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VIDA

Gianna Beretta nació el 4 de octubre de 1922 en Magenta, en


el norte de Italia, la décima de las hijas de Alberto Beretta y Maria De
Michelis. Era una de las típicas familias burguesa acomodadas del
norte de Italia de esa época, con una diferencia importante: era una
familia profundamente cristiana. A pesar de su posición económica
cómoda, los hijos fueron educados en un clima de sobriedad y
desprendimiento. Alberto y Maria habían enseñado a sus hijos a
preocuparse por los más necesitados.
Gianna comenzó en 1929 sus estudios elementales, y en 1933
se matriculó en el Liceo Paolo Sarpi. Sus calificaciones escolares
fueron normales, con abundancia de suficientes y alguna
convocatoria para septiembre de italiano y latín.
Tras la muerte de Amalia, la hermana mayor, a los 26 años, la
familia se trasladó a Génova-Quinto al Mare, en la Rivera italiana de
Levante. Allí se veía a la familia en Misa de ocho de la mañana,
acompañados de algunos de sus hijos, Unos marchaban luego a la
Universidad; otros, como Gianna, al colegio. Era buena deportista,
amante de salidas al campo.
Alberto y Maria murieron en 1942, con 4 meses de diferencia.
La familia se trasladó entonces a la casa paterna de Magenta. Gianna
se matriculó en 1942 en la Facultad de Medicina de Milán. Fueron
años los años difíciles del fascismo y de la guerra mundial. En 1945
se traslada a la Universidad de Pavía. Sus compañeros la recuerdan
como una chica estudiosa, alegre, serena, amante de la naturaleza,
con muchas aficiones: le gustaba pintar, la música, tocaba el piano y
disfrutaba subiendo a las montañas cantando a pleno pulmón.

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Durante aquellos años no se dedicó sólo a estudiar. En 1943
fue nombrada secretaria de un grupo estudiantil de Acción Católica.
Ocupó varios cargos en la Acción Católica hasta 1956. Daba charlas,
asistía a diversas reuniones de carácter apostólico. Participó en las
Conferencias de San Vicente, y muchos sábados iba a visitar con
algunas amigas familias necesitadas.
Organizó varias tandas de Ejercicios Espirituales para sus
amigas. Les insistía en la necesidad de fomentar las virtudes
humanas, para ser “personas de una pieza”, y las virtudes
espirituales: las animaba a la práctica de la oración diaria; las
alentaba a acudir a la Santa Misa y a la Comunión, a ser posible todos
los días, y si no, al menos, cada semana. Decía: “Sólo si poseemos la
riqueza de la gracia podremos darla a nuestro alrededor; porque el
que no tiene, no pude dar nada”. “Meditación, al menos diez
minutos. Visita al Santísimo, Santo Rosario, devoción a la Virgen. Y
sobre todo, vida de oración”.
El 16 de junio de 1946 su hermano Giuseppe se ordenó
sacerdote. El 30 de noviembre de 1949 Gianna obtiene la licenciatura
en Medicina, y el 27 de enero de 1950 le dan el certificado que la
habilita para ejercer la Medicina. Abrió un ambulatorio en un pueblo
de 2.000 habitantes, Mesero, junto con su hermano Ferdinando.
Mientras tanto, otro hermano suyo, Enrico, se había ordenado
sacerdote y había marchado a Brasil. En 1950 obtiene la especialidad
en Pediatría en la universidad de Milán, lo que demuestra su afán por
hacer bien su trabajo médico.
Por aquellos años se planea su vocación. A ella le parecía que
Dios le pedía ejercer su profesión de médico, pero ¿dónde? Se
planteó la posibilidad de marchar a Brasil, con su hermano Enrico, a
trabajar en su hospital. Pero nunca acababa de tomar la decisión. En
1954 toma la resolución de ir a Lourdes a pedir luces a Dios. A la
vuelta, en Magenta, se encuentra la respuesta de Dios en la persona

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de Pietro Molla, que sería su futuro marido. Pietro era hijo de unos
vecinos. Tras varias coincidencias, Pietro la invita a ir a la Scala de
Milán en Nochevieja. Gianna aceptó, y al volver, estuvieron
celebrando el año nuevo en casa de Pietro. El 20 de febrero de 1955
le propuso que se casara con él. Gianna aceptó.
Durante su noviazgo, Pietro tuvo que hacer varios viajes
profesionales. Su comunicación más frecuente fue por carta. En ellas
Gianna y Pietro se comunican sus sentimientos como cualquier pareja
de enamorados. Los dos son personas profundamente religiosas, y
preparan su matrimonio poniendo su futuro a los pies de la Virgen. El
24 de septiembre de 1955 se casan en la basílica de san Martín de
Magenta.
Pietro, su marido, dice de ella: “Era una mujer espléndida,
pero absolutamente normal. Era guapa. Inteligente. Buena. Le
gustaba sonreír. Era además, una mujer moderna, elegante.
Conducía su coche. Amaba la montaña y esquiaba muy bien. Le
gustaban las flores y la música. Le gustaba viajar. Yo tenía de
desplazarme frecuentemente al extranjero a causa de mi trabajo, y
cuando me era posible, la llevaba conmigo. Fuimos a Holanda, a
Alemania, a Suecia. Un poco por todas partes de Europa. Era, sin
duda alguna, una mujer normal. Una mujer como tantas otras. Pero
tenía algo singular, quizá: una gran religiosidad, una confianza
absoluta en la Providencia divina. Y no dejó de confiar nunca en
ella, ni siquiera en los últimos meses de vida...”
Al poco iniciar su vida matrimonial, volvió a trabajar como
especialista en Pediatría. En 1956 nace su primer hijo, Pierluigi, y en
1957 Maria Zita, o Mariolina, como la llamaban en casa. En 1959,
después de un embarazo un poco difícil, nació el tercer hijo del
matrimonio, Laura.
En 1961 esperaban el cuarto hijo. En agosto le escribe a su
amiga Mariuccia, que cuidaba a sus hijos en Courmayeur: “Te voy a

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contar lo que me ha sucedido. El martes, cuando Nando me estaba
reconociendo médicamente, advirtió que además del embarazo había
un tumor bastante voluminoso. Pensamos que era un quiste ovárico.
Fui al profesor Vitali, y aunque él nos confirmó en nuestras
sospechas, nos dijo que era mejor esperar quince días (...) Aquel día
por la mañana comencé a notar hemorragias. Me acosté
rápidamente, me pusieron inyecciones, bolsas de hielo y cesó la
hemorragia (...) Sin embargo, persistían los vómitos, y aunque el
profesor me dijo que podía haber sido una amenaza de aborto,
proseguí embarazada. Pero, más que esperar; es mejor que me
operen enseguida: lo han decidido para la semana que viene”.
Aquello le preocupaba, más que por su vida, por la de su
futuro hijo. Y antes de la intervención le dijo a su marido, al profesor
Vitali y a su hermano Ferdinando, su decisión: deseaba, antes que
nada, que durante la operación se protegiera la vida del niño; si era
preciso, por encima de la suya. Y le recordó al cirujano muy
claramente este deseo suyo antes de la operación. Antes de entrar en
el quirófano quiso confesar y comulgar. Durante la operación, el
médico encontró una masa de fibroma seroso uterino. Extirpó la masa
del fibroma, sin dañar la cavidad uterina, para hacer posible el
embarazo, en contra de la práctica normal, que procede a la
extirpación total, por los graves riesgos que reserva a la madre.
Gianna sabía, como buen médico, que una sutura practicada en los
primeros meses de embarazo, provoca con frecuencia una rotura del
útero, con un peligro mortal inmediato para la paciente en el cuarto y
quinto mes de embarazo. Poco después de la operación, el doctor le
dijo a Gianna: “Hemos salvado al niño”.
Volvió a su casa, y reemprendió la vida habitual,
perfectamente consciente de la gravedad de la situación en que se
encontraba. Sabía que esa operación podía costarle la vida a medida
que fuera avanzando el embarazo. Savina, la chica que le ayudaba en
las tareas de la casa, comentaba: “Era una gran persona. Siempre

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contenta. A pesar de la confianza que nos teníamos, no me quiso
decir nada del drama que estaba viviendo. Recuerdo que antes de
entrar en la clínica puso en orden, de forma meticulosa, todo lo que
tenía. Ordenó los cajones de los armarios. Hizo conmigo una
limpieza general que no estaba prevista. Y yo me preguntaba qué
estaría pensando”.
A mediados de marzo, un día en el que Pietro se dirigía a la
fábrica, Gianna lo retuvo durante unos instantes antes de salir de
casa: “Parece que la estoy viendo ahora. Estaba apoyada en el
mueble del vestíbulo de nuestra casa. Se me acercó y casi me
susurró: Pietro... te ruego... que si debes decidir entre mí y el niño,
que te decidas por el niño. No por mí ¡Te lo ruego! Así. Nada más.
Me sentí incapaz de decirle nada. Conocía muy bien a mi mujer; su
generosidad, su espíritu de sacrificio. Me fui de casa sin decir una
palabra”.
“Gianna no era”, dice Pietro “uno de esos tipos místicos que
piensan sólo en el Cielo y que viven es esta tierra creyendo que es
sobre todo un valle de lágrimas. Gianna era una mujer que sabía
disfrutar, en el buen sentido de la palabra, de las pequeñas y grandes
cosas que Dios nos concede también en este mundo”. Sin embargo,
“cuando se dio cuenta de la terrible coincidencia de su embarazo y
el desarrollo de un grueso fibroma su primera reacción, razonada,
fue la de pedir que el niño que llevaba en el seno se salvase”.
“No fue un suicidio”, sigue explicando Pietro. “Gianna
confiaba en la Providencia. La decisión de mi mujer fue el resultado
coherente de toda una vida. Una decisión cuyas raíces se encuentran
en los años de infancia. En su familia de origen. En la atmósfera
profundamente religiosa que le habían proporcionado siempre a ella
y a sus hermanos. No lo hizo porque esperase nada a cambio, ni
‘para irse al Cielo’. Lo hizo porque se sabía madre”.

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El 20 de abril, Viernes Santo, nació su hija Gianna. “Cuando
tuvo entre los brazos a nuestra criaturita — recuerda Pietro —, la
miró cariñosamente, con una mirada que muestra su indecible
sufrimiento por no poder gozar de ella, por no poder abrazarla y
verla más”.
Le diagnosticaron una peritonitis. Intentaron antibióticos,
drenajes. Todo inútil. Gianna se encontraba cada vez peor, pero no se
lamentaba. Comenzaron los días largos de su agonía. Pietro estaba
siempre a su lado.
“A mediodía del Viernes Santo —cuenta Pietro— comenzó su
Calvario y su martirio. El Sábado Santo tuvo, y todos nosotros con
ella, la alegría de una nueva criatura. El día de Pascua soportó unos
sufrimientos terribles, al igual que el Lunes y el martes después de
Pascua. La noche del martes fue la de su primera agonía, que superó
milagrosamente gracias a los cuidados de Nando y de Sor Virginia.”
Su unión con Dios se iba haciendo más y más intensa. Su gran
dolor era dejar huérfanos a sus hijos. Sus familiares decidieron que
sus hijos no fueran a verla en ese estado. Además Gianna reconoció:
“Me falta fuerzas y ánimos para volver a verles”. Los dolores
abdominales se volvieron cada vez más fuertes y terribles. Todos los
remedios fueron en vano. En un momento sufrió un colapso, que
parecía definitivo. El capellán no pudo ir, porque estaba llevando la
Comunión a unos enfermos. Su hermana Virginia le dio a besar un
crucifijo. Gianna lo apretó entre sus manos y lo besó.
“Estoy seguro –dice Pietro- que desde ese momento Gianna
no interrumpió su coloquio con el Señor. Pidió recibir al Señor en la
Eucaristía, al menos sobre los labios, incluso el jueves y el viernes,
cuando no podía tragar la Sagrada forma. Y repetía muchas veces:
¡Jesús te amo, Jesús te amo!
El viernes, después de una semana debatiéndose entre la vida
y la muerte, entró de nuevo en coma. Era el final. Decidieron llevarla

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a su casa el sábado a las cuatro de la mañana. En las habitaciones
contiguas dormían sus hijos: Pierluigi, Mariolina y Laureta. La
pequeña Gianna permanecía en la sala de Maternidad del Hospital.
Nunca sabremos si, a pesar de su situación, Gianna pudo oír las voces
de sus hijos al levantarse y el ruido del motor del coche en el que se
los llevaron hasta la casa de unos familiares. Mientras tanto, Pietro
permanecía a su lado.
“Gianna — recuerda su hermana, Madre Virginia, que había
regresado de la India para poder atenderla, “sólo raramente
manifestaba sus sufrimientos. Rechazó los calmantes para estar
consciente de lo que le sucedía a sí misma. No solo por esto, sino
también para estar lúcida en su relación con Jesús, a quien invocaba
constantemente”. “¡Si supieras cuanto alivio he recibido besando tu
Crucifijo! — le dijo Gianna. Sacaba la fuerza de su saber sufrir, de la
oración íntima manifestada en breves expresiones de amor y de
ofrecimiento: ‘Jesús, te amo – Jesús te adoro – Jesús, ayúdame –
Madre, ayúdame – María...’, seguidas de silenciosas reflexiones”.
Su hermano Fedinando había aceptado de Gianna el encargo
de avisarla cuando le llegara el momento de su muerte con una frase
prevista. Ferdinando no tuvo valor para cumplirlo: se lo encargó a la
Madre Virginia que, en el momento oportuno, le dijo a Gianna:
“Ánimo, Gianna, papá y mamá están en el Cielo y te esperan, ¿estas
contenta de ir allí?”. Madre Virginia recuerda: “En el movimiento de
sus pestañas se podía leer su completa y amorosa adhesión a la
Voluntad Divina, aun velada por la pena de deber abandonar a sus
queridos hijos tan pequeños. Gianna, como su Jesús, se entregó al
Padre”.
Falleció sin un gemido. Eran las ocho de la mañana del
sábado 28 de abril de 1962.
El papa Juan Pablo II la beatificó el 24 de abril de 1994, y la
canonizó el 16 de mayo de 2004 en la Plaza de San Pedro. En su

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homilía, con voz ya casi imperceptible, el papa que vivió la entrega
en el sufrimiento hasta el último día, dijo: “Del amor divino, Gianna
Beretta Molla fue una mensajera simple, pero significativa. Pocos
días antes de su matrimonio, en una carta a su futuro marido,
escribió: ‘El amor es el sentimiento más hermoso que el Señor ha
puesto en el alma de los hombres’. Sobre el ejemplo de Cristo que,
‘habiendo amado a los suyos... los amó hasta el fin’ (Juan 13,1), esta
santa madre de familia se mantuvo heroicamente fiel a su
compromiso asumido el día de su matrimonio. El sacrifico extremo
que la confirmó su vida manifiesta cómo sólo quien tiene el valor de
darse totalmente a Dios y a los hermanos se realiza a sí mismo. ¡Que
nuestra época pueda descubrir, a través del ejemplo de Gianna
Beretta Molla, la belleza pura, casta y fecunda del amor conyugal,
vivido como respuesta a la llamada divina”.

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LOS APUNTES DE GIANNA
Los escritos de Gianna, apuntes y cartas, son lo más significativo, precioso
y querido que conservamos de ella. Los apuntes fueron escritos por ella a mano
para sus charlas a las jóvenes de Acción Católica y, en menor parte, son
documentos y notas que se revieren a sus encargos de dirección dentro de la Acción
Católica. De los apuntes y propósitos escritos durante los retiros espirituales
emergen claramente las raíces profundas de su espiritualidad, de su gran fe, de su
espíritu de oración, de su confianza en la Providencia Divina, de su amor y su
respeto sagrado por la vida. Releyéndolos a la luz de su vida, de sus elecciones, de
su comportamiento, se ve claramente que todo lo que Gianna recomendó a las
jóvenes de Acción Católica lo ha vivido en ella misma con coherencia y coraje
hasta el final.

La oración
“La oración es la búsqueda de Dios que está en los cielos, y en todas
partes, porque es infinito...Quien no reza no puede vivir en gracia de
Dios.
Rezad, rezad bien, rezad mucho. No solo cuando tenemos necesidad
de gracias, no sólo para pedir. La verdadera oración es:
- la de adoración: reconocimiento de la bondad, del amor de
Dios;
- después, de agradecimiento: no soy nada, y sin embargo, soy
un cuerpo, tengo unos dones, todo es regalo tuyo – el mundo
lo has creado para mí. Veamos la mano de Dios en todo, y
démosle gracias;
- de perdón;

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- de petición: no sólo las cosas materiales, sino ‘buscad
primero el Reino de los Cielos’, la gracia, el Paraíso para
nosotros y para los demás.
Rezad y os santificaréis – os santificaréis – os salvaréis”
(Cuaderno de recuerdos durante los Ejercicios Espirituales, 1944-1948)

La devoción a la Virgen

Para la piedad de las jóvenes de Acción Católica, Gianna


recomienda con insistencia el rezo del Santo Rosario, y añade: “sin
la ayuda de la Virgen no se va al Paraíso”.
(Cuaderno de recuerdos durante los Ejercicios Espirituales, 1944-1948)

“Amar a la Virgen = confianza tierna en nuestras dificultades. La


Virgen es la Madre, no puede desatender nuestra petición”
(1947-1948)
A las nuevas Delegadas de las Niñas de Acción Católica:
“Quered a vuestras niñas, ved en ellas a Jesús Niño, y rezad mucho
por ellas, todos los días ponedlas bajo la protección de María
Santísima”
(1948)

El apostolado
“La condición más esencial de toda actividad fecunda y la
inmovilidad orante. El apostolado se hace, sobre todo, de rodillas. El
Señor desea vernos al lado de Él para comunicarnos, en el secreto
de la oración, el secreto de la conversión de las almas que se
acercan...

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No debería haber nunca una jornada en la vida de un apóstol en la
que no haya un tiempo determinado para un poco de recogimiento a
los pies de Dios...
Nosotros, en la Acción Católica, debemos dar cosas divinas a las
almas, no cosas humanas. Pero sucede que para poder dar debemos
tener, es decir, tenemos que poseer a Dios. uanto más se siente el
deseo de dar mucho, más se necesita acudir a la fuente que es Dios”.
(Lunes 11 de noviembre de 1946)
“¡Pretender ser apóstoles, formar parte de la Acción Católica, y no
participar después en el sacrificio del Salvador del mundo es pura
imaginación e ilusión! Acción Católica es Sacrificio, no lo
olvidemos. Debemos siempre aceptar los sacrificios que se nos
piden. No retirarse cuando lo que se nos pide hacer cuesta tiempo,
cuesta esfuerzo, cuesta sacrificio. A las personas tibias el Señor las
detesta. La ‘semigenerosidad’ Jesús no la quería”
(Lunes 30 de diciembre de 1946)

La vocación
“Todas las cosas tienen un fin particular. Todas obedecen a una ley:
las estrellas siguen su órbita, las estaciones se suceden de modo
perfecto. Todo se desarrolla por un fin preestablecido. Todos los
animales siguen un instinto natural. También a cada uno de nosotros
Dios ha señalado el camino, la vocación — más allá de la vida
física, la vida de la gracia...
De seguir bien nuestra vocación depende nuestra felicidad terrena y
eterna...
¿Qué es la vocación? Es un don de Dios — por tanto, viene de Dios.
Si es un don de Dios, nuestra preocupación debe ser conocer la
voluntad de Dios. Debemos entrar en ese camino:

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1) Si Dios quiere — no forzar nunca la puerta
2) Cuando Dios quiera
3) Como Dios quiera
Conocer nuestra vocación — ¿cómo?
1) Preguntar al Cielo con la oración
2) Preguntar a nuestro director espiritual
3) Preguntarnos a nosotros mismos — conociendo nuestras
inclinaciones
Toda vocación es una vocación a la maternidad – material –
espiritual – moral, porque Dios ha puesto en nosotras el instinto de
la vida.
El sacerdote es padre, las Hermanas son madres, madres de las
almas”.

(Cuaderno de recuerdos durante los Ejercicios Espirituales, 1944-1948)

La misión del médico


“Todos en el mundo trabajamos de alguna manera al servicio de los
hombres. Nosotros (médicos) directamente trabajamos sobre el ser
humano. Nuestro objeto de ciencia y de trabajo es el ser humano que
está delante de nosotros y nos habla de él mismo, y nos dice
‘ayúdame’, y espera de nosotros la plenitud de su existencia...
Nosotros tenemos oportunidades que el sacerdote no tiene. Nuestra
misión no ha terminado cuando las medicinas ya no sirven. Está el
alma, que hay que llevar a Dios, y nuestra palabra (de los médicos)
tiene autoridad. Todo médico debe llevarlo (al enfermo) al sacerdote.
¡Qué necesarios son estos médicos católicos!

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El gran misterio del hombre: él es un cuerpo, pero es también un
alma sobrenatural. Es Jesús (quien dice): quien visita al enfermo
‘me’ ayuda. Misión sacerdotal — como él (el sacerdote) puede tocar
a Jesús, así también nosotros (médicos) tocamos a Jesús en el cuerpo
de nuestros enfermos: pobres, jóvenes, viejos, niños.
Que Jesús se deje ver en medio de nosotros, y encuentre a muchos
médicos que se ofrezcan a sí mismos por Él. ‘Cuando hayáis
terminado vuestra profesión — si la habéis hecho — venid a gozar la
vida de Dios, porque estuve enfermo y me habéis curado’”.
(Bloque de recetas, 1950-1951)

La alegría
“El mundo busca la alegría, pero no la encuentra porque está lejos
de Dios. Nosotros, que hemos comprendido la alegría que viene de
Jesús, con Jesús en el corazón llevamos alegría. Él será la fuerza
que nos ayuda”
“El secreto de la felicidad es vivir momento a momento, y darle
gracias al Señor por todo lo que Él en su bondad nos manda día a
día”
(Cuaderno de recuerdos durante los Ejercicios Espirituales, 1944-1948)

El amor
“Amar quiere decir deseo de perfeccionarse ella misma, la persona
amada, superar el propio egoísmo, darse... El amor debe ser total,
pleno, completo, regulado por la ley de Dios, y se eterniza en el
Cielo”
(Cuaderno de recuerdos durante los Ejercicios Espirituales, 1944-1948)

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El amor y el sacrificio
“Amor y sacrificio están íntimamente ligados, como el sol y la luz.
No se puede amar sin sufrir, ni sufrir sin amar.
Mirad a las madres que aman de verdad a sus hijos pequeños:
¡cuántos sacrificios hacen, están dispuestas a todo, incluso a dar su
propia sangre para que sus bebés crezcan buenos, sanos, robustos!
¡Y Jesús no ha muerto quizá en la cruz por nosotros, por amor a
nosotros! Con la sangre del sacrificio se afirma y se confirma el
amor.
Cuando Jesús, en la S. Comunión, nos muestra su corazón herido,
¿cómo decirle que lo amamos si no hacemos sacrificios para unirlos
al suyo, para ofrecerlos por la salvación de las almas? Y, ¿cuál es la
manera mejor de practicar el sacrificio? La manera mejor consiste
en adorar la voluntad de Dios todos los días, en todas las cosas
pequeñas que nos hacen sufrir; decir, por todo lo que nos sucede:
‘¡Fiat, hágase: tu voluntad, Señor!’,¡ y repetirlo cien veces al día!
No son sólo las grandes penitencias: llevar el cilicio, ayunar, velar,
dormir sobre tabla, etc., las que hacen santas a las almas, sino que el
verdadero sacrificio es el de aceptar la cruz que Dios nos manda –
con amor, con alegría, con resignación...
‘Amemos la Cruz’, y recordemos que no estamos solas para llevarla,
sino que Jesús nos ayuda y en Él, que nos conforta, dice S. Pablo,
todo lo podemos”.
(1945-1946)

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Día de la Primera Comunión, Con sus hermanas y hermanos, el día de la ordenación de su hermano
iglesia de S. Grata Bergamo Giuseppe, 15 junio 1946
Alta, 4 abril 1928

Gianna en 1952 Hacia la cima del Monte Rossi, Con Pietro en la nieve, en Valtellina
verano 1952 (Sondrio), agosto 1955

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Día de la boda, Magenta, 24 Con Pietro y Pierluigi en Courmayeur Con Pierluigi y Mariola en Magenta,
septiembre 1955 (Aosta), verano 1957 diciembre 1957

Con Mariola y Laura en La pequeña Gianna Emmanuela, la Pierluigi, Mariolina, Laura y Gianna
Courmayeur (Aosta),1960 hija por quien dio su vida Gianna Emmanuela

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