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DAVID

GALULA

LA GUERRA DE
CONTRAINSURGENCIA
TEORÍA Y PRÁCTICA

PRÓLOGO
POR ROBERT R. BOWIE

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21, 2006. This permission includes posting an electronic version on the WHINSEC Blackboard.

El dueño del derecho de autor otrogó el permiso para traducir y publicar este material el día 21 de
diciembre de 2006. Este permiso incluye colocar una versión electrónica en la pizarra “Blackboard” de
WHINSEC.

AOWC 3-07 (Comprehensive Language Center) 1 8/12/2013


BORRADOR
LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA
Teoría y Práctica

DAVID GALULA

Prólogo por ROBERT R. BOWIE

La epidemia de las insurgencias de guerrillas desde la Segunda Guerra Mundial ha estimulado,


como es previsible, los estudios de “las leyes de la guerra revolucionaria”. Sin embargo, estos
trabajos escritos por Mao Tse-tung, Che Guevara y otros han sido escritos desde el punto de
vista del insurgente. La contrainsurgencia, señala David Galula, no es meramente el anverso
de la guerra de insurgencia, sino tipo de guerra diferente con sus propias estrategias y tácticas.
“En una pelea entre una mosca y un león, la mosca no puede propinar un golpe de knock-out y
el león no puede volar”, escribe el Sr. Galula. Este libro es el primer intento por definir las leyes
de la guerra de contrainsurgencia, deducir sus principios a partir de ellas y delinear las
estrategias y tácticas correspondientes.
Empezando con unas pocas definiciones esenciales, haciendo una distinción entre
insurgencia por un lado, y revolución, conspiración y guerra civil por otro, el autor describe las
principales características de la guerra revolucionaria, la mayor parte de las cuales derivan de
un hecho preponderante: la asimetría entre los oponentes desde un principio. El
contrainsurgente, estando “a la moda” cuenta con una abrumadora superioridad en recursos
tangibles; sin embargo el insurgente dispone de los recursos intangibles de una causa en la
cual basar sus acciones y el verse liberado de la responsabilidad de mantener el orden. Dado
que en la mayoría de los casos el insurgente ya ha invalidado la causa más poderosa
disponible, una contrainsurgencia exitosa requiere, por lo tanto, que el gobierno en el poder -el
contrainsurgente- capitalice su superioridad física para poder superar, con tiempo, su
desventaja ideológica.
Al examinar las diferencias entre la lucha de guerras revolucionarias “frías” y “calientes”,
el autor desarrolla una estrategia general –las “leyes”– para la contrainsurgencia. Por último,
encuentra la aplicación táctica de la estrategia, paso por paso, desde el primer conflicto con el
enemigo hasta vencer o reprimir a la última de las guerrillas. En este análisis, el autor delinea
sus experiencias en China, Grecia, Argelia, Indochina, Malaya y las Filipinas, así como sus
conocimientos en guerra revolucionaria de otros lugares.

EL AUTOR: David Galula, un graduado de la Academia Militar Francesa de Saint-Cyr, ha


servido en China y Hong Kong como agregado militar francés y en Grecia como observador
militar de las Naciones Unidas. Ha observado la guerra revolucionaria en varios países del
sudeste de Asia así como en Argelia. Luego de su retiro del ejército francés, trabajó de 1962 a
1963 en el Centro de Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard, dónde este estudio
fue escrito.
Robert R. Bowie es Director del Centro de Asuntos Internacionales.

FREDERICK A. PRAEGER, Editor


Nueva York *Londres

AOWC 3-07 (Comprehensive Language Center) 2 8/12/2013


BORRADOR
LAS GUERRILLAS EN LA DÉCADA DE 1960

Edición revisada

PETER PARET y JOHN W. SHY

En esta edición revisada y ampliada de su trabajo pionero que fuera ampliamente aclamado,
los autores, ambos historiadores asociados a la Universidad de Princeton, observan el tema
desde la perspectiva de las consideraciones tanto políticas como militares, examinando las
bases fundamentales de la guerra de guerrillas y los problemas que conlleva en los contextos
históricos y contemporáneos.

“Este libro muy breve, es tan bueno como corto. . . una excelente guía a la naturaleza [de las
operaciones de guerrilla y contraguerrilla].” -The Economist

“Un excelente resumen del potencial y las limitantes de la guerra de guerrillas... representa una
destilación de una importante investigación y un estudio profundo”. -Foreign Service Journal

Estudios de política mundial de Princeton: No. 1

108 páginas $3.50

LA GUERRILLA Y CÓMO LUCHAR CONTRA ELLA

Selecciones de la Marine Corps Gazette

Editada por el Teniente Coronel T. N. GREENE

En enero de 1962 la Marine Corps Gazette dedicó un número entero al problema de la guerra
de guerrillas: De este número y de números pasados de la Gazette, el Coronel Greene, que
solía ser el editor de la revista, ha seleccionado quince piezas que constituyen un análisis
categórico y práctico de la historia, la política, la teoría y la conducción de la guerra de
guerrillas y contraguerrilla. Varios expertos dan cuenta de primera mano de las campañas
mismas. Entre quienes contribuyeron se encuentran Roger Hilsman, Walt W. Rostow, Bernard
B. Fall, E. L. Katzenbach, Jr., y el Brigadier General Samuel B. Griffith II [sic, probablemente “II”
en vez de “11”].

“... una “lectura obligada” para cualquier lector que quiera saber de qué se trata la guerra
revolucionaria de guerrillas”. – Washington Post

“Probablemente nunca se publique un libro de textos mejor”. –Library Journal

320 páginas $5.95

FREDERICK A. PRAEGER, Editor


Nueva York • Londres

AOWC 3-07 (Comprehensive Language Center) 3 8/12/2013


BORRADOR
ESTE LIBRO HA SIDO PREPARADO BAJO EL AUSPICIO DEL CENTRO DE
ASUNTOS INTERNACIONALES DE LA UNIVERSIDAD DE HARVARD

Fundado en 1958, el Centro fomenta el estudio avanzado de los problemas básicos mundiales
por estudiosos de varias disciplinas y funcionarios superiores de varios países. La investigación
del Centro, enfocando en los procesos de cambio, incluye estudios de asuntos político-
militares, los procesos de modernización de los países en desarrollo y la posición evolutiva de
Europa. Los programas de investigación son supervisados por los profesores Robert R. Bowie
(Director del Centro), Alex Inkeles, Henry A. Kissinger, Edward S. Mason, Thomas C. Schelling
y Raymond Vernon.
Puede encontrarse una lista de publicaciones del Centro al final de este volumen.

AOWC 3-07 (Comprehensive Language Center) 4 8/12/2013


BORRADOR
LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA
Teoría y Práctica

DAVID GALULA

Prólogo de
Robert R. Bowie

FREDERICK A. PRAEGER, Editor


Nueva York Londres

AOWC 3-07 (Comprehensive Language Center) 5 8/12/2013


BORRADOR
FREDERICK A. PRAEGER, Editor
64 University Place, New York 3, N.Y., U.S.A.
77-79 Charlotte Street, London W. 1, England

Publicado en los Estados Unidos de América en 1964


por Frederick A. Praeger, Inc., Editor

Todos los derechos reservados

© 1964 por Frederick A. Praeger, Inc.


Número de tarjeta de catálogo de la Biblioteca del Congreso: 64-13387

Impreso en los Estados Unidos de América

AOWC 3-07 (Comprehensive Language Center) 6 8/12/2013


BORRADOR
Prólogo
El espectro de las fuerzas que afectan la política internacional se ha ampliado mucho desde la
Segunda Guerra Mundial. Por un lado, la capacidad de destrucción ha sido aumentada
enormemente mediante armas nucleares y misiles. Por otro lado, la insurgencia le ha otorgado
un nuevo significado a los bajos niveles de violencia de las luchas anticolonialistas y las
guerras subversivas comunistas. Ambas puntas han puesto en relieve las dimensiones políticas
de la fuerza en la política internacional.
El Centro de Asuntos Internacionales ha estado dedicado desde su origen a la
evolución del rol de la fuerza. El impacto de las armas nucleares ha sido un interés constante
de Thomas C. Schelling, Henry A. Kissinger y otros miembros del Centro. Morton Halperin se
ha dedicado al análisis de la guerra limitada. El presente volumen complementa dichos
estudios tratando la violencia en el nivel más bajo de la escala.
En él, Sr. Galula enfoca en la estrategia para combatir la insurgencia. Al escribir sobre
este tema, puede referirse a una gama inusual de experiencias. Nacido en Túnez en 1919 (hijo
de un ciudadano francés), pasó la mayor parte de su infancia en Casablanca y luego de
alcanzar el bachillerato allí en 1938, optó por la carrera militar en el ejército francés. Luego de
graduarse de la Academia Militar Francesa en Saint Cyr, en 1940, combatió en el teatro de
operaciones europeo durante la Segunda Guerra Mundial. Desde 1945 a 1948 fue asignado a
China. Le siguieron dieciocho meses (1949-1950) en Grecia como observador militar para las
Naciones Unidas. Durante los próximos cinco años, fue agregado militar en Hong Kong. Luego,
de 1956 a 1958 sirvió en Argelia.
Este libro obtiene su carácter especial de los ricos antecedentes de su autor y su
inusual inclinación por el análisis riguroso. Su interés primario es el desarrollo de principios que
guíen a un régimen en el combate del insurgente. Para alcanzar estos preceptos, Galula se
apoya principalmente en observaciones y reflexiones derivadas de su experiencia en China,
Grecia, Sudeste Asiático y Argelia. Para resaltar estos preceptos, ha preferido confinar los
ejemplos y la narrativa al mínimo. Ya que la insurgencia parece ser una ocurrencia frecuente en
las naciones nuevas e inestables, deberían presentarse suficientes oportunidades para probar
sus modelos y principios bajo diferentes condiciones. Se espera que este estudio avance en la
comprensión y estimule el análisis de los problemas que examina.

ROBERT R. Bowie, Director


Centro de Asuntos Internacionales
Universidad de Harvard

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BORRADOR
Índice

Prólogo por Robert R. Bowie.........................................................................................................v

Introducción ............................................................................................................................... ix

1. Guerra revolucionaria: naturaleza y características .............................................................. 4

2. Los prerrequisitos para una insurgencia exitosa..................................................................13


Una causa .....................................................................................................................13
La debilidad del contrainsurgente ..................................................................................19
Condiciones geográficas ...............................................................................................24
Apoyo externo ...............................................................................................................26

3. La doctrina de la insurgencia...............................................................................................29
Modelos estratégicos para la insurgencia ......................................................................29
El modelo ortodoxo (comunista) ....................................................................................30
El modelo burgués-nacionalista: Un atajo......................................................................38
La vulnerabilidad del insurgente en el modelo ortodoxo ................................................40
La vulnerabilidad del insurgente en el modelo del atajo .................................................41

4. Contrainsurgencia de la Guerra Fría Revolucionaria ...........................................................43

5. Contrainsurgencia en la Guerra Revolucionaria Caliente ......................................................70


Leyes y principios de la guerra de contrainsurgencia ....................................................71
Estrategia de la contrainsurgencia.................................................................................80

6. Desde la estrategia a la táctica .............................................................................................87


Problemas de mando ....................................................................................................87
Selección del área de esfuerzos ....................................................................................96
Preparación política .....................................................................................................101
La primera área como área de prueba.........................................................................104

7. Las Operaciones .................................................................................................................107


La primera etapa: Destrucción o exclusión de las fuerzas insurgentes ........................107
La segunda etapa: Despliegue de la unidad estática ...................................................110
La tercera etapa: El contacto con la población y su control .........................................115
La cuarta etapa: Destrucción de la organización política del insurgente ......................123
La quinta etapa: Elecciones locales.............................................................................127
La sexta etapa: Probar a los líderes locales ................................................................129
La séptima etapa: Organización de un partido.............................................................131
La octava etapa: Vencer o suprimir las últimas guerrillas ............................................133

Comentarios finales ................................................................................................................136

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BORRADOR
Introducción
Las leyes de la guerra: un problema que cualquiera que dirija una guerra debe estudiar
y resolver.

Las leyes de la guerra revolucionaria: un problema que cualquiera que dirija una guerra
revolucionaria debe estudiar y resolver.

Las leyes de la guerra revolucionaria de China: un problema que cualquiera que dirija
una guerra revolucionaria en China debe estudiar y resolver.

-Mao TSE-TUNG, Problemas estratégicos


de la guerra revolucionaria de China
(diciembre de 1936)

Ningún jugador de ajedrez ha encontrado, ni es probable que encuentre, una manera segura de
ganar desde el primer movimiento. El juego contiene demasiadas variables para poder idear un
jaque mate garantizado, incluso para las insensibles computadoras electrónicas de hoy.
La guerra no es un juego de ajedrez sino un vasto fenómeno social con un número
infinitamente mayor de variables que se amplían cada vez más y que en algunos casos eluden
cualquier análisis. ¿Quién puede negar la importancia de la suerte en la guerra, por ejemplo, y
quién puede evaluar la suerte previamente? Cuando Mussolini se precipitó a la guerra en los
Balcanes, forzando a Hitler a desperdiciar la mejor parte de la primavera de 1941 en un teatro
de operaciones secundario y retrasar el ataque alemán a la Rusia soviética, puede haber
salvado Moscú. Puede argumentarse que en este evento no se introdujo ningún elemento de
suerte, sino un error flagrante en una parte del eje: Mussolini debería haber consultado a su
socio. Pero como Stalin no tuvo influencia alguna en la decisión de Mussolini, ¿a qué otra
conclusión se puede llegar, salvo que Stalin tuvo muchísima suerte?

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BORRADOR
La abundancia de variables en la guerra nunca ha desalentado la búsqueda por
sistemas a prueba de tontos. Debido a que la guerra puede ser un asunto de vida o muerte
para los estados y naciones, ningún otro campo de actividad humana ha sido analizado en
forma tan consistente, profunda y activa. Desde que el hombre piensa y lucha (a veces en
orden inverso), se ha intentado estudiar la guerra desde el punto de vista filosófico, porque a la
mente humana le encanta –y necesita- apoyarse en un marco de referencia; en la práctica el
objetivo es sacar conclusiones que le sean útiles en la próxima guerra.
Tales estudios han llevado, en casos extremos, a la negación de que pueda inferirse
lección alguna de guerras pasadas, cuando se sostiene que la conducción de la guerra es solo
un tema de inspiración y circunstancias; o, por el contrario, han llevado a la creación de
doctrinas y a su conservación como artículos rígidos de fe, independientemente de los hechos
y las situaciones. La historia militar francesa ofrece un notable ejemplo de la oscilación entre
estos dos polos. Los franceses no tenían teoría ni plan alguno en la Guerra Franco-Prusiana de
1870 a 1871. En 1940 duplicaron una receta probada durante la Primera Guerra Mundial y
combatieron una guerra al estilo 1918 contra las divisiones de Panzer alemanas. El resultado
en ambos casos fue desastroso.
Sin embargo, de los estudios y la experiencia acumulada han surgido observaciones de
algunos hechos recurrentes que se han formulado como “leyes” de la guerra. Por supuesto, no
tienen el mismo valor estricto que tienen las leyes de la ciencia física. Sin embargo, no pueden
cuestionarse verdaderamente si solo confirman lo que nos dice el sentido común. Y son muy
pocas. Así es que la primera ley es que el bando más fuerte gana; de allí proviene el axioma de
Napoleón: “La victoria pertenece al batallón mayor”. Si los bandos enfrentados son igualmente
fuertes, ganará el más determinado; esta es la segunda ley. Si la determinación es igualmente
firme, entonces la victoria pertenece al bando que obtenga y mantenga la iniciativa; ésta es la
tercera ley. La sorpresa, de acuerdo a la cuarta ley, puede jugar un rol decisivo. Estas leyes,
respaldadas por innumerables casos, constituyen el ABC de la guerra. Pueden, a su vez,
engendrar principios directrices tales como la concentración de iniciativas, la economía de las
fuerzas, la libertad de acción y la seguridad. La aplicación de estos principios puede cambiar de
época en época en la medida que cambien la tecnología, el armamento y otros factores, pero
retienen en general su valor a través de la evolución de la guerra.
En la mayoría de las guerras, las mismas leyes y principios se mantienen igualmente
verdaderos para ambas partes enfrentadas. Lo que varía es la manera en que cada oponente
los use, de acuerdo a su capacidad, situación particular y fuerza relativa. La guerra
convencional pertenece a este caso general.
La guerra revolucionaria, por otra parte, representa un caso excepcional no solo porque,
como sospechamos, tiene sus reglas particulares y diferentes a las de la guerra convencional,
sino también porque la mayoría de las reglas que se aplican a un lado no funcionan para el
otro. En una pelea entre una mosca y un león, la mosca no puede propinar un golpe de knock-
out y el león no puede volar. Es la misma guerra para ambos bandos en términos de espacio y
tiempo, sin embargo existen dos guerras diferentes: la revolucionaria y, llamémosle así, la
contrarrevolucionaria.
Es aquí dónde Mao Tse-tung puede llevar a conclusiones erróneas. Lo que él llama “las
leyes de la guerra revolucionaria” son, de hecho, las leyes de la parte revolucionaria, su parte.
Aquel que dirige una guerra contra un movimiento revolucionario no encontrará en Mao y en
otros teóricos revolucionarios las respuestas a sus problemas. Seguramente encontrará
información útil sobre cómo actúa el revolucionario, hasta puede inferir las respuestas que está
buscando, pero no las encontrará manifestadas en forma explícita. Algunos
contrarrevolucionarios han caído en la trampa de imitar a los revolucionarios tanto en mayor
como en menor escala, como mostraremos. Estos intentos jamás han tenido éxito.

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Entonces, ¿cuáles son las reglas de la guerra contrarrevolucionaria? Aquí puede
observarse otro hecho curioso. Aunque los análisis de guerras revolucionarias desde el punto
de vista revolucionario hoy en día son numerosos, hay un vacío en los estudios de la otra parte,
en particular a la hora de sugerir planes de acción concretos para los contrarrevolucionarios. Se
ofrece muy poco más allá de las fórmulas –suficientemente certeras en cuanto a su alcance-
tales como “la inteligencia es la llave que abre la puerta al problema” o “debe obtenerse el
apoyo de la población”. Cómo hacer girar esa llave, cómo ganarse el apoyo: es aquí donde
empiezan las frustraciones, tal como puede testificar cualquiera que haya estado involucrado
en una guerra revolucionaria –tanto desde una posición modesta como destacada- del lado
incorrecto, o sea, del lado difícil. El oficial subalterno en el campo que después de semanas y
meses de interminable persecución ha logrado destruir finalmente a una docena de guerrillas
opositoras solo para ver cómo se reemplazan por una docena más fresca; el funcionario
público que ha rogado en vano por una reforma de cinco centavos y ahora se le ordena
implementar de una vez un programa de cientos de dólares cuando ya no controla la situación
en su distrito; el general que ha “despejado” el sector A pero clama porque “ellos” quieren
quitarle dos batallones para el sector B; el oficial a cargo de la prensa que no puede explicar en
forma satisfactoria por qué, luego de tantas victorias decisivas, los rebeldes aún siguen
vigorosos y expandiéndose; el congresista que no puede entender por qué el gobierno debe
recibir más dinero cuando es muy poco lo que puede mostrar a cambio de las enormes
asignaciones concedidas anteriormente; el jefe de estado, hostigado desde todas partes, que
se cuestiona cuánto durará en el cargo: éstas son las típicas ilustraciones de la difícil situación
de los contrarrevolucionarios.
Evidentemente se requiere una brújula, y este trabajo pretende como único objetivo
construir este instrumento, aunque sea imperfecto y rudimentario. Lo que proponemos es
definir las leyes de la guerra contrarrevolucionaria, deducir sus principios a partir de ellas y
delinear las estrategias y tácticas correspondientes.
Es una empresa riesgosa. En primer lugar, mientras que las guerras convencionales de
cualquier tamaño y forma pueden contarse por los cientos, solamente han ocurrido unas pocas
guerras revolucionarias y la mayoría de ellas desde 1945. ¿Es esto suficiente para detectar sus
leyes? La generalización y la extrapolación desde una base tan limitada debe apoyarse en
alguna medida en la intuición, que puede ser o no correcta. Luego está la trampa del
dogmatismo inherente a cualquier esfuerzo de abstracción, ya que no estamos estudiando una
guerra contrarrevolucionaria en particular sino el problema en general. Lo que puede parecer
relevante a la mayoría de los casos puede no serlo tanto en otros en los que los factores
particulares han afectado los eventos en forma decisiva.
No podemos declarar entonces que estemos proporcionando una respuesta total y
completa a los problemas contrarrevolucionarios. Apenas esperamos poder aclarar algunas de
las confusiones de las que hemos sido testigos tantas veces y durante tanto tiempo, en el
bando “equivocado”.
En primer lugar se aborda aquí la guerra contrarrevolucionaria en las áreas llamadas
“coloniales” o “semi-coloniales” por los comunistas, y “subdesarrolladas” por nosotros. El hecho
que esas guerras revolucionarias puedan ocurrir fuera de estas áreas es posible, pero su éxito
estaría lejos de ser seguro ya que una sociedad estable obviamente es menos vulnerable. En
tiempos recientes, solo una guerra revolucionaria se ha llevado a cabo en un área “capitalista”
–en Grecia de 1945 a 1950- y los revolucionarios fueron vencidos. Es posible que estemos
viendo los inicios de otra en la provincia de Québec, en Canadá, en estos días. En cualquier
caso, creemos que el problema no es agudo en las zonas desarrolladas del mundo.
Antes de proseguir, es necesario aclarar un tema semántico. No es aconsejable
concederle a Mao Tse-tung que el oponente a una revolución es un “contrarrevolucionario”, ya
que esta palabra se ha convertido en sinónimo de “reaccionario”, que no siempre ha sido –ni
será- el caso. Por lo tanto, se le llamará “insurgente” a un bando y sus acciones serán la
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“insurgencia”; en el bando opuesto encontraremos al “contrainsurgente” y la
“contrainsurgencia”. Ya que la insurgencia y la contrainsurgencia son dos aspectos diferentes
de un mismo conflicto, se requerirá un término que lo cubra todo: la “guerra revolucionaria”
servirá a este propósito.

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LA GUERRA DE
CONTRAINSURGENCIA

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1. Guerra revolucionaria: naturaleza y características

¿Qué es la guerra revolucionaria?

La guerra revolucionaria es en primer lugar un conflicto interno, aunque es raro que no se vea
influenciada por factores externos. Aunque en muchos casos los insurgentes han sido grupos
fáciles de identificar –indonesios, vietnamitas, tunecinos, argelinos, congoleños, angoleños de
hoy- esto no altera el importante hecho estratégico que desafiaban a un poder local gobernante
que controlaba la administración, la policía y las fuerzas armadas existentes. En este aspecto,
las guerras revolucionarias coloniales no han sido diferentes a las puramente indígenas tales
como en Cuba y Vietnam del Sur.
El conflicto resulta de la acción del insurgente que aspira apoderarse del poder –o
separarse del país existente, como lo están intentando hoy día los kurdos- y de la reacción del
contrainsurgente que apunta a mantener su poder. En este punto empiezan a surgir diferencias
significativas entre los dos bandos. Mientras que en una guerra convencional cualquiera de las
partes puede iniciar el conflicto, solo una –la insurgente- puede iniciar una guerra
revolucionaria, ya que la contrainsurgencia es solamente una respuesta a la insurgencia.
Además, la contrainsurgencia no puede definirse sino en referencia a su causa.
Parafraseando a Clausewitz, podemos decir que “la insurgencia es la lucha de la
política de un partido, en un mismo país, por cualquier medio”. No es como en una guerra
común -”la continuación de la política por otros medios”- porque una insurgencia puede
empezar mucho antes de que el insurgente llegue al uso de la fuerza.

Revolución, golpe de estado, insurgencia

La revolución, el golpe de estado (o coup d’état) y la insurgencia son tres maneras de


obtener el poder mediante la fuerza. Será útil a nuestro análisis el intentar hacer una distinción
entre ellos.
La revolución generalmente es un levantamiento explosivo: rápido, corto, espontáneo,
no planificado (Francia en 1789, China en 1911, Rusia en 1917, Hungría en 1956). Es
accidental, puede explicarse posteriormente pero no puede preverse salvo por el hecho de la
existencia de una situación revolucionaria. No se puede predecir cómo y cuándo ocurrirá la
explosión. Una situación revolucionaria es la que existe hoy en Irán. ¿Quién puede decir qué
ocurrirá, si habrá una explosión, y si así fuera, cómo y cuándo ocurrirá?
En una revolución, las masas se movilizan y luego aparecen los líderes. Sun Yat-sen se
encontraba en Inglaterra cuando la dinastía Manchú fue derrocada, Lenin estaba en Suiza
cuando la caída de los Romanov.
Un golpe de estado es una acción clandestina de un grupo insurgente dirigida a
derrocar el liderazgo de la cabeza de su país. Debido a su naturaleza clandestina, un golpe de
estado no involucra a las masas, ni puede hacerlo. Aunque las preparaciones para el golpe de
estado puedan llevar mucho tiempo, la acción misma es breve y súbita. Un golpe de estado
siempre es una apuesta (el golpe de estado contra Hitler en 1944; los golpes de estado en Irak
contra el rey Faisal y Nuri al-Said en 1958 y contra Kassem en 1963).
Por otra parte, una insurgencia es una lucha prolongada llevada a cabo en forma
metódica, paso a paso, para lograr objetivos específicos inmediatos que finalmente lleven a
derrocar el orden existente (China de 1927 a 1949, Grecia de 1945 a 1950, Indochina de 1945
a 1954, Malaya de 1948 a 1960, Argelia de 1954 a 1962). Ciertamente no es más predecible
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que una revolución; de hecho sus comienzos son tan vagos que determinar exactamente
cuándo se inicia una insurgencia es un difícil problema legal, político e histórico. En China, por
ejemplo, ¿se debe fechar a partir de 1927 cuando se rompió la alianza Kuomintang-Comunista
y entró en juego la fuerza, o a partir de 1921 cuando se fundó el Partido Comunista Chino para
establecer un régimen comunista en el país? Pero aunque no puede predecirse, la insurgencia
en general se desarrolla en forma lenta y no es accidental, ya que los líderes de la insurgencia
aparecen primero y luego se movilizan a las masas. Aunque todas las insurgencias recientes,
con excepción de la de Grecia, estaban claramente vinculadas con una situación
revolucionaria, los casos de Malaya (1948 a 1960), Túnez (1952 a 1955), Marruecos (1952 a
1956), Chipre (1955 a 1959), Cuba (1957 a 1959) y otros, parecen mostrar que la situación
revolucionaria no necesariamente tenía que ser aguda para que se inicie la insurgencia.

Insurgencia y guerra civil

Una insurgencia es una guerra civil. Sin embargo, existe una diferencia en la forma que
la guerra adopta en cada caso.
Una guerra civil divide sorpresivamente una nación en dos o más grupos que, luego de
un breve período de confusión inicial, se encuentran a sí mismos en control de parte tanto de
territorio como de las fuerzas armadas existentes que empiezan a desarrollar inmediatamente.
La guerra entre estos dos grupos pronto se parece a una guerra internacional común salvo por
que los oponentes son conciudadanos, tal como la guerra entre los estados de Norteamérica y
la Guerra Civil Española.

La asimetría entre los insurgentes y los


contrainsurgentes
Existe una asimetría entre los bandos opositores de una guerra revolucionaria. Este
fenómeno resulta de la propia naturaleza de la guerra, de la desproporción de la fuerza entre
los oponentes desde un inicio y de la diferencia en la esencia de sus recursos y sus
responsabilidades.
Como el insurgente solo puede iniciar el conflicto (lo que no quiere decir que eso
consista necesariamente en ser el primero en utilizar la fuerza), la iniciativa estratégica es suya
por definición. Está en libertad de elegir su hora, esperar en seguridad por una situación
favorable, salvo que factores externos lo obliguen a acelerar sus movimientos. Sin embargo,
del modo en que el mundo de hoy se encuentra polarizado entre oriente y occidente, ninguna
guerra revolucionaria puede continuar siendo un asunto puramente interno. Es probable a que
los partidos comunistas malayo e indonesio se les haya ordenado iniciar la fase violenta de su
insurgencia en la Conferencia de Jóvenes y Estudiantes del Sudeste Asiático de patrocinio
comunista, que se llevó a cabo en Calcuta en 1948. Por lo tanto, la decisión no fue
enteramente dejada en manos de los partidos malayo e indonesio.
Hasta que los insurgentes claramente revelaron sus intenciones al practicar la
subversión o iniciar la violencia, éstos solo representan una amenaza potencial e imprecisa al
contrainsurgente y no ofrece un blanco concreto que pudiera justificar un esfuerzo mayor. Sin
embargo la insurgencia puede alcanzar un alto grado de desarrollo por medios legales y
pacíficos, al menos en aquellos países en los que se tolera la oposición política. Esto limita en
gran medida los movimientos preventivos por parte de la contrainsurgencia. Generalmente, lo
máximo que puede hacer es intentar eliminar o alivianar las condiciones propicias para una
insurgencia.
Una evaluación de las fuerzas en pugna al inicio de la guerra revolucionaria muestra
una superioridad abrumadora en recursos tangibles a favor del contrainsurgente. Provisto de
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los beneficios normales nacionales e internacionales de un gobierno establecido, tiene
virtualmente todo: reconocimiento diplomático; poder legítimo en las ramas ejecutiva, legislativa
y judicial; control de la administración y la policía; recursos financieros; recursos industriales y
agrícolas en el país o acceso a ellos en el exterior; instalaciones de transporte y
comunicaciones; uso y control de los medios de información y propaganda; mando de las
fuerzas armadas y las posibilidades de aumentar su tamaño. El está adentro mientras que el
insurgente, estando afuera, no dispone de ninguno de estos recursos.
La situación se revierte en el campo de los intangibles. El insurgente tiene un formidable
recurso: el poder ideológico de una causa en la cual basar sus acciones. El contrainsurgente
lleva una pesada carga: es responsable por el mantenimiento del orden en todo el país. La
estrategia del insurgente naturalmente apuntará a convertir sus recursos intangibles en
tangibles; la estrategia del contrainsurgente será evitar que sus responsabilidades intangibles
disipen sus recursos concretos.
Por lo tanto el insurgente tiene que crecer en el curso de la guerra de menor a mayor,
de débil a fuerte, o por el contrario fracasará. El contrainsurgente declinará de mayor a menor,
de fuerte a débil, en relación directa con el éxito del insurgente.
Las peculiaridades que marcan la guerra revolucionaria como tan diferentes de la
convencional derivan de esta asimetría inicial.

Objetivo: la población

Bajo el peso de su debilidad congénita, el insurgente sería tonto si reuniera cualquier


fuerza que tuviera disponible y atacara a su oponente del modo convencional, tomando como
objetivo la destrucción de las fuerzas enemigas y la conquista del territorio. La lógica lo obliga,
en cambio, a llevar la lucha a un territorio diferente donde pueda tener mayores posibilidades
de balancear las disparidades físicas en su contra.
La población representa este nuevo territorio. Si un insurgente logra desasociar a la
población del contrainsurgente, controlarla físicamente y ganar su apoyo activo, ganará la
guerra porque, en el análisis final, el ejercicio del poder político depende del acuerdo tácito o
explícito de la población, o en el peor de los casos, de su sumisión.
Por lo tanto, la batalla por la población es la principal característica de la guerra
revolucionaria.

La guerra revolucionaria es una guerra política

Todas las guerras se combaten, en teoría, con un propósito político, aunque en algunos
casos el resultado político difiera en gran medida de la intención inicial.
En una guerra convencional, la acción militar secundada por la diplomacia, la
propaganda y la presión económica, generalmente es la manera primordial para alcanzar la
meta. La política como instrumento de guerra tiende a quedarse en un segundo plano y vuelve
a emerger -como instrumento- cuando la lucha finaliza. No estamos implicando que la política
desaparezca completamente como fuerza directiva principal, sino más bien que en el curso de
la guerra convencional, una vez que se han establecido los objetivos políticos (aunque el
gobierno pueda modificarlos), una vez que se le dieron las directrices a las fuerzas armadas
(aunque el gobierno pueda modificarlas), la acción militar pasa al frente. “La parole passe aux
armes”; el arma se convierte en “ultima ratio regum”. Con el advenimiento de la era nuclear y
sus consecuentes riesgos de destrucción mutua, la política sin duda interferirá más de cerca –
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como sucedió en el reciente caso de Corea- en la conducción de la guerra (objetivos limitados)
y con la conducción misma de las operaciones (santuarios privilegiados, exclusión de armas
nucleares). Sin embargo, la acción militar sigue siendo el instrumento principal de la guerra
convencional.
Como resultado, es relativamente sencillo asignar tareas y responsabilidades entre el
gobierno que dirige las operaciones, la población que proporciona las herramientas y el soldado
que las utiliza.
La imagen es diferente en la guerra revolucionaria. Dado que el objetivo es la población
misma, las operaciones designadas a ganársela (para el insurgente) o mantenerla al menos
sumisa (para el contrainsurgente) son de naturaleza esencialmente política. En consecuencia,
en este caso, la acción política permanece en primer lugar durante toda la guerra. No es
suficiente que el gobierno establezca objetivos políticos, determine cuánta fuerza militar aplicar,
entable o rompa alianzas; la política se convierte en un instrumento activo de operación. Y tan
intrincada es la interacción entre las acciones políticas y militares, que no pueden separarse en
forma ordenada; por el contrario, todo movimiento militar debe sopesarse en relación a sus
efectos políticos y vice versa.
El insurgente, cuyo establecimiento político es un partido y cuyas fuerzas armadas son
las fuerzas del partido, cuenta con una ventaja obvia sobre su oponente, cuyo establecimiento
político es el gobierno del país, que puede o no estar apoyado por un partido o una coalición de
partidos con sus tendencias centrífugas, y cuyo ejército es el ejército del país, reflejando el
consenso o la falta de consenso del pueblo.

La transición gradual de la paz a la guerra

En la guerra convencional, el agresor que se ha preparado para ella dentro de los


límites de su territorio nacional, canalizando sus recursos en la preparación, tiene mucho que
ganar al atacar sorpresivamente con todas sus fuerzas. La transición de la paz a la guerra es
tan abrupta como el estado actual lo permita; el primer impacto puede ser decisivo.
Esto difícilmente es posible en la guerra revolucionaria porque el agresor –el insurgente-
no dispone al inicio de la fuerza suficiente. De hecho, pueden pasar varios años hasta que haya
constituido un poder político significativo, y menos aún militar. De modo que generalmente el
impacto inicial es menor, si es que existe alguno, y la sorpresa es poca o ninguna: no se
presenta ninguna posibilidad de una batalla inicial decisiva.
De hecho, el insurgente no tiene interés alguno en producir un impacto fuerte hasta que
se sienta totalmente capaz de contrarrestar la reacción esperada del enemigo. Al retrasar el
momento en que la insurgencia aparezca como un desafío serio para el contrainsurgente, el
insurgente retrasa la reacción. El retraso puede seguir prolongándose explotando el hecho que
la población se da cuenta del peligro incluso después que los líderes de la contrainsurgencia.

La guerra revolucionaria es una guerra prolongada

La naturaleza prolongada de la guerra revolucionaria no resulta de un plan


preestablecido de ninguna de las partes: se impone por la debilidad inicial del insurgente. La
organización de un movimiento revolucionario por parte de los líderes insurgentes lleva tiempo
para reclutar y desarrollar fuerzas armadas, alcanzar una equiparación con el oponente y
predominar sobre el mismo. Una guerra revolucionaria es corta solamente si la
contrainsurgencia colapsa en una etapa temprana, como fue el caso de Cuba en que el
régimen de Batista se desintegró rápidamente, menos por los golpes de los insurgentes que
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debido a su propia debilidad; o si de alguna manera se alcanza un acuerdo como en el caso de
Túnez, Marruecos y Chipre. A la fecha nunca ha habido un colapso temprano de la insurgencia.
La guerra revolucionaria en China tuvo una duración de veintidós años, si consideramos
1927 como la fecha de inicio. La guerra duró cinco años en Grecia, nueve en Indochina, nueve
en las Filipinas, cinco en Indonesia, doce en Malaya, tres en Túnez, cuatro en Marruecos y
ocho en Argelia. La guerra en Burma se inició en 1948 y todavía sigue adelante aunque de
manera endeble.

La insurgencia es barata, la contrainsurgencia es costosa

Promover el desorden es un objetivo legítimo del insurgente. Ayuda a desestabilizar la


economía y por tanto producir descontento; sirve para minar la fuerza y autoridad del
contrainsurgente. Sin embargo el costo del desorden –el estado normal de la naturaleza- es
barato y el prevenirlo sumamente costoso. El insurgente vuela un puente, entonces cada
puente debe ser protegido; lanza una granada en un cine, entonces cada persona que ingresa
en un lugar público tiene que ser revisada. Cuando el insurgente quema una granja, todos los
granjeros claman por protección; si no la reciben pueden tentarse a negociar directamente con
el insurgente como sucedió en Indochina y Argelia, solo para mencionar algunos ejemplos.
Solo con hacer llamadas telefónicas anónimas advirtiendo de la colocación de bombas, el
insurgente puede distorsionar los horarios de los vuelos las compañías aéreas y ahuyentar a
los turistas.
Debido a que el contrainsurgente no puede escapar a la responsabilidad de mantener el
orden, el margen de gastos entre él y el insurgente es alto. Puede ser de diez o veinte a uno, o
más. Por supuesto, el importe varía en gran medida de caso en caso y de situación en
situación, durante el curso de la guerra revolucionaria. Parece corresponder en particular
cuando el insurgente alcanza los niveles iniciales de violencia y recurre al terrorismo y a la
guerra de guerrillas. Los británicos calcularon el costo de cada rebelde en Malaya en más de
200.000 dólares. En Argelia el presupuesto del Frente de Liberación Nacional (FLN) en su
punto máximo llegó a 30 o 40 millones de dólares por año, menos de lo que los franceses
gastaban en dos semanas.
Aparentemente existe un límite superior a esta relación. Cuando el insurgente aumenta
su actividad terrorista o guerrillera por dos, tres o cinco, no obliga al contrainsurgente a
multiplicar sus gastos por el mismo número. Tarde o temprano se alcanza un punto de
saturación, un punto en que la ley de rendimiento decreciente opera para ambos lados.
Una vez que el insurgente ha tenido éxito en la obtención de bases geográficas
estables, como lo hicieron por ejemplo los comunistas chinos en el noroeste de China, o los
vietminh en Tonkin, se convierte ipso facto en un fuerte promotor del orden dentro de su área
para poder mostrar la diferencia entre la eficacia de su gobierno y lo inadecuado del de sus
oponentes.
Debido a la disparidad en costos y esfuerzos, el insurgente puede por tanto aceptar una
guerra prolongada; el contrainsurgente no.

Dinamismo del insurgente, rigidez del


contrainsurgente

El insurgente puede ser dinámico porque no tiene ni responsabilidades ni recursos


concretos; el contrainsurgente es rígido porque tiene ambas, y no importa cuánto se lamente,
nada cambiará esta situación para ninguna de las partes. Cada uno debe aceptar la situación
tal cual es y hacer lo mejor de ella.

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Si el contrainsurgente quisiera sacarse de encima esta rigidez, tendría que renunciar en
alguna medida a su reclamo por un gobierno eficaz del país, o deshacerse de sus recursos
concretos. Una manera de lograr esto, por supuesto, sería entregar todo al insurgente e iniciar
una insurgencia en su contra, pero no hay registros de que algún contrainsurgente haya tenido
el valor de aplicar esta solución extrema.
Por otra parte, el insurgente está obligado a permanecer dinámico al menos hasta que
haya logrado una equiparación de fuerzas con el contrainsurgente. Por más que el insurgente
desee poseer territorio, una fuerza regular mayor y armas poderosas, poseerlas y depender de
ellas en forma prematura podría significar su ruina. El error de los insurgentes comunistas
griegos puede atribuirse en parte al riesgo que asumieron cuando organizaron a sus fuerzas en
batallones, regimientos y divisiones, y aceptaron la batalla. Los vietminh cometieron el mismo
error en 1951 en Tonkin y sufrieron serias derrotas.
Por lo tanto, en la guerra revolucionaria únicamente el insurgente puede emprender
operaciones sorpresivas rentables en forma consistente -y esto solo hasta que alcance la
equiparación de las fuerzas- ya que el contrainsurgente es el único que ofrece blancos fijos
rentables. Solo el insurgente, como regla general, dispone de la libertad de aceptar o negarse a
la batalla; el contrainsurgente está atado a su responsabilidad. Por otra parte, solo el
contrainsurgente puede utilizar medios sustanciales ya que es el único que los posee.
El dinamismo por una parte y la rigidez por la otra serán determinadas
subsiguientemente por la naturaleza de las operaciones. Éstas son relativamente simples para
el insurgente promotor del desorden en cualquiera de sus formas hasta que asume el poder;
son complicadas para el contrainsurgente que tiene que tener en cuenta las demandas en
conflicto (la protección de la población y la economía, y las operaciones ofensivas contra el
insurgente) y que tiene que coordinar todos los componentes de sus fuerzas: administración,
policía, soldados, trabajadores sociales, etc. El insurgente puede darse el lujo de una
organización primitiva y relajada; puede delegar gran parte de la iniciativa, pero el oponente no.

El poder de la ideología

El insurgente no puede embarcarse seriamente en una insurgencia salvo que cuente


con una causa bien fundada con la cual atraer seguidores entre la población. Una causa, como
lo hemos visto, es el único recurso en los inicios, y debe ser lo suficientemente poderosa para
que el insurgente pueda superar su inseguridad.
¿Pueden existir simultáneamente dos causas explosivas pero antagónicas en un mismo
país: una para el insurgente y otra para su oponente? Esta situación ha ocurrido en forma
ocasional, por ejemplo en los Estados Unidos cuando el movimiento antiesclavista entró en
conflicto con la doctrina de los derechos de los estados. El resultado más probable en este
caso es una guerra civil y no una insurgencia.
Es más probable que exista una única causa. Si el insurgente se la atribuye, entonces la
fuerza de la ideología funcionará para él y no para la contrainsurgencia. Sin embargo, esto es
verdad en mayor parte en las etapas primarias del conflicto. Más adelante, a medida que se
desarrolla la guerra, la guerra misma se convierte en un asunto primordial y la causa original en
consecuencia pierde algo de importancia.
Se ha afirmado que un contrainsurgente enfrentado a una ideología insurgente dinámica
está condenado a la derrota, que no hay táctica ni técnica que pueda compensar por esta
deficiencia ideológica. Esto no es necesariamente así, ya que la actitud de la población en los
estados medios de la guerra se dicta no tanto por la popularidad relativa y los méritos de los
oponentes como por una preocupación más primitiva por seguridad. Qué lado es el que brinda
una mayor protección, cuál presenta una amenaza mayor, cuál tiene mayores posibilidades de

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ganar: éstos son los criterios que gobiernan la posición de la población. Por supuesto es mejor
aún si se combina la popularidad con la eficacia.

Propaganda: un arma unilateral

La situación asimétrica tiene efectos importantes en la propaganda. El insurgente, que


no tiene responsabilidad alguna, está en libertad de usar cualquier tipo de truco: de ser
necesario puede mentir, hacer trampa, exagerar. No está obligado a probar: la mentira se juzga
por lo que promete y no lo que hace. En consecuencia, la propaganda es un arma poderosa
para él. Sin una política positiva pero una buena propaganda, el insurgente puede aún ganar.
El contrainsurgente está atado a sus responsabilidades y a su pasado, y para él los
hechos hablan más fuerte que las palabras. Se juzga por lo que hace y no lo que dice. Si
miente, hace trampa, exagera y no lo prueba, puede alcanzar algún éxito temporal, pero al
precio de ser desacreditado totalmente. Y no puede hacer trampa salvo que sus estructuras
políticas sean monolíticas, ya que una oposición legítima en su propio bando pronto develaría
cualquier maniobra psicológica. Para él, la propaganda puede ser solo un arma secundaria, con
valor solo si tiene la intención de informar y no de engañar. Un contrainsurgente rara vez puede
cubrir una política mala o inexistente con propaganda.

La guerra revolucionaria sigue siendo poco convencional


hasta el fin

Una vez que el insurgente haya adquirido fuerza y posea una fuerza regular
significativa, podría parecer que la guerra se convirtiera en una guerra convencional, un tipo de
guerra civil en la que cada bando tiene una porción del territorio nacional desde el cual dirige
sus ataques al otro. Pero si el insurgente ha comprendido bien su problema estratégico, la
guerra revolucionaria nunca se revertirá a una forma convencional.
Por un lado, la creación de un ejército regular por parte del insurgente no significa el
final de la actividad subversiva y guerrillera. Por el contrario, aumentan en alcance e intensidad
para facilitar las operaciones del ejército regular y para ampliar sus efectos.
Por otro lado, el insurgente ha involucrado a la población en el conflicto desde un
principio; la participación activa de la población ha sido, de hecho, un sine qua non para su
éxito. Habiendo adquirido la ventaja decisiva de una población organizada y movilizada a favor
de su bando, ¿por qué dejaría de hacer uso de un recurso que le otorga a sus fuerzas
regulares la fluidez y la libertad de acción que el contrainsurgente no puede alcanzar? Mientras
que la población se mantenga bajo su control, el insurgente retiene la libertad de rechazar la
batalla, salvo bajo sus propios términos.
En 1947, los nacionalistas chinos lanzaron una ofensiva contra Yenan, la capital
comunista, en Shensi del norte. La tomaron sin dificultades; el gobierno comunista y las fuerzas
regulares evacuaron el área sin presentar pelea. Sin embargo, poco después la población, las
milicias locales y un pequeño núcleo de tropas guerrilleras y regionales empezaron a hostigar a
los nacionalistas mientras que las unidades comunistas atacaron sus largas líneas de
comunicaciones, que se extendían al norte del Sian. Los nacionalistas finalmente fueron
obligados a retroceder, habiendo ganado nada y perdido mucho en el enfrentamiento.
En 1953 las fuerzas francesas en Indochina encontraron un estudio realizado por el
comando vietminh para determinar si en el territorio vietminh había alguna zona o instalación
fija que valiera la pena defender. La respuesta era no. De hecho, en ese mismo año, los

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franceses se apoderaron de un enorme depósito de camiones y municiones en el territorio
vietminh al noroeste de Hanoi que se encontraba totalmente desprotegido.

Hemos indicado arriba las características generales de la guerra revolucionaria. Son un


producto inevitable de la naturaleza de esta guerra. Un insurgente o un contrainsurgente que
lleve a cabo esta guerra en oposición a cualquiera de estas características, yendo contra sus
fundamentos, ciertamente no aumentaría sus probabilidades de éxito.

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2. Los prerrequisitos para una insurgencia exitosa

La causa de las insurgencias más recientes puede atribuirse fácilmente a situaciones


revolucionarias que podrían haber detonado en revoluciones espontáneas, pero sin embargo
generaron un grupo de líderes que luego procedieron a organizar y dirigir la insurgencia. En
vista de este hecho, sería un error e injusto concluir que las insurgencias son meramente el
producto de la ambición personal por parte de líderes que desarrollaron todo el movimiento en
forma artificial, por decirlo de alguna forma.
En aras de una demostración, supongamos que en un país X un pequeño grupo de
hombres desconectados, que poseen los atributos del liderazgo, inspirados por el éxito de
tantas insurgencias en los últimos veinte años, bien concientes de los problemas estratégicos y
tácticos involucrados en un emprendimiento tal, se unen y deciden derrocar el orden existente
mediante una insurgencia.
En vista de la superioridad material del contrainsurgente en el punto de partida, sus
posibilidades de victoria obviamente dependen de que se cumplan determinadas condiciones
preliminares. ¿Qué condiciones? ¿Son obligatorias estas condiciones? En otras palabras,
¿cuáles son los prerrequisitos para una insurgencia exitosa?
Sabiendo qué son podría ayudar a evaluar desde el punto de vista de la
contrainsurgencia, cuán vulnerable puede ser un país a una insurgencia.

Una causa

La necesidad de una causa

¿Cómo puede el insurgente aspirar a usurparle la población al contrainsurgente, a


controlarla y movilizarla? Encontrando adeptos entre la población, personas cuyo apoyo irá de
la participación activa en el conflicto a una aprobación pasiva. La primera necesidad básica
para un insurgente que apunta a más que solo causar problemas es una causa atractiva,
particularmente en vista de los riesgo involucrados y del hecho que los adeptos activos y los de
las primeras etapas, que no necesariamente son las mismas personas, tienen que reclutarse
mediante la persuasión.
Con una causa, el insurgente tiene un recurso formidable, aunque intangible, que puede
transformar en forma progresiva en una fuerza concreta. Un grupo pequeño de hombres sans
cause puede ganarse el poder mediante un golpe de estado afortunado -esto ha sucedido en la
historia- pero un golpe de estado no es una insurgencia. La falta de una causa atractiva es lo
que limita a priori a un grupo criminal apolítico desde el inicio de un intento por asumir el poder,
porque comprenden que solamente los criminales los seguirían.
La insurgencia de 1945 a 1950 en Grecia (un caso para los libros de texto de todo
aquello que puede salir mal en una insurgencia) es un ejemplo de derrota debido, entre otras
causas menos esenciales, a la falta de una causa. El partido comunista, el EAM, y su ejército,
el ELAS, crecieron durante la Segunda Guerra Mundial cuando toda la población se resistía a
los alemanes. Una vez que el país fue liberado, el EAM ya no encontró una causa válida.
Grecia tenía poca industria y en consecuencia no tenía un proletariado, salvo por los
estibadores del Pireo y los trabajadores de las fábricas de tabaco. Los marinos mercantes,
cuyos trabajos los mantenían en constante movimiento, no podían proporcionar un apoyo
constante. No existía un problema agrario abrumador que explotar. Los ricos capitalistas
griegos, cuyas fortunas generalmente se habían hecho en el exterior, eran objeto de
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admiración más que de hostilidad, en un país enfocado al comercio. No existían clases
demasiado definidas; el ministro de la armada podía bien ser el primo de un camarero de un
café. Para empeorar el chisme, los comunistas griegos estaban necesariamente aliados a
Bulgaria, el enemigo tradicional de Grecia; a Yugoslavia, que reclama una parte de Macedonia
perteneciente a Grecia; y a Albania, a la que Grecia reclama parte de Epirus. Con un
sentimiento nacional tan fuerte como el de los Balcanes, estas asociaciones no mejoraron la
popularidad de los comunistas griegos.
Utilizando las fuerzas de las que disponían al final de la guerra, aprovechándose del
terreno difícil, retrocediendo al asilo seguro de las fronteras satelitales cuando fuera necesario,
los insurgentes comunistas podían emprender operaciones tipo comando pero no una guerra
de guerrillas; de hecho, sus unidades infiltradas tenían que esconderse de la población cuando
no podían reprimirla, y sus operaciones generalmente duraron el tiempo que duraran los
pertrechos que cargaran. El ELAS estaba obligado a alistar partidarios por la fuerza. Cada vez
que los renuentes reclutas encontraban a un comisario político detrás suyo menos peligroso
que las fuerzas nacionalistas al frente, desertaban.
El motivo principal por el que la insurgencia duró tanto tiempo fue que, en sus
comienzos, las fuerzas gubernamentales regulares consistieron de solo una brigada, que había
luchado con los Aliados en el teatro de operaciones del Mediterráneo y era absolutamente
superada en número por los insurgentes. En cuanto el ejército se reorganizó y fortaleció, al
principio con ayuda británica y luego de los Estados Unidos, el comando nacionalista
emprendió la labor de limpiar el país zona por zona, mediante la acción puramente militar. Un
área limpiada se mantenía limpia armando milicias locales; esto no presentó dificultad alguna
ya que la población era definitivamente anticomunista y se podía confiar en ella.

Criterios estratégicos de una causa

La mejor causa para el propósito del insurgente es la que, por definición, pueda atraer al
mayor número de adeptos y generar el mínimo de oponentes. De este modo, una causa que
atraiga al proletariado de un país industrializado (o a los campesinos de uno subdesarrollado)
es una buena causa. Un movimiento puramente negro que trate de explotar el problema de los
negros como fundamento para una insurgencia en los Estados Unidos (con una población de
20 millones de negros y 160 millones de blancos) estaría destinada al fracaso desde sus
inicios. En Sudáfrica (con 11 millones de negros y 4 trillones de blancos), las probabilidades
serían buenas, poniendo de lado los factores externos. La independencia del gobierno colonial
era automáticamente una buena causa en Indonesia, Indochina, Túnez, Marruecos, Argelia,
Chipre, el Congo Belga y ahora Angola.
El insurgente debe, por supuesto, estar en condiciones de identificarse totalmente con
la causa, o más precisamente, con la mayoría de la población que teóricamente se vea atraída
por ella. En Malaya, la independencia de Gran Bretaña fue la causa elegida por los insurgentes,
el Partido Comunista Malayo. Sin embargo, el 90 por ciento de los miembros del partido eran
chinos, no malayos verdaderos; en consecuencia los malayos se mantuvieron en gran parte
indiferentes al conflicto. Lo mismo ocurrió en Kenia (si se opta por calificar lo ocurrido allí como
una guerra revolucionaria; la insurgencia se llevó a cabo de manera tan cruda que se cuestiona
la inclusión de este caso en esta categoría). La independencia era perseguida por miembros de
una sola tribu, los Kikuyus; ninguna otra tribu se adhirió.
Para ser más exactos, la causa debe ser tal que el contrainsurgente no pueda adherirse
a ella también, o si lo hace, que solo sea a riesgo de perder el poder que es, en definitiva, por
lo que se está luchando. La reforma agraria parecía ser una causa promisoria para los
Hukbalahaps después de la derrota de Japón y la incorporación de las Filipinas a la
independencia; pero el gobierno ofreció tierras a los simpatizantes existentes y a los
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potenciales, y los insurgentes perdieron su causa y el juego. El mismo desastre le ocurrió al
partido comunista malayo una vez que Gran Bretaña prometió otorgarle la independencia al
país y estableció una fecha.
Una causa, por último, también debe ser de larga duración, si no tiene la duración de la
guerra revolucionaria al menos debe durar hasta que el movimiento insurgente se encuentre
bien parado sobre sus pies. Esto diferencia la causa estratégica de la táctica, una causa bien
asentada de una temporal resultante de la explotación de una dificultad efímera, tal como, por
ejemplo, los precios altos y la escasez de alimento después de un año de calamidades
naturales.

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La naturaleza de la causa

¿Qué es un problema político? Según Mao Tse-tung es una “contradicción no resuelta”.


Si se acepta esta definición, entonces la causa política es la defensa de un lado de la
contradicción. En otras palabras, si no hay un problema, no hay una causa. Pero siempre hay
problemas en un país. Lo que hace que un país se más vulnerable que otro a la insurgencia es
la profundidad y la agudeza de estos problemas existentes.
Los problemas de todas las naturalezas son explotables para una insurgencia, siempre
y cuando las causas que generen cumplan con los criterios arriba mencionados. El problema
puede ser esencialmente político, relativo a la situación nacional o internacional del país. La
dictadura de Batista para los insurgentes cubanos, la agresión japonesa para los chinos, son
ejemplos de problemas políticos. Son consistentes con que cualquier país en el que el poder
está en manos de una oligarquía, ya sea interna o externa, es un terreno potencial para una
guerra revolucionaria.
El problema puede ser social, como cuando una clase explota a otra o cuando se le
niega la posibilidad de mejorar su situación. Esto ha sido estudiado en forma exhaustiva desde
Karl Marx, y no puede agregarse mucho más. El problema se vuelve particularmente peligroso
cuando la sociedad no integra a aquellos que, por su nivel de educación o sus logros, han
probado pertenecer a la verdadera elite. Porque es entre esta elite rechazada que los
insurgentes pueden encontrar a los líderes indispensables.
El problema puede ser económico, tal como en el caso del bajo precio de los productos
agrícolas en relación a los productos industriales, o el bajo precio de la materia prima en
relación al producto terminado, o la importación de bienes extranjeros en vez del desarrollo de
una industria nacional. El tema del neocolonialismo de hoy se relaciona estrechamente con
este problema.
El problema puede ser racial, como lo sería en Sudáfrica. O religioso, como lo sería en
el Líbano, aunque aquí la población está dividida en partes iguales entre cristianos y
musulmanes. O cultural, como en India, donde la multiplicidad de idiomas ya ha producido
considerables disturbios.
El problema hasta puede ser artificial, en tanto tenga la oportunidad de ser aceptado como un
hecho. La cuota que tenían que pagar los campesinos chinos víctimas de extorsiones por las
autoridades y la rapacidad de los usureros locales fue sin duda una carga pesada. Los
comunistas chinos explotaron este problema. Sin embargo, la causa principal, prestada de Sun
Yat-sen, fue la reforma agraria. Su valor revolucionario yace en la idea de que la propiedad de
las tierras estaba concentrada en una pequeña minoría; en teoría, una guerra de clases sobre
este tema atraería a la mayoría de los campesinos a su lado. El único trabajo exhaustivo sobre
el tema de los terratenientes en China realizado por J. Lossing Buck, contradijo la imagen
comunista de la situación, pero este hecho no disminuyó en lo mínimo el valor psicológico del
eslogan “la tierra al labrador”. Una máquina de propaganda eficaz puede convertir todo el
problema artificial en uno verdadero.

• Buck's Land Utilization in China (La utilización de las tierras en China por Buck)
(Londres: Oxford University Press, 1937) se basó en las investigaciones llevadas a cabo entre
1929 y 1933 en 16.786 granjas, 168 localidades, 154 hsien (condados), 22 provincias.
La tabla 22 muestra los porcentajes de campesinos que eran propietarios, co-
propietarios y arrendatarios:
Propietarios: 54.2% Co-propietarios: 39.9%, Arrendatarios: 5.9%
En la región del trigo de China del norte, donde los comunistas estaban establecidos
más firmemente, los porcentajes eran los siguientes:
Propietarios: 76.1% Co-propietarios: 21.8% Arrendatarios: 2.1%,
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No es absolutamente necesario que el problema sea agudo, aunque el trabajo del
insurgente se facilita si este es el caso. Si el problema es meramente latente, la primera tarea
del insurgente es volverlo agudo mediante “el levantamiento de la conciencia política de las
masas”. El terrorismo puede ser un rápido medio para producir este efecto. La dictadura de
Batista no se volvió insoportable de un día para el otro para el pueblo cubano: ya habían vivido
en dictadura en el pasado, incluso antes del régimen de Batista. Y el país vivía en prosperidad
en 1958, aunque existía una gran disparidad en la distribución de las riquezas. Batista podría
haber durado muchos más años si no hubiera sido por Castro y sus seguidores que armaron un
escándalo con el tema y enfocaron en la oposición latente de su movimiento.

Manipulación táctica de la causa

El insurgente no está restringido a la opción de una causa única. Salvo que haya encontrado
una causa absoluta como el anticolonialismo, que es suficiente en sí misma porque combina
todas las causas políticas, sociales, económicas, raciales, religiosas y culturales descriptas
arriba, tiene mucho que ganar al seleccionar un surtido de causas especialmente talladas para
los variados grupos en la sociedad que pretende atraer.

La tabla 23 proporciona los tamaños promedio de las granjas (en hectáreas)


clasificadas por tipo de propiedad. [sic, probablemente “the” en vez de “tire” – en español “En”]
En la región del trigo:
Propietarios: 2.25 Co-propietarios: 2.25 Arrendatarios: 2.05

Otra tabla proporciona el número y porcentajes de las granjas según cada tamaño. Para
la región del trigo:
Muy pequeña: 2 Pequeña: 24 Mediana: 34 Media a grande: 17 Grande: 12
Muy grande: 9 Muy, muy grande: 2 Muy, muy, muy grande: 0

Las cifras de los comunistas chinos sobre la distribución de la tierra, basado en un


informe de Lui Shao-chi en junio de 1950 fueron las siguientes: “Los terratenientes y
campesinos que corresponden a menos del dos por ciento de la población rural, son
propietarios del 70 a 80 por ciento de toda la tierra, mientras que los campesinos pobres,
trabajadores rurales y campesinos medios, que corresponden al 90 por ciento de la población
rural, son propietarios del 20 al 30 por ciento de la tierra. . . ... (Editorial en Jen-min Jih-Pao,
según se cita en C. K. Yang, A Chinese Village in Early Communist Transition [Cambridge,
Mass. The Technology Press, Massachusetts Institute of Technology, 1959].)

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Supongamos que el movimiento revolucionario estuviera provisionalmente compuesto
por el Partido Comunista, como lo estaba en China, (“vanguardia de la revolución, el partido de
los trabajadores y granjeros pobres”) y sus aliados (campesinos medios y ricos, artesanos, más
la “burguesía nacional” y los capitalistas que se quejan obstinadamente del “capitalismo
burocrático” y de la intromisión económica de los imperialistas). El insurgente debe ser atractivo
a todos, y la causa es necesaria para este fin. Como es más fácil unirse “en contra” que “a
favor”, en particular cuando los componentes son tan variados, es más probable que la causa
general sea una negativa, algo como “fuera los truhanos” (los truhanes en este caso: Chiang
Kai-slick y los reaccionarios del Kuomintang; los líderes de las milicias feudales, el “capitalismo
burocrático”, los “compradores”, los “perros de presa del imperialismo”, y los terratenientes.
Además, el insurgente debe atraer a cada componente del movimiento, y en ese aspecto las
causas variadas probablemente contengan un elemento constructivo: para el proletariado, una
sociedad marxista; para los campesinos pobres, tierras; para los campesinos medios,
impuestos justos; para los campesinos ricos, asentamientos justos, razonables y a largo plazo;
para la burguesía nacional, la defensa de los intereses nacionales, orden, impuestos justos,
desarrollo del comercio y la industria, protección contra la competencia imperialista.
Nada obliga al insurgente a ajustarse a la misma causa si aparece otra más rentable.
Así, en China, los comunistas al principio tomaron la clásica postura marxista a favor de los
trabajadores aproximadamente de 1920 a 1925). Luego se unieron activamente a la causa
nacional del Kuomintang por la unificación de China contra los líderes de las milicias (1925 a
1927). Luego de que los comunistas se separaron del Kuomintang, en gran medida
desatendieron a los trabajadores a favor de los campesinos pobres, abogando por la reforma
agraria por medios radicales. Luego la agresión japonesa se convirtió en un tema central en
China, y los comunistas abogaron por un frente patriótico unido contra Japón (1927 a 1945),
adoptando mientras tanto una política agraria moderada: la redistribución de las tierras habría
finalizado, pero en cambio los comunistas impondrían un control estricto de los arrendamientos
y las tasas de interés. Luego de la rendición de Japón, finalmente volvieron a la reforma agraria
con la salvedad más moderada que los terratenientes mismos tendrían el derecho a una
porción de las tierras (1945 a 1949). Lo que los comunistas realmente hicieron entre 1950 y
1952, después de su victoria, fue llevar a cabo su reforma agraria “mediante enfrentamientos
violentos” para promover una guerra de clases entre la población rural y así comprometer a los
activistas en forma definitiva a su lado, pero solo por la participación de estos activistas en los
actos criminales. Una vez que esto se alcanzó, el partido enterró la reforma agraria para
siempre y comenzó la colectivización de la tierra.
Así, aunque el idealismo y el sentido de ética pesen a favor de una posición consistente,
las tácticas empujan al oportunismo.

Disminución de la importancia de la causa

La importancia de la causa, un absoluto esencial en el punto de inicio de una


insurgencia, disminuye progresivamente su importancia a medida que el insurgente adquiere
fuerza. La guerra misma se convierte en un tema principal, forzando a la población a elegir
bandos, preferentemente el bando ganador. Esto ya se ha explicado en el capítulo anterior.

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La debilidad del contrainsurgente

Asumamos ahora que los líderes del grupo de insurgentes que estamos analizando en
el país X han encontrado algunas buenas causas, algunas agudas, algunas latentes, algunas
incluso artificiales, en las cuales basar su insurgencia. Todos se han puesto de acuerdo en una
plataforma potente. ¿Pueden comenzar sus operaciones? No hasta que se cumpla con otra
condición preliminar. El insurgente que empieza de casi cero mientras que su enemigo aún
tiene todos los medios a su disposición, es tan vulnerable como un bebé recién nacido. No
puede vivir y crecer sin algún tipo de protección, y ¿quién más que el contrainsurgente mismo
puede protegerlo? Por lo tanto, debemos analizar qué es lo que hace que un cuerpo sea
políticamente resistente a una infección.

Fortalezas y debilidades del régimen político

1. Ausencia de problemas Un país lo suficientemente afortunado de no tener un


problema obviamente es inmune a la insurgencia. Pero como hemos asumido que nuestros
potenciales líderes insurgentes han encontrado una causa, eliminemos a estos países –si es
que existen- de nuestro análisis.
2. Consenso nacional La solidez de un régimen se basa primordialmente en este factor.
Tailandia puede vivir bajo una dictadura o un sistema democrático, pero el consenso nacional,
que no es apatía ya que los tailandeses reaccionarán enérgicamente contra cualquier intento
contra su rey y su modo de vida, hasta ahora siempre ha fortalecido el régimen en poder. Por
otra parte, ningún consenso nacional apoya el gobierno de Alemania Oriental.
3. Determinación del liderazgo contrainsurgente La determinación es un factor
primordial en cualquier tipo de conflicto, pero particularmente en una guerra revolucionaria
porque (a) el insurgente tiene el beneficio inicial de una causa dinámica; (b) una insurgencia no
crece sorpresivamente para convertirse en un peligro nacional y la reacción de la gente en su
contra es lenta. En consecuencia, el rol de los líderes contrainsurgentes es esencial.
4. Conocimiento de los líderes contrainsurgentes sobre la guerra de contrainsurgencia
No es suficiente que los líderes contrainsurgentes tengan determinación; también tienen que
ser concientes de la estrategia y las tácticas requeridas para combatir una insurgencia. La
determinación del Generalissimo Chiang Kai-shek no puede cuestionarse; la probó contra
Japón y aún la muestra en Taiwán. ¿Pero supo cómo contrarrestar los métodos comunistas?
5. La máquina para el control de la población Existen cuatro instrumentos de control que
cuentan en una situación de guerra revolucionaria: la estructura política, la burocracia
administrativa, la policía y las fuerzas armadas.
a. La estructura política Si el país X está ubicado detrás de la Cortina de Hierro, donde
la oposición política no es tolerada y donde se mantiene a la población bajo un sistema de
terror y sospecha mutua, el grupo inicial de insurgentes no tiene oportunidad de desarrollarse;
en el mejor de los casos, el grupo podrá sobrevivir en total secreto -y por tanto ser totalmente
inactivo- mientras espera tiempos mejores.
Como hay gente que sueña con desencadenar insurgencias en algunos países
comunistas -”¿Verdad que la gente allí odia el régimen?”- puede ser útil tener una idea del
control de la población alcanzado por las técnicas comunistas de terror y sospecha mutua, de
la cual los chinos rojos han sido maestros en el pasado.
En Cantón, en 1954, un vecino vio a una anciana china darle un poco de arroz a su
gato.
“Lo siento, pero estoy obligado a acusarla en la próxima reunión callejera”, le dijo el
vecino a la dueña del gato.

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“¿Por qué?”, preguntó la anciana.
“Porque el arroz está racionalizado y usted lo ha malgastado en su gato”.
“Si usted me denuncia, me quitarán mi ración de arroz.
¿No puede simplemente guardar silencio?”
“Suponga que alguien más la vio y la denuncia. ¿Qué me sucederá a mi, su vecino, si
no la he denunciado primero? Soy su amigo. Si le quitan su ración, yo le daré la mitad de la
mía”.
Esto fue exactamente lo que sucedió, en una ciudad en la que, de acuerdo a los
visitantes occidentales, el control comunista chino era menos eficiente que en cualquier otra
parte de China.
A fines de 1952, un europeo fue echado de la isla de Hainan, donde había vivido por
muchos años. Al llegar a Hong Kong, informó que los campesinos “odiaban” el régimen y
presentó evidencias muy convincentes de ello. Mencionó después que los nacionalistas habían
intentado en dos oportunidades enviar agentes paracaidistas a esta área desde Taiwán. En
cada caso, la milicia de turno durante la noche escuchó los aviones, vio los paracaídas
cayendo, dieron la alerta y los agentes nacionalistas fueron acorralados y capturados por varios
cientos de lugareños armados.
Esto se le cuestionó al europeo: “¿No hay una contradicción entre su declaración
referente a los sentimientos de los campesinos hacia el régimen y la actitud de los hombres de
la milicia, que después de todo, también son campesinos? ¿Por qué no guardaron silencio?”
“Póngase en la situación de uno de estos hombres de la milicia”, explicó. ¿Cómo sabe
si los demás hombres de la milicia no darán la alerta? Si lo hacen, y él no lo ha hecho, estará
en grandes problemas cuando los dirigentes comunistas hagan sus investigaciones
postmortem usuales”.
En julio de 1953, después de la Guerra de Corea, los nacionalistas decidieron llevar a
cabo un asalto al territorio de China. Seleccionaron la pequeña península de Tungshan como
su objetivo, la cual sobresale de la costa de Fukien y se transforma en una isla durante la
marea alta. La guarnición comunista estaba formada por un batallón regular más una milicia de
unos mil hombres. Estos últimos, pensaron los nacionalistas, realmente no darían batalla. De
hecho, cada pieza de inteligencia disponible indicaba que la población estaba totalmente
hastiada de los comunistas. El plan era dejar caer un regimiento de paracaidistas para
neutralizar el batallón comunista y controlar el istmo para poder evitar los refuerzos desde el
continente; un desembarco anfibio seguiría para terminar con la oposición.
Debido a un error de cálculo en la marea local, el desembarco anfibio se retrasó y los
paracaidistas nacionalistas llevaron solos la carga del embate de la oposición. Fueron
virtualmente aniquilados. La milicia peleó como demonios. ¿Cómo podían actuar de otro modo
cuando sabían que la acción de los Nacionalistas era simplemente un ataque?
El control de este orden anula la posibilidad de iniciar una insurgencia. Mientras que no
haya privacidad, mientras que cualquier movimiento o evento inusual sea denunciado y
verificado, mientras que los padres tengan miedo a hablar frente a sus hijos, ¿cómo se pueden
establecer contactos, propagar ideas o llevar a cabo un reclutamiento?
Lo único posible es el terrorismo en un modo limitado, porque un hombre solo, aunque
esté completamente aislado, puede llevar adelante una campaña terrorista; véase como
ejemplo el caso del “mad bomber” de Nueva York. Pero el terrorismo por sí mismo tiene mucho
menos valor que la publicidad que se espera que produzca, y es bastante dudoso que las
autoridades comunistas proporcionaran esta publicidad complacientemente.
Otra táctica que continúa siendo posible fue la utilizada en Grecia por los Comunistas,
las operaciones tipo comando en forma inconsistente, cuando las condiciones del terreno son
favorables.
Por otro lado, si en el país X prevalece la anarquía, el insurgente encontrará todas las
herramientas que necesita para encontrarse, viajar, ponerse en contacto con otras personas,
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hacer conocer su programa, encontrar y organizar simpatizantes en forma temprana, recibir y
distribuir fondos, crear disturbios y rebeliones, o lanzar y difundir una campaña de terrorismo.
Entre estos extremos yace un amplio rango de estructuras políticas que facilitan o
dificultan en diferente medida la tarea del insurgente: una dictadura con un sistema de un solo
partido, una dictadura sin vinculación popular, una democracia vigilante, una democracia
indolente, etc.
b. La burocracia administrativa Un país es dirigido en el día a día por su burocracia, que
tiene una fuerza en sí misma que a veces no tiene relación con la fortaleza o debilidad del
liderazgo político principal. Francia bajo la Tercera y Cuarta República tenía un liderazgo débil
pero un aparato administrativo fuerte; lo opuesto parece ser hoy en el caso en el Vietnam del
Sur. Debido a que una insurgencia es un movimiento de abajo hacia arriba, un vacío
administrativo en la base, una burocracia incompetente, juega a favor del insurgente.
Puede tomarse el caso de Argelia como ejemplo. Al inicios de la insurgencia, el territorio
tenía una administración muy deficiente, no porque los funcionarios civiles fueran
incompetentes sino porque la organización burocrática no tenía relación con el tamaño del país
y su población. Argelia (sin contar el Sahara) se extiende por más de 650 millas a lo largo del
Mar Mediterráneo y 350 millas al interior del continente, con un área de 115.000 millas
cuadradas y una población de diez millones y medio de habitantes, de los cuales un millón
doscientos mil son de origen europeo.
Bajo un gobernador general en Argel, el territorio estaba dividido en tres departamentos
con sedes en Oran, Argel y Constantina, cada una bajo un prefecto asistido por un gran
personal. Un departamento a su vez estaba dividido en “sous-préfectures”; por ejemplo en el
departamento de Argel estaba la “sous-préfecture” de Kabylia con sede en Tizi-Ouzou. Kabylia
estaba compuesta por 5.000 millas cuadradas de terreno montañoso abrupto, con un millón
doscientos mil habitantes, de los cuales el 90 por ciento eran musulmanes.
El nivel más bajo en las áreas predominantemente musulmanes era la “commune-mixte”
bajo un administrador francés con uno o dos asistentes y cinco gendarmes; el “commune-
mixte” de Tigzirt en Kabylia, tenía un tamaño de 30 por 20 millas, con unos ochenta mil
habitantes.
En el nivel más bajo estaba el “douar”, donde el poder del estado se personificaba en un
“garde-champêtre”, un policía rural armado con una vieja pistola en una canana en la que
brillaba un emblema de bronce con las inspiradoras palabras: “La Loi”. Uno de estos “douar”
cubría un área de 10 por 6 millas, con una población de quince mil habitantes de Kabylias.
Con esta organización, los insurgentes estaban de fiesta.
c. La policía. El ojo y brazo del gobierno en todos los asuntos pertinentes al orden
interno es obviamente un factor clave en las primeras etapas de la insurgencia; son la primera
organización contrainsurgente que debe ser infiltrada y neutralizada.
Su eficacia depende de su fuerza numérica, la competencia de sus miembros, la
fidelidad hacia el gobierno y, por último pero no por eso menos importante, del apoyo que
reciba de otras ramas del gobierno, en particular del sistema judicial. Si los insurgentes, aunque
sean identificados y arrestados por la policía, aprovechan las muchas salvaguardas
incorporadas en el sistema judicial y son liberados, hay poco que la policía pueda hacer. Una
adaptación rápida del sistema judicial a las condiciones extraordinarias de una insurgencia, un
problema preocupante en el mejor de los casos, es una necesidad. Argelia sirve nuevamente
como ejemplo. La fuerza policial total en 1954 estaba compuesta de menos de 50.000 oficiales,
apenas un poco más grande que la policía de la ciudad de París. Cuando la insurgencia estaba
cocinándose, la policía de Argelia hizo advertencias a tiempo que no fueron tomadas en
cuenta. Un año después de que estalló la insurgencia, la Asamblea Nacional Francesa
finalmente otorgó al gobierno los “poderes especiales” requeridos para manejar la situación. En
ese momento, la policía –en particular sus miembros musulmanes- habían sido aturdidos por el
caos.
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d. Fuerzas armadas Dejando de lado los factores de fuerza aplicables a las fuerzas
armadas en todas las guerras, aquellas que son relevantes en una guerra revolucionaria son:
i. La fortaleza numérica de las fuerzas armadas en relación al tamaño y la población del
país. Una insurgencia es una guerra bidimensional en la que se pugna por el control de la
población. No es un frente, no hay una retaguardia segura. No hay un área, un segmento
significativo de la población que pueda abandonarse durante mucho tiempo, salvo que se
pueda confiar en que la población pueda defenderse a sí misma. Esto es por qué una
proporción de fuerzas de diez o veinte a uno entre el contrainsurgente y el insurgente no es
poco común cuando la insurgencia evoluciona a una guerra de guerrillas. Las fuerzas francesas
en Indochina nunca llegaron a esta proporción, un hecho que explica, mejor que ningún otro,
por qué los franceses no podían haber ganado allí incluso si hubieran sido liderados por
Napoleón, independientemente del poder de la causa inicial nacionalista.
ii. La composición de las fuerzas armadas. Una guerra convencional hoy en día requiere
una fuerza moderna, bien abastecida, con sus componentes aéreos, marinos y terrestres. Pero
una guerra revolucionaria es en primer lugar una guerra de infantería. Paradójicamente, cuánto
menos sofisticadas sean las fuerzas de la contrainsurgencia, tanto mejores son. Las divisiones
francesas de la OTAN fueron inútiles en Argelia; su equipamiento moderno tuvo que dejarse
atrás y las unidades de ingeniería y transmisiones altamente especializadas tuvieron que
convertirse apresuradamente en infantería común. Como las operaciones navales insurgentes
son poco probables, todo lo que necesita la armada es una fuerza suficiente para bloquear la
línea costera en forma eficaz. En cuanto a la fuerza aérea, cuya supremacía el insurgente no
puede desafiar, lo que necesita son cazas de asalto lentos, aviones de transporte de despegue
corto y helicópteros.
iii El sentimiento del soldado individual hacia la causa del insurgente y hacia el régimen
del contrainsurgente. Como el insurgente en principio solo puede usar unos pocos
combatientes y por lo tanto puede seleccionar voluntarios, los requerimientos del elemento
humano de la contrainsurgencia son tan altos que está condenado a enlistar soldados, y
fácilmente puede estar plagado de un problema de la fidelidad. Unos pocos casos de
deserciones colectivas pueden generar tanta sospecha en las unidades contrainsurgentes que
su valor puede evaporarse todo junto. Esto sucedió con las unidades de fusiles de Argelia en
las primeras etapas de la guerra en Argelia; aunque generalmente eran sólidas y confiables,
estas unidades tuvieron que retirarse del contacto directo con la población y utilizarse en
puestos puramente militares.
iv. El lapso de tiempo antes de la intervención. Debido a la transición gradual de la paz
a la guerra en una guerra revolucionaria, no se ordena a las fuerzas armadas entrar en acción
con la misma celeridad que se haría en una guerra convencional. Esta demora es otra
característica de las guerras revolucionarias. Reducirla es una responsabilidad política de los
líderes del país.
6. Condiciones geográficas La geografía puede debilitar al régimen político más fuerte,
o fortalecer al más débil. Este tema se examinará más adelante en mayor detalle.

Es la combinación de todos estos factores lo que determina si una insurgencia es


posible o no, una vez que el insurgente potencial dispone de una causa.

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Crisis e insurgencia

El insurgente no puede, por supuesto, elegir a su oponente: debe aceptarlo tal cual es.
Si es confrontado por un contrainsurgente poderoso, no tiene otro recurso que esperar a que su
oponente se debilite por alguna crisis interna o externa.
La reciente serie de insurgencias de las colonias es, sin duda, una consecuencia de la
Segunda Guerra Mundial que se constituyó en una formidable crisis para los poderes
coloniales. Los registros muestran que ninguna insurgencia o revuelta tuvo éxito en los
territorios coloniales antes de 1938, aunque la situación entonces no era menos revolucionaria
que después de la guerra. Incluso fueron pocos los que lo intentaron, la lista se completa
virtualmente con una revuelta en las últimas Indias Holandesas entre 1926 y 1927 y el
extraordinario movimiento de resistencia pacifista encabezado por Gandhi en la India.
La historia de la insurgencia comunista china ofrece otro ejemplo de la explotación de
una crisis. Luego de un ascenso lento de 50 miembros en 1921 a 1.000 miembros en 1925, el
Partido Comunista Chino se asoció con el Kuomintang, y sus miembros aumentaron
abruptamente a 59.000 en 1926. La expansión se facilitó por el estado de anarquía
prevaleciente en China y por la popularidad del enfrentamiento dirigido por el Kuomintang
contra los líderes de milicia y los imperialistas. Los dos partidos se separaron en 1927, y el
CCP (Partido Comunista Chino) se lanzó a una rebelión abierta. Inmediatamente el número de
adeptos disminuyó a 10.000. Un grupo comunista con Mao Tse-tung se refugió en el área de
Kiangsi-Hunan, mientras que otros grupos se esparcieron en varios sitios. Lentamente iniciaron
la guerra de guerrillas, y aunque al principio habían cometido el error de atacar pueblos bien
defendidos, lograron desarrollar su fortaleza militar. Los miembros aumentaron a 300.000 en
1934. El Kuomintang había logrado en ese momento establecerse como gobierno central de
China, y los comunistas solos presentaban un desafío a su autoridad. El Kuomintang, ahora un
poder fuerte, intentaba enérgicamente acabar con la rebelión. Luego de varias ofensivas sin
éxito contra los comunistas, las fuerzas nacionalistas los presionaron tanto que el CCP
realmente estaba luchando por su supervivencia. Para poder huir de la aniquilación, los
comunistas comenzaron su Larga Marcha desde Kiangsi a un área remota al norte de Shensi.
En 1937, luego de la Larga Marcha, los partidarios habían disminuido nuevamente a 40.000.
Chiang Kai-sleek estaba preparando otra poderosa ofensiva para terminar con los Rojos
cuando fueron salvados por una crisis: la agresión japonesa contra China. El día V-J, el Partido
había crecido a 1.200.000 partidarios, controlaban un área de 350.000 millas cuadradas con
una población de 95 millones, y tenían un ejército regular de 900.000 hombres y una fuerza de
milicias de 2.400.000. Ya no era vulnerable.

La doctrina de fronteras

Todo país está dividido a efectos administrativos y militares en provincias, condados,


distritos, zonas, etc. Las áreas limítrofes son una fuente permanente de debilidad para el
contrainsurgente independientemente de la estructura administrativa, y en general el insurgente
explota esta ventaja, en particular en las etapas de violencia iniciales de la insurgencia. Al
moverse de un lado de la frontera al otro, el insurgente muchas veces logra escapar a la
presión, o al menos, complicarle las operaciones al oponente.
No fue por accidente que las áreas dominadas por los comunistas chinos incluyeran la
zona fronteriza de Shansi-Kansu-Ningsia, el área militar de Shansi-Chahar-Hopei, el área
militar de Hopei-Shantung-Honan y el área militar de Shansi-Hopei-Honan. La operación a
horcajadas de las fronteras se había convertido en un asunto de doctrina para ellos.

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Condiciones geográficas

El rol de la geografía, un rol importante en una guerra común, puede ser primordial en
una guerra revolucionaria. Si el insurgente con su debilidad inicial no puede obtener ayuda
alguna de la geografía, puede considerarse condenado al fracaso antes de empezar.
Examinemos brevemente los efectos de los varios factores geográficos.
1. Ubicación: Un país aislado por barreras naturales (mar, desierto, cadenas
montañosas intimidantes) o situado entre países que se oponen a la insurgencia es favorable a
la contrainsurgencia.
2. Tamaño: Cuánto más grande el país, más difícil es para un gobierno controlarlo. El
tamaño puede debilitar hasta el régimen más totalitario; véase como ejemplo los actuales
disturbios de China en el Tibet.
3. Configuración: Un país fácil de compartimentalizar obstaculiza al insurgente. Por ello
la tarea de las fuerzas nacionales de Grecia para limpiar la península del Peloponesio fue
sencilla. Si el país es un archipiélago, la insurgencia no puede extenderse con facilidad; tal fue
el caso en las Filipinas. Sin embargo, el gobierno indonesio, que no se destaca precisamente
por su fortaleza, logró derrotar las rebeliones en las Moluccas, Amboina y otras islas.
4. Fronteras internacionales: El largo de las fronteras, en particular con países limítrofes
que apoyan a los insurgentes, son beneficiosos a los insurgentes, como lo fue en el caso de
Grecia, Indochina y Argelia. Una alta proporción límites costeros contra límites terrestres ayuda
al contrainsurgente porque el tráfico marino puede controlarse con una cantidad limitada de
medios técnicos, que el contrainsurgente posee o que generalmente puede adquirir. Fue más
económico en dinero y recursos humanos suprimir el contrabando a lo largo de la costa de
Argelia que a lo largo de las fronteras con Túnez y Marruecos, dónde el ejército francés tuvo
que construir, mantener y manejar una barrera artificial.
5. Terreno: Ayuda al insurgente mientras que sea abrupto y difícil, ya sea por montañas
y pantanos o debido a la vegetación. Las colinas de Kiangsi, las montañas de Grecia, la Sierra
Maestra, los pantanos de las llanuras de caña en Cochinchina, los campos de arroz en Tonkin,
la jungla de Malaya dieron una importante ventaja a los insurgentes. Los comunistas chinos en
Manchuria utilizaron de manera muy provechosa los períodos en que los campos estaban
cubiertos con tallos de kaoliang.
Por otra parte, el Frente de Liberación Nacional (FLN) nunca estuvo en condiciones de
operar por un período sostenido en las vastas extensiones del Sahara, en las que las fuerzas
francesas ocupaban los oasis y los pozos vitales, y la vigilancia aérea detectaba cada
movimiento e incluso las huellas de los movimientos en la arena.
6. Clima: Al contrario de lo que se cree comúnmente, los climas severos favorecen a las
fuerzas contrainsurgentes que por regla general disponen de mejor equipamiento operacional y
logístico. Esto será particularmente favorable si el soldado contrainsurgente es oriundo del país
y por tanto, acostumbrado a los rigores climáticos. La temporada lluviosa en Indochina
obstaculizó a los vietnamitas más que a los franceses. El invierno en Argelia llevó a la actividad
del FLN casi a una inmovilidad total. El solo mantener las escasas armas y municiones en
buenas condiciones cuando uno vive continuamente en el exterior, como lo hace la guerrilla, es
un dolor de cabeza permanente.
7. Población: El tamaño de la población afecta a la guerra revolucionaria del mismo
modo que el tamaño del país: cuantos más habitantes, más difícil controlarlos. Pero este factor
puede atenuarse o aumentarse por la densidad y la distribución de la población. Cuánto más
diseminada la población, mejor para el insurgente; esta es la razón por la cual los
contrainsurgentes en Malaya, Argelia y Vietnam del Sur hoy han intentado reagrupar la
población (como en Camboya en 1950-1952). Una alta proporción de población rural frente a la
urbana le otorga aire al insurgente; la OEA fracasó tácticamente en Argelia porque solamente

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podía confiar en la, población europea que estaba concentrada en las ciudades, en particular
en Argel y Oran. El control de un pueblo, que depende extremadamente de los suministros
externos, requiere fuerzas más pequeñas para controlar el mismo número de personas
diseminadas en el campo, salvo en el caso de un levantamiento masivo, que en ningún caso es
un evento muy largo.
8. Economía: El grado de desarrollo y sofisticación de la economía puede funcionar
para ambos lados. Un país altamente desarrollado es muy vulnerable a una ola de terrorismo
corta e intensa. Pero si el terrorismo dura, la ruptura puede ser tal que la población puede no
estar en condiciones de soportarla, y en consecuencia puede volverse en contra del insurgente
incluso cuando no era hostil a él en sus inicios.
Un país subdesarrollado es menos vulnerable al terrorismo pero más abierto a la guerra
de guerrillas, aunque solo sea porque el contrainsurgente no puede contar con una buena red
de transporte e instalaciones de comunicaciones y porque la población es más independiente
desde el punto de vista económico.

Para resumir, la situación ideal para el insurgente sería un país encerrado por tierra, en
forma de estrella con puntas redondeadas, con montañas cubiertas de jungla en las fronteras y
pantanos diseminados en las llanuras, en una zona de clima moderado, con una amplia
población rural dispersa y una economía primitiva. (Ver la Figura 1). El contrainsurgente
preferiría una pequeña isla en forma de estrella puntiaguda en la que cada agrupación de
pueblos distanciados entre ellos en forma pareja se separa entre sí por el desierto, un clima
tropical o ártico y una economía industrial. (Ver la Figura 2).

FIGURA I FIGURA 2

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Apoyo externo

El apoyo externo a una insurgencia puede adoptar las siguientes formas.


1. Apoyo moral, del cual el insurgente se beneficiará sin esfuerzo alguno de su parte,
siempre y cuando su causa corra con “los vientos de la historia”. Por tanto, en el actual
enfrentamiento entre los gobiernos de Angola y Portugal, el primero se beneficia de un apoyo
moral considerable, mientras que el segundo está aislado. El apoyo moral se expresa por el
peso de la opinión pública y mediante los variados medios de comunicación. La propaganda es
el instrumento principal del apoyo moral, el cual se usa para persuadir a la opinión pública
cuando es contraria, o para reforzar la solidaridad existente del público.
2. El apoyo político aplica presión directamente en el contrainsurgente, o en forma
indirecta mediante la acción diplomática en el foro internacional. Tomando el mismo caso como
ejemplo, vemos que varios estados de África han roto relaciones diplomáticas con Lisboa y
reconocieron el gobierno provisional de Angola; también han logrado que Portugal sea
expulsado de varias organizaciones internacionales tales como la Organización Internacional
del Trabajo.
3. El apoyo técnico, en forma de asesoría al insurgente para la organización de su
movimiento y la conducción de sus operaciones políticas y militares. La similitud entre los
métodos de los vietminh y los comunistas chinos no fue casual.
4. Apoyo financiero, abierto o encubierto. Una gran parte del presupuesto de la FLN
provino de subvenciones de la Liga Árabe. La China Roja embarcó té a la FLN en Marruecos,
el que fue vendido en el mercado libre.
5. El apoyo militar, ya sea mediante la intervención directa a favor de los insurgentes o
proporcionándoles instalaciones de entrenamiento y equipos.
Ningún apoyo externo es absolutamente necesario al comienzo de una insurgencia,
aunque obviamente ayuda cuando está disponible.
El apoyo militar en particular, fuera de la intervención directa, no puede ser absorbido
en una cantidad significativa por el insurgente hasta que sus fuerzas hayan alcanzado un
determinado nivel de desarrollo. La fase militar inicial de una insurgencia, tanto la guerra de
terrorismo como de guerrilla, requiere poco en cuanto al equipamiento, armas, municiones y
explosivos. Generalmente estas pueden encontrarse localmente o pueden contrabandearse.
Sin embargo, cuando llega el momento en que el insurgente deba pasar de una guerra
de guerrillas a una forma superior de operaciones, crear un ejército regular, la necesidad por
suministros mayores y más variados se vuelve aguda. O bien puede capturarlos del
contrainsurgente, o debe recibirlos del exterior. De lo contrario el desarrollo de la organización
militar insurgente es imposible.
Los comunistas en China recibieron poco o ningún apoyo del exterior hasta que
Manchuria fue ocupada por el ejército soviético; las armas y el equipamiento del Ejército
Kwantung Japonés se entregó a 100.000 soldados del Ejército de Liberación Popular que
habían cruzado a Manchuria desde Jehol y Shantung. Los comunistas en Manchuria pudieron
llevar a cabo de una vez operaciones sostenibles a gran escala, y la naturaleza de la lucha en
esta área fue marcadamente diferente de las operaciones comunistas al sur de la Gran Muralla.
El acceso al armamento del ejército japonés no fue un factor decisivo para el resultado de la
guerra, ya que las fuerzas comunistas en China propiamente dichas, que recibieron pocos
suministros de Manchuria, lograron armarse con equipamiento capturado a los nacionalistas;
pero ciertamente aceleró la derrota de las mejores tropas nacionalistas en Manchuria. Los
comunistas se jactaban que sus depósitos de pertrechos y municiones estaban
convenientemente ubicados en el frente, en manos de los nacionalistas. Su eslogan “Alimentar
la guerra con guerra” no era una afirmación vacía.

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En Indochina, el punto de inflexión ocurrió en 1950 cuando el vietminh empezó a recibir
asistencia de la China Roja. Hasta entonces, no habían sido capaces de desarrollar sus fuerzas
y llevar a cabo operaciones a larga escala, no porque hubieran sufrido de problemas de
recursos humanos –tenían un potencial de soldados mayor del que podían utilizar- sino porque
sus arsenales rudimentarios no podían cubrir sus necesidades, y no podían capturar
cantidades significativas de armas francesas. Aunque los vietminh podrían haber luchado una
guerra de guerrilla a largo plazo, y de este modo denegar a los franceses cualquier beneficio de
una ocupación prolongada del país, no hubieran estado en condiciones de levantar un ejército
regular poderoso sin la ayuda de China. Para septiembre de 1950, 20.000 hombres de las
fuerzas de Vietnam habían sido equipados con ametralladoras, morteros pesados y armas
antiaéreas. El comando de Vietnam fue capaz de organizar una división pesada, la 351ª. En
1951, de acuerdo con las estimaciones francesas, la ayuda china ascendió a 18.000 fusiles,
1.200 ametralladoras, 150 a 200 morteros pesados y aproximadamente 50 fusiles sin
retroceso.*
En Malaya y las Filipinas, los insurgentes no recibieron ayuda exterior y no se
desarrollaron.
En Grecia, los insurgentes comunistas recibieron apoyo de los países satelitales y a
través de ellos, pero la división entre Tito y Stalin interrumpió el flujo justo cuando los
insurgentes, que habían organizado sus fuerzas en unidades mayores y más vulnerables, lo
necesitaban más.
En Argelia el bloqueo naval francés y el cierre de fronteras evitó el flujo de suministros a
Argelia desde Túnez y Marruecos, donde se habían acumulado importantes acopios rebeldes.
El desarrollo no fue posible. La situación de las fuerzas del FLN después de 1959 fue tan crítica
que la mayoría de sus armas automáticas fueron enterradas por falta de municiones.

El conflicto oriente-occidente que hoy día cubre todo el mundo, no puede dejar de verse
afectado por cualquier insurgencia que ocurra en cualquier lugar. De hecho, es casi seguro que
una insurgencia comunista reciba automáticamente apoyo del bloque comunista. Las
probabilidades de recibir apoyo comunista son buenas incluso para insurgentes no-comunistas,
siempre y cuando su oponente sea un “imperialista” o un aliado “imperialista”, por supuesto.
Por el contrario, el último conflicto oriente – occidente algunas veces acelera el
desencadenamiento de insurgencias y no siempre es una bendición para los insurgentes, como
lo hemos visto en los casos de los movimientos comunistas en Asia después de la reunión de
1948 en Calcuta, y algunas veces las retarda o inhibe totalmente, cuando la insurgencia no
encaja con la política general del bloque comunista. Este último punto no puede documentarse,
por supuesto, pero existen firmes presunciones que la actitud sorprendentemente pasiva del
Partido Comunista Indonesio hoy en día, el que parece lo suficientemente poderosa para
emprender una acción violenta, puede atribuirse en alguna medida a un veto de Moscú o
Pekín.
Si el apoyo externo es demasiado fácil de obtener, puede destruir o dañar la confianza
en sí mismos de los rangos insurgentes. En parte por ese motivo, los insurgentes comunistas
en Asia siempre enfatizaron la necesidad de contar con sus propios esfuerzos. La resolución de
la Primera Sesión del Comité Central Vietnamita del Partido (Comunista) Lao Dong en 1951
recordaba a los miembros del Partido que “nuestra Guerra de Resistencia es una lucha larga y
dura” y que “tenemos que depender sobre todo de nuestras propias fuerzas”.

En conclusión, las condiciones para una insurgencia exitosa son (1) una causa; (2)
debilidad de la policía y la administración del bando contrainsurgente; (3) un entorno geográfico
no demasiado hostil; y (4) apoyo del exterior en las etapas medias y avanzadas. Las primeras
dos son obligatorias. La última es una ayuda que puede convertirse en necesidad.

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Bernard Fall, Le Viet-Minh (Paris. Librairie Armand Colin, 1960), página. 195•

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3. La doctrina de la insurgencia
Modelos estratégicos para la insurgencia

Dado que la contrainsurgencia existe solamente como una reacción a la insurgencia, los
problemas y las operaciones de la contrainsurgencia pueden entenderse mejor a la luz de lo
que los motiva. En este capítulo resumiremos la doctrina de la insurgencia.
Dos modelos generales para insurgencias emergen de la historia de guerras
revolucionarias pasadas. Una se basa esencialmente en la teoría y la experiencia de los
comunistas chinos y que fue proporcionada por Liu Shao-chi como un borrador para la
revolución en países coloniales y semicoloniales.

El camino que guió al pueblo chino a la victoria se expresa en la siguiente fórmula:


1. La clase trabajadora debe unirse a todas las demás clases, partidos políticos y
organizaciones e individuos que estén dispuestos a oponerse a la opresión del imperialismo y
sus lacayos desde un frente amplio y nacional, y debe emprender una lucha decidida contra el
imperialismo y sus lacayos.
2. Este frente unido que cubra todo el país debe ser dirigido y construido en torno a la
clase trabajadora que se opone al imperialismo en forma más decidida, es más valiente y
desinteresada, y a su partido, el Partido Comunista, con éste en su centro. No debe ser
liderado por la fluctuante y comprometida burguesía nacional o la pequeña burguesía y sus
partidos.
3. Para permitirle a la clase trabajadora y a su partido, el Partido Comunista, convertirse
en el centro de unificación de todas las fuerzas de todo el país contra el imperialismo y para
llevar adelante el frente nacional unido a la victoria en forma competente, es necesario construir
mediante enfrentamientos a largo plazo un Partido Comunista que esté armado y se base en la
teoría del Marxismo Leninismo, que entienda de estrategias y tácticas, practique la autocrítica y
una estricta disciplina, y que esté estrechamente vinculado a las masas.
4. Es necesario formar un ejército nacional siempre y cuando sea posible, dirigido por el
Partido Comunista y que sea poderoso y hábil para combatir a los enemigos. Es necesario
establecer las bases en las que el ejército de liberación pueda basar sus actividades y
coordinar la lucha de las masas en áreas controladas por el enemigo con la lucha armada. La
forma principal de lucha para los enfrentamientos de liberación nacional de muchas colonias y
semicolonias será la lucha armada.
Este ha sido el camino fundamental seguido y practicado en China por su pueblo para
obtener la victoria. Este es el camino de Mao Tse-tung, que también puede ser el camino
fundamental para lograr la emancipación por el pueblo de otros países coloniales y
semicoloniales donde prevalecen condiciones similares.
El otro modelo, una variación del primero en su etapa temprana, ha sido seguido por
varios insurgentes nacionalistas. Se describirán a continuación, pero debe entenderse que
solamente se brindan como modelos construidos sobre generalizaciones. Aunque en líneas
generales encajan sustancialmente en los eventos actuales, pueden estar parcialmente en
discordancia con insurgencias específicas de la historia.

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El modelo ortodoxo (comunista)
Para los comunistas, la revolución no consiste meramente en derrocar el orden
existente sino también en llevar a cabo posteriormente una total transformación comunista del
país.

La primera etapa: Creación de un partido

El instrumento básico para todo el proceso es un partido, y el primer paso para el


insurgente es crearlo.
* Discurso en la Conferencia de Union Comercial de Países de Asia y Asia Austral, Peking, noviembre de
1949. Los países coloniales y semicoloniales comprenden toda Asia (con excepción de los estados comunistas),
toda África y América Latina. (Véase más abajo, págs. 140 y 142).

Por definición, debería ser el partido del proletariado, pero como el proletariado es
pequeño o inexistente en los países coloniales y semicoloniales, debe incluirse en el mismo la
clase más baja de campesinos; la inclusión de los campesinos es de hecho un sine qua non, en
tanto que la lucha armada deba llevarse adelante en áreas rurales. Debido a que el
proletariado no puede producir líderes competentes en sus inicios, deben buscarse entre los
intelectuales y en particular entre los estudiantes que pueden proporcionar tanto fervor como
cerebro.
La intensidad y las vicisitudes de un largo enfrentamiento por delante hacen que sea
imperativo que el partido sea fuerte, disciplinado y probado. No puede ser una organización
relajada, que pudiera quebrarse a la primera curva cerrada en la política partidaria o que ceda
ante la reacción del contrainsurgente. Además, no debe desintegrarse después de la victoria,
cuando las reformas comunistas están a punto de ser implementadas y cuando los aliados de
ayer se convierten en los enemigos de hoy. Debe ser y seguir siendo un partido de elite.
Puede mantenerse su cohesión imponiendo a los miembros la aceptación de las dos
directivas fundamentales de funcionamiento – el centralismo democrático, y la crítica y la
autocrítica-; evaluando a los candidatos mediante sencillos criterios de su origen de clase; y
haciendo que los patrocinadores de los candidatos se hagan responsables de su
comportamiento presente y futuro.
Su pureza se mantiene a través de una eliminación de malas hierbas regular y
sistemática en luchas “infra-partidarias”, que son consideradas por una necesidad como Liu
Shao-chi. Los que se desvíen de la ortodoxia se volverán a incorporar mediante métodos
conciliatorios o serán expulsados si no confiesan sus errores.
En vista de sus operaciones futuras, el partido debe estar organizado en aparatos tanto
descubiertos como clandestinos, siendo el último diseñado para cumplir un doble propósito:
defensivo, en caso que el contrainsurgente decida suprimir el partido; ofensivo, para tomar las
armas y llevar a cabo las luchas de masas en las áreas enemigas, una vez que el partido haya
iniciado la rebelión descubierta. No puede negarse que la creación y el crecimiento de dicho
partido es en el mejor de los casos un proceso tortuoso y laborioso. En el caso del Partido
Comunista Chino, pasaron cinco años entre la reunión de sus doce fundadores en Shanghai el
1ero. de julio de 1921 y sus primeros mil miembros. Construir un partido revolucionario fuerte y
confiable es sin duda la parte más difícil de la insurgencia. Si fuera sencillo de lograr, el mundo
hoy podría estar en manos comunistas, considerando la maquinaria, la experiencia, los
esfuerzos y el dinero que la internacional comunista ha aplicado a este propósito. Los errores
de liderazgo, la inercia humana, las circunstancias más allá del control del insurgente y la mala
suerte han generado obstáculos imponentes y recurrentes.
Por otra parte, la primera etapa puede lograrse mediante procedimientos legales y
pacíficos, al menos en los países en los que se tolera la oposición política.
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La segunda etapa: El frente unido

Un partido elite es por fuerza un partido minoritario. No puede sobrepasar la


contrainsurgencia por sí misma, a través de sus propios medios. Por lo tanto, la segunda etapa
que puede sobrepasar ampliamente a la primera, consiste en concentrar aliados alrededor del
partido: cuántos más, mejor. Esto genera varios problemas:

Un gran frente unido necesariamente incluirá aliados cuestionables cuyo uso debe
mantenerse alejado del punto en que pueden poner en peligro el programa básico del
insurgente. La solución es la “táctica del salame”: una vez que el partido está firmemente en
poder, los aliados ya no son necesarios y se rechazan uno a uno.
El partido puede perder su identidad en un frente unido. Para reducir este riesgo, el
partido siempre debe seguir siendo un “bloque aparte” en cualquier coalición. Puede integrar
una alianza con otros partidos, pero jamás debe fusionarse a ellos. No puede absorberlos
tampoco; los elementos simpatizantes, pero no confiables, deben agruparse en las
organizaciones del frente del partido.
La plataforma del partido en cualquier momento dado durante el conflicto puede
contener algo que atraiga a cada aliado y nada que pueda ser demasiado objetable. De esta
manera las verdaderas intenciones del partido para la posguerra deben mantenerse en secreto;
solo pueden divulgarse entre los líderes más altos. Si la masa de adeptos deben ser
disciplinado, aceptará un programa oficial en catarata en consideración a las tácticas. Cuando
se les preguntó a los comunistas chinos sobre su programa futuro, solían contestar muy
convincentemente que China no estaba madura para las reformas comunistas, que se requería
un largo período de transición y que China primero debía atravesar un período de desarrollo
nacional capitalista. El “período de transición”, de hecho, duró menos de dos años (1949 a
1951).

Durante esta segunda etapa, el aparato clandestino del partido se dedicará a la acción
subversiva dirigida hacia tres elementos principales:

El contrainsurgente, con una perspectiva hacia la prevención y el sabotaje de una


eventual reacción.
Los aliados, para poder canalizar sus actividades en la dirección seleccionada por el
partido y para evitar cualquier ruptura que pueda dañar al frente unido.
Las masas, para preparar y promover los enfrentamientos políticos contra el insurgente.

Esto se hace mediante la infiltración, la noyautage [infiltración], los disturbios y la


propaganda. Una buena inteligencia es un importante subproducto de este trabajo.
Al acercarse el momento de la lucha armada, el trabajo entre las masas se vuelve
particularmente importante en las áreas rurales que han sido seleccionadas provisionalmente
como terrenos favorables para las operaciones militares iniciales del insurgente. Una población
que se ha convencido a favor de la causa y un área en que la organización del partido sea
fuerte son esenciales para el éxito de las primeras operaciones guerrilleras, de las cuales
dependen muchas cosas.
La actividad insurgente durante la segunda etapa permanece generalmente dentro de
los límites de la legalidad y la no violencia. No constituye una rebelión abierta ni un desafío
claro a la contrainsurgencia. Teniendo la iniciativa, el insurgente siempre puede aminorar el
paso o emprender la retirada cuando lo amenaza una reacción.

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La tercera etapa: Guerra de guerrillas

El insurgente puede obtener poder meramente mediante el juego político y la


subversión. Si no es así, la continuación lógica es la lucha armada. Los comunistas chinos
sostienen que la lucha armada es tanto necesaria como indispensable, que la victoria debe
obtenerse mediante la fuerza, que la “liberación” no debe otorgarse u obtenerse por
compromisos. Los motivos para esta postura son los siguientes:

Una guerra revolucionaria local es parte la guerra global contra el capitalismo y el


imperialismo. Por lo tanto, una victoria militar contra el enemigo local es de hecho una victoria
en contra del enemigo global y contribuye a su derrota final.
Cuando el insurgente obtiene el poder luego de una lucha armada, su victoria es
completa y su autoridad absoluta. La guerra ha polarizado a la población, mostrando quienes
son los amigos y quienes los enemigos, lo que hace más fácil implementar el programa
comunista posguerra.
Mediante la lucha armada, el partido se consolida. Adquiere experiencia, cura de una
vez y por todas las enfermedades infantiles, elimina a los miembros débiles y puede
seleccionar a los mejores, a los verdaderos líderes. La implicación lógica de esto es que el
insurgente debe ganar primordialmente mediante su propio esfuerzo; si adquiere el poder
mediante la intervención externa, la debilidad interna del partido lo acosará por años.
El partido asume el poder mediante una organización militar confiable y probada, lo que
es la garantía del partido en la futura transformación política.

De modo que, tanto en el caso en que sea imposible la victoria por otros medios o por
su fe en la utilidad de la lucha armada, el insurgente se embarca en una competencia de
fortalezas. Ya que la decisión es suya,* elige el momento en que las condiciones parezcan
oportunas, cuando desde el punto de vista interno el contrainsurgente se vea debilitado por una
crisis fortuita o provocada, cuando la subversión produzca sus efectos, cuando la opinión
pública esté dividida, cuando la organización del partido se haya desarrollado en algunas áreas
rurales; y cuando, desde el punto de vista externo, la intervención directa del bando
contrainsurgente sea poco probable, cuando el insurgente pueda contar con algún apoyo moral
y político a esa altura, y con apoyo militar más adelante, si fuera necesario.
El objetivo es la creación de la potencia militar insurgente, pero debe cumplirse en
forma progresiva, paso a paso. La guerra de guerrilla es el único curso de acción posible para
empezar. En esta etapa, el primer objetivo es la supervivencia de la guerrilla: el objetivo final es
la adquisición de bases en las que un gobierno y una administración insurgentes puedan
establecerse, explotarse los recursos humanos y otros recursos, y puedan crearse fuerzas
regulares. Una guerra de guerrillas sin bases, dice Mao Tse-tung, no es más que un grupo de
rufianes ambulantes incapaces de mantener vínculos con la población, no puede desarrollarse
y está destinado a ser derrotado.
Visto de manera objetiva, no hay diferencias entre la actividad diaria de los bandidos
comunes de casi cualquier país y las acciones de la guerrilla. ¿Qué es lo que hace posible que
las guerrillas sobrevivan o se expandan? La complicidad de la población. Esta es la clave de la
guerra de guerrillas, ciertamente lo es para la insurgencia, y esta expresión encaja en la
fórmula como pez en el agua. La complicidad de la población no debe confundirse con la
solidaridad de la población; la primera es activa, la segunda inactiva, y la popularidad de la
causa insurgente es en sí misma insuficiente para transformar solidaridad en complicidad. La
participación de la población en el conflicto se obtiene, sobre todas las cosas, mediante una
organización política (el partido) que viva entre la población, respaldada por la fuerza (los
grupos guerrilleros) que eliminan a los enemigos declarados e intimidan a los enemigos
potenciales, y depende de aquellos entre la población que apoyan a los insurgentes en forma
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activa. La persuasión atrae a una minoría de seguidores –éstos son indispensables– pero la
fuerza hace el resto. Existe, por supuesto, un límite práctico si no ético para el uso de la fuerza;
la regla básica es nunca antagonizar de una vez con más personas de las que se puede
manejar.

* Con las reservas expresadas en la página 6: Un movimiento insurgente comunista puede ser ordenado
por la internacional comunista a aumentar o disminuir sus acciones.

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Tan importante como los vínculos entre la organización política del insurgente y la
población son los vínculos entre las fuerzas armadas y las masas. La tarea de velar por su
mantenimiento apropiado -y que las fuerzas nunca se conviertan en un rival para el partido-
pertenece a los comisarios políticos.
Las operaciones guerrilleras serán planificadas primordialmente no tanto contra el
contrainsurgente como con el fin de organizar a la población. Una emboscada contra una
patrulla contrainsurgente puede ser un éxito militar, pero si no consigue el apoyo de un pueblo
o involucra a su población en contra del contrainsurgente, no es una victoria porque no lleva a
la expansión. En otras palabras, el desgaste del enemigo es un subproducto de la guerra de
guerrillas, no su objetivo principal.

¿Dónde operar? En aquellas áreas que el contrainsurgente no puede controlar


fácilmente y dónde los grupos guerrilleros pueden, en consecuencia, sobrevivir y desarrollarse.
Los factores en la selección de las primeras áreas de operaciones son:

La fortaleza de la organización insurgente entre la población, que se ha alcanzado en


los trabajos preliminares.
Lo remoto de las áreas del centro del poder contrainsurgente.
Su inaccesibilidad debido al terreno y a los pobres medios de comunicación.
Su ubicación en ambas partes de los límites administrativos, que dificultan al enemigo
coordinar su reacción.

Más adelante, cuando el éxito atrae más éxito, el primer factor se vuelve menos
importante y la guerra de guerrillas puede expandirse geográficamente insertando equipos de
unidades guerrilleras y trabajadores políticos en otras áreas, incluso carecen de estructuras
partidarias firmes. Esto subraya la importancia del éxito temprano.
El armamento no es un problema en esta etapa. Los requerimientos del insurgente son
pocos. Las armas (pistolas, rifles, fusiles) generalmente están disponibles o pueden comprarse
y contrabandearse. El armamento más pesado (granadas, minas, incluso morteros) puede
fabricarse y el equipamiento puede capturarse del enemigo.
La desmoralización de las fuerzas enemigas es una tarea importante. La manera más
eficaz de alcanzarlo es empleando una política de indulgencia hacia los prisioneros. Deben
tratarse bien y se les debe ofrecer la opción de unirse al movimiento o de liberarse, incluso si
esto significa que retornarán al bando contrainsurgente. A pesar de los contratiempos en las
primeras etapas, esta es la política que da mayores frutos a largo plazo. Durante un viaje a
China occidental en abril de 1947, el autor fue capturado por tropas comunistas bajo el mando
del General Chen Keng en Hsinkiang, un pueblo en la provincia de Shansi. Fue tratado como
prisionero durante la primera mañana, puesto bajo vigilancia durante el resto del día y
considerado un “invitado de honor” durante el resto de una muy interesante estadía involuntaria
de una semana con el Ejército de Liberación Popular. Durante esa semana, varios grupos de
líderes militares y políticos se dedicaron a explicar su política, estrategia y tácticas. Un
comisario político explicó la técnica comunista para el manejo de prisioneros Kuomintang. Se
les ofrecía la opción de (1) unirse al Ejército Comunista, (2) asentarse en territorio comunista,
donde se les daría una parcela de tierra, (3) volver a sus hogares o (4) regresar al Ejército
Nacionalista. Pocos días después, el autor visitó un campamento temporal de prisioneros en
los que los comunistas mantenían un grupo de 200 oficiales nacionalistas de menor rango que
acababan de ser capturados. Mientras que el comisario político estaba hablando con un grupo
de prisioneros, el autor preguntó a otro grupo, en chino, si entre ellos había alguno que hubiera
sido capturado anteriormente por los comunistas. Tres oficiales nacionalistas admitieron que
era su segunda captura.

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En ese mismo mes, un colega del autor visitó un campamento en Hsuchow en China
central, donde los nacionalistas mantenían a 5.000 prisioneros comunistas.
“¿Dónde fueron apresados?”, preguntó al general nacionalista a cargo del campo.
“Entre usted y yo no tenemos más de diez soldados comunistas verdaderos entre estos
prisioneros”.
“Entonces, ¿quiénes son los demás?”
“Soldados nacionalistas apresados y liberados por los comunistas. No queremos que
contaminen nuestro ejército”.
De esta manera los comunistas habían logrado la treta ¡de hacer que los propios
nacionalistas vigilaran a sus hombres! Los comunistas chinos al principio utilizaron esta técnica
con sorprendente éxito con los prisioneros japoneses durante la Guerra Chino-Japonesa. En la
primera parte del período de posguerra, varios importantes líderes comunistas japoneses eran
graduados de esta escuela china para prisioneros japoneses. La primera señal clara de la
influencia china en los vietnamitas llegó en 1950, cuando los vietnamitas sorpresivamente
cambiaron su actitud con prisioneros franceses. En vez de asesinarlos, emprendieron la labor
de lavarles el cerebro.
Además de los asuntos antes mencionados referentes a los suministros y las
operaciones, el insurgente debe solucionar un problema creado por lo que consideramos un
recurso táctico: la naturaleza dispersa de sus operaciones. Aunque dificulta al contrainsurgente
para hacerles frente, el insurgente también debe conciliar la desconcentración de sus fuerzas
con la necesidad de una unidad de acción. La solución es una doctrina clara y común, instruida
y aceptada ampliamente.
La política del frente unido vuelve a instruirse a sus fuerzas durante todo el conflicto y
debe brindársele sustancia durante la lucha armada. ¿Cómo pueden aceptarse aliados en las
estructuras políticas y las unidades guerrilleras sin debilitar la insurgencia? La única manera es
confrontando a sus aliados con la superioridad de organización, la disciplina, la doctrina, la
política y el liderazgo del partido. Solo el partido debe liderar; los líderes poderosos entre los
aliados deben ser convencidos o neutralizados. Solo el partido debe expandirse, a los partidos
aliados solo se les debe permitir estancarse.
Las tácticas militares de la guerra de guerrillas son demasiado bien conocidas para
detallarse en este resumen.

La cuarta etapa: Guerra de movimiento

La guerra de guerrillas no puede ganar la decisión contra un enemigo resuelto. Una


actividad guerrillera a largo plazo, tan económica para llevar a cabo y tan costosa para suprimir,
puede producir eventualmente una crisis en el bando contrainsurgente, pero de la misma
manera puede distanciar a la población y desintegrar el frente unido. El enemigo debe
enfrentarse en su propio terreno; debe crearse un ejército regular insurgente para que pueda
destruir a las fuerzas contrainsurgentes.
Existe un problema de tiempos. Si la creación del ejército regular, que necesariamente
será menos escurridizo que los grupos guerrilleros, es prematura, puede llevarlos al desastre.
De modo que no debe emprenderse esta tarea hasta que se hayan liberado las bases y el
enemigo haya sido desalentado de invadirlos con demasiada frecuencia, y hasta que el
problema del armamento pueda solucionarse.
Cuando la situación cumple con estas condiciones, las mejores unidades guerrilleras
pueden transformarse progresivamente en tropas regulares, al principio a nivel de fuerzas de
compañía, luego de batallón y de ahí en adelante hasta llegar a niveles de división o incluso
más alto.
La principal dificultad es el armamento. La cantidad y el tipo de armas y equipamiento
disponible sientan el límite de la expansión de las fuerzas regulares insurgentes. No se puede
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depender de la producción en las bases porque los arsenales ofrecen blancos fijos y fáciles
para el contrainsurgente. Esto solo deja dos fuentes posibles: capturarlas del enemigo y
obtener suministros del exterior.
De estas, capturarlas del enemigo es lo que dicta la naturaleza de las operaciones
insurgentes. Serán “operaciones comerciales” concebidas y ejecutadas para traer más
ganancias que pérdidas. Esto, a su vez, requiere de una abrumadora y rápida concentración de
las fuerzas insurgentes contra una unidad contrainsurgente aislada atrapada en campo abierto
–no atrincherada- por lo tanto una guerra de movimiento en la que el insurgente pueda explotar
su dinamismo, una inteligencia superior y las instalaciones logísticas a campo traviesa simples
pero eficaces proporcionadas por la población organizada. En aras del dinamismo, el
armamento pesado debe descartarse; debido a las instalaciones logísticas limitadas, el ataque
mismo [ ]

* El error cometido por el General Giap en Tonkin en 1951, fue querer abarcar
demasiado en muy poco tiempo, cuando intentó forzar una confrontación con las fuerzas
francesas bajo el mando del General de Lattre de Tassigny. El resultado fue una costosa
derrota para los insurgentes.

[ ] debe ser corto y no puede llevarse a cabo un ataque sostenido; en aras de una mejor
inteligencia, las operaciones se llevan a cabo preferentemente en áreas donde las
organizaciones políticas insurgentes sean fuertes y activas entre la población.
Los suministros del extranjero, si esta posibilidad existe, impone en el insurgente la
necesidad de procurarse bases en las fronteras internacionales del país o cerca de ellas, cerca
del suministro de recursos.
La imposibilidad de las unidades insurgentes de asestar golpes –su capacidad logística
débil- descarta las operaciones defensivas fijas. De hecho, las unidades regulares son tan
preciadas, en particular cuando recién han sido creadas, que la defensa de las bases debe
dejarse en manos de otras fuerzas insurgentes, a la población misma con sus milicias, a las
unidades guerrilleras y a las tropas locales, las que proporcionan un núcleo para la defensa. En
las operaciones ofensivas, estas unidades de segundo nivel también relevan a las tropas
regulares de la tarea de encubrimiento y reconocimiento.
El modelo territorial de la estrategia insurgente se refleja en los varios tipos de áreas
que establece:

Bases regulares, áreas guarnicionadas por tropas regulares (descansando, entrenando


o en el proceso de organización) y tropas locales, con un gobierno funcionando en forma
abierta que dirige la administración, la economía política, la tributación, la justicia, la educación
y los servicios públicos en forma segura de la penetración enemiga salvo que el
contrainsurgente movilice fuerzas de otras partes del país para una campaña mayor.
Las bases guerrilleras, con tropas regulares activas además de otros tipos, totalmente
organizadas bajo el control político insurgente, con órganos administrativos diseñados para
funcionar ya sea en forma descubierta o encubierta, según lo dicten las circunstancias. Éstas
están sujetas a penetraciones enemigas más frecuentes, pero el enemigo generalmente no es
capaz de retenerlas.

Áreas guerrilleras, en las que los gobiernos y las fuerzas contrainsurgentes se


encuentran en un constante enfrentamiento con el insurgente.
Áreas ocupadas, bajo el control político y militar del contrainsurgente, donde el
insurgente solamente trabaja en forma encubierta.

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El objetivo del insurgente es convertir las áreas ocupadas en áreas de guerrilla, las
áreas de guerrilla en bases guerrilleras, y éstas en bases regulares.
Para poder movilizar la población para un esfuerzo de guerra completo, todo habitante
bajo control insurgente es obligado a pertenecer simultáneamente a al menos dos
organizaciones: una horizontal, es la organización geográfica, por caserío, aldea o distrito; la
otra, vertical, son grupos de habitantes por categorías de cualquier tipo, por edad, sexo o
profesión. Las células del partido cruzan toda la estructura y proporcionan la consolidación.
Una organización adicional ayuda a mantener a todas las personas en línea. el servicio secreto
del partido, cuyos miembros permanecen desconocidos a los grupos de líderes y solamente
responden a la jerarquía más alta, que están por tanto en posición de controlar a aquellos que
controlan a las masas. En 1947, cuando el autor fue capturado por los comunistas chinos en
Hsinkiang, en la provincia de Shansi, notó que un equipo de funcionarios civiles comunistas de
inmediato se hizo cargo de la administración del pueblo, que era la sede de un hsien
(condado). Estos funcionarios, se le explicó, habían sido designados para la tarea mucho antes
y habían estado funcionando como gobierno encubierto en las unidades guerrilleras activas en
la zona.
“Sus fuerzas no ocuparán Hsinkiang por siempre. ¿Qué ocurrirá a sus funcionarios
civiles cuando su ejército se vaya?”, pregunté al comisario político del ejército del General Chen
Keng.

“Ellos también se irán y reasumirán su trabajo clandestino”, replicó.


“¿No teme que pierdan su valor ahora que se han mostrado?”
“Tenemos agentes secretos en este pueblo que no salieron a la luz cuando lo tomamos.
No sabemos siquiera quienes son. Ellos seguirán aquí cuando nos vayamos”.
La expansión del movimiento insurgente genera el problema de los grupos de líderes
políticos y militares. Han sido seleccionados sobre todas las cosas, en base a su fidelidad, y en
segundo lugar por sus logros concretos en el campo. ¿Cuán importante consideran los
comunistas la fidelidad de su personal, grupos de líderes y tropas puede verse en la siguiente
historia. En 1952, un comandante de regimiento vietminh, duramente presionado por las tropas
francesas en el delta del Río Rojo, rogó por reemplazos. La respuesta del comando vietminh
fue: “Imposible enviarle reemplazos ahora, aún no han recibido adoctrinamiento político
completo”.
Los oficiales comunistas, tanto chinos como vietminh, eran producto de la selección
natural. Habían mostrado su temple en el campo de batalla antes de ser seleccionados para
responsabilidades mayores. Los estudios teóricos y el trabajo de posgraduado en el escalón
siguiente completaban su educación. Compare los productos comunistas con los oficiales del
ejército de Vietnam del Sur hoy en día, seleccionados de acuerdo a sus estándares
académicos y por lo tanto, en general hijos de la pequeña burguesía urbana. Son tan extraños
a los campos de arroz, y se sienten tan perdidos en ellos, como los oficiales blancos, y
probablemente sean menos adaptables.

La quinta etapa: La campaña de aniquilación

A medida que crece la fortaleza general del insurgente mientras que la del oponente
disminuye, se alcanza hasta cierto punto un balance de fuerzas. En la evaluación de la fuerza
del insurgente debe incluirse no solo sus ventajas militares sino la solidez de su estructura
política, el hecho que la población se movilice en sus áreas, la actividad subversiva de sus
agentes encubiertos en las áreas contrainsurgentes y, por último, la superioridad psicológica
del insurgente.

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De ahí en adelante el alcance y la escala de las operaciones insurgentes aumentarán
rápidamente; una serie de ofensivas dirigidas a una destrucción total del enemigo constituirán
la etapa última y final.
En cualquier momento durante el proceso, el insurgente puede hacer ofertas de paz,
siempre y cuando haya más para ganar mediante la negociación que a través de la lucha.

El modelo burgués-nacionalista: Un atajo

El objetivo del insurgente en este caso generalmente se limita a la a toma del poder; los
problemas de la postinsurgencia, como preocupaciones secundarias, se dejan para el momento
dado. La meta precisa e inmediata del núcleo inicial de insurgentes, un grupo de hombres
dedicados pero inevitablemente pequeño sin una organización amplia que los respalde, es el
establecimiento de un partido revolucionario en forma expeditiva.

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La primera etapa: Terrorismo ciego
El propósito es obtener publicidad para el movimiento y su causa, y al enfocar la
atención en él, atraer simpatizantes latentes. Esto se logra mediante el terrorismo,
bombardeos, incendios y asesinatos en forma aleatoria, llevados a cabo en la manera más
espectacular posible, a través de olas concentradas, coordinadas y sincronizadas. Se necesitan
pocos hombres para este tipo de operaciones. De acuerdo a Mohamed Boudiaf, uno de los
primeros líderes de FLN, no más de 400 o 500 nacionalistas argelinos participaron en las
acciones terroristas del día D.
El secuestro de un buque portugués por un oponente al primer ministro Salazar y el
secuestro temporal de un campeón de carreras de autos mundialmente conocido por Castro en
la Havana no tenían otro propósito que atraer los encabezados de los periódicos.

La segunda etapa: Terrorismo selectivo

Esta etapa sigue a la primera rápidamente. Las metas son aislar al contrainsurgente de
las masas, involucrar a la población en el enfrentamiento y obtener al menos una complicidad
pasiva.
Esto se logra mediante el asesinato, en diferentes partes del país, de funcionarios de
del gobierno de grado inferior que trabajen en forma más cercana a la población, tales como
policías, carteros, alcaldes, consejeros y maestros. El asesinato de funcionarios
contrainsurgentes de alto rango no cumple ningún propósito ya que están demasiado alejados
de la población para que sus muertes sirvan de ejemplo.
A los primeros simpatizantes se les encomienda la tarea de recolectar dinero de la
población. Aunque el dinero, el tendón de la guerra, es de interés por sí mismo, esta operación
tiene importantes efectos secundarios. El importe de dinero recolectado proporciona un simple
estándar para evaluar la eficiencia de los simpatizantes y para seleccionar los líderes
correspondientemente. Esto también implica a las masas y las fuerza a mostrar su espíritu
revolucionario. “Si nos das dinero, estás con nosotros. Si nos niegas el dinero, eres un traidor”.
Algunos de aquellos que se nieguen a pagar son ejecutados. Para involucrar a la población aun
más, se hacen circular simples mots d' ordres tales como “boycott al tabaco”; unos pocos
transgresores a los que se atrapa fumando son ejecutados. Estos asesinatos solo tienen valor
si sirven como ejemplos, por lo tanto no deben ser a escondidas o cometidos furtivamente. Las
víctimas generalmente son descubiertas con un cartel explicando que han sido condenadas por
un tribunal revolucionario y ejecutadas por tal y cual delito.
El insurgente tiene que destruir todos los puentes que vinculen a la población con el
contrainsurgente y sus aliados potenciales. Entre éstos, las personas (generalmente de
pensamiento liberal) que tiendan a buscar un compromiso con los insurgentes serán blancos de
ataques terroristas.
Cuando se logre todo esto, las condiciones habrán madurado para que operen las
guerrillas insurgentes y para que se movilice la población en forma eficaz. De ahí en adelante,
este modelo se une con el ortodoxo, si fuera necesario.
Ilegal y violento desde el inicio, peligroso para el insurgente porque el terrorismo puede
traer consecuencias, este modelo ahorra años de tedioso trabajo organizativo. Mediante el
terrorismo, pequeños grupos de insurgentes han sido catapultados de la noche a la mañana a
la cabeza de grandes movimientos revolucionarios, y algunos han obtenido la victoria al
momento, sin necesidad de una acción ulterior. Sin embargo, se paga la factura al final con la
amargura generada por el terrorismo y con la desintegración después de la victoria de un
partido que se rejuntó en un apuro.

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La vulnerabilidad del insurgente en el modelo ortodoxo

Sigamos al insurgente que ha elegido el modelo ortodoxo como su curso de acción.


Opera necesariamente en un país en el que la oposición política es tolerada.
Durante las primeras dos etapas -la creación de un partido y la organización de un
frente unido- su vulnerabilidad depende directamente de la tolerancia del contrainsurgente y
puede ser correspondientemente alta o baja. Antes o después, el contrainsurgente cae en la
cuenta del peligro y empieza a reaccionar. La vulnerabilidad del insurgente aumenta porque
aun no ha adquirido poder militar y no está en posición de resistirse por la fuerza. Si la reacción
del contrainsurgente es suficientemente débil, el insurgente sobrevive a su primera prueba, ha
aprendido cuán lejos puede llegar y su vulnerabilidad disminuye.
Si todo salió bien, el insurgente ha creado su partido y organizado un frente popular.
Decide ahora iniciar una guerra de guerrillas (etapa 3). Su poder militar aún es inexistente o
débil, mientras que el oponente puede atacar con todo su peso. En consecuencia, la
vulnerabilidad del insurgente aumenta marcadamente a su nivel más alto, y bien puede ser
destruido. Si sobrevive, su vulnerabilidad baja nuevamente hasta que empieza a organizar un
ejército regular (etapa 4). Estas unidades, que ya no son grupos guerrilleros pequeños y
huidizos, entonces ofrecen mejores blancos para las fuerzas contrainsurgentes convencionales.
La vulnerabilidad vuelve a aumentar. Luego de saltar esta última valla, el insurgente ya no es
vulnerable.
Si se pudiera medir la vulnerabilidad, podría representarse gráficamente según se
muestra en la Figura 3.
Vulnerabilidad

Modelo del atajo


Modelo ortodoxo

Etapa 2 Etapa 4

Etapa 1 Etapa 3 Etapa 5


FIGURA 3
VULNERABILIDAD DEL INSURGENTE EN EL
CURSO DE LA GUERRA REVOLUCIONARIA

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La vulnerabilidad del insurgente en el modelo del atajo
En caso de que el insurgente hubiera elegido seguir el modelo burgués nacionalista, su
vulnerabilidad empieza en un nivel más bajo, ya que su acción en los inicios es clandestina.
Sube rápidamente debido al peligro inherente al terrorismo, que la fuerza policial común puede
estar en condiciones de suprimir si no se ha planificado y conducido en una escala suficiente.
El insurgente que necesita publicidad más allá de cualquier otra cosa durante esta etapa,
también está a merced de una censura cerrada e inmediata.
Sin embargo, la sorpresa juega a su favor, y puede contar con el hecho que la reacción
del contrainsurgente nunca es inmediata. Si el insurgente ha sobrevivido a los primeros pocos
días de terrorismo ciego, su vulnerabilidad decrece.
Vuelve a aumentar debido a que el contrainsurgente empieza a movilizar todo su poder
en su contra; las fuerzas armadas en particular entran en acción mucho antes que en el modelo
ortodoxo. La vulnerabilidad sube a un nuevo nivel. Si el insurgente sobrevive, disminuye
progresivamente.
Cuando el insurgente alcanza la etapa 3 (guerra de guerrillas) y se reúne con el modelo
ortodoxo, es menos vulnerable de lo que lo sería si hubiera elegido el modelo ortodoxo desde
un inicio, ya que ha resistido exitosamente a lo peor de la reacción de la contrainsurgencia.

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4. Contrainsurgencia de la Guerra Fría Revolucionaria
Desde el punto de vista de la contrainsurgencia, una guerra revolucionaria puede dividirse en
dos períodos:
1. La “guerra fría revolucionaria”, cuando la actividad insurgente permanece en general
legal y no violenta (como en las etapas 1 y 2 del modelo ortodoxo).
2. La “guerra caliente revolucionaria” cuando la actividad insurgente se vuelve
abiertamente ilegal y violenta (como en las otras etapas del modelo ortodoxo y en todo el
proceso del modelo de atajo).
Las transiciones de “paz” a “guerra”, como las hemos visto, pueden ser muy graduales y
confusas. Incluso cuando el insurgente sigue el modelo del atajo, la violencia siempre está
precedida por períodos cortos de turbulencias. En Argelia, por ejemplo, la policía, la
administración y el gobierno sospechaban que algo se estaba cocinando durante el verano de
1954. A efectos analíticos, nosotros elegiremos como línea divisoria entre los dos períodos, el
momento en que se le ordena a las fuerzas armadas contrainsurgentes intervenir, y
estudiaremos la guerra de contrainsurgencia en orden cronológico, empezando por la “guerra
fría revolucionaria”.
La situación en este punto se caracteriza por el hecho que el insurgente opera sobre
todo en forma legal, y solo parcialmente al borde de la legalidad mediante sus tácticas
subversivas. Puede o no haber sido reconocido como insurgente; si ha sido identificado como
tal, solo la policía y algunas personas en el gobierno generalmente son concientes de lo que se
está avecinando.
El problema esencial para el contrainsurgente proviene del hecho que el peligro real
siempre le parecerá al país fuera de proporción en relación a las demandas hechas por una
respuesta adecuada. Potencialmente el peligro es enorme, pero ¿cómo probarlo en base a los
hechos objetivos disponibles? ¿Cómo justificar los esfuerzos y sacrificios necesarios para
sofocar la insurgencia incipiente? El insurgente, si sabe cómo llevar adelante su guerra, se
apoya precisamente en esta situación y se asegurará que la transición de paz a guerra sea
realmente gradual. El caso de Argelia nos proporciona una excelente ilustración del dilema
contrainsurgente porque el insurgente hace un esfuerzo por empezar con un gran “bang”, y aún
así el dilema persistió. Los rebeldes argelinos, pensando en primer lugar en la publicidad,
establecieron el 1ero de noviembre de 1954 como su día uno. Tuvieron lugar setenta acciones
independientes, repartidas en todo el territorio: bombardeos, asesinatos, sabotajes,
hostigamientos menores a puestos militares aislados, todas mayormente ineficaces. Y luego,
nada. De acuerdo a Mohamed Boudiaf, uno de los principales planificadores de la insurgencia,
los resultados fueron “desastrosos” en gran parte de Argelia. En particular en la región de Orán
la represión fue extremadamente brutal y eficaz. . . . Durante los dos primeros meses me fue
imposible establecer siquiera un vínculo entre el Rif [en Marruecos español] y la región de
Orán”.* ¿Fue suficiente garantizar una movilización de recursos y energía franceses, disturbios
en la economía y la imposición de un estado de guerra en el país?
Bajo estas circunstancias se abren al contrainsurgente cuatro cursos de acción
generales, y no se excluyen mutuamente:
1. Puede actuar directamente sobre los líderes insurgentes.
2. Puede actuar en forma indirecta sobre las condiciones que son propicias a una
insurgencia.

* Le Monde (París), 2 de noviembre de 1962.

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3. Puede infiltrarse al movimiento insurgente e intentar hacerlo ineficaz.
4. Puede construir o reforzar su máquina política.

Acción directa contra el insurgente

El abordaje directo consiste en privar al insurgente de cualquier posibilidad física de


construir su movimiento. En esta etapa, el movimiento insurgente en general no tiene vida
propia: todo depende de sus líderes, quienes en consecuencia son los elementos clave. Al
arrestarlos o restringir su capacidad de ponerse en contacto con otras personas, formulando
cargos en su contra ante los tribunales, prohibiendo sus organizaciones y publicaciones de ser
necesario, el contrainsurgente puede cortar la insurgencia de raíz.
Por supuesto este método es sencillo en países totalitarios, pero difícilmente realizable
en democracias. Puede presentarse una de las siguientes situaciones: El gobierno
contrainsurgente puede haberse equipado como medida preventiva (incluso en la ausencia de
presión) con poderes especiales y leyes diseñadas para hacer frente a insurgencias. En este
caso, el mayor problema es actuar sin darle una publicidad indebida al insurgente, un asunto
importante en particular si la causa del insurgente tiene un amplio respaldo popular.
La otra posibilidad es que el contrainsurgente no se haya provisto por adelantado de los
poderes necesarios. Por tanto, cuando intenta actuar directamente contra el insurgente, se abre
una caja de Pandora. Deberá justificar los arrestos. ¿Sobre qué base? ¿Dónde se marca el
límite entre la oposición política normal por un lado, y la subversión que es difícil de definir
incluso bajo las mejores circunstancias? El insurgente arrestado puede contar casi
automáticamente con algún respaldo por parte de los partidos y grupos de la oposición
legítima. En cuanto a los tribunales, se valdrá de todas las argucias para explotar al máximo
cada ventaja proporcionada por las leyes existentes. Aún peor, el juicio mismo servirá como
caja de resonancia para su causa. Las organizaciones prohibidas saldrán a la luz nuevamente
bajo nuevas etiquetas y el contrainsurgente cargará con la responsabilidad de probar sus
vínculos con las anteriores.
El contrainsurgente inevitablemente estará obligado a modificar los procedimientos
normales, pero esta vez lo hará bajo presión. La dificultad puede evaluarse fácilmente cuando
se recuerda que llevó unos diez años en los Estados Unidos proscribir al Partido Comunista,
que ni siquiera tenía un interés significativo para la población. (Algunos sostienen, y tienen un
buen argumento en ello, que hubiera llevado menos tiempo si el partido realmente hubiera
parecido peligroso).
Como los cambios legales son lentos, el contrainsurgente puede tentarse a dar un paso
más y actuar más allá de los límites de la legalidad. Se iniciaría una sucesión de medidas
restrictivas arbitrarias, el país pronto se sentiría bajo presión, la oposición aumentaría y el
insurgente agradecería a su oponente por jugar a su favor.
Por lo tanto puede concluirse con relativa seguridad que un enfoque directo funciona
bien si:
1. La causa del insurgente despierta poco interés (pero hemos asumido que ningún
insurgente inteligente se embarcaría en una insurgencia sin cumplir con el prerrequisito de una
buena causa).
2. El contrainsurgente tiene el poder legal para actuar.
3. El contrainsurgente puede evitar que el insurgente obtenga publicidad.

Acción indirecta contra el insurgente

Hemos visto en el Capítulo 2 que la insurgencia no puede desarrollarse normalmente


salvo que cumpla con dos prerrequisitos esenciales: que el insurgente tenga una causa y que
su existencia se vea ayudada inicialmente por la debilidad de su oponente. Otras dos
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condiciones, aunque no absolutamente necesarias, también son de ayuda al insurgente: los
factores geográficos y el apoyo externo. Al actuar sobre estas condiciones, el contrainsurgente
podría esperar frustrar el crecimiento de un movimiento insurgente.
Los factores geográficos son lo que son y no pueden modificarse significativamente o
influenciarse salvo por el traslado de la población –un absurdo en tiempos de paz- o mediante
la construcción de vallas artificiales que también es demasiado costoso en tiempos de paz. La
cuestión del soporte externo ofrece más margen de acción, pero descansa en gran medida
fuera del alcance del contrainsurgente.
Para privar al insurgente de una buena causa es necesario solucionar los problemas
básicos del país. Si esto es posible, bien, pero sabemos que una buena causa para el
insurgente es la que el oponente no puede adoptar sin perder su poder en el proceso. Y hay
problemas que, aunque proporcionen una buena causa para un insurgente, no están en
condiciones de ser solucionadas. ¿Existe alguna solución inteligente al problema racial en
Sudáfrica? Seguirá existiendo mientras que dos razas diferentes sigan viviendo en el mismo
territorio.
Alivianar las debilidades en el gobierno del contrainsurgente para ser más prometedor.
Adaptar el sistema judicial a la amenaza, fortalecer la burocracia, reforzar la policía y las
fuerzas armadas pueden desalentar los intentos de insurgencia, si el liderazgo contrainsurgente
es decidido y está alerta.

Infiltración en el movimiento insurgente

Un movimiento insurgente en sus primeras etapas es necesariamente pequeño. Por lo


tanto, las perspectivas y actitudes de sus miembros tienen mayor importancia en el primer
período que en ningún otro. Para decirlo de alguna manera, son muchos capitanes y pocos
marineros. La historia está llena de casos de movimientos políticos encubiertos que fracasaron
y desaparecieron poco después de ser creados, porque los fundadores no estaban de acuerdo
entre ellos y dividieron el movimiento.
Un movimiento insurgente joven es necesariamente inexperto y debería ser
relativamente sencillo infiltrar agentes que ayuden a desintegrarlo desde adentro y
descarrilarlo. Si no tienen éxito con esto, al menos pueden informar sobre sus actividades.
Se pueden mencionar dos famosos casos de infiltración. En la Rusia zarista, el Okhrana
había logrado infiltrarse en el Partido Bolchevique hasta tal punto y con tal empeño, que a
veces era difícil distinguir si los agentes actuaban como bolcheviques o como agentes. Un Gran
Duque fue asesinado en una provocación organizada por el Okhrana. Cuando los Bolcheviques
triunfantes capturaron los registros de Okhrana, Lenin descubrió que algunos de sus
compañeros más confiables habían estado en la nómina de la policía del Zar.
Este intento finalmente no fue exitoso, pero otro caso ha mostrado mejores resultados
hasta el momento. Es bien sabido que el Partido Comunista Estadounidense ha sido tan
infiltrado por el FBI hasta volverse inocuo.
Hay mucho mérito en esta idea, pero se debe recordar que cuanto más dure el
movimiento insurgente, mayores serán sus probabilidades de sobrevivir a las enfermedades
infantiles y echar raíces. Por supuesto, puede decrecer por sí mismo, sin intervención externa.
Sin embargo, descansarse en la suerte no es una buena política.

Fortalecimiento de la máquina política

La mayoría de los esfuerzos contrainsurgentes en la guerra revolucionaria “caliente”,


como mostraremos, tienden a construir una maquinaria política en las bases para poder aislar
al insurgente de la población para siempre.

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Esta estrategia, sobre la que no profundizaremos ahora, es igualmente válida en la
guerra fría revolucionaria, y debería ser más fácil de implementar en forma preventiva que
cuando el insurgente ya se ha ganado el control de la población. Una estrategia tal, para
nosotros, representa el principal curso de acción para el contrainsurgente porque deja lo
mínimo a la suerte y hace un uso total de las posibilidades contrainsurgentes.
Puede ser útil recordar que la máquina política en tiempos de paz se construye
esencialmente en el patrocinio.

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5. Contrainsurgencia en la Guerra Revolucionaria Caliente
La fuerza, cuando interviene en una guerra revolucionaria, tiene la virtud particular de
despejar muchas dificultades para la contrainsurgencia, en especial el asunto en cuestión.
Tarde o temprano la neblina moral se disipa, el enemigo sobresale notoriamente y es más
fácil justificar las medidas represivas. Pero obviamente la fuerza agrega sus propias
dificultades.

En nuestro punto de partida en el estudio del inicio revolucionario caliente, es decir, el momento
en que las fuerzas armadas han recibido la orden de intervenir, la situación generalmente sigue
el siguiente modelo:

El insurgente ha podido crear su organización política. Dirige ya sea un partido de elite


dirigiendo un frente unificado o un gran movimiento revolucionario ligado a la causa. A
pesar de que sus acciones más que subversivas son públicas, opera clandestinamente.

La imagen instantánea del país revela tres tipos de áreas:

Las áreas “rojas”, en las que el insurgente efectivamente controla a la población y lleva a
cabo una guerra de guerrilla.

Las áreas “rosa”, en las cuales intenta expandirse; hay algunos esfuerzos por organizar a
las poblaciones y alguna actividad de guerrilla.

Las áreas “blancas” aún no afectadas, pero sin embargo amenazadas; están sometidas a
la subversión de la insurgencia, pero todo parece tranquilo.

En el bando del contrainsurgente prevalece la confusión. Hay conciencia sobre la


existencia de una emergencia, pero la sensación de crisis está más extendida en los
círculos gubernamentales

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La guerra revolucionaria caliente 71

que entre la población de las áreas blanca e incluso rosa. La trillada lealtad de cada
ciudadano está en duda. Se cuestiona el liderazgo y su política. Las estructuras política,
judicial y militar enfocadas en días normales, aún no han sido adaptadas a las
necesidades de la situación. La economía se deteriora rápidamente y los gastos del
gobierno aumentan a la vez que sus ingresos disminuyen. En el campo psicológico, el
insurgente tiene la ventaja, pues explota una causa sin la cual no habría podido
desarrollarse al punto de participar en una guerra de guerrilla o terrorismo. Las fuerzas
contrainsurgentes se debaten entre la necesidad de custodiar las áreas clave y las
instalaciones fijas, proteger la vida y la propiedad, y la urgencia de rastrear las fuerzas
insurgentes.

Con esta imagen general en mente, discutiremos ahora los diferentes caminos abiertos
a la contrainsurgencia.

Leyes y principios de la guerra de contrainsurgencia

Límites de la guerra convencional

Supongamos que las dificultades políticas y económicas han sido resueltas


mágicamente o han demostrado ser manejables,* y que solamente persiste un
problema, el militar: cómo eliminar las fuerzas insurgentes. No es un problema de
recursos pues las fuerzas contrainsurgentes aún son ampliamente superiores a las del
insurgente, incluso estando dispersas. Es principalmente un problema de táctica y
estrategia, de organización y métodos.

La estrategia de la guerra convencional establece la conquista del territorio enemigo y la


destrucción de sus fuerzas.

• Salvo, por supuesto, por la desventaja psicológica que puede ser aliviada únicamente
por la prolongación de la guerra. Para solucionarlo se requeriría que la
contrainsurgencia se adhiera a la causa de la insurgencia sin perder su poder al mismo
tiempo. Si esto fuera posible, entonces la causa inicial de la insurgencia era una mala
causa desde el punto de vista táctico.

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72 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

El problema es que el enemigo no posee ningún territorio y se rehúsa a pelear por él.
Está en todos lados y en ninguna parte. Mediante la concentración de fuerzas suficientes,
la contrainsurgencia puede penetrar y guarnecer un área roja en cualquier momento. Tal
operación, si es ininterrumpida, puede reducir la actividad de la guerrilla, pero si la
situación se torna insostenible para las guerrillas, éstas transferirán su actividad a otra
área y el problema permanecerá sin resolver. Incluso puede agravarse si la concentración
contrainsurgente se realizó asumiendo un riesgo demasiado alto para otras áreas.

La destrucción de las fuerzas insurgentes requiere que sean localizadas y cercadas


inmediatamente. Pero son demasiado pequeñas para ser ubicadas con facilidad por los
medios de observación directa del contrainsurgente. La inteligencia es la principal fuente
de información sobre las guerrillas y la inteligencia debe provenir de la población, pero la
población no hablará salvo que se sienta segura y no se sentirá segura hasta que el
poder de la insurgencia haya sido quebrado.

Las fuerzas insurgentes también son muy movedizas para ser cercadas y aniquiladas con
facilidad. Si la contrainsurgencia, al recibir noticias de que la guerrilla ha sido ubicada,
utiliza sus fuerzas disponibles inmediatamente, es posible que sean demasiado reducidas
para la tarea. Si reúne más fuerzas, habrá perdido tiempo y probablemente el beneficio de
la sorpresa.

Los medios de transporte verdaderamente modernos, en particular los helicópteros


cuando se dispone de ellos, permiten a la contrainsurgencia combinar la fuerza con la
movilidad. Las operaciones certeras, sistemáticas y a gran escala aliviarán de alguna
medida, debido a sus considerables dimisiones, las carencias de inteligencia y movilidad
del contrainsurgente. Sin embargo, las operaciones convencionales por sí mismas tienen,
en el mejor de los casos, un efecto no mayor que el de un matamoscas. Algunas guerrillas
seguramente serán capturadas, pero serán reemplazados rápidamente por nuevos
reclutamientos con la misma rapidez con que se perdieron. Si las operaciones de
contrainsurgencia se mantienen durante meses, las bajas de guerrilleros pueden no ser
reemplazadas con tanta facilidad.

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La guerra revolucionaria caliente 73

La pregunta es: ¿Pueden sostenerse las operaciones de contrainsurgencia durante tanto


tiempo?

Si la contrainsurgencia es tan fuerte como para poder saturar todo el país con
guarniciones, las operaciones militares a lo largo de líneas convencionales obviamente
funcionarán. La insurgencia, imposibilitada de crecer más allá de determinado nivel, se
desvanecerá lentamente. Pero la saturación rara vez puede alcanzarse.

Por qué la guerra de la insurgencia no funciona para la contrainsurgencia

La guerra de insurgencia ha sido diseñada específicamente para permitir que el bando


originalmente débil, adquiera fuerza progresivamente durante la lucha. La
contrainsurgencia está originalmente dotada de fuerza. Pretender que adopte la guerra de
la insurgencia sería lo mismo que para un gigante intentar vestirse con las ropas de un
enano. ¿Cómo, contra quién, podría eventualmente utilizar las tácticas de su enemigo?
Ella por si sola ofrece blancos para las operaciones de guerrillas. Donde opere como
guerrilla deberá contar con el apoyo efectivo de la población garantizado por su propia
organización política entre las masas. Si fuera el caso, entonces el insurgente no la
tendría y en consecuencia no podría existir. No habría necesidad de operaciones
guerrilleras de contrainsurgencia. Esto no quiere decir que no haya lugar para pequeñas
operaciones tipo comando en la guerra de contrainsurgencia. Sin embargo, éstas no
pueden representar la principal forma de guerra contrainsurgente.

¿Es posible para la contrainsurgencia organizar una fuerza clandestina capaz de derrotar
al insurgente en sus propios términos? La clandestinidad parece ser otra de las
obligaciones transformadas en recursos de la insurgencia. ¿Cómo podría la
contrainsurgencia, cuya fuerza deriva precisamente de sus recursos físicos conocidos,
establecer una fuerza clandestina, salvo como complemento menor o secundario?
Además, en la guerra revolucionaria el espacio para organizaciones clandestinas es muy
limitado.

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74 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

La experiencia muestra que ningún rival, ni hablar de movimientos clandestinos hostiles,


pueden coexistir durante mucho tiempo; uno siempre es absorbido por el otro. Los maquis
comunistas chinos tuvieron éxito en suprimir casi totalmente a su contraparte nacionalista
en las áreas ocupadas por japoneses en el norte y centro de China. Más adelante,
durante el asalto final de la guerra revolucionaria en China, los bandidos comunes (una
profesión casi regular y codificada en algunas partes de China) desaparecieron tan pronto
como llegaron las guerrillas comunistas. Tito eliminó a Mikhailovitch. Si la ELAS
comunista de Grecia no eliminó a los grupos de resistencia nacionalista fue por las
limitaciones que debían mostrar, ya que dependían enteramente del apoyo de los aliados
de occidente. Más recientemente, el FLN en Argelia eliminó al más antiguo y grupo rival
MNA para todos los fines prácticos. Dado que el insurgente ha ocupado primero el
espacio disponible, los intentos por introducir otro movimiento clandestino tienen pocas
probabilidades de éxito.

¿Puede la contrainsurgencia también utilizar terrorismo? Sería contraproducente dado


que el terrorismo es una fuente de desorden, que es precisamente lo que la
contrainsurgencia pretende detener.

Si la conducción de guerra convencional no funciona, si la de guerra de insurgencia no puede


funcionar, la conclusión ineludible es que la contrainsurgencia debe aplicar una conducción de
guerra propia que considere no solamente la naturaleza y las características de la guerra
revolucionaria, sino también las reglas particulares de la contrainsurgencia y los principios
derivados de ella.

La pr im er a ley: El apoyo de la población es tan necesario para el contrainsurgente como lo


es para el insurgente.

¿Cuál es el punto crucial de la cuestión para el contrainsurgente? No es cómo limpiar el


área. Hemos visto que siempre puede concentrar fuerzas suficientes para hacerlo, incluso
si

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La guerra revolucionaria caliente 75

debe asumir algún riesgo para lograr la concentración necesaria. El problema es cómo
mantener un área limpia para que las fuerzas de contrainsurgencia queden libres para
operar en otra parte.

Esto puede lograrse únicamente con el apoyo de la población. Así como es relativamente
fácil dispersar y expulsar a las fuerzas insurgentes de un área determinada mediante
acción puramente militar, y es posible destruir las organizaciones políticas de la
insurgencia mediante una acción policial activa, es imposible evitar el regreso de las
unidades guerrilleras y la reconstrucción de las celdas políticas, salvo que se cuente con
la cooperación de la población.

Por lo tanto, la población se transforma en el objetivo del contrainsurgente como lo fue


para su enemigo. Su apoyo tácito, la sumisión a la ley y el orden, su consenso -dado por
sentado en tiempos normales- han sido socavados por la actividad del insurgente. Y la
verdad es que la insurgencia, con su organización en las bases, es tácticamente el
oponente más fuerte en donde cuenta, a nivel de la población.

Aquí es donde debe llevarse a cabo el combate, pese a la desventaja ideológica del
contrainsurgente y pese a la ventaja que tiene la insurgencia en la organización de la
población.

La segunda ley: El apoyo se obtiene a través de una minoría activa

El problema principal ahora es: cómo obtener el apoyo de la población, un apoyo no


solamente en forma de simpatías y aprobaciones, sino también en participación activa en
la lucha contra la insurgencia.

La respuesta se encuentra en la siguiente propuesta, la que simplemente expresa la


doctrina básica del ejercicio del poder político:

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76 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

En cualquier situación, cualquiera sea la causa, habrá una minoría activa a favor de la causa,
una mayoría neutral y una minoría activa en contra de la causa.

La técnica del poder consiste en apoyarse en la mayoría favorable para ganarse a la


mayoría neutral y neutralizar o eliminar a la minoría hostil.

En casos extremos, cuando las causas y las circunstancias son extremadamente buenas
o malas, una de las minorías desaparece o se vuelve insignificante, e incluso puede haber
una consistente unanimidad a favor o en contra entre la población. Pero obviamente estos
casos son inusuales.

Esto se cumple para cada régimen político, desde la dictadura más dura hasta la
democracia más apacible. Lo que varía es el grado y el propósito al cual es aplicado. Las
buenas costumbres y la constitución pueden imponer limitaciones, el propósito puede ser
bueno o malo, pero esta ley permanece válida independientemente de las variaciones y
puede ser ciertamente grandiosa, pues la ley se aplica inconscientemente en la mayoría
de los países.

Ya no puede ignorarse o aplicarse inconcientemente en un país acosado por una guerra


revolucionaria, cuando lo que está en juego es precisamente el poder de la
contrainsurgencia desafiado directamente por una minoría activa mediante el uso de la
subversión y la fuerza. El contrainsurgente que se rehúsa a utilizar esta ley para sus
propios fines, que está atada por sus limitaciones de tiempos de paz, tiende a prolongar la
guerra innecesariamente sin acercarse a la victoria.

Hasta qué punto extender las limitaciones es un tema ético, y uno muy serio, pero no lo
es más que bombardear a la población civil en una guerra convencional. Todas las
guerras son crueles, y la guerra revolucionaria quizás lo sea más que las otras porque
cada habitante, más allá de sus deseos, está o estará directa y activamente involucrado
en ella por el insurgente que lo necesita y que no puede permitirse el lujo de que se
mantenga neutral. La crueldad de la guerra revolucionaria no es una crueldad masiva y
anónima, sino una sumamente personalizada e individual. El contrainsurgente no puede
cometer ningún crimen mayor que aceptar o resignarse a la prolongación de la guerra,

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La guerra revolucionaria caliente 77

sería lo mismo que abandonar en forma temprana.

El problema estratégico del contrainsurgente puede definirse entonces de la siguiente


manera: “Encontrar una minoría favorable y organizarla para movilizar a la población en
contra de la minoría insurgente”. Cualquier operación, ya sea en el campo militar o en los
campos político, social, económico y psicológico, la empresa deberá estar orientada a esa
finalidad.

Para asegurarse, cuanto mejor sea la causa y la situación, tanto más grande será la
minoría activa a favor del contrainsurgente y más fácil su tarea. Esta verdad obvia dirige
el objetivo principal de la propaganda: mostrar que la causa y la situación del
contrainsurgente son mejores que las del insurgente. Más importante aún, resalta la
necesidad de que el contrainsurgente se presente con una contracausa aceptable.

Victoria en la guerra de contrainsurgencia

Ahora podemos definir en sentido negativo y positivo qué significa una victoria para el
contrainsurgente.

Una victoria no es la destrucción en un área determinada de las fuerzas del insurgente y


su organización política. Si una es destruida, volverá a ser creada localmente por otra; si
ambas son destruidas, las dos volverán a ser creadas por una nueva fusión de
insurgentes desde el exterior. Un ejemplo negativo: las numerosas operaciones de
limpieza llevadas a cabo por los franceses en la llanura de Reeds en Cochinchina durante
todo el período de la Guerra de Indochina.

Una victoria es que además del aislamiento permanente del insurgente se aísle también a la
población, y que este aislamiento no se imponga sobre la población sino que sea mantenido
por la población y con la misma.

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78 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

Un ejemplo positivo: la derrota del FLN en la región de Oran en Argelia entre 1959 a 1960. En
esta región que cubre al menos la tercera parte del territorio de Argelia, las acciones del FLN,
contando desde una granada lanzada en un café hasta el corte de las columnas telefónicas,
disminuyeron en un promedio de dos por día.

Una victoria tal puede ser indirecta; aún así es decisiva (salvo claro, como en Argelia,
que el objetivo político del gobierno contrainsurgente cambie).

La tercera ley: El apoyo de la población es condicional

Una vez que la insurgencia ha establecido su arraigo en la población, la minoría que le


era hostil se torna invisible. Algunos de sus miembros han sido eliminados
físicamente, representando así un ejemplo para otros; otros escaparon al exterior; la
mayoría intimidada ocultaba sus verdaderos sentimientos y de esta manera se funde
con la mayoría de la población; unos pocos incluso hacen alarde de su apoyo a la
insurgencia. La población, observada por los seguidores activos del insurgente, vive
bajo la amenaza de denuncia a las celdas políticas y el inmediato castigo por las
unidades de la guerrilla.

La minoría hostil a la insurgencia no surgirá ni puede hacerlo hasta que la amenaza no


sea llevada a un límite razonable. Adicionalmente, incluso después que la amenaza
haya sido alivianada, los seguidores de la contrainsurgencia que surjan no podrán
congregar a la gran mayoría de la población mientras ésta no esté convencida de que
el contrainsurgente tiene la intención, los medios y la capacidad de ganar. Cuando la
vida de un hombre está en juego, se requiere más que propaganda para hacerlo
moverse.

De esta ley se pueden derivar cuatro deducciones: Las acciones políticas eficaces
sobre la población deben ser precedidas por

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La guerra revolucionaria caliente 79

operaciones militares y policiales contra las unidades de guerrilla y las organizaciones


políticas del insurgente.

Las reformas políticas, sociales, económicas y de otro tipo, por más deseadas y
populares que pudieran ser, son inoperantes cuando se ofrecen mientras la insurgencia
aún controla a la población. Un intento de reforma agraria en Argelia en 1957 fracasa
cuando el FLN asesina a algunos campesinos musulmanes que habían recibido tierras.

El contrainsurgente necesita un éxito convincente lo antes posible para demostrar que


tiene la intención, los medios y la capacidad de ganar.

El contrainsurgente no puede iniciar las negociaciones con seguridad salvo desde una
posición de superioridad, o sus seguidores potenciales se unirán masivamente al bando
insurgente.

En la conducción de guerra convencional, la superioridad se evalúa de acuerdo a


criterios militares y otros criterios tangibles tales como la cantidad de divisiones, la
posición que ocupan, los recursos industriales, etc. En la guerra revolucionaria la fuerza
debe evaluarse de acuerdo al alcance del apoyo de la población medido en términos de
la organización política desde sus bases. El contrainsurgente alcanza una posición de
superioridad cuando su poder se ve representado por una organización política que
surge de la población y es firmemente apoyada por ésta.

La cuarta ley: La intensidad de los esfuerzos y la amplitud de los medios son esenciales

Las operaciones necesarias para liberar a la población de la amenaza del insurgente y


convencerla de que el contrainsurgente finalmente ganará, necesariamente deben ser
de naturaleza intensiva y a largo plazo. Requiere una gran concentración de esfuerzos,
recursos y de personal.

Esto significa que los esfuerzos no pueden diluirse a través de todo el país, sino que
deben ser aplicados sucesivamente área por área.

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80 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

Estrategia de la contrainsurgencia

Traducidos en una estrategia general, los principios derivados de estas pocas leyes
sugieren el siguiente procedimiento paso por paso:

En un ár ea seleccionada

1. Concentrar fuerzas armadas suficientes para destruir o para expulsar el cuerpo principal
de los insurgentes armados.

2. Desplegar en el área tropas suficientes para contrarrestar un fuerte resurgimiento de la


insurgencia, instalar estas tropas en las aldeas, villas y pueblos en los cuales vive la
población.

3. Establecer contacto con la población, controlar sus movimientos para cortar sus vínculos
con los guerrilleros. 4. Destruir las organizaciones políticas locales del insurgente.

5. Establecer, mediante elecciones, nuevas autoridades locales provisorias.

6. Probar estas autoridades asignándoles diversas tareas concretas. Sustituir a los blandos
y a los incompetentes, brindar apoyo total a los líderes activos. Organizar unidades de
autodefensa.

7. Agrupar y educar a los líderes en un movimiento político nacional.

8. Vencer o eliminar los últimos remanentes insurgentes. Una vez reestablecido el orden en
el área, el proceso puede ser repetido en otra parte. Para tal fin no es necesario esperar
hasta completar el último punto. Las operaciones antes detalladas se estudiarán en mayor
profundidad, pero discutamos primero esta estrategia. Al igual que cada concepto similar,
éste puede ser atinado en teoría pero peligroso cuando se aplica estrictamente en un caso
específico. Sin embargo, es difícil negar su lógica porque las leyes –o quizás debamos
decir los hechos – en los que se basa, pueden reconocerse fácilmente en la vida política
diaria y en cada guerra revolucionaria reciente.

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La guerra revolucionaria caliente 81

Esta estrategia también está diseñada para afrontar el peor caso al que pueda hacer
frente una contrainsurgencia, es decir, suprimir una insurgencia en lo que se llama un
área “roja”, dentro de la cual la insurgencia ya se encuentra en pleno control de la
población. Algunas de las operaciones sugeridas obviamente pueden ser omitidas en las
áreas “rosa”, la mayoría pueden ser omitidas en las áreas “blancas”. Sin embargo, el
orden general en el que deben llevarse a cabo no puede alterarse en condiciones
normales sin violar los principios de la guerra de contrainsurgencia y del llano sentido
común. Por ejemplo, no pueden instalarse pequeños destacamentos de tropas en los pueblos
mientras la insurgencia esté en condiciones de reunir una fuerza superior y doblegar al
destacamento en un ataque sorpresivo. La etapa 2 sin duda tiene que venir después de la
etapa 1. Ni puede organizarse elecciones cuando aún existan células insurgentes, ya que las
elecciones otorgarían poder a los secuaces insurgentes.

Economía de fuerzas

Dado que estas operaciones se esparcen en el tiempo, pueden esparcirse en el espacio.


De esta manera esta estrategia se atiene al principio de economía de fuerzas, vital en
una guerra en la que la insurgencia necesita tan poco para lograr tanto, mientras que la
contrainsurgencia necesita tanto para lograr tan poco.

Mientras el esfuerzo principal se realiza en el área seleccionada, necesariamente con


algún riesgo para las otras áreas: ¿qué resultados legítimos puede esperar el
contrainsurgente de sus operaciones en estas otras áreas? Evitar que la insurgencia se
desarrolle hacia una forma superior de guerra, es decir, que se organice en un ejército
regular. Este objetivo se cumple cuando se niegan bases seguras a la insurgencia y
puede alcanzarse mediante incursiones puramente convencionales que no comprometan
grandes fuerzas contrainsurgentes.

Mediante esta estrategia, la insurgencia puede ser obligada a retroceder con mayor
poder e ímpetu, porque tan pronto como un

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82 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

área haya sido asegurada, pueden retirarse y transferirse fuerzas importantes a las áreas
vecinas e integrarlas al personal reclutado localmente que sea leal y haya sido probado.
La transferencia de tropas puede comenzar en cuanto haya concluido la primera etapa.

Irreversibilidad

La leyenda de Sísifo es una pesadilla recurrente para el contrainsurgente. Al seguir la


estrategia recién detallada, el contrainsurgente introduce cierta irreversibilidad en sus
operaciones. Cuando las tropas viven entre la población y le brindan protección hasta que la
población esté en condiciones de protegerse a sí misma con un mínimo de apoyo externo, el
poder del insurgente no puede reconstruirse con facilidad y esto por sí mismo no es poca cosa.
Pero el momento decisivo realmente llega cuando los líderes han emergido de la población y
han tomado partido por el contrainsurgente. Es posible contar con ellos porque han probado su
lealtad mediante hechos y no con palabras, y porque tienen todo para perder con el regreso del
insurgente.

Iniciativa

Esta es una estrategia ofensiva y apunta inevitablemente a recuperar la iniciativa del


insurgente. A escala nacional, esto es así porque la contrainsurgencia puede seleccionar
libremente el área de esfuerzos en cadena; una vez que lo hace ya no se somete más a la
voluntad del insurgente. Lo mismo sucede a nivel local porque confronta a la insurgencia
con el dilema: aceptar el reto y con ello una postura defensiva o abandonar el área y
quedar imposibilitado para oponerse a la acción del contrainsurgente sobre la población.
En la guerra convencional, cuando los Azules atacan a

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La guerra revolucionaria caliente 83

los Rojos en el Punto A, los Rojos pueden liberar la presión atacando a los Azules en el
Punto B y los Azules no pueden escapar a la contrapresión. En la guerra revolucionaria,
cuando la insurgencia ejerce presión en el Área A, la contrainsurgencia no puede liberar
la presión atacando a la insurgencia en el Área B. La insurgencia simplemente se rehúsa
a aceptar el combate, y puede rehusarse gracias a su dinamismo. La ofensiva de los
nacionalistas chinos contra Yenan en 1947 es un ejemplo. Cuando el Vietnam comenzó a
presionar contra Dien Bien Phu en el nordeste de Indochina, el comando francés lanzó la
Operación Atlante contra las áreas del Vietnam en el centro de Vietnam. Atlante no tuvo
efecto sobre la otra batalla.

Sin embargo, cuando la contrainsurgencia presiona no al insurgente directamente sino a


la población, que es la fuente real del poder del insurgente, ésta no puede rechazar el
combate tan libremente porque se expone a la derrota.

Utilización total de los recursos del contrainsurgente

Si la insurgencia es dinámica, la población no lo es. Al concentrar sus esfuerzos en la


población, el contrainsurgente minimiza su rigidez y aplica la totalidad de sus recursos.
Sus capacidades administrativas, los recursos económicos, los medios de información y
propaganda, su superioridad militar gracias a las armas pesadas y a las grandes unidades,
todo lo que sería engorroso y relativamente inútil contra una insurgencia evasiva, recobra su
valor total cuando se aplica a la tarea de obtener el apoyo de la población estática. ¿Qué
importa si el contrainsurgente en general no puede correr tan rápido como el insurgente?
Lo que importa es el hecho de que la insurgencia no pueda desalojar a un destacamento
mejor armado de contrainsurgentes de un pueblo, o que no puede hostigarlo tanto como
para que el contrainsurgente ya no pueda dedicar la mayor parte de su energía a la
población.

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84 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

Simplicidad

¿Por qué hay tan poca confusión intelectual en la guerra convencional mientras que ha habido
TANTA en las últimas contrainsurgencias? Se pueden adelantar dos explicaciones: Cuando
comienza una guerra convencional, la abrupta transición desde la paz a la guerra en
medio de la naturaleza propia de la guerra, pone de manifiesto la mayoría de los
problemas de los bandos rivales, especialmente para el defensor. Este asunto,
cualquiera fuera, se convierte ahora en la cuestión de derrotar al enemigo. El objetivo,
suponiendo que sea esencialmente militar, es la destrucción de sus fuerzas y la ocupación de
su territorio. Un objetivo así brinda un criterio bien definido para evaluar las ganancias, el
estancamiento o las pérdidas. La forma de alcanzarlo es llevar a cabo acciones militares
apoyadas por el bloqueo diplomático y económico. La organización nacional para la guerra
es simple: El gobierno dirige, el ejército ejecuta y la nación proporciona las
herramientas.

Hemos visto que éste no puede ser el caso en la guerra de contrainsurgencia. La


transición desde la paz hacia la guerra es muy gradual, el asunto nunca está claro, el objetivo
es la población, las acciones militares y políticas no pueden ser separadas y la acción militar,
tan esencial como lo es, no puede ser la principal forma de acción.

La guerra convencional ha sido analizada a fondo en el transcurso de los siglos, de


hecho durante casi la totalidad de la historia documentada, y el proceso de batalla ha
sido dividido en distintas fases: marcha hacia el enemigo, contacto con el enemigo, prueba
de la potencia del enemigo, ataque, explotación del éxito, eventualmente retirada, etc. En las
escuelas militares el estudiante aprende qué debe hacer en cada fase de acuerdo a la última
doctrina. Se representan juegos de campo para brindarle el entrenamiento práctico para las
maniobras que puede tener que llevar a cabo. Cuando se encuentra en el campo de batalla
bajo condiciones reales de guerra, su problema intelectual equivale a determinar en qué
fase de la batalla se encuentra; entonces

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La guerra revolucionaria caliente 85

aplica las reglas generales que rigen la fase a su situación en particular. Su talento y
su juicio entran en juego solamente aquí.

Esto aún no se ha hecho en la guerra de contrainsurgencia. ¿Quién realmente ha


escuchado sobre juegos de campo de batalla que involucren la tarea de ganarse el
apoyo de la población, cuando una tarea tal, que en cualquier caso requiere meses de
esfuerzos continuos, no tiene ningún criterio incorporado para evaluar los resultados
de esos juegos? ¿Y quién desempeñará el papel de la población?

La simplicidad del concepto y de la ejecución son requisitos importantes para cualquier


doctrina de contrainsurgencia. La estrategia propuesta parece cumplirlos. Así como no
es suficiente brindar una definición amplia del objetivo (obtener el apoyo de la
población); es igualmente necesario mostrar cómo lograrlo (ubicando y organizando a
las personas que estén activamente a favor del contrainsurgente), y de una forma tal
que otorgue al personal del contrainsurgente que implementa la estrategia un margen
de iniciativa. Éstos conforman un grupo ampliamente heterogéneo de políticos,
funcionarios públicos, economistas, trabajadores sociales y soldados, sin embargo con
la precisión suficiente para canalizar sus esfuerzos en una única dirección. La división
de la acción general en etapas consecutivas seguidas en orden lógico facilita las
tareas tácticas de los agentes. Ellos saben en cada etapa cuál es el objetivo
intermedio y qué deben hacer para alcanzarlo.

El mando es para controlar

Con el enfoque paso a paso, la contrainsurgencia se proporciona a sí misma un


camino para evaluar la situación y el progreso alcanzado en cualquier momento. De
esta manera puede ejercer su control y conducir la guerra cambiando los recursos de
un área avanzada a una retrasada y asignando mayores responsabilidades a los
líderes subordinados que han tenido éxito

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86 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

y retirando aquellos que han fracasado. En otras palabras, puede dirigir porque puede
verificar.

¿Qué puede suceder por falta de control? La totalidad del esfuerzo de contrainsurgencia
produciría un mosaico accidental, un conjunto de parches con una pieza bien consolidada y a
su lado otra no tan consolidada o incluso bajo el control eficaz del insurgente: una situación
ideal para la insurgencia, que estará en condiciones de maniobrar a voluntad entre las
piezas, concentrándose en algunas, desvaneciéndose transitoriamente de otras. El
mosaico intencional creado por la necesidad cuando el contrainsurgente concentra sus
esfuerzos en un área seleccionada es, en sí mismo, suficiente fuente de dificultades sin
agregárselas al área seleccionada.

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6. Desde la estrategia a la táctica
Problemas de mando

Dirección única

Destruir o expulsar el cuerpo principal de las fuerzas de la guerrilla de un área, evitar su


regreso, instalar guarniciones para la protección de la población, rastrear los remanentes
de la guerrilla: éstas son las operaciones predominantemente militares.

Identificar, arrestar, interrogar a los agentes políticos del insurgente, juzgarlos, rehabilitar a
aquellos que puedan ser persuadidos: éstas son tareas policiales y judiciales.

Establecer contacto con la población, imponiendo e implementando medidas de control,


organizar elecciones locales, probar a los nuevos líderes, organizarlos en un partido,
realizar toda las acciones constructivas necesarias para ganar el apoyo incondicional de
la población: éstas son operaciones principalmente políticas.

El resultado esperado, la derrota final del insurgente, no es un complemento sino una


multiplicación de estas diversas operaciones; todas son esenciales y si una es nula, el
producto será cero. Claramente, más que en ningún otro tipo de guerra, el
contrainsurgente debe respetar el principio de la dirección única. Un único jefe debe dirigir
las operaciones desde el comienzo hasta el final.

Lamentablemente el problema no es simple. Las tareas y responsabilidades no pueden


dividirse ordenadamente entre civiles y militares, pues sus operaciones se superponen
demasiado entre sí. El militar no permanece en su guarnición sin nada que hacer una vez
que las operaciones previas a gran escala han sido concluidas; sino que patrulla
constantemente, acecha,

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88 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

rastrilla. En algún momento durante el proceso deberá organizar, equipar, entrenar y


dirigir unidades de autodefensa. El policía comienza a recabar datos de inteligencia
directamente desde el comienzo y su papel no culmina cuando las células políticas han
sido destruidas porque la insurgencia continuará intentando crear nuevas. El funcionario
público no espera a que el ejército haya sacado del camino a las guerrillas para comenzar
su trabajo.

Además, ninguna operación puede ser estrictamente militar o política, aunque sólo sea
porque cada una tiene efectos psicológicos que alteran la situación general a favor o en
contra. Por ejemplo, si el juez libera prematuramente a insurgentes impenitentes, los
efectos serán percibidos pronto por el policía, el funcionario público y el soldado.

Otro hecho complica la situación. Por más desarrollada que pueda estar la administración
civil en tiempos de paz, nunca estará a la altura de los requerimientos de personal del
contrainsurgente. Cuando el objetivo general de ganar el apoyo de la población se
traduce en tareas concretas de campo, cada una multiplicada por una cantidad
determinada de aldeas, pueblos y distritos, la cantidad de personal confiable necesario es
impresionante. Generalmente, las fuerzas armadas solas pueden proporcionarlas
prontamente. Como consecuencia de la contrainsurgencia, el gobierno se expone a una
doble tentación: asignar tareas políticas, policiales y otras tareas a las fuerzas armadas;
permitir que el ejército conduzca la totalidad del proceso, si no en todo el país, al menos
en algunas áreas.

La primera no puede ser evitada. No tendría sentido confinar al ejército a funciones


puramente militares cuando deben realizarse tareas urgentes y vitales, y no hay nadie
más disponible para llevarlas a cabo. Entonces el soldado debe estar preparado para
convertirse en propagandista, trabajador social, ingeniero civil, maestro de escuela,
enfermera y niño explorador. Pero únicamente mientras no pueda ser reemplazado, pues
es mejor encomendar las tareas civiles a los civiles. Esto, casualmente, es

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Desde la estrategia a la táctica 89

lo que los comunistas chinos siempre han intentado hacer. Durante la primavera y el verano de
1949, en la noche previa a su incursión en el sur de China, reclutaron y entrenaron en escuelas
especiales a más de 50.000 estudiantes cuya misión era seguir al ejército y asistirlo para
encargarse de “servicios al ejército, actividades publicitarias, educación y movilización de
masas”. Imitar este ejemplo no es fácil para el contrainsurgente. ¿Dónde puede uno
encontrar un grupo tan grande de civiles confiables cuando la lealtad de casi todos es
discutible? Pero eventualmente deberá realizarse. Por otro lado, la segunda tentación,
dejar que el ejército conduzca la totalidad del proceso, es tan peligrosa que debe ser
evitada a toda costa.

Supremacía del poder político sobre el poder militar

Que el poder político sea el jefe indiscutido es un asunto tanto de principios como de
practicidad. Lo que está en juego es el régimen político del país y es asunto político
defenderlo. Incluso si esto requiere acción militar, la acción es constantemente dirigida
hacia el objetivo político. Si bien es esencial, la acción militar es secundaria frente a la
acción política, siendo su principal propósito otorgar a la fuerza política suficiente
libertad para trabajar en forma segura con la población.

Las fuerzas armadas son meramente uno de los muchos instrumentos de la


contrainsurgencia y ¿qué mejor que el poder político para regir los instrumentos no
militares, constatar que las asignaciones lleguen en el momento oportuno para
consolidar la tarea militar que se completan con reformas políticas y sociales?

“La guerra revolucionaria es 20 por ciento acción militar y 80 por ciento política”, es una fórmula
que refleja la realidad.

*• General Chang Ting-then, jefe del Cuerpo de Servicio de China del Sur (South China
Service Corps), miembro del Comité Central, según se cita en The New York Times, el 4
de julio de 1949.

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90 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

Conceder al ejército autoridad sobre los civiles implicaría por lo tanto, contradecir una
de las principales características de este tipo de guerra. En la práctica, inevitablemente
tendería a invertir la importancia relativa de la acción militar frente a la acción política, y
aproximar la guerra del contrainsurgente más hacia la guerra convencional. Si las
fuerzas armadas fueran el instrumento de un partido y sus líderes miembros de alto
rango del partido, controladas y asistidas por comisarios políticos con su propio canal
directo hacia la dirección central del partido, entonces conceder plena autoridad al
ejército podría funcionar; sin embargo, esto describe la situación general del insurgente,
no la de su oponente.

También sería contraproducente, pues implicaría que el gobierno del contrainsurgente


reconoce una señal de derrota: Incapaz de hacer frente a la insurgencia a través de las
estructuras normales de gobierno, habría abdicado a favor del ejército, el cual de
inmediato se convertiría en el objetivo puro y sencillo de la propaganda insurgente.
Sería un milagro si en estas circunstancias la insurgencia no tuviera éxito en separar al
ejército de la nación.

La conclusión ineludible es que la responsabilidad general debería permanecer en


manos del poder civil a cualquier nivel posible. Si no se cuenta con suficientes
funcionarios de confianza, nada impide suplir esta carencia con personal militar
cumpliendo funciones en condiciones de civil. Si sucede lo peor, al menos debería
conservarse la ficción.

Coordinación de esfuerzos

El líder de la contrainsurgencia, que ahora suponemos es un civil, debe tener en cuenta


los problemas de los diferentes componentes civiles y militares de sus fuerzas antes de
tomar una decisión, especialmente cuando sus acciones se interrelacionan
intricadamente y cuando sus demandas con frecuencia se contraponen. También debe
coordinar y canalizar

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Desde la estrategia a la táctica 91

sus esfuerzos en una dirección única. ¿Cómo puede realizar esto? Entre las soluciones
teóricas en términos de organización, dos son obvias: (1) el comité, como en Malaya por
ejemplo, dónde el control de un área a nivel de distrito fue depositado en un comité bajo
la dirección del oficial de distrito, con miembros seleccionados de la policía, civiles locales
(hacendados europeos y representantes chinos y malayos) y el ejército; (2) o el estado
mayor cívico-militar integrado, dónde el ejército está directamente subordinado a la
autoridad civil local. (El autor no conoce ningún ejemplo de esta estructura, sin embargo
el caso contrario en que la autoridad civil está directamente subordinada a la autoridad
militar local, es fácil de encontrar: en Filipinas, dónde los oficiales locales del ejército
tomaron el lugar de una administración civil inexistente, o en Argelia, donde todos los
poderes fueron concedidos a los militares durante un corto período en 1958-1959).

Cada fórmula tiene sus virtudes y sus defectos. Un comité* es flexible, permite más
libertad a sus miembros y puede mantenerse reducido, pero es lento. Un estado mayor
integrado permite una línea de mando más directa y es más ágil, pero es más rígido y con
tendencia a la burocracia. Parece haber espacio para ambos en la guerra de
contrainsurgencia. El comité es mejor para los escalafones más altos dedicados a los
asuntos de alcance largo y medio, el estado mayor integrado para los escalafones más
bajos, dónde la velocidad es esencial. Para el contrainsurgente, en los niveles más bajos
es una guerra a una escala muy pequeña, con oportunidades a pequeña escala y fugaces
que deben tomarse al momento.

En los escalafones superiores, en los que prevalece el sistema de comité y dónde los
componentes civiles y militares mantienen sus estructuras separadas, deben organizarse
para promover aún más su cooperación.

* Después del énfasis anterior en la necesidad de un jefe en cada nivel de la guerra de


contrainsurgencia, un comité debe ser visto en este caso, no como una organización en
la que las decisiones son tomadas mediante el voto, sino meramente como un lugar
conveniente para poner de manifiesto los problemas para el beneficio del jefe.

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92 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

En una guerra convencional, el estado mayor de una gran unidad militar está compuesto
por apenas dos ramas principales: “inteligencia/operaciones” y “logística”. En la guerra de
contrainsurgencia, existe la necesidad desesperada de una tercera rama: la “política”, la
que puede tener el mismo peso que las otras. El oficial a cargo de ella debe seguir el
desarrollo en todos los temas relacionados con la acción política y cívica, asesorar a su
jefe, hacerse escuchar cuando las operaciones se encuentran en la fase de planificación y
no esperar hasta que estén muy avanzadas para ser modificadas. Del mismo modo, el
estado mayor civil, que en la guerra convencional generalmente tiene poco que ver con
los asuntos militares, debe contar con su rama militar con su correspondiente
representación ante el jefe civil. Con estas dos ramas orgánicas trabajando
estrechamente unidas puede reducirse el riesgo de esfuerzos divergentes por parte de
civiles y militares.

Sin embargo, independientemente del sistema elegido, la mejor organización es


solamente tan buena como lo sean sus integrantes. Incluso con la mejor organización
concebible es muy probable que los conflictos de personalidad estén a la orden del día. A
pesar de que a veces puede despedirse y reemplazarse al miembro equivocado esto no
solucionará el problema para todos los comités o el estado mayor integrado.

La pregunta es entonces, cómo hacer para que estas organizaciones mixtas trabajen a su
máximo nivel de eficacia en una contrainsurgencia, independientemente de los factores
de personalidad. Suponiendo que cada una de estas organizaciones trabaja más o menos
con su propia personalidad general, ¿cómo puede evitarse el efecto mosaico y
desarticulado de sus operaciones? Si los miembros individuales de las organizaciones
tuvieran las mismas intenciones, si cada organización actuara de acuerdo con un modelo
estándar, el problema estaría resuelto. ¿No es precisamente esto lo que una doctrina
coherente, bien entendida y aceptada intentaría lograr? Más que ninguna otra cosa, una
doctrina parece ser la respuesta práctica al problema de cómo canalizar los esfuerzos en
una única dirección.

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Desde la estrategia a la táctica 93

Predominio del mando territorial

Las fuerzas armadas del contrainsurgente deben cumplir dos misiones diferentes:
quebrar el poder militar del insurgente y asegurar la seguridad del territorio en cada
área. Parece natural que las fuerzas del contrainsurgente deban estar organizadas en
dos tipos de unidades, las unidades móviles que combaten en forma más bien
convencional y las estáticas que permanecen con la población para protegerla y para
complementar los esfuerzos políticos.

Las unidades estáticas obviamente son aquellas que conocen mejor la situación local, la
población y los problemas locales. Si se comete un error, ellos serán quienes carguen
con las consecuencias. En consecuencia, cuando se envía una unidad móvil a operar
temporalmente en un área, debe quedar bajo la jurisdicción del mando territorial, incluso
cuando el comandante militar del área sea un oficial subalterno. De la misma manera
que el embajador de EE.UU. es el jefe de cada organización estadounidense que opera
en el país ante el que está acreditado, el comandante territorial militar debe ser el jefe
de todas las fuerzas militares que operan en su área.

Adaptación de las fuerzas armadas a la guerra de contrainsurgencia

Mientras la insurgencia no haya podido crear un ejército regular poderoso, el


contrainsurgente encuentra poca aplicación para las pesadas y sofisticadas fuerzas
diseñadas para la guerra convencional. Para sus fuerzas terrestres necesita infantería y
más infantería altamente móvil y ligeramente armada; alguna artillería de campo para
apoyo ocasional; caballería blindada y si las condiciones del terreno son favorables,
caballería montada para vigilancia y patrullaje de rutas. Para su fuerza aérea prefiere
aviones de apoyo a tierra y lentos para observación, de gran resistencia, gran potencia
de fuego y protegidos contra armas de fuego pequeñas de tierra; más

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aviones y helicópteros de transporte de despegue corto que cumplen un papel vital en


las operaciones de contrainsurgencia. La misión de la marina, en caso de existir, es
imponer un bloqueo, un tipo de operación convencional que no necesita ser
desarrollada aquí. Asimismo, el contrainsurgente necesita una red de transmisiones
extremadamente densa.

Por consiguiente, el contrainsurgente ha procedido a una primera transformación de


sus fuerzas existentes según estas líneas, en especial para convertir a tantas
unidades especializadas innecesarias en unidades de infantería como sea posible.

Sin embargo, la adaptación debe ser más profunda que eso. En algún punto durante el
proceso de contrainsurgencia, las unidades estáticas que inicialmente formaron parte
de las operaciones militares a gran escala en su área, se verán enfrentadas a una
gran variedad de tareas no militares que deben realizarse para lograr el apoyo de la
población y que únicamente pueden ejecutarse por personal militar, debido a la gran
escasez de personal civil, político y administrativo confiable. Realizar un censo
minucioso, implementar nuevas regulaciones sobre la movilización de personas y
bienes, informar a la población, llevar a cabo propaganda persona a persona, recabar
datos de inteligencia sobre los agentes políticos del insurgente, implementar diversas
reformas económicas y sociales, etc., todas éstas serán sus actividades principales.
Deben ser organizados y estar equipados y respaldados consecuentemente. De este
modo, un mimeógrafo puede resultar más útil que una metralleta, un soldado
entrenado como pediatra más importante que un experto lanzabombas, o que el
cemento sea más buscado que el alambre de púas, y que los oficinistas sean más
solicitados que los fusileros.

Adaptar las mentalidades

Si las fuerzas deben adaptarse a sus nuevas misiones, es igualmente importante que
la mentalidad de los líderes y de los hombres -y esto incluye tanto a civiles como a
militares- se

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De la estrategia a la táctica 95

adapten también a las demandas especiales de la guerra de contrainsurgencia.

Las reacciones y decisiones que serían consideradas apropiadas para un soldado en una
guerra convencional y para el funcionario civil en tiempos normales, no necesariamente
son las correctas en situaciones de contrainsurgencia. Un soldado al que se dispara en
una guerra convencional y que no devuelve el fuego con todas las armas disponibles,
sería culpable de abandono de sus funciones; lo contrario sucedería en el caso de la
guerra de contrainsurgencia donde la regla es aplicar el mínimo de fuego. “Nada de
política” es una reacción arraigada para el soldado convencional cuya tarea es
únicamente derrotar al enemigo; sin embargo en la guerra de contrainsurgencia la tarea
del soldado es ayudar a obtener el apoyo de la población, y al hacer esto debe
involucrarse en la política práctica. Un sistema militar de condecoraciones y promociones
como el de la guerra convencional, que alienta a los soldados a matar o capturar la mayor
cantidad de enemigos induciéndolo así a ampliar el alcance y la frecuencia de sus
operaciones militares, muy bien puede ser catastrófico en la guerra de contrainsurgencia.

En tiempos de paz, el administrador debe mantener una actitud políticamente neutral


frente a la población y permitir “que florezcan cien flores y compitan cien escuelas de
pensamiento”; pero no en la contrainsurgencia, donde su deber es ver que florezca
únicamente la flor correcta y no la maleza, al menos hasta que la situación vuelva a la
normalidad.

El gobierno del contrainsurgente evidentemente necesita líderes que comprendan la


naturaleza de la guerra. Hay dos formas posibles de obtenerlos: a través del
adoctrinamiento y la capacitación en la técnica de la guerra de contrainsurgencia, y a
través de selección a priori o selección natural.

La teoría de la guerra de contrainsurgencia puede enseñarse como la de cualquier otro


tipo de guerra, y por supuesto el contrainsurgente debe ver que se instruya a todo el
personal de sus fuerzas, tanto militares como civiles. La dificultad aparece vinculada a
brindar el entrenamiento táctico a los

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96 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

estudiantes. Es fácil montar ejercicios y juegos de guerra relacionados con las


operaciones militares requeridas en la guerra de contrainsurgencia, pero es casi imposible
duplicar de manera realista el escenario para las operaciones no militares. En primer
lugar, la población con su comportamiento y su humor es el factor principal en estas
operaciones. ¿Cómo puede introducirse esto en el juego? Además las decisiones
tomadas en operaciones no militares rara vez tienen efecto inmediato, mientras que la
solidez de una decisión militar en el campo puede evaluarse casi inmediatamente. La
mayor parte del entrenamiento deberá realizarse durante el trabajo. En el próximo
capítulo hablaremos más sobre esta interrogante.

Sin embargo el adoctrinamiento y la instrucción son procesos lentos, y la necesidad de


líderes capaces es inmediata. No hay criterios simples que permitan determinar por
adelantado si alguien que no ha estado involucrado previamente en una contrainsurgencia
puede ser un buen líder. Una solución factible es identificar a aquellos que aceptan los
nuevos conceptos de guerra de contrainsurgencia con facilidad y asignarles
responsabilidades. Entonces, aquellos que demuestren su valía en acción pueden ser
promovidos.

Hay lugar en las fuerzas armadas, pero no en el componente civil de la fuerza de


contrainsurgencia, para los grupos de líderes que no pueden despojarse de su
pensamiento de guerra convencional. Éstos pueden ser asignados a las unidades
móviles.

No hace falta decir que si la confiabilidad política es un problema, como probablemente lo


sea en una guerra revolucionaria, son los grupos de líderes más confiables los que
deberían ser asignados a las tareas con la población.

Selección del área de esfuerzos

El problema estratégico

Se abren dos estrategias opuestas al contrainsurgente y una tercera que es un


compromiso entre las

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De la estrategia a la táctica 97

otras. De acuerdo con la primera estrategia, se procede desde lo difícil a lo sencillo.


Inicialmente los esfuerzos se concentran en las áreas rojas y progresivamente se
extienden hacia las áreas rosa y blanca. Si tiene éxito, es el camino más rápido. La
otra estrategia, desde lo sencillo a lo difícil, requiere menos medios al principio, pero
es más lenta y concede a la insurgencia mayores oportunidades para desarrollarse y
consolidarse en las áreas rojas. La selección de las estrategias depende
esencialmente de la superioridad relativa de los oponentes.

Durante la Guerra en Grecia, los nacionalistas optaron inicialmente por un compromiso


con gran énfasis en la primera estrategia. Comenzaron por abocarse a la región de
Tesalia en Grecia Central. Inmediatamente después se movilizaron hacia el oeste y
hacia el norte contra los baluartes comunistas establecidos a lo largo de las fronteras.
Los comunistas se retiraron a salvo hacia territorios satélites y reaparecieron en otra
parte. La primera ofensiva nacionalista fracasó. En su segundo intento entre 1949 y
1950, los nacionalistas adoptaron la estrategia opuesta: Eliminaron a los comunistas
del Peloponesio, luego operaron con mayor fuerza en Tesalia y finalmente limpiaron
las regiones fronterizas. Esta vez tuvieron éxito, en parte gracias a la deserción de
Tito del bloque soviético, lo que evitó que los comunistas griegos jugaran a las
escondidas en su territorio.

Cuando se reinició la guerra revolucionaria en China después de la rendición


japonesa, los nacionalistas debieron optar entre tres cursos de acción:

1. Concentrar sus esfuerzos en Manchuria, el área más remota del centro de poder
nacionalista y donde las fuerzas comunistas, armadas con equipos japoneses, eran los
más fuertes.

2. Limpiar China central, luego el norte de China y finalmente Manchuria.

3. Operar en todas partes.

Aunque amplia en la teoría, la opción en los hechos era limitada porque los
nacionalistas no podían permitir que sus oponentes se desarrollaran seguros en
Manchuria,

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98 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

la parte industrial más rica de China, en la que los comunistas estaban en contacto
directo con la Unión Soviética. Y como Manchuria había sido ocupada por tropas
soviéticas en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno nacionalista
debió reafirmar su soberanía sobre ella. Los nacionalistas se sintieron obligados a invertir
sus mejores unidades en Manchuria.

Si los nacionalistas hubieran ganado si hubieran actuado de otra forma, es más bien
dudoso, pues los comunistas chinos eran un oponente formidable para 1945. Pero sus
posibilidades podrían haber sido mejores si hubieran optado por el segundo curso de
acción.

En Argelia, dónde a partir de 1956 los franceses gozaban de una supremacía militar
arrolladora sobre el FLN, sus esfuerzos inicialmente se esparcieron a través de todo el
territorio, con concentraciones más importantes a lo largo de las fronteras con Túnez y
Marruecos y en Cabilia, una región montañosa escabrosa y densamente poblada. Las
fuerzas del FLN fueron desintegradas rápidamente, pero la falta de doctrina y experiencia
sobre qué hacer después de las operaciones militares, entre otras cosas, imposibilitaron
un éxito bien definido de los franceses. Durante los años 1959 a 1960, la estrategia
francesa avanzaba de Oeste a Este, comenzando por la región de Oran, luego hacia las
Montañas Ouarsenis hacia Kabya y finalmente hacia la región Constantina. Esta vez
contaban con experiencia suficiente; el período de confusión había terminado. Para finales
de 1960, cuando la política del gobierno francés había conmutado de “vencer a la insurgencia”
a “desconectar a Francia de Argelia”, las fuerzas del FLN en Argelia fueron reducidas a entre
8.000 y 9.000 hombres bien aislados de la población, fraccionados en pequeñas bandas
ineficaces, con 6.500 armas que en su mayoría habían sido enterradas por falta de municiones.
Ni un solo jefe de vilayato (región) en Argelia estaba en contacto con la organización del FLN
en el exterior, ni siquiera por radio. Las purgas estaban devastando sus rangos y algunos de
los jefes de alto rango del FLN en Argelia realizaron propuestas de rendición.

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De la estrategia a la táctica 99

Las fronteras estaban cerradas a infiltraciones, salvo muy ocasionalmente por uno o dos
hombres. Las fuerzas francesas incluían 150.000 musulmanes, sin contar los grupos de
autodefensa en casi todos los pueblos. Todo lo que quedaba por hacer, si la política no
hubiera cambiado, era eliminar los remanentes reaccionarios del insurgente, en el mejor
de los casos una larga tarea, considerando el tamaño de Argelia y su terreno. En Malaya
la fase final del contrainsurgente duró por lo menos cinco años.

Sobre todo, la selección de la primera área de esfuerzos debe estar influenciada


obviamente por el método estratégico seleccionado. En cualquier caso, es bueno recordar
que el contrainsurgente necesita lo antes posible un éxito claramente definido, incluso
aunque sea limitado geográficamente. En términos de beneficio psicológico al curso de la
guerra revolucionaria, vale la pena tomar este riesgo incluso si implica el desarrollo de la
insurgencia en algunas áreas.

El contrainsurgente, que generalmente no cuenta con experiencia práctica en operaciones


no militares necesarias en la guerra de contrainsurgencia, debe adquirirla rápidamente.

Estas dos consideraciones indican que la selección de la primera área debe prometer una
victoria táctica sencilla a costa de un riesgo estratégico. En otras palabras, parece mejor
ir desde lo sencillo hacia lo difícil, salvo que el contrainsurgente sea tan fuerte que pueda
afrontar la estrategia contraria.

Los factores tácticos

Al seleccionar el área, los factores que usualmente se tienen en cuenta en la guerra


convencional, como el terreno, los medios de transporte y el clima continúan vigentes. En
este sentido, el contrainsurgente debe prestar especial atención a las posibilidades de un
aislamiento y una segmentación sencillas del área aprovechando los obstáculos
naturales, es decir el mar, los ríos y las planicies. Puede parecer extraño que las planicies
deban ser consideradas como un obstáculo natural en la guerra,

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100 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

pero el hecho es que las montañas, los bosques y los pantanos no representan
obstáculos para la insurgencia, sino más bien su terreno favorito. Tampoco
representan barreras las fronteras internacionales; generalmente éstas han
restringido únicamente a la contrainsurgencia. Si no existen obstáculos naturales,
debe considerarse la posibilidad de construir obstáculos artificiales, como lo hicieron
los franceses a lo largo de las fronteras de Túnez y Marruecos. Esta solución puede
ser costosa, pero resulta en tanta seguridad y ahorro en elemento humano que
puede valer la pena.

Sin embargo, como el objetivo es la población, los factores relacionados con ella
adquieren una importancia particular. Hay factores objetivos. ¿Cuán grande es la
población? Cuanto mayor sea, tantos más altos serán los riesgos. ¿La población está
concentrada en pueblos y aldeas o dispersa en todo el territorio? Una población
concentrada es más fácil de proteger y de controlar; de esta manera, una compañía de
infantería puede controlar fácilmente un pueblo pequeño de 10.000 a 20.000 habitantes –
salvo en caso de un levantamiento general- pero requeriría una unidad mucho mayor
si la misma población estuviera esparcida por toda la zona rural. ¿Cuán dependiente
es la población de los suministros externos y de los servicios públicos
proporcionados por la administración del contrainsurgente? ¿Debe importar
alimentos y otros materiales? ¿Es importante el comercio, o puede vivir en una
economía autárquica?

Sobre todo, existen los factores subjetivos. ¿Cómo ve la población a los respectivos
oponentes? ¿Cuál es la proporción de potenciales amigos, neutrales y enemigos?
¿Pueden definirse estas categorías de antemano? ¿Puede asumirse por ejemplo,
que la burguesía, los hacendados ricos, los pequeños granjeros, etc. adoptarán esta
o aquella actitud? ¿Existe alguna presión sobre ellos? ¿Existe algún factor
disgregador que pudiera ser utilizado por alguno de los oponentes para fomentar
esta separación? Este tipo de análisis político es tan importante en la guerra de
contrainsurgencia como lo es el estudio de un mapa en la guerra convencional, pues
determina, aunque a grandes rasgos, si será sencillo o difícil trabajar en el área
considerada.

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De la estrategia a la táctica 101

En Argelia, por ejemplo, se asumió automáticamente que los veteranos musulmanes que
recibían una pensión del gobierno de Francia serían hostiles al FLN y que las mujeres
musulmanas que vivían esclavizadas bajo las costumbres islámicas recibirían bien su
emancipación. A pesar de obstáculos parciales, en general, estas suposiciones
demostraron ser verdaderas.

Existe una dimensión óptima para el tamaño tanto del área como de la población. Por
sobre ésta, sería difícil mantener el aislamiento y los esfuerzos serían demasiado diluidos.
Por debajo de ella, la influencia del insurgente continuaría penetrando con demasiada
facilidad desde afuera, y la población, conciente de su pequeño número y sintiéndose
demasiado expuesta y demasiado conspicua, sería reacia a tender hacia el lado de la
contrainsurgencia.

El tamaño correcto no puede ser determinado en lo abstracto; varía demasiado según


cada caso. El hecho de que la insurgencia generalmente se moviliza a pie brinda sin
embargo, un punto de partida aproximado. El diámetro mínimo del área debería ser igual
a no menos de tres días de marcha, con lo que las guerrillas que intentaran infiltrarse
profundamente desde el exterior estarían obligadas a marchar durante más de una noche.
Esto daría al contrainsurgente una mayor probabilidad de atraparlos.

Preparación política

Justo antes de embarcarse en un esfuerzo mayor, el contrainsurgente se enfrenta a lo


que probablemente es el problema más difícil de la guerra. Debía armarse con una causa
competitiva.

Eliminemos primero los casos sencillos -tan simples como problemas analíticos-
descriptos brevemente a continuación:

1. En realidad la insurgencia no tiene causa alguna; está explotando las debilidades y los
errores de la contrainsurgencia. Esa parece ser la situación hoy en Vietnam del Sur. El
Vietcong no puede clamar por territorio, ya que hay en abundancia en Vietnam del Sur; ni
izar la bandera del anticolonialismo,

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102 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

pues Vietnam del Sur ya no es una colonia; ni ofrecer el comunismo, que parece no
ser muy popular entre la población de Vietnam del Norte. El programa de la
insurgencia es simplemente: “Echar a los villanos”. Si los “villanos” (quienquiera que
esté en el poder en Saigón) corrigen su camino, la insurgencia perdería su causa.

2. El insurgente cuenta con una causa que el contrainsurgente puede adoptar sin hacer
peligrar demasiado su poder. Según vimos, ésta era la situación en las Filipinas
durante la insurgencia del Huk. Todo lo que debía hacer el contrainsurgente era
prometer las reformas necesarias y demostrar que lo decía en serio.

Uno se queda con un caso general cuando el insurgente tiene el monopolio de una
causa dinámica. ¿Qué puede hacer el contrainsurgente? Saber que su desventaja
ideológica decaerá un poco a medida que la guerra misma se transforme en el tema
principal, no es un consuelo, porque debe durar hasta entonces y el momento para
lanzar una contraofensiva es al principio.

Sería un error creer que un contrainsurgente no puede obtener el apoyo de la


población salvo que conceda reformas políticas. Sin importar cuán poco popular pueda
ser, si tiene la suficiente voluntad y potencia, si puede contar con un pequeño pero
activo grupo de seguidores que se mantengan leales porque lo perderían todo si el
insurgente ganara, incluso sus vidas, es posible que se mantenga en el poder. Puede
muy bien retirar cualquier beneficio que recibe la población por la mera existencia de
su régimen, una medida de ley y orden, una economía más o menos operativa, obras y
servicios públicos operativos, etc., y restaurarlos gradualmente como premio por la
cooperación de la población. Puede, por ejemplo, racionar los alimentos y ver que
únicamente aquellos que cooperen reciban tarjetas de ración. Al mismo tiempo puede
utilizar al máximo a aquellos que están dispuestos a apoyarlo activamente, dándoles
mayores privilegios y poder, y gobernar de esa manera sin importar cuán
desagradable eso sea.

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De la estrategia a la táctica 103

Esta es la forma en la cual sin duda se mantuvieron en el poder el régimen de Kadar


en Hungría y otros. Pero una política tal, de pura fuerza, en el mejor de los casos podría
conllevar a un regreso al status quo anterior, un estado de tensión total y no a una
paz duradera.

A falta de inclinaciones liberales y un sentido de justicia, si es que existe alguna


justicia en las demandas de los insurgentes, el sentido común y la viabilidad exigen
que el contrainsurgente se prepare con un programa político diseñado para quitar la
mayor cantidad posible de viento de las velas de la insurgencia. Esto plantea serias
dudas sobre la esencia y la oportunidad.

En la búsqueda de contra-causas, el contrainsurgente queda con escasas opciones de


temas secundarios que apelan casi invariablemente a la razón en un tiempo en que la
pasión es el principal impulsor. ¿Y hasta qué punto puede adentrarse al camino de las
reformas sin poner en peligro su poder, que es después de todo es por lo que está
luchando por retener, ya sea para bien o para mal? Cuando la causa insurgente se
encuentra en una posición de todo o nada, como en la mayoría de las insurgencias de
liderazgo anticolonial o comunista, el margen para maniobras políticas es
extremadamente limitado. La insurgencia quiere independencia hoy, habla de
revolución, promueve la lucha de clases y la dictadura del proletariado; su oponente
puede ofrecer únicamente autonomía interna o alguna versión de ella, insistir en la
evolución, poner énfasis en la fraternidad de todas las clases.

Aún sabiendo que su programa será poco o nada atractivo, el contrainsurgente debe,
de alguna manera, encontrar un conjunto de reformas, aunque sean secundarias,
incluso si fueran menores. Debe apostar a que la razón, a final de cuentas prevalecerá
sobre la pasión.

También sería prudente averiguar si lo que ofrece es realmente deseado por la gente.
Las reformas concebidas en lo abstracto a un gran nivel pueden sonar prometedoras
en el papel pero no siempre corresponden a los deseos populares. Por consiguiente,
un método práctico consistiría en investigar objetivamente las demandas de la gente,
realizar una lista de ellas, eliminar aquellas que con seguridad no pueden ser
concedidas y promocionar las restantes.

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104 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

El contrainsurgente también debe decidir cuándo hacer público su programa. Si hace esto
demasiado pronto, sería tomado como un signo de debilidad, podría elevar las demandas
del insurgente, inclusive alentar a la población a apoyar a la insurgencia con la esperanza
de concesiones sonoras; y mientras dure la guerra, el impacto del programa podría
empañarse. Si el anuncio es retrasado excesivamente, la tarea de alcanzar el apoyo de la
población podría tornarse más difícil. Estimar el tiempo correcto es una cuestión de
criterio basado en las circunstancias y no puede sugerirse ninguna solución por
adelantado. Sin embargo, parece posible y prudente separar el programa político de las
reformas concretas específicas. Este programa podría ser anunciado temprano en
términos generales. Las reformas, dado que carecen de sentido salvo que puedan ser
implementadas con seguridad, podrían ser hechas públicas a nivel nacional cuando la
experiencia local haya demostrado su significación.

En todo caso, nada podría ser peor que prometer reformas y no querer o no poder
implementarlas.

La primera área como área de prueba

Por muy preparadas, entrenadas y adoctrinadas que pudieran estar las fuerzas del
contrainsurgente, la realidad siempre difiere de la teoría. Se cometerán errores, pero sería
imperdonable no aprender de ellos. Por este motivo, la primera área seleccionada debe
ser considerada área de prueba. El valor de las operaciones que se lleven a cabo allí
yace tanto en lo que enseñan como en sus resultados intrínsecos.

Probar significa experimentar, estar dispuesto a observar objetivamente lo que sucede y


estar listo y tener la intención de modificar lo que salga mal. Además, aprender implica
extraer las lecciones apropiadas de los eventos y difundir la experiencia entre otros.

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De la estrategia a la táctica 105

Todo esto no puede quedar librado al destino y a la iniciativa personal, debe ser
organizarse cuidadosa y deliberadamente.

Los comunistas chinos que solían tener bien clara la importancia de aprender y combinar
la teoría con la práctica, parecen haber aplicado, a comienzos de los años 50, un método
que poco tiene que ver con el marxismo y mucho con la ciencia experimental y el llano
sentido común. Nunca explicaron explícitamente su método, por lo que lo siguiente es una
reconstrucción basada en la observación de hechos y algo de razonamiento lógico.

Siempre que el máximo liderazgo comunista chino, es decir los diez o doce miembros del
grupo estable del Comité Central, consideraba una reforma importante como por ejemplo
el establecimiento de cooperativas agrícolas semisocialistas, la idea primero se discutía
con detenimiento dentro del grupo. Si allí no se rechazaba, se enviaba seguidamente un
borrador preliminar, el Proyecto Nº 1 al Comité Central con sus setenta y algo de
miembros regulares, se discutía nuevamente con detenimiento, se enmendaba o quizás
incluso se descartaba.

De la discusión surgiría un Proyecto Nº 2, el que entonces se presentaba a una fracción vertical


del Partido, compuesta por miembros seleccionados de cada nivel y cada área de China.
Según el estilo típico del comunismo chino, una discusión abierta y sincera sería
obligatoria, uno no podría simplemente aprobar sin dar razones personales y
convincentes. Tales puntos de vista tan amplios, obviamente, producen más
modificaciones al proyecto o revelan nuevamente su inutilidad. De allí saldría el Proyecto
Nº 3.

Los comunistas chinos habían designado de antemano ciertas áreas de todas las
dimensiones como áreas de prueba. De esta manera, Manchuria en su totalidad fue una
región de prueba porque era considerada la vanguardia para la industrialización de China;
una provincia aquí y allá, uno o más distritos en cada provincia, uno o varios pueblos en
cada distrito fueron seleccionados por diversas

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106 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

razones: porque eran ideológicamente avanzados, o promedio, o retrasados; porque


se encontraban cerca de una gran ciudad o eran habitadas por minorías étnicas. El
Proyecto Nº 3 se implementaba secretamente en las áreas de prueba con un mínimo
de publicidad local. Las operaciones eran observadas por grupos de líderes de cada
nivel, provenientes de áreas que no fueran de prueba.

Al finalizar el experimento, se realizaba una minuciosa crítica y el proyecto sería


rechazado en su totalidad o modificado de acuerdo a las enseñanzas del experimento.
Si se mantenía, se anunciaba entonces como decisión oficial y se aplicaba con
fanfarrias en todo el país. Los observadores regresaban a sus puestos, no para poner
en práctica ellos mismos la reforma sino para actuar como instructores e inspectores
en sus respectivos niveles para la totalidad de los líderes locales.

Fue así como Pekín pudo conducir, en unas pocas semanas, el primer censo
relativamente exhaustivo de China,* o imponer una estrecha racionalización de granos
en el plazo de un mes. El hecho de que el régimen comunista se volviera literalmente
loco en el período siguiente al “gran salto hacia delante” no destruye la legitimidad del
principio. Y aunque el ejemplo anterior no haya sido tomado de una situación de
contrainsurgencia, el principio puede, de hecho, aplicarse provechosamente en
cualquier contrainsurgencia.

* Aunque lo exhaustivo del censo no puede cuestionarse, la veracidad de los resultados


publicados es otro asunto. Únicamente los Chinos Rojos conocen la verdad exacta.

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7. Las Operaciones
Aquí estudiaremos los problemas tácticos que surgen normalmente de la implementación
de la estrategia detallada en el Capítulo 4. Al tratar con y dentro de lo abstracto,
ciertamente nos ocuparemos más de los principios que de la fórmula vigente.

La primera etapa: Destrucción o exclusión de las fuerzas insurgentes

La destrucción de las fuerzas de la guerrilla en las áreas seleccionadas es obviamente


muy conveniente y es esto lo que el contrainsurgente debe esforzarse por lograr. Sin
embargo, una cosa debe quedar clara: Esta operación no es un fin en sí misma pues las
guerrillas, al igual que las cabezas de la legendaria Hidra, tienen la capacidad de volver a
crecer si no se las destruye todas al mismo tiempo. Entonces, el propósito real de la
primera operación es preparar la etapa para el posterior desarrollo de la acción
contrainsurgente.

Se habrá alcanzado el objetivo cuando las unidades estáticas que quedaron para
resguardar el área puedan ser desplegadas con seguridad en la extensión necesaria. En
consecuencia, si solamente se expulsa a la mayoría de las guerrillas, el resultado aún es
bueno. Si se desbandan en grupos muy pequeños y se mantienen escondidos en el área,
la situación aún es aceptable, si el contrainsurgente puede arreglárselas para que no
puedan reagruparse. Con este fin, en este caso, algunas fuerzas móviles del
contrainsurgente deberán permanecer en el área hasta que las unidades estáticas,
consolidadas y con suficiente control físico sobre la población se encuentren en posición
de hacer frente a los guerrilleros dispersos y evitar que se reagrupen en pandillas más
grandes y más peligrosas.

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108 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

La primera etapa de las operaciones de contrainsurgencia no debería ser interminable


para alcanzar mejores resultados militares.

Las tácticas para esta operación son simples en su esencia.

1. Las unidades móviles más las unidades destinadas a permanecer en el área para reforzar
cualquier unidad estática que originalmente estuviera allí, repentinamente se concentran
alrededor del área. Comienzan a operar desde afuera hacia adentro con la intención de
atrapar a los guerrilleros rodeándolos en un círculo. Al mismo tiempo, las unidades en
guarnición en las áreas linderas reciben la orden de intensificar su actividad en la
periferia del área seleccionada.

2. A continuación el rastrillaje se realiza desde adentro hacia fuera, intentando al


menos expulsar a los guerrilleros.

3. La operación general finalmente se divide en varias operaciones en pequeña


escala. Todas las unidades estáticas, tanto las originales como las nuevas, son
asignadas a sus sectores permanentes. Una parte de las unidades móviles opera
como un cuerpo controlado centralmente; las restantes respaldan a los sectores. La
totalidad de las fuerzas trabajan sobre lo que queda de las guerrillas después de dos
rastrillajes previos.

Durante estas etapas, como en todas las demás, se complementan las operaciones
con información táctica y de guerra psicológica dirigida a la insurgencia, las propias
fuerzas del contrainsurgente y la población.

Propaganda dirigida a las fuerzas del contrainsurgente

Durante esta etapa, las operaciones de naturaleza predominantemente militar


inevitablemente causarán algún daño y destrucción. El insurgente por su parte se
esforzará por provocar conflictos entre la población y las fuerzas de del
contrainsurgente.

Dado que suscitar el antagonismo de la población no será de ayuda, es imperativo que


las adversidades para la población y las acciones impulsivas por parte de las fuerzas
sean reducidas al mínimo.

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Las operaciones 109

Las unidades que participan en las operaciones deberían ser exhaustivamente


adoctrinadas en tal sentido, las contravenciones sancionadas severamente e incluso
en forma pública, si esto puede impresionar a la población. Cualquier daño ocasionado
debería ser inmediatamente compensado sin trámite burocrático.

Propaganda dirigida a la población

Pedir a la población local que coopere en masa y abiertamente en esta etapa sería
inútil e incluso contraproducente, pues no pueden hacerlo si continúan aún bajo el
control del insurgente. Impulsar este tipo de línea expondría a la contrainsurgencia a
un fracaso público. Además, si algunos civiles locales cooperaran prematuramente y
fueran castigados por ello por el insurgente, el revés psicológico sería desastroso.

Sería más acertado si el contrainsurgente se limitara a su objetivo de obtener la


neutralidad de la población, es decir, su pasividad hacia ambos lados. La línea general
podría ser: “Permanezca neutral y la paz retornará pronto a la zona. Ayude a la
insurgencia y nos veremos obligados a continuar con más operaciones militares y con
ello a ocasionar más destrucción”.

Propaganda dirigida a la insurgencia

El peor error que puede cometer el insurgente en esta etapa sería aceptar el combate
y mantenerse activo mientras el contrainsurgente es muy fuerte. El objetivo de la
guerra psicológica es empujarlo a ello.

Una vez que el contrainsurgente haya perdido el beneficio de la sorpresa logrado


durante la concentración y después de las primeras operaciones, si es que lo tuvo, si
luego proclama su intención de permanecer en el área para trabajar con la población y
ganarse su apoyo, el insurgente, temiendo la pérdida de prestigio, así

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110 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

como la eventual pérdida de genuina superioridad, puede verse incitado a aceptar el


desafío.

La segunda etapa: Despliegue de la unidad estática

Dado que la total eliminación de las guerrillas a través de la acción militar es


prácticamente imposible en esta etapa, los remanentes siempre se las ingeniarán para
permanecer en el área y se unirán nuevos reclutas a sus filas mientras las celdas políticas
no hayan sido destruidas. Únicamente pueden eliminarse contundentemente con la
participación activa de la población, cooperación que estará a disposición del
contrainsurgente en los pasos posteriores al proceso, si todo sale bien. Es por este
motivo que las fuerzas del contrainsurgente ahora deben conmutar su atención de las
guerrillas a la población.

Esto no significa que la actividad militar se detendrá. Por el contrario, las unidades
estáticas continuarán rastreando a las guerrillas, pero ahora a través operaciones en
pequeña escala y emboscadas, en el entendimiento de que esta actividad no debe
distraerlos nunca de su misión principal que es obtener el apoyo de la población.

El contrainsurgente también debe ver que las fuerzas guerrilleras no regresen con fuerza
desde afuera. Enfrentarse a tales incursiones será la tarea principal de las fuerzas
móviles propias del área.

El propósito de desplegar unidades estáticas es establecer una red de tropas para que la
población y los equipos políticos del contrainsurgente estén protegidos razonablemente
bien y de forma tal que las tropas participen en la acción cívica al más bajo nivel,
solamente donde el personal político civil es insuficiente. Se dividirá el área en sectores y
subsectores, cada uno con su propia unidad estática.

La subdivisión deberá implementarse hasta el nivel de “unidad básica de guerra de


contrainsurgencia”: la unidad más grande cuyo líder se encuentra en contacto directo y
continuo con la población.

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Las Operaciones 111

Esta es la unidad más importante en las operaciones de contrainsurgencia, nivel en el


que surgen la mayoría de los problemas prácticos, dónde la guerra se gana o se
pierde. Las dimensiones varían según cada caso y en cada caso según la situación;
inicialmente la unidad básica puede ser un batallón o una compañía, al final del
proceso puede ser un escuadrón o incluso un policía rural.

Ciertos puntos requieren especial atención en el desarrollo de unidades estáticas.

Los límites administrativos y militares deberán coincidir en cada nivel, incluso si los
límites resultantes parecen descabellados desde el punto de vista estrictamente
militar. No observar este principio resultaría en confusión, lo que beneficiaría a la
insurgencia.

Parece lógico que inicialmente la red sea más estrecha en el centro del área que en la
periferia, donde las fuerzas contrainsurgentes necesariamente dedicarán una mayor
parte de su actividad a las operaciones militares.

Las unidades deben desplegarse donde la población realmente vive y no en posiciones


que parezcan tener valor militar. Una unidad militar puede pasar toda la guerra en
posiciones pretendidamente estratégicas sin contribuir de ninguna forma a la derrota
del insurgente. Esto por supuesto no quiere decir que los puentes, centros de
comunicaciones y otras instalaciones no deban protegerse, sino que las fuerzas del
contrainsurgente no deben desperdiciarse en posiciones tradicionalmente de mando,
pues en la guerra revolucionaria estas posiciones generalmente no mandan nada.

Si la población rural está demasiado dispersa para permitir apostar destacamentos


militares con cada grupo, el contrainsurgente se enfrenta a la decisión de reagruparla
como se hizo en Malaya, Camboya y Argelia, y se está llevando a cabo hoy en
Vietnam del Sur. Una medida tan radical es complicada y peligrosa. Complicada
porque la población debe ser trasladada, hospedada y provista de servicios públicos
para retener sus antiguos medios de vida o encontrar nuevos.

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112 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

Peligrosa, porque a nadie le gusta ser desarraigado y la operación está obligada a


contrariar seriamente a la población en un tiempo crítico; un reasentamiento bien
planificado y bien conducido puede finalmente ofrecer a la población ventajas económicas
y sociales, pero las mismas no serán perceptibles inmediatamente. Por otra parte,
reagrupar a la población es básicamente una acción orientada defensivamente. Le otorga
al insurgente una buena parte de libertad para la campaña, al menos por la noche, y es
difícilmente compatible con la meta final de utilizar a la población activamente como
fuente de inteligencia y como milicia expandida contra las guerrillas. La guerra en Argelia
ofrece una curiosa ilustración de los efectos de reagrupar a la población. Cuando los
franceses cerraron la frontera de Túnez, en realidad construyeron una cerca a poca
distancia de ella. Al retirar a la población local de algunos sectores entre la cerca y la
frontera, crearon una tierra de nadie. En 1959 cuando la situación había mejorado en gran
medida, reagruparon a la población en sus lugares de residencia originales entre la cerca
y la frontera. Entonces el FLN a su vez removió a la población a la fuerza hacia Túnez
porque los franceses estaban recibiendo de ella demasiada inteligencia sobre sus
movimientos.

El reasentamiento es claramente una medida de último recurso, originado en la debilidad


del contrainsurgente. Debe abordarse únicamente si el curso de la guerra definitivamente
no presenta ninguna posibilidad de que las fuerzas del contrainsurgente puedan
desplegarse con seguridad al nivel requerido. En tal caso, el reasentamiento primero debe
probarse cuidadosamente en una forma limitada para detectar los problemas que puedan
surgir con la operación y para adquirir la experiencia necesaria. Debe estar precedido por
una intensa preparación psicológica y logística. Finalmente, las extensiones de los
diferentes reasentamientos deben corresponder al máximo despliegue posible de las
fuerzas del contrainsurgente; si, por ejemplo, en un área determinada un batallón puede
desplegar sus compañías con seguridad,

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Las Operaciones 113

4 asentamientos de 2.000 personas cada uno parecen mejor que un asentamiento único de
8.000.

Áreas escasamente pobladas y de difícil acceso debido al terreno pueden


transformarse en zonas prohibidas en las que es posible arrestar o eventualmente
disparar a los intrusos con fuego terrestre o aéreo.

En cada nivel, el mando territorial debe contar con sus propias reservas móviles.
Cuanto más dispersas estén las unidades estáticas, tanto más importantes son las
reservas móviles. Sin embargo, no debe permitirse que permanezcan ociosas entre
operaciones militares; ellas pueden y deben participar también en el programa de
acción civil. En otras palabras, estas reservas móviles locales son unidades estáticas
mediante las que el mando local cuenta con una opción operativa con un tiempo de
alerta de una, dos o más horas.

El desarrollo no debe seguir un modelo determinado, como ser una compañía o


pelotón para cada pueblo. Debe ser flexible porque a medida que progresa el trabajo
del contrainsurgente y la seguridad en el área aumenta, las unidades deberán
dispersarse más y más, hasta dejar únicamente unos pocos hombres para proveer la
base para unidades de autodefensa. Por lo tanto no deben permitirse construcciones
pesadas y costosas para albergar a las tropas, no tanto por el costo involucrado sino
por razones psicológicas. Es simplemente humano que los soldados se apeguen a sus
barracas y por lo tanto sean renuentes a mudarse a acuartelamientos menos
confortables. También es humano que los soldados que viven en barracas siempre son
vistos por la población como forasteros, como pueblo aparte. Si no se permiten otras
construcciones más que aquellas estrictamente necesarias, las fuerzas del
contrainsurgente se verán obligadas a vivir al igual que la población, en chozas si
fuera necesario, y esto ayudaría a crear lazos comunes.

El principio del área de prueba se aplica a cada nivel. Hasta haber adquirido un poco
de experiencia, sería mejor que las unidades básicas no se diseminaran de inmediato
por todo su territorio,

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114 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

incluso si fuera seguro hacerlo, pero que en vez de ello concentraran su trabajo primero
en un pueblo para que así, cuando ocupen otros pueblos, los soldados sepan qué deben
hacer y qué deben evitar.

Durante esta etapa, pueden asignarse los siguientes objetivos al programa de información
y de guerra psicológica.

Propaganda dirigida a las fuerzas del contrainsurgente

Como sus esfuerzos principales cambiarán de ahora en adelante de actividades militares


a otras actividades, es necesario informar a las fuerzas del contrainsurgente sobre los
motivos para el cambio y explicarles en términos generales sus futuras tareas. Este
programa de información, si es llevado a cabo en una atmósfera de libre discusión, podría
y debería utilizarse con un propósito práctico: Según las reacciones de los participantes,
el líder puede ubicar a los oficiales y hombres que parecen adaptarse mejor para trabajar
con la población y a aquellos que por el contrario se ven atraídos por el aspecto militar de
la tarea contrainsurgente.

Propaganda dirigida a la población

El despliegue de unidades estáticas marca el comienzo de una larga campaña para


sacudir a la población de su posición neutral, por no decir hostil. El despliegue es un
argumento convincente para demostrar que el contrainsurgente está allí para quedarse,
porque no se dispersarían si consideraran la posibilidad de abandonar el área después de
una vasta pero única operación. Ésta sería naturalmente la línea a explotar y quizás el
mejor camino sería el indirecto, permitiendo que la población haga sus propias
deducciones en base a hechos y rumores. Por ejemplo, negociar un contrato de dos a tres
años para acuartelamientos o tierras con un aldeano, seguramente produciría el efecto
deseado.

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Las Operaciones 115

Propaganda dirigida a la insurgencia

El despliegue no puede ser instantáneo o incluso simultáneo en toda el área


seleccionada, porque la situación inevitablemente mostrará diferencias de sector en
sector. Durante este período, la concentración de las fuerzas del contrainsurgente aún es
masiva debido a la presencia de las unidades móviles que operan en el área y al hecho
que las unidades estáticas aún no se han dispersado en pequeños destacamentos.

Aún es de interés para el contrainsurgente seguir la misma política que en la etapa previa
e incitar a las guerrillas a reaccionar en el peor momento posible para ellos. Por lo tanto,
se debe poner énfasis en que estarán perdidos una vez que hayan sido aislados de la
población. Exhortarlos a abandonar el área o a rendirse puede inducir a sus líderes a
hacer exactamente lo opuesto, es decir, a pelear.

La tercera etapa: El contacto con la población y su control

En esta etapa se persiguen tres objetivos principales:

1. Reestablecer la autoridad del contrainsurgente sobre la población.

2. Aislar, tanto como sea posible, a la población de las guerrillas por medios físicos.

3. Recabar la inteligencia necesaria que conduce a la siguiente etapa: la eliminación de


las células políticas del insurgente. Este es el paso más crítico en el proceso debido a su
carácter transitorio, trasladando el énfasis en las operaciones militares al énfasis en las
operaciones políticas, y porque combina una pesada carga para ambas.

El principal centro de interés cambia ahora al nivel de unidad básica de tarea, dónde la batalla
real tiene lugar.

1. Contacto con la población. Esta operación en particular, el contacto con la población, es


en realidad la primera confrontación entre dos bandos por el poder sobre la población.

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116 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

La actitud futura de la población y por consiguiente el probable resultado de la guerra,


está en juego. El contrainsurgente no se puede permitir perder esta batalla.

La batalla ocurre porque la población, que hasta hace poco estaba bajo el control abierto
del insurgente y probablemente aún se encuentre bajo su control encubierto a través de
las células políticas existentes, no puede cooperar espontáneamente, incluso si se
tuvieran todos los motivos para creer que la mayoría simpatiza con el contrainsurgente.
Los habitantes generalmente evitarán cualquier contacto con él. Hay una barrera entre
ellos y el contrainsurgente que debe ser destruida y puede serlo únicamente por la fuerza.
Todo lo que el contrainsurgente desee que la población haga deberá ser impuesto. Sin
embargo, no debe tratarse a la población como un enemigo.

La solución es primero pedir y luego ordenar, a la población realizar una cierta cantidad
de tareas colectivas e individuales por las cuales se les pagará. Al dar órdenes, el
contrainsurgente proporciona la coartada que la población necesita ante el insurgente.
Obviamente, sería un error terrible dar órdenes y no estar en condiciones de hacerlas
cumplir. El contrainsurgente debe tener cuidado en emitir órdenes con moderación y
solamente después de asegurarse que la población humanamente puede cumplirlas.

Comenzando por tareas que directamente beneficien a la población, como limpiar el pueblo o
reparar las calles, el contrainsurgente conduce a los habitantes gradualmente, aunque solo sea
en forma pasiva, a participar en la lucha contra el insurgente mediante tareas tales como la
construcción de rutas de interés militar, ayudar a la construcción de las instalaciones
defensivas del pueblo, llevar suministros a los destacamentos militares, proporcionar guías y
centinelas.

2. Control de la población. Obviamente, el control de la población comienza con un


minucioso censo. Cada habitante debe ser registrado y recibir una tarjeta de identidad
segura.

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Las Operaciones 117

Se deberán proporcionar libretas de familia a cada hogar para facilitar el control de hogar a
hogar, y las cabezas de familia deben ser hechas responsables por informar cualquier cambio
que ocurra. Esta última medida es útil no solamente porque es esencial para mantener
el censo al día, sino también porque depositar la responsabilidad en la cabeza de
familia lo hace participar voluntariamente en la lucha.

La insurgencia no puede ignorar el censo y puede suponer muy bien sus


implicaciones. Seguramente intentará sabotearlo. Una forma de hacerlo es forzar a los
pobladores a destruir sus nuevas tarjetas de identidad. Dado que un civil sin tarjeta de
identificación se enfrentará a muchas dificultades en una guerra revolucionaria, esta
táctica pronto creará una protesta tal, que el insurgente se verá obligado a descartarla.
Por el contrario puede intentar registrar a su propio personal, contando con la
ignorancia del contrainsurgente local y con la solidaridad o el silencio de la población.
Para contrarrestar esta táctica más insidiosa, el contrainsurgente puede solicitar que
cada hombre sano censado sea avalado por dos garantes externos a su familia, los
que serían responsables, bajo pena severa, por la veracidad de sus declaraciones, lo
que debería ser verificado de cualquier forma antes de emitir la tarjeta de identidad.
Esta medida también contribuye a tornar a la población contra la insurgencia.

Un censo, si es realizado y explotado en forma adecuada, es una fuente básica de


inteligencia. Mostraría, por ejemplo, quién está emparentado con quién, una pieza de
información importante en la guerra de contrainsurgencia, porque los reclutamientos
de insurgentes a nivel de aldea en general se basan inicialmente en lazos familiares; o
quién posee propiedades o quién trabaja fuera de la aldea y por lo tanto tiene razones
legítimas para viajar; o cuál es la fuente y el monto de ingreso de cada uno, lo que
inmediatamente separa a aquellos que pueden permitirse dedicarse a actividades
anormales de quienes no pueden. En consecuencia, el censo debe estar bien
planificado y debe llevarse a cabo en forma sistemática

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118 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

de modo que el formato y los resultados no varíen de sector en sector.

La finalidad del control es cortar o al menos reducir significativamente los contactos


entre la población y las guerrillas. Esto se lleva a cabo observando las actividades de la
población; después de un tiempo, cuando el personal del contrainsurgente se ha
familiarizado con la población y conoce a cada habitante, el comportamiento inusual
puede detectarse con facilidad. El proceso de familiarización con la población puede
acelerarse si las aldeas ocupadas se dividen en secciones y a cada una se le asigna un
grupo de soldados que siempre trabajará allí.

El control también puede lograrse implementando un toque de queda y dos reglas


simples con relación a los movimientos de las personas: Nadie puede abandonar esta
aldea por más de veinticuatro horas sin un pase y nadie puede recibir a un forastero de
fuera de la aldea sin permiso. La finalidad no es evitar el movimiento, salvo que exista
una razón específica para ello, pero si verificarlo. Al dificultar los viajes irrestrictos, el
contrainsurgente nuevamente proporciona a la población la coartada que necesita para
no colaborar con el insurgente.

Sin embargo, estas reglas carecen de valor salvo que puedan implementarse en forma
estricta y sistemática. Dado que seguramente creará infractores, debe diseñarse un
sistema de multas ágil y conciso y anunciarse a la población. El problema de las multas
amerita ser considerado al nivel más alto de la jerarquía del contrainsurgente porque es
importante y porque su solución no puede ser dejada a la iniciativa de los líderes
locales, ya que podría conducir a castigos muy livianos o muy fuertes y, en cualquier
caso, al caos.

Las guerrillas que permanecen en el área seleccionada al final de la primera etapa


serán pocas y estarán diseminadas. Necesitan muy poco en cuanto a suministros para
sobrevivir. Cortarlos desde sus fuentes requeriría un gran esfuerzo y daría poco
resultado.

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Las Operaciones 119

Si el control de mercaderías resulta necesario, debería ser restringido a aquellos bienes que
son tanto escasos como muy útiles para las guerrillas, como ser alimentos enlatados, baterías
de radio, calzados. Un caso en el que el control de alimentos es eficaz a bajo costo es
cuando las guerrillas se encuentran aisladas geográficamente de la población, como en
Malaya, donde vivían en la jungla mientras la población había sido reagrupada afuera.

3. Protección de la población. Al igual que el contrainsurgente al imponer su voluntad


sobre la población a la fuerza, le da una excusa para no cooperar con el insurgente, lo
opuesto también es válido. Al amenazar a la población, el insurgente le da a la población
una excusa, o quizás una razón, para rehusarse o evitar cooperar con el
contrainsurgente.

El contrainsurgente no puede lograr mucho si la población no está o no se siente


protegida contra el insurgente. Por lo tanto, el contrainsurgente necesita incrementar su
actividad militar y multiplicar las patrullas y las operaciones a pequeña escala durante el
día y las emboscadas por la noche. Sobre todo debe evitar la situación clásica en la que
él gobierna durante el día y su oponente durante la noche.

Deberían diseñarse planes para una reacción rápida contra cualquier movimiento del
insurgente, involucrando las fuerzas que pueden estar disponibles al instante.

4. Recopilación de inteligencia. Siempre que se establezca una organización para recopilar


datos de inteligencia, la inteligencia debe ingresar con fluidez, ya sea porque los informantes
acuden espontáneamente a la organización o porque ella va en busca de los informantes. El
único problema real es cómo calentar los motores y acelerar el flujo.

La información espontánea es difícil de conseguir en esta etapa debido al temor que la


población tiene al insurgente y por la falta de confianza en el contrainsurgente. Para
vencer esta actitud se debería otorgar a los informantes una forma segura y anónima para
transmitir información.

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120 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

Para este propósito pueden diseñarse muchos sistemas, pero el más simple es multiplicar las
oportunidades de contactos individuales entre la población y el personal del contrainsurgente,
para lo cual cada uno debe participar en la recopilación de datos de inteligencia (no solamente
los especialistas). El censo, la emisión de pases, la remuneración a trabajadores, etc.,
representan tales oportunidades.

En la búsqueda de informantes, el contrainsurgente obtendrá mejores resultados si


concentra sus esfuerzos en aquellos habitantes que por definición, deben ser sus
potenciales aliados, por ejemplo, aquellos que tengan menos para ganar y más para
perder con la victoria del insurgente. El programa del insurgente generalmente indica
quiénes podrían ser.

Si el ingreso de datos de inteligencia aún es lento, puede ejercerse presión. Ningún


ciudadano, incluso en un país primitivo, puede resistir durante mucho tiempo la
presión de una burocracia poco colaboradora. Las condiciones de la insurgencia
naturalmente aumentan la cantidad de normativa que deben ser cumplidas en la vida
cotidiana. La burocracia puede ser un arma poderosa en manos de la
contrainsurgencia, siempre que sea utilizada con moderación y limitación y nunca
contra una comunidad en su totalidad sino solamente contra algunos pocos individuos.

En casos aún más duros, las visitas de seudo insurgentes a los habitantes son otra
forma de obtener información de inteligencia y al mismo tiempo sembrar sospechas
entre la verdadera guerrilla y la población.

5. Comenzar a ganar el apoyo de la población. Sería prematuro implementar reformas


políticas en esta etapa, si fueron concebidas y anunciadas por el gobierno. El
momento oportuno será cuando las células políticas de la insurgencia hayan sido
destruidas y cuando los líderes locales hayan aflorado. En el campo político, la tarea
del líder de la contrainsurgencia es descubrir qué reformas son realmente deseadas e
informar al escalafón superior o determinar si las reformas anunciadas se atienen al
deseo popular.

Por otro lado, el contrainsurgente puede comenzar a trabajar de inmediato en diversos


proyectos en los campos económico, social, cultural y médico, donde los resultados no
son totalmente dependientes de la colaboración activa de la población.

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Las operaciones 121

Si estos proyectos a priori son considerados de utilidad para la población, incluso


pueden ser impuestos. La acusación de paternalismo será olvidada rápidamente
cuando los resultados hablen por sí mismos.

El contrainsurgente también debería aprovechar cualquier oportunidad para ayudar a


la población con sus propios recursos de personal y equipamiento. La falta de
ostentación es la mejor actitud, pues sus acciones, buenas o malas, siempre serán
comentadas y magnificadas por el rumor público.

En el campo de la información y la guerra psicológica, los problemas y las tareas son


numerosos durante esta tercera etapa.

Propaganda dirigida a las fuerzas del contrainsurgente

Cuando las fuerzas están diseminadas y viviendo entre la población, ya no es


necesario continuar diciéndoles que deben ganarse su apoyo. Al estar más
vulnerables, ellos entienden instintivamente que su propia seguridad depende de una
buena relación con la gente local. El comportamiento bueno y amigable surgirá
naturalmente de su parte. El problema ahora es más bien cómo inculcar al personal
del contrainsurgente la necesidad de permanecer en guardia interiormente y mostrarse
amigables exteriormente.

Otro problema es cómo convertir a cada miembro de las fuerzas del contrainsurgente
en un agente activo y eficiente, independientemente de su rango y aptitud. Donde el
estricto acatamiento de las órdenes era suficiente en las etapas anteriores, ahora la
iniciativa se transforma en un deber. A pesar de que cada esfuerzo individual debe
estar enfocado en el mismo objetivo, las desviaciones o los errores involuntarios
deben ser reducidos al mínimo. Este es el momento en el que el comandante local
debe asignar tareas específicas a sus hombres todos los días, instruirlos
pacientemente sobre sus propósitos, delinear un camino para alcanzarlos, anticipar las
dificultades que probablemente surjan y proponer una solución adecuada. Después de
cada operación concreta debe mantener una reunión con sus hombres,

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122 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

escuchar sus comentarios, extraer las enseñanzas y difundir la experiencia a otros


grupos. Si hay alguna forma de enseñar la iniciativa, debería ser ésta.

Propaganda dirigida a la población

En esta etapa se persiguen tres objetivos principales con relación a la población:

1. Obtener de ella un poco de aprobación, o al menos comprensión, para las diferentes


acciones realizadas por el contrainsurgente que afectan a la población (censo, control
de movimientos, imposición de tareas, etc.).

2. Sentar las bases para la eventual disociación de la población y la insurgencia.

3. Preparar el compromiso de elementos solidarios pero aún así neutrales.

El primer punto no plantea un gran problema. Es simplemente una cuestión de que el


contrainsurgente haga saber a la población qué se propone hacer y porqué. La
dificultad surge con los otros puntos. La propaganda, al igual que el terrorismo, tiene
la desafortunada tendencia a tener efectos contraproducentes; de todos los
instrumentos de la guerra, es el más delicado y su aplicación requiere cautela,
adherencia a la realidad y mucha planificación adelantada. Aún cuando el objetivo es
una población rural, la propaganda es más eficaz si en su esencia trata eventos
locales, problemas en los que la población esté directamente interesada, y cuando se
realiza de persona a persona o se dirige a grupos específicos (los hombres, las
mujeres, la juventud, los ancianos, etc.), más que a la totalidad.

Es apenas posible “precocinar” este tipo de propaganda a un alto nivel. Se puede ver
fácilmente que las responsabilidades depositadas en el comandante local son
extremadamente pesadas, especialmente cuando recién comenzó a contactar a la
población y aún no ha evaluado sus reacciones en forma general.

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Las operaciones 123

¿Cómo puede cumplir el su rol si los escalafones superiores no acuden en su ayuda?

Debería, al menos, ser relevado de cualquier responsabilidad en la ejecución de la


campaña de propaganda estratégica, la que debería ser tarea de personal móvil
especializado. Debería ser asistido en todo momento por un suplente que pueda
relevarlo de la mayoría de las rutinas de mando. Se le deberán proporcionar
instrucciones actualizadas para su propaganda táctica, concebida por el primer o
segundo escalafón sobre él, donde las autoridades aún se encuentran lo
suficientemente cerca de la situación local. También debería ser respaldado por
personal de guerra psicológica, siempre que fuera necesario.

Propaganda dirigida al insurgente

Entre las guerrillas, como entre cualquier grupo humano, se puede encontrar una
diversidad de pensamientos, sentimientos y grados de compromiso con la causa del
insurgente. Tratarlos como un bloque seguramente cimentará su solidaridad. A partir
de ahora, la meta de la guerra psicológica del contrainsurgente debería ser, por el
contrario, dividir sus filas, activar oposición entre la masa y los líderes, para así
convertir a los disidentes.

Ésta es una tarea que generalmente excede las posibilidades del comandante local,
pues éste cuenta únicamente con un canal de comunicaciones indirecto con las
guerrillas –a través de la población- y las guerrillas dispersas generalmente merodean
en un territorio más extenso que el propio. De esta manera puede participar, pero no
conducir la campaña, la cual debe ser dirigida desde un nivel superior.

La cuarta etapa: Destrucción de la organización política del insurgente

La necesidad de erradicar los agentes políticos del insurgente de la población es


evidente. La pregunta es cómo

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124 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

hacerlo de manera rápida y eficaz, con un mínimo de errores y de resentimiento.

Esto es, en esencia, una operación policial dirigida no contra delincuentes comunes
sino contra hombres cuyas motivaciones, incluso cuando el contrainsurgente las
desapruebe, pueden ser perfectamente honorables. Además, como norma, no
participan directamente en las acciones directas del terrorismo o la guerrilla, y
técnicamente no tienen sangre en sus manos.

Como estos hombres son personas locales con lazos familiares y conexiones, y son
perseguidos por extranjeros, automáticamente existe hacia ellos un cierto sentimiento
de solidaridad y empatía por parte de la población. En el mejor de los casos, la acción
de la policía no puede dejar de tener aspectos desagradables tanto para la población
como para el personal contrainsurgente que convive con ella. Es por este motivo que
la eliminación de los agentes debe realizarse en forma rápida y decisiva.

¿Pero quién puede garantizar que nunca se cometerán errores y que se arreste a
personas inocentes por equivocación? De hecho, uno de los trucos preferidos del
insurgente es confundir al contrainsurgente para arrestar a personas que se oponen a
la insurgencia. Asumiendo que únicamente los hombres correctos fueran arrestados,
sería peligroso e ineficiente permitir que fueran tratados e interrogados por
aficionados. Todas estas razones exigen que la operación sea conducida por
profesionales, por una organización que de ninguna manera debe confundirse con el
personal contrainsurgente que trabaja para apoyar a la población. Si no es posible
confiar en la policía existente, entonces debe crearse una fuerza policial especial para
este fin.

Mientras que todo el personal contrainsurgente participa en la adquisición de


inteligencia, únicamente la policía debería tratar con los agentes sospechosos. Sin
embargo, la tarea de la policía no releva al comandante local contrainsurgente de su
responsabilidad general; la operación se lleva a cabo bajo sus directivas y él debe permanecer
en constante relación con la

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Las operaciones 125

policía durante la “purga”. Cuándo purgar es su decisión, la que debe basarse en dos
factores:

1. Si se dispone de suficiente inteligencia para que la purga sea exitosa.

2. Si es posible completar la purga.

En las áreas rojas, la situación de la inteligencia referente a la organización política


insurgente, generalmente presenta el siguiente modelo. El jefe y los miembros
superiores de la célula están demasiado comprometidos en la insurgencia como para
esperar que cambien su actitud fácilmente y hablen libremente cuando son arrestados.
Los sospechosos secundarios, cuando son arrestados individualmente o en pequeños
grupos, no hablan tampoco porque temen que los siguientes movimientos del
contrainsurgente contra los agentes políticos los pongan en evidencia. Sin embargo,
los lugareños normalmente saben quiénes son los miembros de la célula, o al menos
saben quién los está refugiando. Esto sugiere que un abordaje indirecto podría ser
más fácil y más seguro que uno directo.

El procedimiento podría ser:

1. Arrestar simultáneamente a un gran grupo de sospechosos secundarios.

2. En base a su descubrimiento, arrestar a los miembros de las células.

Obviamente, existe un riesgo de que los miembros de la célula, alertados por el primer
movimiento, se esfumen. El riesgo es pequeño, sin embargo ¿que podrían hacer? Si
se unen a las guerrillas remanentes, podrían poner una carga adicional sobre ellas sin
aumentar sustancialmente su eficacia, dado que unas pocas guerrillas más no
cambian mucho la situación, mientras que la eliminación de una célula política implica
un gran cambio. Si se movilizan a otra zona en la que podrían ser forasteros, su valor
como agentes para la insurgencia decrecería sustancialmente, y además podrían ser
detectados y arrestados con facilidad.

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126 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

De esta manera, así como la expulsión de las guerrillas fue un resultado satisfactorio en la
primera etapa, la expulsión de los agentes políticos es igualmente aceptable.

El momento para iniciar la purga, entonces, no es cuando los miembros de la célula han sido
identificados positivamente, un proceso que tomaría mucho tiempo y dejaría mucho librado al
azar, sino más bien cuando se ha recabado suficiente información sobre varios aldeanos
sospechosos.

La operación tendría poca utilidad si la aldea purgada no es ocupada en ese momento o


en poco después por las fuerzas contrainsurgentes, pues las guerrillas remanentes
probablemente tendrían éxito en impulsar a una población relativamente desprotegida a
crear otra célula y la purga debería implementarse nuevamente. El contrainsurgente no
debe dudar en asumir riesgos para desplegar un destacamento para ocupar una aldea
purgada, pero si está absolutamente imposibilitado de hacerlo, sería mejor no hacer
nada y esperar un momento mejor.

Los miembros de la célula arrestados normalmente deben ser castigados de acuerdo


con las leyes, dado que han participado en la conspiración contra el gobierno. Sin
embargo, nada es normal en la guerra revolucionaria. Si el contrainsurgente desea
poner fin a la guerra más rápido, debe descartar algunos de los conceptos legales que
serían aplicables a las condiciones normales. Una aplicación automática y rígida de la
ley inundaría las cortes de casos menores y mayores, llenaría las cárceles y los campos
de prisioneros con gente que podría ser convertida así como con insurgentes peligrosos.

La indulgencia en este caso parece ser una buena práctica política, pero no la
indulgencia ciega. A pesar de que los agentes insurgentes que se arrepienten
sinceramente pueden ser liberados inmediatamente, sin riesgo para el esfuerzo de
guerra contrainsurgente, aquellos que no lo hacen deben ser castigados. Dos criterios
pueden servir para probar su sinceridad: una confesión completa de su actividad pasada
y la voluntad de participar activamente en la lucha del contrainsurgente.

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Las operaciones 127

Otra ventaja de una política de indulgencia es facilitar las purgas posteriores, porque los
sospechosos que previamente han visto arrestar agentes que luego fueron puestos en libertad,
estarán más dispuestos a hablar.

La principal preocupación del contrainsurgente en su propaganda durante esta etapa es


minimizar los posibles efectos adversos producidos sobe la población por los arrestos.
Deberá explicar francamente por qué es necesario destruir las células insurgentes y
destacar la indulgencia a aquellos que reconocen su error. No importa si no se le cree,
pues el impacto en la población será tanto mayor si los agentes arrepentidos son de
hecho liberados.

La quinta etapa: Elecciones locales

Aquí comienza la parte constructiva del programa del contrainsurgente. Lo realizado hasta
el momento tenía la finalidad de apartar de la población la amenaza directa del insurgente
armado y la amenaza indirecta de los agentes políticos. De aquí en adelante, el objetivo
de los esfuerzos del contrainsurgente será obtener el apoyo activo de la población, sin el
cual la insurgencia no puede ser liquidada.

La actitud de la población inmediatamente después de la purga otorga una justa medida


de la dificultad de la tarea por delante. Si el trabajo previo fue bien realizado, la población
ya no debería tener más excusas para rechazar su cooperación. La destrucción de las
células políticas normalmente conlleva un repentino y drástico cambio favorable en el
clima; la gente deja de evitar el contacto con el personal contrainsurgente y ya no acata
los diversos tabúes impuestos por el insurgente; los elementos amigables surgen
espontáneamente.

Si el comportamiento posterior a la purga continúa igual, eso significa:

1. Que la purga no fue completa y eso puede ser corregido con facilidad.

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128 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

2. Que la población aún no está completamente convencida de la voluntad y capacidad del


contrainsurgente para ganar, y tarde o temprano la realidad se sobrepondrá a la reticencia de la
gente.

3. Que la población está profunda y auténticamente apegada a la causa de la


insurgencia. Esto es bastante más serio, pues muestra el alcance de la desventaja
ideológica y cuán lejos debe llegar el contrainsurgente en lo concerniente a reformas,
si desea contar con el apoyo de la población. No significa, sin embargo, que la
contrainsurgencia esté segura de perder la guerra, pues aún puede obtener (en lugar
de ganarse) el apoyo necesario. Si su ímpetu es arrebatado por su falta de
popularidad, puede esperar hasta que la paz se convierta en el asunto principal y
pueda confiar en mayor medida en su propia fuerza y en su pequeña minoría de
seguidores.

Independientemente del caso, el problema es comenzar a organizar la participación de


la población en la lucha. La forma de hacer esto es colocar a los líderes locales en
posiciones de responsabilidad y de poder.

Pueden considerarse dos métodos opuestos. Uno es designar hombres que hayan sido
previamente identificados como seguidores, imponiéndolos de ese modo a la
población. Éste debería ser un último recurso porque el poder y la influencia de estos
hombres siempre dependerán de la fortaleza del contrainsurgente. Serán considerados
marionetas: la población nunca sentirá ninguna responsabilidad real hacia ellos.

Una estrategia mejor sería llamar a elecciones absolutamente libres para un gobierno
provisional local propio, permitiendo de esta manera que los líderes surjan
naturalmente de la población, la que se sentirá más ligada a ellos ya que serán
producto de su elección. El riesgo de que neutrales o incluso seguidores insurgentes
no detectados pudieran ser elegidos es reducido dado que la población entenderá que
el contrainsurgente a esta altura sabe quién estaba a favor de quién, en especial si ha
difundido el rumor de que esto era parte de la información que obtuvo de los agentes
detenidos.

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Las operaciones 129

Lo más probable es que la población elija a personas de las que sabe o sospecha que son
seguidores contrainsurgentes.

Existe un riesgo mucho mayor de que la población no elija líderes naturales sino hombres
seleccionados por su presunta capacidad para apaciguar al contrainsurgente. Una señal
obvia de ello sería la ausencia de hombres jóvenes entre los líderes locales elegidos.

Cualquiera sean los resultados de las elecciones, el contrainsurgente debe aceptarlos con
la salvedad anunciada públicamente de que estos nuevos líderes locales estarán en
funciones temporalmente hasta las elecciones definitivas, cuando haya sido reestablecida
la paz en todo el país.

La propaganda dirigida a la población durante esta etapa debe hacer hincapié en cuatro
puntos: la importancia de las elecciones, la total libertad para los votantes, la necesidad
de votar y la naturaleza provisoria del gobierno local elegido.

La sexta etapa: Probar a los líderes locales

Los resultados finales de los esfuerzos contrainsurgentes con relación a la población


dependen de la eficacia de los hombres que acaban de ser electos. Si son inútiles, el
contrainsurgente solamente podrá contar con sí mismo; de esta manera continuará siendo
un forastero frente a la población y no podrá reducir sustancialmente su fuerza en el área
seleccionada para aplicarla en otro lugar.

Por lo tanto, la primera tarea a realizar es probar a estos nuevos líderes locales. El
principio de la prueba es simple: Se les asignan tareas concretas y se juzgan por su
capacidad para cumplirlas. En esta etapa existen cantidad de tareas que pueden
asignarse: dirigir el gobierno local, emprender proyectos locales en los campos social y
económico, asumir algunas funciones de la policía, reclutar voluntarios para las unidades
de autodefensa, hacer propaganda, etc.

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130 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

La contrainsurgencia detectará pronto qué líderes están a la altura de las expectativas.


Sus acciones tenderán a consolidar su posición y a desarrollarla, utilizando para este fin
todos los recursos disponibles y el poder del régimen contrainsurgente. En cuanto a
aquellos que no pasaron la prueba, su acción tenderá a eliminar o a apartarlos con el
apoyo, o al menos con el consentimiento de la población.

Puede pasar en unas pocas elecciones locales que los hombres elegidos sean todos
inútiles y no haya mejores candidatos disponibles. Esto sería sencillamente un caso de
mala suerte, contra el cual poco puede hacerse a nivel local, salvo manipular los
distritos electorales para fusionarlos con los adyacentes, donde se dispone de hombres
mejores. Este problema es menos serio cuando se trata de descubrir cientos de líderes
locales que cuando se trata de encontrar al mejor líder contrainsurgente a nivel
nacional.

Las diversas tareas confiadas a los líderes locales tienen, obviamente, más que el valor
de una prueba. La mayoría también esta diseñada para ganar el apoyo de la población a
través de éstos líderes. Algunas tareas fueron concebidas para hacer que la población
asuma una participación activa en la lucha contra la insurgencia: organizando unidades
de autodefensa, reclutando auxiliares de tiempo completo para las fuerzas regulares,
organizando la inteligencia y las redes de control y los equipos de propaganda.

Tres de los muchos problemas que enfrenta el contrainsurgente durante esta etapa
requieren especial atención. Los líderes electos son blancos conspicuos para el
insurgente y deben protegerse, aunque no de forma tal que se confíen totalmente en la
protección contrainsurgente. Se les debe decir, por el contrario, que el apoyo de la
población es su mejor protección y que depende de ellos obtenerlo.

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Las operaciones 131

Al principio no puede evitarse un cierto grado de paternalismo ya que los líderes electos son
tanto desconocidos como faltos de instrucción, pero la actitud paternalista por parte del
contrainsurgente es autodestructiva, ya que promoverá la creación de hombres pasivos
complacientes, una plaga en las situaciones de contrainsurgencia. Por lo tanto, el
paternalismo debe ser descartado lo antes posible, incluso si esto involucra riesgos.

Las tareas a realizar requieren apoyo logístico en forma de fondos, equipamiento y


personal calificado. Éstos deben estar a la mano y suministrados con un mínimo de
burocracia. Por otra parte, la gestión de este apoyo logístico es un acto político y debe ser
asignado con prioridad a favor de las aldeas o de los distritos en los que la población es
más activa del lado del contrainsurgente. Un arma con un valor tan estimulante no debe
ser utilizada indiscriminadamente.

Si en una parte del área seleccionada, la situación ha alcanzado un estado en el que la


población apoya activamente al contrainsurgente, significa que se ha abierto una brecha y
debe ser explotada inmediatamente para influir en los sectores menos avanzados. Este es
el principal objetivo de la propaganda durante esta etapa.

Dado que la propaganda es mucho más convincente si emana de la población en vez de


provenir del personal contrainsurgente, los habitantes locales deben ser persuadidos a
actuar como propagandistas no solamente en su propia área sino también fuera de ella.
Cuando lo hacen, la guerra está prácticamente ganada en el área seleccionada.

Otra señal certera de que se ha abierto una brecha es cuando la inteligencia aumenta
bruscamente en forma espontánea.

La séptima etapa: Organización de un partido

A medida que el trabajo avanza en el área, los líderes probados finalmente aparecerán en
cada aldea y pueblo.

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132 COUNTERINSURGENCY WARFARE

Eventualmente deberán ser agrupados y organizados en un partido político de


contrainsurgencia nacional. Existen varias razones para ello:

1. Un partido es el instrumento de la política, en particular en la guerra revolucionaria en


la que la política cuenta tanto más. El mejor plan de acción puede ser inútil para el
contrainsurgente mientras no cuente con los instrumentos necesarios para implementarlo.

2. Los líderes recientemente encontrados que emergieron localmente operan dentro de


sus esferas locales propias, aislados de sus vecinos. En el mejor de los casos están en
condiciones de presentar resistencia local a la insurgencia, la que por su parte, está
organizada no solamente a nivel local, sino también a nivel nacional con todos los niveles
intermedios. De esta manera, el insurgente retiene una considerable ventaja política, la
que no puede ser tolerada.

3. Los poderes de los nuevos líderes sobre la población son en su mayoría de naturaleza
administrativa. Si su liderazgo debe ser extendido al campo político, solamente podrá
hacerlo a través de un partido.

4. Sus vínculos con la población se basan en un único voto oficial. Son muy frágiles
mientras los líderes no sean respaldados por una maquinaria política sólida, arraigada en
la población. Tal como el contrainsurgente mismo ha trabajado para descubrir a los
líderes, éstos deben a cambio, encontrar militantes entre la población. Para mantener
unidos a los militantes, los líderes necesitan el marco, el apoyo y la conducción de un
partido político.

¿Es mejor agrupar a los líderes locales y a los militantes dentro de un partido existente o
crear uno nuevo? Obviamente la respuesta depende de las circunstancias particulares,
del prestigio del partido existente, de la calidad de su liderazgo y del atractivo de su
plataforma.

La creación de un nuevo partido genera el problema de su programa político.

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Las operaciones 133

No puede ser abordada mientras el contrainsurgente no haya decidido qué reformas políticas
pretende llevar a cabo.

A pesar de que en tiempos de paz la mayoría de los partidos políticos, con la notable excepción
del Comunista, apuntan a expandir sus afiliaciones con poca o ninguna consideración de las
aptitudes de los candidatos, las condiciones del insurgente dictan mayor precaución. El partido
político de la contrainsurgencia debería seleccionar a sus miembros cuidadosamente y basarse
más en la calidad que en la cantidad.

La creación de un partido no es una empresa ni fácil, ni rápida. El hecho sigue siendo, sin
embargo, que los líderes locales deben ser agrupados en algún tipo de organización nacional
una vez que un número suficiente de ellos haya surgido. Al comienzo, las asociaciones
regionales pueden cumplir temporalmente el propósito.

La octava etapa: Vencer o suprimir las últimas guerrillas

El contrainsurgente, mientras se concentra en las tareas necesarias para obtener el apoyo de


la población, no ha descuidado la actividad de continuar rastreando a las guerrillas que
permanecen en el área seleccionada después de las intensivas operaciones descritas en la
primera etapa. Incluso puede haberlas liquidado completamente. Si no es así, aún debe
terminar con los últimos remanentes.

El problema táctico resulta de su dilución; de su débil actividad ofensiva y de su rechazo al


contacto con la población lo que agota las fuentes de inteligencia, en algunos casos debido a
las dificultades del terreno. En estas condiciones, la búsqueda de las guerrillas con las usuales
emboscadas, patrullas y operaciones a pequeña escala puede ser lenta y no muy productiva.
Es por este motivo que sería de mayor utilidad para el contrainsurgente regresar ahora al
mismo esfuerzo militar masivo que caracterizó la primera etapa,

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134 LA GUERRA DE CONTRAINSURGENCIA

pero esta vez con el importante valor agregado de la población participando


efectivamente en las operaciones.

La principal dificultad es psicológica y se origina en el propio campo contrainsurgente.


Las personas responsables cuestionarán por qué es necesario realizar tal esfuerzo en
esta etapa, cuando todo parece estar saliendo tan bien. No faltan argumentos contra
esta línea de razonamiento. El hecho es que las guerrillas que aún transitan el área
están seguras de ser un foco arraigado, una especie engendrada por selección natural
y que difícilmente puede ser dejada atrás para que la población y una reducida
guarnición le hagan frente. Las operaciones finales exhaustivas demostrarán la
determinación del contrainsurgente por eliminar a su oponente totalmente y aportará
valiosos beneficios políticos tanto dentro como fuera del área seleccionada para la
población, para los insurgentes y para las propias fuerzas contrainsurgentes.

El principio operativo básico para eliminar a las guerrillas que son pocas y están
aisladas de la población, es forzarlas a movilizarse para convertirse en “delincuentes
errantes”, y así capturarlas cuando intenten cruzar las sucesivas redes de las fuerzas
contrainsurgentes. Estas fueron, básicamente, las tácticas aplicadas con gran éxito
por los propios comunistas chinos en el sur de China entre 1950 y 52 cuando
liquidaron a los remanentes nacionalistas.

Los requerimientos de tropas son importantes, pero como las guerrillas operan en
grupos muy reducidos de unos pocos hombres cada uno, y además están débilmente
armadas, la red puede confiarse a la población, la que esta temporalmente movilizada
y armada, y es dirigida por grupos de líderes profesionales seleccionados de las
unidades estáticas. Se utilizará a las reservas móviles asignadas al área para la
ocasión para hacer salir a las guerrillas.

Durante cuánto tiempo este esfuerzo puede o debe ser mantenido es una cuestión de las
circunstancias locales, siendo el factor principal la interferencia en la vida de la población.
Obviamente, el mejor momento es cuando la agricultura está totalmente detenida.

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Las operaciones 135

Los esfuerzos militares deben complementarse con una intensa ofensiva psicológica
contra las guerrillas; la carta de triunfo en este caso es una oferta de amnistía. Esto
presenta cierto riesgo pero inferior que en cualquier otro momento porque el
contrainsurgente ha alcanzado ahora una verdadera posición de superioridad en el área
seleccionada, basado en el apoyo eficaz de la población.

Sin embargo, no puede esperarse incluso de un esfuerzo tan importante que acabe
totalmente con la insurgencia en el área, algunas guerrillas igualmente lograrán
sobrevivir. Puede ser interesante mencionar al respecto, que en septiembre de 1962, catorce
años después del comienzo de la insurgencia en Malaya, 20 a 30 guerrilleros comunistas aún
resistían en las profundidades de la jungla en el interior de Malaya, sin contar a 300 más que
operaban en la frontera malayo-tailandesa.

Estos sobrevivientes pueden rendirse algún día si la insurgencia colapsa, abandonar el


área para siempre o pueden resistir. En este último caso, ya no deberían representar un
problema.

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Comentarios finales
Desde la perspectiva del autor, este es el mecanismo básico de la guerra de
contrainsurgencia. Ya sea en la guerra revolucionaria fría o caliente, su esencia
puede resumirse en una sola frase: Construir (o reconstruir) una maquinaria política
a partir de la población. La idea es simple. Cuán difícil pueda ser implementarla
puede inferirse de las siguientes observaciones, escritas en un contexto que
desconoce totalmente la situación revolucionaria, en un país pacífico y bien
desarrollado, y precisamente por eso aún más relevante para nuestro problema:

La indiferencia pública frente a la política es decepcionante. En esa mañana nevada


de febrero, cuando comencé a golpear puertas, las primeras cuatro familias que
visité respondieron terminantemente: “Nosotros nunca votamos”. En mi distrito
congresional hay aproximadamente 334.000 adultos con derecho al voto, pero de
ellos, 92.000 ni siquiera se toman la molestia de inscribirse. De los 334.000
únicamente 217.000 votaron en las elecciones Kennedy-Nixon.

Un estudio reciente de la Universidad de Michigan muestra que de 100 adultos


registrados, solo siete asisten a reuniones políticas de cualquier tipo, solo cuatro han
aportado dinero en algún momento para una campaña, solo tres han siquiera
trabajado para un candidato y únicamente dos de hecho prestan servicio como
miembros activos de algún partido político.

La carga de gobernar nuestra nación recae sobre los hombros de una escasa
cantidad de personas. Cuando hago campaña, mes a mes, siempre veo una y otra
vez a la misma gente. A los demás nunca llego.*

Napoleón destacaba que “La guerra es un arte simple, todo es cuestión de


ejecución”.

* James A. Michener, “What Every New Candidate Should Know”, (Lo que todo nuevo
candidato debería saber), revista The New York Times. 23 de septiembre de 1962

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Comentarios finales 137

El lector podría preguntar: ¿Qué sucedería si el partido creado por el contrainsurgente


eventualmente adopta el programa original de la insurgencia? Una respuesta simple es:
esa sería una historia diferente. Los Aliados ganaron la guerra en 1918, “la guerra para
terminar con todas las guerras”. Lo que ellos hicieron con su victoria es otra historia. En
asuntos humanos no existen las soluciones finales. El riesgo de que un partido
contrainsurgente especialmente creado pueda adoptar más adelante la misma causa que
el insurgente ciertamente existe, en particular cuando la insurgencia se basaba
esencialmente en diferencias étnicas o nacionales como por ejemplo, en el caso del
conflicto entre curdos e iraquíes. Si esto sucede, todo lo que el contrainsurgente
realmente ha ganado es un respiro, lo que es en sí misma una mercadería preciada.
Puede esperar que los líderes del nuevo partido en vez de embarcarse en una nueva
insurgencia opten por seguir un camino más pacífico. Puede concederles reformas que
se vio obligado a rechazar ante un partido insurgente intransigente nacido del terror y la
violencia. ¿No es esto lo que de hecho sucedió en Malaya, dónde los británicos
concedieron a otros lo que le habían negado a la insurgencia comunista? Mientras exista
la situación revolucionaria, incluso en forma latente, mientras el problema que dio origen a
la insurgencia no haya sido eliminado, persiste el peligro y requerirá un grado variable de
vigilancia por parte del contrainsurgente.

¿Es siempre posible derrotar una insurgencia? Este trabajo, a pesar de tratarse de un
accidente intelectual común, puede haber dado la impresión de que la respuesta es una
afirmativa rotunda. Cuando uno en las escuelas militares aprende sobre la ofensiva, uno
tiene la impresión de que nada puede resistir un ataque bien montado, el que se presenta
como la “fuerza irresistible”. Luego uno aprende sobre la defensiva y tiene la impresión de
que nada puede atravesar una defensa bien concebida, “la masa inmóvil”. (No tomemos
en cuenta el misil nuclear contra el cual aún no se ha divisado ninguna defensa).

Obviamente, no siempre es posible derrotar una insurgencia.

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138 COMENTARIOS FINALES

La insurgencia griega estaba condenada al fracaso desde el principio. Lo mismo ocurrió


con la contrainsurgencia francesa en Indochina. Salvo estos casos claros, la victoria en la
mayoría de las demás guerras revolucionarias recientes podría haber ido a cualquiera de
los bandos. El resultado no estaba decidido de antemano para Mao Tse-tung o para
Chiang Kai-shek, para Batista o para Castro, para el FLN o para los franceses en Argelia.

Las insurgencias en el pasado reciente han surgido a raíz de dos causas principales: (1)
el surgimiento del nacionalismo en territorios coloniales y (2) la presión comunista, esta
última a veces inspirando y dirigiendo la insurgencia sola, a veces en combinación con el
anterior, pero siempre presente y activa.

El colonialismo está muerto, salvo por algunos casos aislados contra los cuales los
“vientos de cambio” concentran su furia. Sería de esperar que el asunto muriera con él.
Lamentablemente esto no ha sucedido, pues después del colonialismo viene el
“neocolonialismo”, lo que no es meramente una consigna comunista. En América Latina
no existen colonias salvo las Guyanas, Honduras Británica y otros lugares insignificantes.
Sin embargo, todo el continente parece bullir en disturbios. La guerra revolucionaria en
Cuba, que no era una colonia, no es sino una señal. “Según suceden los hechos ahora, el
estallido más grande de la historia se está preparando en América Latina”, advirtió
Eduardo Samos, el ex-presidente de Colombia.* El asunto de los neocolonialistas no está
confinado a América Latina. Las protestas fundadas y no tan fundadas contra la
explotación económica por occidente también se escuchan en África y en Asia. Unas
pocas entre las naciones recientemente emancipadas han podido recuperarse de
disturbios inevitables que, incluso en las mejores circunstancias, han marcado la partida
de los gobernantes anteriores. Menos aún han sido los que han podido demostrar que la
independencia implica progreso inmediato para las masas, tal como se les hizo creer.

* Según lo citado en “The Voice of Latin America,” (La voz de América Latina) de
William Renton, en Britannica Book of the Year, 1961

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Comentarios finales 139

Sería un milagro si los riesgos y dificultades de la transición de gobierno colonial a nacional,


que los comunistas embanderan activamente, no resultaran en disturbios dispersos,
levantamientos e insurgencias.

No hay evidencia de que la presión comunista haya menguado, de que el aparato


comunista para propagar la revolución haya sido desmantelado. La línea de la Rusia
Soviética puede cambiar ahora, pero puede volver a cambiar nuevamente, como lo hizo
en el pasado, antes de Stalin, bajo Stalin y después de Stalin. Cualquiera sea la última
posición soviética, la China roja claramente pretende beneficiarse de su activo principal
para continuar exportando su principal producto – una doctrina coherente para la
revolución en “países coloniales y semi-coloniales donde prevalecen condiciones
similares”, según dijo Liu Shao-chi. Reclamó el liderazgo sobre estos países ya desde
1951. El 1º de julio de ese año, cuando el Partido Comunista Chino celebraba su
trigésimo aniversario, todos los principales discursos realizados en esa ocasión insistían
en la importancia global de la Revolución China. Uno de los oradores en Pekín, Lu Ting-
yi, en aquel entonces jefe del departamento de propaganda del Comité Central, dijo
explícitamente:

El prototipo de la revolución en los países capitalistas es la Revolución de Octubre.

El prototipo de la revolución en países coloniales y semi-coloniales es la Revolución


China, cuya experiencia es invaluable para las personas de estos países.

Un mapa ideológico del mundo (ver la Figura 4) también realizado en 1951 en China,
traduce vívidamente las implicancias de esta nueva, aunque quizás unilateral, versión
del Tratado de Tordesillas, mediante el cual el Papa Alejandro VI en 1494 concedió a
España todas las tierras descubiertas a más de 370 leguas al oeste de las Islas de Cabo
Verde y a Portugal el derecho a explorar y anexar todas las tierras en África y al este
del dominio español. En este mapa de 1951, Canadá y Australia eran estrictamente
considerados países coloniales por los chinos; América Latina y Japón como territorios
capitalistas.

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Países comunistas
Países capitalistas
Países coloniales y
semicoloniales

Figura 4 – Mapa ideológico del mundo según la óptica de los comunistas chinos en 1951

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Comentarios finales 141

Las subsiguientes declaraciones de los comunistas chinos indican que toda América
Latina y Japón, este último una “semicolonia estadounidense”, se encontraban dentro
del campo de influencia chino, mientras que Australia y Canadá se encontraban dentro
del campo soviético. (Ver la Figura 5).

De esta manera el mundo queda dividido nítidamente en tres bloques principales,


apenas iguales en tamaño y población, si no en la fase de desarrollo económico:

Los amigos, los “países hermanos”, es decir, los estados comunistas.

Los potenciales aliados, es decir, los países “coloniales y semicoloniales”.

El enemigo, es decir, los países “capitalistas”.

Por lo tanto, la estrategia de la China comunista, cuyo principio -si no el rol de


liderazgo de China- parece haber sido aceptado por la Rusia Soviética. Como primera
etapa, negar el bloque colonial a los capitalistas, como una segunda etapa, asumir el
control del mismo. Entonces, los comunistas contarán con una superioridad de dos a
uno ante los capitalistas en cuanto a área y a población. Simplemente cerrando sus
mercados e interfiriendo en los canales comerciales, pueden tener la esperanza de
poner a los capitalistas de rodillas a un mínimo riesgo, en forma progresiva. El poder
militar comunista servirá para proteger las ganancias revolucionarias y para disuadir o
vencer cualquier reacción de último minuto contra esta estrategia por parte de los
capitalistas.

En qué medida el advenimiento de armas nucleares y el peligro de colisión accidental


o como la actual disputa sino-soviética han afectado las posibilidades de éxito de esta
estrategia, puede discutirse eternamente. A pesar de todo, la realidad es que incluso
si el oso ruso repentinamente se transformara en caballo – fuerte pero pacífico - los
chinos, cuya determinación no deja lugar a dudas en la visión de aquellos que han
observado como operan en su propio territorio, seguramente seguirán tirando de su
línea para así atraer extremistas: las mismas personas que generalmente inician las
insurgencias.

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Países comunistas
Países capitalistas
Países coloniales y
semicoloniales

Figura 5 – Mapa ideológico del mundo según revisión de acuerdo con las
subsecuentes declaraciones de los comunistas chinos.

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Comentarios finales 143

Por último, existe otra razón para asumir que la lista de guerras revolucionarias no está
cerrada. Ciertamente es más fácil iniciar una insurgencia que reprimirla. Hemos visto
cuánto desorden han sido capaces de ocasionar los comunistas griegos, incluso a pesar
de que no se cumplieron los requisitos previos para su éxito. Con tantas insurgencias
exitosas en los últimos años, siempre existirá la gran tentación de iniciar operaciones
para un grupo descontento, en cualquier lugar. Pueden apostar a la debilidad inherente
del contrainsurgente (inherente debido a la asimetría entre un bando y el otro) o pueden
apostar al apoyo de una parte u otra del mundo. Sobre todo, pueden apostar a la
eficacia de una doctrina de guerra de insurgencia, tan fácil de captar, tan ampliamente
propagadas hoy que casi cualquiera puede ingresar al negocio.

Es seguro asumir que occidente será involucrado directamente o indirectamente en las


próximas guerras revolucionarias en forma casi automática. Con los comunistas tirando
en una dirección única, las probabilidades son que occidente se vea involucrado del
lado del orden, es decir, del lado del contrainsurgente.

Este es el motivo por el que se ha escrito este libro.

Cambridge, Mass. Octubre, 1963

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LIBROS PREPARADOS BAJO EL AUSPICIO DEL
CENTRO DE ASUNTOS INTERNACIONALES, UNIVERSIDAD DE HARVARD

The Soviet Bloc, por Zbigniew K. Brzezinski (patrocinado conjuntamente con el Centro
Ruso de Investigación). Harvard University Press, 1960.

The Necessity for Choice, por Henry A. Kissinger. Harper & Brothers, 1961.

Strategy and Arms Control, por Thomas C. Schelling y Morton H. Halperin. Twentieth
Century Fund, 1961.

Rift and Revolt in Hungary, por Ferenc A. Váli. Harvard University Press, 1961.

United States Manufacturing Investment in Brazil, por Lincoln Gordon y Engelbert L.


Grommers. Harvard Business School, 1962.

The Economy of Cyprus, por A. J. Meyer, con Simos Vassiliou (patrocinado


conjuntamente con el Centro para Estudios de Oriente Medio). Harvard University Press,
1962.

Entrepreneurs of Lebanon, por Yusif A. Sayigh (patrocinado conjuntamente con el Centro


para Estudios de Oriente Medio). Harvard University Press, 1962.

Communist China 1955-1959: Policy Documents with Analysis, con Prólogo de Robert R.
Bowie y John K. Fairbank (patrocinado conjuntamente con East Asian Research Center).
Harvard University Press, 1962.

In Search of France, por Stanley Hoffmann, Charles P. Kindleberger, Laurence Wylie,


Jesse R. Pitts, Jean-Baptiste Duroselle y François Goguel. Harvard University Press,
1963.

Somali Nationalism, por Saadia Touval. Harvard University Press, 1963.

The Dilemma of Mexico's Development, por Raymond Vernon. Harvard University Press,
1963.

AOWC 76-06 144


AOWC 3-07 (Comprehensive Language Center) 8/12/2013
BORRADOR
Limited War in the Nuclear Age, por Morton H. Halperin. John Wiley & Sons, 1963.

The Arms Debate, por Robert A. Levine. Harvard University Press, 1963.

Africans on the Land, por Montague Yudelman. Harvard University Press, 1964.

Counterinsurgency Warfare: Theory and Practice, por David Galula. Frederick A.


Praeger, 1964.

ENSAYOS OCASIONALES EN ASUNTOS INTERNACIONALES


PUBLICADOS POR EL CENTRO DE ASUNTOS INTERNACIONALES

1. A Plan for Planning: The Need for a Better Method of Assisting Underdeveloped
Countries on Their Economic Policies, por Gustav F. Papanek, 1961.

2. The Flow of Resources from Rich to Poor, por Alan D. Neale, 1961.

3. Limited War: An Essay on the Development of the Theory and an Annotated


Bibliography, por Morton H. Halperin, 1962.

4. Reflections on the Failure of the First West Indian Federation, por Hugh W.
Springer, 1962.

5. On the Interaction of Opposing Forces Under Possible Arms Agreements, por


Glenn A. Kent, 1963.

6. Europe's Northern Cap and the Soviet Union, por Nils Örvik, 1963.

7. Civil Administration in the Punjab: An Analysis of a State Government in India,


por E. N. Mangat Rai, 1963.

145 AOWC 76-06


AOWC 3-07 (Comprehensive Language Center) 8/12/2013
BORRADOR

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