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Apuntes, lecciones 9 - apuntes de personalidad,


directamente hechos del libro
Psicología de la Personalidad (UNED)
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Psicología de la Personalidad Tema 9. Aproximaciones sociocognitivas al estudio de la personalidad


UNED 2014‐2015 Sonia García Vizuete
Tema 9. Aproximaciones sociocognitivas al estudio de la personalidad

“Ningún rasgo aislado, ni todos los rasgos juntos, determinan el comportamiento por sí solos. Las condiciones del momento también son decisivas... exigen una forma especial de respuesta adaptativa, que
quizá nunca volverá a ser requerida precisamente del mismo modo (pág. 330). Nunca se encontrará una coherencia perfecta y tampoco hay que esperar encontrarla... Las más profundas congruencias de la
conducta sólo aparecen después de un estudio intensivo de la organización de cada personalidad... Los rasgos a menudo entran en acción en un tipo de situación y no en otros; no todos los estímulos son
equivalentes en eficacia” (Allport (1937)
Este es el marco teórico alternativo y al mismo tiempo complementario a los planteamientos basados en el concepto de rasgo de personalidad. A pesar de que Allport
es uno de los más significados representantes del análisis de la personalidad y sus manifestaciones comportamentales a partir del concepto de rasgo, la aparente
contradicción se debe a que con frecuencia no se diferencia el nivel de discurso teórico, y el uso del mismo en la práctica.
Gran parte de las críticas formuladas al concepto de rasgo, se deben al empleo que de tales conceptos se ha hecho en la investigación, en la evaluación e intentos por
explicar y predecir la conducta:
1. La conducta de las personas no es tan consistente y semejante en las distintas situaciones, como se predice desde el entendimiento de la personalidad como
conjunto de rasgos que caracterizan a cada individuo y que se expresa como la tendencia relativamente estable a comportarse de forma similar en distintas
situaciones. Nuestra conducta varía de una situación a otra en función de las demandas específicas, y pese a ello, nos seguimos reconociendo como la misma
persona, no se desdibuja nuestro sentido de la propia identidad y lo mismo sucede a quienes nos observan. Desde la psicología del rasgo se ha apelado a razones
de tipo metodológico (posibles diferencias individuales en consistencia, problemas de medida insuficiente muestreo de conductas o situaciones, etc.) para
defender que la norma es la consistencia, mientras la variabilidad conductual sería la excepción.
2. Los rasgos de personalidad son sólo abstracciones, unidades globales elaboradas a partir de promedios de conducta (observación de la conducta en un amplio
rango de situaciones) que no responden a ningún caso concreto, y dan por supuesto que el rasgo significa lo mismo para cada persona y viene definido por el
mismo tipo de conductas.
3. El rasgo no permite predecir el comportamiento de un individuo en una situación específica. El rasgo traduce una tendencia generalizada a comportarse de
forma semejante en la mayoría de las situaciones, permite hacer predicciones promediadas (aplicables a distintas situaciones) y hacer predicciones de conducta
acontextuales, al entender que el determinante esencial de la conducta es la personalidad, y la situación sería accesoria. Se esperaría que una persona
extravertida se comporte de manera extravertida en cualquier situación, pero la simple observación de la conducta, nos muestra que en unas ocasiones se
comporta de manera consistente con lo que entendemos por extraversión, pero en otras tal vez se comporte de manera diferente.
4. Los rasgos nos dicen poco del papel que en la conducta específica, tienen las características idiosincráticas del individuo, ya que estas influyen en la conducta
en función, al mismo tiempo, de las características específicas de la situación. Así, serían útiles con finalidad taxonómica pero no para predecir conductas
específicas ni tendencias comportamentales aplicables indistintamente a cualquier situación.
A estas cuestiones se intenta dar respuesta desde los planteamientos sociocognitivos, que se basan en que “la discriminabilidad de la conducta y la complejidad de las
interacciones individuo‐sugieren la conveniencia de focalizarse más específicamente en el modo en que la persona elabora y maneja cada situación particular, en vez de
intentar inferir los rasgos que tiene generalmente”:
• Se sugiere una conceptualización diferente de los elementos que integran la personalidad y de las interrelaciones existentes entre los mismos que permiten
hablar de la personalidad como un sistema.
• Delimitando el papel de la situación en la explicación de la conducta.
• Ofrecen el marco de referencia desde el que explicar y predecir la conducta individual, atendiendo al mismo tiempo a las circunstancias específicas en que en
cada momento se desarrolla la conducta.

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• Pretenden conjugar la evidencia de “coherencia‐regularidad‐predictibilidad” de la conducta, la “variabilidad y discriminabilidad” de la misma, apelando a la


“capacidad discriminativa” como una de las competencias más netamente humanas.
Conceptualización de la personalidad

Para entender qué es la personalidad y cómo ésta se expresa en formas de conducta peculiares de cada individuo, es necesario que entender que el ser humano no es
un receptor pasivo de la estimulación externa, sino que elige y genera el escenario en que se va a desarrollar su conducta. Las personas difieren en la
forma en que categorizan las situaciones en que se encuentran, interpretando y dando significado a los distintos indicios presentes en las mismas.
Una misma situación objetivamente definida, puede tener significados Variables que definen el conjunto de recursos • capacidad de simbolización
absolutamente diversos para dos personas diferentes, o para una misma persona personales desde los que la persona se enfrenta a • capacidad de anticipación
en dos momentos distintos, porque la acción de la situación vendrá modulada por la situación y pone en marcha el proceso dinámico • valores, intereses, metas y proyectos vitales
las variables y el proceso (fundamentalmente de naturaleza afectiva y cognitiva), que define y caracteriza cualquier manifestación de • sentimientos, emociones y estados afectivos
que definen esencialmente la personalidad del individuo. comportamiento (Mischel, 1973, 2004; Mischel y • mecanismos y procesos de autorregulación
Shoda, 1995, 2008; Smith y Shoda, 2009):

Elementos y unidades básicas integrantes de la personalidad


Capacidad de simbolización
El individuo, durante su desarrollo cognitivo, mediante las experiencias de aprendizaje, va adquiriendo información sobre sí mismo, su conducta, el mundo que le rodea
y las relaciones existentes entre estos factores. Este proceso no es estático, sino que lo que se adquiere es la capacidad para generar estrategias cognitivas y conductuales,
acordes con las nuevas situaciones en que en cada momento se encuentre. Entre distintas personas, hay diferencias en la competencia que poseen para generar
estrategias cognitivas y de conducta, pero también en las estrategias concretas que ponen en juego en las distintas situaciones, con los recursos que poseen. A la hora
de estudiar a la persona, lo que interesa saber es “qué puede hacer con los recursos que posee” más que “qué características le definen”.
Las personas difieren en las transformaciones cognitivas (atención selectiva, interpretación y categorización) que introducen en la estimulación, cuyo impacto sobre
el individuo queda modulado por tales estrategias cognitivas, es decir, codifican y agrupar la estimulación que reciben de modos distintos. Las personas atienden a
diferentes indicios informativo y utilizan distintos constructos a la hora de pensar y buscar una explicación sobre sí mismas y el mundo que las rodea, es decir los
constructos personales son marcos de referencia significativos, en función de los cuales el individuo categoriza los distintos acontecimientos a los que se enfrenta,
incluido él mismo y su conducta. Estos filtros se estabilizan en el repertorio cognitivo del individuo ya que son adaptativos (permiten al individuo afrontar las distintas
situaciones con ciertas posibilidades de éxito, predecir el comportamiento de los demás y anticipar las consecuencias del propio), al establecer cognitivamente el mapa
de relaciones posibles entre su conducta y las circunstancias ambientales en que ésta se produce.

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Mediante el manejo de símbolos el individuo puede recrear el escenario de conducta, ensayar estrategias de solución de problemas, considerar posibles consecuencias
de conductas alternativas, recorrer toda la secuencia de contingencias necesarias para el logro de los planes que desearía alcanzar, lo que concede una gran libertad ante
las demandas objetivas de la situación. Esta capacidad de simbolización dirige en gran medida nuestra conducta.
Rara vez la situación está tan claramente estructurada, como para que sea percibida y valorada de igual forma por la mayoría de las personas. Lo más frecuente es que
cada uno se posicione de manera idiosincrásica ante las diversas situaciones, valorándolas en base a la percepción que se tenga de los propios recursos de conducta y
del grado en que las alternativas de respuesta disponibles contribuyan irá al logro de los objetivos fijados como guías de conducta.
Esta capacidad de simbolización explica que podamos enfrentarnos de forma adaptativa a situaciones nuevas o que podamos aprender por la observación de la
asociación conducta‐consecuencias de otros (algo característico de los seres humanos): qué conductas son apropiadas para la situación y qué consecuencias suelen
acompañar a las diferentes formas de conducta. La representación mental de estos esquemas relacionales conducta‐consecuencias explica que los resultados que los
demás obtienen por su conducta sirvan como reforzadores de la propia, o que compartamos la reacción emocional de otra persona sin necesidad de pasar directamente
por la experiencia que aquella esté atravesando. Este valor adaptativo de los procesos de construcción y categorización de la realidad (incluido el propio concepto de sí
mismo) explicaría el carácter relativamente estable y generalizado de los mismos.
Capacidad de anticipación
Las personas categorizan las situaciones y ponen en marcha diferentes conductas, guiadas por el conjunto de expectativas que el individuo posee acerca de las
consecuencias previsibles asociadas a las distintas alternativas de respuesta posibles en cada situación determinada. Estas expectativas posibilitan al individuo anticipar
contingencias futuras, aspecto esencial para entender la vida motivacional y emocional de los individuos.
La conveniencia de introducir esta variable nos permite explicar por qué distintos individuos se comportan de modo diferente ante una misma situación, y también
por qué, algunas veces, los individuos se comportan de un modo no esperable por las características objetivas de la situación. En ambos supuestos, la conducta de cada
persona vendrá condicionada por el modo peculiar como interpreta las características y requerimientos de la situación a la que se enfrenta y por las consecuencias que
espera obtener o evitar con su conducta, de forma que con mayor probabilidad pondrá en marcha aquella conducta que maximice los potenciales beneficios y minimice
las posibles consecuencias negativas asociados a cada forma de conducta con la que cuente en su repertorio comportamental.
Se pueden distinguir dos tipos de expectativas:
1. Las vinculadas a los resultados previsibles de la conducta: cuando el individuo afronta una situación lo hace habitualmente desde expectativas
generalizadas a partir de las consecuencias de su conducta en situaciones anteriores similares. Tales expectativas generalizadas suelen ser el principal
determinante de la conducta, moduladas por la información adicional de la situación concreta, que genera expectativas específicas
Cuando la situación es específica o infrecuente, el individuo, aunque inicialmente se acerque a la misma desde expectativas generalizadas, rápidamente
serán sustituidas por las específicas, al contacto con la nueva situación, y la conducta vendrá determinada por ellas.
La disponibilidad y empleo de expectativas generalizadas permiten predecir las consecuencias previsibles de nuestra conducta. Para ello es preciso que sean
suficientemente flexibles y permeables para ir incorporando los cambios en función de cada nueva situación.
2. Las relacionadas con las consecuencias asociadas a determinados estímulos presentes en la situación. Cuando hablamos de conducta, implicamos
siempre el conjunto estímulos‐información, de modo que el complejo estimular incide sobre el individuo en función de su significación, pero también varía
la información y el valor predictivo que poseen para el individuo. Las expectativas que desarrolla una persona acerca de las posibles consecuencias de su
conducta se establecen a partir del conjunto estimular que configura la situación pero, al mismo tiempo, la conducta puede ser modulada por las posibles

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consecuencias y fenómenos que señalan determinados estímulos especialmente significativos presentes en la situación. El individuo aprende que ciertos
estímulos predicen ciertos acontecimientos, estando su conducta determinada por la anticipación de los acontecimientos que señalan tales estímulos,
cuyo valor predictivo depende de la particular historia de aprendizaje del individuo y del significado que éste le otorga.

Valores, intereses, metas y proyectos vitales


Otro determinante importante de la conducta concreta que el individuo desarrolla en cada caso es el valor que uno concede a las consecuencias de su conducta y el de
los acontecimientos a los que se enfrenta. El carácter positivo o negativo que las personas asignan en cada caso se establece por la capacidad que tales acontecimientos
tienen para inducir estados emocionales positivos o negativos (de su valor funcional como refuerzo o incentivo que poseen para cada persona. Las personas se esforzarán
por llevar a cabo una determinada conducta en la medida en que les resulte atractiva y les posibilite la obtención de resultados asumibles en el esquema de valores que
cada uno defiende y que definen su proyecto vital. Este entramado motivacional influye y condiciona de forma importante el modo en que el individuo percibe, interpreta
y valora la realidad, los objetivos que se propone, las estrategias que empleará para lograr tales objetivos y el modo en que hará frente a los obstáculos y dificultades
que pueden interponerse en su esfuerzo por alcanzar las metas propuestas.

Sentimientos, emociones y estados afectivos


El estado emocional actúa como filtro de la información que se procesa sobre el entorno y sobre sí mismo. Una persona con un estado anímico negativo, valorará una
situación como más amenazante, se verá menos competente para afrontarla, y de hecho lo hará con conductas menos eficaces y adaptativas.

Mecanismos y procesos autorreguladores


La conducta está guiada en mayor medida por mecanismos de autorregulación que por los estímulos exteriores, salvo en aquellas ocasiones en que la fuerza de los
factores externos alcanza tal intensidad y significación que el individuo se siente incapacitado para encauzar su conducta por vías diferentes a las que cabría predecir a
partir del simple conocimiento de la naturaleza de los factores externos.

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Estos procesos de autorregulación consisten en la elaboración o incorporación por parte del individuo de un conjunto de reglas de contingencia que dirigen su conducta
en ausencia de presiones situacionales externas inmediatas. Tales reglas especifican qué tipo de conducta resulta más apropiado en función de las demandas que
plantea la situación concreta, los niveles de ejecución que la conducta debe lograr y las consecuencias del logro
o fracaso en alcanzar tales estándares de conducta (niveles de ejecución trazados o propuestos por el propio
individuo).

La personalidad como sistema Las personas difieren:


1. En el contenido de los procesos psicológicos (unidades básicas de personalidad) que condicionan el
modo específico y peculiar con el que cada uno se posiciona según la situación.
2. En el tipo de situaciones y circunstancias en que tales unidades se activan, así como en la facilidad
con que se activan cuando el individuo se encuentra en las circunstancias apropiadas, cuando existe
congruencia o se produce convergencia entre las características definitorias de la persona y las de la
situación o contexto en que tiene lugar la conducta.
3. En el sistema organizado de interrelaciones entre tales procesos psicológicos, desde el que el
individuo se enfrenta a las demandas de la situación, dando lugar a perfiles idiosincrásicos de
conductas estables y predecibles. Es la mayor fuente de diferencias.
Desde esta perspectiva, es importante conocer cómo percibe el individuo la situación a la que se enfrenta,
pero se entenderá mejor su conducta si además se conoce:
• Qué tipo de expectativas se activan en tales circunstancias.
• Cómo valora sus recursos y competencias para hacer frente a esa situación concreta que percibe con unas connotaciones específicas. Cómo reacciona
emocionalmente en tales circunstancias.
• Qué tipo de objetivos e intereses defiende.
• En qué medida las alternativas de las que cree disponer en tal contexto le permiten avanzar de la forma más eficaz posible en sus proyectos vitales.
La conducta será la consecuencia de la ponderación de cada uno de estos factores, y la persona pondrá en marcha un determinado curso de
acción si:
1. Percibe que la situación le brinda la oportunidad de alcanzar determinados objetivos.
2. Cree que posee los recursos y competencias necesarios para hacer frente a la situación y llevar a cabo la conducta necesaria y apropiada.
3. Anticipa la satisfacción que le producirá el logro de tales objetivos.
En parecidas circunstancias puede bastar que otra persona perciba que no tiene recursos suficientes para hacer frente a la situación o que la conducta requerida entra
en conflicto con otros valores e intereses que tienen en su vida, para que evite tal situación o desarrolle una forma de conducta claramente diferente La secuencia global
de conducta debe entenderse como un entramado dinámico en el que los distintos procesos que configuran las “unidades de análisis de la personalidad” están
continuamente interaccionando recíprocamente entre sí y con las características de la situación; y que va cambiando precisamente como efecto del mismo proceso de

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interacción y afrontamiento. El modo en que percibimos y valoramos la realidad y a nosotros mismos va cambiando constantemente en función de los resultados
(positivos, negativos o neutros) que vamos alcanzando con nuestra conducta.
Unidades globales versus contextuales
Cuando calificamos a una persona con un determinado rasgo de personalidad (ansiedad, optimismo, rigidez…) nos basamos en la frecuencia o intensidad medias con la
que presenta determinadas formas de conducta, que asumimos como características del rasgo. Este procedimiento es congruente con la idea de la conducta es
relativamente estable, porque así lo es la estructura de personalidad. Sin embargo, la conducta no es tan estable, la tendencia media de comportamiento no refleja
realmente la especificidad de la conducta que el individuo desarrolla en las diversas situaciones. El promedio de conducta puede no responder a ninguna de las formas
de comportamiento observadas en situaciones específicas. De hecho puede haber dos personas con idéntico nivel en un determinado rasgo y que difieran:
• En el modo en que responden a las distinta situaciones.
• En el perfil que muestran sus conductas en el rango de situaciones.
• En la estabilidad con que presentan tales perfiles peculiares y auténticamente distintivos de cada una de estas personas.
Los rasgos, como categorías “globales”, pueden orientan para conocer la posición relativa de un individuo con relación a su grupo normativo, pero para entender cómo
se comporta un individuo con esa característica ante situaciones concretas y explicar la conducta individual en contextos específicos son más útiles: Las características
y procesos que caracterizan el mundo psicológico del individuo.
• Las interrelaciones y organización existentes entre los mismos.
• El modo en que hace frente a las peculiares demandas que cada situación le plante.
Estas características y requerimientos de la situación activan, inhiben o no afectan diferentes procesos. El resultado de esta interacción altera potencialmente tanto los
procesos y dinámica (sistema global) existente en el individuo como la propia situación, creándose un nuevo escenario persona x situación.
Aunque nos sigamos percibiendo como la misma persona y sigamos reconociendo en los demás a las mismas personas en distintos momentos y contextos:
Nuestra conducta no es la misma en todas las situaciones.
• Aunque dos personas sean muy parecidas y las categoricemos asignándoles el mismo peso en las mismas dimensiones básicas de personalidad puede que
no se comporten siempre de la misma forma.
• La conducta está condicionada por las características del individuo, pero la situación tampoco es un mero accidente. La conducta refleja el esfuerzo
adaptativo del individuo, por hacer frente desde los propios recursos a las demandas cambiantes de la situación en un proceso continuo de transacción
codeterminante. Tanto la persona como la situación se ven modificadas al mismo tiempo por la conducta desarrollada. Ni la persona, ni la situación siguen
siendo las mismas tras cada momento de conducta, entendida ésta como un flujo constante de interrelación persona‐ambiente por hacer frente a la
situación, encontrar el modo adecuado en cada caso para satisfacer las demandas de la situación y al mismo tiempo nuestros objetivos y proyectos.

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La personalidad como disposición de conducta
El valor de la personalidad como disposición de conducta (tendencia a comportarse de determinada forma), se mantiene en los planteamientos sociocognitivos, aunque

Teorías de rasgo Planteamientos sociocognitivos


La personalidad (como Se expresaría en conducta consistente transituacionalmente Se refleja en la tendencia a presentar patrones discriminativos estables
disposición de conducta) situaciónconducta
Contexto específico en que tiene lugar la No es importante La conducta presentará variabilidad en consonancia con las cambiantes demandas de la
conducta situación
La conducta Pretendidamente consistente y estable Se habla de coherencia más que de consistencia
La observación Nos permite identificar los rasgos y por extensión la estructura de Al observar los patrones estables contextualizados y discriminativos de conducta del
personalidad que le sirve de base individuo, permito identificar el sistema dinámico de interrelaciones existentes entre los
diversos procesos psicológicos que constituyen los elementos estructurales básicos de la
Personalidad.
el término disposición se entienda de diferente forma a como lo hace en las teorías de
rasgo.
Ejemplos de investigación Dinámica relacional entre factores personales y
situacionales
Estudio de Mendoza‐Denton, Ayduk, Shoda y Mischel (1997): se analiza el tipo de cogniciones y emociones que diferenciaban a aquellas personas que estuvieron de acuerdo o en desacuerdo con el veredicto
dictado en el proceso judicial contra O.J. Simpson (famoso jugador de futbol americano, de color, que fue acusado de haber asesinado a su esposa y que tras un largo y complejo proceso fue declarado no
culpable).
El análisis de las más significativas opiniones y argumentos empleados por los sujetos para justificar su acuerdo o desacuerdo con el veredicto, así como el tipo de reacción emocional que suscitó en cada
grupo, mostró que la situación global considerada (juicio y veredicto), aun siendo la misma para todos los sujetos, activó, sin embargo, todo un conjunto de creencias, valores y sentimientos (unidades
cognitivo‐afectivas expresadas en las diversas opiniones) diferente en unos sujetos y otros, que suscitan reacciones emocionales igualmente diferenciadas y que, a la postre, llevan a unos sujetos a mostrarse
de acuerdo con el veredicto y a otros en desacuerdo.
La consideración de las intercorrelaciones existentes entre estos elementos cognitivos, afectivos y emocionales, puso de manifiesto un sistema de relaciones peculiar y distintivo de quienes apoyaban o
rechazaban la resolución del proceso judicial: para aquellos que estaban de acuerdo con el veredicto, el núcleo argumental estaba constituido por la convicción de que la evidencia disponible era muy
cuestionable, junto a la creencia de que la policía era racista. En torno a estos dos elementos giraban otros argumentos y sentimientos, expresados en frases como, «se procesó a Simpson porque es negro»,
«el jurado ha sido muy valiente y honesto» o «se ha hecho justicia», y que, en su conjunto, llevaban al sujeto al convencimiento de que el veredicto había sido correcto; razón, finalmente, por la que se
sentían satisfechos y contentos. Todos estos elementos estaban correlacionados positivamente, sugiriendo la mutua activación de los mismos, estaban, a su vez, negativamente correlacionados con elementos
expresados en frases como, «Simpson era agresivo» o «puedes comprar la libertad con dinero», sugiriendo la presencia de relaciones inhibitorias entre uno y otro conjunto de elementos cognitivo‐ afectivos.
Aquellos que rechazaban el veredicto, por su parte, presentaban una estructura de interrelaciones activadoras e inhibitorias entre estos elementos cognitivo‐afectivos y su repercusión emocional,
esencialmente opuesta a la descrita como definitoria del otro grupo. Pensaban que «no se había tenido en cuenta la abrumadora evidencia existente contra Simpson»; en su opinión, «el jurado no había sido
muy competente», «el sistema judicial no funcionaba»; todo ello, en consecuencia, les llevaba a creer que el veredicto había sido incorrecto y por ello se sentían tristes y enfadados.

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Interrelaciones recíprocas entre persona, situación y conducta


Downey, Freitas, Michaelis y Khouri, (1998): se analiza el papel que determinados procesos psicológicos juegan como facilitadores del desarrollo de conducta hostil; las circunstancias en que tal asociación
se establece y, finalmente, cómo la propia reacción hostil propicia la creación de un nuevo escenario de conducta que va a reforzar la actuación de los procesos psicológicos desde los que se inició la secuencia
conductual. La idea central que guía esta investigación es, que el modo en que uno percibe una determinada situación, activa una serie de expectativas, emociones y sentimientos, que pueden desencadenar
conductas que, a su vez, crean situaciones congruentes con las expectativas y creencias iniciales, en un ciclo reactivo que podría llevar a reforzar el modo en que se interpretan las circunstancias que nos
rodean y la manera en que se reacciona a las mismas. Recoge, así, el proceso continuo de interacción entre los “procesos psicológicos” puestos en juego por el individuo, “variables de la situación” y
“conducta2,(“la profecía autocumplida”): cuando uno piensa que algo le va a ir mal, se comporta a continuación de manera tal que, de hecho, las cosas terminan saliéndole mal.
En este estudio se plantea que las personas que perciben una situación inicialmente neutra como de «rechazo», pueden poner en marcha conductas hostiles que ayudan a crear una nueva situación
auténticamente de rechazo, reforzando, de este modo, la creencia y percepción que tenían de la situación inicial. En el contexto de las relaciones interpersonales, por ejemplo, el que una persona [A] perciba
rechazo en la otra persona [B], aunque objetivamente no exista, puede llevarle a comportarse agresivamente con ella (criticándola, acusándola de hechos en los que se apoya para percibir rechazo, etc.), lo
que puede provocar que el interlocutor [B], ahora sí, muestre cualquier otra forma de conducta que objetivamente podría ser calificada como de rechazo. Esta nueva situación creada en respuesta a la
anterior provocación (injustificada para el interlocutor [B]), vendría a reforzar el modo en que inicialmente la persona [A] percibía, interpretaba y valoraba la conducta de [B], incrementando la conducta
agresiva que, a su vez, suscitaría igualmente un incremento en respuesta hostil por parte de [B] que, entre otras formas posibles, podría conducir a la ruptura de la relación con [A].
En la investigación de Downey y cols (1998), se contrasta el comportamiento de sujetos que diferían en el grado de rechazo que percibían en una situación de interacción con otra persona (se analizó el modo
en que los miembros de las parejas que integraban la muestra del estudio, analizaban y discutían conjuntamente sobre distintos tópicos que habían identificado previamente como conflictivos en sus
relaciones) y las consecuencias que tal comportamiento generó.
Antes de la situación de discusión sobre los tópicos propuestos, no había diferencias en el nivel de enfado que manifestaban
las parejas de ambos tipos de sujetos (quienes percibían rechazo en sus relaciones con otras personas y aquellos que perciben
la relación interpersonal de manera menos amenazante). Mientras que, en segundo lugar, el nivel de enfado mostrado por
las parejas difería significativamente tras esta situación de discusión. La pareja de aquellos sujetos que percibían rechazo en
la situación incrementó su nivel de enfado, mientras la de quienes percibían la situación de manera más relajada parecía
mejorar su estado de ánimo. En tercer lugar, el análisis de la conducta desplegada durante la fase de discusión, puso de
manifiesto que los sujetos de la condición «rechazo» desarrollaron mayor cantidad de conducta negativa (empleo de un tono
de voz agresivo, negar cualquier tipo de responsabilidad ante el problema en discusión, empleo de comentarios o gestos para
ridiculizar o indicar menosprecio hacia la otra persona), que los sujetos en la condición «no‐
rechazo». Para estudiar el proceso en su conjunto, se analizaron las interrelaciones entre percepción de rechazo, o no, conducta desplegada durante la fase de discusión, y consecuencias (nivel de enfado

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mostrado por la pareja tras la discusión). Este análisis permitió identificar el proceso dinámico que se desarrolló en el curso de la secuencia de conducta, así como el peso que cada elemento (percepción de
rechazo y conducta desplegada durante la fase de discusión) tenía a la hora de explicar la nueva situación creada (reflejada en este caso en el nivel de enfado mostrado por la pareja tras la discusión).
La percepción inicial de rechazo tiene escasa influencia directa sobre las consecuencias (nivel de enfado postinteracción de la
pareja), pero en cambio ejerce una significativa influencia indirecta, al incidir directamente sobre el desarrollo de conducta
negativa durante la fase de discusión, que, a su vez, conduce de manera directa a las consecuencias (Figura 9.2). Tomando en
cuenta conjuntamente los datos y las implicaciones de los resultados se pone de manifiesto cómo, a partir de un patrón similar
de interrelaciones entre los distintos elementos de la secuencia conductual, las personas pueden diferir significativamente en
el tipo de resultados que alcanzan con su conducta (incrementar o disminuir la tensión en sus relaciones interpersonales, en
el ejemplo que nos ocupa), según el modo en que perciban y valoren el contexto de interacción con la otra persona y el modo
de reaccionar a tal valoración.
Si, al interpretar la conducta de otra persona como indicativa de rechazo, uno reacciona agresivamente, aumenta la probabilidad de que la otra persona nos responda con conductas que efectivamente
supongan rechazo, viéndose de esta forma reforzada nuestra percepción y expectativa iniciales, facilitando con ello el incremento de reacción negativa en una espiral que muy probablemente conducirá a un
progresivo deterioro de las relaciones con la otra persona. En cambio, si en las mismas circunstancias uno no se siente rechazado por la otra persona, el tener que enfrentarse conjuntamente a un problema
(discusión sobre una situación conflictiva de interés para ambos, como en el experimento que estamos comentando), puede tomarse como una oportunidad para intentar buscar una solución constructiva
satisfactoria para ambos, facilitando un clima de colaboración y apoyo, desde el que afrontar los nuevos retos y dificultades en el futuro.

Congruencia personalidad‐situación
El término “contextualización” para referirnos a la conducta, se está haciendo referencia a la interrelación entre personalidad y características específicas de la situación; pero no de cualquier situación (como
implícitamente se esperaría desde el entendimiento de la personalidad como disposición generalizada de conducta), sino de aquéllas que son congruentes con la naturaleza de la disposición de personalidad;
aquéllas en las que el individuo ve una oportunidad para desarrollar sus competencias y hacer realidad los proyectos y objetivos que se ha trazado y pretende alcanzar. Orom y Cervone (2009): estudia el
efecto que sobre el nivel de autoeficacia mostraban los sujetos en diversas situaciones sociales, en función del grado de congruencia existente entre las características de la situación y atributos personales
que el sujeto identificaba como definitorios de su personalidad.
La hipótesis fue que los sujetos mostrarían relativamente altos y bajos niveles de autoeficacia para actuar en situaciones que juzgaban eran de gran relevancia para características personales positivas
(«fortalezas», puntos fuertes) y negativas («debilidades», defectos, puntos débiles), respectivamente, definitorias de su personalidad; mientras que tales diferencias en autoeficacia desaparecerían en
situaciones que los sujetos percibían de gran relevancia para características de personalidad, positivas y negativas, pero que no les definían a ellos mismos.
El procedimiento idiográfico de evaluación empleado, cada sujeto:
1. Señaló la característica positiva y negativa más definitorias de su personalidad (xj “autocontrolado y perezoso”), junto a otras dos características de personalidad, positiva y negativa, que
no le describían en absoluto (por ejemplo, “sociable y nervioso”).
2. Trabajando con un conjunto de situaciones de carácter social (ejemplo, “estar en una reunión con personas que no conoce”), evaluó el grado en que cada característica personal
(autorreferente o no), identificada en el paso anterior, era relevante (tenía influencia sobre la conducta en la situación) para explicar la conducta en cada una de tales situaciones.
3. Finalmente, valoró el grado en que se creía capaz (nivel de autoeficacia) de llevar a cabo determinada conducta en las situaciones evaluadas previamente (xj, “si se encuentra en una fiesta
en la que no conoce a la mayoría de la gente, ¿en qué medida se cree capaz de animar la fiesta contando anécdotas o chistes?”).
Resultados: en primer lugar, el nivel de autoeficacia con que se perciben los sujetos para llevar a cabo la conducta difiere significativamente,
si se encuentran en una situación estrechamente relacionada con características personales, positivas o negativas, definitorias de sí mismos.
Los sujetos creen tener mayor capacidad para realizar la conducta, cuando se encuentran en una situación en la que la característica que
les define como «punto fuerte» de su personalidad es un factor que facilita la conducta; lo contrario sucede, cuando uno se enfrenta a
situaciones en las que el «defecto» que más caracteriza su personalidad perjudica la conducta, dificulta su realización (Figura 9.3). Tal
diferenciación no es significativa, cuando la asociación se establece entre características de la situación y características, positivas y
negativas, de personalidad que el sujeto no considera descriptivas y definitorias de su propia personalidad. Estos datos, por último,
refuerzan la idea de que cualquier manifestación de conducta es expresión de la interrelación entre aspectos del individuo y características
de la situación. Para entender la conducta debe hacerse desde el contexto en que la misma tiene lugar. Esta interrelación, añadimos ahora,

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es particularmente eficaz para determinar una u otra forma de comportamiento, cuando en la situación hay elementos apropiados para
activar y facilitar la expresión de la potencialidad de conducta que constituye esencialmente la personalidad.
Explicación de la conducta

Coherencia comportamental
La personalidad presenta una notable estabilidad a lo largo de la vida, tanto en términos de diferencias individuales, como términos absolutos, pues aunque se producen
cambios, suelen ser de pequeña magnitud. Sin embargo, la estabilidad de la personalidad no siempre se traduce en estabilidad comportamental.
La conducta del individuo puede variar de un momento a otro y de una situación a otra. Sin embargo, seguimos identificándonos como la misma persona, aceptando las
diversas expresiones conductuales como propias, y los demás siguen reconociéndonos como la misma persona pese a la variabilidad conductual.
Para entender esta cuestión hay que tener presente que la existencia de regularidad y continuidad en la conducta:
1. Es central en el propio concepto de personalidad: la personalidad hace referencia a la existencia de patrones regulares de conducta, en base a los cuales se
define característica y diferencialmente a cada individuo.
2. Es un factor decisivo para el desarrollo y mantenimiento del sentimiento de propia identidad. Uno se define a sí mismo a partir de la observación de su
conducta en diversas situaciones, pero para que esta observación le permita elaborar una imagen armónica de sí mismo, es preciso poder establecer nexos
de continuidad entre unas manifestaciones conductuales y otras
3. Es una condición importante para poder anticipar y predecir la propia conducta y la de los demás, propiciando el desarrollo de conducta adaptativa. La
conducta es en gran medida reflejo de la personalidad, pero la personalidad no es un conjunto de tendencias generalizadas de conducta, independientes
del contexto (como con frecuencia y de manera sesgada se la ha entendido en la investigación dominada por la psicología de rasgos), sino que se define
esencialmente, por el dinámico sistema de interrelaciones codeterminantes entre procesos psicológicos y factores ambientales, desde el que el individuo
se relaciona con el entorno. La presencia de perfiles estables de covariación situación‐conducta, es la que define y permite predecir la conducta como
relaciones de contingencia, que identifican las condiciones y circunstancias en que es más probable la ocurrencia de uno u otro tipo de conducta. La
personalidad de un individuo se expresa a nivel conductual en el patrón particular con el que sus conductas y experiencias varían en función de la situación
de forma sistemática y predecible, así, la observación del patrón de relaciones de contingencia situación‐conducta permite conocer la dinámica de
interrelaciones entre procesos cognitivos, afectivos y motivacionales, que configura la personalidad del individuo. Estas relaciones de contingencia
identifican la relación de codependencia entre características de la situación, contexto o circunstancias en que se encuentran la persona y la forma específica
de conducta con que responde a las mismas. Puede indicarse mediante expresiones conectivas (por ejemplo si… entonces…) mediante las que se establece
la asociación entre conducta y situación o la conducta y algún estado interno del individuo. Las reglas condicionales recogen la variabilidad situacional y
explican la plasticidad y variabilidad discriminativa observables en la conducta.

Así, una persona puede describir su conducta diciendo «si (o, «siempre que», o «cuando») estoy con personas desconocidas, (entonces) me siento nervioso» y, al mismo tiempo, puede indicarnos que, en
cambio, «cuando estoy con personas que conozco, me siento a gusto y charlo animadamente con todo el mundo»; o bien, «me comporto de manera condescendiente con las personas que creo tienen
autoridad, porque quiero ganarme su apoyo».

Lo que caracteriza a la personalidad es esta flexibilidad adaptativa, asociada a la capacidad discriminativa del ser humano, que se traduce en patrones de estabilidad y
variabilidad, que se van consolidando y estabilizando a partir de las experiencias por las que cada uno va pasando en el curso de su desarrollo, introduciendo coherencia
en el comportamiento, que varía de un contexto a otro de forma pautada y predecible,
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que cambia en función del modo en que el individuo perciba la situación, valore sus recursos para enfrentarla y pondere las consecuencias esperables de las distintas
alternativas de respuesta.
La conducta cambiará en función de la decisión que tome la persona acerca del tipo específico de conducta que espera le proporcionará el mayor ajuste posible entre
sus competencias, necesidades, valores y proyectos, y las demandas de la situación; de modo que es coherente porque siempre responde a esa interacción. Una persona
se comportará de forma similar en una u otra situación cuando el balance de la interacción persona‐situación sea semejante, y cambiará cuando lo hagan los elementos
que entran en interacción o el balance final de la misma, con una lógica interna y coherencia dentro de cada caso.
Implicaciones para el conocimiento de la personalidad
El conocimiento del perfil de conducta que caracteriza a una persona permite identificar las razones de que su comportamiento pueda variar de unas situaciones a
otras pero que al mismo tiempo guarde una lógica y coherencia internas que lo hacen predecible. La observación sistemática del patrón de estabilidad y cambio que
caracteriza la conducta de una persona, permite conocer más profundamente el sistema de interrelaciones entre procesos psicológicos que define su personalidad. La
observación de los cambios de conducta según la situación, puede permitir identificar qué procesos psicológicos están implicados en cada caso, qué busca satisfacer el
sujeto, cómo percibe la situación, a qué configuración estimular está respondiendo.

Por ejemplo, dos personas con igual promedio de conducta (desde la psicología de rasgos, calificadas con igual nivel en el rasgo de personalidad del que tal conducta es indicadora) pueden diferir
significativamente, en la frecuencia o intensidad con que realizan dicha conducta en distintas situaciones. Si nos preguntásemos por qué se comportan como lo hacen, el conocer que a ambas las caracteriza
por igual el rasgo en cuestión nos serviría de poco, ya que, pese a ser iguales, en términos de rasgo, se comportan, sin embargo, de manera claramente distinta.
A modo de ilustración, en la Figura 9.4 se representan los perfiles de conducta hipotéticos de dos personas, así como el perfil medio del grupo
normativo de referencia. La observación de la gráfica pone de manifiesto que la tendencia promedio de respuesta (la puntuación media en
conducta de ambos sujetos es idéntica, y lo que las diferencia es el patrón de relaciones situación‐conducta que caracteriza a cada una. Difieren
de manera significativa en el tipo de situaciones que activa su conducta, probablemente porque las perciben y valoran de manera diferente [A1
y A2 vs. C1 y C2], mientras no difieren entre sí, ni del promedio grupal en aquella otra situación [B] que probablemente resulta irrelevante para
ambos, o al menos como un factor no diferencialmente distintivo como inductor de la conducta analizada.
Puede observarse también, que en la conducta de ambos sujetos existe un hilo conductor, coherencia, que se refleja en el hecho de que la
conducta se presenta en aquellas situaciones funcionalmente similares [que reúnen unos mismos ingredientes, características significativas
psicológicamente para el individuo; este es el caso de las situaciones A1 (Entrevista importante de empleo) y A2 (Dar una conferencia ante
personas que no conoce), por una parte, y C1 (Esperando a someterse a una intervención quirúrgica) y C2 (Ser tomado como rehén en un
atraco), por otra]. El sujeto A presenta la conducta fundamentalmente cuando la situación comparte las características definitorias de las
situaciones hipotéticas A1 y A2, pero no en las situaciones C1 y C2; el patrón inverso presenta el sujeto B.
Al analizar los elementos que, para cada individuo, tienen en común aquellas situaciones activadoras frente a aquellas que parecen inhibir la
conducta y los procesos psicológicos implicados en cada caso. Una misma conducta puede tener significados distintos en función del contexto.
De esta forma, la observación de los cambios de conducta según la situación, puede permitirnos identificar, qué procesos psicológicos están
implicados en cada caso, qué busca satisfacer el sujeto, cómo percibe la situación, a qué configuración estimular está respondiendo. A partir
de esta evidencia y en la medida en que tales observaciones se repitiesen en un número representativo de situaciones
y ocasiones, podríamos predecir ante qué tipo de situaciones presentará en el futuro la conducta en estudio cada una de estas dos personas. Mientras que si hubiésemos tomado como base de predicción el
promedio observado de la conducta, la probabilidad de efectuar una predicción acertada disminuye sensiblemente, ya que, de hecho, en este ejemplo hipotético, el valor medio sólo se corresponde con el
valor real de conducta ante la situación B (Pasear por un parque público), precisamente aquella en la que no difieren ambos sujetos y que parece menos relacionada con la conducta en estudio.

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Implicaciones predictivas y adaptativas
La observación sistemática de la conducta en un rango amplio de situaciones también posibilita hacer predicciones de la conducta individual en situaciones específicas,
desde el momento en que permiten conocer el perfil interactivo que el individuo tiende a desarrollar ante determinadas características de la situación.
La diferencia entre estas predicciones “contextualizadas” (el análisis y la predicción de la conducta se hace tomando en cuenta el contexto en que tiene lugar)) y las que
podríamos hacer desde la psicología de rasgos, es que en aquellas al individuo se le ha categorizado en base a su perfil estable interactivo, expresado en relaciones de
contingencia “situación‐ conducta” y no en base a características descontextualizadas, que solo reflejan “promedios” de conducta. El análisis y valoración de la conducta,
la propia y la de los demás, en términos condicionales (de relaciones de contingencia situación‐conducta), aporta ventajas adaptativas, ya que introduce una mayor
flexibilidad a la hora de interpretar la conducta y nos hace ser más comprensivos porque nos aporta una visión más realista y equilibrada de la conducta y las
circunstancias que la rodean, y permite anticipar los acontecimientos futuros con mayor relativismo y ponderando con realismo todas las posibles contingencias.
¿Inconsistencia o facilidad discriminativa?
Cuando observamos la conducta (propia o de otros) podemos detectar elementos comunes que introducen un cierto orden a través de la variabilidad objetivamente
existente en el comportamiento de situaciones y momentos distintos, lo que permite mantener una imagen continua de nosotros mismos y de las otras personas y
anticipar la conducta en ocasiones futuras. De no ser así sería imposible la relación con otros o la planificación de la propia conducta.
Lo que caracteriza a una persona es un sistema organizado de competencias, potencial de conducta y procesos psicológicos estrechamente interrelaciones, que se
activan diferencialmente según los requerimientos específicos de la situación: ante una situación concreta, el modo en que uno la perciba, desencadenará un estado
emocional que junto a las anteriores valoraciones y expectativas, contribuirá a crear el estado motivacional necesario para poner en marcha la conducta más apropiada
a la situación de entre las opciones de conducta disponibles en el repertorio conductual que cada uno ha adquirido de su historia particular de aprendizaje. Si la situación
cambiase o variase alguno de los elementos activados en el proceso de afrontarla, la dinámica de interrelaciones entre competencias, recursos y procesos psicológicos
puede cambiar significativamente, dando lugar a variaciones en la conducta que las personas presentan en cada caso o circunstancia concretos. La variabilidad existente
en la conducta es expresión genuina de la constante interrelación codependiente entre el individuo y los requerimientos situacionales. Por ello, los cambios situacionales
en la conducta deben entenderse como indicador de la capacidad discriminativa de la persona para dirigirla y regularla, del esfuerzo adaptativo del individuo al encarar
cada una de las situaciones y circunstancias que encuentra en su vida diaria, que pasa necesariamente por prestar atención a las peculiares demandas de cada situación
y buscar la respuesta que posibilite el mejor equilibrio posible entre recursos personales y exigencias de la situación. La sensación de que existe coherencia en nuestra
conducta se debe a que:
1. El sistema de interrelaciones entre los distintos elementos de la personalidad, se va estabilizando durante el desarrollo vital de la persona (se establecen
patrones cada vez más estables de activación e inhibición entre estos elementos). La estabilidad con que percibimos y reaccionamos a las situaciones y
problemas que encontramos en nuestra vida cotidiana va creciendo a lo largo de la vida.
2. Cuando uno se enfrenta a una situación, lo hace prioritariamente en función de la recreación que uno hace de la misma al percibirla y valorarla de una
determinada forma, pero no usando criterios distintos y diferenciados para cada situación, sino que nos servimos de una serie limitada de criterios que
determinan que diversas situaciones compartan alguno o varios de estos criterios, convirtiéndose de esta forma en funcionalmente equivalentes. Así, la
progresiva estabilización del sistema que conforma la personalidad y la presencia de equivalencia funcional entre las situaciones, nos permitirá detectar que
nuestra conducta cambia (a veces drásticamente), de una situación a otra, pero que, al mismo tiempo, estos cambios no se producen de forma errática o
aleatoria. El estilo global de comportamiento de cada persona tiene orden y coherencia internas, lo que hace posible predecir el comportamiento del
individuo en situaciones específicas, porque nos permite conocer ante qué características de la situación se activan unos u otros procesos psicológicos y qué

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tipo de conductas suelen ir asociadas a la específica dinámica de interrelaciones entre tales procesos psicológicos suscitada en función de las características
de la situación.

¿Es posible la integración?: perspectivas futuras

En lugar de sistemas integrados de compresión de la personalidad, existen dos marcos de referencia teóricos hegemónicos:
1. Personalidad como conjunto de predisposiciones de conducta existentes en el individuo, que se manifiestan en conducta estable y consistente (teorías de
rasgos, teorías disposicionales, estructurales o centrada en la variable)
2. Personalidad como sistema integrado por variables y procesos psicológicos que en interacción con la situación en que se desarrolla la conducta, genera
patrones discriminativos de conducta coherentes y predecibles (teorías sociocognitivas, sociocognitivas‐afectivas, acercamiento interaccionistas, teorías
basadas en el análisis de los procesos de interrelación dinámica que tienen lugar a nivel intraindividual y los que se desarrollan entre la persona y la
situación, o teorías centradas en la persona).
Hay quienes sostienen que la integración es imposible, por ser planteamientos epistemológicamente incompatibles.
En los últimos años se vienen formulando propuestas como las que sugieren elaborar tipologías basadas en procesos y perfiles de conducta; o las que invitan a
explorar las interrelaciones existentes entre aspectos estructurales y dinámicos de la personalidad, para mejorar el entendimiento de la naturaleza de la personalidad.

El acercamiento tipológico
Estudiar e identificar la personalidad de un sujeto supone concentrarse en la configuración y organización peculiar que las variables y procesos psicológicos, presentan
en tal individuo. Este análisis idiográfico no impide elaborar tipologías a partir de la agrupación de aquellos individuos que comparten una misma o muy similar,
configuración de variables personales, que a su vez, en interacción con el contexto, se traduciría en similares perfiles de conducta discriminativa.
Los prototipos expresados tradicionalmente mediante rasgos, se basan en promedios de conducta acontextuales (ya que al promediar la conducta observada en una
serie de situaciones, se ha eliminado el posible efecto diferencial de cada situación). La observación de perfiles estables de covariación contingente situaciónconducta,
nos permiten recoger la idiosincrasia tanto del individuo, como de la situación.
Las características de personalidad que definen cada “tipo” identifican una “configuración única” de atributos, posibilitando así el acercamiento a la “unicidad” de la
persona, reconociendo al mismo tiempo los aspectos comunes a todos los individuos. El enfoque tipológico viene a hacerse eco de la evidencia que muestra que cada
individuo es en parte único, pero también en parte importante parecido a los otros individuos.
“El acercamiento tipológico identifica categorías de individuos basadas en la particular configuración de las características que les definen, proporcionando así un punto
de unión entre la investigación puramente centrada en las variables (acercamiento de rasgos) (que hace énfasis en las características en las que se parecen y difieren las
personas) y la investigación centrada esencialmente en la persona (planteamiento sociocognitivo) (que hace énfasis en el patrón único de características existente dentro
de cada individuo) Sólo mediante la combinación de ambos acercamientos logrará la psicología de la personalidad alcanzar su último objetivo: prestar atención al carácter
único de la persona, reconociendo al mismo tiempo las comunalidades existentes entre los individuos” (Robins y cols. (1996).

Interacción rasgos‐procesos psicológicos


Otra vía de integración pasaría por la reconceptualización del rasgo de personalidad para centrarse en el estudio de la interacción entre elementos estructurales, como
los rasgos, y la dinámica de interrelaciones entre competencias, procesos psicológicos y variables contextuales. En el curso del desarrollo, los procesos psicológicos,

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inicialmente activados en contextos específicos, se van consolidando y estabilizando, dando lugar a elementos estructurales de la personalidad que, posteriormente,
servirán para activar tales procesos.
Cuando calificamos a alguien con un rasgo, lo que estamos indicando es que en el pasado hemos observado que esa persona ha mostrado de manera consistente, en
situaciones y momentos diversos, un determinado estilo de conducta, que resumimos en el rasgo que le estamos aplicando. Pero tal comportamiento no se debe al rasgo
(abstracción que elaboramos para resumir la conducta que hemos observado). La conducta se debe a la acción coordinada de una serie de competencias y procesos
psicológicos interrelacionados, que se activan diferencialmente en función de las características del contexto interno (por ejemplo, el definido por el estado emocional)
o externo (es decir, circunstancias externas al individuo) en que se encuentre uno en cada momento.
Paralelo al crecimiento biológico, personal y social, el proceso dinámico de las distintas formas de conducta se va consolidando y estabilizando, reflejándose en los
crecientes niveles de coherencia y estabilidad que observamos en el comportamiento. Cuando calificamos a alguien con un rasgo, estamos resumiendo su estilo habitual
de conducta, y recogiendo la dinámica de interrelaciones entre persona y contexto, que al estabilizarse y consolidarse, se refleja en patrones relativamente estables y
coherentes de conducta. El rasgo representaría la cristalización del entramado de interrelaciones entre competencias, recursos y procesos psicológicos. Los rasgos y los
perfiles estables de variabilidad situación‐conducta podrían ser entendidos como facetas complementarias estables del funcionamiento de la personalidad. Una vez que
se presentan las circunstancias contextuales apropiadas, los elementos estructurales de la personalidad actuarían como facilitadores de la activación de los procesos
dinámicos que los constituyen, reforzando la presencia de regularidad y coherencia en el comportamiento. De esta forma “estructuras” y “procesos” son dos elementos
que se relacionan, influyen y codeterminan recíprocamente, siendo al mismo tiempo causa y efecto el uno del otro.

Resumen y conclusiones

En la introducción al presente capítulo nos planteábamos cuestiones relativas, en primer lugar, a la conceptualización de la personalidad, cuáles son los elementos y procesos dinámicos
que la integran; en segundo lugar, nos preguntábamos por el papel que en el entendimiento y explicación del comportamiento tiene el contexto situacional en que se desarrolla la
conducta en cada momento concreto; en tercer lugar, se planteaba la cuestión acerca de la posibilidad de predecir la conducta individual y el alcance que tal predicción podría tener;
finalmente, se abría el interrogante acerca de posibles líneas por donde podría discurrir la teoría e investigación en el próximo futuro. En resumen y respondiendo a estas cuestiones, en
este capítulo se recogen las siguientes ideas:
1. A partir del reconocimiento del carácter activo del ser humano, el acercamiento sociocognitivo hace énfasis en la naturaleza sistémica de la personalidad, integrada por un
conjunto dinámicamente interrelacionado de capacidades, recursos y procesos cognitivos, afectivos, motivacionales y autorreguladores, desde los que el individuo en un proceso
constante de interacción recíproca con las diversas situaciones que le rodean en cada momento dirige su comportamiento.
2. Este proceso continuo de interacción dinámica recíproca entre los recursos que configuran la personalidad y entre esta y las peculiares características de las circunstancias en
que en cada momento se desarrolla la conducta, se refleja en perfiles idiosincrásicos de comportamiento situación‐conducta que vienen a constituir la auténtica seña de identidad de la
personalidad de cada individuo.
3. Desde esta perspectiva se entiende que las personas pueden diferir en el contenido de los elementos básicos integrantes de la personalidad; en el tipo de situaciones ante las
que estos elementos se activan o inhiben en un dinámico proceso de interacciones recíprocas; en la naturaleza y configuración de estos procesos de interacción entre los recursos
personales, por un lado, y entre estos y las características de la situación, por otro; en el modo en que peculiarmente responden a las demandas situacionales; y, finalmente, en el grado
de estabilidad del perfil de comportamiento que caracteriza a cada uno.
4. En este contexto, parece claro que el entendimiento del peculiar estilo de comportamiento que define y caracteriza a cada persona, pasa por el reconocimiento de la naturaleza
contextual de la conducta y de la interrelación recíproca continua entre los recursos personales y las específicas características de la situación; la conducta se da en un contexto específico
y es manifestación del esfuerzo adaptativo del individuo para satisfacer sus necesidades y objetivos de comportamiento teniendo en cuenta al mismo tiempo las demandas y
requerimientos de la situación concreta a la que se enfrenta en cada momento.

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5. La predicción de la conducta individual se verá facilitada en la medida en que conozcamos el peculiar entramado de recursos y potencialidades de conducta propios de cada
individuo, las características definitorias del contexto de conducta y el perfil de comportamiento que caracteriza el modo idiosincrásico con el que el individuo suele responder a tales
demandas situacionales.
6. A lo largo del capítulo se ha hecho constante referencia a los supuestos defendidos en las teorías de rasgos para hacer énfasis en las aportaciones diferenciales que se hacen
desde los planteamientos sociocognitivos; ello podría haber suscitado la sospecha de que ambos marcos teóricos son incompatibles e irreconciliables, como si de dos psicologías de la
personalidad se tratara. No es esa, sin embargo, la idea que se desea transmitir, más bien se ofrecen sugerencias de posibles vías de integración y/o complementación que, aunque aún
han sido insuficientemente exploradas, bien podrían constituir líneas de discusión teórica e investigación en los próximos años.

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