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El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la

experiencia psicoanalítica

La concepción del estadio del espejo aporta luces sobre la función del yo (je), brindada en la
experiencia analítica. Experiencia que nos opone a toda filosofía derivada directamente del
cógito (Lacan viene a decir: donde pensas no sos).
Lacan parte de una experiencia de la psicología comparada: la cría de un hombre, a una edad
determinada, superado en inteligencia instrumental por el chimpancé, reconoce ya sin embargo
su imagen en el espejo como tal. Reconocimiento señalado por la mímica.
Este acto, lejos de agotarse, como en el mono, en el control, una vez adquirido, de la inanidad
de la imagen; rebota en seguida en el niño en una serie de gestos en los que experimenta
lúdicamente la relación de los movimientos asumidos de la imagen con su medio ambiente
reflejado, y de ese complejo virtual a la realidad que reproduce, o sea con su propio cuerpo y
con las personas, incluso con los objetos, que se encuentran junto a él.
El estadio del espejo es un complejo virtual. Nuestra relación con la realidad es virtual o ficticia.
Este acontecimiento puede producirse desde la edad de seis meses, que no tiene todavía dominio
de la marcha, ni siquiera de la postura en pie, pero que, a pesar del estorbo de algún sostén
humano o artificial, supera en un jubiloso ajetreo las trabas de ese apoyo para suspender su
actitud en una postura más o menos inclinada, y conseguir, para fijarlo, un aspecto instantáneo
de la imagen.
Es decir que, en un primer momento se da cuenta que la imagen es la suya y se pone feliz y en
un segundo momento, el niño queda como una “estatua” y Lacan dice que está incorporando su
yo. Para fijarlo, necesita un detenimiento.
Esta actividad se conserva hasta los dieciocho meses y no es menos revelador de un dinamismo
libidinal, hasta entonces problemático (pulsiones parciales), que de una estructura ontológica
del mundo humano que se inserta en las reflexiones sobre el conocimiento paranoico (un sujeto
cree ser a partir de lo que el otro le dice, se constituye a partir de la imagen que le viene de
afuera).
El estadio del espejo se debe comprender como una identificación, en el sentido de una
transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen (Imago).
El hecho de que su imagen especular sea asumida jubilosamente en la impotencia motriz y en la
dependencia de la lactancia, propia del infans, manifiesta la matriz simbólica en la que el yo
(je) se precipita en una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de la
identificación con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de
sujeto.
Esta forma debería designarse como yo ideal en el sentido de que será el tronco de las
identificaciones secundarias, a partir de las cuales se formará el ideal del yo.
En el EE hay una primera identificación, que Lacan la denomina identificación imaginaria, que es
con la propia imagen en el espejo. Es una identificación constituyente, estructurante.
De acá dependerán las futuras identificaciones (secundarias) que ya no serán con la propia
imagen, si no con otros, serán identificaciones simbólicas, en donde ya interviene el lenguaje.
Pero el punto más importante es que esta forma sitúa la instancia del yo, aún desde antes su
determinación social, en una línea de ficción. La forma total del cuerpo, gracias a la cual el
sujeto se adelanta en un espejismo a la maduración de su poder, no le es dada sino como
gestalt, es decir, en una exterioridad donde sin duda esa forma es más constituyente que
constituida. Así esta gestalt, ligada a la especie, simboliza la permanencia mental del yo (je) al
mismo tiempo que prefigura su destinación enajenadora.
Que una gestalt sea capaz de efectos formativos sobre el organismo es cosa que puede
atestiguarse por una experimentación biológica, por ejemplo, en la maduración de la gónada en
la paloma o en el paso del grillo peregrino de la forma solitaria a la forma gregaria. Hechos que
se inscriben en un orden de identificación homeomórfica.
También podría considerarse que se da una identificación heteromórfica, dado que nosotros
también nos sentimos atraídos por el espacio. Nuestro espacio son los otros.
La función del EE es establecer una relación del organismo con su realidad, el mundo interno con
el mundo externo. Pero esta relación con la naturaleza esta alterada en el hombre por una
discordia primordial. Ésta sería entre la completud que muestra la imagen del espejo y los signos

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de malestar y la incoordinación motriz que presenta. (prematuración especifica del nacimiento
del hombre). El EE es un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la
anticipación, desde una imagen fragmentada del cuerpo, hasta una forma ortopédica de su
totalidad. Es un conflicto entre lo real y lo imaginario.
Una vez que el niño tiene la imagen completa, está en condiciones de interpretar su cuerpo
fragmentado. A partir de allí, teme volver a ese estado. Cuando nos sentimos agredidos, sentimos
que se está atacando a nuestro yo.
El estadio del espejo es la base de lo socio-cultural. Cuando termina el EE, se produce un viraje
del yo especular, al yo social; no se identifica con su propia imagen, sino con otros.
Nos apartamos de concebir al yo como centrado sobre el sistema percepción – conciencia, como
organizado por el “principio de realidad”, para indicarnos que partamos de la función de
desconocimiento del yo.

Los escritos técnicos de Freud

La tópica de lo imaginario

El estadio del espejo no es simplemente un momento del desarrollo. Cumple también una función
ejemplar porque nos revela algunas de las relaciones del sujeto con su imagen en tanto Urbild
(construcción) del yo. Lacan nos dice que ese estadio tiene una presentación óptica que no
podemos negar, en él predomina lo visual, dado que es lo primero que se desarrolla.
La óptica es una curiosa ciencia que intenta producir mediante aparatos esa cosa singular
llamada “imágenes”. Las imágenes ópticas presenta variedades singulares; algunas son
puramente subjetivas, son las llamadas virtuales; otras son reales, es decir que se comportan en
ciertos aspectos como objetos y pueden ser consideradas como tales. Pero aún más peculiar:
podemos producir imágenes virtuales de esos objetos que son las imágenes reales. En este caso,
el objeto que es la imagen real recibe, con justa razón, el nombre de objeto virtual.
Para que haya óptica es preciso que a cada punto dado en el espacio real le corresponda un
punto, y sólo uno, en otro espacio que es el espacio imaginario.
Cuando vemos un arco iris vemos algo totalmente subjetivo. Lo vemos a cierta distancia
destacándose sobre el paisaje. El no está ahí, se trata de un fenómeno subjetivo. Sin embargo,
gracias a una cámara fotográfica pueden registrarlo objetivamente (es una imagen real y un
objeto virtual).
Esto demuestra que no es tan fácil establecer una distinción entre lo objetivo y lo subjetivo.
Un espejo esférico produce una imagen real. A cada punto de un rayo luminoso proveniente de un
punto cualquiera de un objeto situado a cierta distancia, le corresponde en el mismo plano, por
convergencia de los rayos reflejados sobre la superficie de la esfera, otro punto luminoso: se
produce entonces una imagen real del objeto.
Supongan una caja, hueca por un lado, que está colocada sobre una base, en el centro de la
semiesfera. Sobre la caja pondrán un florero real. Debajo hay un ramillete de flores. ¿Qué sucede
entonces? El ramillete se refleja en la superficie esférica, para aparecer en el punto luminoso
simétrico. Dada la propiedad en la superficie esférica, todos los rayos que emanan de un punto
dado aparecen en el mismo punto simétrico; con todos los rayos ocurre lo mismo. Se forma así
una imagen real. Más allá del ojo, los rayos continúan su trayectoria y vuelven a divergir.
Si los rayos impresionan al ojo en sentido contrario, se forma entonces una imagen virtual. Es lo
que sucede cuando miran una imagen en el espejo: la ven allí donde no está. Aquí, por el
contrario, ustedes la ven donde ella está, siempre y cuando el ojo de ustedes se encuentre en el
campo de los rayos que ya se han cruzado en el punto correspondiente.
En ese momento, mientras no ven el ramillete real, que está oculto, verán aparecer, si están en
el campo adecuado, un ramillete imaginario, que se forma en el cuello del florero.

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Es éste un apólogo que resulta de gran utilidad, nos permite ilustrar el resultado de la estrecha
intrincación del mundo imaginario y del mundo real en la economía psíquica.
Las concepciones analíticas del estadio primitivo de la formación del yo, colocaron en primer
plano nociones que son las de continente y contenido. Es decir, así se constituye el yo, como si
fuera un continente que deja dentro de sí aquello que estaba desordenado (pulsiones parciales).
Por este motivo la relación entre el florero y las flores que contiene puede servir como metáfora.
El proceso de maduración fisiológica permite al sujeto, en un momento determinado de su
historia, integrar efectivamente sus funciones motoras y acceder a un dominio real de su cuerpo.
Pero antes de este momento, aunque en forma correlativa con él, el sujeto toma conciencia de
su cuerpo como totalidad. Estadio del espejo: la sola visión de la forma total del cuerpo humano
brinda al sujeto un dominio imaginario de su cuerpo, prematuro respecto al cuerpo real. El sujeto
anticipa la culminación del dominio psicológico, y esta anticipación dará su estilo al ejercicio
ulterior del dominio motor efectivo. Es ésta aventura imaginaria por la cual el hombre, por vez
primera, experimenta que él se ve, se refleja y se concibe como distinto, otro de lo que él es:
dimensión esencial de lo humano, que estructura el conjunto de su vida fantasmática.
Aquí es donde la imagen del cuerpo ofrece al sujeto la primera forma que le permite ubicar lo
que es y lo que no es del yo.
La imagen del cuerpo es como un florero imaginario que contiene el ramillete de flores real. Así
es como se puede representar, antes del nacimiento del yo y su surgimiento, al sujeto.
Para que la ilusión se produzca, para que se constituya, ante el ojo que mira, un mundo donde lo
imaginario pueda incluir y, a la vez, situar lo imaginario, es preciso cumplir con una condición:
el ojo debe ocupar cierta posición, debe estar en el interior del cono. Si está fuera de este cono,
no verá ya lo que es imaginario, verá las cosas tal como son.
¿Qué significa entonces este ojo? Significa que, en la relación entre lo imaginario y lo real, y en la
constitución del mundo que de ella resulta, todo depende de la situación del sujeto. La situación
del sujeto está esencialmente caracterizada por su lugar en el mundo simbólico, en el mundo de
la palabra. Según el caso, estará o no en el campo del cono. Según donde se encuentre: neurosis
o psicosis.

Sobre el narcisismo

Una unidad comparable al yo no existe en el origen, no está presente desde el comienzo en el


individuo, y el yo debe desarrollarse. En cambio, las pulsiones autoeróticas están allí desde el
comienzo. Esta idea confirma la utilidad del estadio del espejo. El yo humano se constituye sobre
el fundamento de la relación imaginaria. En el desarrollo del psiquismo aparece algo nuevo, “una
nueva instancia psíquica ha de advenir”, cuya función es dar forma al narcisismo.

Función imaginaria: se refiere, primero, a la relación del sujeto con sus identificaciones
formadoras; segundo, a la relación del sujeto con lo real, cuya característica es la de ser ilusoria:
es éste el aspecto de la función imaginaria destacado más frecuentemente. A causa de la función
imaginaria, la relación con lo real es ilusoria.

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Los dos narcisismos

Gracias al espejo cóncavo se produce el fenómeno del ramillete invertido. Por comodidad, Lacan
lo ha transformado en florero invertido. El florero está en la caja y el ramillete encima.
El florero será reproducido por el juego de reflexión de los rayos por una imagen real, no virtual,
que el ojo puede enfocar. Si el ojo se acomoda a nivel de las flores que se han dispuesto, verá la
imagen real del florero rodeando el ramillete; reflejo de la unidad del cuerpo.
Para que esta imagen tenga consistencia, es necesario que sea verdaderamente una imagen.
¿Cuál es la definición de imagen en óptica? A cada punto del objeto le corresponde un punto de la
imagen, y todos los rayos provenientes de un punto deben cruzarse en un punto único en algún
lado.
Es preciso que el ojo se encuentre ubicado en cierto ángulo. Podríamos distinguir, sin duda, a
partir de las diferentes posiciones del ojo que mira, cierto número de casos que tal vez nos
permitirían comprender las diferentes posiciones del sujeto en relación a la realidad.
A este ojo hipotético pongámoslo en algún sitio entre el espejo cóncavo y el objeto.
Para que este ojo tenga exactamente la ilusión del florero invertido, es decir, para que lo vea en
óptimas condiciones, hace falta y basta una sola cosa: que hubiera un espejo plano.
¿Qué se verá en el espejo? En primer lugar, mi propia cara, allí donde no está. En segundo lugar,
en un punto simétrico al punto donde está la imagen real, se verá aparecer esa imagen real como
imagen virtual.
Alguien introdujo la cuestión de dos narcisismos. En efecto, de eso se trata: de la relación entre
la constitución de la realidad y la forma del cuerpo, que de un modo más o menos apropiado
Mannoni ha llamado ontológica.
Existe en primer lugar un narcisismo en relación a la imagen corporal. Esta imagen hace la unidad
del sujeto (yo ideal: tronco de las identificaciones secundarias). Este primer narcisismo se sitúa a
nivel de la imagen real del esquema, en tanto esta imagen permite organizar el conjunto de la
realidad en cierto número de marcos preformados (igual que el E. E.)
Desde luego, este funcionamiento es completamente diferente en el hombre y en el animal, éste
último está adaptado a un mundo externo uniforme.
En el hombre, por el contrario, la reflexión en el espejo manifiesta una posibilidad noética (de
aprendizaje) original, e introduce un segundo narcisismo; que es la relación con el otro. El otro
tiene para el hombre un valor cautivador, dada la anticipación que representa la imagen unitaria
tal como ella es percibida en el espejo, o bien en la realidad todo del semejante.
El otro, el alter ego, se confunde en mayor o menor grado, según las etapas de la vida, con el
ideal del yo.
La identificación del segundo narcisismo es la identificación con otro que, en caso normal,
permite al hombre situar con precisión su relación imaginaria y libidinal con el mundo en general.
El sujeto ve su ser en una reflexión en relación al otro, es decir en relación al ideal del yo.

Ideal del yo y yo ideal

De la inclinación del espejo depende pues veamos, más o menos perfectamente, la imagen.
Podemos suponer ahora que la inclinación del espejo plano está dirigida por la voz del otro. Esto
no existe a nivel del estadio del espejo, sino que se ha realizado posteriormente en nuestra
relación con el otro en su conjunto: la relación simbólica
Se puede comprender entonces que la regulación de lo imaginario depende de algo que está
situado de modo trascendente, siendo lo trascendente en esta ocasión el vínculo simbólico entre
los seres humanos.
Ideal del yo: no se da en el estadio del espejo sino que se ha realizado posteriormente en nuestra
relación con el Otro (no con nuestra propia imagen): la relación simbólica.
¿Cuál es mi posición en la estructuración imaginaria? Esta posición sólo puede concebirse en la
medida en que haya una guía que esté más allá de lo imaginario, a nivel del plano simbólico, del
intercambio legal, que sólo puede encarnarse a través del intercambio verbal entre los seres
humanos. Ese guía que dirige al sujeto es el ideal del yo.

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El ideal del yo es el otro en tanto hablante, el otro en tanto tiene conmigo una relación
simbólica, sublimada. Está en el plano de lo simbólico. El intercambio simbólico es lo que vincula
entre sí a los seres humanos, o sea la palabra, y en tanto tal permite identificar al sujeto.
El ideal del yo en tanto hablante puede llegar a situarse en el mundo de los objetos a nivel del yo
ideal, o sea en el nivel donde puede producirse esa captación narcisística. Por ejemplo: cuando
se está enamorado. Momento de locura. Poner al otro en el lugar de yo ideal.

Introducción del Gran Otro

Este pequeño esquema ilustra los problemas suscitados por el yo y el otro, el lenguaje y la
palabra. Trata de explicar la circulación de la palabra, en cuanto tributaria del inconsciente.
Parte de la idea de que no hay forma de aprehender cosa alguna de la dialéctica analítica si no se
plantea que el yo es una construcción imaginaria. Coincide con Freud en que el yo no es desde
el principio, sino que es algo que se construye. Tampoco se construye de una vez y para siempre,
sino que está siempre en constante identificación, en constante construcción, sin embargo hay
una primera vez en la que empieza a construirse (EE: si no se pasa por esta identificación
imaginaria, especular, no habría yo).

“S” es el sujeto analítico, sujeto que habla y que no entiende lo que dice, ni lo que sueña y que
comete un fallido; es el sujeto en su abertura, no en su totalidad. No sabe lo que dice, está
sujetado a la estructura del lenguaje. Pero no es ahí donde se ve, sino que se ve en “a” y eso es
porque tiene un yo. Puede creer que él es este yo, todo el mundo se queda con eso y no hay
manera de salir de ahí.
El yo es una forma fundamental para la constitución de los objetos. Ve bajo la forma del otro
especular a aquel que llamamos su semejante. Esa forma del otro posee la mayor relación con su
yo, es superponible a éste y le escribimos a’. Tenemos pues allí el plano del espejo, la relación
imaginaria, de especularidad. De él debe distinguirse otro plano, que llamamos el muro del
lenguaje. Lo imaginario cobra su falsa realidad a partir del orden definido por el muro del
lenguaje (relación entre a y a’).
El yo tal como lo entendemos, el otro, el semejante, todos estos imaginarios son objetos.
Cuando el sujeto habla con sus semejantes lo hace en el lenguaje común, que toma a los yo
imaginarios como algo real; no pudiendo saber lo que hay en el campo donde se sostiene el
diálogo concreto, se las ve con cierto numero de personajes, a’, a’’. En la medida en que el
sujeto los pone en relación con su propia imagen, aquellos a quienes les habla, también son
aquellos con quienes se identifica (relación a – a’). Sin embargo, no debemos olvidarnos de
aquello que caracteriza a la intersubjetividad: que el sujeto puede mentirnos. En otros términos,
nos dirigimos de hecho a unos A’, A’’, que son lo que no conocemos, verdaderos Otros,
verdaderos Sujetos. El sujeto está separado de los Otros por el muro del lenguaje, allí donde en
principio no los alcanzo jamás. Fundamentalmente, a ellos apunto cada vez que pronuncio una
verdadera palabra pero siempre alcanzo a a’, a’’, por reflexión (en el sentido de reflejarse).
Apunto siempre a los verdaderos sujetos, y tengo que contentarme con sombras.
Si la palabra se funda en la existencia del Otro (el lenguaje viene del Otro, el Otro nos “enchufa”
el lenguaje, lenguaje materno), el verdadero, el lenguaje está hecho para remitirnos al otro
objetivado, al otro con el que podemos hacer todo cuanto queremos, incluso pensar que es un
objeto, es decir, que no sabe lo que dice. Es por esto que el lenguaje sirve tanto para fundarnos
en el Otro, como para impedirnos radicalmente comprenderlo. Y de esto precisamente se trata la
experiencia analítica (aquello que cree saberse, obstaculiza lo que debiera saberse).
El sujeto no sabe lo que dice porque no sabe lo que es, pero se ve del otro lado de manera
imperfecta. El yo no es el sujeto, para que haya yo el sujeto tiene que desconocerse. El yo sólo
puede reunirse y recomponerse por el semejante que tiene delante de sí.
El sujeto reconcentra su propio yo imaginario bajo la forma del yo del analista. Este yo no resulta
simplemente imaginario porque la intervención hablada del analista se concibe como un
encuentro de yo a yo. El análisis siempre es representado y planificado en el plano de la
objetividad. Lo que hay que procurar es que el sujeto pase de una realidad psíquica a una
realidad verdadera, sobre el modelo del yo del analista.

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Esto permite al analista operar por identificación, dando al sujeto su propio yo. Es indudable que
el analista puede llegar a proyectar sobre el paciente las diferentes características de su yo de
analista.
El analista está en el lugar de “A”. Un analista que se base en el yo, está pervirtiendo al análisis,
está faltando a la ética que conocemos desde Freud: el análisis es del inconsciente. Hay que
echar al yo del análisis, hay que alejarse lo más posible de él. Por esta razón Freud inventa el
diván, para que la mirada esté ausente del análisis (la mirada cumple una función especular)
Si se forman analistas es para que haya sujetos tales que en ellos su yo esté ausente. Este es el
ideal del análisis, que es siempre virtual. Nunca hay un sujeto sin yo, un sujeto plenamente
realizado, pero es esto lo que hay que intentar obtener siempre del sujeto en análisis.
El análisis debe apuntar al paso de una verdadera palabra (que proviene de A), que reúna al
sujeto con otro sujeto, del otro lado del muro del lenguaje. Es la relación última del sujeto con
un Otro verdadero, con el Otro que da la respuesta que no se espera, que define el punto
terminal del análisis.
Con la condición de que el analista no sea un espejo viviente sino un espejo vacío (implica no dar
respuestas desde su yo, no dar consistencia imaginaria), lo que pasa es entre el yo del sujeto y
los otros. Todo el progreso del análisis radica en el desplazamiento progresivo de esa relación,
que el sujeto pueda captar en todo instante, más allá del muro del lenguaje, como transferencia,
que es de él y donde no se reconoce.
El análisis consiste en hacerle tomar conciencia de sus relaciones, no con el yo del analista, sino
con todos esos Otros, que son sus verdaderos garantes y que no ha reconocido. Que el sujeto
descubra entonces a que otro se dirige sin saberlo.
A la frase de Freud, “donde ello era, el yo advendrá”, pueden dársele dos sentidos. Tomen al ello
como la letra S. Allí esta, es el sujeto, se conoce o no se conoce. Esto ni siquiera es lo más
importante: tiene o no tiene la palabra. Al final del análisis, es el quien debe tener la palabra, y
entrar en relación con los verdaderos Otros. Ahí donde S estaba, el yo debe estar. Es ahí donde el
sujeto reintegra auténticamente sus miembros disgregados, y reconoce, reunifica su experiencia.

A.m.a.S.

Lacan retoma a Freud en “Más allá del principio del placer” para explicar las etapas del progreso
del análisis.
El síntoma es significación, es una verdad puesta en forma, dice algo de la verdad del sujeto. ¿De
qué modo es eficaz la comunicación inmediata al enfermo? La comunicación de la significación al
enfermo cura en la medida en que trae aparejada en éste la convicción. El sujeto integra, en el
conjunto de las significaciones que ya ha admitido, la explicación que el analista le da y esto no
puede carecer de efecto. Por eso se pasa a la segunda etapa donde se reconoce la necesidad de
la integración en lo imaginario. Es preciso que surjan, no simplemente la comprensión de la
significación, sino propiamente hablando la reminiscencia, es decir, el paso a lo imaginario. En
ese continuo imaginario que llamamos yo, el enfermo tiene que reintegrar, tiene que reconocer
como propio de él, tiene que integrar en su biografía, la serie de las significaciones que
desconocía.
Tercera etapa: se advierte que esto no alcanza, hay una inercia propia de lo que ya está
estructurado en lo imaginario: resistencias del enfermo. Ahora el arte está en descubrir tales
resistencias lo más rápidamente posible, mostrárselas al enfermo y moverlo, impulsarlo mediante
la influencia humana a ir abandonando dichas resistencias. El paso a la conciencia, el devenir
consciente de lo inconsciente, incluso por esa vía, no siempre es posible de alcanzar por
completo. Freud insiste en que después de la reducción de las resistencias hay un residuo que
puede ser lo esencial. Introduce aquí la noción de repetición: consiste esencialmente en que del
lado de lo que está reprimido, del lado de lo inconsciente, no hay ninguna resistencia, sólo hay
tendencia a repetirse. Freud subraya que toda resistencia procede del orden imaginario, en el
cuál encontramos al yo.

A = Otro radical (polo real de la relación subjetiva)


m = yo

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a = otro, no es un otro en absoluto ya que está esencialmente acoplado al yo, en una relación
siempre reflexiva, intercambiable: el ego es siempre un alter-ego.
S = es el sujeto, el símbolo y también el Es (ello). La realización simbólica del sujeto es la
relación que va de “A” a “S”. Ella es subyacente, inconsciente, esencial a toda situación
subjetiva.
Esta esquematización no parte de un sujeto aislado y absoluto. Todo está ligado al orden
simbólico, desde que hay hombres en el mundo y que ellos hablan.
El animal no ve, no oye lo que no es útil para su subsistencia biológica, en cambio, el ser
humano, va más allá de lo real que le es biológicamente natural. Y ahí comienza el problema.
En el hombre hay que suponer cierta hiancia biológica, la que Lacan intenta definir cuando nos
habla del estadio del espejo. El hombre tiene una relación especial con la imagen que le es
propia: relación de hiancia, de tensión alienante (tensión entre la imagen que se presenta como
totalidad y la fragmentación del niño). La tensión entre lo simbólico y lo real está ahí
subyacente.
Para todos los hombres, la relación entre “A” y “S” siempre pasará por la intermediación de esos
sustratos imaginarios que son el yo y el otro.
En el punto de intersección de la dirección simbólica y el paso por lo imaginario hay una lámpara
tríoda. Lo imaginario está así en la posición de interrumpir, cortar, escandir lo que sucede a nivel
del circuito.
Lo que sucede entre “A” y “S” posee un carácter en sí mismo conflictivo.
Decir que hay neurosis, decir que hay reprimido, que se acompaña siempre de retorno, equivale a
decir que algo del discurso que va de A a S pasa y al mismo tiempo no pasa.
La resistencia se debe a que el yo no es idéntico al sujeto, y que es propio de la naturaleza del yo
el integrarse en el circuito imaginario que condiciona las interrupciones del discurso
fundamental. Sobre esa resistencia pone Freud el acento cuando dice que toda resistencia
procede de la organización del yo.
La única resistencia verdadera es la del analista, lo que significa que un análisis sólo es
concebible en la medida en que el “a” está borrado. En el análisis se espera que el analista haya
pasado por su propio análisis: PURIFICACIÓN SUBJETIVA.
El analista participa de la naturaleza radical del Otro. Lo que parte de lo imaginario del yo del
sujeto se pone en concordancia con el Otro radical que está enmascarado. La transferencia
acontece entre “A” y “m”, en la medida en que “a”, representado por el analista, no está.
La palabra fundamental que va de “A” a “S” encuentra una vibración armónica, algo que, lejos
de interferir, permite su paso.
Lo que insiste, lo que solo pasa, acontece entre “A” y “S”; la transferencia (imaginaria), por su
parte, pasa entre “m” y “a”. Y sólo en la medida en que “m” aprende paulatinamente a ponerse
en concordancia con el discurso fundamental, puede ser tratado de la misma manera que “A”, es
decir, paulatinamente ligado a “S”.
Esto significa que el yo se convierte en lo que no era, llega al punto donde está el sujeto.
Toda experiencia analítica es una experiencia de significación: el sujeto descubre por intermedio
del análisis su verdad, es decir, la significación que cobran en su destino particular esos daos de
partida que le son propios y que le tocó en suerte.
El yo se inscribe en lo imaginario. Todo lo que es del yo se inscribe en las tensiones imaginarias,
como el resto de las tensiones libidinales. Libido y yo están del mismo lado. El narcisismo el
libidinal.
El orden simbólico no es el orden libidinal. Tiende más allá del principio del placer, fuera de los
límites de la vida, y por eso Freud lo identifica al instinto de muerte.
Al orden simbólico, a la vez no siendo e insistiendo en ser, apunta Freud cuando habla del
instinto de muerte como lo más fundamental: un orden simbólico naciendo, viniendo, insistiendo
en ser realizado.

La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud

En psicoanálisis las palabras son su instrumento, su marco, su material y hasta el ruido de fondo
de sus incertidumbres (aquello que se presenta como difícil de acceder a la palabra).

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1. El sentido de la letra

A esa letra (significante) se la debe tomar al pie de la letra. La letra es el soporte material que el
discurso concreto toma del lenguaje.
El psicoanálisis descubre toda la estructura del lenguaje en el inconsciente. El inconsciente está
en el lenguaje.
El lenguaje preexiste al sujeto. “El niño cuando nace recibe un baño de lenguaje”, proviene del
Otro (lengua materna). Además es lo que distingue esencialmente a la sociedad humana de las
sociedades naturales. En el animal hay un predominio de lo imaginario, falta el recurso simbólico.
El niño necesita que lo introduzcan en el mundo simbólico, el lenguaje marca la instauración de
la cultura.

Lacan interroga al signo lingüístico saussureano que se escribía así:

Significado

Significante

La elipse representa lo cerrado del signo, la unión indisoluble, como si fueran las dos caras de un
papel, entre el significado y el significante. Las dos flechas aluden a la implicación recíproca
entre ambos. La línea horizontal adquiere valor de vínculo.
Lacan al leer a Saussure desde Freud, produce una notación diferente, a la cuál nombra
“algoritmo”:

S (significante)

S (significado)

Este algoritmo es el siguiente: S/s: significante sobre significado, el “sobre” responde a la barra
que separa sus dos etapas.
Lacan realiza tres modificaciones:
- Invierte los términos, ubica el significante arriba y el significado abajo señalando la primacía
del significante.
- Elimina la elipse que indicaba la unidad entre significante y significado y marcaba la relación
positiva que Saussure llamaba significación. Ya no se trata de las dos inseparables caras del signo
sino de dos etapas del algoritmo. La barra, entonces, lejos de indicar relación indica separación.
La importancia de la barra tiene que ver con que ésta trastoca la idea saussureana de relación
para precipitar la idea de resistencia, que confirma la ruptura del signo y con ello la primacía de
un orden: el significante.
- Postula que la relación entre significante y significado NO va a ser fija. Presenta al significante
y al significado como órdenes distintos y separados inicialmente por una barrera resistente a la
significación.

Para Lacan el Significante va a prevalecer, determinar, va a ser el agente de la significación. El


significante responde a la función de representar al significado.
La barra va a ser la barra de la represión, de la resistencia a la significación. Y el significado será
a develar. Saussure, en cambio, pensaba que el significado tenía un lugar de predominio sobre el
significante, que el significado creaba la significación.
Para Lacan no hay ninguna significación que se sostenga si no es por la referencia a otra
significación. La significación se forma a través de la relación entre significantes. Se necesitan al
menos dos significantes para encontrar una significación. Respecto a esto, da dos ejemplos:
árbol: puede ser árbol genealógico, circulatorio, etc. También da el ejemplo de las dos puertas
gemelas: un esquema en el que propone, por encima de la barra, en el lugar del significante, la
inscripción de dos términos: caballeros – damas. Por debajo, dos puertas absolutamente iguales.

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Arriba dos “palabras” diferentes, abajo dos puertas iguales. Se trata de baños y tratándose de
ellos se trata de prohibiciones, esto es, de una ley de segregación urinaria respecto de la
diferencia de sexos. Lo importante es que esta ley no podría existir si no hubiese significantes
que establecieran la diferencia.
El psicoanalista no se puede conformar con una significación pre-establecida, formada (efectos
determinantes del significante). En él, se debe producir la sorpresa de una precipitación del
sentido inesperada. La articulación entre significantes determina el significado.

Propiedades del significante:


1. La estructura del significante es, como se dice del lenguaje, que sea articulado.
2. Cadena significante
Sólo las correlaciones del significante al significante dan en ellas el patrón de toda búsqueda de
significación.
El significante por su naturaleza anticipa siempre el sentido. Es en la cadena del significante
donde el sentido insiste, pero ninguno de los elementos de la cadena consiste en la significación.
Lo que descubre esta estructura de la cadena significante es la posibilidad que se tiene,
justamente en la medida en que la lengua es común a la de otros sujetos, de utilizarla para
significar muy otra cosa que lo que ella dice. Función más digna de subrayarse en la palabra que
la de disfrazar el pensamiento del sujeto: a saber, la de indicar el lugar de ese sujeto en la
búsqueda de lo verdadero.

“Bastas de acolchado”: pone un punto al deslizamiento incesante del significado bajo el


significante (cuando el paciente habla y habla y no dice nada). Este punto a la linealidad
generalmente lo hace el analista, para dar lugar a la palabra plena. Puede ser una intervención.
Ej.: la paciente que iba a hablar de la teoría freudiana y sostiene que “la fue armando”, frente a
lo cual el analista sanciona ¿quién es Armando?

Metonimia: Ej.: treinta velas. Es la parte tomada por el todo. Conexión de palabra a palabra, se
toma la parte por el todo, el continente por el contenido, el autor por sus obras, la causa por el
efecto. Se trata de designar una cosa con el nombre de otra con la que está relacionada,
conectada. Es el equivalente al desplazamiento freudiano.

Metáfora: Dos significantes en donde uno ha sustituido al otro tomando su lugar en la cadena
significante. Una palabra por otra. Como producto de esa sustitución se engendra un sentido
nuevo. Chispa poética (ve claramente la polisemia del significante), siempre se dice algo más. Se
toma al síntoma como una metáfora. Condensación freudiana.

2. La letra en el inconsciente

Las funciones esenciales del significante, en tanto engendra el significado, son la metonimia y la
metáfora.
Función del significante: Obtener un plus de significado. Es inherente a su estructura obtener
más de un sentido.

f (S) 1

Estructura metonímica: conexión del significante con el significante. La función que implica la
conexión entre significantes es congruente con el mantenimiento de la barra que separa el
significante del significado.
El mejor ejemplo de la metonimia es la asociación libre. Hace un rodeo para no llegar.

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Estructura metafórica: La función de la sustitución del significante por el significante es
congruente con la trasposición de la barra, o lo que es lo mismo, con un plus de significación.
Sustitución del significante por el significante donde se produce un efecto de significación que es
de poesía o de creación, dicho de otra manera de advenimiento de la significación en cuestión. El
signo colocado entre () manifiesta aquí el franqueamiento de la barra y el valor constituyente
de ese franqueamiento para la emergencia de la significación.
Ejemplos de metáfora: chiste, sueño, síntoma, etc.

La letra del deseo (Dra. Amelia Imbriano)

El deseo como la metonimia de la falta en ser y el sueño como la metáfora del deseo

Al deseo hay que pensarlo como deseo inconsciente, sexual, ligado o entroncado con lo infantil y
que, además, no tiene nada que ver con el “yo quiero”. El deseo lejos de producirle satisfacción,
le produce malestar. Por lo tanto, no tiene nada que ver con el anhelo. No hay objeto que
satisfaga al deseo (a diferencia de la pulsión) y lleva tiempo asumir el deseo.
El deseo va a tener que ver con la metonimia y todas las formaciones del inconsciente van a
tener que ver con la metáfora. El deseo es siempre de otra cosa, por eso tiene que ver con la
metonimia. La naturaleza del deseo es ser insatisfecho.

En el escrito “La dirección de la cura y los principio de su poder”, podemos encontrar en forma
ejemplar lo que implica el “retorno a Freud”.
Lacan nos da muestra de ello, y lo hace a través de considerar aquello que ocupa el lugar central
en la teoría de los sueños: el deseo en su estructura de insatisfecho pero como lo que se
articula, en tanto articulación a un discurso, del que señalará: “bien astuto”, tal como lo mostró
Freud. Desde él reconsiderará al sueño por su trabajo de elaboración como hecho para el
reconocimiento del deseo.
El deseo está articulado a un discurso, aunque no en su totalidad. Se articula una parte en el
sueño, en el olvido, pero no totalmente. Sin embargo, da las suficientes pistas para que el
analista vaya pesquisándolo.
La elaboración onírica es trabajo del inconsciente y tiene como finalidad hacer reconocer el
deseo. En el sueño se articula, se da a conocer el deseo. Al igual que en el síntoma.

Retomará el texto freudiano en el sueño de la bella carnicera para trabajar el concepto freudiano
del sueño como realización de deseo en sus dos vertientes: el sueño cumple un deseo y el sueño
engendra un deseo.
En la producción del inconsciente operan determinados mecanismos:
- Trasposición: es la precondición general de la función del sueño, se trata del deslizamiento del
significado bajo el significante, siempre en acción (inconsciente) en el discurso.
- Condensación: es la estructura de sobreimposición de los significantes donde toma su campo la
metáfora. Un significante superpone, reúne, unifica a varios.
- Desplazamiento: es ese viraje de la significación que la metonimia demuestra y que se presenta
como el medio del inconsciente más apropiado para burlar la censura. Dice una cosa que en
realidad se refiere a otra.

Así, un sueño de castigo puede significar el deseo de lo que el castigo reprime.


El sueño de la bella carnicera es ejemplar para mostrar los mecanismos inconscientes
(condensación y desplazamiento), dando testimonio de su estructura común: la relación con el
lenguaje que da especificidad al inconsciente freudiano, descentrando la concepción del sujeto
(sujeto barrado, la conciencia no es el centro del sujeto).
Así como Freud nos presenta la fórmula del sueño como realización de deseo, Lacan propondrá el
sueño como metáfora del deseo y metonimia de la falta en ser. Siempre se desea lo que NO se
tiene y lo que NO se es (el deseo como la metonimia de la falta en ser).

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Freud mismo señaló que el sueño no es el inconsciente, sino su camino real; a través del relato,
sobre el cual no habrá más que “tomarlo a la letra”.
Recordemos el sueño: “Quiero dar una comida, pero no dispongo sino de un poco de salmón
ahumado. Pienso en salir para comprar lo necesario, pero recuerdo que es domingo y que las
tiendas están cerradas. Intento luego telefonear a algunos de los proveedores, y resulta que el
teléfono no funciona. De este modo, tengo que renuncia al deseo de dar una comida.
El propio Freud pone este sueño como referencia ejemplar de las vicisitudes del deseo en la
histeria y el modo de identificación: se satisface por deslizamiento, por alusión al deseo de otro,
un deseo de la víspera (el deseo de su amiga de comer en su casa), el cual es sostenido en su
posición por un deseo que es de otro orden (no voy a ser yo la que te engorde y así le gustes a mi
marido). Freud ordena la producción onírica como “el deseo de tener un deseo insatisfecho”
Un deseo sustituido a un deseo (metáfora): el sueño muestra que el deseo de salmón ahumado
propio de la amiga se sustituye al deseo de caviar de la paciente, lo cual constituye la sustitución
de un significante por un significante.
Un deseo de deseo: el sueño muestra que el deseo de tener un deseo insatisfecho está significado
por su deseo de caviar (el deseo de caviar es su significante).
Freud precisa lo que motiva la identificación histérica señalando que el salmón ahumado
desempeña para la amiga el mismo papel que el caviar para la paciente. Y Lacan aprovecha este
trabajo para dar evidencias de la preeminencia del significante, y del modo de generación del
significado.
Retomando cuestiones básicas de Instancia de la letra, destaca las leyes de articulación de la
cadena significante:
- la sustitución de un término a otro para producir el efecto de metáfora
- La combinación de un término con otro para producir el efecto de la metonimia
Y a partir de ello se puede ordenar el trabajo de Freud de la siguiente manera: El sueño es
metáfora de deseo y la metonimia de la falta en ser.

El sueño como metáfora de deseo:


- Caviar es el significante del deseo de la paciente
- Salmón ahumado es el significante del deseo de la amiga
- Freud señala que el salmón ahumado sustituye al caviar. Por lo tanto, un significante sustituye a
otro significante. Un deseo es sustituido por otro deseo: Se cumple el efecto metafórico.

El sueño como metonimia de la falta en ser:


Freud señala que “caviar” es el significante que muestra el deseo insatisfecho (recordar que le
solicita a su esposo que no se lo traiga para poder pedírselo). El deseo de caviar, “deseo
despierto”, “es un deseo de mujer colmada y que precisamente no quiere serlo. El carnicero de
su marido es ducho para poner del derecho las satisfacciones que todo el mundo necesita, los
puntos sobre las íes. Es un hombre sobre el que una mujer no debería tener quejas. Pero ésta es
la cosa, no quiere ser satisfecha en sus únicas verdaderas necesidades. Quiere otras gratuitas, y
para estar bien segura de que lo son, no satisfacerlas. Opera así la combinatoria de un deseo de
deseo. El deseo insatisfecho se desplaza (metonimia) al deseo de caviar. Entonces, el deseo de
caviar es la metonimia del deseo en tanto insatisfecho. Esta metonimia muestra el poco sentido
en que se manifiesta el fundamento del deseo, pero a su vez muestra su necesariedad por la falta
en ser donde se mantiene (deseo porque hay falta). Por lo tanto, de lo que se trata es que: el
deseo es la metonimia de la falta en ser.

Deseo y demanda

Lacan despliega aquello que estructura al deseo: el falo.


Necesitará recurrir a lo que implica la cadena significante: al menos dos significantes, en donde
se cumpla la principal propiedad de la estructura significante:
- Que sea articulado
- El significante se compone en términos de cadena significante

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Por su estructura, el sujeto es el efecto de la operación significante, o sea, de la cadena, de la
relación de un significante con otro significante. Por su estructura, recibe el complemento del
Otro, es el Otro quien le presta significantes. Pero este Otro no es completo. Este Otro en tanto
que lugar de palabra también es lugar de falta en ser. Por lo tanto, hay una consecuencia
importante, el sujeto no es un sujeto sujetado a la necesidad del viviente biótico, sino que es
sujeto en tanto sujetado a los significantes del Otro. El campo de la necesidad está perdido para
el sujeto en tanto ser parlante, en tanto habitante del lenguaje. El sujeto de la necesidad es
absolutamente mítico. Cuestión demostrada en el hecho de que cuanto más satisfecha esté lo
que podría pensarse como necesidad, más privado queda, y entonces surge el espacio para una
bella carnicera que debe fabricarse competentemente un deseo insatisfecho. El sujeto no tiene
necesidades que puedan ser satisfechas por objetos armónicos a las mismas.
El sujeto está pendiente de la cadena significante. Por lo tanto, toda demanda del sujeto
implicará demanda de significantes; ésta cava un intervalo a la cuestión de la necesidad, deja
suspendida la necesidad o en puntos suspensivos. Deja la necesidad en un intervalo. Allí, en esa
suspensión de la necesidad, es donde el deseo se manifiesta.
La necesidad está del lado de lo biológico, en el ser hablante está perdido, en tanto necesitamos
del Otro que codifica esa “necesidad”. El lenguaje de alguna manera, traumatiza a la necesidad,
la transforma en demanda (demanda de significantes). El resto, lo que NO se puede poner
articular en palabras, es el deseo. Aún si se pudiera expresar, no se podría satisfacer.
Se desprenden dos premisas:
- El deseo está efectivamente en el sujeto por esa condición que le es impuesta por la existencia
del discurso de hacer pasar su necesidad por los desfiladeros del significante
- La dialéctica de la transferencia implica la fundación de la noción de Otro con mayúsculas,
como lugar de despliegue de la palabra. La transferencia implica hablarle a un Otro, éste está en
un lugar de saber. Hablándole a un Otro, uno despliega su discurso, en donde hallamos nuestro
inconsciente.
- Animal preso del lenguaje, el deseo del hombre, es el deseo del Otro. El deseo surge
originariamente en el campo del Otro. Esta frase remite a:
- Deseo de ser deseado/ reconocido por el Otro
- Desear el objeto de deseo del Otro
Para saber a donde va mi deseo, tengo que mirar al Otro, quien me orienta.

Las tres estructuras son tres posibilidades respecto de la castración: la reprime, la forcluye, la
reniega. En definitiva, nadie es el falo.
Para Freud se trata de tener o no tener el falo. Mientras que para Lacan se trata de ser o no ser
el falo.
Para los neuróticos la cuestión de un análisis tendrá que ver con los excesos de costos que pague
el sujeto por encontrar el falo, por intentar ser el falo. Eso es lo que justifica la intervención del
analista. El análisis tiende a que el sujeto se corra del lugar de intentar ser el falo del Otro.
El analista no debe responder a la demanda del sujeto, ya que esto implicaría una situación de
comodidad para que el sujeto no sepa nada de su deseo.

Los escritos técnicos de Freud

La báscula del deseo / Las fluctuaciones de la libido

Yo (je) es un término verbal cuyo empleo es aprendido en una cierta referencia al otro,
referencia que es hablada. El yo (je) nace en referencia al tú. El niño repite la frase que se le ha
dicho con el tú, en lugar de hacer la inversión y emplear yo (je). Se trata de una vacilación en la
aprehensión del lenguaje. El yo se constituye, en primer lugar, en una experiencia del lenguaje,
en referencia al tú, y que lo hace en una relación donde el otro le manifiesta órdenes, deseos,
que él debe reconocer; órdenes y deseos de su padre, su madre, sus maestros, o bien de sus
pares y camaradas.
Al comienzo, el niño tiene pocas posibilidades de hacer reconocer sus propios deseos, salvo en la
forma más inmediata. ¿Cómo lograría además reconocer sus deseos? Nada sabe de ellos. En
efecto, los adultos deben buscar sus deseos. De no ser así, no necesitarían del análisis.

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¿Qué es la ignorancia? Se trata de una noción dialéctica, pues sólo se constituye como tal en la
perspectiva de la verdad. Si el sujeto no se sitúa en referencia a la verdad, no hay entonces
ignorancia. Si el sujeto no comienza a interrogarse acerca de lo que es y de lo que no es,
entonces no hay razón alguna para que haya algo verdadero y algo falso. La ignorancia se
constituye de modo polar en relación a la posición virtual de una verdad que debe ser alcanzada
(la verdad del inconsciente). Es un estado del sujeto en tanto ese sujeto habla. En el análisis,
desde el momento en que el analista compromete al sujeto, implícitamente, en una búsqueda de
la verdad, comienza a constituir su ignorancia.
Entonces, la ignorancia tiene que ver con el saber inconsciente. En análisis, si el sujeto se queja
o relaciona su padecer con la mujer, por ejemplo (“sufro por mi mujer”), no hay posibilidad de
cuestionar la verdad. Si hay ignorancia, se produce una hiancia y esto determina si es o no
analizable. El sujeto debe poder cuestionarse, siempre se parte de una pregunta.
Cuando decimos que el yo no sabe nada acerca de los deseos del sujeto es porque la elaboración
de la experiencia, en el pensamiento de Freud, nos lo enseña. Esta ignorancia no es pues una
pura y simple ignorancia. Es lo que está expresado en el proceso de negación y que se llama
desconocimiento. Desconocimiento no es ignorancia. El desconocimiento representa cierta
organización de afirmaciones y negaciones a las que está apegado el sujeto. No se puede
concebir el desconocimiento sin un conocimiento correlativo. Tras su desconocimiento tiene que
haber cierto conocimiento de lo que tiene que desconocer.
El desconocimiento está relacionado con la castración. El yo desconoce que está habitado por el
orden simbólico, que es hablado por el inconsciente. Tiene que ver con lo que el yo cree saber.
¿Qué es entonces, este desconocimiento implicado detrás de la función del yo, que es
esencialmente función de conocimiento? Quizá sea éste el origen efectivo, concreto, de nuestra
experiencia, quizás nos entreguemos a una operación de traducción que apunta a desatar una
verdad.
En el animal, el conocimiento es una coaptación imaginaria, existen ciertos mecanismos de
estructuración, ciertas vías de descargas, que son innatas en el animal.
En el hombre, no ocurre nada semejante. La anarquía de sus pulsiones más elementales está
demostrada por la experiencia analítica. La síntesis fracasa.
¿Qué corresponde, pues, en el hombre, a ese desconocimiento innato que conforma, realmente,
para el animal, una guía para la vida? Debe aislarse aquí la función que para el hombre
desempeña la imagen de su propio cuerpo, señalando a la vez que ella también reviste gran
importancia para el animal. La actitud del niño, entre los 6 y 18 meses, frente a un espejo, nos
informa sobre la relación fundamental del individuo humano con su imagen. El niño frente al
espejo, reacciona jubilosamente. Pero es cierto que su carácter exaltante no es su rasgo
fundamental, Lo más importante no es la aparición de esta conducta a los 6 mese sino su ocaso a
los 18 meses. En efecto, la conducta del niño cambia por completo. Se trata de una experiencia
en la cual el niño puede ejercer una actividad de control. Desaparecen todos los signos (cuerpo
fragmentado) tan marcadamente acentuados en el período anterior.
En el momento del ocaso del Complejo de Edipo se produce lo que se llama introyección (trata de
introducir lo simbólico en aquello que era concebido como imaginario). Se emplea cuando se
produce algo así como una inversión: lo que estaba afuera se convierte en el adentro, lo que era
el padre se convierte en el superyo. Algo ocurrió a nivel de ese sujeto invisible, impensable, que
nunca se nombra como tal. ¿A nivel del yo o del ello? Entre los dos. Por ello se llama superyo.
El momento en que el estadio del espejo desaparece presenta una analogía con el movimiento
de báscula que se produce en ciertos momentos del desarrollo psíquico. Lo podemos verificar en
esos fenómenos de transitivismo en los cuales la acción del niño equivale, para él, a la acción
del otro. El niño dice: Francisco me pegó, cuando en realidad fue él quién pegó a Francisco.
Entre el niño y su semejante existe un espejo inestable.
Hay un momento en el cual se produce para el niño, a través de la mediación de la imagen del
otro, la asunción jubilatoria de un dominio que aún no ha alcanzado. Sin embargo, el niño se
muestra totalmente capaz de asumir este dominio en su interior. Movimiento de báscula.
Por supuesto, no puede asumirlo sino como forma vacía.
Freud señala que debe tener una relación muy estrecha con la superficie del cuerpo. No se trata
de la superficie sensible, sensorial, sino de esa superficie en tanto está reflejada en una forma.

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La imagen de la forma del otro es asumida por el sujeto. Está situada en su interior, es gracias a
esta superficie que se introduce esa relación del adentro con el afuera por la cual el sujeto se
sabe, se conoce como cuerpo.
El hombre se aprehende como cuerpo, como forma vacía del cuerpo, en un movimiento de
báscula, de intercambio con el otro. Asimismo, aprenderá a reconocer invertido en el otro todo
lo que en él está entonces en estado de puro deseo, deseo originario, inconstituido, y confuso,
deseo que se expresa en el vagido del niño. Aprenderá, tan sólo cuando ponga en juego la
comunicación.
Antes que el deseo aprenda a reconocerse por el símbolo, sólo es visto en el otro.
En el origen, antes del lenguaje, el deseo sólo existe en el plano único de la relación imaginaria
del estadio especular; existe proyectado, alienado en el otro. La tensión que provoca no tiene
salida. Es decir que no tiene otra salida que la destrucción del otro.
En esta relación, el deseo del sujeto sólo puede confirmarse en una competencia, en un rivalidad
absoluta con el otro por el objeto hacia el cual tiende. Cada vez que nos aproximamos, en un
sujeto, a esta alineación primordial, se genera la agresividad más radical: el deseo de la
desaparición del otro, en tanto el otro soporta el deseo del sujeto.
Sin embargo, a Dios gracias, el sujeto está en el mundo del símbolo, es decir en un mundo de
otros que hablan. Su deseo puede pasar entonces por la mediación del reconocimiento. De no ser
así, toda función humana se agotaría en el anhelo indefinido de la destrucción del otro como tal.
De esta manera, cada vez que el sujeto es cautivado por uno de sus semejantes, el deseo retorna
al sujeto, pero retorna verbalizado. En otros términos, cada vez que se producen las
identificaciones objetales del yo ideal, aparece ese fenómeno llamado enamoramiento /
fascinación por el otro.
Freud escribe que el yo está formado por la sucesión de las identificaciones con los objetos
amados que le permitieron adquirir su forma. El yo es un objeto que se asemeja a una cebolla: si
pudiéramos pelarlo encontraríamos las sucesivas identificaciones que lo construyeron.

La salida masoquista del estadio del espejo no se puede comprender sin la dimensión de lo
simbólico. Se sitúa en el punto de articulación entre lo imaginario y lo simbólico. En ese punto de
articulación se sitúa lo que suele llamarse el masoquismo primordial. También es allí donde debe
situarse el llamado instinto de muerte, el cual es constituyente de la posición fundamental del
sujeto humano.
Cuando Freud aisló el masoquismo primordial, lo encarnó precisamente en un juego infantil, en
un niño que tiene, precisamente, 18 meses. Freud dice que el niño sustituye la tensión dolorosa,
generada por la experiencia inevitable de la presencia y la ausencia del objeto amado, por un
juego en el cual él mismo maneja la ausencia y la presencia como tales, y se complace además
en gobernarlas. Lo hace con un pequeño carretel atado al extremo de un hilo, al que arroja y
vuelve a recoger. Este juego del carretel se acompaña de una vocalización característica del
fundamento mismo del lenguaje.
Lo importante no es que el niño pronuncia las palabras Fort/Da, que en su lengua materna
equivalen a lejos/aquí. Lo importante es que hay una primera manifestación del lenguaje.
Mediante esta oposición fonemática el niño trasciende, lleva a un plano simbólico, el fenómeno
de la presencia y de la ausencia. Se convierte en amo de la cosa en la medida en que justamente
la destruye.

El deseo es perpetuamente reintegrado de nuevo, reproyectando al exterior el yo ideal. Así es


como se verbaliza el deseo. Se produce un movimiento de báscula entre dos relaciones
invertidas. La relación especular del ego, que el sujeto asume y realiza, y la proyección, siempre
dispuesta a renovarse, en el yo ideal.

El deseo del otro. ¿Se trata del deseo que está en el otro? ¿O bien del deseo que yo tengo por el
otro?
En primer lugar, la primera alienación del deseo está ligada a la relación con el otro, relación
especular, originaria. El niño es dependiente de otro que le adelante, le anticipe una forma más
perfecta y controlada que la suya.

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En segundo lugar, la primera noción de la totalidad del cuerpo como algo vivido; el primer
impulso del apetito y del deseo pasa, para el sujeto humano, por la mediación de una forma que
primero ve proyectada, exterior a él, y esto, en primer lugar, en su propio reflejo.
La fórmula el deseo del hombre es el deseo del otro, no es válida en un sentido único. Se trata
de una captación imaginaria pero no se limita a ella.
En el sujeto humano, el deseo es realizado en el otro, por el otro. Es éste el segundo tiempo, el
tiempo especular, el momento en que el sujeto ha integrado la forma del yo. Pero sólo pudo
integrarla después de un primer juego de báscula, por el cual, precisamente, cambió su yo por
ese deseo que ve en el otro. A partir de entonces, el deseo del otro, que es el deseo del hombre,
entra en la mediatización del lenguaje. Es en el otro, por el otro, que el deseo es nombrado.

Resumiendo: a la proyección de la imagen le sigue constantemente la del deseo.


Correlativamente, hay re-introyección de la imagen y re-introyección del deseo. Movimiento de
báscula, juego en espejo. Esta articulación no se produce una sola vez. Se repite. En el curso de
este ciclo, el niño re-integra, re-asume sus deseos.
Los deseos del niño pasan primero por el otro especular. Allí es donde son aprobados o
reprobados, aceptados o rechazados. Esta es la vía por donde el niño aprende el orden simbólico
y accede a su fundamento: la ley.

Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (Inconsciente, Repetición,


Transferencia y Pulsión)

Desmontaje de la pulsión

En la experiencia se encuentra algo que posee carácter de irrepresible aún a través de las
represiones, por lo demás, si ha de haber represión es porque del otro lado algo ejerce una
presión. Ese elemento es la pulsión. Esto parece entrañar la referencia a un dato primigenio,
primordial y arcaico.
Es esencial recordar que el propio Freud dice que la pulsión es un concepto fundamental y es
importante distinguir cuatro términos en la pulsión: empuje, fuente, objeto y meta. Estos cuatro
términos sólo pueden aparecer disyuntos.
El empuje es identificado con una tendencia a la descarga. Esta tendencia es el producto de un
estímulo. La excitación de la pulsión es distinta de la que proviene del mundo externo, es una
excitación interna. Pero que tampoco deberá ser pensado bajo le modelo de una necesidad
interna tal como el hambre y la sed. Entonces, este empuje sólo se define por ser una fuerza
constante. La constancia del empuje impide cualquier asimilación de la pulsión a una función
biológica, la cual siempre tiene un ritmo. Lo primero que dice Freud de la pulsión es que no tiene
ni día ni noche, ni primavera ni otoño, ni alza ni baja. Es una fuerza constante.
La satisfacción de la pulsión es llegar a su meta. Sin embargo, Freud dice que la sublimación
también es satisfacción de la pulsión a pesar de que está inhibida en cuanto a su meta, a pesar
de que no alcanza su meta. La sublimación no deja de ser por eso una satisfacción de la pulsión,
y además sin represión.
Es evidente que los pacientes, no están satisfechos con lo que son. Y no obstante se sabe que
todo lo que ellos son, lo que viven, aún sus síntomas, tiene que ver con la satisfacción. Satisfacen
a algo que sin duda va en contra de lo que podría satisfacerlos, lo satisfacen en el sentido de que
cumplen con lo que ese algo exige. No se contentan con su estado, pero aún así, en ese estado de
tan poco contento, se contentan. El asunto está justamente en saber qué es aquello que queda
allí contentado. Entonces, en el síntoma se satisface la pulsión. Esto es lo que diferencia el
psicoanálisis de otras terapias. Piensan que el síntoma es únicamente dolor y sufrimiento,
entonces tienden a eliminarlo. Lo que el psicoanálisis se pregunta es si el paciente está dispuesto
a renunciar a la satisfacción que el síntoma le proporciona y si podrá encontrar otros medios de
satisfacción.
Aquello que se satisface por la vía del displacer, es, al fin y al cabo, la ley del placer. Para una
satisfacción de esta índole, penan demasiado. Hasta cierto punto, este penar de más (trop de
mal: demasiado esfuerzo, demasiado sufrimiento, mal de sobra) es la única justificación de la
intervención del analista.

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Entonces no se puede decir que en lo que toca a la satisfacción no se alcanza la meta. Sí, se
alcanza, sólo que esta satisfacción es paradójica. Cuando se le presta atención, uno repara en
que ahí entra en juego algo nuevo, la categoría de lo imposible (imposible de ser cernido de
significante, escapa a la cadena significante). Lo real aparece como el obstáculo al principio del
placer. Lo real es el tropiezo, el hecho de que las cosas no se acomodan de inmediato, como
querría la mano que se tiende hacia los objetos exteriores. Lo real se distingue por su separación
del campo del principio del placer. Pero lo imposible está presente también en el otro campo,
como esencial.
En cierto modo, al dar con su objeto (aquello que funciona como instrumento que permite que la
pulsión se satisfaga), la pulsión se entera, precisamente, de que no es así como se satisface.
Porque si se distingue la necesidad de la exigencia pulsional, es porque ningún objeto de ninguna
necesidad puede satisfacer la pulsión.
En cuanto al objeto, en la pulsión, que quede bien claro que no tiene, a decir verdad, ninguna
importancia. Es enteramente indiferente.
Freud dice que la pulsión autoerótica se las arregla muy bien sin el objeto. En la pulsión oral, por
ejemplo, la satisfacción no está en el objeto alimento, sino en la boca.
Se ha propuesto el pecho como objeto de la pulsión oral, y no la leche, que sería precisamente el
objeto de necesidad. Lo que Lacan propone es que la pulsión hace un tour a su alrededor en dos
sentidos: el primero como límite en torno al cual se gira, y el segundo como truco del que se
sirve para realizar su trayecto. Esto último es lo que afirmaba Freud cuando decía que la pulsión
se satisface retornando a la zona erógena de la que partía.
La fuente es la zona erógena, zonas susceptibles de provocar satisfacción. Partes del cuerpo
donde el Otro inscribe la sexualidad: “la madre con sus cuidados es que despierta la sexualidad
en el hijo”. Madre como la primera seductora. Por esto el Edipo es un Complejo: justamente con
aquella que nos erotizó, no se puede.
La fuente debe ser pensada como un borde, no como un tracto, por ejemplo la boca, más
precisamente el borde de los labios o de los dientes, no el aparato digestivo. Todas las zonas
erógenas implican un borde, sea el margen del ano, de la oreja o de los párpados.
Cabe una pregunta: si los cuatro elementos nombrados son disyuntos, ¿cómo se ligan?
Lacan dice que si a algo se parece la pulsión es a un montaje. El montaje de la pulsión deberá ser
pensado a la manera de un collage surrealista. Lacan sugiere la imagen formada por una dínamo
en funcionamiento, empalmada en la toma de gas, de la que sale una pluma de pavo real que
cosquillea el vientre de una hermosa mujer que permanece allí por la belleza del aparato.
Lo que viene a evocar esto es la paradoja del montante: en tanto el empuje no se descarga, el
objeto no es el objeto y el borde donde termina el circuito no está implicado en la satisfacción.
El montaje de la pulsión muestra la ruptura con el orden biológico. Ej.: Dora chupándose el
pulgar mientras le toca el lóbulo de la oreja al hermano. Se trata de una casual conjunción de
elementos de la pulsión, no tiene nada que ver con la biología.
La pulsión es un montaje a partir del cuál entra en juego la sexualidad en la vida psíquica. La
pulsión está inscripta en el inconsciente, gracias a los significantes.

La pulsión parcial y su circuito

Todo este articulo, tiende a mostrar que respecto de la finalidad biológica de la sexualidad, a
saber, la reproducción, las pulsiones, tal como se presentan en el proceso de la realidad psíquica,
son pulsiones parciales.
Las pulsiones, en su estructura, en la tensión que establecen, están ligadas a un factor
económico. Este factor económico depende de las condiciones en que se ejerce la función del
principio del placer en el nivel del Real-Ich (Yo real). Se puede concebir el Real Ich como el
sistema nervioso central en tanto funciona como un sistema destinado a asegurar cierta
homeostasis de las tensiones internas.
Debido, precisamente, a la realidad del sistema homeostático, la sexualidad entra en juego
únicamente en forma de pulsiones parciales. La pulsión es el montaje a través del cual la
sexualidad participa en la vida psíquica y de una manera que tiene que conformarse con la
estructura de hiancia característica del inconsciente.

16
La experiencia analítica tiene dos extremos. Lo reprimido primordial es un significante, y aquello
que se erige encima para constituir el síntoma se puede considerar como andamiaje significante.
Lo reprimido y el síntoma son homogéneos (no hay uno sin el otro) y siempre reductibles a
funciones significantes.
En el otro extremo está la interpretación. La interpretación concierne a ese factor dotado de una
estructura temporal especial, que Lacan definió mediante la metonimia. En su término, la
interpretación apunta al deseo, al cual, en cierto sentido, es idéntica. El deseo es la
interpretación misma. (La interpretación pone un punto al deslizamiento de la cadena de
significantes). La interpretación apunta a que algo del deseo inconsciente se devele.
En el intervalo está la sexualidad; siempre en forma de pulsiones parciales.
En “tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad”, Freud supo postular la sexualidad como
esencialmente polimorfa, aberrante. Así quedo roto el encanto de la supuesta inocencia infantil.
Por haberse impuesto tan pronto no se examinó detenidamente que representa esta sexualidad
en su esencia. A saber que, en lo referente a la instancia de la sexualidad, la situación es la
misma para todos los sujetos, así sean niños o adultos (todos se enfrenta solo con la sexualidad
que pasa por las redes de la constitución subjetiva, las redes del significante) la sexualidad solo
se realiza mediante la operación de las pulsiones en la medida en que son pulsiones parciales,
parciales respecto a la finalidad biológica de la sexualidad (la reproducción).
Cuerpo como aparejo: porque hay distintas zonas erógenas, zonas rectoras de la satisfacción.
La pulsión, aunque representa la curva de la realización de la sexualidad en el ser vivo, solo la
representa, y además, parcialmente.
Freud nos presenta entonces la pulsión en una forma muy tradicional, utilizando en todo
momento los recursos de la lengua y apoyándose sin vacilaciones en algo que solo pertenece a
ciertos sistemas lingüísticos, las tres voces, activa, pasiva y media. Pero esto no es mas que el
cascaron. Tenemos que darnos cuenta de que esta reversión significante es una cosa, y otra muy
distinta, lo que recubre. Lo fundamental de la pulsión es el vaivén con que se estructura.
No hay parte alguna del trayecto de la pulsión que puede separarse de su vaivén, de su revisión
fundamental, de su carácter circular.
Al final del circuito, surge un nuevo sujeto. Este sujeto, que es propiamente el Otro, aparece si
la pulsión llega a cerrar su trayecto circular. Solo con su aparición en el Otro puede ser realizada
la función de la pulsión.

Bord

a Aim

Goal

El borde es considerado como la fuente, es decir, la zona llamada erógena de la pulsión. La


tensión siempre es un lazo, y no puede disociarse de su regreso sobre la zona erógena.
Aquí se esclarecerá el misterio de la satisfacción, esa forma que puede asumir la pulsión y que
consiste en alcanzar la satisfacción sin alcanzar su meta (en la sublimación por ejemplo).

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Aim se refiere al camino, al recorrido. The aim es el trayecto. La meta tiene también otra forma,
The goal. Goal, es haber marcado un punto y con ello, haber alcanzado la meta.
La pulsión puede satisfacerse sin haber alcanzado aquello que, desde el punto de vista de una
totalización biológica de la función, satisface supuestamente a su fin reproductivo, precisamente
porque es pulsión parcial y porque su meta no es otra que ese regreso en forma de circuito.
(Volver a la fuente, a la zona erógena de la cual partió).
Esta teoría esta presente en Freud. En alguna parte dice que el modelo ideal del autoerotismo
podría ser el de una boca que se besa a si misma.
De todas maneras, hay algo que nos obliga a distinguir esta satisfacción del puro y simple
autoerotismo de la zona erógena, y es el objeto que con demasiada frecuencia confundimos con
aquello sobre lo cual se cierra la pulsión, ese objeto que, de hecho, no es otra cosa que la
presencia de un hueco, de un vacío, que cualquier objeto puede ocupar y cuya instancia sólo se
conoce en la forma del objeto perdido a minúscula. El objeto a minúscula no es el origen de la
pulsión oral. Se presenta porque no hay nada que satisfaga nunca la pulsión oral, a no ser
contorneando el objeto eternamente faltante.
El asunto, para nosotros ahora, es saber donde se enchufa este circuito y, antes que nada, si
tiene característica de espiral, es decir, si el circuito de la pulsión oral lo continúa la pulsión
anal, que se convertiría entonces en el estadio siguiente. Respecto a esto, aclaramos que no hay
ninguna relación de engendramiento entre una pulsión parcial y la siguiente. El paso de la pulsión
oral a la anal no es producto de un proceso de maduración, es el producto de la intervención de
algo que no pertenece al campo de la pulsión, es la intervención, la inversión de la demanda del
Otro.
A la pulsión tenemos que considerarla bajo el acápite de la fuerza constante, que va más allá del
principio de placer.
La pulsión es una estructura fundamental, algo que sale de un borde, siguiendo un trayecto que
retorna y cuya consistencia sólo puede asegurarla el objeto, el objeto como algo que debe ser
contorneado. Por lo tanto, la pulsión parte de la fuente (zona erógena), en el trayecto,
contornea al objeto a (perdido) y luego retorna a la zona erógena de la que partió. Es este
recorrido esta la ganancia, la satisfacción de la pulsión. El objeto a es el representante del
objeto perdido, los sustitutos del objeto a son: el pecho, las heces, la mirada y la voz.
Esta articulación lleva a considerar la manifestación de la pulsión el modo de un sujeto acéfalo,
pues todo en ella se articula en términos de tensión y su relación con el sujeto es tan sólo de
comunidad topológica. Articule el inconsciente como algo que se sitúa en las hiancias que la
distribución de las investiciones significantes instaura en el sujeto, figuradas en el algoritmo
como el rombo que Lacan coloca en el centro de toda relación del inconsciente entre la realidad
y el sujeto. La pulsión desempeña su papel en el funcionamiento del inconsciente debido a que
algo en el aparejo del cuerpo está estructurado de la misma manera, debido a la unidad
topológica de las hiancias en cuestión.

El inconsciente freudiano y el nuestro – Sobre el estatuto del inconsciente

El inconsciente está estructurado como un lenguaje. El universo del sentido debe ser hallado en
lo inconsciente, por lo tanto el inconsciente en tanto dador de sentido se constituye bajo la
modalidad de un lenguaje. Se puede seguir el siguiente razonamiento:
a. el inconsciente está regido por las leyes de condensación y desplazamiento
b. el lenguaje está regido por las leyes de metáfora y metonimia
c. la metáfora y la metonimia son en su campo equivalentes a la condensación y el
desplazamiento en el suyo.
d. ante leyes similares equivalencias de estructuras.
Conclusión: el inconsciente está estructurado como lenguaje y en tanto el lenguaje define el
orden de la cultura por oposición al de la naturaleza, el inconsciente debe ser entendido en
función del orden de la cultura, desde aquél lugar teórico que Lacan llamó el gran Otro.

Antes de toda experiencia, antes de toda deducción individual, aún antes de que se inscriban en
él las experiencias colectivas que se refieren sólo a las necesidades sociales, algo organiza este
campo. Es la función que Lévi – Strauss nos presenta como la verdad de la función totémica

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(función clasificatoria primaria). Aún antes de establecer relaciones que sean propiamente
humanas, ya se determinan ciertas relaciones. Se las toma de todo lo que la naturaleza ofrece
como soportes. La naturaleza proporciona significantes, y estos significantes organizan de manera
inaugural las relaciones humanas, dan las estructuras de estas relaciones y las modelan. Lo
importante es que en esto vemos el nivel donde (antes de toda formación del sujeto, de un
sujeto que piensa) algo cuenta, es contado y en ese contado ya está el contador. Sólo después el
sujeto ha de reconocerse en él y ha de reconocerse como contador.

1. El inconsciente como función de causa: Cada vez que apelamos al concepto de causa, nos
aproximamos a algo inanalizable, anticonceptual e indefinido, que nos lleva a la repitencia
perpetua por la causa de la causa.
La función de causa permanece esencialmente en la hiancia del inconsciente, que ocupa el lugar
de partida sobre le cual siempre volvemos. Sobre esta hiancia Lacan nos dice que es del orden de
lo pre-ontológico. O sea, del orden de lo no realizado, de lo desconocido. A su vez, nos introduce
en un campo donde en el lugar en el que se produce esta hiancia encontraremos la ley del
significante.
2. El inconsciente como lo no nato: El inconsciente se manifiesta como algo que se mantiene a la
espera, en el aire, en el lugar de lo no- nacido, lo no- nato.
3. El inconsciente como nivel homólogo al nivel del sujeto: el descubrimiento freudiano presenta
la revelación de que al nivel del inconsciente hay algo en todos los aspectos homólogo a lo que
ocurre al nivel del sujeto. Ello habla y ello funciona de una manera elaborada.
4. El inconsciente aparece a modo de tropiezo: las formaciones del inconciente, el sueño, el acto
fallido y el chiste, sorprenden en primer lugar, por el modo de tropiezo bajo el cual aparecen.
En ese tropiezo, fallo o fisura, se buscará el inconsciente. Lo que se produce en esta hiancia, se
presenta como hallazgo, que al mismo tiempo es sorpresa. Es hallazgo de algo perdido, que está
preparado para esconderse de nuevo.
5. El inconsciente como fenómeno discontinuo: el inconsciente se nos manifiesta como
discontinuo, como fenómeno de vacilación.
6. El inconsciente como experiencia a partir del uno del corte: la experiencia del inconsciente es
allí, en el corte, en la ruptura.
7. El inconsciente se sitúa en la dimensión de una sincronía: según las frases, según los modelos,
el sujeto de la enunciación se pierde en la medida en que se encuentra. En una innovación, en
un fallo, siempre es él el quién plantea un enigma y quien habla. Se trata siempre del sujeto en
tanto indeterminado. Sujeto sometido a la lógica del significante, que hace posible que algo
tome la función de barrar. El inconsciente se manifiesta siempre como lo que vacila en un corte
del sujeto, del que resurge un hallazgo.

El sujeto y el otro: La alienación

Si el psicoanálisis ha de constituirse como ciencia del inconsciente convendría partir de que el


inconsciente esta estructurado como un lenguaje.
Lacan pone el acento en la repartición que constituye al oponer los dos campos del sujeto y del
otro. En el comienzo, cuando alguien nace (viviente), es un conjunto vacío y es el conjunto del
Otro el que posee todos los significantes. El viviente es llamado a constituirse como sujeto en el
campo del Otro.
El Otro es el lugar donde se sitúa la cadena del significante que rige todo lo que, del sujeto,
podrá hacerse presente, es el campo de ese ser viviente donde el sujeto tiene que aparecer. Por
el lado de ese ser viviente se manifiesta esencialmente la pulsión. Es decir, antes de la alienación
es pura pulsión.
Por ser por definición toda pulsión, pulsión parcial, ninguna de ellas representa la totalidad de la
tendencia sexual, en la medida en que pueda concebirse como presentificación en el psiquismo,
de la función de la reproducción.
Nadie puede negar esta función en el plano biológico. Pero Lacan afirma que esta función como
tal no está representada en el psiquismo. En el psiquismo no hay nada que permita al sujeto
situarse como ser macho o ser hembra. El sujeto sólo sitúa, en su psiquismo, sus equivalentes,
actividad y pasividad. Sólo esta división hace necesario lo primero que puso al descubierto la

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experiencia analítica, que las vías de lo que hay que hacer como hombre o como mujer
pertenezcan enteramente al drama, a la trama, que se sitúa en el campo del Otro, el Edipo es
propiamente eso. Lo que debe hacerse como hombre o como mujer, el ser humano lo tiene que
aprender por entero del Otro. La sexualidad está representada en el psiquismo por una relación
del sujeto que se deduce de algo que no es la propia sexualidad. La sexualidad se instaura en el
campo del sujeto por la vía de la falta.
Aquí se superponen dos faltas. Una se debe al defecto central en torno al cual gira la dialéctica
del advenimiento del sujeto a su propio ser en la relación con el Otro, debido a que el sujeto
depende del significante y éste está primero en el campo del Otro. Esta falta retoma la otra
falta, la falta real, anterior, que ha de situarse en el advenimiento del ser viviente, o sea, en la
reproducción sexuada. La falta real es lo que pierde el ser viviente, de su porción de viviente,
por reproducirse por la vía sexuada. Esta falta es real porque remite a algo real, que el ser
viviente, por estar sujeto al sexo, queda sometido a la muerte individual.
El mito de Aristofanes muestra la persecución del complemento, al formular que el ser vivo en el
amor busca al otro, a su mitad sexual. La experiencia analítica sustituye esta búsqueda que hace
el sujeto, no del complemento sexual, sino de esa parte de si mismo, para siempre perdida, que
se constituye por el hecho de que no es mas que un ser viviente sexuado, que ya no es inmortal.
Así desafiando el mito tan prestigioso que Platón adjudica a Aristofanes, Lacan lo sustituye por un
mito destinado a encarnar la parte faltante, al que llamo el mito de la laminilla.
En el designa la libido no como un campo de fuerzas, sino como un órgano.
La libido es el órgano esencial para comprender la naturaleza de la pulsión. Este órgano es irreal.
Lo irreal no es lo imaginario. Se define por articularse con lo real de un modo que no podemos
aprehender. Pero se irreal no impide a un órgano encarnarse.
La relación del sujeto con el Otro se engendra toda en un proceso de hiancia.
Estos procesos han de articularse circularmente entre el sujeto y el Otro: del sujeto llamado al
Otro, al sujeto de lo que el mismo vio aparecer en el campo del Otro, del Otro que regresa allí.
Este proceso es circular pero sin reciprocidad. Pese a ser circular, es asimétrico.
Todo surge de la estructura del significante. El sujeto se define como efecto del significante. Un
significante es aquello que representa a un sujeto para otro significante.
Al producirse en el campo del Otro, el significante hace surgir el sujeto de su significación. Pero
funciona como significante reduciendo al sujeto en instancia a no ser más que un significante,
petrificándolo con el mismo movimiento con que lo llama a funcionar, a hablar, como sujeto.
La constitución del sujeto es en el campo del Otro. Alienación. El sujeto es hijo de significante,
es efectuado por el significante, el viviente se convierte en sujeto por el significante.
Lacan nos habla de dos operaciones que va a articular en la relación del sujeto con el Otro. Tanto
la alienación como la separación son dos operaciones lógicas constitutivas del sujeto. Modos en
que el sujeto se constituye.
Dicha relación, proceso de borde, receso circular, hemos de apoyarla en ese pequeño rombo que
emplea como algoritmo.

Separación

Alineación

La v de la mitad inferior del rombo dirá que es el vel constituido por la primera operación que
funda al sujeto: la alienación. La alienación consiste en ese vel que condena al sujeto a aparecer
en esa división diciendo que si aparece de un lado como sentido producido por el significante, del
otro aparece como afánisis, desaparición. (Afánasis es identificación pura).
El vel de la alienación se define por una elección cuyas propiedades depende de que en la
reunión (unión) uno de los elementos entrañe que sea cual fuere la elección, su consecuencia sea
un ni lo uno ni lo otro. La elección consiste en saber si uno se propone conservar una de las
partes, ya que la otra desaparece de todas formas.
El vel de la alienación muestra que no es posible no elegir, pero además, hay una sola opción.

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Lacan ilustra esto con el ser del sujeto, que está del lado del sentido. Si se escoge el ser, el
sujeto desaparece, se escapa, cae en el sin sentido; si se escoge el sentido, éste sólo subsiste
cercenado de esa porción de sin sentido que constituye el inconsciente. La índole de este sentido
tal como emerge en el campo del Otro, es la de ser eclipsado por la desaparición del ser,
inducida por la función del significante. El sujeto acepta el sentido que da el Otro, o sino queda
en la afanasis (perdido detrás del significante, sin sentido).

La alienacion

El
El ser El sin sentido
sentido
(el sujeto) (el Otro)

El objetivo de la interpretación no es el sentido, sino la reducción de los significantes a su sin


sentido para así encontrar los determinantes de la conducta del sujeto.
Ejemplos de Vel: “la bolsa o la vida”. Si elijo la bolsa, pierdo ambas. Si elijo la vida, me queda la
vida sin la bolsa, o sea, una vida cercenada.
“La libertad o la vida”. Si elijo la libertad, pierdo ambas inmediatamente, si elijo la vida, es una
vida amputada de la libertad.
“Libertad o la muerte”. Cuando la elección es tal cosa o la muerte, denomina esto, factor letal.
Hasta ahora vimos la primera operación (alineación), ahora nos introduciremos en la segunda
(separación). Esta operación lleva a su término la circularidad de la relación del sujeto con el
Otro, rompe la circularidad, pero en ella se demuestra una torsión esencial (vuelve al sujeto).
Mientras que el primer tiempo se basa en la subestructura de la reunión, el segundo se basa en la
subestructura denominada intersección o producto. Se sitúa donde se encuentra la forma de la
hiancia, del borde (la unión es todo, la intersección es solo lo que comparten, a saber el vacío y
no S1 ya que éste viene del Otro). La intersección de dos conjuntos esta constituida por los
elementos que pertenecen a los dos conjuntos. Allí se producirá la segunda operación a la que
esta dialéctica conduce al sujeto. La denominare, la separación.
La separación surge de la superposición de dos faltas. El sujeto encuentra una falta en el Otro, en
la propia intimación que ejerce el Otro sobre él con su discurso. En los intervalos del discurso del
Otro se cortan los significantes, es la guarida de lo que llama metonimia. Allí se arrastra, se
desliza, se escabulle, lo que llama deseo. El sujeto aprehende el deseo del Otro en lo que no
encaja, en las fallas del discurso del Otro, y todos los por qué del niño no surgen de una avidez
por la razón de las cosas, sino que constituyen una puesta a prueba del adulto, un por qué
resucitado siempre de lo más hondo, que es el enigma del deseo del adulto.
El sujeto responde a esta captura con la falta antecedente, con su propia desaparición, que se
sitúa en el punto de la falta percibida en el Otro. El primer objeto que propone a ese deseo
parental cuyo objeto no conoce, es su propia perdida -¿puede perderme?- El fantasma de su
muerte, de su desaparición, es el primer objeto que el sujeto tiene para poner en juego en esta
dialéctica y, en efecto, lo hace.
Una falta cubre a la otra. La falta generada en el tiempo precedente sirve para responder a la
falta suscitada por el tiempo siguiente.

Seminario 9 y 10 : La angustia

La angustia es la sensación del deseo del Otro. Para ejemplificar esto, Lacan nos propone una
fábula: Se imagina llevando una máscara de animal y enfrentándose a una mantis gigantesca.
Existiría la posibilidad de un error por parte de la hembra acerca de la identidad de Lacan. ¿Y que
pasaría con él, imposibilitado de ver su imagen en el espejo enigmático del ojo de la hembra?
Justamente de algo de esta índole se trata en la angustia: estar a merced de otro ante el cual no
sé que máscara tengo, no veo que imagen tengo, desconozco mis insignias. No sé lo que soy como

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objeto para el Otro. La angustia es un afecto sin objeto. El afecto de angustia está connotado por
una falta de objeto, pero no por una falta de realidad. Es un objeto que no puede simbolizarse
del mismo modo que los demás (objeto a: objeto de la angustia)
La angustia se trata de una opresión indecible por la que llegamos a la dimensión misma del lugar
del Otro en tanto puede aparecer el deseo.
El ¿Che vuoi? Es el ¿qué quieres? en términos de esa relación esencial con el deseo del Otro, que
se podría formular ¿qué me quiere? O más bien, ¿Qué quiere él de mí? o ¿qué quiere él en lo
relativo a ese lugar a ese lugar del yo?
La enseñanza muestra que se debe buscar en qué punto privilegiado emerge la angustia. Esto es
así porque la función de la angustia es la de ser señal. , Lacan habla de una función de la
angustia, a saber, función de llave: nos guía, nos orienta. La angustia es de todas las señales, la
única que no engaña. Lo que es del orden de lo imaginario es susceptible de ser engañado. Lo
simbólico también tiene una dimensión de mentira. La angustia, en cambio, no engaña porque es
la que no se deja atrapar por las redes del significante. Tiene que ver con el registro de lo real.

Existen tres pisos en la operación subjetiva (goce- angustia – deseo)

Primer piso: A S

Ya sabemos que es en el lugar del Otro, bajo las especies primarias del significante, que el sujeto
tiene que constituirse. En el lugar del Otro y sobre ese tesoro del significante ya constituido en el
Otro.
El sujeto en este nivel es un sujeto mítico, todavía no existe, ya que sólo existe partiendo del
significante.
Este piso va a ser el del goce, cuando supuestamente era posible, antes de la castración. Aquí el
sujeto y el Otro aparecen sin barrar.

Segundo piso: a A (barrado)

Este es el nivel de la angustia. Aquí aparece la castración, el Otro barrado y el objeto causa de
deseo (objeto a).
Que el Otro esté barrado quiere decir que hay una falta en el campo del significante. El Otro
tampoco es garantía de saber lo que quiere, ni de determinar al sujeto (no posee todos los
significantes) porque el también está en falta. El Otro también está habitado por una falta y, por
lo tanto, desea. ¿Cuál es el objeto de deseo? Ninguno. El “objeto a” es objeto causa de deseo. Es
con este objeto con el que nos la tenemos que ver en la angustia y en el deseo, lo que hace
pensar que existe una relación entre ellos.
La angustia es ante el deseo del Otro, se produce ante otro que desea.

Tercer piso: S (barrado)

Aparece el sujeto barrado. Es el nivel del deseo. Entre el goce y el deseo, aparece la angustia.
Para que haya deseo, tiene que hacer angustia. Por eso Lacan dice que la angustia es la llave.
Angustia relacionada con el objeto a: objeto perdido.

Dos dimensiones clínicas: Síntoma y Fantasma (Miller)

Para Lacan, no todo es significante, también está el objeto a, al cuál lo postula como causa del
deseo y también como un plus de gozar.
Es este objeto a lo que Lacan llamó su descubrimiento en psicoanálisis.

(Apuntes: El fantasma es una producción inconsciente que se pone en juego cuando se manifiesta
el deseo del otro. Este deseo se presenta para el sujeto como un enigma; y eso, precisamente,
angustia.

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El fantasma va a operar como respuesta a lo enigmático del deseo del Otro. Es una estrategia
para poder detener el deseo del Otro.)

Miller propone la división entre síntoma y fantasma, esencial para la dirección de la cura.
El sujeto consulta por el padecimiento que el síntoma le produce, por ese penar de más. Por lo
tanto, la entrada al análisis atañe al síntoma; mientras que la travesía del fantasma la
encontramos en el final del análisis.
La oposición entre síntoma y fantasma es también entre significante y objeto, respectivamente.
Lo que prevalece en el síntoma es su articulación significante, el síntoma está hecho de
significantes. Para el síntoma: su articulación significante y su prevalencia en la entrada en
análisis; la prevalencia del objeto y ser lo que está en juego al final del análisis: para el
fantasma.
No reducir la clínica al síntoma y sostener su distinción con el fantasma es necesario para no
olvidar que nuestra clínica se hace bajo transferencia y que no puede carecer de ética. Es el
fantasma el que nos conduce a la dimensión ética del psicoanálisis. La ética tiene que ver con lo
que se debe hacer, a donde se debe ir.

El síntoma introduce una problemática terapéutica, a la cuestión de la curación. Por eso se habla
de “levantamiento del síntoma” o “desaparición del síntoma”. Pero justamente, Lacan habla de
“travesía del fantasma” para no hablar de levantamiento o desaparición del fantasma. Con el
fantasma se trata más bien, y sobre todo, de ir a ver lo que está por detrás. Cosa difícil porque
detrás no hay nada, está la falta. Pero, es una nada que puede asumir diversos rostros
(argumentos), y en la travesía del fantasma se trata de ir a dar una vuelta por el lado de esas
nadas.
Hay que reconocer que no hay nada mejor, incluso para la salud, que darse una vuelta por el lado
de la nada, pero hay que confesar también que nada lo obliga a uno a eso. Por eso, precisamente
en este punto, es necesario algo que se llama “el deseo del analista” (que no es justamente
curar). En este punto, lo diferencia con un médico o un conductista, a quienes define como amos:
el que sabe que es lo que hay que hacer. El que quiere que la cosa funcione, ande.
El deseo del analista se trata de que el paciente hable. El analista debe ocupar el lugar de A,
enunciar la regla fundamental y atender en atención flotante. El analista debe brindar un lugar
“usted hable que yo estoy acá para escucharlo”, debe escuchar.
No hay clínica psicoanalítica sin ética. Como dice Lacan, son siempre inocentes lo que entran en
análisis. Lo que equivale a decir que es el analista el culpable. Los que entran son inocentes
porque no saben que el verdadero final del análisis es la destitución subjetiva, cosa que
curiosamente, se parece al desarrollo de la personalidad.
Lo que nos quiere decir en este apartado es que los pacientes no saben que el fin del análisis es
la travesía del fantasma, el cuál tiene como objetivo que algo de la posición neurótica se
conmueva, se destituya (destitución subjetiva). Esto es más importante que el síntoma.
De la experiencia, se observa que el paciente, a propósito de su síntoma, habla mucho. Habla de
su síntoma en razón de su formalización al empezar el análisis. Habla para lamentarse de él. Es la
razón por la cual se analiza. El síntoma provoca displacer.
En relación al fantasma, en cambio, la situación es completamente diferente. Normalmente el
paciente no viene a lamentarse de su fantasma. Muy por el contrario, se puede decir que a través
de él, el paciente obtiene placer. El paciente encuentra en el fantasma un consuelo contra su
síntoma.
Se coloca al síntoma y al fantasma en dos vertientes diferentes: la del displacer y la del placer.
Displacer para el síntoma. Placer para el fantasma.
El paciente habla de sus síntomas, pero en cuanto a sus fantasmas la reticencia es mucha. Puede
ser pródigo en la narración de sueños, gustar de sus propios lapsus, creer que divierte al analista
y disfrutar de sus chistes. Pero sobre el fantasma, nada. Sin palabras.
En el texto “Se pega a un niño” Freíd muestra la relación entre el fantasma y la satisfacción
masturbatoria.
Pareciera ser que el fantasma es el tesoro del sujeto, su propiedad más íntima. Y esto no es en
absoluto el caso del síntoma.

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Existe una vergüenza del fantasma. Al neurótico, su fantasma lo avergüenza porque se le
presenta en contradicción con sus valores morales. Es que toma del discurso de la perversión el
contenido de sus fantasmas. Que le neurótico tenga fantasmas perversos no quiere decir que lo
sea. Por ejemplo, es frecuente en análisis encontrar mujeres feministas con fantasmas
masoquistas con los que no saben que hacer, porque contradicen sus ideales. También se pueden
encontrar hombres humanistas cuyos fantasmas son particularmente agresivos.
Esta cuestión manifiesta la división del sujeto (sujeto barrado). El elemento fantasmático no está
en armonía con el resto de la neurosis, permaneces aparte del resto del contenido de una
neurosis.

Lugar del Padre en psicoanálisis: un Significante. (A. Imbriano)

Se trata del Padre en tanto significante. Del Padre como significante de la ley en el Otro. Del
padre simbólico. Un significante que pertenece al Otro.
Se trata del padre como significante privilegiado en el Otro, Padre muerto en tanto significante,
en tanto Nombre-del-Padre. Lacan postula entonces la metáfora paterna como sustitución del
significante del Deseo de la Madre, por el significante que adviene en Nombre-del-Padre.
El significante del Nombre-del-Padre es esencial para la constitución del sujeto. Este significante
nos revela que más allá del otro, es necesario que exista lo que da fundamento a la ley.
Para articular el Nombre-del-Padre, en cuanto puede ocasionalmente faltar, con el padre cuya
presencia efectiva no es siempre necesaria como para que no falte, introduciremos la expresión
“metáfora paterna”. Debe entenderse como metáfora del padre, ubicándose en el campo de la
sustitución, por lo tanto sustitución del padre: padre sustituido.
El padre sustituido es el padre en lo real, es el padre muerto en el origen. El padre metáfora es
el padre función de discurso, función de habla. Pero no por que hable, sino porque desde esta
función es efecto de significante.
Freud en el mito de “tótem y tabú” dice que ese animal muerto en el ritual, que después es
llorado, no puede ser otro sino el padre. En este estado primitivo, la sociedad estaba constituida
por una horda dominada por el padre, el único que tenía acceso a las mujeres; la dominación de
este macho poderoso despierta el odio de los hermanos, quienes se conjuran para matar al padre
y apoderarse así de las mujeres. Consumado el acto, el crimen del padre, las mujeres del grupo
están igualmente prohibidas para los hombres del mismo grupo, o sea, que no dejan de observar
la ley de prohibición. Para Freud, las razones que permiten dar cuenta de ese pasaje, de esa
trasformación donde el resultado no coincide con el móvil, no es otro que la culpa. Una vez
muerto el padre, satisfechos los sentimientos hostiles y el odio, surge el amor. El resultado de
esta ambivalencia posterior es el sentimiento de culpa. El asesinato del padre que debía haber
conducido a la apropiación de las mujeres, culmina en lo contrario. La culpa se alimenta de la
obediencia al padre después de la muerte, obediencia retrospectiva. La muerte reasegura así la
norma social. Se explica en dicho mito, el origen de la ley, de la cultura, y de la función del
padre. Además, Tótem y tabú da cuenta que lo cultural tiene un correlato con la clínica
particular (de la fiesta a la fobia).
Es pues, entre el significante del nombre propio de un hombre y el que lo cancela
metafóricamente, donde se produce la chispa “poética” (creación de sentido). La función propia
significante pone en evidencia lo que Lacan denomina metáfora paterna, o padre efecto de
significante.
La metáfora paterna implica algo a lo que no se puede acceder: la madre en tanto mujer vedada.

Podemos hablar de tres tiempos lógicos (no cronológicos) del Complejo de Edipo. La lógica
relacionada con el deseo de la madre, el lugar del hijo (como falo de la madre) y el Nombre-del-
Padre (su intervención).

En el primer tiempo, la metáfora paterna actúa “de por si” por cuanto la primacía del falo es
instaurada en la cultura. Los títulos “padre” y “madre” son escrituras de la cultura, son
significantes. En toda sociedad hay un objeto prohibido y un agente de prohibición.

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Considerando los términos freudianos respecto de la formulación de la premisa universal del falo,
decir que la “metáfora paterna actúa de por si” es decir que la existencia del “deseo de la
madre” depende necesariamente de la formula en ella de la ecuación fálica.
En la necesaria constitución de la primer realidad subjetiva, el niño intenta identificarse con lo
que es el objeto del deseo de la madre, y en él se perfila un objeto predominante del orden
simbólico: el falo. Para agradar a la madre es preciso y suficiente con ser el falo. Es una relación
de tres: la madre, el niño y el falo.
Para el niño, el falo es el centro del deseo de la madre y el se coloca en diferentes posiciones por
las que puede engañar ese deseo. Le atestigua a ella que puede colmarla, no solo como niño, sino
por lo que le falta. El será, como totalidad, la metonimia de ese falo.
En este primer tiempo el niño esta en relación con el deseo de la madre, es deseo de deseo. Este
tiempo es necesario que se articule como medio de satisfacción llegar al lugar del objeto del
deseo de la madre. Para conseguirlo basta con que el yo de la madre se convierta en el otro del
niño (E.E.)
La metáfora paterna actúa “de por si” en tanto que es en la madre como donde el sujeto se
encuentra con el significante, no con el código de la madre, sino con el lugar del Otro que la
madre encarna. Esto demuestra que el lenguaje siempre viene del Otro. Es sujeto se encuentra,
mas que con la madre, con el significante de la madre.
La metáfora paterna actúa de por si en tanto la primacía del falo es instaurada en el orden de la
cultura.
En el segundo tiempo, el padre interviene privando al niño del objeto de su deseo (lo que tu
madre quiere, lo tengo yo) y a la madre de su objeto fálico. Actúa el “no” del padre, es el padre
que prohíbe a la madre de su objeto. El padre interviene efectivamente como privador de la
madre, dice “no” al goce de la madre (no reintegrarás tu producto).
El padre se manifiesta en tanto Otro y el niño es profundamente sacudido en su posición de
sujeción: el objeto del deseo de la madre es cuestionado por la interdicción paterna. En este
tiempo el padre real revela (sustituye) al padre simbólico, el padre simbólico debe encarnarse,
aunque imperfectamente, en el padre real. En este tiempo aparece el padre imaginario
(monstruo que viene a intervenir en la maravillosa relación de la madre con el niño en el primer
tiempo). Hay una rivalidad imaginaria entre niño y padre.
Este tiempo constituye la crisis esencial por medio de la cual el sujeto encuentra su lugar en el
Edipo: para que el sujeto alcance la madurez genital tiene que haber sido castrado.

En los dos primeros tiempos la cuestión del sujeto es ser el falo.

En el tercer tiempo, el padre interviene como aquel que tiene el falo y no que es el falo.
Trasmite una ley: “con tu madre no, como yo tampoco con mi madre”.
Reinstaura el falo como objeto deseado de la madre y ya no como objeto del que puede privarla
como padre omnipotente. El padre es, entonces, mas preferido que la madre y esta identificación
culmina en el Ideal del Yo. El padre aparece como permisivo y donador. De esta lógica depende
la declinación edipiana. La metáfora paterna culmina en este tiempo en la institución de algo
que es del orden del significante (un significante viene en lugar de otro significante).
El sujeto abandona el complejo de Edipo provisto de un Ideal del yo. Se trata de una
identificación distinta a la del Yo ideal, a la de la imagen constitutiva del Estadio del Espejo. Se
trata de la asunción de la masculinidad o de la femineidad, mientras que la identificación
correspondiente al E. E. no se realiza con relación a la diferencia de los sexos.
El padre simbólico es una metáfora y como tal se sustituye a otro significante, es decir a un
significante primordial, esto es el significante maternal, el deseo de la madre.
La metáfora paterna permite introducir una función que se aplica al conjunto ordenado por el
Nombre-del-Padre produciendo una significación (el goce) y un significante (el falo).
La metáfora paterna muestra que el significado del sujeto esta ligado al deseo de la madre. La
madre simbólica.
Esta pregunta se formula en tanto que la madre quiere algo mas allá del hijo: al padre, no como
aquel que es falo sino como el que tiene el falo, como aquel hacia quien esta orientado el deseo
de la madre, como lo demuestra la organización edipiana.

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El Nombre-del-Padre en la metáfora paterna es un significante. Es el significante de la ley en el
Otro. Se trata de un significante y de una función, no de la presencia real de un padre. Se trata
de que exista en el orden simbólico un significante que responda a la función definida por el
Nombre-del-Padre.
El significante del Nombre-del-Padre, en tanto opera la metáfora, es el punto de capitón que
detiene el deslizamiento de la significación y retrotrae el orden de la significación a la
significación fálica.

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