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Toda consideración sobre la naturaleza del actor latino clásico debe comenzar
admitiendo el estatuto ambiguo de su propio objeto de estudio. En efecto, incluso las
mismas tres palabras que parecen resumir el centro y la dirección de la investigación,
pueden someterse a una crítica inicial. ¿Puede hablarse unívocamente de “actor” en una
sociedad y una época que contaba, en realidad, con tres o cuatro términos diferentes
(hipócrita, actor, histriones (revisar) etc para aquello que nuestra realidad designa con
un solo vocablo? La misma oscuridad rodea a la idea de lo “latino” o lo “romano”,
desde el momento en que el primer dramaturgo y actor de sus propias obras, reconocido
por la tradición, Livio Andrónico, era griego, de la ciudad de Tarento, en el sur de la
península itálica colonizada por griegos y conocida como Magna Grecia.
Idéntico problema con respecto a la noción de lo clásico. Porque, en verdad,
¿debemos entender por clásico al actor de los dramas de tiempos de la República, tal
vez al actor de Plauto, hombre contemporáneo de la derrota de Aníbal (buscar qué
guerra púnica es), es decir, del comienzo de la expansión romana? ¿O debemos más
bien buscar al actor romano en los primeros tiempos del Imperio, el que convive con las
grandes obras literarias romanas: Eneida, Metamorfosis, etc?
¿Debemos concluir, entonces, que quien estudie las características del actor
romano clásico se encontrará con un objeto del que no puede decirse ni que sea actor, ni
que sea romano, ni que sea clásico? Multiplicación terminológica, multiplicación en el
espacio, multplicación en el tiempo.
Sin embargo, todas estas dificultades no deben entorpecer la voluntad del
estudio. Aún más: el investigador de teatro puede hacer de ellas, supuestas debilidades,
puntos fuertes que lo guíen hacia un nuevo método de estudio y que permitan
desarrollar un nuevo concepto, más dinámico y complejo, de la naturaleza del hecho
teatral. Porque aquello que, en principio, parecía frustrar toda tarea de investigación, se
vuelve el mayor de los atractivos: las dificultades para encuadrar al actor latino, para
describir sus prácticas, su naturaleza, lo transforman en símbolo de todo teatro, de todo
hecho teatral. En el actor latino se agudizan las dificultades (me atrevo a decir: las
imposibilidades) que rodean la entidad del hecho teatral. Porque, en lo esencial, todo
teatro (incluso el que hemos visto ayer mismo, o el que discurre frente a nuestros ojos)
es, como el teatro romano, teatro perdido.
Frente a esto, el investigador puede adoptar diferentes actitudes: asumir la
investigación como quien realiza una autopsia o cataloga objetos de un museo, o bien
entender que rastrea y persigue fragmentos y ecos de un ser, sin principio ni fin
precisos, sin rostro ni formas definidas.
III. Como hemos visto, el relato de Livio sobre los orígenes del drama romano se
estructura en parte como una dialéctica entre la profesionalización del actor y su
permanencia en ciertas formas teatrales como actividad de aficionados. El inicio del
drama literario en la figura de Livio Andrónico implica el comienzo de la actividad
profesional de los actores, contra la cual Tito Livio apunta su crítica. ¿Cuál era el
estatuto social del actor profesional? ¿Cómo se organizaba? Se trata de una pregunta de
difícil respuesta por cuanto la valoración social de la actuación en tanto profesión
constituida parece haber cambiado en el curso de los siglos que van de la República al
Imperio. En lo que respecta al actor de los tiempos de Plauto y Terencio, los únicos dos
autores de teatro de la época republicana de los que nos han llegado obras completas,
disponemos de prólogos y epílogos extradramáticos que contienen referencias a las
condiciones de actuación del período. Los debates en torno a la naturaleza apócrifa o
genuina de estos pasajes (esto es, si realmente fueron producto de la mano de Plauto o
Terencio o si se trata de agregados hechos por quien poseía los manuscritos) no tienen
una importancia central en lo que concierne a nuestro objeto, es decir, el actor latino:
auténticos o no, estos pasajes hablan de la representación y sus modos. Sin embargo,
hasta qué punto dichos prólogos pueden ser tomados como reflejo de una realidad
existente, es asunto de debate e interpretación. En todos los aspectos, desde todos los
ángulos, la característica más marcada del actor romano es la ambigüedad.
La representación teatral era sólo uno de los espectáculos que se ponían a
disposición del pueblo durante las festividades. Los “ludi”, esto es, juegos, incluían
luchas de gladiadores, carreras, combate contra fieras, acrobacias; según la tradición, en
los Ludi romani de 240 a. C. a estos espectáculos públicos se sumaron los Ludi scaenici
esto es, las representaciones teatrales, cuyo iniciador es Livio Andrónico, de quien se
dice que adaptó una obra griega y actuó en ellaNOOOO. El actor romano debía, por
consiguiente, estar listo para competir con esos otros divertimentos para llamar la
atención del público, como se desprende del prólogo de Hecyra, escrito por Terencio
para ser pronuciado por el actor Ambivio Turbio: (“Cuando empecé a actuar, hubo
rumores de un combate púgilístico(…); llegaban esclavos, there was a din, las mujeres
estaban gritando – todas estas cosas me hicieron abandonar el escenario antes de
terminar”).
Según una tradición recogida por Festus (333 M: pero Erich Gruñe: PLautis and
the public stage dice que es Festus 446), en el 207 a. C.,durante la Segunda Guerra
Púnica, el templo de Minerva en el Aventino fue oficialmente asignado, mediante un
decreto del senado, a los actores y dramaturgos de Roma para que pudieran reunirse y
realizar ofrendas en honor a Livio AndrónicoVERR1. Se ha interpretado este pasaje
1
En tanto uates, se suponía que había aplacado la ira de Juno al escribir y representar con éxito un
carmen “ensalmo”, para un rito expiatorio.
como una evidencia de la existencia o conformación en Roma de un “gremio” de
actores y escritores de teatro, una asociación o collegium modelado a la manera de los
Artistas al servicio de Dionisos griegos. Es posible que este modelo de asociación haya
hecho sentir su influencia en la escena romana. De todas formas, no podría jamás
considerarse como un modelo único y excluyente, dadas las diversas fuentes de las que
bebe el teatro romano, así como las diferentes condiciones de producción y recepción
teatrales. Tampoco logró alcanzar esta cofradía el grado de influencia y poder que sí
habían obtenido las asociaciones griegas. En Roma, la toma de decisiones quedó en
manos de los impresari teatrales y sus clientes.
La decisión oficial de designar un sitio religioso específico para este grupo
podría dejar entrever que la posición de los actores no era en absoluta deshonrosa, en
tiempos de la República2. El hecho de que les fuera asignado el templo de Minerva los
asocia con la diosa de las artes o texnai, es decir, de las habilidades. Sin embargo, este
vínculo religioso era más bien superficial, y la secularización de la profesión casi
completa. (mencionar las ganancias y amistad con cicerón de lgunos actores). Livio
Andrónico había dado respetabilidad al teatro, y el apoyo oficial generó las condiciones
para su expansión. A los Ludi Romani en los que había iniciado su actividad Livio se
sumaron en el último cuarto del siglo III a. C. y comienzos del siglo II a . C. nuevos
festivales que incluían representaciones teatrales: Ludi Plebeii, Ludi Apollinares, Ludi
Megalenses, Ludi Cereales. El reconocimiento oficial de los escritores y actores en tanto
miembros de un gremio particular completa el momento de profesionalización. ¿Se
trataba este reconocimiento de una aceptación de la honorabilidad de la profesión del
actor? Como veremos en seguida, la cuestión del status social de los actores no es de
fácil dilucidación.
Todos aquellos que estaban vinculados de alguna manera al teatro en Roma eran
conocidos bajo el nombre genérico de artífices scaenici, es decir, artistas escénicos. Sin
embargo, como ya hemos dicho, el latín adoptó una amplia gama de vocablos que
distinguía los roles en el seno de la empresa teatral, variedad lingüística que puede
estudiarse en los prólogos de las obras de Plauto y Terencio: histrio era el término
común para designar a los actores; también artifex, en el sentido de experto o artesano
(craftsman); actor, término que luego intercambió su uso casi sin distinción con histrio,
parece hacer referencia, en este momento de la producción plautina y terenciana al actor
2
It has been taken to indicate that actors at this period enjoyed some respectability, and that it was only
later that there came to be prejudices against them (Brown, p 227)
líder de la compañía, no sólo como el actor más importante sino también como el
hombre a cargo de ella; la compañía a su vez recibía la denominación de grex o caterua.
No existía la noción de director en el sentido moderno de la palabra, en tanto sujeto
individual separado que determina la producción sin participar físicamente en ella.
Las compañías teatrales competían entre ellas al poner sus producciones en
escena, como se desprende, por ejemplo, del prólogo a Anfitrión, de Plauto3: No se
trataba, sin embargo, de una competencia oficial entre obras, como ocurría en Atenas,
sino que posiblemente involucraba a las compañías en sí o a sus directores, los actores.
Los empresarios teatrales, que eran casi sin excepción (REVISAR) los encargados de la
compañía, debían negociar con los ediles encargados de realizar los Ludi, y con los
dramaturgos que componían las obras.
El grado de influencia y control que el actor romano ejercía sobre su grupo es
difícil de establecer. Se ha sugerido incluso que la compañía misma podía estar
compuesta por esclavos, siendo el actor su señor. Como dice Beare: “El hecho mismo
de que los actores estuvieran organizados en una compañía bajo un dominus sugiere
algo no muy alejado del estado de esclavitud.” (P. 144). Suele aducirse para refrendar
esta opinión un pasaje del epílogo de Cistellaria de Plauto, en el que se afirma que
aquellos actores que cumplieron mal su papel serán apaleados. Sin embargo, como
sucede siempre con los prólogos y epílogos de las comedias, el pasaje puede
interpretarse no como un reflejo exacto de la realidad que se desarrollaba por fuera de la
escena, sino como una broma más. Algunos pasajes, como el prólogo de la Asinaria
plautina, sugieren que los actores que componían la grex eran en efecto esclavos,
aunque no en posesión del actor, sino de otros individuos que los ponían a disposición
de los encargados de la representación. Más allá de las interpretaciones, resulta evidente
que el nivel social de los actores de comedia y tragedia no era alto.
En Grecia, la comedia y la tragedia eran profesiones teatrales específicas. La
posibilidad de que un mismo actor se desempeñara en ambos géneros es sin embargo
muy plausible en Roma, que sólo conoció una especialización progresiva.
(averiguar)Asimismo,
3
El prólogo, puesto en la boca de un Mercurio que transita ambiguamente por su condición de personaje-
divinidad y actor-humano, dice: “ Me encargó después Júpiter que os ruegue que vayan por toda la
gradería unos inspectores, de asiento en asiento, Si encontraren partidarios incondicionales de alguno de
nosotros, séanles quitadas en el acto las togas como prenda. Si alguien mirare de conseguir la palma (…)
por medio de cartas de recomendación, por intermediarios (…) ha dispuesto Júpiter que se aplique al caso
la misma ley que condena a los que intrigan por una magistratura…”
Más allá de la organización profesional de los actores y su status dentro de la
sociedad romana, cabe preguntarse si es posible, dada la escasez de testimonios,
reconstruir algo de lo que pudo haber sido la performance en sí, la actuación en la
escena. La principal de las fuentes para realizar un estudio de este tipo son las obras
mismas que han sobrevivido.
La dramaturgia antigua no realizó separaciones entre texto dramático y texto
escénico, por lo que es posible analizar, en el texto mismo, aquellos elementos que
permitan deducir las características de la actuación, tanto en el plano de la declamación
como en el del movimiento corporal. Al desconocerse la didascalia o acotación
propiamente dicha, algunos diálogos o monólogos de las obras parecen cargarse con esa
función. Así, la sintaxis, el metro del verso, el léxico o un recurso estilístico
determinado indicaban el modo en que se esperaba que un actor declamase el texto que
le correspondía. El empleo de la geminatio o duplicación, por ejemplo, podía indicar
que esa parte del texto debía pronunciarse con exaltación o patetismo; las interjecciones
podían indicar risa, golpes o incluso pánico.4 También en los textos mismos
encontramos indicaciones que refieren a los movimientos que los personajes debían
realizar en escena: entradas, salidas, golpes y gestos5.
Un análisis detallado de este tipo de indicaciones textuales podría apoyar la idea
de que el drama romano hacía uso de movimientos exagerados y ampulosos como
medio de captar la atención de los espectadores o bien suscitar su risa. La cantidad de
actores en escena (cuyo número varía según las épocas de desarrollo, pero que era en
todo caso superior a los tres artistas que constituían el máximo estipulado por la
convención de la Comedia Nueva griega), los golpes y empujones, la simulación de
borracheras o demencia constituían un buen medio de garantizar una movilidad profusa
y exagerada sobre el escenario. Ejemplo de este tipo de comedia motoria lo constituye
la obra de Plauto, mientras que Terencio se presenta como el practicante de la comedia
stataria, más orientada a la pura oratio.
Sin embargo, más allá de estas indicaciones intratextuales, era esperable que, al
menos en el campo de la comedia, el actor aportara mucho de su propia creatividad al
momento de actuar. En efecto, la improvisación no había desaparecido de la escena
romana con la introducción del drama literario: la fabula atellana y el mimo continuaron
4
Sobre este tema en particular, véase el excelente análisis que Aurora López y Andrés Pociña realizaron
en su artículo “Los signos dramáticos en el texto literario de la Aulularia de Plauto”, incluido en su libro
Estudios sobre comedia romana, Frankfurt, Peter Lang, 2000.
5
Un personaje puede hacer observaciones sobre los gestos de otro, o incluso puede aludir a su propia
gesticulación y apariencia.
siendo cultivados con mucho éxito, y ecos de este tipo de representaciones influenciaron
la obra de comediógrafos de la República como Plauto.6 Debemos tener en cuenta que la
actividad de los dramaturgos se ubicaba en una zona de contacto entre la Comedia
Nueva, heredera de una larga tradición literaria, y formas dramáticas antiguas,
propiamente romanas, donde la improvisación era la norma general. Contra esas formas
propias, conocidas y aceptadas por la audiencia, se recortaban las nuevas obras literarias
romanas, lo que supone que ciertos aspectos, especialmente algunas posibilidades que
ofrecía la improvisación, fueran conservados como modo de obtener la risa y el
beneplácito del público. Como sostiene Gregor Vogt-Spira en relación con la obra de
Plauto, sus dramas pueden considerarse como “una exitosa combinación de dos
tradiciones teatrales fundamentalmente diferentes, una altamente literaria y la otra
originalmente oral.” Así, por ejemplo, una situación cómica determinada podía
extenderse por medio de un veloz y continuo intercambio de réplicas, y prolongarse el
tiempo que la inventiva y la comicidad de los actores lo permitiesen.
Sin embargo, más allá de la pervivencia de ciertos aspectos de la improvisación,
los autores y los actores de las comedias literarias eran conscientes de la diferencia que
su arte marcaba con respecto a las antiguas y populares formas de representación
improvisada, y hacían hincapié en el nuevo modo de producción de las piezas y en la
nueva función que en ella cumplía la introducción de la figura de autor. El mismo Vogt-
Spira sostiene que en este sentido deben interpretarse ciertos pasajes de naturaleza
metateatral en la obra plautina, en los que se manifiesta la conciencia que autor y
actores de fabula palliata poseían respecto de la distancia que los separaba de las
representaciones más tradicionales. Así, por ejemplo, debe entenderse un pasaje del
Poenulus de Plauto en el que tres testigos dialogan con Agorástocles sobre el desarrollo
de la intriga:
“Testigo:Todo eso nosotros ya lo sabemos (…) Es para ellos [los espectadores] que se
actúa ahora la obra; es a ellos más bien a quienes deberías instruir para que, cuando
actúes, sepan qué haces. En cuanto a nosotros, no te preocupes. Conocemos todo el
asunto, puesto que lo hemos aprendido contigo para poder darte la réplica” (Poen. Vv
550-4)
6
W. Beare deja entrever esta influencia al decir que “Las adaptaciones plautinas de la Comedia Nueva
griega contienen muchos chistes, bufonería y rudeza de una índole tal que difícilmente los haya
encontrado el autor en sus originales literarios; en cambio, resultarían muy apropiados en el mimo.” (p.
130).
El actor latino debía ser capaz no sólo de hablar y moverse en el escenario: debía
también cantar hábilmente. El drama literario romano (tanto en la tragedia como en la
comedia), daba mucho más espacio a lo musical que su modelo griego del cual
derivaba. Desde los propios inicios del teatro romano, la música era un elemento
siempre presente, como puede desprenderse de las características de la satura, la farsa
atelana y el mimo. Muchos de los versos que componían las obras estaban destinados a
ser cantados, o al menos declamados con el acompañamiento de la música. En el caso
de las adaptaciones latinas de las tragedias griegas, muchos pasajes que eran hablados
en su forma original pasaron al latín con un metro que indicaba que debían ser cantados,
y otro tanto ocurría con las adaptaciones de la Comedia Nueva.
IV. La palliata romana declinó luego de la muerte de Terencio. Tanto éste como
Plauto y Terencio siguieron representándose ocasionalmente en la escena, o bien en
banquetes privados. Sin embargo, la verdadera fuerza de este tipo de comedia literaria
se había desvanecido. Esto no significó, de ningún modo, la desaparición del teatro. El
mimo tradicional y la farsa continuaron siendo extremadamente populares antes,
durante y después de la muerte de estos artistas. Como una corriente subterránea, la
comedia baja subsiste y atraviesa los grandes períodos de creación literaria y elevada.
(The death of comedy, Erich Segal, p. 255.).
“Con la llegada del imperio (…) se nos ofrece ahora un divorcio casi completo
entreel drama literario, escrito para la lectura o la recitación, y el teatro, casi
monopolizado por el mimo y la pantomima. El contraste que se plantea entre la
República y el Imperio constituye en verdad uno de los hechos más notables en la
historia del teatro romano…” (Beare, p. 1)
Seguramente contra este teatro es que Tito Livio esgrime los orígenes honorables
y no contaminados del arte dramático romano. Como dice Beare, en tiempos de Livio
“… la escena había sido ocupada casi enteramente por la farsa más grosera y la
pantomima espectacular, realizadas por actores que no tenían derechos legales ni
reputación moral; los únicos actores, dice, que en su época gozaban del status ciudadano
eran los de la farsa atelana tradicional.”
At a later date, action was a despised profession at Rome (…) even though
individual actors were sometimes lionized. In particular, there is evidence from later
periods that Roman citizens who acted incurred infamia, forfeiting many of the
privileges of citizenship (Brown, p. 225 MUY IMPORTANTE)
El status social de aquellos que participaban de la performance teatral es
definitivamente problemático. Suelen mencionarse los nombres de algunos (muy pocos)
actores famosos, de fortuna, que se volvieron amigos de los grandes escritores y
políticos romanos. Es el caso, por ejemplo, del actor Roscio, quien era amigo de
Cicerón. Más allá de estos casos, era poco probable que un actor común alcanzara una
posición social predominante (Beare, p. 144), incluso en los tiempos de Plauto y
Terencio.
Suele esgrimirse la cercanía entre las artes de la oratoria y la actuación como
argumento para sostener una valoración positiva de esta última por parte de los
romanos: dado que los romanos consideraban la oratoria como la más elevada de las
artes, se desprende que la actuación debía ser tenida sin duda en alta estima. Sin
embargo, el teatro estaba por naturaleza asociado a la mentira y el engaño. El actor y sus
palabras están atravesados por la ruptura de la fides, concepto central de la ética
romana: se trata de una persona esencialmente poco confiable. De allí se explica que, al
menos en tiempos de Livio, los actores estuvieran sujetos a muchas restricciones
sociojurídicas: no podían servir en el ejército, ni ejercer un cargo público, ni siquiera
votar.
Para escritores como Nepote (prefacio a las Vidas, escrito hacia mediados del siglo I a.
C.) o Cicerón (Rep. 4.13), esta consideración negativa de la actuación era una actitud
típicamente romana, opuesta a aquella mucho más favorable que poseían los griegos. El
teatro mismo era considerado una suerte de importación extraña a las tradiciones
romanas más profundas. Así, Nepote pudo escribir:
“Casi en todas partes en Grecia, se consideraba un gran honor ser proclamado vencedor en Olimpia.
Incluso aparecer en escena y exhibirse ante el público nunca fue visto por esas naciones como algo de lo
que avergonzarse. Sin embargo, entre nosotros todos esos actos son vistos bien como una desgracia, bien
como inconsistentes con la respectabilidad. (Nepos pr. 5)
Atención: Beare, p. 208: “Esto fue así hasta en la época republicana, cuando el teatro
gozaba aún de notorio respeto.; bajo el Imperio, los romanos de la clase letrada lo
consideraron con un sentimiento parecido al horror
Una hipótesis fuerte establece que hubo una fuerte influencia del teatro griego incluso
en Etruria, donde la performance excedería ampliamente la danza (como parecen sugerir
las fuentes citadas). “elementos clave del lenguaje teatral romano llegaron al latín desde
el griego a través de los etruscos – no sólo histrio, que devino el término latino standard
para un actor, sino también personak (“máscara”, “personaje”) y scaena” (Brown, p.
227)
Plauto, Terencio, tragedias
La delimitación de los terrenos entre el orador, el gladiador y el actor. La noción de
spectaculum. Lo sagrado
La ambigüedad del actor: odiado, asimilado a la prostitución, etc. Lo público.
La presencia de las expresiones referidas al actor en el lenguaje político, etc.
La fábula togata fue un tipo de comedia creada por Titinio ya en tiempos de Plauto. Se
trataba de un tipo de comedia que ponía en escena personajes latinos o romanos. “La
finalidad de la creación de la togata por por parte de Titinio resulta bastante clara:
consistía en darle a la escena romana una comedia bufonesca y popular, siguiendo el
camino trazado por la palliata de su tiempo, pero añadiéndole un elemento nuevo, caro
a su público: lo romano, lo itálico, las cosas conocidas. A. Pociña “Nacimiento y
originalidad de la comedia togata , en Estudios sobre..P. 365)
Fabula praetexta es la tragedia de tema nacional histórico: “se tomará siempre como
argumento una leyenda gloriosa de Roma, un hecho de armas célebre, un personaje
importante y bien reputado en la vida política”
CONCLUSIÓN
Los escritores cristianos heredaron y dieron desarrollo a muchos de los prejuicios contra
el teatro que se habían gestado desde los tiempos de la República.
MIMO
El género se introdujo en Roma en el siglo I a.C. El espectáculo era puesto en escena por
actores sin máscaras y los papeles femeninos eran interpretados por las mujeres, que al final
se desnudaban (nudatio mimarum). El término mima fue así transformándose en sinónimo
de meretrix (Séneca, Epist. 97, 8). Valerio Máximo (Factorum et dictorum memorabilium
libri, II 10,8) cuenta la siguiente anécdota referente a Catón el Censor: «Presenciando él
mismo los juegos Florales, que daba el edil Mesio, el pueblo tuvo vergüenza de pedir que se
desnudaran las mimas. Habiendo conocido este hecho por Favonio, gran amigo suyo que
estaba sentado junto a él, salió del teatro, para que su presencia no impidiese la costumbre
del espectáculo; le acompañó el pueblo con un gran aplauso cuando se iba y volvió a llamar
a la escena el antiguo modo de burlas». Se trataba por lo tanto de una farsa, que se
realizaba a menudo como final después de un drama o de una comedia, sustituyendo poco a
poco a la atelana (Giancotti, pág. 19). Dos mimógrafos, Décimo Labelio y Publilio Siro, sin
embargo, confirieron al mimo un carácter moral, con textos que incluían máximas que
complacieron al severo Séneca (Musso, pp. 29-30). En un primer momento, los mimos
populares se representaban sobre pequeños escenarios; más tarde, cuando fueron
alcanzando la función de intermedios (embolia) o de finales (exodia), fueron
representándose en escenarios teatrales de piedra (Giancotti, pág. 239). Véase al respecto
una escena plasmada en un fresco de Pompeya, que comentamos a continuación [Figura 3].
La scaenae frons es la de la tragedia, con la puerta regia en el centro y las dos hospitalia
en los lados. En la regia aparece un joven héroe con la clámide, en las hospitalia dos
guerreros armados hasta los dientes; en el fondo, entre los personajes principales dos
esclavos, el primero con una jarra de vino, el otro con una antorcha, ocupado en preparar un
banquete (Bieber, pág. 232). Los argumentos del mimo eran de lo más diverso: escenas de
la vida popular, temas mitológicos, parodias de comedias y de tragedias: hubo también
espectáculos pornográficos y esto les valió el odio de los padres de la Iglesia, que
condenaron el mimo y la atelana tildándolos de ociosos, obscenos y deletéreos para el bello
sexo (Tertuliano, De Spectaculis XVII). Tras la difusión de la religión cristiana, los mimos
empezaron a parodiar los ritos de la nueva religión con el fin de congraciarse con los
intelectuales paganos: eran muy frecuentes sobre todo las parodias del bautizo y del
sacrificio de los mártires.
El éxito de público del mimo fue incesante y se transformó, junto con el pantomimo en el
espectáculo preferido por las masas. No obstante, ¿qué era en realidad un mimo? ¿Cuáles les
eran los rasgos que lo caracterizaban y lo diferenciaban de otros géneros teatrales? Para
contestar, hay que dirigir la mirada hacia un mimo griego del siglo II d.C., el denominado
«Charition», cuya trama podemos reconstruir con facilidad (Musso, pág. 80). En el papiro
donde se conserva el fragmento del mimo, pueden verse las siglas de los instrumentos que
se utilizaban: tímpanos, crótalos, scabellum; el músico que tocaba este instrumento, el
scabillarius, tocaba al mismo tiempo también el aulós (Musso, pág. 44). El texto se componía
de prosa y versos y se trataba, por tanto, de una mezcla de recitación y de canto. El empleo
de los instrumentos hace suponer que el coro (de las bárbaras) danzaba. Además del griego,
se empleaba una lengua dravídica, el canara. Se trata de una parodia de Ifigenia en Táuride
y del Cíclope de Eurípides. La acción se desarrolla rápida, sin interrupciones; el espectáculo
dura unos veinte minutos y resulta paradójico y divertido. Al final posiblemente se llevaba a
cabo la nudatio de las bárbaras borrachas. En definitiva, un espectáculo de corta duración,
de ritmo cerrado, de argumento cómico, amenizado con música, cantos y danzas. A
diferencia de otros espectáculos más nobles, como la tragedia y la comedia, no dejaba
espacio para el aburrimiento. El espectáculo, finalmente, acababa a lo grande.
Son muchas las singularidades del teatro romano por más que pueda afirmarse, con razón,
su profunda dependencia formal del teatro griego. La propia idiosincrasia del pueblo romano,
sus condicionamientos históricos y geográficos y también la posterioridad cronológica
producen una clara diferenciación incluso en los casos de préstamo no sólo de género y
subgénero sino incluso de tema y argumento. Aunque la práctica totalidad de las formas
teatrales griegas tuvieron su presencia en Roma, no por ello el teatro latino dejó de tener
sus propias preferencias e innovaciones, que en ocasiones marcan una gran distancia
respecto a los precedentes griegos.
Aunque frecuentemente se sitúa el elemento diferenciador en el carácter itálico, menos
refinado que el griego en lo que concierne al tono burlesco y satírico no exento de grosería y
de una punta de acidez (el «vinagre o causticidad itálico», el italum acetum), esta
consideración adolece de una excesiva generalidad ya que conviene no sólo considerar a los
romanos, sino también a los demás pueblos itálicos incluyendo a los etruscos y el helenizado
sur en el momento de plantear esta cuestión. Resulta evidente que no existió un origen
diferenciador común y que todo fue producto de un proceso que condujo a un estadio diverso
del griego que fue cobrando una cierta uniformidad a medida que se fueron codificando, o si
se quiere consolidando y generalizando, las distintas formas del teatro romano de las que
tenemos hoy noticia. Hay consenso, sin embargo, en que las primeras manifestaciones
autóctonas fueron lírico-cómicas y producto de una improvisación popular.
Las primeras representaciones de características más orgánicas parecen tener origen
entre los siciliotas y concretamente en la Siracusa del S. VI a.C. y reciben nombres muy
distintos en su desarrollo hasta el s. III a.C., como es el caso de los «dramas» de Epicarmo o
los «mimos» de Sofrón hasta llegar a los fliaci de Rintón de Tarento; evidentemente esto
representa la aportación primera de la Magna Grecia. La contribución osca viene marcada
por la «Atellana» que toma su nombre de la ciudad campana de Atella. Se trata, en el caso
de estas últimas, de argumentos sencillos con personajes estereotipados. La trama recibe el
nombre de «trica» (in trica, intriga) y los personajes llevan máscaras que les identifican
como Maccus, un tontorrón generalmente enamorado, Bucco, un bocazas, Pappus, un viejo
inconsciente que se pone continuamente en situaciones inconvenientes, y, por ultimo,
Dossennus, un jorobado sagaz y astuto. Otros nombres se darán a personajes equivalentes a
estos como el glotón Manducus o el estridente Cicirrus, que podrán substituir a Dosennus y
Maccus respectivamente. La aportación etrusca está marcada por los fescennini versus,
versos fesceninos.
Se ha relacionado, desde la Antigüedad, el origen del nombre de este género con
fascinus (falo o miembro masculino); en realidad quizás no tengan nada que ver con esta
pretendida etimología, que en todo caso tendría que ver con el valor apotropaico del
miembro viril en el mundo antiguo. Se trata de unos diálogos festivos, en versos alternos,
que se mantuvieron después en las ceremonias nupciales quizás por el valor de buen augurio
anteriormente mencionado.
Una forma más elaborada fue la satura (sátira) con la que parecen nacer, en el 364 a.C.
en Roma, al decir de Tito Livio, los ludi scaenici representados por ludiones, actores etruscos
que al son de la música bailaban y fueron imitados por los jóvenes romanos que
intercambiaban versos fesceninos y bromas ingeniosas al mismo tiempo; parece que los
actores etruscos, llamados también histriones, representaban, con máscaras (personae)
[Figura 1] obras más orgánicas que las características descritas que recibían el nombre de
saturae con música y danza. Muy probablemente la satura pudo convergir con la atellana en
ambiente romano, preparando el ambiente de la fabula, como se llamará la composición
teatral romana ya organizada sea trágica o cómica a partir de Livio Andrónico en el siglo III
a.C.
La representación teatral estará, desde sus orígenes, vinculada a celebraciones, por lo
general religiosas, conocidas con el nombre de ludi como es el caso de los Plebei, los
Florales, los Megalenses, los Apollinares, los Ceriales o los Romani y los Saeculares.
Los teatros por otra parte no existieron hasta el 55 a.C. cuando Pompeyo el Grande se
atrevió a construir uno permanente vinculándolo a un templo para disimular y hacerse
perdonar su audacia. Anteriormente los teatros habían sido siempre estructuras efímeras de
madera construidos para los ludi en los que la representación teatral competía no siempre
con éxito, con otro tipo de espectáculos fueran funámbulos o circenses. La forma de
representación estaba cargada de convencionalismos y condicionada por una gesticulación
muy codificada que marcaba los distintos estados de ánimo de los personajes, y las
máscaras y pelucas que cubrían rostro y cabeza de los actores, definiendo un personaje de
expresión fija. Los personajes femeninos eran también reconocibles por medio de su
caracterización pero eran representados por hombres, fruto en parte del origen sacral del
teatro. Los actores representaban, además, diversos personajes utilizando precisamente la
posibilidad que daban estos convencionalismos y las distintas máscaras y se organizaban en
compañías teatrales (greges o catervae) que llevaban también músicos y cantores [Figura
2]. Su funcionamiento fue muy semejante al de los grupos de comedia ambulantes que han
llegado a época moderna, y singularmente parecidas a las del teatro clásico; pueden hallarse
también semejanzas entre los grupos que representaban «Atellanas» y los que hacían la
denominada «Comedia dell' Arte» con personajes también estereotipados como Polichinela,
Colombina o Arlequín.
Un sólo género escapó, por sus propias características, a la tiranía de la codificación de
los personajes: el mimo. El mimo nace en el siglo II a.C. y se caracteriza por imitar
situaciones incluso de la vida diaria, sin máscara, y porque los papeles femeninos son
representados por mujeres. El mimo cobra consistencia literaria en el siglo I a.C. y
convergerán en él las formas más populares del teatro preceden te, como la «Atellana».
Sentados estos precedentes y premisas, entremos ahora en el teatro romano del que
disponemos, más que de noticias y descripciones, de obras completas o restos y datos muy
significativos de ellas.
La tragedia penetra en Roma por influencia griega y como un elemento de cultura
elevado, aunque en una cronología mucho más avanzada que la de los grandes clásicos
griegos y sin que tuviera para el pueblo romano el valor casi religioso y catártico que tuvo
para los griegos.
La tragedia latina tuvo una vertiente derivada directamente de la cultura helénica,
representada también con «coturnos», los zapatos altos típicos de la tragedia; recibía, esta
versión, el nombre de «fabula cothurnata», y compite con una variedad mucho más cercana
al sentimiento romano, que es una tragedia histórica que versa sobre acontecimientos reales
y que recibe, por el vestido de sus personajes o personaje principal, el nombre de fabula
praetexta o praetextata en función de la toga de magistrado que solía revestir. Livio
Andrónico compuso tragedias de tema vinculado al ciclo troyano, sentido como antecedente
de Roma. Así su Achilles (Aquiles), su Aegusthus (sobre el asesinato de Agamenón, por
Clit¡mnestra), o bien el Equos Troianus (el caballo de Troya), por nombrar sólo algunos
títulos; otras fueron de tema más mitológico, como su Danae o su Andromeda. Compuso
también por encargo palliatae de las que trataremos a continuación.
Nevio (nacido en torno al 270 a.C.) fue, como el anterior, un escritor múltiple, pero
ciñiéndonos a los géneros teatrales, compuso tragedias como el Hector proficiscens (Héctor
yendo a su último combate con Aquiles) o bien una Iphigenia (que retomaba un argumento
de Eurípides), por no dar más que algunos ejemplos.
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