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MEDITACIÓN ACERCA DE LA PASIÓN

PARTE V
Ya sabemos en qué consistió el pecado original, pero veamos un poco sus consecuencias no en el plan
original de Dios, que ciertamente es el punto más importante, sino que entremos un poco en el hombre
para entender qué pasó. Analicemos en primer lugar que Dios dotó al hombre de voluntad, inteligencia y
memoria; en la primera refulgía el Padre celestial, el cual, como acto primero comunicaba su Potencia, su
Santidad, su altura, por lo cual elevaba a la voluntad humana invistiéndola de su misma santidad, potencia
y nobleza, dejando todas las corrientes abiertas entre Él y la voluntad humana, a fin de que siempre más se
enriqueciera de los tesoros de su Divinidad; entre la voluntad humana y la divina no había tuyo ni mío, sino
todo en común, con acuerdo recíproco, era imagen suya, cosa suya, así que ella lo semejaba, por lo tanto
la Vida de Dios debía ser la suya y por eso constituía como acto primero su voluntad libre, independiente,
como era acto primero la Voluntad del Padre celestial; pero esta voluntad cuánto se ha desfigurado, de libre
se ha vuelto esclava de vilísimas pasiones. Es ella el principio de todos los males del hombre.

Después, como acto segundo concurrió el Hijo de Dios (Segunda Persona de la Trinidad), dotando al
hombre de inteligencia, comunicándole su sabiduría y la ciencia de todas las cosas, a fin de que
conociéndolas pudiese gustar y hacerse feliz en el bien. Pero de esta ciencia se ha servido para
desconocer a su Creador.

Después, como acto tercero concurrió el Espíritu Santo, dotándolo de memoria, a fin de que recordándose
de tantos beneficios, pudiera estar en continuas corrientes de amor, en continuas relaciones; el amor debía
coronarla, abrazarla e informar toda su vida; pero esta memoria se recuerda sólo de los placeres, de las
riquezas y hasta de pecar.

Así que una vez deformadas estas tres potencias, la Trinidad Sacrosanta es puesta fuera del hombre, Dios
había formado su morada en él, y él lo había arrojado fuera. Pero, ¿qué pasó? Si el hombre era realmente
tan grande por la comunicación de la misma Vida Divina, ¿por qué pecó? Simplemente olvidó que Dios
lo amaba y olvidó amarlo, fue este el primer germen de su culpa; si hubiese pensado que Dios lo amaba
mucho y que él estaba obligado a amarlo, jamás se habría decidido a desobedecerlo, así que primero
cesó el amor, después comenzó el pecado, y en cuanto cesó de amar a su Dios, cesó el verdadero
amor a sí mismo; sus miembros y sus potencias se rebelaron, perdió el dominio, el orden, y se
volvió temeroso; no sólo esto, sino cesó el verdadero amor hacia las demás criaturas, mientras que
Dios lo había creado con el mismo amor que reinaba entre las Divinas Personas, en el cual uno
debía ser la imagen del otro, la felicidad, la alegría, la vida del otro.

El hombre fue creado por Dios con estas tres potencias para que pudiese tener los vínculos de
comunicación con la Trinidad Sacrosanta; éstas eran caminos para subir a Dios, puertas para entrar,
habitaciones para formar la continua morada, la criatura a Dios y Dios a la criatura. Estos son los caminos
reales del uno y del otro, las puertas de oro que Dios puso en el fondo del alma para que pudiera entrar la
Majestad Divina; la estancia segura e inmutable donde Dios debía establecer su celestial morada. Ahora, la
Divina Voluntad para poder formar su reino en lo íntimo del alma, quiere encontrar en orden al Padre, al
Hijo y al Espíritu Santo, estas tres potencias dadas a la criatura para elevarla a la semejanza de su
Creador. Sin este orden, se puede decir que le hemos cerrado las puertas, que hemos puesto barricadas
en los caminos para impedirles el paso, estas tres potencias debían servir para comprender a Aquél que las
había creado para hacer crecer al alma a su semejanza, y transfundida su voluntad en la de su Creador
darle el derecho de hacerla reinar. He aquí el por qué el Supremo Querer no puede reinar en el alma si
estas tres potencias, inteligencia, memoria y voluntad, no se dan la mano entre ellas para regresar a la
finalidad por la cual Dios las ha creado.
Ahora, el hombre al pecar, el primer paso que da en el mal es la falta de amor, por lo tanto, faltando
el amor se precipita en la culpa. El segundo paso que sucede en la culpa es defraudar la gloria de
Dios. El tercer efecto que produce la culpa es la debilidad en el hombre. Esto es el fundamento de la
Pasión de Jesús. Oigámoslo en el capítulo del 22/01/1913

"...Hija mía, mi primera Pasión fue el amor, porque el hombre al pecar, el primer paso que da en el
mal es la falta de amor, por lo tanto, faltando el amor se precipita en la culpa. Por eso el Amor, para
rehacerse en Mí de esta falta de amor de las criaturas, me hizo sufrir más que todos, casi me trituró,
más que bajo una prensa, me dio tantas muertes por cuantas criaturas reciben la vida.

El segundo paso que sucede en la culpa es defraudar la gloria de Dios, y el Padre, para rehacerse
de la gloria quitada por las criaturas me hizo sufrir la Pasión del pecado, esto es, que cada culpa me
daba una pasión especial; si la Pasión fue una, el pecado en cambio me dio tantas pasiones por
cuantas culpas se cometerán hasta el fin del mundo, y así se rehízo la gloria del Padre.

El tercer efecto que produce la culpa es la debilidad en el hombre, y por eso quise sufrir la Pasión
por manos de los judíos, esta es mi tercera Pasión, para rehacer al hombre de la fuerza perdida.

Así que con la Pasión del amor se rehizo y se puso en justo nivel el Amor, con la Pasión del pecado
se rehizo y se puso a nivel la gloria del Padre, con la Pasión de los judíos se puso a nivel y se rehízo
la fuerza de las criaturas."

Con esto tenemos ya una pequeña idea de lo que es la verdadera Pasión, lo que quiere decir, pues se trata
de una muerte por cada vez que la criatura no ha dado vida a la Divina Voluntad en cada uno de sus actos,
o sean número de muertes, esto resulta incomprensible a la mente humana; un sufrimiento, azote, espina,
golpe, insulto, etc., por cada pecado, lo cual también es incomprensible. La única Pasión que queda a
nuestra capacidad es la tercera, la de los judíos, pues de alguna manera podemos situarnos en ella,
podemos comprender lo que es el dolor físico, el cansancio, la sed, el agotamiento, la asfixia, etc., pues
tenemos un cuerpo igual al de Él, y sin importar la infinita distancia entre la Majestad de Jesús y nosotros,
comprendemos perfectamente su sufrimiento.

Una de las manifestaciones del amor de Dios hacia la criatura, es que fue celoso y no confió a las criaturas
el trabajo de la Redención. La criatura era impotente para hacer morir tantas veces a Jesús por cuantas
criaturas habían salido y deberían salir a la luz de lo creado, y por cuantos pecados mortales habrían tenido
la desgracia de cometer. La Divinidad quería vida por cada vida de criatura, y vida por cada muerte que con
el pecado mortal se daba. ¿Quién podría ser tan potente para darle tantas muertes, sino la
Divinidad? ¿Quién habría tenido la fuerza, el amor, la constancia de verlo morir tantas veces sino la
Divinidad? La criatura se habría cansado y habría desfallecido; la Divinidad tomó el empeño de sacrificador
amoroso, pero precisamente por amoroso más exigente e inflexible, tanto, que ni siquiera una espina le fue
dispensada, ni un clavo, pero no como las espinas, los clavos, los flagelos de la Pasión que le dieron las
criaturas, que no se multiplicaban, cuantos ponían, tantos quedaban, en cambio los de la Divinidad se
multiplicaban por cada ofensa, así que tantas espinas por cuantos pensamientos malos, tantos clavos por
cuantas obras indignas, tantos golpes por cuantos placeres, tantas penas por cuantas fueron las ofensas,
por eso eran mares de penas, de espinas, de clavos, de golpes innumerables. Delante a la Pasión que le
dio la Divinidad, la Pasión que le dieron las criaturas el último de sus días no fue otra cosa que sombra,
imagen de lo que lo hizo sufrir la Divinidad en el curso de su vida.

Todo esto no inicia el último de sus días, lo cual hubiera sido realmente un alivio, pues habría tenido una
vida normal, 33 años y más de vivir como nosotros hemos vivido, de penas, sí, mezcladas con momentos
de alegría, de solaz, pero no fue así, esto empezó en cuanto fue concebido, desde el seno de su Mamá, la
cual muchas veces tenía conocimiento de sus penas y quedaba martirizada y sentía la muerte junto con
Él. Terrible realidad, la cual escapa a nuestra compresión, pero no por no entenderla no existe. Luisa
misma no lo entiende, y Jesús la invita a penetrar en su interior para que perciba la realidad de esto:

"...Yo no sé cómo, me encontraba dentro de la inmensidad Divina, que erigía tronos de justicia por cada
criatura, a lo cual el dulce Jesús debía responder por cada acto de criatura, sufrir por cada uno de ellos las
penas, la muerte, pagar el precio de todo, y Jesús como dulce corderito era hecho morir por las manos
divinas, para resurgir y sufrir otras muertes. ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios, qué penas tan desgarradoras, morir para
resurgir y resurgir para someterse a muertes más dolorosas! Yo me sentía morir al ver muerto a mi dulce
Jesús. Tantas veces hubiera querido evitar una sola muerte a Aquél que tanto me ama. ¡Oh, cómo
comprendía bien que sólo la Divinidad podía hacer sufrir tanto a mi dulce Jesús, y que sólo Ella podía
gloriarse de haber amado a los hombres hasta la locura y el exceso, con penas inauditas y con amor
infinito! Por eso, ni el ángel ni el hombre tenían en su mano este poder, de poder amarnos con tanto
heroísmo de sacrificio como un Dios. ¿Pero quién puede decirlo todo? Mi pobre mente nadaba en aquel
mar inmenso de luz, de amor y de penas, y yo quedaba como ahogada sin saber salir de él; y si mi amable
Jesús no me hubiera atraído al pequeño mar de su Santísima Humanidad, en el que la mente no quedaba
tan abismada sin poder ver ningún confín, yo no habría podido decir nada.”

El mismo sacerdote que tenía a su cargo a Luisa, duda de todo esto, le parece imposible, como a nosotros,
que Jesús pudiese sufrir tantas muertes y tantas penas por cada uno. Jesús responde a esto el día
20/03/1919

"...Hija mía, mi Querer contiene el poder de todo, bastaba sólo con quererlo para que todo
sucediera, y si esto no fuera así, entonces mi Querer en el poder debía tener un límite, mientras que
en todas mis cosas soy sin límite e infinito, y por eso todo lo que quiero lo hago. ¡Ah! qué poco soy
comprendido por las criaturas, y por eso no soy amado. Ven tú en mi Humanidad y te haré ver y
tocar con la mano lo que te he dicho."

Entonces me he encontrado en Jesús, al cual le era inseparable la Divinidad y el Querer eterno, y este
Querer, sólo con quererlo creaba las muertes repetidas, las penas sin número, los golpes sin flagelos, las
pinchaduras agudísimas sin espinas, con una facilidad tal, como cuando con un solo Fiat creaba millones
de estrellas, no se necesitaron tantos Fiat por cuantas estrellas creaba, sino que bastó uno solo, pero con
éste no salió a la luz una sola estrella y las demás permanecieron en la mente divina, o bien en la intención,
sino que todas en realidad salieron, y cada una tiene su luz propia para adornar nuestro firmamento; así era
en el cielo de la Humanidad santísima de Nuestro Señor, que el Divino Querer con su Fiat creador creaba
la vida y la muerte por cuantas veces quería. Entonces, encontrándome en Jesús, me he encontrado en
aquel punto cuando Jesús sufría la flagelación por las manos divinas; sólo con que el Querer eterno lo ha
querido, sin golpes, sin látigos, las carnes de la Humanidad de Jesús caían a pedazos, se formaban los
profundos desgarros, pero en modo desgarrador en las partes más íntimas. Era tanta la obediencia de
Jesús a aquel Querer Divino, que por Sí mismo se sometía, pero en modo tan doloroso, que la flagelación
que le dieron los judíos se puede decir que fue la imagen, o la sombra de la que sufría por parte del Querer
eterno, y además, sólo con que el Querer Divino lo quería, su Humanidad se recomponía, así sucedía
cuando sufría las muertes por cada alma y todo lo demás. Yo he tomado parte en estas penas de Jesús y,
¡oh! como comprendía a lo vivo que el Querer Divino puede hacernos morir cuantas veces quiera y
después darnos de nuevo la vida. ¡Oh, Dios, son cosas inenarrables, excesos de amor, misterios
profundos, casi inconcebibles a mente creada! Yo me sentía incapaz de regresar a la vida, al uso de los
sentidos, al movimiento después de aquellas penas sufridas, y mi bendito Jesús me ha dicho:

"Hija de mi Querer, mi Querer te ha dado las penas, y mi Querer te da de nuevo la vida, el


movimiento y todo. Te llamaré frecuentemente en mi Divinidad a tomar parte en las tantas muertes y
penas que en realidad sufrí por cada una de las almas, no como piensan algunos, que fue sólo en
mi Voluntad, o que sólo tenía intención de dar vida a cada uno, ¡Falso, falso! No conocen el
prodigio, el Amor y el Poder de mi Querer. Tú, que has conocido en algún modo la realidad de las
tantas muertes sufridas por todos, no tengas dudas, sino ámame y sé reconociente por todos, y
mantente lista para cuando mi Quererte llame."

Para reafirmar un poco lo dicho hasta aquí, oigamos lo que se dice el 28 de noviembre de 1923:

"...Debes saber hija mía, que la cruz más grande, más larga, que nunca me dejó, para mi Humanidad
fue la Voluntad Divina. Es más, cada acto opuesto de voluntad humana a la Divina era una cruz
distinta que el Supremo Querer imprimía en lo más íntimo de mi Humanidad, porque cuando la
voluntad humana se mueve en la tierra para obrar, la Divina se mueve desde el Cielo para
encontrarse con el querer humano y hacer de él uno solo con el Suyo, para hacer correr torrentes
de gracia, de luz, de santidad en aquel acto; y el querer humano no recibiendo el encuentro con el
Divino, se pone en guerra con su Creador y rechaza a las regiones celestiales el bien, la luz, la
santidad que estaban por llover sobre él. Entonces el Querer Supremo, ofendido, quería la
correspondencia de Mí, y en cada acto de voluntad humana me infligía una cruz, y si bien junto con
la cruz recibía Yo todo el bien rechazado por ellas, para tenerlo en depósito en Mí para cuando la
criatura estuviera dispuesta a recibir en sus actos el encuentro con la Divina, con todo esto no pude
eximirme de sentir el dolor intenso de tantas cruces. Mira en mi interior cuántos millones de cruces
contenía mi Humanidad, por eso las cruces de mi Voluntad fueron incalculables, su dolor era
infinito, y Yo gemía bajo el peso de un dolor infinito; este dolor infinito tenía tal poder, de darme la
muerte a cada instante y darme cruz a cada acto opuesto de la voluntad humana a la Divina. La cruz
de mi Voluntad no es de madera, que hace sentir el solo peso y el dolor, sino es cruz de luz y de
fuego que arde y consume y se imprime en modo de formar una sola cosa con la misma naturaleza.
Si Yo quisiera decirte la cruz que me dio la Voluntad Divina, debería entrelazar todos los actos de
las criaturas, hacértelos presentes y hacerte tocar con la mano cómo mi Querer, queriendo justa
satisfacción, me infligía cruz sobre cruz. ¿No había sido acaso una voluntad humana la que había
ofendido y roto con la Divina? Entonces una Voluntad Divina debía crucificar, adolorar mi naturaleza
y voluntad humana; todo lo demás del hombre se puede llamar superficial; la fuente, la raíz, la
sustancia del bien o del mal está en el fondo de la voluntad, por eso sólo la Voluntad Divina podía
hacerme expiar el mal de tantas voluntades humanas."

Con todo lo anterior, podemos decir que también la Divina Voluntad ha sufrido, de nuestras manos, una
Pasión, la cual se ha repercutido en la Humanidad de Jesús, pero al fin y al cabo es Pasión que hemos
inflingido a la misma Divina Voluntad:

5 de septiembre de 1938

"Hija mía bendita, cuánto sufre mi Voluntad en la criatura, basta decirte que cada vez que la criatura
hace su voluntad, pone en la cruz a la mía, así que la cruz de mi Voluntad es el querer humano, pero
no con tres clavos como Yo fui crucificado sobre la cruz, sino con tantos clavos por cuantas veces
se opone a la mía, por cuantas veces no es reconocida, y mientras quiere hacer el bien es
rechazada con los clavos de la ingratitud. ¡Cómo es desgarradora esta crucifixión de mi Voluntad
en la criatura! Cuántas veces se siente poner los clavos a su respiro, a su latido, a su movimiento,
porque no siendo conocida, y que Ella es vida del respiro, del latido y del movimiento, entonces el
respiro, el latido y el movimiento humanos le sirven de clavos que le impiden desarrollar en ellos el
bien que quiere. ¡Oh, cómo se siente poner en la cruz por el querer humano! Ella con su movimiento
divino quiere hacer despuntar el día en el movimiento humano, y la criatura pone en la cruz al
movimiento divino, y con su movimiento hace despuntar la noche y pone en la cruz a la luz; cómo
se duele mi luz al verse reprimida, crucificada, puesta en un estado de inhabilidad por el querer
humano. Mi Voluntad con su respiro quiere hacer respirar al respiro de la criatura para darle la vida
de su Santidad, de su Fuerza, y la criatura con no recibirla le pone el clavo del pecado, de sus
pasiones y debilidades; pobre de mi Voluntad, en qué estado de dolor y de continua crucifixión se
encuentra en el querer humano. Éste no hace otra cosa que poner en la cruz a nuestro Amor, y
todos los bienes que queremos darle son llenados con sus clavos.”

Podríamos eternizarnos en este tema, así que con lo ya expuesto es suficiente para adentrarnos en esta
inmensidad de sufrimiento, de dolor, pero sobre todo de amor por nosotros. La Cuaresma, la Semana
Santa, todos los días del año, de nuestra vida, debería estar presente esta, no digo Pasión, sino acción
continua de Dios hacia nosotros, no sólo para recordarla, para conmovernos, para llevar a cabo prácticas
piadosas, rezos para «sentirnos bien nosotros mismos por el recuerdo que hacemos de esta Pasión,
pensando que con eso correspondemos al amor de Jesús», no, sino para aprovecharnos de ella, para
sacar el fruto completo que Dios quiso darnos a través de su sufrimiento en la Humanidad de Jesús.
Debemos entender que no es con rezos, con oraciones, con prácticas piadosas, con lágrimas, con luto, con
lo que vamos a aliviar a Nuestro Señor. Démosle el gusto, la alegría inmensa de ver que todo lo que sufrió
ha dado resultado, que ha logrado restituirnos a la Vida Divina, que es la causa por la que nos ha creado.
¿Queremos aliviar a Jesús? Vivamos en su Voluntad. ¿Queremos ahorrarle sufrimientos? La única manera
es viviendo en Ella, pues de esa manera ya no impondremos sobre Él las muertes y penas que merecen
nuestros actos fuera de su Voluntad. Sólo quien vive en su Voluntad no la pone en la cruz. Esto no puede
cambiar, si las dos voluntades, humana y Divina no están unidas, la humana formará la cruz a la Divina, y
la Divina formará la cruz a la humana.

Luisa le pide a Jesús que le participe de sus penas, y Él le dice:

"...Hija mía, el opio del alma es mi Voluntad, mi opio es la voluntad del alma abandonada en la mía,
unida al puro amor. Este opio que el alma me da, tiene la virtud de que: Las espinas pierdan en Mí la
virtud de pinchar, los clavos de perforar, las llagas de dar dolor; todo me calma y adormece, así que
si tú me has dado el opio, ¿cómo quieres que te haga parte de mis penas? Si no las tengo para Mí
menos para ti."

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