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El tejido religioso, entramado por todas las costumbres, actos de piedad, servicios prestados
dentro de la vida parroquial y diocesana, han sido diseñados por la Iglesia para procurar un
encuentro con Jesús, sin embargo, para los que hemos crecido en estos ambientes,
podemos vivir una experiencia continua de todos estos ejercicios vaciándonos totalmente
de la presencia de Jesús, matando de nuevo a ese Jesús que humanamente aparece como
un fracaso para los hombres.
Cuando todos los servicios que hemos prestado dentro de la Iglesia se aparecen ante
nuestro recuerdo como una pérdida de tiempo o un desgaste infructuoso, de la misma
manera que Jesús les explica las escrituras a los discípulos de Emaús, comienza a
explicarnos nuestro lugar en la historia de salvación para que contemplemos en ella y
descubramos a Jesús que camina con nosotros, que camina para llevarnos a compartir el
pan eucarístico, sacramento en el cual se nos abre los ojos para comprender que todo lo
vivido tiene su sentido único y profundo en Cristo.
Jesús comprende a plenitud las carencias del hombre y las conoce porque las ha
experimentado. Dentro de todo este cúmulo de necesidades, Jesús siempre se aprovecha
de una, el comer, para formar comunidad, para explicar el Reino y para convertirse Él
mismo, en ese alimento que nos sustenta. El viene a saciar nuestras necesidades
aliméntanos con su propio ser y nos invita a permanecer unidos.
Cuando los discípulos de Emaús lo reconocieron, se llenaron de un gozo tan absoluto que
no les importó la oscuridad de la noche, las penumbras del camino, sino que se vieron
impulsados a llevar a Jesús a anunciar esa alegría a los demás discípulos, es la invitación
que nos hace hoy Jesús a todos.
Las lágrimas de un enlutado nunca ahogan el recuerdo del que se ha ido, de la misma
manera el dolor, el fracaso y la torpeza no pueden matar realmente al que resucita para no
morir más, al que resucita para seguirnos en nuestro camino, el que resucita para partir el
pan.
Aunque parezca que se multiplican las pruebas de su muerte, surgen de todos los rincones
Pedros, Magdalenas y Cleofases que se convierten en testigos de corazón ardiente de que
Cristo sigue vivo, vive para caminar con nosotros, vive para partir el pan.