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2003
Jesús Aguilar Nery
MASCULINIDADES, CHOFERES Y ESPACIO URBANO EN
MÉXICO
Convergencia, septiembre-diciembre, año 10, número 33
Universidad Autónoma del Estado de México
Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública
Toluca, México
pp. 201-224
Presentación
l interés de este ensayo consiste en explorar la construcción de la
E masculinidad entre los conductores del transporte público
concesionado de pasajeros, cuyo campo laboral ha constituido
uno de los soportes reales e imaginarios de ser varón, no sólo en este
grupo de trabajadores, sino de la masculinidad imaginada comúnmente
como dominante. En otras palabras, se trata de una aproximación a la
construcción social de la identidad de género masculina entre
trabajadores del volante dentro del espacio urbano y su relación con los
distintos ámbitos laborales que usan, transitan y evocan; así como los
vínculos que establecen cotidianamente con otras personas para
definirse, ambigua y contradictoriamente, como hombres.
El escenario para realizar este planteamiento es la Ciudad de
México de fines de los años noventa y tiene como fuente principal los
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Convengo con Clifford (1999: 118) en considerar las prácticas de campo como “un
conjunto de prácticas de investigación corporeizadas, de pautas de separación, de
distancia profesional, de ir y venir” que nos hablan de la institucionalización y cierta
tradición académica en torno a la producción y construcción del conocimiento
antropológico. De acuerdo con este autor, resulta conveniente pensar en el “campo”,
más que como un lugar, como un conjunto de disposiciones y prácticas corporeizadas;
es decir, un habitus.
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Es necesario sistematizar algunos de los puntos oscuros y varias de las confusiones
que está originando la categoría de género, producto de su mayor divulgación en los
últimos años, que ha redundado en un uso “más libre pero menos riguroso”,
identificándose con lo femenino, las mujeres y los movimientos feministas; por lo que los
estudios de género a menudo significan estudios de mujeres, pero no de hombres (De
Barbieri, 1995: 47; Gutmann, 1997: 385).
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Un punto importante destacado por autores inspirados por la filosofía del lenguaje como
Brown (1987: 97), entre otros es que el lenguaje que generamos es al mismo tiempo un
elemento que nos genera y reconstruye la realidad; es decir, el lenguaje constituye
realidades más que ser un reflejo de ellas.
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De acuerdo con la perspectiva de los trabajos recopilados por Lamas (1996), pretendo
interpretar el género como una construcción simbólica fundada sobre los datos
biológicos de la diferencia sexual, por ello el género se piensa como un sistema de
relaciones culturales entre los sexos históricamente variante y en compleja interacción
con un amplio número de instituciones económicas, sociales, políticas, religiosas y
tecnologías materiales.
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El otro sentido básico de la dicotomía público/privado en Occidente, descrito por
Thompson: lo público significa “abierto” o disponible al público; mientras lo “privado”, en
oposición, es lo que queda oculto a la mirada, lo dicho o realizado en privado, en secreto.
En suma, la visibilidad de lo público versus la invisibilidad de lo privado (1998: 165-166).
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La valoración reciente acerca del espacio social en las teorías y estudios sociales
muestran que el espacio no es un mero telón de fondo ni un receptáculo donde sucede la
vida social, sino en realidad se trata de un elemento estructurante de la vida social, junto
con la dimensión temporal. De tal manera que el espacio organiza, induce, impide o
limita, además de que “comunica” la vida de sus habitantes (véase Soja, 1988; Lezama,
1993; Giddens, 1995; entre otros).
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Un caso extremo es la Ciudad de México, en la cual varios millones de personas ocupan
entre dos y cuatro horas diarias transportándose en metro, autobuses, taxis y autos
particulares. En conjunto se realizaban más de 29 millones de viajes-persona por día en
la capital en 1994. Estas travesías se convierten en viajes metropolitanos, y se han
vuelto una de las formas más relevantes de apropiación e imaginación del espacio
urbano (Aguilar, 2000: 91; García, Castellanos y Rosas, 1996).
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De acuerdo con Safa (1993: 288), la experiencia cultural de los distintos espacios
urbanos (habitacionales, laborales, de consumo, recreación y de traslado) son
estructuradores a la vez que estructurados históricamente, por las experiencias y
prácticas sociales de las personas que interactúan en ellos.
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En México, la palabra chafirete se usa de forma peyorativa para referirse al conductor o
chofer del transporte público, preferentemente de pasajeros en rutas concesionadas a
particulares. En el presente artículo ocupo los términos “chofer”, “conductor” y “chafirete”
como sinónimos, pero éste último sólo para contrastar el grupo de referencia de los
demás autotransportistas. Dicho grupo abarca los trabajadores de ruta fija
predeterminada entre dos puntos denominados “bases”, que paran a lo largo del
recorrido en puntos más o menos establecidos; entre estos trabajadores destacan los
que manejan autobuses, taxis colectivos y “peseros” (http://nacos.com.mx/peseros).
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Según Gutiérrez (1988:134-135), el albur, “es un juego verbal que se practica en todo el
país con distintos grados de elaboración y complejidad [...]. Es un combate y lo propicia
uno de los interlocutores. Si el virtual adversario acepta la provocación, elaborarán,
sobre la marcha, sus tácticas y estrategias de acuerdo a los recursos que el otro oponga
[...] De esto depende su duración y desarrollo y concluye con la aceptación, expresa o
no, de la derrota”. En general, los albures tienen como tema principal la sexualidad y son
dichos, principalmente, entre hombres, por lo cual quien gana en cada juego considera
un triunfo de su masculinidad sobre la de su oponente.
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Marqués (1997) ha señalado que uno de los fundamentos del orden masculino
dominante es “ser importante”, que junto al honor y el prestigio han sido los ejes para
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describir y explicar la actuación de muchos varones; estos rasgos implican que un sujeto
orientado por tales nociones debe guiarse por “la lógica de la excelencia”, la cual debe
aspirar a exceder la talla del otro, y debe ser demostrada y reconocida en la esfera
pública (véase también Gilmore, 1997).
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Estas prácticas de inclusión al grupo de chafiretes pueden variar o, incluso, no existir;
suelen efectuarse en una estación para “felicitar” a un chalán que se ha convertido en
chofer o para aceptar un nuevo miembro al grupo, sea chofer o chalán. En general, el
“bautizo” consiste en que un grupo de integrantes de la ruta le propinen golpes, burlas o
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ensucien al elegido con productos como aceite, agua, gasolina, etc., para hacerle sentir
el peso gremial y su posición subordinada en tanto recién llegado al grupo.
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De acuerdo con Guttman (1999: 86-87), no hay un patrón homogéneo en torno a la
paternidad en los sectores populares de Coyoacán (Distrito Federal), no es una variable
que dependa de la clase social, pues así como hay hombres que poco tienen que ver con
sus hijos, otros muchos ejercen una paternidad activa. Esto implica también la
participación de las mujeres en la definición de los significados del ser hombre y de las
cosas que ellos hacen.
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Como para los lowriders chicanos, descritos por Bright (1998), para
los chafiretes del centro de México su “corazón está en las ruedas”; lo
cual implica un fuerte vínculo entre el cuerpo del chofer y el aparato.
Las cualidades del automotor son extendidas al cuerpo a la manera de
los cyborgs mezcla de autómata y organismos vivos descritos por
Haraway (1991); de tal modo que se elude el dualismo simple que
opone hombre a máquina para posibilitar formas de pensar acerca de
las relaciones entre las personas y los automotores, que si bien refuerza
la asociación de actividad, fuerza y potencia entre los conductores y la
masculinidad dominante, esta relación se manifiesta de modo sui
generis, en algunos casos, debido a los sentimientos que se vuelcan
sobre el vehículo, así como a su modo de referirse a su vida “arriba” o
“abajo” del transporte. Explica Chano (chofer con 15 años de
experiencia): “por el tiempo que paso arriba del carro… ya es como mi
casa, como mi segunda casa. Es una manera de vivir”. Salvador de 20
años (dos como “microbusero”) expresó de modo contundente: “mi
‘micro’ es como mi casa, mi departamento, es mi camper: como,
duermo, también abro la puerta y ya es baño. Es todo”. Más evidente es
la asociación entre el hogar y el vehículo para los transportistas de
carga o de pasajeros que recorren grandes distancias, también llamados
foráneos.
La cantidad de dinero, tiempo, esfuerzo y cuidado que los
conductores le dedican a un vehículo es motivo de conflicto en algunas
familias, pues las esposas ven una amenaza y una desigual
competencia en relación con los afectos de los hombres (Brigth, 1998:
595). Los hombres suelen manifestar que cuidar el vehículo es cuidar a
su familia, pero a menudo empíricamente se comportan con sus
vehículos como lo harían si se tratara de otra persona (un colega, un
socio, hasta una esposa); y en otras ocasiones se portan como lo suele
hacer una mujer en su casa, quien ¯según la tradición dominante¯ tiene
su lugar en la cocina; los choferes son quienes poseen un sitio
privilegiado en las cabinas de sus vehículos (Aguilar, 2000: 94-95).
“Es casi casi mi compañero, porque tengo que estar al pendiente de él
casi como una persona”, manifestó Eduardo de 26 años, diez como
chofer. Miguel (22 años y dos como chofer) explicó más enfático: “es
como parte de la fa milia, como tener un hermano. Darle su
mantenimiento, estar al cuidado de él (...) hay que tratarlo bien, es casi
como otra persona... ¡hay que darle amor a un pinche carro! Porque si
no se va para abajo...” En suma, los automotores están siendo
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jneryy@yahoo.com.mx
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