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“Ningún rasgo aislado, ni todos los rasgos juntos, determinan el comportamiento por sí solos. Las condiciones del momento también son decisivas... exigen una forma especial de respuesta adaptativa, que
quizá nunca volverá a ser requerida precisamente del mismo modo (pág. 330). Nunca se encontrará una coherencia perfecta y tampoco hay que esperar encontrarla... Las más profundas congruencias de la
conducta sólo aparecen después de un estudio intensivo de la organización de cada personalidad... Los rasgos a menudo entran en acción en un tipo de situación y no en otros; no todos los estímulos son
equivalentes en eficacia” (Allport (1937)
Este es el marco teórico alternativo y al mismo tiempo complementario a los planteamientos basados en el concepto de rasgo de personalidad. A pesar de que Allport
es uno de los más significados representantes del análisis de la personalidad y sus manifestaciones comportamentales a partir del concepto de rasgo, la aparente
contradicción se debe a que con frecuencia no se diferencia el nivel de discurso teórico, y el uso del mismo en la práctica.
Gran parte de las críticas formuladas al concepto de rasgo, se deben al empleo que de tales conceptos se ha hecho en la investigación, en la evaluación e intentos por
explicar y predecir la conducta:
1. La conducta de las personas no es tan consistente y semejante en las distintas situaciones, como se predice desde el entendimiento de la personalidad como
conjunto de rasgos que caracterizan a cada individuo y que se expresa como la tendencia relativamente estable a comportarse de forma similar en distintas
situaciones. Nuestra conducta varía de una situación a otra en función de las demandas específicas, y pese a ello, nos seguimos reconociendo como la misma
persona, no se desdibuja nuestro sentido de la propia identidad y lo mismo sucede a quienes nos observan. Desde la psicología del rasgo se ha apelado a razones
de tipo metodológico (posibles diferencias individuales en consistencia, problemas de medida insuficiente muestreo de conductas o situaciones, etc.) para
defender que la norma es la consistencia, mientras la variabilidad conductual sería la excepción.
2. Los rasgos de personalidad son sólo abstracciones, unidades globales elaboradas a partir de promedios de conducta (observación de la conducta en un amplio
rango de situaciones) que no responden a ningún caso concreto, y dan por supuesto que el rasgo significa lo mismo para cada persona y viene definido por el
mismo tipo de conductas.
3. El rasgo no permite predecir el comportamiento de un individuo en una situación específica. El rasgo traduce una tendencia generalizada a comportarse de
forma semejante en la mayoría de las situaciones, permite hacer predicciones promediadas (aplicables a distintas situaciones) y hacer predicciones de conducta
acontextuales, al entender que el determinante esencial de la conducta es la personalidad, y la situación sería accesoria. Se esperaría que una persona
extravertida se comporte de manera extravertida en cualquier situación, pero la simple observación de la conducta, nos muestra que en unas ocasiones se
comporta de manera consistente con lo que entendemos por extraversión, pero en otras tal vez se comporte de manera diferente.
4. Los rasgos nos dicen poco del papel que en la conducta específica, tienen las características idiosincráticas del individuo, ya que estas influyen en la conducta
en función, al mismo tiempo, de las características específicas de la situación. Así, serían útiles con finalidad taxonómica pero no para predecir conductas
específicas ni tendencias comportamentales aplicables indistintamente a cualquier situación.
A estas cuestiones se intenta dar respuesta desde los planteamientos sociocognitivos, que se basan en que “la discriminabilidad de la conducta y la complejidad de las
interacciones individuo‐sugieren la conveniencia de focalizarse más específicamente en el modo en que la persona elabora y maneja cada situación particular, en vez de
intentar inferir los rasgos que tiene generalmente”:
• Se sugiere una conceptualización diferente de los elementos que integran la personalidad y de las interrelaciones existentes entre los mismos que permiten
hablar de la personalidad como un sistema.
• Delimitando el papel de la situación en la explicación de la conducta.
• Ofrecen el marco de referencia desde el que explicar y predecir la conducta individual, atendiendo al mismo tiempo a las circunstancias específicas en que en
cada momento se desarrolla la conducta.
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Para entender qué es la personalidad y cómo ésta se expresa en formas de conducta peculiares de cada individuo, es necesario que entender que el ser humano no es
un receptor pasivo de la estimulación externa, sino que elige y genera el escenario en que se va a desarrollar su conducta. Las personas difieren en la
forma en que categorizan las situaciones en que se encuentran, interpretando y dando significado a los distintos indicios presentes en las mismas.
Una misma situación objetivamente definida, puede tener significados Variables que definen el conjunto de recursos • capacidad de simbolización
absolutamente diversos para dos personas diferentes, o para una misma persona personales desde los que la persona se enfrenta a • capacidad de anticipación
en dos momentos distintos, porque la acción de la situación vendrá modulada por la situación y pone en marcha el proceso dinámico • valores, intereses, metas y proyectos vitales
las variables y el proceso (fundamentalmente de naturaleza afectiva y cognitiva), que define y caracteriza cualquier manifestación de • sentimientos, emociones y estados afectivos
que definen esencialmente la personalidad del individuo. comportamiento (Mischel, 1973, 2004; Mischel y • mecanismos y procesos de autorregulación
Shoda, 1995, 2008; Smith y Shoda, 2009):
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consecuencias y fenómenos que señalan determinados estímulos especialmente significativos presentes en la situación. El individuo aprende que ciertos
estímulos predicen ciertos acontecimientos, estando su conducta determinada por la anticipación de los acontecimientos que señalan tales estímulos,
cuyo valor predictivo depende de la particular historia de aprendizaje del individuo y del significado que éste le otorga.
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interacción y afrontamiento. El modo en que percibimos y valoramos la realidad y a nosotros mismos va cambiando constantemente en función de los resultados
(positivos, negativos o neutros) que vamos alcanzando con nuestra conducta.
Unidades globales versus contextuales
Cuando calificamos a una persona con un determinado rasgo de personalidad (ansiedad, optimismo, rigidez…) nos basamos en la frecuencia o intensidad medias con la
que presenta determinadas formas de conducta, que asumimos como características del rasgo. Este procedimiento es congruente con la idea de la conducta es
relativamente estable, porque así lo es la estructura de personalidad. Sin embargo, la conducta no es tan estable, la tendencia media de comportamiento no refleja
realmente la especificidad de la conducta que el individuo desarrolla en las diversas situaciones. El promedio de conducta puede no responder a ninguna de las formas
de comportamiento observadas en situaciones específicas. De hecho puede haber dos personas con idéntico nivel en un determinado rasgo y que difieran:
• En el modo en que responden a las distinta situaciones.
• En el perfil que muestran sus conductas en el rango de situaciones.
• En la estabilidad con que presentan tales perfiles peculiares y auténticamente distintivos de cada una de estas personas.
Los rasgos, como categorías “globales”, pueden orientan para conocer la posición relativa de un individuo con relación a su grupo normativo, pero para entender cómo
se comporta un individuo con esa característica ante situaciones concretas y explicar la conducta individual en contextos específicos son más útiles: Las características
y procesos que caracterizan el mundo psicológico del individuo.
• Las interrelaciones y organización existentes entre los mismos.
• El modo en que hace frente a las peculiares demandas que cada situación le plante.
Estas características y requerimientos de la situación activan, inhiben o no afectan diferentes procesos. El resultado de esta interacción altera potencialmente tanto los
procesos y dinámica (sistema global) existente en el individuo como la propia situación, creándose un nuevo escenario persona x situación.
Aunque nos sigamos percibiendo como la misma persona y sigamos reconociendo en los demás a las mismas personas en distintos momentos y contextos:
Nuestra conducta no es la misma en todas las situaciones.
• Aunque dos personas sean muy parecidas y las categoricemos asignándoles el mismo peso en las mismas dimensiones básicas de personalidad puede que
no se comporten siempre de la misma forma.
• La conducta está condicionada por las características del individuo, pero la situación tampoco es un mero accidente. La conducta refleja el esfuerzo
adaptativo del individuo, por hacer frente desde los propios recursos a las demandas cambiantes de la situación en un proceso continuo de transacción
codeterminante. Tanto la persona como la situación se ven modificadas al mismo tiempo por la conducta desarrollada. Ni la persona, ni la situación siguen
siendo las mismas tras cada momento de conducta, entendida ésta como un flujo constante de interrelación persona‐ambiente por hacer frente a la
situación, encontrar el modo adecuado en cada caso para satisfacer las demandas de la situación y al mismo tiempo nuestros objetivos y proyectos.
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Congruencia personalidad‐situación
El término “contextualización” para referirnos a la conducta, se está haciendo referencia a la interrelación entre personalidad y características específicas de la situación; pero no de cualquier situación (como
implícitamente se esperaría desde el entendimiento de la personalidad como disposición generalizada de conducta), sino de aquéllas que son congruentes con la naturaleza de la disposición de personalidad;
aquéllas en las que el individuo ve una oportunidad para desarrollar sus competencias y hacer realidad los proyectos y objetivos que se ha trazado y pretende alcanzar. Orom y Cervone (2009): estudia el
efecto que sobre el nivel de autoeficacia mostraban los sujetos en diversas situaciones sociales, en función del grado de congruencia existente entre las características de la situación y atributos personales
que el sujeto identificaba como definitorios de su personalidad.
La hipótesis fue que los sujetos mostrarían relativamente altos y bajos niveles de autoeficacia para actuar en situaciones que juzgaban eran de gran relevancia para características personales positivas
(«fortalezas», puntos fuertes) y negativas («debilidades», defectos, puntos débiles), respectivamente, definitorias de su personalidad; mientras que tales diferencias en autoeficacia desaparecerían en
situaciones que los sujetos percibían de gran relevancia para características de personalidad, positivas y negativas, pero que no les definían a ellos mismos.
El procedimiento idiográfico de evaluación empleado, cada sujeto:
1. Señaló la característica positiva y negativa más definitorias de su personalidad (xj “autocontrolado y perezoso”), junto a otras dos características de personalidad, positiva y negativa, que
no le describían en absoluto (por ejemplo, “sociable y nervioso”).
2. Trabajando con un conjunto de situaciones de carácter social (ejemplo, “estar en una reunión con personas que no conoce”), evaluó el grado en que cada característica personal
(autorreferente o no), identificada en el paso anterior, era relevante (tenía influencia sobre la conducta en la situación) para explicar la conducta en cada una de tales situaciones.
3. Finalmente, valoró el grado en que se creía capaz (nivel de autoeficacia) de llevar a cabo determinada conducta en las situaciones evaluadas previamente (xj, “si se encuentra en una fiesta
en la que no conoce a la mayoría de la gente, ¿en qué medida se cree capaz de animar la fiesta contando anécdotas o chistes?”).
Resultados: en primer lugar, el nivel de autoeficacia con que se perciben los sujetos para llevar a cabo la conducta difiere significativamente,
si se encuentran en una situación estrechamente relacionada con características personales, positivas o negativas, definitorias de sí mismos.
Los sujetos creen tener mayor capacidad para realizar la conducta, cuando se encuentran en una situación en la que la característica que
les define como «punto fuerte» de su personalidad es un factor que facilita la conducta; lo contrario sucede, cuando uno se enfrenta a
situaciones en las que el «defecto» que más caracteriza su personalidad perjudica la conducta, dificulta su realización (Figura 9.3). Tal
diferenciación no es significativa, cuando la asociación se establece entre características de la situación y características, positivas y
negativas, de personalidad que el sujeto no considera descriptivas y definitorias de su propia personalidad. Estos datos, por último,
refuerzan la idea de que cualquier manifestación de conducta es expresión de la interrelación entre aspectos del individuo y características
de la situación. Para entender la conducta debe hacerse desde el contexto en que la misma tiene lugar. Esta interrelación, añadimos ahora,
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Coherencia comportamental
La personalidad presenta una notable estabilidad a lo largo de la vida, tanto en términos de diferencias individuales, como términos absolutos, pues aunque se producen
cambios, suelen ser de pequeña magnitud. Sin embargo, la estabilidad de la personalidad no siempre se traduce en estabilidad comportamental.
La conducta del individuo puede variar de un momento a otro y de una situación a otra. Sin embargo, seguimos identificándonos como la misma persona, aceptando las
diversas expresiones conductuales como propias, y los demás siguen reconociéndonos como la misma persona pese a la variabilidad conductual.
Para entender esta cuestión hay que tener presente que la existencia de regularidad y continuidad en la conducta:
1. Es central en el propio concepto de personalidad: la personalidad hace referencia a la existencia de patrones regulares de conducta, en base a los cuales se
define característica y diferencialmente a cada individuo.
2. Es un factor decisivo para el desarrollo y mantenimiento del sentimiento de propia identidad. Uno se define a sí mismo a partir de la observación de su
conducta en diversas situaciones, pero para que esta observación le permita elaborar una imagen armónica de sí mismo, es preciso poder establecer nexos
de continuidad entre unas manifestaciones conductuales y otras
3. Es una condición importante para poder anticipar y predecir la propia conducta y la de los demás, propiciando el desarrollo de conducta adaptativa. La
conducta es en gran medida reflejo de la personalidad, pero la personalidad no es un conjunto de tendencias generalizadas de conducta, independientes
del contexto (como con frecuencia y de manera sesgada se la ha entendido en la investigación dominada por la psicología de rasgos), sino que se define
esencialmente, por el dinámico sistema de interrelaciones codeterminantes entre procesos psicológicos y factores ambientales, desde el que el individuo
se relaciona con el entorno. La presencia de perfiles estables de covariación situación‐conducta, es la que define y permite predecir la conducta como
relaciones de contingencia, que identifican las condiciones y circunstancias en que es más probable la ocurrencia de uno u otro tipo de conducta. La
personalidad de un individuo se expresa a nivel conductual en el patrón particular con el que sus conductas y experiencias varían en función de la situación
de forma sistemática y predecible, así, la observación del patrón de relaciones de contingencia situación‐conducta permite conocer la dinámica de
interrelaciones entre procesos cognitivos, afectivos y motivacionales, que configura la personalidad del individuo. Estas relaciones de contingencia
identifican la relación de codependencia entre características de la situación, contexto o circunstancias en que se encuentran la persona y la forma específica
de conducta con que responde a las mismas. Puede indicarse mediante expresiones conectivas (por ejemplo si… entonces…) mediante las que se establece
la asociación entre conducta y situación o la conducta y algún estado interno del individuo. Las reglas condicionales recogen la variabilidad situacional y
explican la plasticidad y variabilidad discriminativa observables en la conducta.
Así, una persona puede describir su conducta diciendo «si (o, «siempre que», o «cuando») estoy con personas desconocidas, (entonces) me siento nervioso» y, al mismo tiempo, puede indicarnos que, en
cambio, «cuando estoy con personas que conozco, me siento a gusto y charlo animadamente con todo el mundo»; o bien, «me comporto de manera condescendiente con las personas que creo tienen
autoridad, porque quiero ganarme su apoyo».
Lo que caracteriza a la personalidad es esta flexibilidad adaptativa, asociada a la capacidad discriminativa del ser humano, que se traduce en patrones de estabilidad y
variabilidad, que se van consolidando y estabilizando a partir de las experiencias por las que cada uno va pasando en el curso de su desarrollo, introduciendo coherencia
en el comportamiento, que varía de un contexto a otro de forma pautada y predecible,
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Por ejemplo, dos personas con igual promedio de conducta (desde la psicología de rasgos, calificadas con igual nivel en el rasgo de personalidad del que tal conducta es indicadora) pueden diferir
significativamente, en la frecuencia o intensidad con que realizan dicha conducta en distintas situaciones. Si nos preguntásemos por qué se comportan como lo hacen, el conocer que a ambas las caracteriza
por igual el rasgo en cuestión nos serviría de poco, ya que, pese a ser iguales, en términos de rasgo, se comportan, sin embargo, de manera claramente distinta.
A modo de ilustración, en la Figura 9.4 se representan los perfiles de conducta hipotéticos de dos personas, así como el perfil medio del grupo
normativo de referencia. La observación de la gráfica pone de manifiesto que la tendencia promedio de respuesta (la puntuación media en
conducta de ambos sujetos es idéntica, y lo que las diferencia es el patrón de relaciones situación‐conducta que caracteriza a cada una. Difieren
de manera significativa en el tipo de situaciones que activa su conducta, probablemente porque las perciben y valoran de manera diferente [A1
y A2 vs. C1 y C2], mientras no difieren entre sí, ni del promedio grupal en aquella otra situación [B] que probablemente resulta irrelevante para
ambos, o al menos como un factor no diferencialmente distintivo como inductor de la conducta analizada.
Puede observarse también, que en la conducta de ambos sujetos existe un hilo conductor, coherencia, que se refleja en el hecho de que la
conducta se presenta en aquellas situaciones funcionalmente similares [que reúnen unos mismos ingredientes, características significativas
psicológicamente para el individuo; este es el caso de las situaciones A1 (Entrevista importante de empleo) y A2 (Dar una conferencia ante
personas que no conoce), por una parte, y C1 (Esperando a someterse a una intervención quirúrgica) y C2 (Ser tomado como rehén en un
atraco), por otra]. El sujeto A presenta la conducta fundamentalmente cuando la situación comparte las características definitorias de las
situaciones hipotéticas A1 y A2, pero no en las situaciones C1 y C2; el patrón inverso presenta el sujeto B.
Al analizar los elementos que, para cada individuo, tienen en común aquellas situaciones activadoras frente a aquellas que parecen inhibir la
conducta y los procesos psicológicos implicados en cada caso. Una misma conducta puede tener significados distintos en función del contexto.
De esta forma, la observación de los cambios de conducta según la situación, puede permitirnos identificar, qué procesos psicológicos están
implicados en cada caso, qué busca satisfacer el sujeto, cómo percibe la situación, a qué configuración estimular está respondiendo. A partir
de esta evidencia y en la medida en que tales observaciones se repitiesen en un número representativo de situaciones
y ocasiones, podríamos predecir ante qué tipo de situaciones presentará en el futuro la conducta en estudio cada una de estas dos personas. Mientras que si hubiésemos tomado como base de predicción el
promedio observado de la conducta, la probabilidad de efectuar una predicción acertada disminuye sensiblemente, ya que, de hecho, en este ejemplo hipotético, el valor medio sólo se corresponde con el
valor real de conducta ante la situación B (Pasear por un parque público), precisamente aquella en la que no difieren ambos sujetos y que parece menos relacionada con la conducta en estudio.
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En lugar de sistemas integrados de compresión de la personalidad, existen dos marcos de referencia teóricos hegemónicos:
1. Personalidad como conjunto de predisposiciones de conducta existentes en el individuo, que se manifiestan en conducta estable y consistente (teorías de
rasgos, teorías disposicionales, estructurales o centrada en la variable)
2. Personalidad como sistema integrado por variables y procesos psicológicos que en interacción con la situación en que se desarrolla la conducta, genera
patrones discriminativos de conducta coherentes y predecibles (teorías sociocognitivas, sociocognitivas‐afectivas, acercamiento interaccionistas, teorías
basadas en el análisis de los procesos de interrelación dinámica que tienen lugar a nivel intraindividual y los que se desarrollan entre la persona y la
situación, o teorías centradas en la persona).
Hay quienes sostienen que la integración es imposible, por ser planteamientos epistemológicamente incompatibles.
En los últimos años se vienen formulando propuestas como las que sugieren elaborar tipologías basadas en procesos y perfiles de conducta; o las que invitan a
explorar las interrelaciones existentes entre aspectos estructurales y dinámicos de la personalidad, para mejorar el entendimiento de la naturaleza de la personalidad.
El acercamiento tipológico
Estudiar e identificar la personalidad de un sujeto supone concentrarse en la configuración y organización peculiar que las variables y procesos psicológicos, presentan
en tal individuo. Este análisis idiográfico no impide elaborar tipologías a partir de la agrupación de aquellos individuos que comparten una misma o muy similar,
configuración de variables personales, que a su vez, en interacción con el contexto, se traduciría en similares perfiles de conducta discriminativa.
Los prototipos expresados tradicionalmente mediante rasgos, se basan en promedios de conducta acontextuales (ya que al promediar la conducta observada en una
serie de situaciones, se ha eliminado el posible efecto diferencial de cada situación). La observación de perfiles estables de covariación contingente situaciónconducta,
nos permiten recoger la idiosincrasia tanto del individuo, como de la situación.
Las características de personalidad que definen cada “tipo” identifican una “configuración única” de atributos, posibilitando así el acercamiento a la “unicidad” de la
persona, reconociendo al mismo tiempo los aspectos comunes a todos los individuos. El enfoque tipológico viene a hacerse eco de la evidencia que muestra que cada
individuo es en parte único, pero también en parte importante parecido a los otros individuos.
“El acercamiento tipológico identifica categorías de individuos basadas en la particular configuración de las características que les definen, proporcionando así un punto
de unión entre la investigación puramente centrada en las variables (acercamiento de rasgos) (que hace énfasis en las características en las que se parecen y difieren las
personas) y la investigación centrada esencialmente en la persona (planteamiento sociocognitivo) (que hace énfasis en el patrón único de características existente dentro
de cada individuo) Sólo mediante la combinación de ambos acercamientos logrará la psicología de la personalidad alcanzar su último objetivo: prestar atención al carácter
único de la persona, reconociendo al mismo tiempo las comunalidades existentes entre los individuos” (Robins y cols. (1996).
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Resumen y conclusiones
En la introducción al presente capítulo nos planteábamos cuestiones relativas, en primer lugar, a la conceptualización de la personalidad, cuáles son los elementos y procesos dinámicos
que la integran; en segundo lugar, nos preguntábamos por el papel que en el entendimiento y explicación del comportamiento tiene el contexto situacional en que se desarrolla la
conducta en cada momento concreto; en tercer lugar, se planteaba la cuestión acerca de la posibilidad de predecir la conducta individual y el alcance que tal predicción podría tener;
finalmente, se abría el interrogante acerca de posibles líneas por donde podría discurrir la teoría e investigación en el próximo futuro. En resumen y respondiendo a estas cuestiones, en
este capítulo se recogen las siguientes ideas:
1. A partir del reconocimiento del carácter activo del ser humano, el acercamiento sociocognitivo hace énfasis en la naturaleza sistémica de la personalidad, integrada por un
conjunto dinámicamente interrelacionado de capacidades, recursos y procesos cognitivos, afectivos, motivacionales y autorreguladores, desde los que el individuo en un proceso
constante de interacción recíproca con las diversas situaciones que le rodean en cada momento dirige su comportamiento.
2. Este proceso continuo de interacción dinámica recíproca entre los recursos que configuran la personalidad y entre esta y las peculiares características de las circunstancias en
que en cada momento se desarrolla la conducta, se refleja en perfiles idiosincrásicos de comportamiento situación‐conducta que vienen a constituir la auténtica seña de identidad de la
personalidad de cada individuo.
3. Desde esta perspectiva se entiende que las personas pueden diferir en el contenido de los elementos básicos integrantes de la personalidad; en el tipo de situaciones ante las
que estos elementos se activan o inhiben en un dinámico proceso de interacciones recíprocas; en la naturaleza y configuración de estos procesos de interacción entre los recursos
personales, por un lado, y entre estos y las características de la situación, por otro; en el modo en que peculiarmente responden a las demandas situacionales; y, finalmente, en el grado
de estabilidad del perfil de comportamiento que caracteriza a cada uno.
4. En este contexto, parece claro que el entendimiento del peculiar estilo de comportamiento que define y caracteriza a cada persona, pasa por el reconocimiento de la naturaleza
contextual de la conducta y de la interrelación recíproca continua entre los recursos personales y las específicas características de la situación; la conducta se da en un contexto específico
y es manifestación del esfuerzo adaptativo del individuo para satisfacer sus necesidades y objetivos de comportamiento teniendo en cuenta al mismo tiempo las demandas y
requerimientos de la situación concreta a la que se enfrenta en cada momento.
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