Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
ALBRECHT, Karl; (2006). Inteligencia social. Javier Vergara Editor, España. Págs 125 - 147.
CUMPLIDOS A MEDIAS
«Uy, qué corbata más chula. Consérvala, seguro que un día de éstos se pone
de moda.»
Hay gente que parece incapaz de animarse a dedicarle un cumplido gratuito y
generoso a los demás. Parecen considerar ¡os cumplidos una especie de economía
de suma cero: creen de manera subconsciente que al alabar a los demás de algún
modo se devalúan ellos mismos.
Las personas ferozmente competitivas, o ambiciosas hasta el extremo, a
veces hacen gala de una especie de tacañería emocional. Están demasiado
enfrascadas en mantener a flote su propio sentido tambaleante de autoestima para
nutrir y apoyar a las demás.
Algunas personas con la autoestima baja se las apañan incluso para idear
cumplidos que hagan sentirse mal a los demás. Se convierten en maestras del
cumplido a medias: posiblemente, una estrategia social más disparatada que
limitarse a guardárselos del todo. Un cumplido a medias realmente bueno suena al
principio como uno de verdad, pero en cuanto se rumia sale a relucir su auténtico
propósito.
Un experto en el CAM puede incluso ajustar la combinación de agridulce de
tal modo que el blanco no pueda estar seguro del todo de si acaba de recibir un
cumplido o un desaire. Se trata de una habilidad útil: si la persona «alabada» saca
a colación el aspecto tóxico de la frase, el emisor siempre puede cobijarse al
amparo del «Bah, no seas tan sensible; quería ser un cumplido».
Veamos unos cuantos clásicos:
«Has perdido un montón de peso; ha habido una temporada que te estabas
poniendo gordo de verdad.»
«Qué vestido tan bonito; yo antes llevaba ese estilo.»
«Veo que te están saliendo un montón de canas; te dan un aire distinguido.»
«Hombre, por fin has cortado con ese tío; me alegro de que hayas entrado en
razón, no sé qué viste nunca en él.»
«¿Qué libro estás leyendo? Ah, ése. Hay uno mucho mejor, ya te mandaré un
mail con el título y el autor.»
«Qué bien te queda el lifting. ¿Quién te operó? Ah... Ojalá me hubieras
llamado; podría haberte mandado al mejor de la ciudad.»
«Veo que te has comprado un coche nuevo. Yo miré ese modelo, pero
Consumer Reports no lo ponía muy bien.»
¿Qué hacer con el halagador a medias? La mayoría de estrategias no resultan
muy atractivas. La primera, por supuesto, es limitarse a dejar pasar el desaire sin
comentarios; intentar entrenarse para detectarlo antes de reaccionar con ira u
ofenderse. Eso es lo que quería decir vuestra madre cuando os aconsejaba que
aprendierais a ser un poco menos «susceptibles».
El segundo mecanismo para afrontarlo es «ver» el comportamiento tóxico de
esa persona y exigirle responsabilidad por él: «Eso ha sonado más como una pulla
que como un cumplido. ¿En qué sentido lo decías?» Rara vez oiréis que alguien
reconozca la intención de haceros sentir mal; de manera casi invariable intentarán
presentarse como inocentes. Sin embargo, si convertís en un hábito el sacar a
relucir su comportamiento, es posible que os encontréis con que lo practica menos,
al menos con vosotros. La eficacia de la técnica depende de la ambigüedad y la
sensación de confusión que induce en la víctima; si le quitáis eso, deja de ser
divertido para ellos.
Si sois habilidosos con las palabras y rápidos de pies, existe una tercera
estrategia: la respuesta ambigua. Respondéis a la supuesta intención, la porción
halagadora de la frase que sirve como cebo, y fingís no haber oído la otra.
Ejemplo:
Especialista en CAM: «Está bien que tu hijo se interese por el deporte. De
todas formas, es un poco bajito para la Liga Infantil, ¿no te parece?»
Vosotros: «Oh, gracias por decirlo. Le transmitiré tu apoyo; le alegrará saber
que confías en él»
Esa estrategia transfiere el estado de ambigüedad a la cabeza de la otra
parte. Da a entender, en un plano metaverbal: «Reconozco la intención real de tu
comentario, oculta en la ambigüedad de la frase. En vez de responder
directamente a tu comportamiento tóxico, utilizo mismo canal de ambigüedad para
hacerte saber que te tengo calado.»
La estrategia número tres requiere un poco de práctica, y puede ser en
verdad muy efectiva. Su principal punto en contra quizá sea la posibilidad de que
os tiente hacia el uso del sarcasmo, las pullas veladas y la represalia verbal
ingeniosa. El resultado podría ser que os descubrierais ejerciendo un
comportamiento inauténtico a vuestra vez. En general, es mejor afrontar la baja
Autenticidad respondiendo con una elevada Autenticidad. En conjunto, conviene
escoger la estrategia que se adecue a la situación y encaje con los propios valores
personales.
El valor de la humildad
Dos de las leyendas de la comedia, el actor y productor Mel Brooks y el actor Zero Mostel,
mantuvieron una relación de trabajo muy controvertida, pero aun así respetaban a regañadientes el
talento del otro. Durante el rodaje de Los productores, en 1968, se dice que Brooks se puso hecho
una furia porque no estaba consiguiendo lo que quería de los actores.
Según los relatos del incidente; Zero Mostel salió caminando del plató.
«¿Adónde vas?», exigió saber Brooks.
Mostel le lanzó una mirada fulminante y le dijo: «Me voy a mi camerino, Estaré allí hasta que
se te pase el berrinche.»
Brooks, horrorizado ante la perspectiva de un corte de producción, preguntó: «¿Me estás
diciendo que te irás a tu camerino y dejarás que toda esta producción se quede congelada y se
pierdan millares de dólares hasta que se me pase el berrinche?»
«Sí», respondió Mostel con desdén.
Con su característica media sonrisa, Brooks anunció: «Se me ha pasado el berrinche.»
Quizá lo único peor que el narcisismo descarado estilo «a que molo» de los
ídolos o iconos públicos sea cuando esos mismos ídolos resultan tener los pies de
barro. Pese a todas sus hazañas en el rombo del béisbol, Joe DiMaggio era un
hombre frío y distante que pasó sus últimos años presa de una preocupación
obsesiva por que la gente estuviera obteniendo beneficios (que deberían haber
sido para él) a costa de su nombre.
La habilidad de O. J. Simpson en los campos de fútbol americano universitario
y profesional de su vida siempre quedará eclipsada por su turbulenta relación con
su esposa, Nicole Brown Simpson. Lo más probable es que nunca se llegue a
conocer su grado de implicación en el asesinato de su mujer y el de Ronald
Goldman, con independencia de lo que hayan dicho los tribunales. Simpson era un
hombre vanidoso, narcisista y pagado de sí mismo. Cualquier semblanza de
Autenticidad que se ingeniara para mostrar ante las cámaras se antoja altamente
impostada.
Ted Williams era un genuino héroe de guerra con la mejor media de bateo de
la historia del béisbol. También él era un hombre difícil, retraído y distante.
Cuando logró un home Run en su último bateo en casa para los Red Sox de
Boston, desapareció en el banquillo y se negó a salir para brindar su gorra al
público de Fenway Park. Como observó John Updike en su famosa columna sobre
el acontecimiento en 1960, «Hub Fans Bid Kid Adieu»:
Como una pluma atrapada en un torbellino, Williams recorrió el cuadrado de
bases rodeado por nuestro griterío suplicante. Corrió como siempre había corrido
en los home runs: presuroso, sin sonreír, con la cabeza gacha, como si nuestras
alabanzas fueran un aguacero del que escapar. No saludó con la gorra. Aunque
pateamos, lloramos y cantamos «Queremos a Ted» durante minutos después de
que se cobijara en el banquillo, no regresó. Nuestro estruendo por unos segundos
superó la emoción para dar paso a una especie de inmensa angustia descubierta,
un aullido, un sollozo en busca de salvación. Sin embargo, la inmortalidad es
intransferible. La prensa dice que el resto de jugadores, e incluso los árbitros de
campo, le suplicaron que saliera y nos diera las gracias de alguna manera, pero él
se negó. Los dioses no responden cartas.
JUEGOS MENTALES, LUCHAS DE PODER Y MANIPULACIÓN
Todos conocemos a unas cuantas personas a las que consideramos
«jugadoras». Por ello solemos entender que parecen abordar las situaciones y
relaciones con la intención de engatusar a los demás o manipularlos para que se
comporten de maneras conformes a sus necesidades. La esencia del
comportamiento inauténtico es el patrón de intentar satisfacer las propias
necesidades de manera encubierta en lugar de con honestidad y cooperación. La
expresión «juegos mentales» se ha colado en el vocabulario popular para describir
la batalla de ingenios a la que nos arrastran las personas inauténticas.
Hace unos años, el psicólogo Eric Berne elaboró un concienzudo estudio
sobre la manipulación interpersonal en forma de lo que él llamaba «juegos
transaccionales»: un repertorio de interacciones repetibles y estereotipadas en las
que una parte se cobraba una minúscula victoria psicológica sobre la otra, por lo
general explotando alguna vulnerabilidad inconsciente. Su libro Games People Play
y su método del análisis transaccional, o «AT», alcanzó bastante popularidad entre
las organizaciones empresariales, útil para enseñar a la gente a tratar con
personas inauténticas y permanecer más cercana al comportamiento auténtico en
sus vidas.
Berne otorgó nombres sencillos y comprensibles a los diversos juegos que
identificó. Un simple ejemplo ilustrará lo que entendía por juego transaccional. En
el juego que bautizó como «Te pillé, so mamón», abreviado como «TPSM», una
parte se venga de la otra por alguna derrota anterior.
Esposa: «Me encantaría cambiar las cortinas de esta habitación. Se están
poniendo la mar de viejas.»
Marido: «Bueno, ¿por qué no? Vamos a los grandes almacenes a ver qué
tienen.»
Esposa: «No, ahora mismo no podemos permitírnoslo. Ese juego de palos de
golf que te compraste se llevó un buen mordisco del presupuesto.»
Según Berne, el juego está formado por tres partes:
1. El «gancho», u oferta de jugar, que va disfrazado como un fragmento
inocente de conversación.
2. La «aceptación», o respuesta inocente de la otra parte, por lo general
en forma de un intento de rescate, consuelo o apoyo al jugador que ha
realizado la oferta.
3. El «golpe», o vuelco repentino, que hace que el «blanco» —la persona
que ha entrado en el juego engatusada— se sienta mal.
En esencia, el juego transaccional tiene, como objetivo encubierto, hacer que
el blanco se sienta mal de alguna manera. Puede ser ira, frustración,
remordimientos o cualquiera de la serie de emociones tóxicas. Según Berne, los
jugadores son incapaces de satisfacer sus necesidades emocionales mediante la
interacción directa y honesta con los demás, de modo que optan por la experiencia
emocional negativa de la venganza. Los jugadores consumados suelen ser
personas que no lograron construir una sensación fuerte de autoestima al salir de
la infancia —quizá los abandonaran, maltrataran, intimidaran o dejaran de querer
— y que de manera inconsciente han decidido: «El mundo me ha tratado mal, y
alguien va a pagar por ello.» Ese alguien resulta ser todo el mundo.
En casos extremos, los jugadores entrampan a casi todas las personas con las
que se encuentran. Su sed de venganza es imposible de saciar. Por lo general, han
construido sistemas de racionalización muy sólidos para justificar su
comportamiento jugador y desplazar la responsabilidad de su conducta tóxica a los
demás.
En última instancia, según Berne, el único modo de ganar cuando se trata con
un jugador de carrera es sencillamente no jugar. Hay que aprender a detectar los
indicios del gancho: quejas, gimoteos, ruegos de simpatía y referencias a
situaciones o sucesos históricos susceptibles de servir como armas psicológicas
para haceros sentir mal. En cuando seáis capaces de identificar al jugador y
haceros a la idea de su surtido de juegos, a menudo podréis detectar la mayoría
de ganchos y negaros a picar.