tes garantías y terminó otorgando masivos «salvatajes» con recursos de
los trabajadores sin poder de lobby para entregarlos a muchos de los privilegiados financistas de Wall Street, en el contexto de guerras como la patraña de Irak. Ahora Obama incrementa notablemente el Leviatán financiado con llamativas monetizaciones de la nuevamente incremen- tada deuda (recordemos que cuando Jefferson revisó la Constitución estadounidense en su embajada en Paris, manifestó que si hubiera po- dido agregar un artículo sería para prohibir la deuda pública por ser incompatible con la democracia ya que compromete el patrimonio de futuras generaciones que no participaron en el proceso electoral para elegir al gobierno que contrajo la deuda). Por su parte, muchos países europeos se encuentran en crisis debido a promesas anteriores de imposible cumplimiento, también financiadas con cuantiosas deudas gubernamentales, en el contexto de legislaciones laborales que expulsan a los que más necesitan trabajar. Estas políticas socialistas no se corrigen con medidas de sus primos hermanos: gobier- nos de derecha siempre de escasa imaginación que apuntan a equilibrar las cuentas públicas elevando aún más la succión de recursos a los es- quilmados contribuyentes, en el contexto fascista del manotazo al flujo de fondos en lugar de estatizar. En todo caso, estos personajes de opereta (sin vestigio de poesía) sean de izquierda o de derecha pero siempre enemigos del liberalismo, se enojan hasta el paroxismo cuando alguien osa contradecirlos y, espe- cialmente ciertos caudillos en Latinoamérica y en África, estiman que la libertad de prensa consiste en una manada de alcahuetes que apoyan todo cuanto se diga desde el atril. Tienen una idea tan desfigurada de la división horizontal de poderes que la asimilan a la subordinación al jefe del ejecutivo. Se burlan de la democracia convirtiéndola en pura cleptocracia. Por eso es que hemos sugerido -y a ahora insistimos- que resulta fértil prestar debida atención a Montesquieu, que en el segundo capítulo del Segundo Libro de El espíritu de las leyes afirma que «el sufragio por