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EL DESEO DE CONOCER Y DE VIVIR COMO FUENTE Y MOTOR DEL
APRENDIZAJE. 1
Por: Martín López Calva. 2
“No me digan ustedes en dónde están mis ojos,
pregunten hacia dónde va mi corazón”.
Jaime Sabines. 3
“Una pregunta legítima para cada uno de los profesores,
aunque no resulte académica, sería: “Cuando investigo y
enseño, ¿dónde y con quién está mi corazón?””
Peter Hans Kolvenbach S.J. 4
1.¿Cómo: aprenden los alumnos? : El problema a resolver.
Aproximarnos de manera crítica a cualquier salón de clases en un día
normal de actividad (¿pasividad?) podría sin duda dejarnos con la pregunta:
¿Cómo: es que los alumnos aprenden algo aquí? En uno de sus célebres
cartones, el caricaturista Quino pone al padre de Mafalda preguntándole: ¿Qué
aprendiste hoy en la escuela? Y ella con su característica ironía responde: “A irme
acostumbrando”.
Costumbre y pasividad, falta de curiosidad o de aventura, carencia de
significado y de sentido parecen ser los elementos que siguen caracterizando en
mucho lo que pasa en las aulas.
¿Cómo: aprenden los alumnos? Este es el problema a resolver en la
transición a un nuevo siglo y milenio que plantea nuevos retos y exigencias que el
sistema educativo parece estar empezando a escuchar y entender pero todavía no
a aplicar y vivir en el día a día del proceso de enseñanzaaprendizaje. Porque sin
duda a nivel de teorías educativas y de discursos institucionales y magisteriales el
cambio ha ido permeando pero todavía falta mucho en las concreciones que lleven
a construir una educación que responda a las nuevas necesidades no solamente
del mercado sino del ser humano del tercer milenio.
Un cambio de mirada se ha ido dando en la educación y ha ido llegando
hasta las instituciones y los directivos y profesores. Un cambio de mirada que sin
duda es necesario y constituye la base sobre la cual se construirán los nuevos
modos de hacer en cada una de las aulas. ¿Cuál es este cambio de mirada?
¿Cuál es la pregunta que surge a partir de él?
1
Artículo publicado en: Revista DIDAC no. 39.Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
México. Primavera 2002.
2
Doctor en Educación. Coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA
Puebla.
3
El llanto fracasado. En : Nuevo recuento de poemas.
4
El servicio de la fe y la promoción de la justicia en la educación universitaria de la Compañía de
Jesús de Estados Unidos. Discurso en la Universidad de Santa Clara, California.
2.¿Cómo aprenden los alumnos?: La pregunta a investigar.
Una mirada más o menos cuidadosa al mundo de la Educación de nuestros
días, ya sea al nivel de los grandes documentos orientadores o de las teorías y
autores actuales, ya sea al nivel de los discursos pedagógicos o didácticos de las
instituciones educativas y de los profesores, nos permitirá sin duda constatar lo
que ya parece evidente pero quizá no ha acabado de llegar a hacerse realidad en
las aulas: el giro de un proceso centrado en la enseñanza hacia un proceso
centrado en el aprendizaje, de un proceso centrado en lo que dice o hace el
profesor hacia un proceso preocupado más de lo que dice o hace el alumno o el
grupo de educandos en el tiempo escolar.
Este cambio de enfoque en la educación escolar hacia algo que hoy parece
de sentido común, una obviedad que puede expresarse en términos sintéticos
como que en las aulas lo importante no es que los profesores enseñen sino que
los alumnos aprendan, ha precisado de muchas décadas de reflexión pedagógica
y de traducción a modelos o enfoques educativos: desde el “Emilio” de Rousseau
hasta el auge del constructivismo pasando por teóricos como Freire, Rogers,
Piaget o Dewey y creadores de modelos educativos como Neill, Montessori,
Freinet y otros, la educación ha vivido intensamente este giro de ciento ochenta
grados, este radical cambio de prioridad. (Cfr. Por ejemplo Palacios, 1984; Fullat,
1992 o Freire, 1982).
El hecho es que hoy es muy evidente y generalizada la idea de que el
alumno es el sujeto de su propio aprendizaje –un hecho tan evidente que sin
embargo es un descubrimiento educativo bastante reciente y encontramos
muchas formulaciones que expresan esta centralidad del educando para que se
realice eficazmente el proceso educativo.
Una de ellas es la de los ya muy conocidos “cuatro pilares de la educación
para el siglo XXI” que plantea el informe Delors de la UNESCO (1999) : aprender
a conocer, aprender a hacer, aprender a ser, aprender a convivir. Estos cuatro
pilares según plantea el informe, son imperativos que deberá cumplir toda
institución educativa y todo docente si quiere “estar a la altura de nuestros
tiempos” (Ortega y Gasset). Sin embargo, la pregunta que se sigue lógicamente
de estos imperativos en el caso de su traducción a las aulas es: ¿Cómo aprende
el alumno a conocer, a hacer, a ser y a convivir?
Otra de estas formulaciones, expresada en un modelo educativo que está
teniendo mucho auge en el entorno educativo actual es la del constructivismo. Es
indudable el radical cambio epistemológico que este modelo plantea: el
conocimiento no es algo que esté en el maestro o en los libros y pueda
transmitirse sino algo que el propio alumno construye mediante procesos
cognitivos internos y mediante su contacto con los demás y con la realidad
circundante. Sin embargo para el docente común, se sigue la misma pregunta:
¿Cómo es que el alumno construye su propio conocimiento?
Las teorías constructivistas van aportando, a partir de Piaget o de Vygotsky,
de autores más recientes y de investigación psicológica, algunas respuestas a
esta pregunta que se ha constituido precisamente por este giro de la preocupación
educativa, en la pregunta central a responder para poder orientar la práctica
docente en este cambio de época. Porque es evidente que la práctica docente es
distinta si el énfasis es el aprendizaje del estudiante que en la visión tradicional
que enfatizaba la enseñanza (“el arte de enseñar” que era la didáctica daba las
reglas para una buena práctica docente. Esto ya no es viable en un concepto
educativo en el que el profesor es mero facilitador de aprendizaje).
Sin embargo la pregunta sigue allí como reto para la investigación y la
reflexión educativas y parece ser que las respuestas parciales nos pueden ir
aproximando a esta realidad del aprendizaje pero que se necesita seguir
explorando permanentemente la pregunta.
El presente artículo quiere aportar algo a la búsqueda de la respuesta a
esta pregunta central en la educación para el siglo XXI: ¿Cómo aprenden los
alumnos? Este aporte persigue presentar una visión holística que trascienda los
enfoques de desarrollo de habilidades de pensamiento que parecen ser, de unas
dos décadas a la fecha, los más trabajados en el tratamiento de esta pregunta. Sin
embargo, la propuesta de este trabajo quiere mostrar una noción que sin negar el
aporte de este enfoque a la comprensión del problema, pueda ubicar las llamadas
habilidades de pensamiento en un marco dinámico y heurístico más complejo y
completo y darles su papel, a la vez que integra otras dimensiones de lo humano
(lo biológico, lo afectivo, lo existencial) que juegan un papel importantísimo en el
cómo se aprende pero que a menudo no son tomados en cuenta o se ven
separados del proceso cognitivosocial de aprendizaje.
La hipótesis o respuesta tentativa a la pregunta: ¿Cómo aprenden los
alumnos? Es: “hacia donde va el corazón”, es decir, los alumnos aprenden cuando
dirigen su corazón ( su deseo de conocer y de vivir o de vivirconocer) hacia lo que
se les presenta en las aulas y cuando al dirigir este deseo hacia esos objetos de
aprendizaje, despliegan todas las operaciones que constituyen su propia
estructura consciente intencional de acuerdo a las exigencias de autenticidad
impresas en estas mismas operaciones.
Para desarrollar esta respuesta, tomaremos como base dos nociones
desarrolladas y formuladas de manera muy consistente por Bernard Lonergan S.J.
en su obra (1988, 1997, 1999): La de la estructura dinámica de la consciencia
intencional humana y la de horizonte.
3.Hacia dónde va el corazón: la hipótesis sobre el fundamento.
“Ser humano es algo que si lo somos,
lo somos sólo precariamente. Es un continuo
reto”.
B. Lonergan.
El fundamento de todo proceso de aprendizaje es precisamente este reto: el
reto permanente de ser humanos. Se aprende algo porque ese algo apoya o
contribuye a enfrentar esta precariedad humana y facilita mejores formas de vivir
el reto de humanización que está presente en todo ser humano durante toda su
vida.
“Ser humano es también un deber” decía Graham Greene y el aprendizaje
tiene sentido solamente cuando contribuye a apoyar el cumplimiento de este deber
de toda persona, de irse convirtiendo en un mejor ser humano en las
circunstancias de realidad que le han tocado vivir.
Pero este deber, este reto de humanización, se va cumpliendo de manera
distinta y en diferente medida en cada persona concreta. No hay dos sujetos
humanos iguales y por tanto no hay dos procesos de cumplimiento de este “deber”
de ser humano que sean iguales. Los caminos de humanización son muy
diversos, tan diversos como personas y como realidades, el corazón de cada
persona, el deseo de vivir de cada persona, se va orientando y realizando de
manera diferente como respuesta a la realidad en que se vive cotidianamente.
Esta orientación fundamental del corazón, esta dirección en que se va
realizando el deseo de vivir determina entonces los campos o los objetos de
aprendizaje de cada persona. Cada estudiante va construyendo su propio
horizonte dependiendo de hacia dónde se dirija su corazón, es decir, dependiendo
de sus intereses y preocupaciones dominantes.
Lonergan (1997) plantea que el horizonte de cada persona está formado
básicamente por dos grandes “mundos”: el mundo de lo conocido como conocido
y el mundo de lo conocido como desconocido.
En el primero se está, es el mundo de todas las experiencias, los
conceptos, los significados, los valores que ya se conoce que se conocen, el
mundo de las propias seguridades y certezas, de todo aquello que ya no se
cuestiona. Hacia el segundo se tiende, hacia todo ese mundo de experiencias, de
ideas, de conceptos , de juicios, de significados y valores que se sabe que se
desconocen es hacia donde se dirige siempre la búsqueda, hacia donde van
orientadas las preguntas, hacia donde se siente la necesidad de ir.
Fuera de este horizonte esta el mundo de todo lo que ni siquiera se sabe
que se ignora. Un mundo totalmente carente de significado para el sujeto y hacia
el cual es imposible dirigir preguntas, búsquedas o investigación alguna porque es
el mundo de todo lo que no se alcanza a percibir.
Pero el horizonte está siempre constituido a partir de los intereses y las
preocupaciones de los sujetos. Nada hay dentro del horizonte de un estudiante
que no tenga que ver con sus intereses, preocupaciones y motivaciones, con el
sentido que está tomando su corazón . con el rumbo que lleva su deseo de
conocer y vivir.
Es por ello que el fundamento para responder a la pregunta: ¿Cómo
aprenden los alumnos? Es esta noción de horizonte; porque los alumnos no
aprenderán –en el sentido cabal de aprendizaje nada que esté fuera de su
horizonte.
Los alumnos van a aprender solamente aquellos contenidos, habilidades o
actitudes que tengan relación con lo que ellos ya saben que saben y que estén
relacionados de algún modo con lo que ellos saben que ignoran pero por lo
mismo, les está preocupando o interesando saber.
Los alumnos aprenderán de aquello sobre lo que tengan preguntas, de todo
lo que les presente un reto o les mueva afectiva e intelectualmente. Lo demás no
les preocupa, no les es significativo, no les interesa y por lo tanto no lo
aprenderán, solamente “se lo aprenderán” (en el sentido de memorizarlo
temporalmente para pasar un examen o una materia).
El reto del docente entonces es acercarse y conocer un poco del horizonte
de los estudiantes: ¿Qué es lo que saben que saben, lo que entienden, dominan,
hablan, piensan o viven? ¿Qué es lo que saben que ignoran y entonces andan
buscando saber? ¿Sobre qué se preguntan cosas? ¿Qué retos tienen? ¿Qué les
gustaría conocer? ¿Qué es lo que les “afecta” –lo que mueve sus afectos? ¿Qué
lenguajes entienden o se esforzarían por entender?
La facilitación del aprendizaje consiste entonces en poner en sintonía lo que
se pretende que el alumno aprenda, con lo que él o ella quiere aprender; poner “lo
que marca el programa” en el mismo sentido hacia el que va su corazón. Si esto
ocurre entonces todo aprendizaje será de verdad aprendizaje y lo hará aprender a
conocer y a hacer y a ser y a convivir de cierto modo que lo apoye en su reto de
irse haciendo, de ir construyendo su propia existencia.
Uno de los errores más frecuentes y más graves de todo docente y de la
institución educativa en su conjunto es que regularmente ha importado más dónde
tienen los alumnos sus ojos –se pide que en el pizarrón o en el docente y no
hacia dónde se dirige su corazón.
4.El corazón de los alumnos: El deseo de conocer y vivir como fuente del
aprendizaje.
“...así como las diferentes operaciones producen
modos cualitativamente diferentes de ser concientes
los sujetos, así también producen modos cualitativamente
diferentes de tendera...”
Lonergan, 1988. P. 18
El educando dirige su corazón hacia cierta dirección, es decir, tiende
concientemente a distintos campos u objetos de la realidad. Sin embargo este
tender a o este dirigir el corazón en cierta dirección no es algo simple sino por el
contrario, un tendera muy complejo.
¿Cómo aprende un alumno? La respuesta sin duda no puede ser simple.
Un alumno aprende de distintos modos en la medida en que involucra el ejercicio
de distintos niveles o modalidades de operaciones concientes e intencionales que
no son simplemente habilidades de pensamiento o de razonamiento sino que
involucran a toda la persona en su ser biológico, afectivo, intelectual, racional,
moral, etc.
El deseo de conocer y de vivir es la fuente de todo aprendizaje y este deseo
se despliega mediante una compleja estructura que es:
Dinámica porque está en continuo ejercicio, evolución, diferenciación e
integración.
Heurística porque aunque no tiene las respuestas que busca este deseo,
contiene en sí misma la clave para buscar estas respuestas.
Unitaria porque aunque se pueden distinguir algunos grupos o niveles de
operaciones cualitativamente distintos, todos estos grupos o niveles están
integrados en un solo flujo indivisible de la consciencia.
Polimórfica porque se despliega en diferentes patrones o configuraciones
dependiendo de las preocupaciones dominantes de los sujetos sean estas de
carácter biológico, lúdico, estético, intelectual, dramático, espiritual, etc.
¿Cómo aprende un alumno? Un alumno aprende poniendo en ejercicio esta
compleja estructura dinámica en todos sus niveles o modalidades de operaciones,
mientras más operaciones y niveles ponga en juego, el aprendizaje es más
completo y significativo.
En primer lugar, un alumno aprende de manera sentiente; es decir, aprende
a partir de la experiencia sensible o empírica. El alumno aprende al ver colores,
formas o texturas, al escuchar sonidos, al oler diferentes aromas, al saborear
distintas cosas o al tocar superficies o volúmenes de distinta textura y material. Un
alumno aprende también de su experiencia empírica interior: al traer a la mente
datos almacenados en la memoria, al sentir diferentes emociones o al
experimentar sensaciones físicas. El alumno aprende de manera sentiente y lo
que aprende son datos o información que tiene cierto grado de inteligencia y
significado para él.
En segundo lugar, un alumno aprende de manera inteligente; es decir,
aprende cuando hace preguntas a lo que experimenta, cuando intenta relacionar
la información que adquiere con la que previamente tenía, cuando trata de
encontrar una lógica o una composición en los datos que se le presentan. Un
alumno aprende al generar imágenes a partir de esas preguntas, aprende, sobre
todo, al vivir la experiencia de un acto de intelección, de ese instante en el que
todo se conjunta y hace sentido, de ese acto que no elabora o actúa sino que “le
pasa” o “le llega” de manera inesperada y un tanto misteriosa, liberándolo de la
tensión de la búsqueda.
Un alumno aprende cuando a partir de ese acto de intelección empieza a
elaborar hasta concebir una idea, hasta generar –que no simplemente memorizar
un concepto que puede después formular. Un alumno aprende cuando formula
esa idea o concepto que construyó a partir de esa experiencia y esa intelección,
pues en la misma formulación hay elementos nuevos que llevan a un mejor
aprendizaje de lo entendido.
Es en este entender inteligentemente y formular de manera original y
personal, dando formas novedosas a lo entendido, que se encuentra inmerso lo
que muchos autores de habilidades de pensamiento llamarían pensar
creativamente. Pero también es en este proceso de la inteligencia, cuando se
hace lógicamente, cuidando que una idea se siga de las anteriores y que cada
conclusión surja de premisas correctamente relacionadas, que se halla lo que
muchos autores llaman pensamiento crítico.
Pero la verdadera criticidad no se da en el pensar inteligente y lógico. La
verdadera criticidad es otro modo de aprender que tiene un alumno, otro conjunto
de operaciones cualitativamente distintas a las anteriores y que tiene su origen en
otro tipo de preguntas, distintas a las que dieron origen al acto de entender de la
inteligencia. La criticidad surge de las preguntas para la reflexión, es decir, de las
preguntas que no buscan la comprensión de algo sino su verificación o relación
con la realidad. ¿De verdad es así? ¿Entendí correctamente? ¿Es esto cierto o
solamente aparentemente cierto? Estas preguntas de nivel distinto, asumen las
experiencias y los datos, retoman lo comprendido y formulado y lo llevan al nivel
de aproximación a la realidad a través de la recopilación de pruebas, la
ponderación de evidencias y el juicio. El juicio de hecho que se origina cuando ya
no hay más preguntas relevantes que hacer y que tiene como momento clave otro
tipo de acto de intelección o insight: el acto de entender reflexivo o reflejo.
El alumno aprende cuando hace preguntas para la reflexión, cuando busca
pruebas, pondera evidencias y llega a la afirmación de juicios. Este es un tercer
modo de aprender, un tercer modo de ser conciente y un tercer modo de tender a
la realidad que se va a aprender, un tercer modo de dirigir el corazón.
La realidad no solamente interpela al alumno sensiblemente o
inteligentemente o reflexivamente, la realidad interpela al sujeto también y quizá
sobre todo, de manera existencial. De manera que un alumno aprende también y
fundamentalmente, de manera existencial. ¿Qué tiene que ver esto conmigo?
¿Cómo actuar ante esto? ¿Qué decisión tomar conociendo esta realidad? ¿Esto
que conozco es bueno, me conviene? ¿Conviene a todos o solamente a mí? ¿Me
afecta o afecta a los demás? ¿Qué consecuencias tiene? Todas estas son
preguntas cualitativamente distintas a las anteriormente mencionadas. Son
preguntas que ya no buscan la inteligibilidad de las cosas ni su realidad sino la
relación que tienen con el que las aprende o aprehende. A partir de estas
preguntas se delibera, se valora –es decir, se trata de aprehender el valor de esta
realidad o de este objeto y cuando se consigue, se experimenta un acto de
intelección o insight deliberativo o práctico y se toman decisiones que pueden
orientar la acción. Este es el nivel o la forma de aprender que tiene que ver con lo
que los autores llaman la formación en valores o actitudes y que la mayoría
también analiza solamente a nivel intelectual o racional, cuando en realidad es una
dimensión dominada profundamente por lo afectivo. 5
El alumno aprende cuando hace este tipo de preguntas, aprende cuando
delibera, cuando valora y cuando decide, aprende cuando actúa correcta o
equivocadamente, aprende de su deseo de vivir, de su necesidad de elegir para
vivir y para irse construyendo una vida que pueda llamarse propia.
Un alumno aprende existencialmente, aprende en el decidir y en sus
consecuencias. Este es un cuarto modo de aprender, un cuarto modo de dirigir el
corazón para responder a la realidad que interpela. Este es quizá el modo de
aprender significativamente, porque así como un alumno no aprenderá si lo que se
le presenta para ser aprendido no está en sintonía con la dirección de su corazón,
es decir, si no está dentro de su horizonte , un alumno tampoco aprenderá
cabalmente si lo aprendido no tiene alguna relación consigo mismo, con su propia
búsqueda existencial, con algún tipo de aplicación para la vida concreta.
Pero para poder aprender realmente de estas cuatro maneras, un alumno
tiene que actuar o ejercitar las operaciones propias de estas cuatro dimensiones o
niveles de la consciencia cumpliendo con las exigencias intrínsecas en las mismas
operaciones que los conforman. Para que un alumno aprenda de manera
sentiente tiene que poner atención a sus experiencias sensibles, para que aprenda
de manera inteligente tiene que poner inteligencia en su preguntar, en su imaginar,
en su comprender, concebir y formular; para que un alumno aprenda de manera
reflexiva o crítica tiene que ser razonable en sus juicios y para que aprenda de
5
“La aprehensión del valor es una cognición afectiva” señala Michael Vertin. (1995)
manera existencial tiene que ser responsable de sus juicios de valor, de sus
decisiones y acciones.
Este mismo proceso de ejercicio conforme a las exigencias de la propia
consciencia en sus distintos niveles de operaciones es ya un proceso de
aprendizaje, de crecimiento en autenticidad humana, crecimiento que no termina
nunca.
Para que se realice este proceso de crecimiento en autenticidad, es
necesario que el sujeto – en este caso el alumno vaya poniendo atención no
solamente a sus aprendizajes en estos cuatro distintos ámbitos sino que vaya
atendiendo, entendiendo, juzgando y valorando su propio proceso de atención, de
inteligencia, de reflexión y de deliberación y decisión. Es decir, un alumno aprende
de su propio modo de aprender. Cuando esto sucede, el educando en cuestión
está transitando del aprendizaje heterodirigido al aprendizaje autónomo, que debe
ser la meta de toda educación en este siglo XXI.
5.El corazón de los docentes: ¿Dónde y con quién?
“La gran ilusión del liderazgo es pensar que los demás
pueden ser guiados hacia fuera del desierto por alguien
que jamás ha estado allí.”
Henry Nouwen.
La gran ilusión de la docencia es pensar que los alumnos pueden ser
guiados hacia su propio aprendizaje y autoconstrucción por alguien que jamás lo
ha experimentado en carne propia. Si un profesor no experimenta su propio
desierto y trabaja en su propia búsqueda jamás podrá guiar a un alumno o a un
grupo de alumnos hacia esa dirección.
De manera que el problema central de la docencia no es, como no lo es en
el aprendizaje, saber dónde están los ojos de los profesores sino tratar de
averiguar cuando enseñan o investigan dónde y con quién está su corazón.
El corazón del docente puede estar en el conocimiento por el conocimiento,
puede esta en sí mismo y en sus intereses personales, puede estar en la
búsqueda de prestigio o simplemente en la necesidad de cubrir un trabajo para
subsistir.
Pero el corazón del docente puede estar, sería conveniente que estuviera
en los alumnos, en la sociedad para la que preparará a sus alumnos y en lo que
los alumnos lleguen a ser en esa sociedad concreta y lleguen a hacer de esa
sociedad concreta.
Esta sería la clave para promover el aprendizaje en los estudiantes. Para
ello lo primero que hay que hacer es preguntarse con honestidad: ¿Cuándo
investigo o enseño: dónde y con quién está mi corazón?
Si el corazón está en los estudiantes y en su papel social, entonces será
relativamente sencillo comprender y emprender el cambio profundo de una
educación centrada en la enseñanza y en el profesor a una educación centrada en
el aprendizaje y en el estudiante o en la relación constructiva docentealumno
donde media un conjunto de aprendizajes. Este cambio implica necesariamente
una modificación de lo que se entiende por docencia: no más como transmisión de
conceptos o contenidos y sí desde ahora, facilitación de actos de entender
(intelectuales, reflexivos y deliberativos) (Carley, 1989).
Entonces la pregunta dejará de ser: ¿Cómo: aprende el alumno? Y se
convertirá en un permanente buscar a partir de la pregunta: ¿Cómo aprende el
alumno? Buscar maneras de facilitar experiencias sensibles o empíricas
relacionadas con la materia o el curso que se coordina, buscar el mejor modo de
generar preguntas, de acercar o generar imágenes adecuadas a los alumnos, de
promover posibilidades de intelección, elementos para la conceptualización y la
correcta formulación. Buscar las estrategias para propiciar la emergencia de
preguntas críticas, para acercar los modos de recopilar pruebas y métodos para
ponderarlas, buscar buenos juicios, apegados a la realidad lo más posible.
Descubrir modos de relacionar lo afirmado como real con la propia vida de los
estudiantes o con aplicaciones prácticas para la vida en la que el aprendizaje vaya
adquiriendo sentido para ellos, buscar los modos de facilitar procesos de toma de
decisiones responsables, de crecimiento en autonomía por parte de los
educandos.
Para ello se requieren más que programas de formación de docentes,
procesos genuinos de transformación docente que generen nuevos modos de ser
concientes en todos los profesores, nuevos modos de ser concientes de su propio
quehacer y de su relevancia. Nuevas maneras de entender e interpretar lo que
hacen y de comprometerse seriamente con su realización.
A partir de estos procesos de transformación docente, el profesor irá
redescubriendo su vocación en el mundo concreto de su práctica más que en su
interior. Su vocación de educador entendida en el sentido que la plantea Hansen:
una tarea o profesión en la que se descubren elementos de realización personal y
posibilidades de aporte o trascendencia social. Un profesor que va encontrando
esto, que va descubriendo a partir de la reflexión sobre su propia práctica docente
nuevas razones para vivir siendo docente y nuevos motivos para luchar desde las
aulas por una sociedad más humana y más justa, será indudablemente un
profesor que vaya generando aprendizajes de todo tipo en los estudiantes porque
se convertirá él mismo o ella misma en un vehículo de aprendizaje.
Este es un camino largo, interminable. Para construirlo habrá que soñar,
soñar sueños activos...
“Hay que soñar con los ojos abiertos,
hay que soñar con las manos,
soñemos sueños activos de río buscando su cauce,
sueños de sol soñando sus mundos...”
Octavio Paz. El cántaro roto.
REFERENCIAS.
Carley, M. (1989). Bernard J.F. Lonergan on teaching. Tesis doctoral en
Educación. Harvard School of Education. Harvard University.
Delors, J. (1999). La educación encierra un tesoro. Ed. UNESCO. México.
Freire, P. (1982). Pedagogía del oprimido. Ed. Siglo XXI. México.
Fullat, O. (1992). Filosofías de la educación. Paideia. Ed. CEAC. Barcelona.
Hansen, D. (1995). The call to teach. Teachers College Press. Columbia
University. New York.
Kolvenbach, P.H. (2001). “El servicio de la Fe y la promoción de la Justicia en la
educación universitaria de la Compañía de Jesús de Estados Unidos”. En
Renglones no. 48. Ed. ITESO.
Lonergan, B. (1988). Método en Teología. Ed. Sígueme. Salamanca.
Lonergan, B. (1997). Filosofía de la Educación. Ed. Universidad Iberoamericana.
México.
Lonergan. B. (1999). Insight. Estudio sobre la comprensión humana. Ed. Sígueme
UIA. Salamanca.
López Calva, M. (2001). “Mi rival es mi propio corazón...” Educación
personalizante y TRANSformación docente. Hacia una visión integral del proceso
educativo. Ed. UIA golfo Centro UPN U. Autónoma de Tlaxcala ITESO U.
Loyola del Pacífico. Puebla.
Palacios, J. (1984). La cuestión escolar. Ed. LAIA. Barcelona.
Paz, O. (1990). Libertad bajo palabra. Fondo de Cultura Económica. México.
Sabines, J. (1991). Nuevo recuento de poemas. Ed. Joaquín Mortiz. México.
Vertin, M. (1995). “Judgments of value for the later Lonergan”. In Method Vol. 13
No. 2. Boston College. Boston, MA.