; el “commune-
mixte” de Tigzirt en Kabylia, tenía un tamaño de 30 por 20 millas, con unos ochenta mil
habitantes.
En el nivel más bajo estaba el “douar”, donde el poder del estado se personificaba en un
“garde-champêtre”, un policía rural armado con una vieja pistola en una canana en la que
brillaba un emblema de bronce con las inspiradoras palabras: “La Loi”. Uno de estos “douar”
cubría un área de 10 por 6 millas, con una población de quince mil habitantes de Kabylias.
Con esta organización, los insurgentes estaban de fiesta.
c. La policía. El ojo y brazo del gobierno en todos los asuntos pertinentes al orden
interno es obviamente un factor clave en las primeras etapas de la insurgencia; son la primera
organización contrainsurgente que debe ser infiltrada y neutralizada.
Su eficacia depende de su fuerza numérica, la competencia de sus miembros, la
fidelidad hacia el gobierno y, por último pero no por eso menos importante, del apoyo que
reciba de otras ramas del gobierno, en particular del sistema judicial. Si los insurgentes, aunque
sean identificados y arrestados por la policía, aprovechan las muchas salvaguardas
incorporadas en el sistema judicial y son liberados, hay poco que la policía pueda hacer. Una
adaptación rápida del sistema judicial a las condiciones extraordinarias de una insurgencia, un
problema preocupante en el mejor de los casos, es una necesidad. Argelia sirve nuevamente
como ejemplo. La fuerza policial total en 1954 estaba compuesta de menos de 50.000 oficiales,
apenas un poco más grande que la policía de la ciudad de París. Cuando la insurgencia estaba
cocinándose, la policía de Argelia hizo advertencias a tiempo que no fueron tomadas en
cuenta. Un año después de que estalló la insurgencia, la Asamblea Nacional Francesa
finalmente otorgó al gobierno los “poderes especiales” requeridos para manejar la situación. En
ese momento, la policía –en particular sus miembros musulmanes- habían sido aturdidos por el
caos.
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d. Fuerzas armadas Dejando de lado los factores de fuerza aplicables a las fuerzas
armadas en todas las guerras, aquellas que son relevantes en una guerra revolucionaria son:
i. La fortaleza numérica de las fuerzas armadas en relación al tamaño y la población del
país. Una insurgencia es una guerra bidimensional en la que se pugna por el control de la
población. No es un frente, no hay una retaguardia segura. No hay un área, un segmento
significativo de la población que pueda abandonarse durante mucho tiempo, salvo que se
pueda confiar en que la población pueda defenderse a sí misma. Esto es por qué una
proporción de fuerzas de diez o veinte a uno entre el contrainsurgente y el insurgente no es
poco común cuando la insurgencia evoluciona a una guerra de guerrillas. Las fuerzas francesas
en Indochina nunca llegaron a esta proporción, un hecho que explica, mejor que ningún otro,
por qué los franceses no podían haber ganado allí incluso si hubieran sido liderados por
Napoleón, independientemente del poder de la causa inicial nacionalista.
ii. La composición de las fuerzas armadas. Una guerra convencional hoy en día requiere
una fuerza moderna, bien abastecida, con sus componentes aéreos, marinos y terrestres. Pero
una guerra revolucionaria es en primer lugar una guerra de infantería. Paradójicamente, cuánto
menos sofisticadas sean las fuerzas de la contrainsurgencia, tanto mejores son. Las divisiones
francesas de la OTAN fueron inútiles en Argelia; su equipamiento moderno tuvo que dejarse
atrás y las unidades de ingeniería y transmisiones altamente especializadas tuvieron que
convertirse apresuradamente en infantería común. Como las operaciones navales insurgentes
son poco probables, todo lo que necesita la armada es una fuerza suficiente para bloquear la
línea costera en forma eficaz. En cuanto a la fuerza aérea, cuya supremacía el insurgente no
puede desafiar, lo que necesita son cazas de asalto lentos, aviones de transporte de despegue
corto y helicópteros.
iii El sentimiento del soldado individual hacia la causa del insurgente y hacia el régimen
del contrainsurgente. Como el insurgente en principio solo puede usar unos pocos
combatientes y por lo tanto puede seleccionar voluntarios, los requerimientos del elemento
humano de la contrainsurgencia son tan altos que está condenado a enlistar soldados, y
fácilmente puede estar plagado de un problema de la fidelidad. Unos pocos casos de
deserciones colectivas pueden generar tanta sospecha en las unidades contrainsurgentes que
su valor puede evaporarse todo junto. Esto sucedió con las unidades de fusiles de Argelia en
las primeras etapas de la guerra en Argelia; aunque generalmente eran sólidas y confiables,
estas unidades tuvieron que retirarse del contacto directo con la población y utilizarse en
puestos puramente militares.
iv. El lapso de tiempo antes de la intervención. Debido a la transición gradual de la paz
a la guerra en una guerra revolucionaria, no se ordena a las fuerzas armadas entrar en acción
con la misma celeridad que se haría en una guerra convencional. Esta demora es otra
característica de las guerras revolucionarias. Reducirla es una responsabilidad política de los
líderes del país.
6. Condiciones geográficas La geografía puede debilitar al régimen político más fuerte,
o fortalecer al más débil. Este tema se examinará más adelante en mayor detalle.
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Crisis e insurgencia
El insurgente no puede, por supuesto, elegir a su oponente: debe aceptarlo tal cual es.
Si es confrontado por un contrainsurgente poderoso, no tiene otro recurso que esperar a que su
oponente se debilite por alguna crisis interna o externa.
La reciente serie de insurgencias de las colonias es, sin duda, una consecuencia de la
Segunda Guerra Mundial que se constituyó en una formidable crisis para los poderes
coloniales. Los registros muestran que ninguna insurgencia o revuelta tuvo éxito en los
territorios coloniales antes de 1938, aunque la situación entonces no era menos revolucionaria
que después de la guerra. Incluso fueron pocos los que lo intentaron, la lista se completa
virtualmente con una revuelta en las últimas Indias Holandesas entre 1926 y 1927 y el
extraordinario movimiento de resistencia pacifista encabezado por Gandhi en la India.
La historia de la insurgencia comunista china ofrece otro ejemplo de la explotación de
una crisis. Luego de un ascenso lento de 50 miembros en 1921 a 1.000 miembros en 1925, el
Partido Comunista Chino se asoció con el Kuomintang, y sus miembros aumentaron
abruptamente a 59.000 en 1926. La expansión se facilitó por el estado de anarquía
prevaleciente en China y por la popularidad del enfrentamiento dirigido por el Kuomintang
contra los líderes de milicia y los imperialistas. Los dos partidos se separaron en 1927, y el
CCP (Partido Comunista Chino) se lanzó a una rebelión abierta. Inmediatamente el número de
adeptos disminuyó a 10.000. Un grupo comunista con Mao Tse-tung se refugió en el área de
Kiangsi-Hunan, mientras que otros grupos se esparcieron en varios sitios. Lentamente iniciaron
la guerra de guerrillas, y aunque al principio habían cometido el error de atacar pueblos bien
defendidos, lograron desarrollar su fortaleza militar. Los miembros aumentaron a 300.000 en
1934. El Kuomintang había logrado en ese momento establecerse como gobierno central de
China, y los comunistas solos presentaban un desafío a su autoridad. El Kuomintang, ahora un
poder fuerte, intentaba enérgicamente acabar con la rebelión. Luego de varias ofensivas sin
éxito contra los comunistas, las fuerzas nacionalistas los presionaron tanto que el CCP
realmente estaba luchando por su supervivencia. Para poder huir de la aniquilación, los
comunistas comenzaron su Larga Marcha desde Kiangsi a un área remota al norte de Shensi.
En 1937, luego de la Larga Marcha, los partidarios habían disminuido nuevamente a 40.000.
Chiang Kai-sleek estaba preparando otra poderosa ofensiva para terminar con los Rojos
cuando fueron salvados por una crisis: la agresión japonesa contra China. El día V-J, el Partido
había crecido a 1.200.000 partidarios, controlaban un área de 350.000 millas cuadradas con
una población de 95 millones, y tenían un ejército regular de 900.000 hombres y una fuerza de
milicias de 2.400.000. Ya no era vulnerable.
La doctrina de fronteras
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Condiciones geográficas
El rol de la geografía, un rol importante en una guerra común, puede ser primordial en
una guerra revolucionaria. Si el insurgente con su debilidad inicial no puede obtener ayuda
alguna de la geografía, puede considerarse condenado al fracaso antes de empezar.
Examinemos brevemente los efectos de los varios factores geográficos.
1. Ubicación: Un país aislado por barreras naturales (mar, desierto, cadenas
montañosas intimidantes) o situado entre países que se oponen a la insurgencia es favorable a
la contrainsurgencia.
2. Tamaño: Cuánto más grande el país, más difícil es para un gobierno controlarlo. El
tamaño puede debilitar hasta el régimen más totalitario; véase como ejemplo los actuales
disturbios de China en el Tibet.
3. Configuración: Un país fácil de compartimentalizar obstaculiza al insurgente. Por ello
la tarea de las fuerzas nacionales de Grecia para limpiar la península del Peloponesio fue
sencilla. Si el país es un archipiélago, la insurgencia no puede extenderse con facilidad; tal fue
el caso en las Filipinas. Sin embargo, el gobierno indonesio, que no se destaca precisamente
por su fortaleza, logró derrotar las rebeliones en las Moluccas, Amboina y otras islas.
4. Fronteras internacionales: El largo de las fronteras, en particular con países limítrofes
que apoyan a los insurgentes, son beneficiosos a los insurgentes, como lo fue en el caso de
Grecia, Indochina y Argelia. Una alta proporción límites costeros contra límites terrestres ayuda
al contrainsurgente porque el tráfico marino puede controlarse con una cantidad limitada de
medios técnicos, que el contrainsurgente posee o que generalmente puede adquirir. Fue más
económico en dinero y recursos humanos suprimir el contrabando a lo largo de la costa de
Argelia que a lo largo de las fronteras con Túnez y Marruecos, dónde el ejército francés tuvo
que construir, mantener y manejar una barrera artificial.
5. Terreno: Ayuda al insurgente mientras que sea abrupto y difícil, ya sea por montañas
y pantanos o debido a la vegetación. Las colinas de Kiangsi, las montañas de Grecia, la Sierra
Maestra, los pantanos de las llanuras de caña en Cochinchina, los campos de arroz en Tonkin,
la jungla de Malaya dieron una importante ventaja a los insurgentes. Los comunistas chinos en
Manchuria utilizaron de manera muy provechosa los períodos en que los campos estaban
cubiertos con tallos de kaoliang.
Por otra parte, el Frente de Liberación Nacional (FLN) nunca estuvo en condiciones de
operar por un período sostenido en las vastas extensiones del Sahara, en las que las fuerzas
francesas ocupaban los oasis y los pozos vitales, y la vigilancia aérea detectaba cada
movimiento e incluso las huellas de los movimientos en la arena.
6. Clima: Al contrario de lo que se cree comúnmente, los climas severos favorecen a las
fuerzas contrainsurgentes que por regla general disponen de mejor equipamiento operacional y
logístico. Esto será particularmente favorable si el soldado contrainsurgente es oriundo del país
y por tanto, acostumbrado a los rigores climáticos. La temporada lluviosa en Indochina
obstaculizó a los vietnamitas más que a los franceses. El invierno en Argelia llevó a la actividad
del FLN casi a una inmovilidad total. El solo mantener las escasas armas y municiones en
buenas condiciones cuando uno vive continuamente en el exterior, como lo hace la guerrilla, es
un dolor de cabeza permanente.
7. Población: El tamaño de la población afecta a la guerra revolucionaria del mismo
modo que el tamaño del país: cuantos más habitantes, más difícil controlarlos. Pero este factor
puede atenuarse o aumentarse por la densidad y la distribución de la población. Cuánto más
diseminada la población, mejor para el insurgente; esta es la razón por la cual los
contrainsurgentes en Malaya, Argelia y Vietnam del Sur hoy han intentado reagrupar la
población (como en Camboya en 1950-1952). Una alta proporción de población rural frente a la
urbana le otorga aire al insurgente; la OEA fracasó tácticamente en Argelia porque solamente
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podía confiar en la, población europea que estaba concentrada en las ciudades, en particular
en Argel y Oran. El control de un pueblo, que depende extremadamente de los suministros
externos, requiere fuerzas más pequeñas para controlar el mismo número de personas
diseminadas en el campo, salvo en el caso de un levantamiento masivo, que en ningún caso es
un evento muy largo.
8. Economía: El grado de desarrollo y sofisticación de la economía puede funcionar
para ambos lados. Un país altamente desarrollado es muy vulnerable a una ola de terrorismo
corta e intensa. Pero si el terrorismo dura, la ruptura puede ser tal que la población puede no
estar en condiciones de soportarla, y en consecuencia puede volverse en contra del insurgente
incluso cuando no era hostil a él en sus inicios.
Un país subdesarrollado es menos vulnerable al terrorismo pero más abierto a la guerra
de guerrillas, aunque solo sea porque el contrainsurgente no puede contar con una buena red
de transporte e instalaciones de comunicaciones y porque la población es más independiente
desde el punto de vista económico.
Para resumir, la situación ideal para el insurgente sería un país encerrado por tierra, en
forma de estrella con puntas redondeadas, con montañas cubiertas de jungla en las fronteras y
pantanos diseminados en las llanuras, en una zona de clima moderado, con una amplia
población rural dispersa y una economía primitiva. (Ver la Figura 1). El contrainsurgente
preferiría una pequeña isla en forma de estrella puntiaguda en la que cada agrupación de
pueblos distanciados entre ellos en forma pareja se separa entre sí por el desierto, un clima
tropical o ártico y una economía industrial. (Ver la Figura 2).
FIGURA I FIGURA 2
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Apoyo externo
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En Indochina, el punto de inflexión ocurrió en 1950 cuando el vietminh empezó a recibir
asistencia de la China Roja. Hasta entonces, no habían sido capaces de desarrollar sus fuerzas
y llevar a cabo operaciones a larga escala, no porque hubieran sufrido de problemas de
recursos humanos –tenían un potencial de soldados mayor del que podían utilizar- sino porque
sus arsenales rudimentarios no podían cubrir sus necesidades, y no podían capturar
cantidades significativas de armas francesas. Aunque los vietminh podrían haber luchado una
guerra de guerrilla a largo plazo, y de este modo denegar a los franceses cualquier beneficio de
una ocupación prolongada del país, no hubieran estado en condiciones de levantar un ejército
regular poderoso sin la ayuda de China. Para septiembre de 1950, 20.000 hombres de las
fuerzas de Vietnam habían sido equipados con ametralladoras, morteros pesados y armas
antiaéreas. El comando de Vietnam fue capaz de organizar una división pesada, la 351ª. En
1951, de acuerdo con las estimaciones francesas, la ayuda china ascendió a 18.000 fusiles,
1.200 ametralladoras, 150 a 200 morteros pesados y aproximadamente 50 fusiles sin
retroceso.*
En Malaya y las Filipinas, los insurgentes no recibieron ayuda exterior y no se
desarrollaron.
En Grecia, los insurgentes comunistas recibieron apoyo de los países satelitales y a
través de ellos, pero la división entre Tito y Stalin interrumpió el flujo justo cuando los
insurgentes, que habían organizado sus fuerzas en unidades mayores y más vulnerables, lo
necesitaban más.
En Argelia el bloqueo naval francés y el cierre de fronteras evitó el flujo de suministros a
Argelia desde Túnez y Marruecos, donde se habían acumulado importantes acopios rebeldes.
El desarrollo no fue posible. La situación de las fuerzas del FLN después de 1959 fue tan crítica
que la mayoría de sus armas automáticas fueron enterradas por falta de municiones.
El conflicto oriente-occidente que hoy día cubre todo el mundo, no puede dejar de verse
afectado por cualquier insurgencia que ocurra en cualquier lugar. De hecho, es casi seguro que
una insurgencia comunista reciba automáticamente apoyo del bloque comunista. Las
probabilidades de recibir apoyo comunista son buenas incluso para insurgentes no-comunistas,
siempre y cuando su oponente sea un “imperialista” o un aliado “imperialista”, por supuesto.
Por el contrario, el último conflicto oriente – occidente algunas veces acelera el
desencadenamiento de insurgencias y no siempre es una bendición para los insurgentes, como
lo hemos visto en los casos de los movimientos comunistas en Asia después de la reunión de
1948 en Calcuta, y algunas veces las retarda o inhibe totalmente, cuando la insurgencia no
encaja con la política general del bloque comunista. Este último punto no puede documentarse,
por supuesto, pero existen firmes presunciones que la actitud sorprendentemente pasiva del
Partido Comunista Indonesio hoy en día, el que parece lo suficientemente poderosa para
emprender una acción violenta, puede atribuirse en alguna medida a un veto de Moscú o
Pekín.
Si el apoyo externo es demasiado fácil de obtener, puede destruir o dañar la confianza
en sí mismos de los rangos insurgentes. En parte por ese motivo, los insurgentes comunistas
en Asia siempre enfatizaron la necesidad de contar con sus propios esfuerzos. La resolución de
la Primera Sesión del Comité Central Vietnamita del Partido (Comunista) Lao Dong en 1951
recordaba a los miembros del Partido que “nuestra Guerra de Resistencia es una lucha larga y
dura” y que “tenemos que depender sobre todo de nuestras propias fuerzas”.
En conclusión, las condiciones para una insurgencia exitosa son (1) una causa; (2)
debilidad de la policía y la administración del bando contrainsurgente; (3) un entorno geográfico
no demasiado hostil; y (4) apoyo del exterior en las etapas medias y avanzadas. Las primeras
dos son obligatorias. La última es una ayuda que puede convertirse en necesidad.
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Bernard Fall, Le Viet-Minh (Paris. Librairie Armand Colin, 1960), página. 195•
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3. La doctrina de la insurgencia
Modelos estratégicos para la insurgencia
Dado que la contrainsurgencia existe solamente como una reacción a la insurgencia, los
problemas y las operaciones de la contrainsurgencia pueden entenderse mejor a la luz de lo
que los motiva. En este capítulo resumiremos la doctrina de la insurgencia.
Dos modelos generales para insurgencias emergen de la historia de guerras
revolucionarias pasadas. Una se basa esencialmente en la teoría y la experiencia de los
comunistas chinos y que fue proporcionada por Liu Shao-chi como un borrador para la
revolución en países coloniales y semicoloniales.
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El modelo ortodoxo (comunista)
Para los comunistas, la revolución no consiste meramente en derrocar el orden
existente sino también en llevar a cabo posteriormente una total transformación comunista del
país.
Por definición, debería ser el partido del proletariado, pero como el proletariado es
pequeño o inexistente en los países coloniales y semicoloniales, debe incluirse en el mismo la
clase más baja de campesinos; la inclusión de los campesinos es de hecho un sine qua non, en
tanto que la lucha armada deba llevarse adelante en áreas rurales. Debido a que el
proletariado no puede producir líderes competentes en sus inicios, deben buscarse entre los
intelectuales y en particular entre los estudiantes que pueden proporcionar tanto fervor como
cerebro.
La intensidad y las vicisitudes de un largo enfrentamiento por delante hacen que sea
imperativo que el partido sea fuerte, disciplinado y probado. No puede ser una organización
relajada, que pudiera quebrarse a la primera curva cerrada en la política partidaria o que ceda
ante la reacción del contrainsurgente. Además, no debe desintegrarse después de la victoria,
cuando las reformas comunistas están a punto de ser implementadas y cuando los aliados de
ayer se convierten en los enemigos de hoy. Debe ser y seguir siendo un partido de elite.
Puede mantenerse su cohesión imponiendo a los miembros la aceptación de las dos
directivas fundamentales de funcionamiento – el centralismo democrático, y la crítica y la
autocrítica-; evaluando a los candidatos mediante sencillos criterios de su origen de clase; y
haciendo que los patrocinadores de los candidatos se hagan responsables de su
comportamiento presente y futuro.
Su pureza se mantiene a través de una eliminación de malas hierbas regular y
sistemática en luchas “infra-partidarias”, que son consideradas por una necesidad como Liu
Shao-chi. Los que se desvíen de la ortodoxia se volverán a incorporar mediante métodos
conciliatorios o serán expulsados si no confiesan sus errores.
En vista de sus operaciones futuras, el partido debe estar organizado en aparatos tanto
descubiertos como clandestinos, siendo el último diseñado para cumplir un doble propósito:
defensivo, en caso que el contrainsurgente decida suprimir el partido; ofensivo, para tomar las
armas y llevar a cabo las luchas de masas en las áreas enemigas, una vez que el partido haya
iniciado la rebelión descubierta. No puede negarse que la creación y el crecimiento de dicho
partido es en el mejor de los casos un proceso tortuoso y laborioso. En el caso del Partido
Comunista Chino, pasaron cinco años entre la reunión de sus doce fundadores en Shanghai el
1ero. de julio de 1921 y sus primeros mil miembros. Construir un partido revolucionario fuerte y
confiable es sin duda la parte más difícil de la insurgencia. Si fuera sencillo de lograr, el mundo
hoy podría estar en manos comunistas, considerando la maquinaria, la experiencia, los
esfuerzos y el dinero que la internacional comunista ha aplicado a este propósito. Los errores
de liderazgo, la inercia humana, las circunstancias más allá del control del insurgente y la mala
suerte han generado obstáculos imponentes y recurrentes.
Por otra parte, la primera etapa puede lograrse mediante procedimientos legales y
pacíficos, al menos en los países en los que se tolera la oposición política.
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La segunda etapa: El frente unido
Un gran frente unido necesariamente incluirá aliados cuestionables cuyo uso debe
mantenerse alejado del punto en que pueden poner en peligro el programa básico del
insurgente. La solución es la “táctica del salame”: una vez que el partido está firmemente en
poder, los aliados ya no son necesarios y se rechazan uno a uno.
El partido puede perder su identidad en un frente unido. Para reducir este riesgo, el
partido siempre debe seguir siendo un “bloque aparte” en cualquier coalición. Puede integrar
una alianza con otros partidos, pero jamás debe fusionarse a ellos. No puede absorberlos
tampoco; los elementos simpatizantes, pero no confiables, deben agruparse en las
organizaciones del frente del partido.
La plataforma del partido en cualquier momento dado durante el conflicto puede
contener algo que atraiga a cada aliado y nada que pueda ser demasiado objetable. De esta
manera las verdaderas intenciones del partido para la posguerra deben mantenerse en secreto;
solo pueden divulgarse entre los líderes más altos. Si la masa de adeptos deben ser
disciplinado, aceptará un programa oficial en catarata en consideración a las tácticas. Cuando
se les preguntó a los comunistas chinos sobre su programa futuro, solían contestar muy
convincentemente que China no estaba madura para las reformas comunistas, que se requería
un largo período de transición y que China primero debía atravesar un período de desarrollo
nacional capitalista. El “período de transición”, de hecho, duró menos de dos años (1949 a
1951).
Durante esta segunda etapa, el aparato clandestino del partido se dedicará a la acción
subversiva dirigida hacia tres elementos principales:
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La tercera etapa: Guerra de guerrillas
De modo que, tanto en el caso en que sea imposible la victoria por otros medios o por
su fe en la utilidad de la lucha armada, el insurgente se embarca en una competencia de
fortalezas. Ya que la decisión es suya,* elige el momento en que las condiciones parezcan
oportunas, cuando desde el punto de vista interno el contrainsurgente se vea debilitado por una
crisis fortuita o provocada, cuando la subversión produzca sus efectos, cuando la opinión
pública esté dividida, cuando la organización del partido se haya desarrollado en algunas áreas
rurales; y cuando, desde el punto de vista externo, la intervención directa del bando
contrainsurgente sea poco probable, cuando el insurgente pueda contar con algún apoyo moral
y político a esa altura, y con apoyo militar más adelante, si fuera necesario.
El objetivo es la creación de la potencia militar insurgente, pero debe cumplirse en
forma progresiva, paso a paso. La guerra de guerrilla es el único curso de acción posible para
empezar. En esta etapa, el primer objetivo es la supervivencia de la guerrilla: el objetivo final es
la adquisición de bases en las que un gobierno y una administración insurgentes puedan
establecerse, explotarse los recursos humanos y otros recursos, y puedan crearse fuerzas
regulares. Una guerra de guerrillas sin bases, dice Mao Tse-tung, no es más que un grupo de
rufianes ambulantes incapaces de mantener vínculos con la población, no puede desarrollarse
y está destinado a ser derrotado.
Visto de manera objetiva, no hay diferencias entre la actividad diaria de los bandidos
comunes de casi cualquier país y las acciones de la guerrilla. ¿Qué es lo que hace posible que
las guerrillas sobrevivan o se expandan? La complicidad de la población. Esta es la clave de la
guerra de guerrillas, ciertamente lo es para la insurgencia, y esta expresión encaja en la
fórmula como pez en el agua. La complicidad de la población no debe confundirse con la
solidaridad de la población; la primera es activa, la segunda inactiva, y la popularidad de la
causa insurgente es en sí misma insuficiente para transformar solidaridad en complicidad. La
participación de la población en el conflicto se obtiene, sobre todas las cosas, mediante una
organización política (el partido) que viva entre la población, respaldada por la fuerza (los
grupos guerrilleros) que eliminan a los enemigos declarados e intimidan a los enemigos
potenciales, y depende de aquellos entre la población que apoyan a los insurgentes en forma
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activa. La persuasión atrae a una minoría de seguidores –éstos son indispensables– pero la
fuerza hace el resto. Existe, por supuesto, un límite práctico si no ético para el uso de la fuerza;
la regla básica es nunca antagonizar de una vez con más personas de las que se puede
manejar.
* Con las reservas expresadas en la página 6: Un movimiento insurgente comunista puede ser ordenado
por la internacional comunista a aumentar o disminuir sus acciones.
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Tan importante como los vínculos entre la organización política del insurgente y la
población son los vínculos entre las fuerzas armadas y las masas. La tarea de velar por su
mantenimiento apropiado -y que las fuerzas nunca se conviertan en un rival para el partido-
pertenece a los comisarios políticos.
Las operaciones guerrilleras serán planificadas primordialmente no tanto contra el
contrainsurgente como con el fin de organizar a la población. Una emboscada contra una
patrulla contrainsurgente puede ser un éxito militar, pero si no consigue el apoyo de un pueblo
o involucra a su población en contra del contrainsurgente, no es una victoria porque no lleva a
la expansión. En otras palabras, el desgaste del enemigo es un subproducto de la guerra de
guerrillas, no su objetivo principal.
Más adelante, cuando el éxito atrae más éxito, el primer factor se vuelve menos
importante y la guerra de guerrillas puede expandirse geográficamente insertando equipos de
unidades guerrilleras y trabajadores políticos en otras áreas, incluso carecen de estructuras
partidarias firmes. Esto subraya la importancia del éxito temprano.
El armamento no es un problema en esta etapa. Los requerimientos del insurgente son
pocos. Las armas (pistolas, rifles, fusiles) generalmente están disponibles o pueden comprarse
y contrabandearse. El armamento más pesado (granadas, minas, incluso morteros) puede
fabricarse y el equipamiento puede capturarse del enemigo.
La desmoralización de las fuerzas enemigas es una tarea importante. La manera más
eficaz de alcanzarlo es empleando una política de indulgencia hacia los prisioneros. Deben
tratarse bien y se les debe ofrecer la opción de unirse al movimiento o de liberarse, incluso si
esto significa que retornarán al bando contrainsurgente. A pesar de los contratiempos en las
primeras etapas, esta es la política que da mayores frutos a largo plazo. Durante un viaje a
China occidental en abril de 1947, el autor fue capturado por tropas comunistas bajo el mando
del General Chen Keng en Hsinkiang, un pueblo en la provincia de Shansi. Fue tratado como
prisionero durante la primera mañana, puesto bajo vigilancia durante el resto del día y
considerado un “invitado de honor” durante el resto de una muy interesante estadía involuntaria
de una semana con el Ejército de Liberación Popular. Durante esa semana, varios grupos de
líderes militares y políticos se dedicaron a explicar su política, estrategia y tácticas. Un
comisario político explicó la técnica comunista para el manejo de prisioneros Kuomintang. Se
les ofrecía la opción de (1) unirse al Ejército Comunista, (2) asentarse en territorio comunista,
donde se les daría una parcela de tierra, (3) volver a sus hogares o (4) regresar al Ejército
Nacionalista. Pocos días después, el autor visitó un campamento temporal de prisioneros en
los que los comunistas mantenían un grupo de 200 oficiales nacionalistas de menor rango que
acababan de ser capturados. Mientras que el comisario político estaba hablando con un grupo
de prisioneros, el autor preguntó a otro grupo, en chino, si entre ellos había alguno que hubiera
sido capturado anteriormente por los comunistas. Tres oficiales nacionalistas admitieron que
era su segunda captura.
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En ese mismo mes, un colega del autor visitó un campamento en Hsuchow en China
central, donde los nacionalistas mantenían a 5.000 prisioneros comunistas.
“¿Dónde fueron apresados?”, preguntó al general nacionalista a cargo del campo.
“Entre usted y yo no tenemos más de diez soldados comunistas verdaderos entre estos
prisioneros”.
“Entonces, ¿quiénes son los demás?”
“Soldados nacionalistas apresados y liberados por los comunistas. No queremos que
contaminen nuestro ejército”.
De esta manera los comunistas habían logrado la treta ¡de hacer que los propios
nacionalistas vigilaran a sus hombres! Los comunistas chinos al principio utilizaron esta técnica
con sorprendente éxito con los prisioneros japoneses durante la Guerra Chino-Japonesa. En la
primera parte del período de posguerra, varios importantes líderes comunistas japoneses eran
graduados de esta escuela china para prisioneros japoneses. La primera señal clara de la
influencia china en los vietnamitas llegó en 1950, cuando los vietnamitas sorpresivamente
cambiaron su actitud con prisioneros franceses. En vez de asesinarlos, emprendieron la labor
de lavarles el cerebro.
Además de los asuntos antes mencionados referentes a los suministros y las
operaciones, el insurgente debe solucionar un problema creado por lo que consideramos un
recurso táctico: la naturaleza dispersa de sus operaciones. Aunque dificulta al contrainsurgente
para hacerles frente, el insurgente también debe conciliar la desconcentración de sus fuerzas
con la necesidad de una unidad de acción. La solución es una doctrina clara y común, instruida
y aceptada ampliamente.
La política del frente unido vuelve a instruirse a sus fuerzas durante todo el conflicto y
debe brindársele sustancia durante la lucha armada. ¿Cómo pueden aceptarse aliados en las
estructuras políticas y las unidades guerrilleras sin debilitar la insurgencia? La única manera es
confrontando a sus aliados con la superioridad de organización, la disciplina, la doctrina, la
política y el liderazgo del partido. Solo el partido debe liderar; los líderes poderosos entre los
aliados deben ser convencidos o neutralizados. Solo el partido debe expandirse, a los partidos
aliados solo se les debe permitir estancarse.
Las tácticas militares de la guerra de guerrillas son demasiado bien conocidas para
detallarse en este resumen.
* El error cometido por el General Giap en Tonkin en 1951, fue querer abarcar
demasiado en muy poco tiempo, cuando intentó forzar una confrontación con las fuerzas
francesas bajo el mando del General de Lattre de Tassigny. El resultado fue una costosa
derrota para los insurgentes.
[ ] debe ser corto y no puede llevarse a cabo un ataque sostenido; en aras de una mejor
inteligencia, las operaciones se llevan a cabo preferentemente en áreas donde las
organizaciones políticas insurgentes sean fuertes y activas entre la población.
Los suministros del extranjero, si esta posibilidad existe, impone en el insurgente la
necesidad de procurarse bases en las fronteras internacionales del país o cerca de ellas, cerca
del suministro de recursos.
La imposibilidad de las unidades insurgentes de asestar golpes –su capacidad logística
débil- descarta las operaciones defensivas fijas. De hecho, las unidades regulares son tan
preciadas, en particular cuando recién han sido creadas, que la defensa de las bases debe
dejarse en manos de otras fuerzas insurgentes, a la población misma con sus milicias, a las
unidades guerrilleras y a las tropas locales, las que proporcionan un núcleo para la defensa. En
las operaciones ofensivas, estas unidades de segundo nivel también relevan a las tropas
regulares de la tarea de encubrimiento y reconocimiento.
El modelo territorial de la estrategia insurgente se refleja en los varios tipos de áreas
que establece:
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El objetivo del insurgente es convertir las áreas ocupadas en áreas de guerrilla, las
áreas de guerrilla en bases guerrilleras, y éstas en bases regulares.
Para poder movilizar la población para un esfuerzo de guerra completo, todo habitante
bajo control insurgente es obligado a pertenecer simultáneamente a al menos dos
organizaciones: una horizontal, es la organización geográfica, por caserío, aldea o distrito; la
otra, vertical, son grupos de habitantes por categorías de cualquier tipo, por edad, sexo o
profesión. Las células del partido cruzan toda la estructura y proporcionan la consolidación.
Una organización adicional ayuda a mantener a todas las personas en línea. el servicio secreto
del partido, cuyos miembros permanecen desconocidos a los grupos de líderes y solamente
responden a la jerarquía más alta, que están por tanto en posición de controlar a aquellos que
controlan a las masas. En 1947, cuando el autor fue capturado por los comunistas chinos en
Hsinkiang, en la provincia de Shansi, notó que un equipo de funcionarios civiles comunistas de
inmediato se hizo cargo de la administración del pueblo, que era la sede de un hsien
(condado). Estos funcionarios, se le explicó, habían sido designados para la tarea mucho antes
y habían estado funcionando como gobierno encubierto en las unidades guerrilleras activas en
la zona.
“Sus fuerzas no ocuparán Hsinkiang por siempre. ¿Qué ocurrirá a sus funcionarios
civiles cuando su ejército se vaya?”, pregunté al comisario político del ejército del General Chen
Keng.
A medida que crece la fortaleza general del insurgente mientras que la del oponente
disminuye, se alcanza hasta cierto punto un balance de fuerzas. En la evaluación de la fuerza
del insurgente debe incluirse no solo sus ventajas militares sino la solidez de su estructura
política, el hecho que la población se movilice en sus áreas, la actividad subversiva de sus
agentes encubiertos en las áreas contrainsurgentes y, por último, la superioridad psicológica
del insurgente.
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De ahí en adelante el alcance y la escala de las operaciones insurgentes aumentarán
rápidamente; una serie de ofensivas dirigidas a una destrucción total del enemigo constituirán
la etapa última y final.
En cualquier momento durante el proceso, el insurgente puede hacer ofertas de paz,
siempre y cuando haya más para ganar mediante la negociación que a través de la lucha.
El objetivo del insurgente en este caso generalmente se limita a la a toma del poder; los
problemas de la postinsurgencia, como preocupaciones secundarias, se dejan para el momento
dado. La meta precisa e inmediata del núcleo inicial de insurgentes, un grupo de hombres
dedicados pero inevitablemente pequeño sin una organización amplia que los respalde, es el
establecimiento de un partido revolucionario en forma expeditiva.
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La primera etapa: Terrorismo ciego
El propósito es obtener publicidad para el movimiento y su causa, y al enfocar la
atención en él, atraer simpatizantes latentes. Esto se logra mediante el terrorismo,
bombardeos, incendios y asesinatos en forma aleatoria, llevados a cabo en la manera más
espectacular posible, a través de olas concentradas, coordinadas y sincronizadas. Se necesitan
pocos hombres para este tipo de operaciones. De acuerdo a Mohamed Boudiaf, uno de los
primeros líderes de FLN, no más de 400 o 500 nacionalistas argelinos participaron en las
acciones terroristas del día D.
El secuestro de un buque portugués por un oponente al primer ministro Salazar y el
secuestro temporal de un campeón de carreras de autos mundialmente conocido por Castro en
la Havana no tenían otro propósito que atraer los encabezados de los periódicos.
Esta etapa sigue a la primera rápidamente. Las metas son aislar al contrainsurgente de
las masas, involucrar a la población en el enfrentamiento y obtener al menos una complicidad
pasiva.
Esto se logra mediante el asesinato, en diferentes partes del país, de funcionarios de
del gobierno de grado inferior que trabajen en forma más cercana a la población, tales como
policías, carteros, alcaldes, consejeros y maestros. El asesinato de funcionarios
contrainsurgentes de alto rango no cumple ningún propósito ya que están demasiado alejados
de la población para que sus muertes sirvan de ejemplo.
A los primeros simpatizantes se les encomienda la tarea de recolectar dinero de la
población. Aunque el dinero, el tendón de la guerra, es de interés por sí mismo, esta operación
tiene importantes efectos secundarios. El importe de dinero recolectado proporciona un simple
estándar para evaluar la eficiencia de los simpatizantes y para seleccionar los líderes
correspondientemente. Esto también implica a las masas y las fuerza a mostrar su espíritu
revolucionario. “Si nos das dinero, estás con nosotros. Si nos niegas el dinero, eres un traidor”.
Algunos de aquellos que se nieguen a pagar son ejecutados. Para involucrar a la población aun
más, se hacen circular simples mots d' ordres tales como “boycott al tabaco”; unos pocos
transgresores a los que se atrapa fumando son ejecutados. Estos asesinatos solo tienen valor
si sirven como ejemplos, por lo tanto no deben ser a escondidas o cometidos furtivamente. Las
víctimas generalmente son descubiertas con un cartel explicando que han sido condenadas por
un tribunal revolucionario y ejecutadas por tal y cual delito.
El insurgente tiene que destruir todos los puentes que vinculen a la población con el
contrainsurgente y sus aliados potenciales. Entre éstos, las personas (generalmente de
pensamiento liberal) que tiendan a buscar un compromiso con los insurgentes serán blancos de
ataques terroristas.
Cuando se logre todo esto, las condiciones habrán madurado para que operen las
guerrillas insurgentes y para que se movilice la población en forma eficaz. De ahí en adelante,
este modelo se une con el ortodoxo, si fuera necesario.
Ilegal y violento desde el inicio, peligroso para el insurgente porque el terrorismo puede
traer consecuencias, este modelo ahorra años de tedioso trabajo organizativo. Mediante el
terrorismo, pequeños grupos de insurgentes han sido catapultados de la noche a la mañana a
la cabeza de grandes movimientos revolucionarios, y algunos han obtenido la victoria al
momento, sin necesidad de una acción ulterior. Sin embargo, se paga la factura al final con la
amargura generada por el terrorismo y con la desintegración después de la victoria de un
partido que se rejuntó en un apuro.
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La vulnerabilidad del insurgente en el modelo ortodoxo
Etapa 2 Etapa 4
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La vulnerabilidad del insurgente en el modelo del atajo
En caso de que el insurgente hubiera elegido seguir el modelo burgués nacionalista, su
vulnerabilidad empieza en un nivel más bajo, ya que su acción en los inicios es clandestina.
Sube rápidamente debido al peligro inherente al terrorismo, que la fuerza policial común puede
estar en condiciones de suprimir si no se ha planificado y conducido en una escala suficiente.
El insurgente que necesita publicidad más allá de cualquier otra cosa durante esta etapa,
también está a merced de una censura cerrada e inmediata.
Sin embargo, la sorpresa juega a su favor, y puede contar con el hecho que la reacción
del contrainsurgente nunca es inmediata. Si el insurgente ha sobrevivido a los primeros pocos
días de terrorismo ciego, su vulnerabilidad decrece.
Vuelve a aumentar debido a que el contrainsurgente empieza a movilizar todo su poder
en su contra; las fuerzas armadas en particular entran en acción mucho antes que en el modelo
ortodoxo. La vulnerabilidad sube a un nuevo nivel. Si el insurgente sobrevive, disminuye
progresivamente.
Cuando el insurgente alcanza la etapa 3 (guerra de guerrillas) y se reúne con el modelo
ortodoxo, es menos vulnerable de lo que lo sería si hubiera elegido el modelo ortodoxo desde
un inicio, ya que ha resistido exitosamente a lo peor de la reacción de la contrainsurgencia.
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4. Contrainsurgencia de la Guerra Fría Revolucionaria
Desde el punto de vista de la contrainsurgencia, una guerra revolucionaria puede dividirse en
dos períodos:
1. La “guerra fría revolucionaria”, cuando la actividad insurgente permanece en general
legal y no violenta (como en las etapas 1 y 2 del modelo ortodoxo).
2. La “guerra caliente revolucionaria” cuando la actividad insurgente se vuelve
abiertamente ilegal y violenta (como en las otras etapas del modelo ortodoxo y en todo el
proceso del modelo de atajo).
Las transiciones de “paz” a “guerra”, como las hemos visto, pueden ser muy graduales y
confusas. Incluso cuando el insurgente sigue el modelo del atajo, la violencia siempre está
precedida por períodos cortos de turbulencias. En Argelia, por ejemplo, la policía, la
administración y el gobierno sospechaban que algo se estaba cocinando durante el verano de
1954. A efectos analíticos, nosotros elegiremos como línea divisoria entre los dos períodos, el
momento en que se le ordena a las fuerzas armadas contrainsurgentes intervenir, y
estudiaremos la guerra de contrainsurgencia en orden cronológico, empezando por la “guerra
fría revolucionaria”.
La situación en este punto se caracteriza por el hecho que el insurgente opera sobre
todo en forma legal, y solo parcialmente al borde de la legalidad mediante sus tácticas
subversivas. Puede o no haber sido reconocido como insurgente; si ha sido identificado como
tal, solo la policía y algunas personas en el gobierno generalmente son concientes de lo que se
está avecinando.
El problema esencial para el contrainsurgente proviene del hecho que el peligro real
siempre le parecerá al país fuera de proporción en relación a las demandas hechas por una
respuesta adecuada. Potencialmente el peligro es enorme, pero ¿cómo probarlo en base a los
hechos objetivos disponibles? ¿Cómo justificar los esfuerzos y sacrificios necesarios para
sofocar la insurgencia incipiente? El insurgente, si sabe cómo llevar adelante su guerra, se
apoya precisamente en esta situación y se asegurará que la transición de paz a guerra sea
realmente gradual. El caso de Argelia nos proporciona una excelente ilustración del dilema
contrainsurgente porque el insurgente hace un esfuerzo por empezar con un gran “bang”, y aún
así el dilema persistió. Los rebeldes argelinos, pensando en primer lugar en la publicidad,
establecieron el 1ero de noviembre de 1954 como su día uno. Tuvieron lugar setenta acciones
independientes, repartidas en todo el territorio: bombardeos, asesinatos, sabotajes,
hostigamientos menores a puestos militares aislados, todas mayormente ineficaces. Y luego,
nada. De acuerdo a Mohamed Boudiaf, uno de los principales planificadores de la insurgencia,
los resultados fueron “desastrosos” en gran parte de Argelia. En particular en la región de Orán
la represión fue extremadamente brutal y eficaz. . . . Durante los dos primeros meses me fue
imposible establecer siquiera un vínculo entre el Rif [en Marruecos español] y la región de
Orán”.* ¿Fue suficiente garantizar una movilización de recursos y energía franceses, disturbios
en la economía y la imposición de un estado de guerra en el país?
Bajo estas circunstancias se abren al contrainsurgente cuatro cursos de acción
generales, y no se excluyen mutuamente:
1. Puede actuar directamente sobre los líderes insurgentes.
2. Puede actuar en forma indirecta sobre las condiciones que son propicias a una
insurgencia.
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3. Puede infiltrarse al movimiento insurgente e intentar hacerlo ineficaz.
4. Puede construir o reforzar su máquina política.
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Esta estrategia, sobre la que no profundizaremos ahora, es igualmente válida en la
guerra fría revolucionaria, y debería ser más fácil de implementar en forma preventiva que
cuando el insurgente ya se ha ganado el control de la población. Una estrategia tal, para
nosotros, representa el principal curso de acción para el contrainsurgente porque deja lo
mínimo a la suerte y hace un uso total de las posibilidades contrainsurgentes.
Puede ser útil recordar que la máquina política en tiempos de paz se construye
esencialmente en el patrocinio.
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5. Contrainsurgencia en la Guerra Revolucionaria Caliente
La fuerza, cuando interviene en una guerra revolucionaria, tiene la virtud particular de
despejar muchas dificultades para la contrainsurgencia, en especial el asunto en cuestión.
Tarde o temprano la neblina moral se disipa, el enemigo sobresale notoriamente y es más
fácil justificar las medidas represivas. Pero obviamente la fuerza agrega sus propias
dificultades.
En nuestro punto de partida en el estudio del inicio revolucionario caliente, es decir, el momento
en que las fuerzas armadas han recibido la orden de intervenir, la situación generalmente sigue
el siguiente modelo:
Las áreas “rojas”, en las que el insurgente efectivamente controla a la población y lleva a
cabo una guerra de guerrilla.
Las áreas “rosa”, en las cuales intenta expandirse; hay algunos esfuerzos por organizar a
las poblaciones y alguna actividad de guerrilla.
Las áreas “blancas” aún no afectadas, pero sin embargo amenazadas; están sometidas a
la subversión de la insurgencia, pero todo parece tranquilo.
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que entre la población de las áreas blanca e incluso rosa. La trillada lealtad de cada
ciudadano está en duda. Se cuestiona el liderazgo y su política. Las estructuras política,
judicial y militar enfocadas en días normales, aún no han sido adaptadas a las
necesidades de la situación. La economía se deteriora rápidamente y los gastos del
gobierno aumentan a la vez que sus ingresos disminuyen. En el campo psicológico, el
insurgente tiene la ventaja, pues explota una causa sin la cual no habría podido
desarrollarse al punto de participar en una guerra de guerrilla o terrorismo. Las fuerzas
contrainsurgentes se debaten entre la necesidad de custodiar las áreas clave y las
instalaciones fijas, proteger la vida y la propiedad, y la urgencia de rastrear las fuerzas
insurgentes.
Con esta imagen general en mente, discutiremos ahora los diferentes caminos abiertos
a la contrainsurgencia.
• Salvo, por supuesto, por la desventaja psicológica que puede ser aliviada únicamente
por la prolongación de la guerra. Para solucionarlo se requeriría que la
contrainsurgencia se adhiera a la causa de la insurgencia sin perder su poder al mismo
tiempo. Si esto fuera posible, entonces la causa inicial de la insurgencia era una mala
causa desde el punto de vista táctico.
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72 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA
El problema es que el enemigo no posee ningún territorio y se rehúsa a pelear por él.
Está en todos lados y en ninguna parte. Mediante la concentración de fuerzas suficientes,
la contrainsurgencia puede penetrar y guarnecer un área roja en cualquier momento. Tal
operación, si es ininterrumpida, puede reducir la actividad de la guerrilla, pero si la
situación se torna insostenible para las guerrillas, éstas transferirán su actividad a otra
área y el problema permanecerá sin resolver. Incluso puede agravarse si la concentración
contrainsurgente se realizó asumiendo un riesgo demasiado alto para otras áreas.
Las fuerzas insurgentes también son muy movedizas para ser cercadas y aniquiladas con
facilidad. Si la contrainsurgencia, al recibir noticias de que la guerrilla ha sido ubicada,
utiliza sus fuerzas disponibles inmediatamente, es posible que sean demasiado reducidas
para la tarea. Si reúne más fuerzas, habrá perdido tiempo y probablemente el beneficio de
la sorpresa.
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Si la contrainsurgencia es tan fuerte como para poder saturar todo el país con
guarniciones, las operaciones militares a lo largo de líneas convencionales obviamente
funcionarán. La insurgencia, imposibilitada de crecer más allá de determinado nivel, se
desvanecerá lentamente. Pero la saturación rara vez puede alcanzarse.
¿Es posible para la contrainsurgencia organizar una fuerza clandestina capaz de derrotar
al insurgente en sus propios términos? La clandestinidad parece ser otra de las
obligaciones transformadas en recursos de la insurgencia. ¿Cómo podría la
contrainsurgencia, cuya fuerza deriva precisamente de sus recursos físicos conocidos,
establecer una fuerza clandestina, salvo como complemento menor o secundario?
Además, en la guerra revolucionaria el espacio para organizaciones clandestinas es muy
limitado.
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74 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA
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debe asumir algún riesgo para lograr la concentración necesaria. El problema es cómo
mantener un área limpia para que las fuerzas de contrainsurgencia queden libres para
operar en otra parte.
Esto puede lograrse únicamente con el apoyo de la población. Así como es relativamente
fácil dispersar y expulsar a las fuerzas insurgentes de un área determinada mediante
acción puramente militar, y es posible destruir las organizaciones políticas de la
insurgencia mediante una acción policial activa, es imposible evitar el regreso de las
unidades guerrilleras y la reconstrucción de las celdas políticas, salvo que se cuente con
la cooperación de la población.
Aquí es donde debe llevarse a cabo el combate, pese a la desventaja ideológica del
contrainsurgente y pese a la ventaja que tiene la insurgencia en la organización de la
población.
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76 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA
En cualquier situación, cualquiera sea la causa, habrá una minoría activa a favor de la causa,
una mayoría neutral y una minoría activa en contra de la causa.
En casos extremos, cuando las causas y las circunstancias son extremadamente buenas
o malas, una de las minorías desaparece o se vuelve insignificante, e incluso puede haber
una consistente unanimidad a favor o en contra entre la población. Pero obviamente estos
casos son inusuales.
Esto se cumple para cada régimen político, desde la dictadura más dura hasta la
democracia más apacible. Lo que varía es el grado y el propósito al cual es aplicado. Las
buenas costumbres y la constitución pueden imponer limitaciones, el propósito puede ser
bueno o malo, pero esta ley permanece válida independientemente de las variaciones y
puede ser ciertamente grandiosa, pues la ley se aplica inconscientemente en la mayoría
de los países.
Hasta qué punto extender las limitaciones es un tema ético, y uno muy serio, pero no lo
es más que bombardear a la población civil en una guerra convencional. Todas las
guerras son crueles, y la guerra revolucionaria quizás lo sea más que las otras porque
cada habitante, más allá de sus deseos, está o estará directa y activamente involucrado
en ella por el insurgente que lo necesita y que no puede permitirse el lujo de que se
mantenga neutral. La crueldad de la guerra revolucionaria no es una crueldad masiva y
anónima, sino una sumamente personalizada e individual. El contrainsurgente no puede
cometer ningún crimen mayor que aceptar o resignarse a la prolongación de la guerra,
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La guerra revolucionaria caliente 77
Para asegurarse, cuanto mejor sea la causa y la situación, tanto más grande será la
minoría activa a favor del contrainsurgente y más fácil su tarea. Esta verdad obvia dirige
el objetivo principal de la propaganda: mostrar que la causa y la situación del
contrainsurgente son mejores que las del insurgente. Más importante aún, resalta la
necesidad de que el contrainsurgente se presente con una contracausa aceptable.
Ahora podemos definir en sentido negativo y positivo qué significa una victoria para el
contrainsurgente.
Una victoria es que además del aislamiento permanente del insurgente se aísle también a la
población, y que este aislamiento no se imponga sobre la población sino que sea mantenido
por la población y con la misma.
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78 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA
Un ejemplo positivo: la derrota del FLN en la región de Oran en Argelia entre 1959 a 1960. En
esta región que cubre al menos la tercera parte del territorio de Argelia, las acciones del FLN,
contando desde una granada lanzada en un café hasta el corte de las columnas telefónicas,
disminuyeron en un promedio de dos por día.
Una victoria tal puede ser indirecta; aún así es decisiva (salvo claro, como en Argelia,
que el objetivo político del gobierno contrainsurgente cambie).
De esta ley se pueden derivar cuatro deducciones: Las acciones políticas eficaces
sobre la población deben ser precedidas por
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La guerra revolucionaria caliente 79
Las reformas políticas, sociales, económicas y de otro tipo, por más deseadas y
populares que pudieran ser, son inoperantes cuando se ofrecen mientras la insurgencia
aún controla a la población. Un intento de reforma agraria en Argelia en 1957 fracasa
cuando el FLN asesina a algunos campesinos musulmanes que habían recibido tierras.
El contrainsurgente no puede iniciar las negociaciones con seguridad salvo desde una
posición de superioridad, o sus seguidores potenciales se unirán masivamente al bando
insurgente.
La cuarta ley: La intensidad de los esfuerzos y la amplitud de los medios son esenciales
Esto significa que los esfuerzos no pueden diluirse a través de todo el país, sino que
deben ser aplicados sucesivamente área por área.
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Estrategia de la contrainsurgencia
Traducidos en una estrategia general, los principios derivados de estas pocas leyes
sugieren el siguiente procedimiento paso por paso:
En un ár ea seleccionada
1. Concentrar fuerzas armadas suficientes para destruir o para expulsar el cuerpo principal
de los insurgentes armados.
3. Establecer contacto con la población, controlar sus movimientos para cortar sus vínculos
con los guerrilleros. 4. Destruir las organizaciones políticas locales del insurgente.
6. Probar estas autoridades asignándoles diversas tareas concretas. Sustituir a los blandos
y a los incompetentes, brindar apoyo total a los líderes activos. Organizar unidades de
autodefensa.
8. Vencer o eliminar los últimos remanentes insurgentes. Una vez reestablecido el orden en
el área, el proceso puede ser repetido en otra parte. Para tal fin no es necesario esperar
hasta completar el último punto. Las operaciones antes detalladas se estudiarán en mayor
profundidad, pero discutamos primero esta estrategia. Al igual que cada concepto similar,
éste puede ser atinado en teoría pero peligroso cuando se aplica estrictamente en un caso
específico. Sin embargo, es difícil negar su lógica porque las leyes –o quizás debamos
decir los hechos – en los que se basa, pueden reconocerse fácilmente en la vida política
diaria y en cada guerra revolucionaria reciente.
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La guerra revolucionaria caliente 81
Esta estrategia también está diseñada para afrontar el peor caso al que pueda hacer
frente una contrainsurgencia, es decir, suprimir una insurgencia en lo que se llama un
área “roja”, dentro de la cual la insurgencia ya se encuentra en pleno control de la
población. Algunas de las operaciones sugeridas obviamente pueden ser omitidas en las
áreas “rosa”, la mayoría pueden ser omitidas en las áreas “blancas”. Sin embargo, el
orden general en el que deben llevarse a cabo no puede alterarse en condiciones
normales sin violar los principios de la guerra de contrainsurgencia y del llano sentido
común. Por ejemplo, no pueden instalarse pequeños destacamentos de tropas en los pueblos
mientras la insurgencia esté en condiciones de reunir una fuerza superior y doblegar al
destacamento en un ataque sorpresivo. La etapa 2 sin duda tiene que venir después de la
etapa 1. Ni puede organizarse elecciones cuando aún existan células insurgentes, ya que las
elecciones otorgarían poder a los secuaces insurgentes.
Economía de fuerzas
Mediante esta estrategia, la insurgencia puede ser obligada a retroceder con mayor
poder e ímpetu, porque tan pronto como un
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área haya sido asegurada, pueden retirarse y transferirse fuerzas importantes a las áreas
vecinas e integrarlas al personal reclutado localmente que sea leal y haya sido probado.
La transferencia de tropas puede comenzar en cuanto haya concluido la primera etapa.
Irreversibilidad
Iniciativa
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La guerra revolucionaria caliente 83
los Rojos en el Punto A, los Rojos pueden liberar la presión atacando a los Azules en el
Punto B y los Azules no pueden escapar a la contrapresión. En la guerra revolucionaria,
cuando la insurgencia ejerce presión en el Área A, la contrainsurgencia no puede liberar
la presión atacando a la insurgencia en el Área B. La insurgencia simplemente se rehúsa
a aceptar el combate, y puede rehusarse gracias a su dinamismo. La ofensiva de los
nacionalistas chinos contra Yenan en 1947 es un ejemplo. Cuando el Vietnam comenzó a
presionar contra Dien Bien Phu en el nordeste de Indochina, el comando francés lanzó la
Operación Atlante contra las áreas del Vietnam en el centro de Vietnam. Atlante no tuvo
efecto sobre la otra batalla.
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Simplicidad
¿Por qué hay tan poca confusión intelectual en la guerra convencional mientras que ha habido
TANTA en las últimas contrainsurgencias? Se pueden adelantar dos explicaciones: Cuando
comienza una guerra convencional, la abrupta transición desde la paz a la guerra en
medio de la naturaleza propia de la guerra, pone de manifiesto la mayoría de los
problemas de los bandos rivales, especialmente para el defensor. Este asunto,
cualquiera fuera, se convierte ahora en la cuestión de derrotar al enemigo. El objetivo,
suponiendo que sea esencialmente militar, es la destrucción de sus fuerzas y la ocupación de
su territorio. Un objetivo así brinda un criterio bien definido para evaluar las ganancias, el
estancamiento o las pérdidas. La forma de alcanzarlo es llevar a cabo acciones militares
apoyadas por el bloqueo diplomático y económico. La organización nacional para la guerra
es simple: El gobierno dirige, el ejército ejecuta y la nación proporciona las
herramientas.
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aplica las reglas generales que rigen la fase a su situación en particular. Su talento y
su juicio entran en juego solamente aquí.
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86 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA
y retirando aquellos que han fracasado. En otras palabras, puede dirigir porque puede
verificar.
¿Qué puede suceder por falta de control? La totalidad del esfuerzo de contrainsurgencia
produciría un mosaico accidental, un conjunto de parches con una pieza bien consolidada y a
su lado otra no tan consolidada o incluso bajo el control eficaz del insurgente: una situación
ideal para la insurgencia, que estará en condiciones de maniobrar a voluntad entre las
piezas, concentrándose en algunas, desvaneciéndose transitoriamente de otras. El
mosaico intencional creado por la necesidad cuando el contrainsurgente concentra sus
esfuerzos en un área seleccionada es, en sí mismo, suficiente fuente de dificultades sin
agregárselas al área seleccionada.
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6. Desde la estrategia a la táctica
Problemas de mando
Dirección única
Identificar, arrestar, interrogar a los agentes políticos del insurgente, juzgarlos, rehabilitar a
aquellos que puedan ser persuadidos: éstas son tareas policiales y judiciales.
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Además, ninguna operación puede ser estrictamente militar o política, aunque sólo sea
porque cada una tiene efectos psicológicos que alteran la situación general a favor o en
contra. Por ejemplo, si el juez libera prematuramente a insurgentes impenitentes, los
efectos serán percibidos pronto por el policía, el funcionario público y el soldado.
Otro hecho complica la situación. Por más desarrollada que pueda estar la administración
civil en tiempos de paz, nunca estará a la altura de los requerimientos de personal del
contrainsurgente. Cuando el objetivo general de ganar el apoyo de la población se
traduce en tareas concretas de campo, cada una multiplicada por una cantidad
determinada de aldeas, pueblos y distritos, la cantidad de personal confiable necesario es
impresionante. Generalmente, las fuerzas armadas solas pueden proporcionarlas
prontamente. Como consecuencia de la contrainsurgencia, el gobierno se expone a una
doble tentación: asignar tareas políticas, policiales y otras tareas a las fuerzas armadas;
permitir que el ejército conduzca la totalidad del proceso, si no en todo el país, al menos
en algunas áreas.
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Desde la estrategia a la táctica 89
lo que los comunistas chinos siempre han intentado hacer. Durante la primavera y el verano de
1949, en la noche previa a su incursión en el sur de China, reclutaron y entrenaron en escuelas
especiales a más de 50.000 estudiantes cuya misión era seguir al ejército y asistirlo para
encargarse de “servicios al ejército, actividades publicitarias, educación y movilización de
masas”. Imitar este ejemplo no es fácil para el contrainsurgente. ¿Dónde puede uno
encontrar un grupo tan grande de civiles confiables cuando la lealtad de casi todos es
discutible? Pero eventualmente deberá realizarse. Por otro lado, la segunda tentación,
dejar que el ejército conduzca la totalidad del proceso, es tan peligrosa que debe ser
evitada a toda costa.
Que el poder político sea el jefe indiscutido es un asunto tanto de principios como de
practicidad. Lo que está en juego es el régimen político del país y es asunto político
defenderlo. Incluso si esto requiere acción militar, la acción es constantemente dirigida
hacia el objetivo político. Si bien es esencial, la acción militar es secundaria frente a la
acción política, siendo su principal propósito otorgar a la fuerza política suficiente
libertad para trabajar en forma segura con la población.
“La guerra revolucionaria es 20 por ciento acción militar y 80 por ciento política”, es una fórmula
que refleja la realidad.
*• General Chang Ting-then, jefe del Cuerpo de Servicio de China del Sur (South China
Service Corps), miembro del Comité Central, según se cita en The New York Times, el 4
de julio de 1949.
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90 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA
Conceder al ejército autoridad sobre los civiles implicaría por lo tanto, contradecir una
de las principales características de este tipo de guerra. En la práctica, inevitablemente
tendería a invertir la importancia relativa de la acción militar frente a la acción política, y
aproximar la guerra del contrainsurgente más hacia la guerra convencional. Si las
fuerzas armadas fueran el instrumento de un partido y sus líderes miembros de alto
rango del partido, controladas y asistidas por comisarios políticos con su propio canal
directo hacia la dirección central del partido, entonces conceder plena autoridad al
ejército podría funcionar; sin embargo, esto describe la situación general del insurgente,
no la de su oponente.
Coordinación de esfuerzos
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sus esfuerzos en una dirección única. ¿Cómo puede realizar esto? Entre las soluciones
teóricas en términos de organización, dos son obvias: (1) el comité, como en Malaya por
ejemplo, dónde el control de un área a nivel de distrito fue depositado en un comité bajo
la dirección del oficial de distrito, con miembros seleccionados de la policía, civiles locales
(hacendados europeos y representantes chinos y malayos) y el ejército; (2) o el estado
mayor cívico-militar integrado, dónde el ejército está directamente subordinado a la
autoridad civil local. (El autor no conoce ningún ejemplo de esta estructura, sin embargo
el caso contrario en que la autoridad civil está directamente subordinada a la autoridad
militar local, es fácil de encontrar: en Filipinas, dónde los oficiales locales del ejército
tomaron el lugar de una administración civil inexistente, o en Argelia, donde todos los
poderes fueron concedidos a los militares durante un corto período en 1958-1959).
Cada fórmula tiene sus virtudes y sus defectos. Un comité* es flexible, permite más
libertad a sus miembros y puede mantenerse reducido, pero es lento. Un estado mayor
integrado permite una línea de mando más directa y es más ágil, pero es más rígido y con
tendencia a la burocracia. Parece haber espacio para ambos en la guerra de
contrainsurgencia. El comité es mejor para los escalafones más altos dedicados a los
asuntos de alcance largo y medio, el estado mayor integrado para los escalafones más
bajos, dónde la velocidad es esencial. Para el contrainsurgente, en los niveles más bajos
es una guerra a una escala muy pequeña, con oportunidades a pequeña escala y fugaces
que deben tomarse al momento.
En los escalafones superiores, en los que prevalece el sistema de comité y dónde los
componentes civiles y militares mantienen sus estructuras separadas, deben organizarse
para promover aún más su cooperación.
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92 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA
En una guerra convencional, el estado mayor de una gran unidad militar está compuesto
por apenas dos ramas principales: “inteligencia/operaciones” y “logística”. En la guerra de
contrainsurgencia, existe la necesidad desesperada de una tercera rama: la “política”, la
que puede tener el mismo peso que las otras. El oficial a cargo de ella debe seguir el
desarrollo en todos los temas relacionados con la acción política y cívica, asesorar a su
jefe, hacerse escuchar cuando las operaciones se encuentran en la fase de planificación y
no esperar hasta que estén muy avanzadas para ser modificadas. Del mismo modo, el
estado mayor civil, que en la guerra convencional generalmente tiene poco que ver con
los asuntos militares, debe contar con su rama militar con su correspondiente
representación ante el jefe civil. Con estas dos ramas orgánicas trabajando
estrechamente unidas puede reducirse el riesgo de esfuerzos divergentes por parte de
civiles y militares.
La pregunta es entonces, cómo hacer para que estas organizaciones mixtas trabajen a su
máximo nivel de eficacia en una contrainsurgencia, independientemente de los factores
de personalidad. Suponiendo que cada una de estas organizaciones trabaja más o menos
con su propia personalidad general, ¿cómo puede evitarse el efecto mosaico y
desarticulado de sus operaciones? Si los miembros individuales de las organizaciones
tuvieran las mismas intenciones, si cada organización actuara de acuerdo con un modelo
estándar, el problema estaría resuelto. ¿No es precisamente esto lo que una doctrina
coherente, bien entendida y aceptada intentaría lograr? Más que ninguna otra cosa, una
doctrina parece ser la respuesta práctica al problema de cómo canalizar los esfuerzos en
una única dirección.
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Desde la estrategia a la táctica 93
Las fuerzas armadas del contrainsurgente deben cumplir dos misiones diferentes:
quebrar el poder militar del insurgente y asegurar la seguridad del territorio en cada
área. Parece natural que las fuerzas del contrainsurgente deban estar organizadas en
dos tipos de unidades, las unidades móviles que combaten en forma más bien
convencional y las estáticas que permanecen con la población para protegerla y para
complementar los esfuerzos políticos.
Las unidades estáticas obviamente son aquellas que conocen mejor la situación local, la
población y los problemas locales. Si se comete un error, ellos serán quienes carguen
con las consecuencias. En consecuencia, cuando se envía una unidad móvil a operar
temporalmente en un área, debe quedar bajo la jurisdicción del mando territorial, incluso
cuando el comandante militar del área sea un oficial subalterno. De la misma manera
que el embajador de EE.UU. es el jefe de cada organización estadounidense que opera
en el país ante el que está acreditado, el comandante territorial militar debe ser el jefe
de todas las fuerzas militares que operan en su área.
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94 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA
Sin embargo, la adaptación debe ser más profunda que eso. En algún punto durante el
proceso de contrainsurgencia, las unidades estáticas que inicialmente formaron parte
de las operaciones militares a gran escala en su área, se verán enfrentadas a una
gran variedad de tareas no militares que deben realizarse para lograr el apoyo de la
población y que únicamente pueden ejecutarse por personal militar, debido a la gran
escasez de personal civil, político y administrativo confiable. Realizar un censo
minucioso, implementar nuevas regulaciones sobre la movilización de personas y
bienes, informar a la población, llevar a cabo propaganda persona a persona, recabar
datos de inteligencia sobre los agentes políticos del insurgente, implementar diversas
reformas económicas y sociales, etc., todas éstas serán sus actividades principales.
Deben ser organizados y estar equipados y respaldados consecuentemente. De este
modo, un mimeógrafo puede resultar más útil que una metralleta, un soldado
entrenado como pediatra más importante que un experto lanzabombas, o que el
cemento sea más buscado que el alambre de púas, y que los oficinistas sean más
solicitados que los fusileros.
Si las fuerzas deben adaptarse a sus nuevas misiones, es igualmente importante que
la mentalidad de los líderes y de los hombres -y esto incluye tanto a civiles como a
militares- se
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De la estrategia a la táctica 95
Las reacciones y decisiones que serían consideradas apropiadas para un soldado en una
guerra convencional y para el funcionario civil en tiempos normales, no necesariamente
son las correctas en situaciones de contrainsurgencia. Un soldado al que se dispara en
una guerra convencional y que no devuelve el fuego con todas las armas disponibles,
sería culpable de abandono de sus funciones; lo contrario sucedería en el caso de la
guerra de contrainsurgencia donde la regla es aplicar el mínimo de fuego. “Nada de
política” es una reacción arraigada para el soldado convencional cuya tarea es
únicamente derrotar al enemigo; sin embargo en la guerra de contrainsurgencia la tarea
del soldado es ayudar a obtener el apoyo de la población, y al hacer esto debe
involucrarse en la política práctica. Un sistema militar de condecoraciones y promociones
como el de la guerra convencional, que alienta a los soldados a matar o capturar la mayor
cantidad de enemigos induciéndolo así a ampliar el alcance y la frecuencia de sus
operaciones militares, muy bien puede ser catastrófico en la guerra de contrainsurgencia.
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El problema estratégico
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De la estrategia a la táctica 97
1. Concentrar sus esfuerzos en Manchuria, el área más remota del centro de poder
nacionalista y donde las fuerzas comunistas, armadas con equipos japoneses, eran los
más fuertes.
Aunque amplia en la teoría, la opción en los hechos era limitada porque los
nacionalistas no podían permitir que sus oponentes se desarrollaran seguros en
Manchuria,
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la parte industrial más rica de China, en la que los comunistas estaban en contacto
directo con la Unión Soviética. Y como Manchuria había sido ocupada por tropas
soviéticas en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno nacionalista
debió reafirmar su soberanía sobre ella. Los nacionalistas se sintieron obligados a invertir
sus mejores unidades en Manchuria.
Si los nacionalistas hubieran ganado si hubieran actuado de otra forma, es más bien
dudoso, pues los comunistas chinos eran un oponente formidable para 1945. Pero sus
posibilidades podrían haber sido mejores si hubieran optado por el segundo curso de
acción.
En Argelia, dónde a partir de 1956 los franceses gozaban de una supremacía militar
arrolladora sobre el FLN, sus esfuerzos inicialmente se esparcieron a través de todo el
territorio, con concentraciones más importantes a lo largo de las fronteras con Túnez y
Marruecos y en Cabilia, una región montañosa escabrosa y densamente poblada. Las
fuerzas del FLN fueron desintegradas rápidamente, pero la falta de doctrina y experiencia
sobre qué hacer después de las operaciones militares, entre otras cosas, imposibilitaron
un éxito bien definido de los franceses. Durante los años 1959 a 1960, la estrategia
francesa avanzaba de Oeste a Este, comenzando por la región de Oran, luego hacia las
Montañas Ouarsenis hacia Kabya y finalmente hacia la región Constantina. Esta vez
contaban con experiencia suficiente; el período de confusión había terminado. Para finales
de 1960, cuando la política del gobierno francés había conmutado de “vencer a la insurgencia”
a “desconectar a Francia de Argelia”, las fuerzas del FLN en Argelia fueron reducidas a entre
8.000 y 9.000 hombres bien aislados de la población, fraccionados en pequeñas bandas
ineficaces, con 6.500 armas que en su mayoría habían sido enterradas por falta de municiones.
Ni un solo jefe de vilayato (región) en Argelia estaba en contacto con la organización del FLN
en el exterior, ni siquiera por radio. Las purgas estaban devastando sus rangos y algunos de
los jefes de alto rango del FLN en Argelia realizaron propuestas de rendición.
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De la estrategia a la táctica 99
Las fronteras estaban cerradas a infiltraciones, salvo muy ocasionalmente por uno o dos
hombres. Las fuerzas francesas incluían 150.000 musulmanes, sin contar los grupos de
autodefensa en casi todos los pueblos. Todo lo que quedaba por hacer, si la política no
hubiera cambiado, era eliminar los remanentes reaccionarios del insurgente, en el mejor
de los casos una larga tarea, considerando el tamaño de Argelia y su terreno. En Malaya
la fase final del contrainsurgente duró por lo menos cinco años.
Estas dos consideraciones indican que la selección de la primera área debe prometer una
victoria táctica sencilla a costa de un riesgo estratégico. En otras palabras, parece mejor
ir desde lo sencillo hacia lo difícil, salvo que el contrainsurgente sea tan fuerte que pueda
afrontar la estrategia contraria.
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100 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA
pero el hecho es que las montañas, los bosques y los pantanos no representan
obstáculos para la insurgencia, sino más bien su terreno favorito. Tampoco
representan barreras las fronteras internacionales; generalmente éstas han
restringido únicamente a la contrainsurgencia. Si no existen obstáculos naturales,
debe considerarse la posibilidad de construir obstáculos artificiales, como lo hicieron
los franceses a lo largo de las fronteras de Túnez y Marruecos. Esta solución puede
ser costosa, pero resulta en tanta seguridad y ahorro en elemento humano que
puede valer la pena.
Sin embargo, como el objetivo es la población, los factores relacionados con ella
adquieren una importancia particular. Hay factores objetivos. ¿Cuán grande es la
población? Cuanto mayor sea, tantos más altos serán los riesgos. ¿La población está
concentrada en pueblos y aldeas o dispersa en todo el territorio? Una población
concentrada es más fácil de proteger y de controlar; de esta manera, una compañía de
infantería puede controlar fácilmente un pueblo pequeño de 10.000 a 20.000 habitantes –
salvo en caso de un levantamiento general- pero requeriría una unidad mucho mayor
si la misma población estuviera esparcida por toda la zona rural. ¿Cuán dependiente
es la población de los suministros externos y de los servicios públicos
proporcionados por la administración del contrainsurgente? ¿Debe importar
alimentos y otros materiales? ¿Es importante el comercio, o puede vivir en una
economía autárquica?
Sobre todo, existen los factores subjetivos. ¿Cómo ve la población a los respectivos
oponentes? ¿Cuál es la proporción de potenciales amigos, neutrales y enemigos?
¿Pueden definirse estas categorías de antemano? ¿Puede asumirse por ejemplo,
que la burguesía, los hacendados ricos, los pequeños granjeros, etc. adoptarán esta
o aquella actitud? ¿Existe alguna presión sobre ellos? ¿Existe algún factor
disgregador que pudiera ser utilizado por alguno de los oponentes para fomentar
esta separación? Este tipo de análisis político es tan importante en la guerra de
contrainsurgencia como lo es el estudio de un mapa en la guerra convencional, pues
determina, aunque a grandes rasgos, si será sencillo o difícil trabajar en el área
considerada.
En Argelia, por ejemplo, se asumió automáticamente que los veteranos musulmanes que
recibían una pensión del gobierno de Francia serían hostiles al FLN y que las mujeres
musulmanas que vivían esclavizadas bajo las costumbres islámicas recibirían bien su
emancipación. A pesar de obstáculos parciales, en general, estas suposiciones
demostraron ser verdaderas.
Existe una dimensión óptima para el tamaño tanto del área como de la población. Por
sobre ésta, sería difícil mantener el aislamiento y los esfuerzos serían demasiado diluidos.
Por debajo de ella, la influencia del insurgente continuaría penetrando con demasiada
facilidad desde afuera, y la población, conciente de su pequeño número y sintiéndose
demasiado expuesta y demasiado conspicua, sería reacia a tender hacia el lado de la
contrainsurgencia.
Preparación política
Eliminemos primero los casos sencillos -tan simples como problemas analíticos-
descriptos brevemente a continuación:
1. En realidad la insurgencia no tiene causa alguna; está explotando las debilidades y los
errores de la contrainsurgencia. Esa parece ser la situación hoy en Vietnam del Sur. El
Vietcong no puede clamar por territorio, ya que hay en abundancia en Vietnam del Sur; ni
izar la bandera del anticolonialismo,
pues Vietnam del Sur ya no es una colonia; ni ofrecer el comunismo, que parece no
ser muy popular entre la población de Vietnam del Norte. El programa de la
insurgencia es simplemente: “Echar a los villanos”. Si los “villanos” (quienquiera que
esté en el poder en Saigón) corrigen su camino, la insurgencia perdería su causa.
2. El insurgente cuenta con una causa que el contrainsurgente puede adoptar sin hacer
peligrar demasiado su poder. Según vimos, ésta era la situación en las Filipinas
durante la insurgencia del Huk. Todo lo que debía hacer el contrainsurgente era
prometer las reformas necesarias y demostrar que lo decía en serio.
Uno se queda con un caso general cuando el insurgente tiene el monopolio de una
causa dinámica. ¿Qué puede hacer el contrainsurgente? Saber que su desventaja
ideológica decaerá un poco a medida que la guerra misma se transforme en el tema
principal, no es un consuelo, porque debe durar hasta entonces y el momento para
lanzar una contraofensiva es al principio.
Aún sabiendo que su programa será poco o nada atractivo, el contrainsurgente debe,
de alguna manera, encontrar un conjunto de reformas, aunque sean secundarias,
incluso si fueran menores. Debe apostar a que la razón, a final de cuentas prevalecerá
sobre la pasión.
También sería prudente averiguar si lo que ofrece es realmente deseado por la gente.
Las reformas concebidas en lo abstracto a un gran nivel pueden sonar prometedoras
en el papel pero no siempre corresponden a los deseos populares. Por consiguiente,
un método práctico consistiría en investigar objetivamente las demandas de la gente,
realizar una lista de ellas, eliminar aquellas que con seguridad no pueden ser
concedidas y promocionar las restantes.
El contrainsurgente también debe decidir cuándo hacer público su programa. Si hace esto
demasiado pronto, sería tomado como un signo de debilidad, podría elevar las demandas
del insurgente, inclusive alentar a la población a apoyar a la insurgencia con la esperanza
de concesiones sonoras; y mientras dure la guerra, el impacto del programa podría
empañarse. Si el anuncio es retrasado excesivamente, la tarea de alcanzar el apoyo de la
población podría tornarse más difícil. Estimar el tiempo correcto es una cuestión de
criterio basado en las circunstancias y no puede sugerirse ninguna solución por
adelantado. Sin embargo, parece posible y prudente separar el programa político de las
reformas concretas específicas. Este programa podría ser anunciado temprano en
términos generales. Las reformas, dado que carecen de sentido salvo que puedan ser
implementadas con seguridad, podrían ser hechas públicas a nivel nacional cuando la
experiencia local haya demostrado su significación.
En todo caso, nada podría ser peor que prometer reformas y no querer o no poder
implementarlas.
Por muy preparadas, entrenadas y adoctrinadas que pudieran estar las fuerzas del
contrainsurgente, la realidad siempre difiere de la teoría. Se cometerán errores, pero sería
imperdonable no aprender de ellos. Por este motivo, la primera área seleccionada debe
ser considerada área de prueba. El valor de las operaciones que se lleven a cabo allí
yace tanto en lo que enseñan como en sus resultados intrínsecos.
Todo esto no puede quedar librado al destino y a la iniciativa personal, debe ser
organizarse cuidadosa y deliberadamente.
Los comunistas chinos que solían tener bien clara la importancia de aprender y combinar
la teoría con la práctica, parecen haber aplicado, a comienzos de los años 50, un método
que poco tiene que ver con el marxismo y mucho con la ciencia experimental y el llano
sentido común. Nunca explicaron explícitamente su método, por lo que lo siguiente es una
reconstrucción basada en la observación de hechos y algo de razonamiento lógico.
Siempre que el máximo liderazgo comunista chino, es decir los diez o doce miembros del
grupo estable del Comité Central, consideraba una reforma importante como por ejemplo
el establecimiento de cooperativas agrícolas semisocialistas, la idea primero se discutía
con detenimiento dentro del grupo. Si allí no se rechazaba, se enviaba seguidamente un
borrador preliminar, el Proyecto Nº 1 al Comité Central con sus setenta y algo de
miembros regulares, se discutía nuevamente con detenimiento, se enmendaba o quizás
incluso se descartaba.
Los comunistas chinos habían designado de antemano ciertas áreas de todas las
dimensiones como áreas de prueba. De esta manera, Manchuria en su totalidad fue una
región de prueba porque era considerada la vanguardia para la industrialización de China;
una provincia aquí y allá, uno o más distritos en cada provincia, uno o varios pueblos en
cada distrito fueron seleccionados por diversas
Fue así como Pekín pudo conducir, en unas pocas semanas, el primer censo
relativamente exhaustivo de China,* o imponer una estrecha racionalización de granos
en el plazo de un mes. El hecho de que el régimen comunista se volviera literalmente
loco en el período siguiente al “gran salto hacia delante” no destruye la legitimidad del
principio. Y aunque el ejemplo anterior no haya sido tomado de una situación de
contrainsurgencia, el principio puede, de hecho, aplicarse provechosamente en
cualquier contrainsurgencia.
Se habrá alcanzado el objetivo cuando las unidades estáticas que quedaron para
resguardar el área puedan ser desplegadas con seguridad en la extensión necesaria. En
consecuencia, si solamente se expulsa a la mayoría de las guerrillas, el resultado aún es
bueno. Si se desbandan en grupos muy pequeños y se mantienen escondidos en el área,
la situación aún es aceptable, si el contrainsurgente puede arreglárselas para que no
puedan reagruparse. Con este fin, en este caso, algunas fuerzas móviles del
contrainsurgente deberán permanecer en el área hasta que las unidades estáticas,
consolidadas y con suficiente control físico sobre la población se encuentren en posición
de hacer frente a los guerrilleros dispersos y evitar que se reagrupen en pandillas más
grandes y más peligrosas.
1. Las unidades móviles más las unidades destinadas a permanecer en el área para reforzar
cualquier unidad estática que originalmente estuviera allí, repentinamente se concentran
alrededor del área. Comienzan a operar desde afuera hacia adentro con la intención de
atrapar a los guerrilleros rodeándolos en un círculo. Al mismo tiempo, las unidades en
guarnición en las áreas linderas reciben la orden de intensificar su actividad en la
periferia del área seleccionada.
Durante estas etapas, como en todas las demás, se complementan las operaciones
con información táctica y de guerra psicológica dirigida a la insurgencia, las propias
fuerzas del contrainsurgente y la población.
Pedir a la población local que coopere en masa y abiertamente en esta etapa sería
inútil e incluso contraproducente, pues no pueden hacerlo si continúan aún bajo el
control del insurgente. Impulsar este tipo de línea expondría a la contrainsurgencia a
un fracaso público. Además, si algunos civiles locales cooperaran prematuramente y
fueran castigados por ello por el insurgente, el revés psicológico sería desastroso.
El peor error que puede cometer el insurgente en esta etapa sería aceptar el combate
y mantenerse activo mientras el contrainsurgente es muy fuerte. El objetivo de la
guerra psicológica es empujarlo a ello.
Esto no significa que la actividad militar se detendrá. Por el contrario, las unidades
estáticas continuarán rastreando a las guerrillas, pero ahora a través operaciones en
pequeña escala y emboscadas, en el entendimiento de que esta actividad no debe
distraerlos nunca de su misión principal que es obtener el apoyo de la población.
El contrainsurgente también debe ver que las fuerzas guerrilleras no regresen con fuerza
desde afuera. Enfrentarse a tales incursiones será la tarea principal de las fuerzas
móviles propias del área.
El propósito de desplegar unidades estáticas es establecer una red de tropas para que la
población y los equipos políticos del contrainsurgente estén protegidos razonablemente
bien y de forma tal que las tropas participen en la acción cívica al más bajo nivel,
solamente donde el personal político civil es insuficiente. Se dividirá el área en sectores y
subsectores, cada uno con su propia unidad estática.
Los límites administrativos y militares deberán coincidir en cada nivel, incluso si los
límites resultantes parecen descabellados desde el punto de vista estrictamente
militar. No observar este principio resultaría en confusión, lo que beneficiaría a la
insurgencia.
Parece lógico que inicialmente la red sea más estrecha en el centro del área que en la
periferia, donde las fuerzas contrainsurgentes necesariamente dedicarán una mayor
parte de su actividad a las operaciones militares.
4 asentamientos de 2.000 personas cada uno parecen mejor que un asentamiento único de
8.000.
En cada nivel, el mando territorial debe contar con sus propias reservas móviles.
Cuanto más dispersas estén las unidades estáticas, tanto más importantes son las
reservas móviles. Sin embargo, no debe permitirse que permanezcan ociosas entre
operaciones militares; ellas pueden y deben participar también en el programa de
acción civil. En otras palabras, estas reservas móviles locales son unidades estáticas
mediante las que el mando local cuenta con una opción operativa con un tiempo de
alerta de una, dos o más horas.
El principio del área de prueba se aplica a cada nivel. Hasta haber adquirido un poco
de experiencia, sería mejor que las unidades básicas no se diseminaran de inmediato
por todo su territorio,
incluso si fuera seguro hacerlo, pero que en vez de ello concentraran su trabajo primero
en un pueblo para que así, cuando ocupen otros pueblos, los soldados sepan qué deben
hacer y qué deben evitar.
Durante esta etapa, pueden asignarse los siguientes objetivos al programa de información
y de guerra psicológica.
Aún es de interés para el contrainsurgente seguir la misma política que en la etapa previa
e incitar a las guerrillas a reaccionar en el peor momento posible para ellos. Por lo tanto,
se debe poner énfasis en que estarán perdidos una vez que hayan sido aislados de la
población. Exhortarlos a abandonar el área o a rendirse puede inducir a sus líderes a
hacer exactamente lo opuesto, es decir, a pelear.
2. Aislar, tanto como sea posible, a la población de las guerrillas por medios físicos.
El principal centro de interés cambia ahora al nivel de unidad básica de tarea, dónde la batalla
real tiene lugar.
La batalla ocurre porque la población, que hasta hace poco estaba bajo el control abierto
del insurgente y probablemente aún se encuentre bajo su control encubierto a través de
las células políticas existentes, no puede cooperar espontáneamente, incluso si se
tuvieran todos los motivos para creer que la mayoría simpatiza con el contrainsurgente.
Los habitantes generalmente evitarán cualquier contacto con él. Hay una barrera entre
ellos y el contrainsurgente que debe ser destruida y puede serlo únicamente por la fuerza.
Todo lo que el contrainsurgente desee que la población haga deberá ser impuesto. Sin
embargo, no debe tratarse a la población como un enemigo.
La solución es primero pedir y luego ordenar, a la población realizar una cierta cantidad
de tareas colectivas e individuales por las cuales se les pagará. Al dar órdenes, el
contrainsurgente proporciona la coartada que la población necesita ante el insurgente.
Obviamente, sería un error terrible dar órdenes y no estar en condiciones de hacerlas
cumplir. El contrainsurgente debe tener cuidado en emitir órdenes con moderación y
solamente después de asegurarse que la población humanamente puede cumplirlas.
Comenzando por tareas que directamente beneficien a la población, como limpiar el pueblo o
reparar las calles, el contrainsurgente conduce a los habitantes gradualmente, aunque solo sea
en forma pasiva, a participar en la lucha contra el insurgente mediante tareas tales como la
construcción de rutas de interés militar, ayudar a la construcción de las instalaciones
defensivas del pueblo, llevar suministros a los destacamentos militares, proporcionar guías y
centinelas.
Se deberán proporcionar libretas de familia a cada hogar para facilitar el control de hogar a
hogar, y las cabezas de familia deben ser hechas responsables por informar cualquier cambio
que ocurra. Esta última medida es útil no solamente porque es esencial para mantener
el censo al día, sino también porque depositar la responsabilidad en la cabeza de
familia lo hace participar voluntariamente en la lucha.
Sin embargo, estas reglas carecen de valor salvo que puedan implementarse en forma
estricta y sistemática. Dado que seguramente creará infractores, debe diseñarse un
sistema de multas ágil y conciso y anunciarse a la población. El problema de las multas
amerita ser considerado al nivel más alto de la jerarquía del contrainsurgente porque es
importante y porque su solución no puede ser dejada a la iniciativa de los líderes
locales, ya que podría conducir a castigos muy livianos o muy fuertes y, en cualquier
caso, al caos.
Si el control de mercaderías resulta necesario, debería ser restringido a aquellos bienes que
son tanto escasos como muy útiles para las guerrillas, como ser alimentos enlatados, baterías
de radio, calzados. Un caso en el que el control de alimentos es eficaz a bajo costo es
cuando las guerrillas se encuentran aisladas geográficamente de la población, como en
Malaya, donde vivían en la jungla mientras la población había sido reagrupada afuera.
Deberían diseñarse planes para una reacción rápida contra cualquier movimiento del
insurgente, involucrando las fuerzas que pueden estar disponibles al instante.
Para este propósito pueden diseñarse muchos sistemas, pero el más simple es multiplicar las
oportunidades de contactos individuales entre la población y el personal del contrainsurgente,
para lo cual cada uno debe participar en la recopilación de datos de inteligencia (no solamente
los especialistas). El censo, la emisión de pases, la remuneración a trabajadores, etc.,
representan tales oportunidades.
En casos aún más duros, las visitas de seudo insurgentes a los habitantes son otra
forma de obtener información de inteligencia y al mismo tiempo sembrar sospechas
entre la verdadera guerrilla y la población.
Otro problema es cómo convertir a cada miembro de las fuerzas del contrainsurgente
en un agente activo y eficiente, independientemente de su rango y aptitud. Donde el
estricto acatamiento de las órdenes era suficiente en las etapas anteriores, ahora la
iniciativa se transforma en un deber. A pesar de que cada esfuerzo individual debe
estar enfocado en el mismo objetivo, las desviaciones o los errores involuntarios
deben ser reducidos al mínimo. Este es el momento en el que el comandante local
debe asignar tareas específicas a sus hombres todos los días, instruirlos
pacientemente sobre sus propósitos, delinear un camino para alcanzarlos, anticipar las
dificultades que probablemente surjan y proponer una solución adecuada. Después de
cada operación concreta debe mantener una reunión con sus hombres,
Es apenas posible “precocinar” este tipo de propaganda a un alto nivel. Se puede ver
fácilmente que las responsabilidades depositadas en el comandante local son
extremadamente pesadas, especialmente cuando recién comenzó a contactar a la
población y aún no ha evaluado sus reacciones en forma general.
Entre las guerrillas, como entre cualquier grupo humano, se puede encontrar una
diversidad de pensamientos, sentimientos y grados de compromiso con la causa del
insurgente. Tratarlos como un bloque seguramente cimentará su solidaridad. A partir
de ahora, la meta de la guerra psicológica del contrainsurgente debería ser, por el
contrario, dividir sus filas, activar oposición entre la masa y los líderes, para así
convertir a los disidentes.
Ésta es una tarea que generalmente excede las posibilidades del comandante local,
pues éste cuenta únicamente con un canal de comunicaciones indirecto con las
guerrillas –a través de la población- y las guerrillas dispersas generalmente merodean
en un territorio más extenso que el propio. De esta manera puede participar, pero no
conducir la campaña, la cual debe ser dirigida desde un nivel superior.
Esto es, en esencia, una operación policial dirigida no contra delincuentes comunes
sino contra hombres cuyas motivaciones, incluso cuando el contrainsurgente las
desapruebe, pueden ser perfectamente honorables. Además, como norma, no
participan directamente en las acciones directas del terrorismo o la guerrilla, y
técnicamente no tienen sangre en sus manos.
Como estos hombres son personas locales con lazos familiares y conexiones, y son
perseguidos por extranjeros, automáticamente existe hacia ellos un cierto sentimiento
de solidaridad y empatía por parte de la población. En el mejor de los casos, la acción
de la policía no puede dejar de tener aspectos desagradables tanto para la población
como para el personal contrainsurgente que convive con ella. Es por este motivo que
la eliminación de los agentes debe realizarse en forma rápida y decisiva.
¿Pero quién puede garantizar que nunca se cometerán errores y que se arreste a
personas inocentes por equivocación? De hecho, uno de los trucos preferidos del
insurgente es confundir al contrainsurgente para arrestar a personas que se oponen a
la insurgencia. Asumiendo que únicamente los hombres correctos fueran arrestados,
sería peligroso e ineficiente permitir que fueran tratados e interrogados por
aficionados. Todas estas razones exigen que la operación sea conducida por
profesionales, por una organización que de ninguna manera debe confundirse con el
personal contrainsurgente que trabaja para apoyar a la población. Si no es posible
confiar en la policía existente, entonces debe crearse una fuerza policial especial para
este fin.
policía durante la “purga”. Cuándo purgar es su decisión, la que debe basarse en dos
factores:
Obviamente, existe un riesgo de que los miembros de la célula, alertados por el primer
movimiento, se esfumen. El riesgo es pequeño, sin embargo ¿que podrían hacer? Si
se unen a las guerrillas remanentes, podrían poner una carga adicional sobre ellas sin
aumentar sustancialmente su eficacia, dado que unas pocas guerrillas más no
cambian mucho la situación, mientras que la eliminación de una célula política implica
un gran cambio. Si se movilizan a otra zona en la que podrían ser forasteros, su valor
como agentes para la insurgencia decrecería sustancialmente, y además podrían ser
detectados y arrestados con facilidad.
De esta manera, así como la expulsión de las guerrillas fue un resultado satisfactorio en la
primera etapa, la expulsión de los agentes políticos es igualmente aceptable.
El momento para iniciar la purga, entonces, no es cuando los miembros de la célula han sido
identificados positivamente, un proceso que tomaría mucho tiempo y dejaría mucho librado al
azar, sino más bien cuando se ha recabado suficiente información sobre varios aldeanos
sospechosos.
La indulgencia en este caso parece ser una buena práctica política, pero no la
indulgencia ciega. A pesar de que los agentes insurgentes que se arrepienten
sinceramente pueden ser liberados inmediatamente, sin riesgo para el esfuerzo de
guerra contrainsurgente, aquellos que no lo hacen deben ser castigados. Dos criterios
pueden servir para probar su sinceridad: una confesión completa de su actividad pasada
y la voluntad de participar activamente en la lucha del contrainsurgente.
Otra ventaja de una política de indulgencia es facilitar las purgas posteriores, porque los
sospechosos que previamente han visto arrestar agentes que luego fueron puestos en libertad,
estarán más dispuestos a hablar.
Aquí comienza la parte constructiva del programa del contrainsurgente. Lo realizado hasta
el momento tenía la finalidad de apartar de la población la amenaza directa del insurgente
armado y la amenaza indirecta de los agentes políticos. De aquí en adelante, el objetivo
de los esfuerzos del contrainsurgente será obtener el apoyo activo de la población, sin el
cual la insurgencia no puede ser liquidada.
1. Que la purga no fue completa y eso puede ser corregido con facilidad.
Pueden considerarse dos métodos opuestos. Uno es designar hombres que hayan sido
previamente identificados como seguidores, imponiéndolos de ese modo a la
población. Éste debería ser un último recurso porque el poder y la influencia de estos
hombres siempre dependerán de la fortaleza del contrainsurgente. Serán considerados
marionetas: la población nunca sentirá ninguna responsabilidad real hacia ellos.
Una estrategia mejor sería llamar a elecciones absolutamente libres para un gobierno
provisional local propio, permitiendo de esta manera que los líderes surjan
naturalmente de la población, la que se sentirá más ligada a ellos ya que serán
producto de su elección. El riesgo de que neutrales o incluso seguidores insurgentes
no detectados pudieran ser elegidos es reducido dado que la población entenderá que
el contrainsurgente a esta altura sabe quién estaba a favor de quién, en especial si ha
difundido el rumor de que esto era parte de la información que obtuvo de los agentes
detenidos.
Lo más probable es que la población elija a personas de las que sabe o sospecha que son
seguidores contrainsurgentes.
Existe un riesgo mucho mayor de que la población no elija líderes naturales sino hombres
seleccionados por su presunta capacidad para apaciguar al contrainsurgente. Una señal
obvia de ello sería la ausencia de hombres jóvenes entre los líderes locales elegidos.
Cualquiera sean los resultados de las elecciones, el contrainsurgente debe aceptarlos con
la salvedad anunciada públicamente de que estos nuevos líderes locales estarán en
funciones temporalmente hasta las elecciones definitivas, cuando haya sido reestablecida
la paz en todo el país.
La propaganda dirigida a la población durante esta etapa debe hacer hincapié en cuatro
puntos: la importancia de las elecciones, la total libertad para los votantes, la necesidad
de votar y la naturaleza provisoria del gobierno local elegido.
Por lo tanto, la primera tarea a realizar es probar a estos nuevos líderes locales. El
principio de la prueba es simple: Se les asignan tareas concretas y se juzgan por su
capacidad para cumplirlas. En esta etapa existen cantidad de tareas que pueden
asignarse: dirigir el gobierno local, emprender proyectos locales en los campos social y
económico, asumir algunas funciones de la policía, reclutar voluntarios para las unidades
de autodefensa, hacer propaganda, etc.
Puede pasar en unas pocas elecciones locales que los hombres elegidos sean todos
inútiles y no haya mejores candidatos disponibles. Esto sería sencillamente un caso de
mala suerte, contra el cual poco puede hacerse a nivel local, salvo manipular los
distritos electorales para fusionarlos con los adyacentes, donde se dispone de hombres
mejores. Este problema es menos serio cuando se trata de descubrir cientos de líderes
locales que cuando se trata de encontrar al mejor líder contrainsurgente a nivel
nacional.
Las diversas tareas confiadas a los líderes locales tienen, obviamente, más que el valor
de una prueba. La mayoría también esta diseñada para ganar el apoyo de la población a
través de éstos líderes. Algunas tareas fueron concebidas para hacer que la población
asuma una participación activa en la lucha contra la insurgencia: organizando unidades
de autodefensa, reclutando auxiliares de tiempo completo para las fuerzas regulares,
organizando la inteligencia y las redes de control y los equipos de propaganda.
Tres de los muchos problemas que enfrenta el contrainsurgente durante esta etapa
requieren especial atención. Los líderes electos son blancos conspicuos para el
insurgente y deben protegerse, aunque no de forma tal que se confíen totalmente en la
protección contrainsurgente. Se les debe decir, por el contrario, que el apoyo de la
población es su mejor protección y que depende de ellos obtenerlo.
Al principio no puede evitarse un cierto grado de paternalismo ya que los líderes electos son
tanto desconocidos como faltos de instrucción, pero la actitud paternalista por parte del
contrainsurgente es autodestructiva, ya que promoverá la creación de hombres pasivos
complacientes, una plaga en las situaciones de contrainsurgencia. Por lo tanto, el
paternalismo debe ser descartado lo antes posible, incluso si esto involucra riesgos.
Otra señal certera de que se ha abierto una brecha es cuando la inteligencia aumenta
bruscamente en forma espontánea.
A medida que el trabajo avanza en el área, los líderes probados finalmente aparecerán en
cada aldea y pueblo.
3. Los poderes de los nuevos líderes sobre la población son en su mayoría de naturaleza
administrativa. Si su liderazgo debe ser extendido al campo político, solamente podrá
hacerlo a través de un partido.
4. Sus vínculos con la población se basan en un único voto oficial. Son muy frágiles
mientras los líderes no sean respaldados por una maquinaria política sólida, arraigada en
la población. Tal como el contrainsurgente mismo ha trabajado para descubrir a los
líderes, éstos deben a cambio, encontrar militantes entre la población. Para mantener
unidos a los militantes, los líderes necesitan el marco, el apoyo y la conducción de un
partido político.
¿Es mejor agrupar a los líderes locales y a los militantes dentro de un partido existente o
crear uno nuevo? Obviamente la respuesta depende de las circunstancias particulares,
del prestigio del partido existente, de la calidad de su liderazgo y del atractivo de su
plataforma.
No puede ser abordada mientras el contrainsurgente no haya decidido qué reformas políticas
pretende llevar a cabo.
A pesar de que en tiempos de paz la mayoría de los partidos políticos, con la notable excepción
del Comunista, apuntan a expandir sus afiliaciones con poca o ninguna consideración de las
aptitudes de los candidatos, las condiciones del insurgente dictan mayor precaución. El partido
político de la contrainsurgencia debería seleccionar a sus miembros cuidadosamente y basarse
más en la calidad que en la cantidad.
La creación de un partido no es una empresa ni fácil, ni rápida. El hecho sigue siendo, sin
embargo, que los líderes locales deben ser agrupados en algún tipo de organización nacional
una vez que un número suficiente de ellos haya surgido. Al comienzo, las asociaciones
regionales pueden cumplir temporalmente el propósito.
El principio operativo básico para eliminar a las guerrillas que son pocas y están
aisladas de la población, es forzarlas a movilizarse para convertirse en “delincuentes
errantes”, y así capturarlas cuando intenten cruzar las sucesivas redes de las fuerzas
contrainsurgentes. Estas fueron, básicamente, las tácticas aplicadas con gran éxito
por los propios comunistas chinos en el sur de China entre 1950 y 52 cuando
liquidaron a los remanentes nacionalistas.
Los requerimientos de tropas son importantes, pero como las guerrillas operan en
grupos muy reducidos de unos pocos hombres cada uno, y además están débilmente
armadas, la red puede confiarse a la población, la que esta temporalmente movilizada
y armada, y es dirigida por grupos de líderes profesionales seleccionados de las
unidades estáticas. Se utilizará a las reservas móviles asignadas al área para la
ocasión para hacer salir a las guerrillas.
Durante cuánto tiempo este esfuerzo puede o debe ser mantenido es una cuestión de las
circunstancias locales, siendo el factor principal la interferencia en la vida de la población.
Obviamente, el mejor momento es cuando la agricultura está totalmente detenida.
Los esfuerzos militares deben complementarse con una intensa ofensiva psicológica
contra las guerrillas; la carta de triunfo en este caso es una oferta de amnistía. Esto
presenta cierto riesgo pero inferior que en cualquier otro momento porque el
contrainsurgente ha alcanzado ahora una verdadera posición de superioridad en el área
seleccionada, basado en el apoyo eficaz de la población.
Sin embargo, no puede esperarse incluso de un esfuerzo tan importante que acabe
totalmente con la insurgencia en el área, algunas guerrillas igualmente lograrán
sobrevivir. Puede ser interesante mencionar al respecto, que en septiembre de 1962, catorce
años después del comienzo de la insurgencia en Malaya, 20 a 30 guerrilleros comunistas aún
resistían en las profundidades de la jungla en el interior de Malaya, sin contar a 300 más que
operaban en la frontera malayo-tailandesa.
La carga de gobernar nuestra nación recae sobre los hombros de una escasa
cantidad de personas. Cuando hago campaña, mes a mes, siempre veo una y otra
vez a la misma gente. A los demás nunca llego.*
* James A. Michener, “What Every New Candidate Should Know”, (Lo que todo nuevo
candidato debería saber), revista The New York Times. 23 de septiembre de 1962
136
¿Es siempre posible derrotar una insurgencia? Este trabajo, a pesar de tratarse de un
accidente intelectual común, puede haber dado la impresión de que la respuesta es una
afirmativa rotunda. Cuando uno en las escuelas militares aprende sobre la ofensiva, uno
tiene la impresión de que nada puede resistir un ataque bien montado, el que se presenta
como la “fuerza irresistible”. Luego uno aprende sobre la defensiva y tiene la impresión de
que nada puede atravesar una defensa bien concebida, “la masa inmóvil”. (No tomemos
en cuenta el misil nuclear contra el cual aún no se ha divisado ninguna defensa).
Las insurgencias en el pasado reciente han surgido a raíz de dos causas principales: (1)
el surgimiento del nacionalismo en territorios coloniales y (2) la presión comunista, esta
última a veces inspirando y dirigiendo la insurgencia sola, a veces en combinación con el
anterior, pero siempre presente y activa.
El colonialismo está muerto, salvo por algunos casos aislados contra los cuales los
“vientos de cambio” concentran su furia. Sería de esperar que el asunto muriera con él.
Lamentablemente esto no ha sucedido, pues después del colonialismo viene el
“neocolonialismo”, lo que no es meramente una consigna comunista. En América Latina
no existen colonias salvo las Guyanas, Honduras Británica y otros lugares insignificantes.
Sin embargo, todo el continente parece bullir en disturbios. La guerra revolucionaria en
Cuba, que no era una colonia, no es sino una señal. “Según suceden los hechos ahora, el
estallido más grande de la historia se está preparando en América Latina”, advirtió
Eduardo Samos, el ex-presidente de Colombia.* El asunto de los neocolonialistas no está
confinado a América Latina. Las protestas fundadas y no tan fundadas contra la
explotación económica por occidente también se escuchan en África y en Asia. Unas
pocas entre las naciones recientemente emancipadas han podido recuperarse de
disturbios inevitables que, incluso en las mejores circunstancias, han marcado la partida
de los gobernantes anteriores. Menos aún han sido los que han podido demostrar que la
independencia implica progreso inmediato para las masas, tal como se les hizo creer.
* Según lo citado en “The Voice of Latin America,” (La voz de América Latina) de
William Renton, en Britannica Book of the Year, 1961
Un mapa ideológico del mundo (ver la Figura 4) también realizado en 1951 en China,
traduce vívidamente las implicancias de esta nueva, aunque quizás unilateral, versión
del Tratado de Tordesillas, mediante el cual el Papa Alejandro VI en 1494 concedió a
España todas las tierras descubiertas a más de 370 leguas al oeste de las Islas de Cabo
Verde y a Portugal el derecho a explorar y anexar todas las tierras en África y al este
del dominio español. En este mapa de 1951, Canadá y Australia eran estrictamente
considerados países coloniales por los chinos; América Latina y Japón como territorios
capitalistas.
BORRADOR
Países comunistas
Países capitalistas
Países coloniales y
semicoloniales
Figura 4 – Mapa ideológico del mundo según la óptica de los comunistas chinos en 1951
8/12/2013
Comentarios finales 141
Las subsiguientes declaraciones de los comunistas chinos indican que toda América
Latina y Japón, este último una “semicolonia estadounidense”, se encontraban dentro
del campo de influencia chino, mientras que Australia y Canadá se encontraban dentro
del campo soviético. (Ver la Figura 5).
BORRADOR
Países comunistas
Países capitalistas
Países coloniales y
semicoloniales
Figura 5 – Mapa ideológico del mundo según revisión de acuerdo con las
subsecuentes declaraciones de los comunistas chinos.
8/12/2013
Comentarios finales 143
Por último, existe otra razón para asumir que la lista de guerras revolucionarias no está
cerrada. Ciertamente es más fácil iniciar una insurgencia que reprimirla. Hemos visto
cuánto desorden han sido capaces de ocasionar los comunistas griegos, incluso a pesar
de que no se cumplieron los requisitos previos para su éxito. Con tantas insurgencias
exitosas en los últimos años, siempre existirá la gran tentación de iniciar operaciones
para un grupo descontento, en cualquier lugar. Pueden apostar a la debilidad inherente
del contrainsurgente (inherente debido a la asimetría entre un bando y el otro) o pueden
apostar al apoyo de una parte u otra del mundo. Sobre todo, pueden apostar a la
eficacia de una doctrina de guerra de insurgencia, tan fácil de captar, tan ampliamente
propagadas hoy que casi cualquiera puede ingresar al negocio.
The Soviet Bloc, por Zbigniew K. Brzezinski (patrocinado conjuntamente con el Centro
Ruso de Investigación). Harvard University Press, 1960.
The Necessity for Choice, por Henry A. Kissinger. Harper & Brothers, 1961.
Strategy and Arms Control, por Thomas C. Schelling y Morton H. Halperin. Twentieth
Century Fund, 1961.
Rift and Revolt in Hungary, por Ferenc A. Váli. Harvard University Press, 1961.
Communist China 1955-1959: Policy Documents with Analysis, con Prólogo de Robert R.
Bowie y John K. Fairbank (patrocinado conjuntamente con East Asian Research Center).
Harvard University Press, 1962.
The Dilemma of Mexico's Development, por Raymond Vernon. Harvard University Press,
1963.
The Arms Debate, por Robert A. Levine. Harvard University Press, 1963.
Africans on the Land, por Montague Yudelman. Harvard University Press, 1964.
1. A Plan for Planning: The Need for a Better Method of Assisting Underdeveloped
Countries on Their Economic Policies, por Gustav F. Papanek, 1961.
2. The Flow of Resources from Rich to Poor, por Alan D. Neale, 1961.
4. Reflections on the Failure of the First West Indian Federation, por Hugh W.
Springer, 1962.
6. Europe's Northern Cap and the Soviet Union, por Nils Örvik, 1963.