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Fascismo, Nazismo y Comunismo:

no olvidar

El Fascismo, el Nazismo y el Comunismo representan la misma línea autoritaria


con líderes mesiánicos, una ideología totalitaria, una política excluyente y militarización
de la sociedad. Combinaron el autoritarismo con el encuadramiento de masas,
desmantelaron todo sistema de partido y oposición al gobierno, eliminaron o compraron
a las elites susceptibles de constituir un peligro, confundieron el Estado y oposición, se
apoderaron de la sociedad civil dominando la vida privada de los ciudadanos, abolieron
la separación de poderes y la alternabilidad, en permanente violación de los Derechos
Humanos. Los tres sistemas políticos e ideológicos se expresaron después de la Segunda
Guerra Mundial, con modelos de partidos únicos, regímenes dictatoriales, la absoluta
centralización del poder y el total control de la sociedad, con la sistemática represión y la
continua propaganda. Fue fundamental el culto a la personalidad y el sentido mesiánico
del Líder.
Alemania Nacional Socialista todo se fundamentó en la raza aria como pivote del
orden político y social, la diplomacia se empeñó en construir el Tercer Reich con el
concepto del espacio vital, reaccionando frente al Tratado de Versalles. En el caso de
Italia la política no se basó en la humillación por la derrota. Roma legitimaba su
diplomacia tratando de revivir el viejo Imperio Romano y su extensión en el norte de
África. En Rusia los bolcheviques impusieron su disciplina revolucionaria, desde 1920
como partido único, con la economía en manos del Estado y total centralización. Rusia
no tenía tradición cultural liberal y pasó de una dictadura autoritaria arcaica a una
dictadura totalitaria que parecía moderna.

Comunismo, Fascismo y Nazismo trataron de establecer un nuevo orden con la


violencia y la guerra. La historia comenzaba a partir de ellos y con sus líderes
fundamentales.

En el Nazismo y en el Fascismo el pueblo y la raza fueron factores fundamentales,


como la clase obrera en el Comunismo, por eso rechazaban el pluralismo, cualquier
consulta electoral era totalmente controlada. En los tres el enemigo externo fueron
Estados Unidos y las democracias occidentales. No concibieron un orden jurídico
internacional, y se pronunciaron contra las organizaciones internacionales, negando
principios como el de la solución pacífica de controversias y la inviolabilidad de los
tratados. Buscaron una diplomacia de posibilismo y relativismo extremo, con alianzas en
función de los intereses hegemónicos de la potencia.

En el Fascismo, Nazismo y Comunismo trataron de asaltar el poder por la fuerza


pero llegaron al poder con la legalidad electoral, en los casos de Alemania e Italia, y con
la revolución en Rusia. Mussolini llegó al poder en 1922 como presidente del Consejo,
desde allí perfeccionó la simbiosis del gobierno con el Estado. Hitler en 1933 desde el
poder abolió las formulas democráticas. Para el Duce y para el Führer, como para el
camarada Stalin, con sus camisas negras, sus camisas pardas o sus camisas rojas, todo era
en función de un hombre nuevo y un Estado nuevo, aunque en el comunismo el origen y
el desarrollo del totalitarismo fueron de manera diferente. Lenin en los años 20 al 21,
instauró el partido único y prohibió la oposición parlamentaria, proclamó la dictadura del
proletariado y el capitalismo de Estado. En Rusia fue más fácil porque se pasó del
autoritarismo zarista al comunista sin ninguna experiencia democrática liberal, fue fácil
modelar la inmensa Rusia en la ideología marxista. Stalin perfeccionó ese sistema
dictatorial. De los campos de concentración se pasó a los Gulags.

En Italia el Fascismo dejó aspectos liberales, el Rey continuó representando al


Estado y los militares con cierta independencia, pero en 1926, se excluyeron a los
diputados de la oposición y en 1939 la Cámara de Diputados se convirtió en
representación solo de los miembros del Fascismo, y todo el poder absoluto para
Mussolini como jefe de gobierno, primer ministro y secretario de Estado, asignándole al
líder un sentido de trascendencia y legitimidad casi religiosa. En el caso alemán, llegando
legalmente al poder Hitler como canciller, fue monopolizando todos los poderes,
desconoció a los jueces y el incendio al Parlamento provocado por él le permitió disolver
el Congreso. Desde ese momento gobernó por decreto, bajo la excusa de proteger al
pueblo y al Estado. Así consolidó su poder policial y militar, incluyendo la pena de muerte
por alta traición, sabotaje y desorden público.

Tres expresiones del mismo totalitarismo. Regímenes autoritarios que algunos


quisieran resucitar en estos tiempos donde la democracia llegó para quedarse para
siempre.

TOTALITARISMO, COMUNISMO, NAZISMO Y FASCISMO

El fascismo como descalificador genérico


En el lenguaje cotidiano y político, apostrofar como “fascismo” las prácticas autoritarias
de las dictaduras y hasta las actitudes autoritarias en un régimen democrático se ha
convertido en un lugar común. Calificarlas de “comunismo” sería políticamente
incorrecto –cuando no incorrecto a secas-; de “nacional-socialismo” una extravagancia,
y de totalitarismo o proto-totalitarismo despertaría inmediatamente los rápidos reflejos
reactivos del socialismo, que tiene muy claro que el solo empleo de la palabra hace entrar
al marxismo en la zona de peligro, y a quien la utiliza, en el campo enemigo. ¿Por qué
una variante atenuada del totalitarismo como el fascismo –singular desde el punto de vista
histórico y geográfico- es presentada como el arquetipo de la teratología social?
Previniendo críticas de quienes desconocen el pensamiento crítico, no hay en estos
párrafos el menor asomo de intento de rehabilitación del fascismo, sino un análisis
objetivo y un desenmascaramiento de las razones de la denunciada deformación. Es hora
de que muchos superen el temor a los denuestos de la izquierda, por decir las cosas con
claridad. Más fácil y más cómodo es entrar en su juego, y calificar a todo lo que no nos
gusta de “fascismo”. Eso es, cuando no cobardía ideológica, una muestra de ignorancia.
El fascismo italiano –originado, no nos olvidemos, en el socialismo marxista- fue una
versión “a la italiana” del totalitarismo, mucho menos criminógena que el nazismo, del
que dependía al punto que la “colaboración militar” del Eje se convirtió en una real
ocupación de Italia por el ejército alemán. No puede generalizarse como el mayor de
todos los males, al que ciertamente fue una versión segundona –afortunadamente para
Italia- y carente de la demencial convicción del nacional-socialismo. La recurrente
caracterización como arquetipo de una dictadura de antaño –comparativamente menos
sangrienta- no excusa a los liberticidas de hogaño.
Nazismo y fascismo
Por lo pronto, salta a la vista para el observador menos avisado la brecha enorme entre el
grado de criminalidad y opresión del nacional socialismo (nazismo) y el fascismo italiano.
La persecución sistemática de los judíos no existió en la Italia fascista, como lo señala
Hannah Arendt : “Suecia, Italia y Bulgaria, al igual que Dinamarca, resultaron inmunes
al antisemitismo…Italia y Bulgaria sabotearon las órdenes alemanas y emprendieron un
complicado juego de engaños y trampas que les permitió salvar a sus judíos…Los nazis
sabían muy bien que tenían mayor afinidad con la versión del comunismo aplicada por
Stalin que con el fascismo italiano. Y por su parte, Mussolini no tenía excesiva confianza
en Alemania ni demasiada admiración por Hitler…el mundo en general nunca
comprendió las profundas y decisivas diferencias existentes entre las formas de gobierno
totalitario, por una parte, y el fascismo, por otra. Diferencias que en ningún caso se
pusieron tan de relieve como en el tratamiento de la cuestión judía…el sabotaje de los
italianos a la Solución Final adquirió proporciones verdaderamente graves (2), debido
principalmente a la influencia que Mussolini ejercía en otros gobiernos fascistas de
Europa, es decir en la Francia de Pétain, la Hungría de Horthy o la Rumania de
Antonescu. Si Italia podía salirse con la suya y dejar de asesinar a sus judíos, los países
satélite de Alemania igual podían intentarlo…Incluso los antisemitas italianos más
convencidos parecían incapaces de tomarse en serio la persecución de los judíos…La
explicación de lo anterior es que Italia era uno de los pocos países europeos en que todas
las medidas legislativas antisemitas fueron altamente impopulares…Este
comportamiento de los italianos difícilmente podrá explicarse tan solo alegando las
circunstancias objetivas...para los italianos era el resultado del general y casi
automático sentido humanitario de un pueblo antiguo y civilizado”.
Por supuesto que el fascismo italiano tenía pretensiones totalitarias. Pero no llegó jamás
a acercarse al carácter liberticida y asesino serial del nazismo y del comunismo. Entonces,
¿por qué de fenómeno doméstico –con caracteres diferentes en lo ideológico- ha sido
elevado a una categoría genérica, englobadora del nazismo, del franquismo en España y
de las diversas dictaduras militares de derecha?
Porque permite la dilución de regímenes cuantitativamente hipercriminales y
cualitativamente totalitarios –como el nazismo y comunismo- en un concepto abarcador
que tiene la virtud de excluir al comunismo en sí de toda repulsa general.
Comunismo y totalitarismo
La Unión Soviética no es mirada hoy –después de su implosión- como un modelo a seguir,
pero tampoco es objeto de un repudio y alusión permanente como arquetipo del mal. Si
la razón para no hacerlo esbozada por algunas almas piadosas siempre dispuestas a
perdonar los crímenes de la izquierda es que cayó en 1989, ¿por qué no se dice lo mismo
del fascismo, derrotado hace casi 70 años? El motivo real es que para el “progresismo”
socialista, las verdades incómodas deben ser silenciadas. A lo sumo, el estalinismo es
presentado como la desviación de un ideal primigeniamente puro, lo que permite
presentar con rasgos respetables al marxismo-leninismo y al trotskismo. Pero los horrores
de la Unión Soviética, de China comunista, de la Camboya de Pol Pot, de la Etiopía de
Mengistu, ¿son todas perversiones?
Quienes tenemos algunos años más, recordamos que la imagen para el mercado externo
del maoísmo era el retorno a la prístina pureza de una doctrina, contra las desviaciones
“burocráticas” del modelo soviético. La “revolución permanente” venía a sustituir al
esclerosado “socialimperialismo”. Afortunadamente para el pueblo chino, ese gigantesco
infierno fue sustituido desde Deng Xiao Ping por un infierno o purgatorio menor, que no
deja de ser dictatorial y con frecuencia criminal, pero cuyo aburguesamiento y conversión
al capitalismo han atenuado las características más sangrientas del período previo.
La lectura del libro “Cisnes Salvajes” (3), escrito por una ex guardia roja y referido a la
era maoísta, muestra la disolución de la individualidad en la ideología omnipresente: la
reorganización no sólo de las instituciones sino de la vida de las personas (pág. 128), la
condena al apego a la familia como hábito burgués (págs. 128 y 207), el concepto de que
toda cuestión personal era a la vez una cuestión política (pág. 128), la autocrítica impuesta
(pág. 129, 159, 160) como una forma de anular la individualidad, la necesidad de obtener
autorización para un “todo” no especificado como elemento fundamental del régimen
comunista (pág. 132), la búsqueda de la total sumisión de los pensamientos individuales
-no sólo la obediencia externa- a los dictados del Partido y de Mao (pág. 160), el rechazo
al pasado burgués, que conducía a estigmatizar a familias enteras (págs. 160), el fomento
de la delación (pág. 169), la persecución del pensamiento independiente, aun proveniente
de comunistas convencidos, acusándolos de “conspiración contrarrevolucionaria” (pág.
193), el control total de los medios de comunicación por el partido comunista (pág. 193),
la implacable persecución de las personas por su pasado individual o familiar (págs. 193
y 204), la hambruna provocada por la irracionalidad económica del “gran salto adelante”
(págs. 218-238), por decenas de millones (pág. 237), el culto a Mao (págs. 256-264), la
lectura cotidiana obligatoria de su Pequeño Libro Rojo (pág. 279) acompañado del miedo
y la autocensura (pág. 263), el adoctrinamiento político en la vida escolar (pág. 269), la
violencia colectiva por los jóvenes guardias rojos como instrumento del terrorismo de
Estado (pág. 286) contra los “enemigos de clase” (ág. 287), el odio antiburgués al punto
de considerarse sospechosa la amabilidad, los buenos modales y el respeto de los mayores
(pág. 293), las golpizas y asesinatos a profesores “burgueses” por ser demasiado exigentes
o excesivamente cultos (págs. 296-297), al punto que se había instaurado el “imperio de
la ignorancia” (pág. 515); los trabajos forzados, inclusive para las mujeres (págs. 396-
397), los tormentos, el deliberado abandono médico e inclusive el suministro de
medicamentos que pudieran matar a los pacientes (págs. 402-403), el aislamiento cultural
(pág. 489), el aliento e instrumentalización de los peores sentimientos como la envidia, el
rencor, el odio y la conversión de muchos individuos corrientes en verdugos y
torturadores, a diferencia de las dictaduras en que tales menesteres son encomendadas a
“profesionales” (pág. 515).
El jacobinismo y los orígenes del totalitarismo marxista-leninista
Para quienes consideren que los ejemplos soviético y chino –sumemos el de Camboya
bajo Pol Pot, el de Etiopía con Mengistu, el de Cuba con Fidel Castro- son
particularidades que no empequeñecen ni desvirtúan la pureza inmarcesible de un ideal –
aunque sus víctimas se cuenten por millones- es hora de que desmitifiquemos a aquél.
Los revolucionarios de octubre de 1917 –así como los revolucionarios de 1848 y de la
comuna parisina de 1871- se proclamaban herederos de los jacobinos, como lo destacaba
Juan José Sebreli aun en su período de marxista, pero ya crítico. En “El hombre rebelde”
(4) Albert Camus –incuestionablemente hombre de izquierda, pero que nunca sacrificó la
verdad en el altar de la ideología- desmenuza los gérmenes totalitarios y criminales de la
revolución francesa, comenzando con “el asesinato público de un hombre débil y bueno”
(pág. 113), como el rey Luis XVI. Es con la etapa jacobina de la revolución que por
primera vez se da una coartada ideológica, disfrazando de virtud, al terrorismo y al
asesinato estatal (p. 117) –lo que hoy se llamaría terrorismo de Estado- la criminalización
de las facciones (p. 118), de la crítica como traición (pág. 119). Hasta los que gozan, y
sobre todo ellos, son contrarrevolucionarios (p.120).
Juan José Sebreli (5) pone de manifiesto que la revolución francesa “no solamente
proporcionó el modelo de revolución total, llevada hasta sus últimas consecuencias, sino
que también dio origen al jacobinismo, es decir a la dictadura de una minoría de
vanguardia que impone el terrorismo de Estado”. En su obra -de recomendable lectura,
aunque todavía no se ha quitado el lastre de su adscripción a Marx y su intento de
conciliarlo con Hegel, hegelianizando a Marx y marxistizando a Hegel- denuncia el
carácter totalitario del jacobinismo (obra citada, p. 192): el delirio paranoico contra los
enemigos (p. 192), la sospecha institucionalizada (p. 192), el fomento de la denuncia de
“contrarrevolucionarios” (p. 193), incluidos los parientes de emigrados (p. 192), el
adoctrinamiento público (p. 194), el partido único (p. 195). El jacobinismo inspiró tanto
a Marx, como a Lenin (obra citada, págs. 186-187), y a su turno a Trotsky, quien al
escribir una apología del terrorismo de Estado se vinculaba a los jacobinos de 1793 (pág.
189).
La herencia terrorista y totalitaria fue recibida sin beneficio de inventario por Lenin, quien
sin empacho manifestaba que “hay que estar dispuesto a…utilizar…todas las
estratagemas, la astucia, estar decididos a ocultar la verdad, con el único fin de penetrar
en los sindicatos y realizar en ellos, a pesar de todo, la tarea comunista” . Lenin “…ha
querido expulsar la moral de la revolución, indiferente a la inquietud, las nostalgias y la
moral” . “Una justicia lejana…obliga a aceptar la injusticia, el crimen y la mentira…hay
que matar toda libertad”.
Y Lenin no era un hereje respecto de sus númenes inspiradores. Engels, con la aprobación
de Marx, escribió en respuesta a Bakunin: “La próxima guerra mundial hará que
desaparezcan de la superficie de la tierra no solamente clases y dinastías reaccionarias,
son también pueblos reaccionarios enteros” .
Ya instaurado el comunismo, desapareció todo vestigio de libertad, y mucho antes de la
etapa estalinista. Como apuntaba Camus (“El hombre rebelde”), la sociedad del
socialismo real destroza a la amistad –que en su concepción tradicional, es la amistad de
las personas…la solidaridad particular- en beneficio de una abstracción como “la amistad
de las cosas”, una “amistad en general, amistad con todos, que supone, cuando debe
asegurarse, la denuncia de cada uno”. Nuevamente vemos la sospecha y la delación
convertidas en virtudes sociales (pág. 222).
En el totalitarismo soviético, “…los fieles son invitados regularmente a extrañas fiestas
en las que…víctimas llenas de contrición son ofrecidas en ofrenda al dios histórico” (p.
227). Su utilidad consiste “en impedir la indiferencia en materia de fe. Es la
evangelización forzosa” (p. 227). En la sociedad burguesa “se presume que todo
ciudadano aprueba la ley. En la “sociedad objetiva” se presume que todo ciudadano la
desaprueba…La culpabilidad no está ya en el hecho, sino en la simple ausencia de fe” (p.
227). “En el régimen capitalista, el hombre que se dice neutral es considerado favorable,
objetivamente, al régimen. En el régimen del Imperio, el hombre neutral es considerado
hostil, objetivamente, al régimen” (p. 227).
¿Acaso el fascismo es inocente?
Algún cuestionador de estos párrafos querrá ver en ellos una defensa del fascismo. Nada
sería más errado e injusto. El fascismo –con su versión local del peronismo, tan bien
señalada por Pablo Giussani- (10) es totalitario en su concepción ideológica –no
olvidemos que Mussolini empezó en el socialismo marxista- pero en los hechos, distó
sideralmente de la criminalidad de los totalitarismos mayores, y de la supresión absoluta
de la sociedad civil.
El padre de Benito Mussolini era socialista, y a principio del siglo 20 militó en el ala
sindicalista revolucionaria del Partido Socialista Italiano y fue editor del semanario “La
Lotta di Classe” ('La lucha de clases').
Su vuelco al nacionalismo belicista se produjo con su participación en la primera guerra
mundial. Pero puede afirmarse sin equivocación que sus concepciones totalitarias
provienen del socialismo, aunque luego lo reprimiera ferozmente y aprovechase el miedo
al socialismo y al comunismo para hacerse del poder. Sin embargo, jamás llegó a los
niveles de matanzas masivasa y supresión de las libertades que caracterizaron al nacional
socialismo y al comunismo.
¿Es pertinente efectuar distinciones, si hubo asesinato de opositores, supresión de
libertades y embarcó a su país en aventuras bélicas o en una guerra imperialista, como la
de Etiopía? Por cierto que nada, absolutamente nada, justifica al fascismo italiano, pero
no es válido erigirlo en el arquetipo del mal, ni reducir la criminalidad nazi a la categoría
de “fascismo”. Llamar “fascismo” a todo lo que para la izquierda huela a derecha o a
capitalismo permite olvidar los crímenes del comunismo y diluir la singularidad perversa
de la Shoah en una categoría más amplia que sería una suerte de “superestructura
ideológica” –para emplear términos marxistas- del capitalismo, es decir de la empresa
privada. Además, tiene la ventaja de que, sin mucho esfuerzo, posibilita englobar dentro
del término genérico “fascismo” a todos los gobiernos –incluso socialistas- del Estado de
Israel.
Sería indicador de mala fe o de estupidez ver en estos párrafos una defensa larvada del
fascismo. Pero me resisto a que, so capa de “antifascismo”, el socialismo marxista se
ubique en la vereda del “bien”, de la moral pública y del progreso. Así como se apropió
de la expresión “derechos humanos”, parecería que el progreso le pertenece, pues se
proclaman “progresistas” los defensores de regímenes que sojuzgan las libertades y hacen
retroceder décadas a los países, cuando se imponen plenamente. Me resisto igualmente a
admitir la medrosa actitud de la clase política vernácula, que teme confrontar en el terreno
de las ideas con el socialismo liberticida.

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