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Maduración anatómica y funcional del lóbulo frontal


La corteza frontal, y en concreto la prefrontal es la última zona del cerebro en alcanzar la
madurez completa. Su desarrollo se caracteriza por un aumento inicial de las sinapsis para
después disminuir, un aumento de las arborizaciones dendríticas en momentos tardíos y
un proceso de mielinizacion que se prolonga hasta pasados los veinte años de edad. Estos
cambios se producen por oleadas y correlacionan con avances en las capacidades
cognitivas y emocionales que dependen del lóbulo frontal y que componen las funciones
ejecutivas. Por lo tanto, a lo largo del desarrollo se observa una mejora progresiva en la
capacidad de inhibir respuestas, la atención y la autorregulación de la conducta.

Palabras clave: Funciones ejecutivas, lóbulo frontal, maduración.

Introducción
A lo largo de la infancia se producen espectaculares mejoras en las capacidades cognitivas
y emocionales gestionadas por las funciones ejecutivas y que prosiguen hasta la adultez.
Muchos de estos cambios están relacionados con el desarrollo de los lóbulos prefrontales,
los cuales son los últimos en completar su desarrollo. Aunque tradicionalmente se ha
considerado que los niños menores de seis años no habían desarrollado en absoluto las
funciones ejecutivas y que sus lóbulos frontales no eran funcionales; últimamente se ha
observado que estas capacidades se encuentran presentes de manera emergente y se van
desarrollando a medida que se produce la maduración del lóbulo frontal hasta
completarse a finales de la adolescencia e incluso en la edad adulta.

Maduración anatómica

Como ya hemos apuntado, el lóbulo frontal es la última estructura cerebral en alcanzar la


madurez, mostrando una evolución continua a lo largo de todo el periodo de crecimiento
e incluso en etapas posteriores. Este desarrollo no sigue un ritmo continuo, sino que se va
produciendo en sucesivas oleadas en las que encontramos picos y mesetas en lo referente
a los cambios observados.

A partir del nacimiento nos encontramos ante un crecimiento continuo de la sustancia gris
del área prefrontal que dura aproximadamente hasta los doce años de edad y después
decrece gradualmente (García-Molina y Cols, 2009), mientras que por el contrario la
cantidad de sustancia blanca sigue creciendo durante toda la adolescencia (Giedd y Cols,
1999) sobre todo en la zona prefrontal dorsolateral. Por lo tanto, la proporción de
sustancia gris disminuye entre la infancia y la adolescencia mientras que con la sustancia
blanca ocurre el fenómeno inverso, ya que sigue aumentando su volumen hasta llegar a la
edad adulta.

Este incremento en la sustancia blanca se debe al proceso de mielinizacion. La


mielinizacion comienza antes en las vías sensoriales para proseguir en las motoras, siendo
las zonas de asociación las más tardías, sobre todo el lóbulo frontal que no finaliza este
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proceso hasta bien avanzada la veintena. La mielinizacion termina primero en la corteza


órbito-frontal y posteriormente en el córtex dorsolateral (Pandya y Barnes, 1987). El
desarrollo de las conexiones entre el lóbulo frontal y el resto de la corteza se ve marcado
por la existencia de tres periodos de aceleración del crecimiento (Thacher, 1991). El
primero se produce entre el año y medio y los cinco años, el segundo de los cinco a los
diez y el tercero de los diez a los catorce.

Por otro lado, la densidad de las neuronas en las áreas frontales es mayor en el recién
nacido y se va reduciendo durante los primeros seis meses (Orzhekhovskaya, 1981). En
cuanto a la actividad metabólica del lóbulo frontal, en los primeros años de vida (sobre
todo entre los tres y los nueve años) es superior a la de los adultos, pero se acaba
igualando antes de cumplir los diez años (Chugani, 1998).

Durante los primeros dos años se produce un gran crecimiento de la arborización


dendrítica prefrontal que produce una mejora en la conexión entre ambos hemisferios
cerebrales y de estos con el tálamo (Herschkowitz, 2000). La cantidad de dendritas sigue
aumentando entre los dos y los siete años al mismo tiempo que disminuye la densidad
neuronal. En cuanto a la asimetría cerebral, durante los primeros meses tras el nacimiento
se produce un mayor desarrollo dendrítico en el hemisferio derecho pero a partir de los
seis meses la tendencia se invierte, observándose unos sistemas dendríticos más
desarrollados en el hemisferio izquierdo que se mantienen así durante los siguientes años
(Sheibel, 1990). Este fenómeno parece estar relacionado con el surgimiento del lenguaje y
el aumento de su uso y complejidad.

Desde el nacimiento hasta los doce o quince meses se producen rápidos cambios en la
densidad sináptica, que aumenta hasta los dos años aproximadamente. La mayor
densidad sináptica se encuentra entre los doce y los veinticuatro meses y posteriormente
desciende hasta llegar al final de la adolescencia (Gazzaniga y Cols, 2002). Esta
disminución de las sinapsis prefrontales durante las primeras dos décadas de vida
(Bourgeois y Cols, 1994) puede deberse a un aumento de la capacidad funcional de las
neuronas, de modo que el aumento de las habilidades cognitivas y emocionales
relacionadas con las funciones ejecutivas que se produce en la adolescencia se debe a un
cambio estructural de los circuitos sinápticos y no a un aumento de la cantidad de sinapsis
existentes (Brodal, 2004). Durante este periodo se eliminan las conexiones menos
empleadas mientras que aumentan las que se estimulan con frecuencia, de modo que
existe un correlato funcional entre el número de conexiones y la actividad del cerebro,
pasando de un exceso de sinapsis que permitiría responder a los requerimientos del
ambiente a una especialización en la que sólo perdurarían las sinapsis más estimuladas
(Huttenlocher y Dabholkar, 1999; Sternberg y Powell, 1983).
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Maduración funcional

Las funciones ejecutivas son capacidades cognitivas y de gestión emocional que dependen
principalmente de los lóbulos frontales. Las funciones ejecutivas tardan mucho tiempo en
madurar completamente y van evolucionando durante toda la infancia y la adolescencia.

En lo referente a la primera infancia se desarrollan en dos etapas: El primer periodo


abarca los tres primeros años de vida, etapa en la que aparecen las capacidades
emergentes que son necesarias para el posterior desarrollo de las funciones ejecutivas. En
un segundo periodo que alcanza hasta los cinco años se integran estas capacidades
previas que permiten la aparición de la memoria de trabajo, la inhibición y la flexibilidad
cognitiva (Diamond, 2006), dando lugar a una conducta mucho más sofisticada y
controlada.

Los rudimentos de las capacidades cognitivas dependientes del lóbulo frontal se observan
aproximadamente sobre los seis meses, momento en el los niños realizan conductas de las
que se infiere que intuyen la existencia de las relaciones de causalidad y pueden iniciar y
mantener conductas con un objetivo simple e inhibir aquellos otros comportamientos que
les impedirían alcanzar la meta. Aunque su aparición es temprana, este tipo de
capacidades no se muestran afianzadas hasta los dieciocho meses aproximadamente
(Welsh, 2002). Se trata de capacidades muy primitivas y poco estables que no aparecen en
todos los contextos y que sufren grandes desfases entre distintos tipos de tarea.

La memoria de trabajo surge aproximadamente a la edad de ocho meses. En primer lugar


aparece la modalidad no verbal y posteriormente la de tipo verbal (Barkley, 2001). Esta
capacidad permite a los niños operar mentalmente sobre estímulos que están
manteniendo en el foco atencional, lo cual facilita la realización de algunas conductas,
como por ejemplo la imitación.

La inhibición de conductas comienza a estar presente, aunque de manera rudimentaria,


entre los seis y los dieciocho meses, lo cual permite el desarrollo de conductas
encaminadas a una meta así como el autocontrol. Durante el segundo año los niños
pueden mantener y manipular la información con más eficiencia, lo cual les otorga un
mayor control cognitivo sobre la conducta (García-Molina y Cols, 2009). En este mismo
periodo se produce un gran desarrollo en la capacidad para la regulación emocional, la
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cual comenzaría a notarse sobre todo a partir de los seis meses (Dawson y Cols, 1992).

A partir del segundo año comienzan a observarse nuevas conductas relacionadas con un
mayor nivel de las funciones ejecutivas. Se trata de la planificación, la flexibilidad de la
conducta y el autocontrol, que a un se encuentran en un nivel muy reducido pero que irán
perfeccionándose durante el desarrollo. En estas primeras etapas los niños aun no tienen
capacidad para regular su propia conducta, por lo que son frecuentes las estereotipias y
las perseveraciones, que desaparecen con el surgimiento de los programas de acción
complejos (Luria, 1995). En un comienzo los niños pueden regular sus acciones mediante
órdenes externas, pero a lo largo del tiempo pueden internalizar este control y
autorregularse mediante auto instrucciones sobre los cuatro años.

Entre los tres y los cinco años se desarrollan estas habilidades de manera que los niños ya
pueden autorregularse con bastante éxito y disponer de mucha más flexibilidad cognitiva,
componentes básicos de las funciones ejecutivas. Este desarrollo de las funciones
ejecutivas permite el surgimiento de las capacidades cognitivas complejas así como la
adaptación a situaciones sociales, de manera que a partir de los seis años los niños
pueden resolver problemas sencillos tanto desde el punto de vista intelectual como del
emocional y social.

Aparentemente el periodo de mayor desarrollo de las funciones ejecutivas se produce en


torno a los siete años, pero el desarrollo continúa aun, de manera que algunos de sus
componentes se alcanzan sobre los doce años y no se consigue el nivel adulto hasta
aproximadamente los quince o incluso los diecisiete años (Passler y Cols, 1985). A los seis
años se consigue una adecuada inhibición motora, a los diez los niños ya no presentan
perseveraciones, siendo su capacidad para inhibir respuestas irrelevantes similares a la de
los adultos. Así mismo, a los 12 años la atención es equivalente a la de los adultos (Passler
y Cols, 1985). No obstante, algunas capacidades como la ordenación de estímulos en el
tiempo aún no se han alcanzado definitivamente a esta edad. En cuanto la planificación,
anticipación y elaboración de metas, todavía no se han logrado totalmente a los diez
años.

Es durante el último pico de desarrollo del lóbulo frontal, producido en las fases finales de
la adolescencia, cuando culmina la adquisición de las funciones ejecutivas con la
consecución de las mismas capacidades que los adultos. Cabe destacar que en ocasiones
este periodo se prolonga hasta más allá de los veinte años. Este momento coincide con la
etapa final de adquisición de las operaciones formales propuesta por Piaget que permiten
realizar operaciones de segundo orden y dominar el pensamiento abstracto. No obstante
cabe destacar que no todos los individuos consiguen desarrollar plenamente el
pensamiento formal, pues algunos factores como la educación y las necesidades
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adaptativas parecen ser necesarias para su completa adquisición.


Maduración anatómica y funcional de los lóbulos temporal, parietal y occipital.

Los lóbulos temporal, parietal y occipital maduran a diferente velocidad. Este desarrollo
anatómico está asociado a cambios en las capacidades cognitivas y conductuales de los
sujetos. En general, se produce un incremento inicial del volumen de materia gris para
posteriormente volver a disminuir.

Palabras clave: Maduración cerebral, lóbulos cerebrales.

Introducción
Las diferentes áreas cerebrales de los humanos maduran a velocidades distintas. Este
proceso de desarrollo sigue un ritmo no lineal y se produce en diferentes picos o etapas.

Maduración del lóbulo temporal

El plano temporal está más desarrollado en el hemisferio izquierdo desde el nacimiento


(Witelson y Kigar, 1998) probablemente debido a sus diferencias funcionales. Las
asimetrías del lóbulo temporal parecen estar relacionadas con la maduración cortical y el
desarrollo del cuerpo calloso (Brodal, 2004). El lóbulo temporal alcanza su máximo
volumen sobre los dieciséis o diecisiete años. La corteza auditiva y límbica muestra un
patrón lineal de crecimiento. Las áreas del lenguaje situadas en zonas posteriores del
lóbulo parietal siguen madurando hasta bien entrada la edad adulta.

Entre el primer y el cuarto mes los niños ya discriminan los sonidos del lenguaje,
existiendo lateralización funcional pues el hemisferio izquierdo se ocupa de los sonidos
lingüísticos y el derecho de los no lingüísticos y la música (Molfese y Molfese, 2002). No es
hasta el final de la adolescencia cuando se desarrollan completamente las funciones
asociadas al lóbulo temporal, como la memoria o los procesos emocionales.

Maduración del lóbulo parietal

El lóbulo parietal madura desde muy temprana edad, sobre todo en las áreas superior y
posterior que reciben información somatestésica, siendo las primeras zonas de la corteza
en desarrollarse. Desde el nacimiento hasta los dos o tres años se produce una gran
actividad metabólica en el lóbulo parietal, sobre todo en el derecho (Hashimoto y Cols,
1995). El volumen máximo se alcanza a los diez años en las niñas y a los doce en los niños,
lo cual puede deberse a que ellas llegan a la pubertad más temprano y a la influencia de
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las hormonas gonadales (Gied y Cols, 1999) para posteriormente producirse una
disminución de la sustancia gris. Su patrón de crecimiento no es lineal.

Los sentidos tienen funcionalidad antes del nacimiento, incluidos los sistemas
somatosensoriales, aunque no hay muchos datos sobre su desarrollo postnatal. Se ha
observado que la percepción táctil mejora con la edad, con una gran mejora en sus
capacidades entre los ocho y los doce años. A estas edades obtienen mejor rendimiento al
utilizar la mano dominante, mientras que la mano no dominante muestra puntuaciones
muy variables, lo cual desaparece entre los doce y los catorce años, momento en que
alcanzan la misma competencia que los adultos (Baron, 2004). La discriminación táctil en
los dedos no se alcanza hasta los nueve años aproximadamente.

Maduración del lóbulo occipital

Las áreas visuales son las segundas en madurar después de las somatosensoriales. La
mielinización del tracto óptico es bastante rápida, estando casi completada a los tres
meses (Brodal, 2004), mientras que a la misma edad todavía casi no se han mielinizado las
ramificaciones radiales ópticas. El lóbulo occipital no alcanza su desarrollo definitivo hasta
los 20 años. Su desarrollo es bastante lineal, sin que se produzcan muchos altibajos.

El desarrollo de las funciones visuales de los niños se produce con cierta lentitud en
comparación con los cachorros de otros animales. Ya desde los cuatro años existe
asimetría cerebral, estando especializado el hemisferio derecho en el reconocimiento de
caras y aumentando en su habilidad hasta los cinco años (Kolb y Fantie, 1989).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Bourgeois JP, Goldman-Rakic PS, Rakic P. Synaptogenesis in the prefrontal cortex of rhesus monkeys. Cereb
Cortex 1994; 4: 78-96.
Brodal P. The central nervous system: structure and function (Vol 3). New York: Oxford University Press,
2004.
Chugani HT. A critical period of brain development: studies of cerebral glucose utilization with PET. Prev
Med 1998; 27: 184-8.
Dawson G., Panagiotides H., Klinger L.G. y Hill, D. The role of frontal lobe functioning in the development of
infant self-regulatory behavior. Brain and Cognition, 1992, 20,152-175.
Diamond A. The early development of executive functions. In Bialystok E, Craik F, eds. Lifespan cognition:
mechanisms of change. New York: Oxford University Press; 2006. p. 70-95.
García-Molina A, Enseñat-Cantallops A, Tirapu-Ustárroz J, Roig-Rovira T. Maduración de la corteza prefrontal
y desarrollo de las funciones ejecutivas durante los primeros cinco años de vida. Rev Neurol 2009; 48 (8):
435-440.
Gazzaniga MS, Ivry, RB, Mangun GR. Cognitive neuroscience: the biology of the mind (2ª ed). New York:
WW. Norton & 2002

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