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Ciudadanía una breve historia Derek Heater

Zoon politikon fue transformado en legalis homo


y cives o polites a burgués.
Para peter riesenberg se pasó de una ciudadanía
de ciudadanos virtuosos que vivían en una
comunidad (la época de Solón) a una ciudadanía
en el siglo XVIII más democrática y nacional.
La primera forma un estado ideal que se sostiene
en dos pilares: una ciudadanía formada por
hombres políticamente virtuosos y un gobierno
justo y no tiránico. (Aristóteles). La alternativa
liberal con unos derechos civiles y políticos (no
sociales) garantizados.
Esparta.
Reformas de Licurgo: ciudadanía: principio de
igualdad, posesión de una fracción de terreno
público, explotación de los hilotas, estricto
régimen de educación y entrenamiento,
celebración de banquetes comunes, realización
del servicio militar, el atributo de virtud cívica y
participación en el gobierno del estado.
Jenofonte explicaba alrededor del año 400 a.C.
que Licurgo «había concedido participaciones
idénticas en el estado a todos los ciudadanos de
ley, con independencia de sus carencias
económicas o físicas» (Plutarco).
A diferencia de Licurgo, En la república de Platón,
los ciudadanos no son iguales, están dividida en
tres clases: los gobernantes, que son los que
dirigen; los soldados, que defienden (y a los que
se refiere el extracto anteriormente citado), y los
productores. En las leyes propone “la educación
para la virtud que convierte al niño en un
perfecto ciudadano, con saber suficiente para
gobernar y ser gobernado en justicia.
El objetivo primordial de Platón era la
instauración de una sociedad estable y
armónica, en la que primara la amistad (banquetes Comunes).
Aristótles sostiene que el hombre es un animal político, en que no vive en comunidad o es una bestia o un
dios. Ciudadano es “Aquel a quien le está permitido compartir el poder deliberativo y judicial” de la ciudad.
La participación directa en los asuntos de la ciudad es el principio latente en sus definiciones de ciudadano.
Aristóteles fue discípulo de Platón pero se distanció de las ideas de su maestro. Platón procedía de una
familia aristocrática de terratenientes; Aristóteles, de la clase media profesional, pues era hijo de un médico.
Mientras que Platón buscaba diseñar un programa de estado ideal, la auténtica intención de Aristóteles era
la de analizar las constituciones reales. Ciudadano, en general, es el que puede mandar y dejarse mandar, y
es en cada régimen distinto. Depende inevitablemente de la forma de constitución del estado: una auténtica
democracia otorga a la población mayor poder que otra forma de estado más restrictiva. Sin embargo, una
buena constitución regida por buenos ciudadanos garantizaría que la función ciudadana operara en
beneficio de todos, y no solamente de una facción de la sociedad. «Mandar y dejarse mandar» indica una
forma de ciudadanía en la que el individuo se involucra directamente, en rotación; no se trata únicamente
de acudir a votar cada unos cuantos años.
¿Pero qué conlleva el «mandar»? Aristóteles no se olvida de incluir en su definición dos formas de
participación: la política y la judicial, es decir, el ciudadano debe utilizar el debate para la elaboración de
políticas y leyes, y llevar a cabo juicios para que esas leyes sean operativas.
La forma más común de cumplir con estas obligaciones sería acudir a la Asamblea y prestar servicio en las
instituciones municipales, así como formar parte del jurado, respectivamente.
La polis no podía ser muy grande ya que debe haber amistad entre los ciudadanos. La amistad aporta el
vínculo que garantiza que los ciudadanos trabajen juntos en un espíritu de buena voluntad mutua.
No significa coincidencia de opinión sino que ejecutan las cosas que han sido decididas en común. Para esto
es necesario que el ciudadano tenga virtud, que no primen sus intereses sobre los de la comunidad.
Virtud: El buen ciudadano debe adaptar su conducta a los requisitos del estado: así, por ejemplo, mientras
que en un estado las asambleas bulliciosas se entendían como un signo positivo de participación, en otro
esta actitud podía ser tachada de molesta.
Aristóteles expone los cuatro elementos de los que se compone la virtud, tal v como era generalmente
aceptada por los griegos: templanza, es decir, autocontrol, evitando los extremos; justicia; valor, concepto
que contiene en sí el patriotismo, y la sabiduría o prudencia, virtudes en que se incluye la capacidad para
juzgar. El hombre que albergue todas estas cualidades será un buen ciudadano, capaz de gobernar
correctamente y de aceptar que otros le manden. Estas virtudes no se desarrollan naturalmente, sino
que deben cultivarse a través de un programa educativo. Apuesta por un sistema educativo público.
«Necesariamente será una y la misma la educación de todos, y que el cuidado por ella ha de ser común y no
privado». Esta opinión está directamente relacionada con su concepto de ciudadanía: «Hay que considerar
que ninguno de los ciudadanos se pertenece a sí mismo, sino todos a la ciudad»
El concepto aristotélico de ciudadanía llegó a Roma através de los pensadores como Cicerón. A pesar de que
estas ideas se disiparon con la caída del Imperio romano, la obra de Aristóteles fue redescubierta durante la
Edad Media a través de Tomás de Aquino.
Aristóteles reflexionó profundamente sobre el mejor tipo de constitución posible, y se mostró a favor de un
modelo mixto: cierta cantidad de oligarquía (o gobierno de la minoría adinerada) y otra tanta de aristocracia
(gobierno de los más experimentados), aderezado con un poco de democracia (gobierno del pueblo). Y
confió a Solón la labor de proporcionar a Atenas este tipo de constitución mixta. Solón era el gran legislador
ateniense, como Licurgo lo había sido en Esparta.
Las reformas de Solón tuvieron una importante repercusión en la vida ateniense. Por censo los distribuyó en
cuatro clases: los quinientos medimnos, los caballeros, los poseedores de tierra y los más humildes. Y asignó
el desempeño de las magistraturas más importantes a las 3 primeras clases. Sin embargo, la pertenencia a la
Asamblea y a los tribunales de justicia aún seguía siendo un derecho real para los ciudadanos.
Y es que, a pesar de la movilidad social que trajeron consigo las reformas de Solón, el estigma de la división
ciudadana siguió presente.
A finales del siglo vi llegarían otras reformas de la mano de Clístenes, cuyas medidas marcan el principio de la
era democrática en Atenas (508-322). «Democracia» procede de dos palabras griegas: demos (pueblo) y
kratos (gobierno); de ahí que, en conjunto, creamos que un buen gobierno es aquel que se basa en la
voluntad del pueblo. Pero como en la realidad nada es tan sencillo un modelo de gobierno democrático
puede corromperse y convertirse en demagógico. A pesar de las medidas democráticas introducidas por
Clístenes, Atenas no alcanzó un grado mayor de democracia hasta mediados del siglo v, cuando algunos,
sobre todo Pericles, impulsaron el proceso de democratización.
Las reformas de clístenes dividió a los ciudadanos por región (30tercios y 10 tribus). Se modificó la
constitución para encajar la pertenencia al Consejo (encargado de preparar los temas para la Asamblea
ciudadana) con la nueva estructura de tribus. El número de miembros ascendió a quinientos, de manera que
cada tribu contaba con cincuenta.
A mediados del siglo v se introdujeron nuevos cambios destinados a reforzar los poderes de la Asamblea.
Importante, también, fue la decisión de retribuir económicamente la asistencia a los tribunales de justicia,
una medida introducida por Pericles por la que se garantizaba que los, pobres pudieran ejercer este derecho
ciudadano.
Los principios de la democracia ateniense
Todas estas reformas tuvieron su reflejo en el modo en que los atenienses practicaban la ciudadanía. No
obstante antes de analizar la puesta en práctica de la constitución, es conveniente explicar tres principios
básicos sobre los u e se sostenía la democracia ateniense: ideal de igualdad, disfrute de la libertad y creencia
en la participación.
Poco después del estallido de la larga Guerra del Peloponeso (431-404) entre Esparta y Atenas, Pericles, el
gran político demócrata, pronunció su famosa Oración fúnebre ante los cuerpos de los soldados atenienses
fallecidos. En su discurso, exponía las magníficas cualidades de su sistema democrático. Así, en cuanto al
principio de igualdad, afirmaba:
A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos “no es estimado para las
cosas en común más por turno que por su valía, ni a su vez tampoco a causa de su pobreza (Tucídides)
el principio de igualdad se refleja en la participación en la Asamblea y en el mecanismo de selección por
sorteo. Íntimamente relacionada con la igualdad estaba, en la mentalidad griega, la idea de libertad, tanto de
pensamiento como de expresión y de acción.
A los persas se les calificaba de, «bárbaros» que vivían sometidos a una dictadura política; los atenienses, por
el contrario, llevaban vidas cultivadas dentro de un sistema constitucional en el que se apreciaba la libertad.
La ciudadanía democrática no puede existir si no viene acompañada de la libertad para expresar las propias
opiniones y para participar en la puesta en marcha de las medidas políticas aprobadas por decisión popular.
No obstante, la libertad, aunque necesaria, no es suficiente para una ciudadanía democráticaca. Los
ciudadanos deben, además, participar en en el llamado agora (plaza pública), así como estar dispuestos a
cumplir sus obligaciones a través de las instituciones de gobierno y justicia. Es, precisamente, mediante esta
participación como se observa la conexión entre libertad e igualdad: ciudadanos atenienses colaboraban en
estas actividades como iguales, a pesar de que la división de clases de Solón seguía vigente. Pericles
expresaba, así, lo orgulloso que se sentía de sus conciudadanos:
“arraigada está en ellos la preocupación de los asuntos privados y también de los públicos; y estas gentes,
dedicadas a otras actividades, entienden no menos de los asuntos públicos. Somos los únicos, en efecto, que
consideramos al que no participa de estas cosas, no ya un tranquilo, sino un inútil.
La democracia ateniense en la práctica
Todo muy lindo, pero no todos eran ciudadanos. Había metecos (inmigrantes) y esclavos. Los primeros
disfrutaban de algunos derechos y tenían ciertas obligaciones, como realizar el servicio militar y pagar
impuestos.
Pues los muchos, cada uno de los cuales es en sí un hombre mediocre, pueden sin embargo, al reunirse, ser
mejores que aquéllos; no individualmente, sino en conjunto [...] pues, al ser muchos, cada uno aporta una
parte de virtud y de prudencia (Aristóteles)

Roma. La república y el imperio


Muchos de los rasgos inherentes a la ciudadanía romana son totalmente diferentes de los de Grecia.
los romanos instituyeron varios grados de ciudadanía, permitían a los esclavos que adquirieran dicha
categoría y extendieron esta condición a individuos e, incluso, a comunidades enteras más allá de su
ciudad madre.
Los orígenes de la ciudadanía romana son más oscuros que los de Grecia, pues no contamos en este
caso con un gran legislador como Solón, ni tan siquiera con una figura semimítica como lo fue Licurgo. Tan
sólo sabemos de la existencia de un cierto tipo de ciudadanía en los primeros años de la República (la
monarquía se abolió en c. 507 a.C), conseguida gracias a la lucha emprendida por el pueblo bajo de Roma
(los plebeyos) para exigir los derechos de los que disfrutaban lo más privilegiados (los patricios).
Una fecha clave es el 494. En este año, los plebeyos, en grupo, sellaron un juramento de apoyo mutuo y
dejaron clara su intención de conseguir que los patricios eligieran cargos públicos que salvaguardarán los
intereses plebeyos. Los patricios, temerosos de la inestabilidad social y de que se disolviera el ejército
sucumbieron a estas exigencias. Fue entonces cuando se nombraron los primeros Tribunos del Pueblo, una
importante concesión destinada a proteger a los plebeyos de abusos e injusticias. Estos tribunos eran
elegidos por una nueva Asamblea popular, aunque ésta tenía poco poder y su existencia fue efímera. La
lucha por garantizar una voz real en la Asamblea es larga.
Podemos considerar signos de una ciudadanía embrionaria el goce y protección de derechos, además de
creación de instituciones mediante las cuales se plantean opiniones y exigencias.
A partir del año 44 a.C. se exigió a todos los magistrados locales que elaborasen listas completas y detalladas
de los ciudadanos, necesarias para recaudar impuestos y realizar el servicio militar. Años más tarde, en el 4
a.C, una ley promulgada por Augusto obligaba a llevar un registro de todos los hijos nacidos de ciudadanos.
El procedimiento para registrarse para votar era diferente.
¿Qué suponía, pues, ser ciudadano de Roma? Básicamente este estatus permitía al individuo vivir bajo la
orientación y protección del derecho romano, lo cual afectaba tanto a su vida pública como privada,
independientemente de su interés por participar en la vida política. Ser ciudadano romano conllevaba toda
una serie de obligaciones y derechos. Básicamente el servicio militar y pagar impuestos.
Detrás de las obligaciones específicas se encontraba el ideal de virtud.
Dentro de los derechos en el ámbito privado podemos citar el matrimonio con un miembro de una familia
ciudadana, o el poder comerciar con otro ciudadano. Además, y a medida que la ciudadanía se extendía por
otras provincias más allá de Italia, sobre todo durante la época imperial, los ciudadanos tenían derecho a
protección contra la autoridad de un gobernador provincial. Por ejemplo, si un ciudadano era acusado de
algún delito, podía reclamar su derecho de ser juzgado en Roma.
En lo que toca a las esferas pública y política, la ciudadanía conllevaba tres tipos de derechos: votar a los
miembros de las Asambleas y a los candidatos que ocupan cargos políticos (los magistrados, es decir,
cónsules» pretores, etc.), tener un escaño en la Asamblea y convertirse en magistrado (aunque, en la
práctica, las distinciones de clase impedían la igualdad real de oportunidades.
Los ciudadanos romanos nunca gozaron del del poder político ejercido por los ciudadanos atenienses en
su Asamblea durante la etapa democrática. Y es que Roma nunca fue una democracia: durante la República,
el poder descansaba en manos del Senado o de los cónsules; durante el Imperio, en la persona del
emperador. Así v todo, las Asambleas democráticas ejercían cierto poder.
En el año 338 Roma inventó una nueva fórmula: un tipo de ciudadanía de segunda clase o semiciudadanía.
A los pueblos en guerra se les otorgaba «ciudadanía sin voto» (y, por tanto, sin la posibilidad de convertirse
en magistrado romano)
La segunda fase en la historia de las concesiones de ciudadanía durante el Imperio se produce durante los
reinados de Claudio, otorgó la ciudadanía a muchos no italianos y animó a los galos a ocupar cargos públicos.
El emperador caracalla en el s III promulgó la más famosa de todas las leyes relativas a la ciudadanía romana,
la Constitutción Antoniana de 212. Con ella, prácticamente desaparecieron todas las diferencias geográficas
y variaciones de grados de ciudadanía otorgando el derecho a todos los habitantes libres del Imperio.
Incrementando los ciudadanos incrementaban los ingresos por impuestos. No debe interpretarse como un
proceso de equiparación, sino más bien al contrario. Las divisiones sociales entre la clase superior y las
inferiores eran más acusadas que nunca. Poco quedaba ya en la expresión ciceroniana de Civis Romanus sum
que fuera digno de orgullo.
Cicerón, Marco Aurelio y Séneca vivieron sus vidas en consonancia con los preceptos estoicos.
Los estoicos: En el año 310 a.C. en Atenas, Zenón explicaba su filosofía global:
Para dedicarse al estado eran necesario estrictos requisitos, así como a la obligación de desempeñar algún
servicio público, es decir, la virtud cívica en su máxima expresión.
Todos deberíamos ser ciudadanos del mundo y vivir en armonía con un código moral y universal de buena
conducta. El estoicismo, par tanto, enseñaba que el individuo, como ser político virtuoso debía ser leal hacia
su estado y respecto de la ley natural universal, pues pertenece tanto a la polis como a la cosmopolis. Era
ciudadano y al mismo tiempo «ciudadano del mundo». La concepción de ciudadanía mundial presupone
asume que todos los seres humanos tenemos la capacidad de reconocer las diferencias culturales o étnicas
pero comparten la capacidad de razonar. Esta noción trasciende la creencia griega de que el mundo se
componía de gente cultivada, que hablaba griego, y los bárbaros. Si hay una razón universal, también hay
una ley común.
Es de destacar tres aspectos particularmente importantes de los que se ocupa esta filosofía y que se refieren
a la ciudadanía.
El primero de ellos es la cuestión de la obligación cívica nos recuerda a la virtud espartana.
La declaración de Cicerón de que los hombres que llevan vidas privadas son «traidores de la vida social»
recuerda a Pericles.
“Un ciudadano digno de ocupar el primer puesto en la República se entregará enteramente al servició de la
República, no buscará ni riquezas ni poderío, se dedicara a atender a toda la patria, de forma que mire por el
bien todos [...] y hasta se entregará a la muerte antes que abandonar estos preceptos” (Cicerón 101-102).
El intento de Séneca de plantear una dicotomía entre los dos tipos de ciudadanía tuvo claras repercusiones
en el pensamiento cristiano, «al Cesar lo que es del Cesar y lo de Dios a Dios» y en la edad media.
Edad media
En el siglo v de nuestra era ya se había producido la caída del Imperio Romano de Occidente, y los reinos
«bárbaros» se asentaban sobre las ruinas de aquél. Desaparecido el Imperio Romano, se desvanecía la
ciudadanía romana.
El concepto de estado que habían inventado los griegos y los romanos había desaparecido. En el medievo -al
menos hasta el siglo XIII- las relaciones sociopolíticas eran como relaciones personales. El príncipe
gobernaba, sus súbditos obedecían y los señores feudales dominaban a los vasallos.
En el año 391, Teodosio I declaró el cristianismo la religión oficial del Imperio Romano. Cuando la iglesia
cristiana comenzó a desarrollar su organización administrativa, concedió a los obispos autoridad
considerable. Éstos se instalaron en las «ciudades» romanas, que la Iglesia denominaba «diócesis». En
consecuencia, coincidían las administraciones civil y eclesiástica. Por tanto cuando se derrumbó el Imperio,
los obispos estaban en una situación ideal para asumir el liderazgo político. Religión y política constituían dos
caras de la misma moneda.
Esta tradición encuentra su reflejo en la Edad Media mediante la identificación de cada ciudad con un santo
patrono. Los antiguos mantenían que la vida virtuosa debía vivirse en comunidad, con los conciudadanos; al
contrario, para el cristianismo la vida en esta tierra era sólo una preparación para la otra vida, la del Reino de
los Cielos. San Agustín (obispo 396 - 430) La ciudad de Dios.
Habría que esperar hasta el XIII para que Santo Tomás relacionara cristianismo y ciudadanía. Con sus
Comentarios sobre Aristóteles hizo renacer la idea del estado, que había sido sustituida por la de la
autoridad personal.

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