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Otra de las afirmaciones que describe las miserias en el proceso penal es que el autor
asegura que el ejercicio del abogado “es un ejercicio espiritual saludable”, puesto que
el abogado comparte con su cliente las mismas necesidades de rogar por su cliente, la
obtención del triunfo al igual que la humillación de su cliente, pero evidentemente
una marcada diferencia y es que de este proceso el abogado obtiene sus beneficios,
pero lo esencial es que el abogado conozca a su cliente a profundidad para poder
brindarle el apoyo que éste necesita.
Este fragmento de la obra, me recuerda la entrevista con el Dr. Balcácer, cuando éste
expresaba que un buen penalista es aquel que conoce las vivencias en sí mismo de las
necesidades de la condición humana en la adversidad y muy especialmente el
penalista se coloca en el lugar del preso cuando se disputa su libertad, aun sintiendo
más pequeño delante del juez, la necesidad de la sobrevivencia hace las veces del
coach que además de entrenarte te anima a dar lo mejor de ti en nombre de tu cliente.