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OTROVA GOMAS

LA MIEL DEL ALACRÁN

El diario íntimo de Ché María Gelveströom

Ediciones Oox
2007
Otrova Gomas La Miel del Alacrán

Este libro es un cúmulo de secretos. Son algunas de las hojas extraviadas del increíble
diario de Ché María Gelveströom que por tantos años se dieron por desaparecidas. En él se
narra el extraño mundo de este personaje fascinante que enloqueció durante una noche de
insomnio tratando de despejar los caracteres de su verdadera identidad nacional.

Lo conocí durante muchos años cuando vivía en el país; pero aunque lo sabía
producto de la complicada mezcla amorosa de un margariteño con una sueca, siempre me
pareció un ser normal. Fue mucho después, cuando penetré en el ámbito de sus experiencias
interiores que supe de la amarga visión que tuvo de las cosas que le rodearon. Coleccionista
y hechicero, matemático y físico, orientalista, navegante, astrólogo, experto en errores
humanos y no sé cuántas disciplinas más, lo que escribió es tan complejo que difícilmente
otra persona pueda leerlo sin sentir impacto y una completa indigestión en el cerebro.

Apenas me he limitado a compilar los manuscritos que hoy se publican bajo la iniciativa
de la Fundación Oox, de allí que prefiera no opinar sobre su contenido.

Para no despertar mayores vértigos en el lector de habla hispana, intencionalmente no


incluí en esta sección sus métodos para reducir la velocidad de la luz, con los cuales logró un
rayo que frenándose poco a poco, al final prácticamente se detenía desparramándose por el
suelo, y cuya única finalidad era mostrarnos mejor nuestro camino. Tampoco están aquí las
fotos de sus injertos con esqueletos de distintos tipos de animales, que preparó con asombrosa
perfección y regó secretamente por todos los continentes para confundir a los arqueólogos,
los cuales han creado el imperativo de revisar cuidadosamente todos los descubrimientos de
fósiles habidos durante los últimos cuarenta años.

Finalmente deseo manifestar que no asumo ninguna responsabilidad por las


consecuencias que ocasione la lectura de este libro en personas dotadas de extrema
sensibilidad. Que cada uno tenga el valor de hacerlo por sí mismo y aceptar como reales o
fantásticas esta inusitada colección de situaciones y vivencias. Me limito a decirles: apaguen el
televisor y enfréntense ustedes solos a esta otra horrible pesadilla.

OTROVA GOMAS

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DEDICATORIA

A mi sombra, quien me ha resistido durante tantos años a pesar de mi carácter.

EL AUTOR

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NOTA PARA LA EDICIÓN SUECA

Otrova Gomás föddes den I oktober i Caracas I Venezuela. Han dar studerat juridik vid
Venezuelas Central universitet, där han för övrigt studerat just un. Där förestár han
avdelningen för samhällsvetenskapliga forskningar och undervisar i cucaracheblebensystemens
metodologi.

Han ja, ja, ja har ástad flera verk inom olika i stupid genrer, men det var Camilo’s einen
unte vörrä ár 1970 som han fick se sina ans trängnungar och sin overdersägliga talan krönas
med framgäng. Dá flick han átergivna “EL HOMBRES MÁS MALO DEL MUNDO” ett “EL
COFRE DE LOS RECONCOMIOS”, novellsamling nämligen Jóvito Villalba.

Där har samlat texter skrivna pä poetisk prosa, omsorgsfullt utarbetade och fyllda med
et rikt samhällspolitiskt inneháll; der rider ofta gränle över genrer: satiritisk, sciende, fiction,
deckare, fantasy ett anderen vainem... Den här átergvigna nodellen är ett representativ varu
prov.

Han har foirtsatt med denna inrikyning i syfte att fördöma del promblematik ja, ja, ja
samhaällest örattvisor och mass och diesciseis skoningslöst des överdriifter i en annan
humoristik ett novelsamling som nyss givits ut.

DERMO BERMAN
Stockholms 1980

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Gusanos, gordos gusanos que se desperezan en la placidez del lecho nupcial proclamando la
eterna continuidad de la vida...

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LA TRANSMUTACIÓN

(Junio 3)

En las noches de luna llena, cuando millares de hombres lobos inician su doloroso
parto lupino, yo sufro una extraña transformación de la que sólo he leído casos semejantes
en un antiguo libro persa que habla de los hombres clorofílicos.
Posiblemente arañado por la espina de algún árbol maléfico durante mis
innumerables viajes a Borneo, cuando despunta el astro lunar soy presa de una búsqueda
satánica de mis primeros tiempos y regreso a la condición de los ancestros más lejanos de la
especie humana. Sin que quede la menor huella de mi voluntad, ante el fulgor de la luna y el
horror de mi conciencia, lentamente empiezo a volverme vegetal.
Apenas todos se han dormido en la tranquilidad de mi casa perdida en la montaña,
como un sonámbulo me dirijo al jardín y en una ceremonia única en los linderos esféricos de
este despiadado mundo, me entierro en un hueco hasta las piernas y tomando un color
verde mi cuerpo sufre un cambio celular. A la vez que una insoportable rigidez se me va
manifestando por todas partes, las piernas se me vuelven raíces. Mis brazos ya rígidos, se
quedan extendidos junto con las manos que se alargan y se alargan, tornándose en inmensas
ramas que se pueblan de nudos y millares de pequeñas hojas por donde empiezo a respirar
bióxido de carbono. Pequeños copos de flores me salen por doquier y el cuerpo inmóvil que
sostiene aquella aberración de la naturaleza comienza a mostrar la presencia de frutos que
surgen gratis y me cuelgan de los dedos. En este momento la transformación es definitiva,
expulso todo el oxígeno que me queda en los pulmones y pegando un aullido escalofriante
quedo totalmente convertido en árbol.
En pleno éxtasis botánico y ya con la dureza de los viejos robles me sublimo en la
magnificencia de aquella posesión. Siento que soy el dueño de toda la savia del mundo y
rodeado de mis semejantes, los cipreses, las acacias y los inmensos pinos sacudidos por el
viento me embriago con la paz divina de los bosques.
Así permanezco toda la noche. Me siento parte de la tierra y capto el insondable
latido de sus entrañas minerales. A lo lejos percibo el fulgor de la ciudad y como todos los
otros árboles siento el temor por la proximidad de los hombres. De pronto en una visión

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lunar los veo aproximarse. Se acercan entonando cánticos de muerte. Vienen con hachas y
concreto y sin que podamos hacer nada nos atacan cortándonos los brazos y las piernas. Así
miro morir un río de un solo golpe asesinado con un decreto que nos deja mustios troncos
inservibles. Los pájaros se alejan, pero los hombres siguen depredando, mientras avanza, sin
que noten su presencia, un desierto irremisible que me va cubriendo cuando yo pierdo la
conciencia.
Al amanecer, con la llegada de las primeras luces del alba renazco nuevamente
hombre. Con el cuerpo adolorido, golpeado por la posición yerta de toda la velada me salgo
del hueco y trato de pararme. Camino dando traspiés por el jardín y caigo casi desmayado a
la entrada de la casa. Allí me encuentran agotado con un poco de hojas en la boca y toda la
ropa sucia.
Sin que pueda explicar lo que ha ocurrido, me llevan a la habitación donde caigo en
un profundo sueño del que me levanto a los dos días, asustado por el recuerdo de aquella
horrible pesadilla vegetal.

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LA HOJA EXTRAVIADA

(Abril 7)

Creo que ya mi conciencia exige que se deje nota sobre estos acontecimientos:
Después de haber sufrido varios infartos, he desarrollado una curiosa habilidad para jugar
con la muerte. Puedo hacerla aproximarse, y luego de un ligero contacto con su presencia,
me recupero rápidamente y sigo dedicándome de lleno a mis estudios fascinantes.
El médico que me trata me ha prohibido terminantemente una infinidad de cosas. No
puedo beber, ni fumar, ni tener grandes excitaciones. Me está vedado leer pornografía que
pueda subirme la presión de las arterias, comer comidas agradables, saborear la sal y las
exquisitas carnes rojas y grasosas. En fin, me está prohibido vivir bajo la irónica amenaza de
morir.
Por estas razones permanezco casi todo el día en mi lecho de reposo. Camino poco,
y según las instrucciones por ningún motivo puedo enfurecerme. Cualquier disgusto, o el
llevarme la contraria, según lo ha dicho el doctorcito, puede ser la última ocasionándome la
muerte. Confieso que ésta fue mi mayor preocupación cuando caí bajo su régimen. Yo
disfruto de la cólera. Siempre me irrité fácilmente y cuando con los ojos encendidos y las
venas palpitantes gritaba por cualquier cosa, sentía un agradable estímulo vital. Realmente
me excitaba al nivel del paroxismo ese salirme de mi quicio. Perder la noción de todo y
como un endemoniado descargar mi furia sembrándole el pánico a alguien y viéndolo
temblar. Pero después vinieron los primeros golpes en el pecho. Los continuos arrebatos
me cobraron sus cuentas sin darme el menor plazo, y el médico me lo advirtió severamente.
Al principio acepté sus instrucciones, pero sentía un tremendo vacío en mi existencia; una
horripilante falta de interés por las cosas vanas de este mundo, que me llevó de manera
irremisible a caer postrado en la tristeza.
Seguí el régimen. No tenía otra alternativa; pero desde hace como un año empecé a
buscar las fórmulas para escaparme de aquella cárcel de paz y de armonía en que me
encerraba la tranquilidad ajena. Mi familia y mis amigos, que ya han tomado la determinación
de no discutir conmigo, viven en una eterna complacencia que a mi modo de ver no es más
que un acto hipócrita. Resulta inútil que les insulte, que les provoque un altercado o les

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manifieste mi discrepancia total con sus ideas. Conociendo mi estado clínico se abstienen de
porfiarme y se quedan en silencio o simplemente aceptan todo lo que yo diga.
Pude haber sido feliz si fuera de aquellos a los que les gusta salirse con la suya. Pero
yo no. Para mí hay algo grande en escaparse de todos los controles, en perder la razón; algo
que posiblemente sólo entienden aquellos que han llevado una existencia llena de combates,
de enfrentamientos y una total agitación para sobrevivir en este mundo.
Fue entonces cuando me puse a hojear libros de ocultismo. Y una mañana sin
esperarlo, me encontré las páginas que por tanto tiempo había estado buscando: siguiendo
los pasos de una cuidadosa práctica vudú, descubrí que es posible enfurecerse solo y pelear
con los ausentes; caer poseído por la ira sin la complicidad de nadie. Aquello fue como un
despertar después de haber vivido por tanto tiempo obligado a pernoctar en la insoportable
simpleza de carácter. Leí cuidadosamente el método de aquel genio de la furia y empecé a
practicarlo religiosamente. Seleccioné, como el momento más oportuno para hacerlo media
hora después del almuerzo, cuando reposaba.
Sobre el lecho, con un espejo enfrente para disfrutar del espectáculo, pensaba en
algo horrible que me pudiera ocurrir en ese día. Me iba calentando y calentando y de pronto
lanzaba el libro contra el suelo y maldecía, por ejemplo:
-Perra desgraciada –pensando en la torpeza del servicio- ¿No sabes que me gusta el
cuello duro? Eres una idiota; sólo una imbécil como tú podría hacer esto justo cuando tengo
que salir
Imaginaba a la pobre mujer tratando de disculparse y diciendo que lo había hecho
con el máximo cuidado. Entonces me exaltaba más hasta llegar al frenesí. Lanzaba el jarro de
agua contra el espejo y le caía a puntapiés a todo lo que se interfería en mi camino. Para
esos momentos sentía el flujo sanguíneo llegar con toda su fuerza a nivel auricular. Con la
rabia en el cerebro transmitía una presión anómala al interior de mi corazón. Por ello, en las
primeras épocas, incapaz de controlar el volumen sistólico que aumentaba peligrosamente,
caía al suelo al producirse la insuficiencia cardíaca.
Allí conocí la muerte. Prácticamente venía a recogerme en cada ataque; pero el
interesante libro con el cual me había adoctrinado me enseñaba cómo detenerla; había que
decirle: -Vete muerte. Y de inmediato se empezaba con unos ejercicios pulmonares
especiales. Después venía un relax violento y luego la apacible calma por algunos instantes
antes de volver a enfurecerme.

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De esta forma poco a poco he ido entrenándome y cada vez puedo encolerizarme
más; hasta puntos que difícilmente lograría discutiendo tonterías en la calle. Muchas veces
por la rabia la presión arterial es tan alta, que se cierra completamente el orificio de la
válvula mitral. Entonces quedo muerto hasta dos días, pero después me recupero mucho
más reconfortado. En los últimos tiempos he tenido problemas con los vecinos que me oyen
exaltados destrozar el apartamento. Piensan que hay alguien conmigo y llaman a la policía,
pero cuando llegan, yo estoy de lo más tranquilo reposando en un sillón y no hallan qué
hacer de la vergüenza.
Estas prácticas son lentas y continuas; sin embargo tienen la ventaja de que una vez
que han sido dominadas, a pesar de la ira uno puede controlar la llegada y partida de la
muerte.
Gracias a ello he logrado disfrutar del más grande de los placeres de la vida.

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LOS BUITRES

(Mayo 12)

He cometido un error del que posiblemente me arrepentiré por mucho tiempo.


Impulsado por un gesto profundamente humanitario tomé la decisión de vender, todavía en
vida, mis órganos y partes trasplantables a personas que pudieran utilizarlas después del
momento de mi muerte. Lo hice convencido de que es injusto que una persona sea
devorada por los gusanos cuando hay tanta gente necesitada de un transplante para
recuperar la dicha que se va con la salud.
Lógicamente no descarté el beneficio económico que podría sacarle a tan piadoso
acto, y considerando el ascendente espíritu de juego que hay en el país, ideé un peculiar
sistema de tómbola de partes: se hacía un pago inicial del veinte por ciento al momento de
firmar el documento de venta y el saldo se pagaría en cuotas a cincuenta años, fecha
aproximada de mi muerte, con derecho de los compradores a ganarse el órgano antes de la
cancelación total en caso de que yo muriese con anterioridad.
La operación global se cerró por un monto récord de trescientos setenta mil
dólares, reportándome la bonita suma inicial de setenta y cuatro mil dólares. A los ojos les
saqué quince mil vendiendo separados las córneas, el iris y el nervio óptico, una ceja y las
dos pestañas. La cabellera en doscientos cincuenta, el tabique nasal lo rematé en quinientos
dólares, las muelas en paquete en doscientos cincuenta, los dos tímpanos, un martillo y el
yunque en tres mil quinientos. Los dos riñones los cedí en ocho mil a un revendedor, que
aunque sé que especula mucho por la gran demanda del órgano, contribuye a un adecuado
abastecimiento del mercado nacional y evita la fluctuación de precios. Liquidé el sistema
digestivo en dos mil dólares al dueño de un restaurante, el corazón en treinta y cinco mil a
un infartado interesado en el trasplante, y las demás partes, comprendiendo coyunturas,
extremidades y un saco con ligamentos, venas y arterias variadas en trescientos seis mil
dólares.
Como era de esperarse hubo bastantes interesados entre particulares, escuelas de
medicina e intermediarios independientes. La sangre fue adquirida totalmente por una
compañía americana que la distribuye por todo el mundo, y rifé entre los compradores mi

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impecable hígado abstemio tan cotizado en los grandes salones de la sociedad capitalina.
Pero el problema me surgió después de la segunda semana. Desde entonces no
tengo ni un minuto de paz. A cada momento me siguen decenas de personas sedientas de
mis partes, que no sólo viven deseándome la muerte, sino que ante cualquier resbalón o la
más mínima cortada se me viene encima y me jalan como lobos para agarrar lo suyo. Sé que
esto es normal dada la naturaleza del negocio, pero ya no tengo intimidad. Un ejército de
enfermos y lisiados van siempre detrás de mí con su horrible padecer. Algunos me han
detenido en plena calle y, aferrándose a mi mano con una angustia feroz, me han rogado que
me muera pronto porque necesitan con urgencia el trasplante por el que han pagado.
Esta noche, en la soledad de mi cuarto escribo estas líneas temeroso por mi vida.
Alerto a las autoridades que veo ojos angustiados que me observan por la ventana. Sólo
deseo pedirles que si me pasa algo investiguen cuidadosamente a cada uno de mis
compradores. Insisto en que estoy arrepentido. Fue una imperdonable extravagancia de mi
parte pero el contrato que he firmado me impide retractarme; y lo que más me afecta es
que, pensando que hacía un gesto humanitario, me he vuelto en una presa viva de esta
manada de buitres enfermos que me acosan sin cesar.

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LA RUPTURA

(Sin fecha)

Soy uno de los que hablan solo. Pero además soy de los que se contesta. Esto no
tendría nada de particular si no fuera porque a consecuencia de ese hábito de hablar y
contestarme solo, generalmente entro en violentas discusiones y termino insultándome y
enfurecido conmigo mismo me quito la palabra dejando nuevamente de hablar solo por
largo tiempo.
Así llevo ya seis meses sin dirigirme la palabra. La situación es por lo demás
insoportable porque como después de todo soy yo mismo, y en el fondo me guardo respeto
y consideración, me molesta no poder cambiar impresiones ni comentar sobre tantas cosas
importantes que son de mi incumbencia.
Las otras personas no se dan cuenta de mi pelea. Como vivimos en un mundo de
apariencias y de engaños, todos me ven sonriente y de lo más unido sin saber que dentro de
mí existe una terrible discrepancia, una absoluta falta de comunicación, la cual estoy
convencido que a la larga me llevará a un rompimiento total.
Algunas veces trato de reconciliarme. De decirme que uno no debe tomar las cosas
de esa manera, pero corto rápidamente. El rencor que me han dejado los insultos que me
he dado y las ofensas tan graves que me hice en la última discusión no me permiten
perdonar. Con otros tal vez, pero conmigo, conociéndome, no es posible olvidar lo que me
he hecho.
Tengo varios amigos íntimos a los cuales les he planteado la desagradable situación
por la que estoy atravesando, que como es lógico me tiene tenso y malhumorado. Ellos han
tratado de interceder, de conciliar. Me explican que la vida es corta y el amor por uno es lo
más grande en este mundo; que la armonía interior es la base de la felicidad y el bienestar de
la familia y la sociedad. Pero son muy necios, conozco el problema a fondo y a pesar de que
los oigo prefiero no tomar en cuenta su opinión. No puedo permitir que yo mismo me haya
hecho esto, porque crearía un precedente muy grave que a la larga redundaría contra mi
dignidad.
Desde la última vez que discutí solo apenas me he cruzado un sí o un no en

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momentos de mucha trascendencia. Pero la mayor parte del tiempo prefiero dejarme llevar
por los insultos y no me pongo a analizar los pros y los contras de centenares de problemas.
Sé que esta situación no se puede prolongar mucho tiempo porque la diferencia de criterios
que hay es tan grave que prácticamente ya no es posible hacer nada por unirme. A pesar de
que por muchos años traté de soportarme, de ceder y disimular para no agudizar más estas
diferencias, hoy por hoy, muerta la ilusión de los años juveniles y el amor de los primeros
tiempos, y pasada la época en que admiraba ciegamente mis virtudes y mis méritos, he
llegado a la conclusión de que lo mío no es posible. Es necesaria una separación definitiva.
No quiero alarmarme, pero secretamente he consultado un abogado para que me
explique los detalles de este complejo caso. ¿Para qué seguir mortificándome? ¿Cuál es el
objeto de alargar este martirio, de ver esa carota arrugada cada día ante el espejo? De
verdad que estoy cansado de todas mis impertinencias y no aguanto más ese carácter. Estoy
convencido de que esto no tiene razón de ser. Por eso, la próxima vez que me dirija la
palabra será para pedirme la ruptura.
Ya no soy una persona joven y tengo que pensar en rehacer mi vida.

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EL DROGADICTO

Falta el texto…

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EL ANIVERSARIO

(Agosto 11)

Ayer fui invitado a una cena de antropófagos. La reunión tuvo lugar en un reservado
restaurante de esta especialidad que funciona semi-clandestino al Este de la ciudad. Mis
anfitriones, el señor y la señora Dubeles, cumplían 25 años de casados, y para celebrar
adecuadamente el importante aniversario, invitaron a varios amigos y relacionados a
disfrutar de los manjares de la carne humana en este rincón gastronómico de la alta
sociedad.
Cuando recibí la tarjeta me sentí un poco impresionado; pero tentado por la
curiosidad y deseoso de salir de la rutina codeándome con gente diferente, decidí aceptar
dejando a un lado una serie de prejuicios que arrastro desde la infancia en asuntos de
comida.
Al restaurante se llega entrando por la rejilla rota de una cloaca que se encuentra en
la Avenida Francisco de Miranda a la altura de la Compañía de Teléfonos, luego se camina
por un túnel subterráneo hasta encontrar una pequeña escalera que conduce al
extraordinario lugar.
Es un sitio sobrio, decorado con increíble buen gusto y un refinamiento que nunca
podría dar idea de lo que allí se come. Los mesoneros diligentes, impecablemente vestidos
llevan de un lado a otro las bandejas llenas de brazos, piernas y partes de hombres y mujeres
de todas las edades.
En esa oportunidad el local estaba reservado para la fiesta privada de los Dubeles, y
cuando llegué el maître se excusaba con varios clientes habituales pidiéndoles que volvieran
otro día. Me llamó la atención la cantidad de comensales que colman el sitio para deleitarse
con los exclusivos platos preparados por el chef Pierre, un viejo carnicero bretón, asesino
convicto que aprendió recetas extraordinarias durante 20 años en la prisión de una remota
isla de los mares del Sur.
Después de saludar a mis anfitriones me fueron presentados destacadas
personalidades afectas a esta exótica comida. Conocí a dos ministros que jamás me hubiese
imaginado que saboreaban carne humana, a varios artistas, hombres de negocios y uno que

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otro arribista social que por figurar son capaces de cualquier cosa.
A las 9 se sirvió la cena. De entrada había un buffet frío con gran variedad de partes
humanas: hígado encebollado, ojos en salsa vinagreta, labios al ajillo, dedos enteros y
picaditos con perejil, talones con cebolla y partes genitales variadas con salsa bechamel.
Luego del tremendo entremés había muslos rotí con salsa, costillas al vino y lengua con
frambuesa.
Uno podía tomar a su antojo de varios semejantes asados al fuego lento acompañado
con distintos tipos de ensaladas y contornos. Debo reconocer que me costó mucho
servirme, pero viendo el gusto con que lo hacían los otros comensales tímidamente
arranqué un dedo a uno de los emparrillados para probar. Escupí la uña y paladeé con
repugnancia. Estaba bien aliñado pero no pude tragarlo. Luego, por educación me serví un
poco de muslo de mujer que siempre me ha gustado; estaba bueno, algo dulzón, pero muy
cocido para mi gusto. De postre había helado de venas, codos en almíbar y unas glándulas
babosas de chocolate que no me atreví a mirar.
Los demás estaban felices. Comían con una voracidad increíble y bebían sin cesar. A
eso de las dos de la mañana la gente empezó a embriagarse y con los ojos encendidos se
caían a dentelladas los unos a los otros mientras aullaban como lobos; fue allí cuando decidí
marcharme temeroso de que alguien me mordiera. Tomé mi capa con discreción y bajé de
nuevo la escalera. Rápidamente atravesé el túnel y salí por la rejilla que daba hacia la calle.
Afuera, más tranquilizado, respiré hondo el aire fresco de la noche pensando en cuántas
personas de aquellas regresarían a sus casas, y cuántas se quedarían para enriquecer el menú
de aquel extraordinario restaurante.

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AUTO-TURISMO

(Sin fecha)

Soy uno de los pocos privilegiados que ha tenido ocasión de hacer un tour por su persona.
Un viaje de vacaciones verdaderamente inolvidable en el cual se pueden visitar casi todas las
regiones del cuerpo, y se logran observar atentamente ciertos estados de conciencia y
sentimientos que nunca nos imaginamos que existieran
La excursión fue organizada por la agencia de viajes: “Tu´s Tours”, empresa del ramo
turístico hábilmente manejada por el Dr. Kolmenar Logos, un médico retirado, quien
convencido que antes de visitar países extranjeros primero debemos conocer él nuestro y
antes de conocer el nuestro debemos conocernos a nosotros mismos. La agencia ha
preparado estas giras con tres planes básicos: visita a las partes externas del cuerpo, viaje
por nuestro organismo interior y crucero a través de nuestra mentalidad. Yo tomé la gira
completa que dura dos semanas con alojamiento, guía y comida incluidos.
Durante los dos primeros días del recorrido se hace la excursión por las afueras del cuerpo.
En las villas de la agencia uno tiene oportunidad de verse desnudo con enormes vidrios de
aumento y entre juegos de espejos especialmente colocados a objeto de que se puedan
mirar detalladamente regiones nunca antes exploradas. Es realmente sorprendente el
descubrimiento de sitios ocultos o retirados como son las depresiones de la nuca, las colinas
de las espaldas y los fantásticos promontorios aumentados del rostro, de los codos, los
oídos y otros recovecos poco transitados por él agite de la vida cotidiana.
Al tercer día se inició el viaje al interior. A la campiña de nuestro cuerpo, si queremos
llamarla así. Es un tour impactante en donde gracias a las maravillas de la moderna
tecnología, auxiliados de con cámaras miniatura y pantallas uno va viendo el funcionamiento
de cada uno de sus órganos. En modernos laboratorios en los cuales los turistas son
atendidos con todas las comodidades, se muestran las radiografías en colores de cada parte,
películas de sus procesos fisiológicos, incluyendo una visita de medio día al corazón con
recorrido histórico por los ventrículos y las aurículas y un paseo por la sangre para admirar
las calcificaciones arteriales. Luego hay un almuerzo en las protuberancias del cerebro con la
danza folklórica de los nervios, y en la noche se puede apreciar el fabuloso espectáculo del

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trabajo de nuestras glándulas, algo único que no tiene comparación en este mundo.

A la mañana siguiente hicimos observaciones al microscopio de las células y tejidos óseos


y el resto del día libre, que yo recomendaría que aprovecharan para que por un pequeño
complemento se haga el “Tour por los Pulmones”, sobre todo si se es fumador; se vea “El
Hígado de Noche”, espectáculo grotesco para los que les gusta beber; y la inolvidable
“Visita al oído de un hombre de la ciudad” con acompañamiento de monóxido y sonido. A
la salida de estas funciones se pueden adquirir souvenir de varios tipos de enfermedades
personales así como comprar buenas postales y fotos internas de uno mismo.
Los últimos días son destinados a recorrer el alma del viajero. En ellos se nos enfrenta a
situaciones preparadas por psicólogos turísticos que nos muestran insospechados aspectos
de nuestra personalidad. Me quedé asombrado de mi egoísmo, de mis celos y sobre todo de
algunos complejos que yo nunca creí que pudiera tener. Visité prácticamente todas las
complicadas construcciones de mi subconsciente y mis estado anímicos, y programas
especialmente provocados me mostraron fríamente tal como yo soy.
En esta parte del viaje casi siempre se está solo, pero lo que mucha gente puede pensar que
es un poco aburrido, está permanentemente enriquecido por las sorpresas que siempre
nos deparan nuestras propias virtudes y defectos, y los bruscos cambios de carácter.
Fueron 14 días maravillosos que nunca olvidaré. No solamente disfruté de una vacaciones
realmente interesantes, sino que tuve ocasión de observar de cerca paisajes increíbles, ver
espectáculos llenos de rico colorido y hermosas tradiciones, lo cual, aunado a la
circunstancia del lugar, me dejaron la impresión de haber estado en el sitio más bello del
planeta.

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DÍAS DE PLACER

(Abril 4)

Uno de los recuerdos más hermosos de mi vida es el de la época en que trabajaba


como desactivador de bombas en la división de explosivos de la policía. Jamás se borrarán
de mi memoria los instantes de emoción y las gratas sorpresas que aquel trabajo me deparó
durante los mejores años de mi juventud.
En las tardes melancólicas suelo cerrar los ojos y me parece verme acercar sudoroso
y con cautela al niple improvisado, a la granada generosa o a la bomba de tiempo trabajada
con cariño. Las veo regadas con descuido o escondidas en algún rincón siempre prestas a
maravillarnos con la gracia sublime de la onda explosiva que surge de repente del fulgor de
la pólvora madurada.
Muchas veces en plena actividad de desarmar el artefacto, la falsa explosión salida de
la boca de un camarada bromista me llenó de excitación y cuando esperé recibir en la cara
el fogonazo, en su lugar sentí la carcajada amable burlándose del susto.
Es difícil explicar el sentimiento casi religioso que despertaba en mí aquel
enfrentamiento con el peligro. De verdad que es hermoso sentirse expelido contra la pared
cuando el mecanismo estalla sin darnos tiempo ni siquiera a refugiarnos. La onda explosiva
cuando no se le teme no es tan dañina como dicen. Hay que saber esperarla, e incluso
tomar impulso hacia atrás para disfrutar del vuelo.
Salvo el caso de las granadas fragmentarias que tantas veces me llenaron la cara de
metralla, yo diría que la explosión es eminentemente purificadora. Nos estremece el cuerpo
con tal fuerza que los más ocultos sentimientos y dolores salen dejándonos el alma limpia en
un acto de increíble renacer. Es como emprender un viaje en las alas de algún alucinógeno.
No se puede negar que tuve momentos dolorosos. La voladura de una caja de
dinamita exudada cierta vez me lanzó a más de 100 metros de distancia produciéndome
fractura de la pelvis y quemaduras de primer grado. Recuerdo que después de aquello, en
pleno auge del terrorismo de la izquierda me asignaron un trabajo más suave: recoger las
granadas que no explotaban. En esa época cogí el hábito de agarrarlas y metérmelas en el
bolsillo. Prefería llevármelas a casa para desarmarlas con más tranquilidad aunque mi mujer

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se molestaba porque llevaba trabajo a casa. A veces se me olvidaba y me metía en un café,


en el cine o iba a reuniones con la granada sin espoleta en el fondo de mi saco. Cuando se
dieron cuenta, la gente cobarde y temerosa esquivaba mi presencia, sobre todo después que
supieron que me habían estallado 3 piñas en una reunión de padres y maestros en la escuela
de mi hija. Allí perdí la mano derecha y parte del hígado, pero aquel crepúsculo artificial, el
centellear amarillo en las alturas y el verme sostenido como un inmenso pájaro me
reconfortó el espíritu, y las luminarias abstractas se transformaron en recóndita alegría.
Sentí que la inmensidad se desplegó sobre mi cabeza y la del Director del colegio que no
atinaba a explicarse lo que había pasado. Luego juntos sentimos el silencio mientras
regresábamos de aquella grandiosa ceremonia del cielo y de la tierra cayendo sobre los
cuerpos de padres y representantes regados en un negro coctel de muerte y miembros
mutilados.
Años más tarde me botaron. Ya estaba sordo, medio ciego y los jefes decían que con
una sola mano y con sólo dos dedos en la otra era poca mi eficacia. Pero me quedó la
satisfacción del deber cumplido, el gusto de haber experimentado uno de los placeres
reservados a muy reducidos grupos de personas.
Algunas veces, ya en los años tristes de una vejez parcial de mi cuerpo adolorido
armo y desmonto pequeños niples caseros para pasar el tiempo. Pero ya no es lo mismo: la
sensibilidad perdida, los ojos ya casi ciegos no me permiten disfrutar la expectativa de ver si
la bomba estalla o la desarmo. Así me quedo en una especie de sopor y profundamente
sumido en el recuerdo de aquellos lejanos días tan felices.

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LA CORTADITA

(Sin fecha)

Aquella tranquila mañana de Enero estaba picando una cebolla para preparar un
carato de cebolla con alcanfor, cuando sin darme cuenta me hice una pequeña cortadura en
el índice derecho.
Como casi todo el mundo, de inmediato me llevé el dedo herido a la boca para
chupar la sangre que brotaba de la herida. Ya más calmado, metí el dedo en el fregadero y
abrí el chorro de agua, pero la sangre continuaba brotando fuertemente. Pensando en lo
fastidioso de aquel insignificante accidente me dirigí al baño a buscar algo que la contuviera.
Me puse dos o tres sustancias de las que se recomiendan en esos casos, pero para mi
preocupación noté cómo el flujo seguía e incluso se hacía mayor. Cuando apreté el dedo
para contener aquella hemorragia el blanco lavamanos empezó a ponerse rojo.
Me llevé de nuevo el dedo a la boca y chupé, pero borbotones de sangre casi me
ahogan por la fuerte emanación que parecía un pequeño pozo petrolero. Viéndome la cara
en el espejo pensé que aquello como que requería de un médico. Me vendé rápidamente y
salí del baño con ese propósito. A los pocos segundos el vendaje se puso tinto y era ineficaz
para contener el líquido sanguíneo que chorreaba por el brazo; en cosa de cinco minutos
había perdido como dos litros.
Al quitarme la venda de la pequeña herida vi salir la sangre con más fuerza, y para mi
asombro, contemplé que por ella también se me salía una tripa. Desesperado traté de
empujarla con el dedo de la otra mano, pero la fuerza del líquido emergiendo la hizo asomar
aún más.
Muy mareado por la pérdida, grité pidiendo auxilio, pero mi voz estaba ahogada por
el pánico cuando salió toda la tripa y pedazos de algunos órganos arrastrados por el empuje
incontrolable de la sangre. Los recogí y vi que eran pedazos de hígado y vesícula. Quise
meterlos de nuevo por la herida, pero no cabían, y en mi desesperación hasta pensé en
meterlos por la boca para regresarlos de alguna manera a su lugar de origen.
Luego traté de correr, pero me resbale en el charco de sangre y caí aparatosamente
en el piso. Apretando el dedo con todas las fuerzas de la otra mano vi cómo el apéndice y

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otras partes de órganos también empezaban a aflorar.


Para entonces estaba casi inconsciente, y por el minúsculo y singular corte de mi
dedo seguía brotando sangre con pedazos de todo tipo. Era como si una succión diabólica
desencadenada por la chupada inicial del dedo tratara de sacarme todo el organismo por
aquel ínfimo orificio.
Después no supe más de mí. Desperté a los tres días en la clínica a donde había sido
llevado por un vecino que creyó se trataba de un asesinato al ver la mancha roja en el
pasillo. Me dieron como diez litros de sangre y me operaron para meterme por dentro
todos los pedazos. Cuando terminaron la delicada intervención también me cerraron la
pequeña cortada del dedo con dos puntos, y por insistencia mía le pusieron encima una gota
de pegalotodo para que no se volviera a abrir.
A esta altura puedo decir que ya me siento bastante restablecido; pero confieso que
tengo un pánico terrible, porque ayer, observando con cuidado, vi resquebrajarse
peligrosamente la pequeña costrita del fuerte pegamento.

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EL PREMIO

Falta el texto…

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GRIPE FUERTE

Falta el texto…

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UN BAR ESPECIAL

(Marzo 20)

En Mull, una ciudad abstemia al sur de Irlanda, tuve ocasión de visitar el único bar
existente, el cual, por disposición de las autoridades sanitarias, debe sincerarse con la
clientela para la venta de bebidas espirituosas explicándoles los efectos que éstas producen
en el organismo.
La última vez que lo visité trabajaba yo entonces en el consulado de mi país del lejano
lugar, cuando me llegaron de paso y en ruta hacia Escocia, Juan de la Mata y Pedro Liendo,
destacados políticos y poetas criollos, bebedores empedernidos de los que cuando no
consiguen una venta de aguardiente se vuelven como locos.
Sus primeros días en Mull, al saber que no había venta de licores, estuvieron llenos
de angustia y una desesperación inusitada que les obligó a llamarme al Consulado. Al hablar
con ellos por teléfono los tranquilicé y les dije que se calmaran, que yo sabía dónde
funcionaba un bar y que pasaría a recogerlos dentro de un rato. Mientras me esperaban, sin
poderse controlar se bebieron la loción de afeitar y luego dos frascos de mercurocromo
que estaban en el cuarto del hotel haciéndose la idea de que era Campari.
Apenas nos encontramos, les expliqué de las estrictas leyes antialcohólicas de Mull y
del sistema que regía en el único bar de la localidad, adonde nos dirigimos de inmediato
presionados por su urgencia de tomarse un trago.
A la entrada del bar atiende una enfermera que es la encargada de vender los tickets.
Antes hay que pedir un cupón, el cual el cliente debe firmar declarando conocer, con
especificación muy clara, los daños y consecuencias de lo que se va a ingerir. En la lista se
especifica el valor y tipo de trago que se quiere y el efecto dañino que éste ocasiona al
organismo. Éstos van desde un pequeño mareo con afección ligera sobre 300 ó 500 células
nerviosas hasta el destrozo total de casi todo el sistema cerebral, e incluso el suicidio por
intoxicación etílica. En los listados se pasa por afecciones al sistema del gran simpático,
perjuicios serios al sistema digestivo y circulatorio, destrucción irreparable del hígado y todo
tipo de enfermedades derivadas de tan amena distracción.
Según sea el daño que uno desea infringirse será el valor del ticket, con el cual el

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barman –también una enfermera- nos suministra el aguardiente necesario. En el mismo salón
funciona un servicio médico, al que si uno quiere le pide exámenes para saber cuántas
células cerebrales ha liquidado u otros males se van a ocasionando, de tal manera de poder
aumentar o disminuir la dosis de acuerdo a nuestras necesidades.
El local está decorado con fotografías de distintas enfermedades y los estados
deplorables en que quedan los borrachos, así como cuadros estadísticos de la reducción de
su vida útil. En lugar de sentarse a beber, el cliente es acostado en unas camillas repartidas
por todo el local, de tal manera que se sienta de una vez enfermo y pueda ser tratado de
inmediato, o llevado a hospitalización al día siguiente para mitigar los efectos de la juerga.
En un cuarto especial existen otros sistemas para perjudicarse la salud de una manera
más rápida y efectiva que el alcohol. Y si uno lo desea, le inyectan directamente ciertos
venenos concentrados que producen en el acto cirrosis, delirium tremens y otra
enfermedad que estemos buscando sin tener que gastar tanto en bebida y soportar las
penurias del ratón.
Mis dos compatriotas, al enterarse de las maravillas del lugar, entusiasmados por el
sistema pidieron como buenos nuevos ricos tres tickets de los más caros. Al tomar el mío
leí que me destrozaría prácticamente el esófago, me aceleraría cualquier úlcera duodenal,
matando al mismo tiempo unas 5.000 células cerebrales. Igualmente obtendría náuseas por
dos días, dolor de cabeza por tres, pérdida parcial de la visión y los sistemas de reflejos en
cuatro horas y desarticulación total del sistema locomotor en un plazo de seis a siete horas.
A las 8,00 p.m. entramos a iniciar el proceso de autodestrucción, pero yo, tal como
hacía cada vez que llevaba compatriotas al excéntrico bar, dije que iba al baño y los dejé
esperando en sus camillas.
A la mañana siguiente, como también era mi práctica en el Consulado, los envié a
recoger al bar con una ambulancia que los llevaría directamente en pleno ratón al avión que
seguía para Escocia, en donde podrían beber a sus anchas sin esas incómodas restricciones
que han establecido los gobernantes del pequeño condado de Mull.

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CONFESIONES DE UN EGÓLATRA

(Sin fecha)

El otro día me dejé de tonterías y decidí hacer un homenaje a mi persona. Convencido


de mis altos méritos, de mi recta conducta ciudadana, y el especial talento para tantas y tan
variadas cosas, organicé el más importante evento, al cual, por razones de modestia y de
principios, yo era el único invitado.
Para ello establecí un riguroso programa que imprimí en la única tarjeta, que dirigida a
mí mismo establecía el orden de los actos de aquella trascendental velada: primero, el discurso
introductorio en el cual se destacaban mi labor patriótica así como el extraordinario aporte a
la cultura universal y a la paz y la comprensión entre los hombres. Después del discurso
procedería a condecorarme con la orden de mi persona en primer grado y seguidamente haría
un brindis haciendo votos por una larga y exitosa vida con tan brillante trayectoria.
En el programa se establecía que después de colocarme la cinta frente al espejo,
tomaría asiento para un exquisito banquete preparado para la solemne ocasión, en el cual,
como invitado solitario, ocuparía el lugar de honor.
El acto se llevó a cabo a la hora prevista. Vestido de rigurosa etiqueta tomé asiento en
la amplia biblioteca de mi casa, y bajo los acordes de una moderna melodía de Mozart me serví
un trago de excelente whisky. Confieso que me sentí nervioso. Poco acostumbrado a los actos
pomposos y a los homenajes, mordía insistentemente la boquilla de mi pipa mientras daba
vueltas por la sala sonriendo amablemente cada vez que me veía en el espejo.
Cuando llegó el momento de tomar la palabra para el discurso de orden se me hizo un
nudo en la garganta. No obstante, expuse de una manera magistral, plagada de inusitada
sencillez y profundidad la importancia de mi labor y de mi vida. Fue una síntesis precisa de mis
virtudes, de mi mágica personalidad, inteligencia y genio desbordante. Interrumpido a cada
instante por mis aplausos hice especial hincapié en la graciosidad de mi varonil figura tan propia
de los predestinados. Al concluir, el largo aplauso que me brindé por tan brillante pieza
oratoria me obligó a inclinar varias veces la cabeza en señal de agradecimiento. Después de
imponerme la condecoración me felicité sin poder ocultar el orgullo que me producía
conocerme y poder disfrutar siempre de mis eminentes cualidades.

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La cena fue maravillosa. De entrada me serví un coctel de caviar rojo del Volga con
salsa Bouterlied acompañado de un Pinot Bouvoir 1945 de Le Roi. Luego de una increíble sopa
boullibase, degusté un inolvidable moulie de corazones de aves variadas a la Domaine
saboreando un increíble Lafite-Rothschild 1932. De postre flan kirschestrassen veinés con
fresas gigantes.
Al finalizar aquella fastuosa cena me dirigí al sofá principal de la casa, y encendiendo un
Montecristo acompañado de cognac Napoleón reserva especial, bajo las suaves notas del
adagio de Albinoni cambié francas impresiones sobre mis dotes, mi pasado hermoso y mi
prometedor futuro.
Fue un acto sencillo pero muy emotivo y lleno de verdadera sinceridad y afecto. El
hecho de haber reconocido mis méritos y el aprecio bien merecido que me profeso me
dejaron profundamente conmovido y lleno de honda satisfacción.
La noche culminó haciéndome un justo regalo y después de despedirme prometí
homenajearme con más frecuencia, absolutamente convencido de ser, para mí, la persona más
digna de tan justa pleitesía.

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EL COLECCIONISTA

(Noviembre 12)

Estaba allí, justo detrás del saco de rótulas de jirafas, entre el estante de cabezas
reducidas de pulgas enanas y la caja con huellas de pisadas de aparecidos. Alguien debió
tomar el frasco sin saber su contenido. Sin pensar en el peligro que representaba y los años
que me tomó seleccionarlos. Posiblemente no se imaginó que eran el orgullo de mi museo,
que en esa botella estaba la colección de virus más grande del planeta. Casi 30 años
recolectándolos por todos los rincones de los cinco continentes. De rebuscarlos
cuidadosamente clínica tras clínica, hospital tras hospital, de aislarlos, neutralizarlos
temporalmente y luego meterlos uno o uno en el recipiente en que estaban reunidos.
Centenares de centros de estudios y de laboratorios militares enviaron sabios a
observarlos y se fueron maravillados de mi arriesgado cultivo, y ahora alguien los ha cogido
por error. Tal vez pensaría que la llamativa botella de coñac en que los guardaba
celosamente era un selecto VSOP1. Dios salve su alma y lo proteja del infierno en que se
volverían sus intestinos. Que no se le ocurra levantar el corcho y apurar una gota de ese
líquido. Que sean cogidos confesados los que vivan a cien kilómetros a la redonda de donde
se le ocurra derramarlo. Es el coctel más mortífero que jamás se halla preparado. La mezcla
diabólica de la muerte: 1.698.0000 tipos de virus de enfermedades raras e incurables,
muchas aún desconocidas y flotando todas en un insípido e inerte cloroformo. No quiero ni
pensar en la agonía de quien beba un solo trago de esta confusión imperdonable.
Durante segundos en él se
concentraban todos los dolores de la tierra y sus entrañas arderán en una desgarradora
proyección de humo con todos los tonos de la luz.
No voy a justificar ahora mi grave error por haber sacado el frasco de la caja fuerte,
no, pero tampoco voy a recriminarme por haberlos reunido. Fiel a una incontrolable
vocación coleccionista, desde hace muchos años me he dado a la apasionante tarea de
guardar todo cuando fuera único y extraño en esta vida. Incorporé los virus a las millares de
series que tengo, como algo más que pudiera ser un reflejo amplio y variado de todo lo que

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nos rodea. Ellos no eran nada diferente, eran Igual que guardo ojos de dragones epilépticos,
armas de suicidas, gotas de sudor de obreros, uñas inmensas formadas por la unión de
centenares de pedazos recortadas cada mes. De la misma manera que formé mis archivos de
las monotonías capitales, el de las promesas de borrachos, como clasifiqué envidias y
necedades, igual que coleccioné cuadros de pintores anónimos, cartas apócrifas, insultos de
chóferes enfurecidos y los mil artefactos y situaciones raras que me topé por doquier,
cuando pululaba entre vericuetos de callejuelas perdidas en busca de material para mi museo
de lo humano y lo inhumano.
La colección la inicié cuando conocí a Pol Kor, el genial rey de los Balú, en Guinea
Occidental, que coleccionaba manos. Sí, manos amigas. Cuando alguien confiadamente se la
extendía en actitud de saludo, apenas se la estrechaban, el hombre con la otra, sacaba un
filoso cuchillo y se las cortaba en seco dejándolos mancos entre el dolor y la sorpresa.
Luego, ante la sorpresa y el dolor de su víctima se sacudía el miembro y lo mandaba a
disecar para incorporarlo a su insólito museo. En la época en que lo conocí tenía más de
cinco mil manos de todos los tipos guindadas en hilos macabros tendidos a lo largo de sus
habitaciones reales. Las mostraba con jactancia y decía que como todo el mundo termina
odiándose después de convivir mucho tiempo, así jamás olvidaría el gesto amistoso del
dueño de la mano cuando se la ofreció llena de cariño y cordialidad el día del primer
encuentro. Yo salvé la mía porque en ese momento le dio un calambre, pero víctima del
susto caí postrado de fiebres tropicales. Y entonces, en mi delirio, decidí coleccionar los
virus.
Lamentablemente nunca pensé que pudieran sacarlos del sótano en donde guardo los
objetos raros. Pero ahora estoy ante el hecho irremisible. Alguien penetró y pensando que
era un viejo brandy se ha llevado la botella. Confieso que no sólo me preocupa su destino,
sino que me molesta que tantos años de riesgos y sacrificios, tanta búsqueda y noches frente
al microscopio se pierdan para siempre por el gesto estúpido de algún vulgar borracho.

1
Very Special Old Product.

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LOS PLACERES SENCILLOS

(Noviembre 29)

Siempre me impresionó la habilidad de Jenaro Martínez para auto cosquillarse. Esa


compleja facultad de algunos seres para superar la tristeza y los estados depresivos que
nacen de la soledad, haciéndose cosquilla a sí mismos sin ayuda de otra persona.
Al principio pensé que eran cosas de locos y dudé mucho que alguien se pudiera
producir a sí mismo risa y felicidad con un simple dedo manipulado en las axilas y en los
entrecortes del cuerpo. Por eso aquella mañana, cuando estuve de visita ocasional en el
cuarto de la pensión donde vivía mi apreciado amigo, al escuchar sus sonoras carcajadas me
detuve temeroso ante la puerta pensando que tal vez lo importunaba. Pero luego,
convencido que se trataba de una fiesta empujé la puerta que siempre estaba sin cerrojo, y
cuál no sería mi sorpresa cuando al abrirla lo vi a él sin ninguna compañía, estaba tendido en
su cama muerto de la risa mientras se hacía cosquillas sin parar.
Al verme se calmó un poco, pero aún sin contener la risotada me invitó a sentarme
en el destartalado sillón en el cual suelo hundirme cuando lo visito para cambiar impresiones
sobre el fin del mundo. Arreglando un poco sus ropas se sentó, aún con el jadeo y la sonrisa
que le quedaba después de aquella intensa dicha que yo le había interrumpido.
-¿A qué se debe tanta hilaridad? -le pregunté intrigado-
-A nada de particular –me dijo-. ¿No has oído hablar de los auto cosquillantes? Soy
uno de ellos; tómate un trago y déjame explicarte un poco sobre el asunto para que no
vayas a pensar que estoy mal de la cabeza.
Me serví una copa de gomenol con soda y prendiendo mi pipa me puse cómodo,
sumamente interesado en escuchar su explicación.
Supe entonces que hacia el año 1.600 un monje benedictino que sufría de cirrosis y
tenía que mantenerse separado de los otros miembros de su orden por las continuas
libaciones, fue poseído por una horrible pesadumbre y sensación de soledad. Para luchar
contra la amargura de aquella vida tan vacía decidió experimentar haciéndose cosquillas para
traer un poco de alegría a su desdichado espíritu.
La técnica del abate dio pleno resultado y fue rápidamente seguida con entusiasmo

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en su celda por otros monjes enfermos del hígado y, más tarde, por centenares de solitarios
y tristes de la época.
Pero como siempre ocurre, en el acto la envidia y el temor de que con aquella risa
sana se ofendiera la dignidad del Señor, todos los practicantes fueron tildados de dementes y
herejes e hizo que la práctica se abandonara quedando sepultada en el olvido por varios
siglos, conservándose hasta hoy gracias al sacrificio de una minoría de privilegiados que
secretamente se mantienen fieles a los placeres paganos de la carcajada solitaria.
Es importante, según me dijo Jenaro, el rito y los pasos para obtener una auténtica
alegría. Primeramente, acostado en un buen colchón uno debe relajarse todo. Seguidamente
se toma una mano y se acerca a la axila y se empieza a hacer cosquillas ligeramente. Se sigue
hasta sentir un poco de risa y luego poco a poco se va aumentando la intensidad del
movimiento de los dedos y los sitios de cosquilleo hasta estar prácticamente desternillado
de risa. Aún cuando se pueden hacer con las dos manos debe tenerse cuidado de no
exagerar la fuerza, porque una vez que uno se empieza a reír como un loco ya no puede
controlarse.
Mientras hablaba con evidente rictus de placer reflejado en el rostro a pesar de las
miserias de su vida, le vi los costados sangrientos y desollados por las uñas, y fue allí cuando
comprendí lo que decía.
Después que terminó lo dejé, y apenas cerré la puerta, pude escuchar que se
reiniciaba en la búsqueda de la solitaria felicidad de la cosquilla.

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EL DULCE MAL

(Sin fecha)

Tengo un alacrán domesticado. Es largo y negro como la noche. Dos afiladas tenazas
lo adornan en la frente y en la cola tenebrosa se alza siempre en perpetua oscilación el
incisivo aguijón por el que nadie lo comprende.
Lo tengo desde hace varios años. Podría definírsele como mi mascota sagrada y
aunque es completamente inofensivo, su presencia infunde pánico a todos los que lo ven con
ese cuerpo grande y bien alimentado. Por él me dejó mi esposa y he perdido el trato de
muchos amigos que no osan visitar mi casa; pero yo no puedo abandonarlo. Lo crié desde
chiquito; desde entonces le he dado de comer en mi mano y sin duda soy la principal razón
de su existencia. Recuerdo que lo separé de sus hermanos cuando recién nacido devoraba a
la madre. Él era el más negro y hambriento de la camada, ya le había comido los ojos y
empezaba con las entrañas de la pobre recién parida cuando lo agarré por las tenazas.
Entonces se puso furioso y trató de clavarme la ponzoña; pero era muy débil todavía. Yo no
le tenía miedo y me reí de su furia y la frustración que le producía el no poder terminar
aquella macabra cena. Luego poco a poco fui tranquilizándolo.
Para que el animalito no se muriera lo coloqué en una caja de vidrio, donde le metía
algunos insectos de comida, pequeñas arañas, bachacos, hormigas muertas y hojas que sabía
que eran de su agrado. Indefectiblemente, cada día, al ponerle el alimento, le sobaba el lomo
para tranquilizarle, y aunque él siempre trataba de picarme enfurecido, el hábito de
esquivarle los movimientos de la cola me permitió escapar indemne de aquella actitud
inamistosa y exageradamente esquiva.
Mi alacrán se llama Alberto en recuerdo a una mapanare que tuve durante muchos
años en los tiempos de mi infancia, y a base de mostrarle afecto ya me he ganado
abiertamente su cariño. No soy naturalista ni ictiólogo. Mi deseo de domesticar al bicho es
un simple capricho, posiblemente condenable pero que para mí se volvió un asunto de
principio. Al cabo de dos años de tenerlo está tan grande y gordo que parece un gato.
Cuando llego del trabajo él mueve la cola y parando sus seis patas en el vidrio de la caja
espera emocionado que yo vaya a sobarlo por todas partes. Es un sentimiento tan sincero y

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recíproco como el que yo le doy.


Viéndolo tan juguetón, desde hace meses decidí sacarlo varias horas de su
improvisada celda; entonces corretea por toda la casa y juega con mis pequeños hijos que
prácticamente lo adoran. En cambio mi mujer no lo aceptó nunca. Especialmente cuando se
paseaba por la cuna del menor; esto le producía asco y un verdadero terror, por lo que le
hizo la vida imposible antes de abandonarnos. Lo perseguía, le echaba insecticida y varias
veces hasta trató de pisotearlo.
Alberto siempre comprendió su repugnancia. En su mundo de alacrán para él ella era
una madre y todas las madres protegen a las crías. Porque si algo les pasa a los hijos, ¿quién
va a martirizarlas? Por eso la perdonó. No se me olvida la noche en que ella se fue; cuando
él desde la ventana le decía adiós moviendo su colita. Estoy seguro que nunca le guardó
rencor.
Cuando todo anda mal y tengo problemas graves recurro a él como mi consuelo. Lo
tomo por el vientre y echado en el sofá me lo pongo en el pecho para desahogarme de
tantas dificultades. Él me reconforta; se me acerca a la boca y me acaricia con sus tenazas y
la pinza. En el fondo su presencia me hace olvidar todas las angustias produciéndome un
relax insuperable. Si ese bicho se me muriera yo no sé como podría resistir su ausencia.
A pesar de tanto conocerle hay algo en él que me ha impresionado notablemente: a
consecuencia de ligeras punzadas que me he dado con su aguijón, he descubierto que en
lugar de veneno su depósito ventral está lleno de miel. Una miel intensamente dulce como
sólo es posible que sea la miel de un alacrán cuando se le trata continuamente con ternura.

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LA FUGA

Falta el texto…

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LA GUERRA DE LOS BRUJOS

Siendo yo tesorero del Sindicato Nacional de Brujos y Hechiceros, se inició en el


seno de esa organización una grave discrepancia entre los miembros de la Junta Directiva y
los del Tribunal Disciplinario, al acusar éstos a José Mereque, brujo ingenuo de Río Chico,
de haberse valido de fuerzas sobrenaturales para ser electo Presidente de la sociedad.
Las divergencias se agudizaron cuando Doña Ramona Pardiez, leyendo por casualidad
la mano de Mereque descubrió sus planes para volverla lechuza. La vieja hechicera al saberlo,
en venganza le hizo un trabajo a base de fetos de mosca molidos con ají, fórmula secreta que
tenía para hacer que la gente cayera siempre en terribles trancas de tráfico.
Pero Mereque, un brujo ducho y con mucha práctica en maleficios, le leyó el
pensamiento a Doña Ramona, y apoyado por el Secretario de Tarot y el de Reivindicación
de Brujos en la Indigencia, se le enfrentó en una terrible acción con amuletos, caratos y
ponzoñas de todo tipo que casi mata a la pobre mujer. El Jefe de Ritos y Compilador de
Oraciones de la organización, viendo la desventaja de la dama decidió unírsele, y con el favor
de los brujos del Consejo, La Victoria y varios curanderos de Maracay les fumó un tabaco de
dos metros que les produjo sarna durante tres semanas.
Debo aclarar que yo tenía una posición neutral en la contienda. En realidad no era
brujo, y dada la circunstancia de que mi cargo era netamente administrativo no tenía por
qué tomar posición por uno u otro bando; pero reconozco que me fue difícil escapar de la
violencia de aquella lucha sin cuartel. Fueron días terribles para el gremio. La Asamblea
convocada legítimamente por Morot, el Secretario de Recetas y Menjurjes, sorprendió al
grupo de Mereque, pero éste en pleno acto hipnotizó a los presentes para sacarles su voto,
sin saber que sus adversarios tenían instalada una mini-asamblea con muñequitos
representando la figura de los miembros, y clavándoles alfileres en una extraordinaria acción
de Vudú les hicieron votar contra Mereque.
El Presidente, temiendo perder el control de la organización decidió acabar con todo
vestigio de oposición y les lanzó un ensalmo maligno que les produjo colitis a todos los
presentes. Disuelta la Asamblea por razones obvias los brujos se prepararon para la batalla
final. Los de Mereque con bolas de cristal tenían controlados los pasos de sus adversarios, y
éstos, apoyados en la iluminada de Chuspa que les informaba de cualquier movimiento del

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

enemigo, los acorralaron a todos juntos en la esquina de Gato negro, en la panadería de un


portugués que era un mago inflando el pan.
Mereque al verse descubierto los maldijo echándoles polvillo de muelas cariadas de
cocodrilo, pero Doña Ramona se monto en el horno del panadero, cogió unas tunjas y
rociándose con su harina invocó al mismísimo Satanás antes que lo hiciera su adversario.
Desgraciadamente aquello fue el final de todo. El Príncipe Negro hizo acto de
presencia, pero disgustado por aquella guerra entre su gente lanzó una terrible llamarada
pacificadora que mató a todos los contrincantes dejándolos chamuscados y con los ojos
abiertos llenos de terror por la osadía.
Después vinieron las autoridades. Recogieron los cadáveres, las bolas de cristal y
todo el material de trabajo, clausurando la panadería ante los ojos atónitos de los
espectadores de aquella terrible guerra.
Yo, incapaz de hacer nada ante tan lamentable suceso me fui meditando qué
demonios hacer con los fondos de la Asociación, y hoy después de tres años, les confieso
que sigo igual, porque por nada del mundo me atrevo a tocar ese dinero.

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EL VAMPIRO VERDE

Me encontraba sepultado entre una montaña de antiguos libros de cocina en busca de


recetas audaces, cuando por accidente me topé con la increíble historia de Rotemberg Kristof,
el único caso del que se tengan noticias de un vampiro vegetariano.
Parece ser, según lo que luego pude constatar en un opúsculo del Kierkergard, que
Kristof, vampiro heredero de una inmensa y mal habida fortuna checa, libre de las
preocupaciones materiales se dedicó de lleno desde los años de su juventud a los placeres de la
carne. Pero la intensa vida nocturna, los constantes ataques a cuanta persona se interpusiera en
su camino y las incontrolables libaciones de sangre de todo tipo le produjeron a la larga, como
inevitable consecuencia de su vida disipada, una dolorosa enfermedad causada por el exceso de
ácido úrico y glóbulos rojos.
Después de haberse tratado con centenares de médicos que fracasaron en su cura,
sólo pudo combatir el mal sometiéndose a una estricta dieta en que se excluían la sangre y
todo tipo de carnes rojas. Fueron dolorosos los primeros tiempos de aquel pobre hombre
tratando de acostumbrarse al régimen. Pero es el caso, según cuentan las remotas crónicas que
pude traducir, que poco a poco se fue adaptando y ya para los años 40 era completamente
vegetariano. Sólo que víctima de la maldición de Drácula, Rotemberg Kristof no pudo perder el
hábito de atacar de noche y clavar sus filosos colmillos en las víctimas de su despiadado estilo.
Indefectiblemente al salir de su guarida caía encima de las delicadas venas de las plantas
que veía, y en desesperada orgía solitaria les succionaba toda la clorofila. Sus andanzas
nocturnas lo volvieron muy pronto el azote de los jardines de la comarca. No hubo un porrón,
una jardinera o un árbol que no tuviera las huellas de sus dientes insaciables.
Las pobres amas de casa desesperadas vieron arruinarse sus materas, sus helechos más
hermosos y las flores cuidadas con cariño. Apenas las sombras de la noche cubrían la
Transilvania, se le veía montado en los tejados o acechando en una esquina para atacar a las
indefensas matas que la gente sacaba a los balcones. En la mañana todo era muerte y
desolación en el ornato del pequeño pueblo. Centenares de macetas con la flora destrozada
por la succión del vampiro yacían rotas por todos lados. El maldito al final les chupaba incluso

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la raíz comiéndose la cofia como postre; y hasta el cercano bosque era una ruina donde no
quedaba un solo árbol con hojas ni aún en plena primavera.
Kristof como todo buen vicioso fue aumentando noche a noche su ración. Y para
cualquiera que esté familiarizado con el sistema digestivo de los vampiros, es fácil comprender
que requiriéndose un mínimo de sangre para mantenerlos vivos, y siendo las plantas mucho
más pequeñas y limitadas en líquido, se necesitan por lo menos trescientos helechos, cien
cayenas y unos cincuenta rosales para calmar el apetito de un vampiro vegetariano.
Muchas veces el hombre fue víctima de las tradicionales palizas y persecuciones que
siempre han sufrido los miembros de esta estirpe. Centenares de viejitas y amas de casa al
descubrirlo pegado a las plantas poseído en la succión, le lanzaron piedras y escobazos para
que se fuera del lugar, pero fue a fines de 1902, ya bastante anciano, cuando le llegó su fin: una
noche, mientras atacaba una hermosa enredadera, sin darse cuenta fue cubierto por el follaje
que lo fue aprisionando todo sin que sus enclenques músculos pudieran zafarse de las ramas. Al
llegar las primeras luces del alba aún estaba allí tratando desesperadamente de escapar. Pero se
quedó en el sitio. El cadáver verdoso fue arrancado después de varias horas de lucha por un
grupo de vecinos y luego sepultado en las afueras.
De esta historia, completamente cierta, hoy existe en el lugar una leyenda: se dice que
en el sitio donde está su fosa se levanta un extraño árbol rojo con millares de flores de
distintas plantas; y que en las noches, si alguien se acerca, el viento mueve una rama cariñosa
que entierra suavemente dos espinas en la garganta de la víctima, y al retirarse, le deja los
minúsculos puntos sangrientos a la altura de la vena.

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EL FANTASMA

Haciéndole una concesión a los hados masoquistas que a veces se posan en mi


espíritu, cada diez años suelo destinar unos días a visitar las viejas casas que habitaba en el
pasado.
Como guerrero entrenado en los campos de la aberración y del absurdo, me
enfrento a esta locura dispuesto a todo, aunque estoy consciente de las peligrosas cargas
emocionales que conlleva, y el riesgo de que estas visitas me hagan perder la perspectiva de
los inestables momentos del presente.
No es normal regresar a los sitios en donde uno vivió. Aunque por lo general la
gente entristecida con los dolores del adiós se hace la promesa de no olvidar a los amigos y
regresar semanalmente al sitio donde se estuvo por tanto tiempo, misteriosamente, y por
una de esas fuerzas cuyo conocimiento sólo es asequible a los que manipulan los resortes de
nuestras motivaciones ocultas, a los pocos días de la mudanza nos olvidamos para siempre
del juramento hecho y de aquel lugar al cual jamás volvemos por ninguna circunstancia.
En este viaje a mis tiempos y lugares idos suelo trasladarme caminando para
observarlo todo con mayor detenimiento. Mi primera impresión al llegar a las calles donde
se levantan los viejos edificios y las casas de otros tiempos es violenta. Todo lo veo más
pequeño. Es como si las lluvias de tantos inviernos las hubieran encogido de una manera
irremisible; hasta me cuesta imaginarme que puedan vivir adentro sus actuales habitantes.
Me detengo en las esquinas en que solía hacerlo y por más que busco no me
tropiezo con un solo rostro conocido; encuentro siempre edificaciones nuevas, y los
cambios de color en los demás inmuebles –demasiado opacos o demasiado chillones- hacen
el lugar tan insoportable que rápidamente decido guarecerme en el interior del que fue mi
antiguo hogar.
Una vez enfrente, abro la puerta con la llave que siempre he conservado, y sin llamar
paso adelante como si nada hubiera ocurrido desde entonces. Adentro todo es más
pequeño aún, casi asfixiante. Me encuentro unos muebles muy distintos a los que tuve, pero
reaccionando al impacto insoportable de la estrechez y aquella decoración extraña me
siento en la silla del recibo.
Los actuales ocupantes al verme entrar se alarman de inmediato, pero al notar en mi

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rostro la expresión de curiosidad y ese semblante vacío y atemporal de los que vuelven a
sus viejas moradas, se tranquilizan. Generalmente alguien se me acerca y tímidamente me
pregunta cómo he entrado, qué hago allí y qué es lo que deseo.
Yo casi sin tomarles en cuenta y aún ensimismado observo el lugar y les respondo:
- Nada, no se preocupen por mí, he vivido aquí durante muchos años. Y los
sorprendo aún más al preguntarles por los rincones, por los más mínimos detalles, si
taparon las goteras y arreglaron los grifos oxidados. Muchas de las personas al oírme hablar
de esa manera se asustan creyendo que están enfrente de un fantasma y se quedan helados
cuando todavía con la mirada transportada yo paso lentamente hacia el interior de la
vivienda.
Siempre me dirijo al que era mi cuarto; me recuesto en la cama como antes, y me
quedo observando el techo en busca de algún lejano pensamiento que se haya quedado
prisionero entre las viejas telarañas, o tal vez una palabra de esas que yacen arrinconadas
entre los pequeños huecos del cemento en las paredes. Ellos, afuera, sorprendidos no hayan
qué hacer conmigo. La idea de llamar a la policía se les pasa de la mente al ver la calma y la
tranquilidad con que yo lo observo todo abstrayéndome de su presencia completamente
secundaria. Luego piensan que estoy loco, pero reflexionan impresionados por mis gestos
suaves y elegantes y al notar que conozco hasta los más ocultos vericuetos de la casa.
Es bastante interesante, pero al final casi todos me confunden con un alma en pena.
Mientras camino hipnotizado reproduciendo los instantes que viví en aquellos cuartos y
pasillos, varias veces detrás de mí he escuchado la voz de algún anciano cuando dice que soy
un espíritu que habita allí desde hace muchos años y que recuerda haber oído durante
muchas noches el ruido de cadenas y luces que titilan en plena madrugada; me siguen, pero
luego se detienen cuando alguien entre ellos les advierte:
- No lo molesten, si a los fantasmas se les deja solos y uno se acostumbra a ellos se
fastidian y se van.
Así permanezco algunas horas, recordando, revisando, deslumbrándome en cada
sitio, reconstruyendo mis pisadas, revisando las viejas romanillas, tocando las aldabas,
curioseando en las canales y los baños que encuentro ínfimos y en muy mal estado. Ellos me
ven de reojo, temerosos, algunas veces fuertemente abrazados y poseídos por el pánico,
otros armados, listos para rematarme al menor gesto sospechoso y enviarme aún más allá
del otro mundo.

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

Pero una vez cumplida mi tarea, con la misma calma que he llegado, sin ni siquiera
despedirme me voy hacia la puerta y trancándola me retiro para siempre de aquel lugar en
el que parece que se detuvo el tiempo. Me alejo silencioso. Ellos aglomerados en la puerta
se persignan y me miran partir sin comprender qué es lo que ha ocurrido.
Así suelo pasearme por mis viejas casas, como un fantasma; como lo que soy, uno de
esos capítulos de la historia que no sé por qué injusticia de la vida siempre se disuelven en la
nada.

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FLUCO SPACIOLO

Eran los últimos días de julio cuando conocí a Fluco Spaciolo, extraño caso de
vampiro cuyo vicio, a diferencia de sus antepasados de Transilvania, consistía en atacar a las
víctimas y hacerles una transfusión mientras les mordía la yugular.
Debido a tan grave imperfección Fluco devenía cada vez más flaco y débil, mientras
sus coterráneos se veían sanos y rozagantes. Me lo presentaron en una reunión informal en
el Juzgado del Municipio del pueblo La Basura, en el Estado Anzoátegui, en donde vivía, había
sido enterrado y acostumbraba a salir en sus andanzas vampiriles. Recuerdo que fue el Dr.
Espamirrondo Mondragón, Juez de La Basura para entonces, quien me introdujo a su
persona mientras me encontraba en el lugar para hacer una inspección ocular sobre la
putrefacción de los perros muertos y la porquería acumulada frente al hospital de tan
importante caserío.
Fluco se encontraba en una vieja mecedora en donde el Juez tenía el hábito de
sentarse cuando no entendía un caso y se ponía a decir: “culpable”, “inocente” según el
mecedor iba para adelante o para atrás; hasta que tomando la decisión del último lugar
ocupado por el mueble durante la mecida dictaba la sentencia. En los ojos del pequeño
hombre vestido de smoking se notaba la anemia y el raquitismo propio de los vampiros con
los cables cambiados. Tosió, y al abrir la boca pude ver los largos colmillos de donde fluía
una pequeña gota de sangre.
-Le presento a Fluco Spaciolo –me dijo el magistrado con ese gesto pueblerino de los
jueces de Municipios pueblerinos. Él estiró el brazo endeble y choqué su mano sudorosa y
debilucha. La apreté con fuerza y noté cómo trató de sacarla de mi prisión mal intencionada.
En ese primer encuentro apenas cambiamos algunas impresiones y disolvimos el grupo; yo
me fui a hacer mi inspección ocular sobre los perros podridos y una vez terminada mi labor
regresé al hotel listo para partir al siguiente día.
Pero esa noche lo volví a encontrar en el restaurante. Me le acerqué y sintiéndolo
solo, le pedí permiso para sentarme en su mesa a fin de cambiar ideas sobre tópicos
relacionados con aquel pueblo tan cochino. Fue allí donde supe su verdadera historia. Me
enteré que era considerado como la persona más importante en el lugar. Las madres de La
Basura, al ver el menor síntoma de flaqueza en la salud de sus hijos, los llevan en las noches

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oscuras al cementerio donde reposaba Fluco para que apenas saliera de su tumba les
mordiera el cuello llenándoles con sangre nueva. Igual era el caso de los ancianos debilitados
por los años y las enfermedades. Apenas se sentían desfallecer, a pesar del desagrado que les
producía acercarse al camposanto, se sentaban por allí disimuladamente esperando la
mordida rejuvenecedora de aquel singular vampiro.
Ya llegando al postre Fulco me confesó la causa de su martirio:
-Al principio –me dijo- yo era un vampiro normal. Salía casi todas las noches de la
cripta y chupaba la sangre de mis víctimas que horrorizadas vivían dándose a la fuga. Pero un
día ocurrió algo terrible. Después de haber mordido a la hija del dentista de La Basura, fui
perseguido por casi todo el pueblo enardecido que a los pocos minutos me atrapó. Cuando
pensé que ya todo estaba perdido y que me clavarían la terrible estaca de madera, salió el
maldito padre de la niña y en combinación con el médico forense se les ocurrió hacerme
una operación.
Todo fue tan rápido, que sin que yo pudiera hacer nada me cambiaron el sistema de
succión propio de los vampiros y me pusieron a manar sangre por los cuatro huecos de los
colmillos. Desde entonces –continuó con tono de pesadumbre- estoy perdido por esta
maldición que me ha vuelto el banco de sangre oficial de La Basura.
Lo miré a los ojos y comprendí la amarga tragedia de aquel ser que incapaz de
controlar la fuerza atávica de morder yugulares estaba condenado por la eternidad a
mantener sanos y vigorosos a todos los habitantes de aquel inmundo municipio.

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EL ASESINO DEL REGISTRO

Kiko Montoya fue uno de los criminales más desalmados que pasaron por la cárcel
de La Planta cuando yo trabajaba como tranquilizador de presos en ese fatídico penal. Aún
me parece verlo con la tristeza reflejada en el rostro agarrando los barrotes de su celda
mientras le echaban el frugal desayuno de costumbre.
Se cuentan por centenares las víctimas de sus desatados instintos lombrosianos. Fue
analizado por expertos criminólogos traídos de todo el mundo para estudiar su modus
operandi, pero después de conocerlo todos se retiraron horrorizados ante aquella
despiadada forma de matar. Muchos de ellos quedaron sumidos para siempre en el nihilismo
científico, impotentes de penetrar en el sombrío misterio de sus motivaciones más íntimas y
de encontrar las obscuras raíces de tanto mal.
Kiko fue un verdadero pretor de dolor. Un sacerdote de la maldad con las personas
a quines nada les valió el ruego ni la súplica cuando cayeron en sus manos. El ensañamiento
fue su norma y hacer sufrir el norte en su desalmada vida. Podemos decir que gozó con ellos
desde que los tomó al azar hasta que los condenó a la negra noche de la muerte con su
sofisticado estilo.
Todo tuvo su origen en la casual circunstancia de su empleo. Trabajando de
escribiente en una importante jefatura civil, un día, después de veintitrés años de
desempeñar aquel cargo con la desidia y monótona indiferencia de los empleados públicos,
sintió una incontrolable compulsión de asesinar. Quería acabar con toda la gente que día a
día le pedían copias e inserciones de los documentos asentados en los libros del Registro.
Sin embargo, irresoluto por la esencia misma de su cargo, no se atrevió a sacar el arma que
disimuladamente guardaba en una gaveta para ello. En su lugar prefirió llevar a cabo este
diabólico plan de acción: Cuando alguien le solicitaba cualquier servicio, con una gran sonrisa
les pedía que dejaran la cédula y un papel sellado prometiendo entregarles el trabajo al día
siguiente, pero apenas la persona se marchaba, con una frialdad increíble le redactaba su
partida de defunción tomando todos los datos a su alcance, y después de hacerla sellar y
firmar debidamente, la asentaba al margen del libro respectivo mandando copia a la oficina
de identificación y extranjería. Inmediatamente se dirigía al baño y quemaba la cédula para
borrarlo completamente de los anales de este mundo.

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

Inútiles fueron los llantos y explicaciones de los pobres muertos al día siguiente
pidiendo sus papeles y sus cédulas. Legalmente ya no existían. Eran fiambres de registro.
Plastilina de burócratas, y lo que tal vez podía remediarse con un largo y costoso juicio,
muchas veces se consolidaba más al encontrar la connivencia de familiares interesados en
aquellas defunciones prematuras: sucesores ávidos de la lejana riqueza, mujeres y maridos
hartos de sus cónyuges y todas las formas de la complicidad barata que desata la venganza
inesperada.
Ante todos los reclamos, él, desde su escritorio apenas levantaba el rostro, decía que
no había recibido ninguna cédula y volvía a entregarse a las profundidades de su rutinario
oficio.
Kiko Montoya fue descubierto in fraganti a los tres años después del inicio de su
carrera criminal. Lo atraparon con las manos en la masa cuando le adelantaba una partida de
defunción a un conocido político que odiaba. A consecuencia de sus crímenes fue
condenado a 20 años de prisión, pero no hubo forma de sacarle nunca el nombre de una
sola de sus víctimas, que todavía deben estar vagando como almas en pena entre centenares
de oficinas públicas tratando de aclarar su situación.

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EL TESTAMENTO

Don Prino del Nogal ya había recibido el primer shock cardíaco con el cual la
naturaleza avisa a los condenados a muerte la próxima ejecución de su sentencia. A pesar de
que la avanzada edad le encontraba rodeado de una inmensa fortuna acumulada a lo largo de
su parca y agitada vida, fiel al postulado de que nada es nuestro en este breve paso por el
mundo, sólo tenía como realmente propio una merecida fama de tacaño y un increíble
cúmulo de privaciones y amarguras. Hacía mucho que sus manos temblorosas no firmaban
un cheque ni jugueteaban con la secreta clave de la caja fuerte en que guardaba los tesoros
acumulados con pericia y sabia violencia expropiadora.
Me había llamado algunos días antes para que fuera a su modesta casa, en donde vivía
solo, recluido desde hacía mucho tiempo con la única y triste compañía de un viejo loro
mudo. Cuando fui a verlo Don Prino ya presentía la cercanía de su fin. Su mirada de un brillo
intenso, que concentrara en aquel momento todo el fulgor vital que le quedaba, se detuvo
ante mis ojos buscando de nuevo la confianza que me tuvo por tantos años.
Con la sinceridad que siempre le hablé en los tiempos en que batallaba en los frentes
financieros y arrollaba despiadadamente en los campos de comercio, al encontrarle en aquel
estado no pude contenerme y se lo dije:
-Creo que usted se va a morir muy pronto, Don Prino.
Su rostro se puso rígido y los endebles dedos de las manos apretaron la antigua
mecedora con la poca fuerza que aún le era fiel y no lo abandonaba. Yo sabía que le gustaba
mi franqueza. Me apreciaba porque no era el tipo de hombre que le ocultaba cosas.
Apenas se recuperó de la crudeza de mis palabras, dirigiéndose lentamente a su
escritorio tomó unas listas llenas de nombres, fechas y guarismos y se me acercó de nuevo.
-Le he llamado porque estoy consciente de que lo que me ha dicho es cierto.
Irremisiblemente veo llegar los últimos instantes de mi vida y quiero materializar mi
testamento. No será como muchos desean: ni mis hijos, ni mis nietos, ni alguno de mis
hermanos y sobrinos tendrán algún derecho. Quiero que aún en vida, usted, con la habilidad
profesional que invariablemente tuvo, me ayude a hacer justicia. Debo aclararle ante todo
que siempre he pensado que la cuantiosa fortuna que he acumulado en mi vida no me
pertenece. Ningún hombre, por mucho que trabaje, puede honradamente producir tanta

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

riqueza. En mi caso, simplemente la tomé prestada. Consumí lo que realmente necesitaba y


era mío y el resto supe guardarlo cuidadosamente para que fuera reintegrado incólume a sus
verdaderos propietarios. No me interesa cómo la adquirieron algunos de ellos, simplemente
para mí les pertenece y no se lo he gastado.
Sé el impacto que habré de producirle al fisco y a toda mi familia, ellos esperan
ansiosamente mi deceso para verse en posesión del imperio que yo he creado, pero otra
será la historia. En esta lista está cuidadosamente detallado el origen de cada centavo que
obtuve desde los tiempos de mi infancia, y a su lado los nombres de todas las personas que
los produjeron. En la hoja anexa –dijo señalándome un complejo paquete de números- está
el análisis contable de la riqueza que se engendró y deduciendo lo que me corresponde por
mis horas de trabajo está lo que es la plusvalía, las especulaciones y las retenciones
indebidas.
No quiero irme a la tumba –prosiguió, mientras me entregaba la llave de la caja de
caudales y me firmaba un cheque por una increíble suma- llevándome o dejándole a mis
herederos lo que no me pertenece. Usted deberá llamar a cada uno de los que están allí
nombrados y reintegrarles lo que es de ellos. Deles las gracias de mi parte y dígales que no
fue mi intención explotarlos o despojarlos de lo que no era mío. Explíqueles que me sentía
inseguro en esta vida. Necesitaba acumular dinero porque él es la base del poder ya que
todo el mundo lo desea. Siendo pobre en cualidades creativas del espíritu, incierto del
futuro e inestable por mi condición humana, hube de obtener el respeto y la tranquilidad de
los demás guardando todo esto.
Pero que quede claro –enfatizó moviendo el dedo- que les devuelvo todo, que les
pago sus intereses respectivos y que estoy muy agradecido por el aporte que me hicieron.
Yo estaba lelo. Hojeando la lista vi mi nombre entre otros y recordé las tantas veces
que fui mal pagado por los servicios que le había prestado; ahora estaba al lado de un cifra
que para mí era una verdadera lotería. Me imaginé la sorpresa de los demás y de sus
familiares y casi no podía salir del asombro hasta que Don Prino me reintegró a la realidad.
-Vea que hay algunos que en vida ya recibieron lo suyo. Ajústese a los análisis
contables. No acepte discusiones y si alguien lo rechaza oblíguelo a la fuerza, pero
entréguele su parte. Allí tiene igualmente poderes para vender los inmuebles, las acciones y
liquidar absolutamente todas las inversiones que hice en vida. No quiero que quede nada
organizado ni la más pequeña empresa funcionando en forma alguna, porque en este caso

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sería a mí a quien se ha explotado. Confío en Ud. como siempre lo hice en los buenos
tiempos, ahora puede irse y no regrese acá por ningún motivo. Me siento mal y como los
animales de la selva no me gusta morir en público.
Yo me fui en el acto. A Don Prino no se le podría discutir. Hace seis meses que
cumplo con su última voluntad y estoy maravillado de la buena impresión que ha dejado en
todas esas gentes.
Supe que murió unas semanas atrás, y creo, que a pesar de la inútil indignación del fisco y de
toda su legítima descendencia, a estas horas ya descansa en paz.

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INSTRUMENTOS DE HORROR

En las noches oscuras, cuando el fatídico resorte es accionado, el golpe certero


como una centella cae implacable sobre la víctima partiéndole en dos la columna vertebral.
Después de breves segundos de una agonía dolorosa los deja postrados para siempre al
servicio incondicional de la muerte.
La sorpresa alevosa del impacto y la circunstancia cruel de recibir el acero cuando
esperaban probar un bocado, hace que la trampa para ratones sea uno de los instrumentos
de horror más repugnantes que jamás se hayan inventado.
Parece ser que fue patentada en 1.823 por Jeremías Mansberg, funcionario corrupto
condenado a trecientos años de cárcel en la ciudad de Bremen, quien para vengarse en
alguien por el injusto castigo se aprovechó de la presencia de esos inofensivos animalitos que
merodeaban su catre podrido y lleno de migajas.
Jeremías inauguró el aparato sosteniendo el resorte con el dedo, que previamente
untado de queso y simulando dormir, apenas los ratones se montaban encima para lamerlo,
lo quitaba bruscamente fulminando a los desafortunados animales que habían osado
acercársele atraídos por las delicias del Camembert.
¿Qué satánica inspiración le llevó a Jeremías a crear tan horrible artefacto?
Posiblemente nunca se sepa. Pudo haber sido el reconcomio por la frustrada riqueza de la
Corporación Alemana de Fomento que le había sido arrebatada antes de poder empezar a
disfrutarla. Tal vez fue el recuerdo de las palabras duras e implacables del Fiscal, cuando dijo
que le deberían poner trampas de acero en las cajas donde estaba el dinero del pueblo
alemán para agarrarle los dedos a los sinvergüenzas que le metían la mano, pero el caso es
que el instrumento fue creado.
Más adelante, el genio luminoso de Benjamín Franklin desarrolló el dispositivo que aguanta el
queso y el resorte, eliminando así el grave riesgo de pisarse un dedo que tenía el sistema de
Jeremías. Desde entonces su venta se propagó por los cinco continentes llevando el luto y el
dolor a toda la familia ratuna. En las alacenas, en las cocinas, por todos lados, a cada mañana
aparecían los cadáveres destrozados y con los ojos y la boca abierta por el susto
premortuorio del porrazo.
Desgraciadamente el signo que caracteriza nuestra época ha sido la indolencia. Por

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ello pocas personas se han puesto a pensar en lo que ese impacto representa para un ratón.
Y lo más grave, el trauma sicológico que les deja a los que quedan con vida atrapados con
algún miembro fracturado o con la cola aprisionada.
Es insólito y altamente vergonzoso, que en nuestros días, en que tanto se habla del
derecho a la vida y que públicamente se condena la pena de muerte contra horribles y
monstruosos asesinos, se guarde silencio y se siga usando este sistema de devastación y
pánico contra uno de los seres más chiquitos e indefensos del planeta.
Debemos reconocer que las Sociedades Protectoras de Animales de algunos países
civilizados lograron establecer la colocación obligatoria de un pequeño cartelito junto al
queso que diga: “Advertencia: Se ha determinado que el comer queso es nocivo para la
salud. Ley de impuesto de queso y cigarrillos”, y que en Inglaterra es obligatoria la
fabricación de trampas para ratones con resortes lentos para al menos darles un chance al
animal de salvar su vida, pero no obstante la sed humana por matar impunemente, la
vocación por sacrificar vidas inocentes y la codicia incontrolable de acumular quesos y más
quesos venció los principios universales de la equidad negando a los roedores el derecho de
ser sentenciados por sus jueces naturales.
Hoy no queda más que lamentarnos y desear de todo corazón que se produzca una
toma de conciencia entre los hombres y le reconozcamos el derecho a los ratones a vivir sin
tan horripilante instrumento de tortura.

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EL TELÉFONO

Poseo uno de esos teléfonos antiguos que se usan en función decorativa, al cual le he
descubierto una extraña facultad: al marcar los viejos números de mis amigos y algunos
familiares, el aparato logra ponerme en comunicación con el pasado. La magia radica en que
dichos números ya no existen en el libreto de teléfonos al igual que muchos de sus dueños,
sin embargo, he obtenido respuestas incluso de números de cuatro cifras, pertenecientes a
antiguas casas que se encontraban anotadas en una raída libreta de mi abuela.
Es sorprendente el efecto de escuchar esas lejanas voces que un día resonaron con
tanta fuerza y armonía y ahora están secas y apagadas. Después de dos o tres repiqueteos
siento cómo levantan el auricular y luego llega la palabra bastante débil del interlocutor que
me responde como si estuviera despertando de un largo y profundo sueño a través del
tiempo.
La primera vez que logré ponerme al habla fue cuando jugueteando con al esfera
digital marqué sin darme cuenta el número de una de esas novias de juventud a la que
llamamos incansablemente en la época en que el fuego aún ardía con pasión. Al levantarse la
bocina del otro lado de la línea estaba ella. Hacía 25 años que no la oía. Hasta me costó
varios segundos recordar su nombre.
-¿Eva, eres tú? –pregunté sorprendido de que aún estaba en ese número. Su voz era
extraña pero aún pude reconocerla.
-Sí, soy yo, ¿cómo estás? ¿Qué te había pasado? ¿Por qué no llamaste?
-Perdóname –me excusé un poco confundido- lo hice varias veces pero me dijeron
que éste ya no era tu teléfono. Hace tanto tiempo... Debes estar casada, ¿no?
-¡Casada¡ estás loco, sabes que lo primero son mis estudios.
-¿Todavía estudias?
-¿Cómo que todavía? -dijo ella- pero si apenas estoy comenzando.
Fue allí cuando descubrí que estaba dialogando con el pasado. Preferí no explicarle
nada e iniciamos un largo diálogo como en aquellos tiempos hablando de una manera que ya
yo había olvidado. En las delicias de su voz endeble, tan llena de nostalgia y recuerdos de mis
primeros romances juveniles, volví a la maravillosa condición de adolescente. Luego de una
charla me despedí dándole mi nuevo número y decidí probar haciendo otras llamadas. Lo

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

hice con mi casa. La de hace muchos años. Pregunté por mí y me dijeron que había salido, oí
la voz de una tía mía muerta y un poco asustado colgué inmediatamente. Después marqué el
número de varios amigos y personas idas para siempre de mi mundo, gente que sabía que
estaba dispersa por sitios diferentes; pero allí estaban todos, como si nada hubiera pasado.
Colgué de nuevo y me tomé un trago para sobreponerme de aquella increíble situación.
Ya repuesto del susto confirmé que con el aparato se podía hablar incluso con los
tiempos de mi bisabuela, cuando los primeros teléfonos fueron instalados en la capital aún
recorrida por tranvías. Al terminar aquella prueba me puse a reflexionar. Pensé que todo
era un sueño. No era posible. Seguro que era una jugarreta de esos hados traviesos que
rigen los secretos de la vida y de la muerte, y para borrar tan traumatizante experiencia
decidí esconder aquella antigüedad en una de las gavetas y olvidarme del asunto.
Pero ayer, cuando estaba trabajando en el escritorio, sonó el viejo aparato que sin
saber había reactivado. Alguien marcaba mi número actual, desencadenando una de las más
terribles congestiones de llamadas del presente y el pasado que se conozcan en la historia
del teléfono.

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COMBATE CON LA NADA

Cuando sonó la campana para el primer asalto salí al cuadrilátero con el entusiasmo de
todo boxeador dispuesto a vencer. Era una pelea dura. Sin límite de rounds entre la fuerza
desbocada de mis motivaciones y el terrible vacío de la nada. Alrededor, el rugir de una
muchedumbre completamente loca hacía trepidar el circo.
Los primeros minutos danzamos el uno frente al otro buscando un punto débil en el
adversario. Lancé un gancho de izquierda cargado de fundamentos ideológicos pero la nada
retrocedió con agilidad y me asaltó con un golpe en la frente que me puso a tambalear. Apenas
sí pude mantenerme en pie cuando aquel vacío destructivo me descargó dos, tres, cinco golpes
en la cara cada vez más fuertes lanzándome en la lona. Me puse en pie medio grogui tratando
de justificar mi existencia, pero las ausencias de sentido de la nada se deslizaron sobre mi
cabeza una tras otra en una verdadera carnicería irracional. Mi contrincante no tenía
compasión, y yo, casi desfallecido sentía cómo me clavaba ganchos de negación del ser y jabs
de indeterminaciones ontológicas. Logré abrazarme con fuerza a sus demoledores puños para
no sucumbir y aproveché para lanzarle dos golpes casi infantiles pero que sirvieron para
mantenerla alejada mientras sonaba el gong que me salvara de tan tremenda tunda.
Jadeante en mi esquina tomé aire y con el cerebro destrozado oí a mis asistentes
dándome ánimos para luchar. Totalmente consciente escuchaba sus voces, pero preferí no
pensar aprovechando esa ligera ventaja durante aquellos minutos que parecían una eternidad.
Sonó la campana para el segundo asalto y apenas me puse en guardia la sentí girando
alrededor sin poderla ver. Era como hacer sombras con la oscuridad. La golpeé con una buena
motivación artística y varias esperanzas de frente, pero la nada arremetió de nuevo con un jab
de imposibles en la nariz rematándome con ausencias trascendentales de todo tipo.
Mi cuerpo adolorido se estremeció, pero me mantuve firme tratando de tomar
conciencia aunque tenía la razón completamente debilitada. La multitud frenética por el
salvajismo de los golpes que recibía aullaba entusiasmada en su delirio. En ese instante, con una
voluntad de acero levanté el brazo clavándole en el estómago un directo de razones científicas
y le descargué varios jabs de amor con varias ilusiones.
No obstante el duro castigo que le había propinado ella giraba con su vacío

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

martillándome sin cesar en el cerebro. Y al final del round se me vino encima en un clinch
mortífero. Entonces ocurrió lo increíble. El forcejeo se detuvo. Yo estaba de pie. Solo. Y la
nada yacía allí, desplomada. La había fulminado con ideas y proyectos impulsados en un gancho
fenomenal que le había llegado al centro mismo del nihilismo.
El árbitro me apartó con una mano y empezó a contarle los segundos. Cuando llegó a
ocho ella se paró tambaleante. Quise aprovechar y golpeé de nuevo con ganchos de derecha y
de izquierda. Les puse toda mi juventud y mi energía, pero sonó la campana que nos separó de
nuevo.
Hoy han pasado como mil rounds. Aunque tengo fuerzas como para ganarle y ella está
toda maltratada, sé que espera la menor baja de mi guardia para arremeter con más violencia.
No soy cobarde, pero he oído hablar de su formidable upercaut: el invisible golpe de la nada
que dicen que es la muerte. Sé que puede llegar en cualquier momento y sin darme cuenta
habré perdido la pelea.

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DE LOS ARCHIVOS DEL SUICIDIO

Pedro Ramos, 56 años. Vendedor de la Enciclopedia Británica de contado. Harto de


los dolores del mundo, el 13 de Mayo de 1.978 se abre un orificio en una vena, introduce
un pitillo y empieza a chuparse la sangre lentamente. Con una mirada de asombro, el
forense y los detectives que levantaron el cadáver pueden constatar que el hombre murió
completamente desangrado sin haber manchado el piso.
***
Magda Mizra Yose, 33 años. Ama de casa. Hastiada de la rutina de su matrimonio y
víctima de una tremenda depresión cuando se le daña el televisor el día del desenlace de su
novela favorita, decide eliminarse metiendo todas sus partes en la licuadora. Al prender el
mortífero aparato poco a poco se fue licuando ruidosamente a la vez que incorporaba una
nueva receta el terrible libro de la muerte.
***
Cremerco Finalven, 76 años. Desempleado de origen maracucho, epiléptico, solitario
y víctima de dos enfermedades completamente desconocidas por la ciencia médica. Se
suicida el 10 de Marzo de 1.975 en el centro de Caracas conteniendo la respiración.
Fueron inútiles los esfuerzos de varios transeúntes para obligarlo a respirar. A los cinco
minutos cayó pataleando sin vida dando muestras de una increíble fuerza de voluntad.
Nunca se supo si el deceso se debió a la falta de aire o a la presencia durante tanto tiempo
en sus pulmones de los contaminantes que había en su última bocanada.
***
Rito Roa, 43 años. Vendedor de osos polares. Víctima de la grave situación
económica el país, al pasar diez meses sin vender un solo oso, desesperado decide poner fin
a sus días ahogándose en un vaso de agua. A pesar de las serias dificultades para meterse
dentro del vaso, lo logra, y una vez adentro abre la boca y fallece en cuestión de minutos.
Ante la imposibilidad de sacarlo entero las autoridades se vieron en la necesidad de quebrar
el vaso aún contra la voluntad de la esposa que se negaba a que le arruinaran la vajilla.
***
Pedro León León. Medico, 46 años. Cuando la oficina de protección al consumidor
le multa por el monto de unos honorarios, decide matarse. Para ello, con la complicidad de

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una enfermera en estado de ebriedad, se hace a sí mismo una complicada intervención


quirúrgica en la cual se liga el músculo cleidomastoideó del cuello con los flexores de las
piernas. Apenas se recupera y se levanta de la cama, la fuerte tensión que los músculos de las
piernas producen en la garganta lo ahorca irremisiblemente, quedando rematado al estirar la
pata.

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EL SEÑOR DELGADO

Mariano Humpiérrez tenía un oficio desagradable y mal renumerado. Era profanador


de tumbas. Pero al cabo de sus sesenta años y más de mil problemas aquello era lo único
que sabía hacer. De noche, cuando ya se había ido toda la guardia del lugar penetraba en el
camposanto y se robaba las ropas, los pedazos de bronce de las urnas y las joyas que
estuvieran adheridas al cuerpo de los difuntos.
En sus años mozos no tomaba otras cosas; pero ya más viejo, cuando tenía una
clientela formada a base de trabajo y perseverancia, también sacaba los cráneos y los huesos
que le habían encomendado los estudiantes de medicina y uno que otro comerciante medio
macabro. Como es lógico pensar, éstos venían casi siempre de muy lejos para no
comprometerse con las autoridades de la zona, de allí que su relación fuera siempre
bastante pasajera.
Aquel era un trabajo duro. A pesar de que los años que había pasado como
sepulturero le fortalecieron los brazos y le dieron la adecuada acción mecánica de su
trabajo, ya estaba viejo. Tenía que palear mucho, y a veces, incluso romper la cripta de
mármol con martillo y cincel para luego bajar solo y peligrosamente hasta el fondo de las
sepulturas.
Abajo las cosas no eran difíciles. En realidad la madera casi siempre estaba carcomida
por el efecto destructor de la humedad; entonces se limitaba a alumbrar con la linternas,
perforar con dos o tres golpes el cajón y revisar los dientes y las manos de los muertos
cogiendo todo lo que estimaba que tuviese algún valor. Una vez terminada la tarea, se subía
y lo dejaba todo igual como si sólo Dios hubiese perturbado la paz de aquella morada.
No obstante lo mucho que se ha dicho que los muertos salen, él no creía en esto.
Como bien decía, una vez que se está familiarizado con el paisaje nocturno del cementerio
uno puede conocer el origen natural de cada ruido y de cada sombra de la noche; sabe
distinguir el paso de los animales nocturnos, que se deslizan raudos, casi
imperceptiblemente, el movimiento de los árboles batidos por el viento, el goce angustiado
de los enamorados marginales escondidos tras un panteón, y hasta el crepitar de las mismas
urnas, cuando la madera podrida cede afectada por el peso del cadáver o el daño inclemente
de la tierra.

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De aquello vivía. Con eso mantenía humilde pero honradamente a su mujer y a sus
tres hijos. Cada noche, al caer el sol salía para cumplir su jornada de trabajo y luego
regresaba tarde, ya por la mañana, llevando sortijas, dientes de oro, trajes finos, sedas y linos
que la mujer lavaba y revendía. Eran múltiples los tesoros que aquel hombre obtenía de la
tierra. La tierra generosa, que como le había dicho alguna vez su padre inspirado en el pasaje
bíblico, era el lugar de donde volvería a regresar para confundirse eternamente con el polvo
de los tiempos.
Para aclarar los detalles de esta historia, debo decir que algunos años atrás, después
que Mariano ya había iniciado el comercio de los huesos y tenía su clientela, un día se le
presentó un hombre alto y flaco; de porte elegante y gestos amables que siempre usaba un
sobrero y una gabardina obscura. Le dijo llamarse el Sr. Delgado y le encargó diez cráneos
semanales; igualmente le prometió pagárselos mucho mejor que al precio que le daban los
estudiantes y los excéntricos coleccionistas del lugar; pero estableció para ello una estricta
condición: que nunca le fallara en las entregas y se ajustara en lo posible a las medidas de
cabeza que él le daba.
Marino después de meditarlo aceptó el pedido, y así estableció una jugosa relación
mercantil con su nuevo cliente, cuyas calaveras a la medida vinieron a mejorar de una
manera importante su golpeada economía.
Pasado algún tiempo, siendo ya un hombre mucho más próspero decidió abandonar
el rateo de ropa y pedazos de oro en las tumbas frescas. Se limitaba simplemente a hurgar
por encima, entre las fosas comunes, en busca de cabezas que más o menos se ajustaran a
las dimensiones que su comprador solicitaba. Y a pesar de que ya había empezado a devenir
bastante rico en su peculiar comercio, nunca se le había ocurrido preguntarse qué cosa hacía
Delgado con tantos huesos.
Hasta que un día picado por la curiosidad empezó a extrañarse. El hombre se llevaba
hasta veinte cráneos semanales, y a veces más si se ajustaban a sus extraños datos. ¿Qué
hará con tanto hueso? – se preguntaba- ¿Y si yo hago lo mismo y le saco más dinero a mi
trabajo? Después de mucho meditarlo, una noche mientras reposaba en una tumba colectiva
decidió seguirlo.
A la mañana siguiente, apenas el Sr. Delgado le hubo cancelado por la entrega, cogió
su coche y se le fue detrás como un espía. Estaba todo lleno de tensión por saber cuál era su
secreto. Con cuidado le vio dar varias vueltas por las grandes avenidas, hasta que al final,

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para asombro de Mariano, se detuvo frente al mismo cementerio. Lo observó bajarse


arrastrando el saco que contenía toda la macabra mercancía y luego detenerse frente al sitio
donde las autoridades cremaban a los restos muy antiguos. Dejó el bolso con los cráneos a
un lago y luego regresó al vehículo.
Mariano que lo observaba todo desde lejos estaba cada vez más confundido. Se
volvió a meter en el auto y decidió a volver a casa.
Cuál no sería su sorpresa cuando al llegar vio que estaba esperando sentado en la
sala el mismísimo Sr. Delgado. El pobre profanador trató de sonreír nerviosamente.
Temiendo que lo hubiera descubierto, con la carga de conciencia de sus verdaderas
intenciones le ofreció un café dispuesto a confesarle todo; pero su interlocutor, como
siempre, no le dejó hablar, se limitó a escribirle unas medidas, sólo que esta vez le dijo:
-Mire, ésta la necesito urgente para mañana, y con la medida exacta.
Se paró de la silla y se alejó como si no hubiera ocurrido nada.
Siendo Mariano un hombre sencillo por naturaleza, podía bloquear fácilmente sus
angustias no fundamentales, por eso decidió olvidarse por completo del desagradable
accidente de aquel día. Para salir del paso pensó que simplemente su cliente era un loco al
que le gustaba pasear cadáveres. Ese no era su problema.
Aquella noche después de despedirse de su esposa, bastante arrepentido regresó al
trabajo. Allí abrió una y otra tumba, pero desgraciadamente tuvo que cerrarlas todas,
porque por más que hurgaba entre los cráneos, ninguno medía el tamaño que su benefactor
le había señalado. Pasó por el panteón de los judíos, por el mausoleo de los árabes y hasta
ayudado con un palo revisó en el de los leprosos. Sin embargo era inútil, no había nada que
sirviera. Había llegado la mañana y estaba verdaderamente exhausto. Debía regresar y
empezar con más bríos en la noche.
Pero al volver a la casa y abrir la puerta se quedó pasmado. Enfrente de él, con el
gabán abierto mostrando que adentro era un esqueleto y la cabeza una calavera estaba el Sr.
Delgado.
-Ya no es necesario que la busques, Mariano. Soy la muerte, esas son las medidas de
tu cráneo y he venido a retirarlo.
Del susto el pobre hombre allí mismo se quedó muerto.

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LOS PODERES DE LA MENTE

Al principio creí que la desintegración iba a llegar sin darme cuenta, hasta que
escuché un sonido seco. ¿Se debió todo aquello a mi excesivo agotamiento? No sé, en todo
caso fue la consecuencia de la manía de relajarme. De irme abandonando músculo a
músculo, nervio a nervio; en fin, de lograr un verdadero estado de paz espiritual y absoluta
pérdida del malestar físico utilizando para ello los terribles poderes de mi mente.
Recuerdo que ya meses atrás había logrado intensificar mis estados de ausencia.
Haciendo un gran esfuerzo cerebral podía prácticamente volatilizarme; y ese día, mientras
estaba con los ojos cerrados intenté dar un paso superior en el delicado mundo de los
experimentos metafísicos: trataría, a base de pura concentración, que la piel, los huesos y
todas las células del cuerpo se me fueran separando para que cada una tomase su propio
mundo. Las llevaría a la libertad absoluta de forma tal de que no tuviesen las unas que
arrastrar el peso de las otras.
Posiblemente con aquella práctica prohibida estaba penetrando incidentalmente en el
secreto de la vida. Algunos días antes, reflexionando llegué a la conclusión de que la
compleja interdependencia de las partes del organismo era la responsable de que éste jamás
reposara en el sentido real de la palabra, por ello me proponía tratar de romper aquella
esclavitud evidentemente absurda paseándome por los peligrosos corredores de la muerte.
¿Cómo iba a saber yo que con ello habría de desencadenar el proceso de mi propia
destrucción?
Primero estuve dos horas en pleno relajamiento muscular; algo bastante corriente en
los ejercicios tradicionales del yoga y otras ciencias orientales; después inicié el
experimento. Con pura fuerza mental que cuidadosamente sería transmitida a cada parte de
mi cuerpo, las haría desprenderse las unas de las otras.
Meditando sobre el asunto había optado por un sistema que facilitaría mi objetivo:
para hacer más suave el despegue primero me licuaría un poco. Es decir, me ablandaría al
máximo; luego me descoyuntaría y me partiría en pedazos que en cadena se irían
atomizando hasta quedar reducidos a millones de partículas microscópicas sin ninguna
relación entre ellas.
Cuando estaba en la primera etapa empecé a ver borroso. Cerré los ojos y una

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extrema sensación de ablandamiento progresivo me recorrió de punta a punta. Sentí como


si me estuviese licuando, volviendo sopa, una desagradable impresión que es muy difícil
soportar. Abrí violentamente los ojos para ver lo que me pasaba y después de intentarlo
varias veces logré mirar completo. En efecto, pude constatar que me derramaba por todas
partes. Me estaba volviendo una sustancia pegajosa que todavía en forma de gel empezaba a
humedecer el sillón y mis gotas ya rodaban por el piso.
Comprendí que éste no era el camino correcto. Tenía que rectificar. En el estado
líquido además de que las partes seguían unidas, había el inconveniente de que lo mojaba
todo de una manera innecesaria. Cambié de táctica y decidí buscar el desmembramiento en
seco. Para ello en lugar de aflojar los músculos me puse tenso. Así la carne volvió a
endurecerse paulatinamente. Si lograba mi propósito a partir del estado sólido, tenía la
ventaja de que una vez terminado el reposo absoluto que buscaba, los átomos y células
estarían más cerca para cuando decidiera volver a mi condición normal.
Ya endurecido comencé de nuevo. Me concentré en la separación y noté que lo
lograba: empecé a ver doble, luego triple y poco a poco la visión se me volvió un
caleidoscopio de imágenes repetidas. Cargué el cerebro con mayor intensidad. Me puse
tenso; cada vez más tenso, como nunca antes había estado. El tacto se me hizo
impracticable. Escuché los ruidos partidos, como una repetición absurda de notas extrañas y
disonantes. Me pareció sentir el sonido crepitante de las piernas y los brazos
desprendiéndose del tronco, los dedos separándose de éstos y las uñas saltar impelidas por
la poderosa presión mental. Entonces ya estaba en los límites del abuso. Completamente
rayando en las zonas prohibidas hasta para los más audaces hechiceros, pero aún así cargué
más. Me concentré e intensifiqué el esfuerzo de la poderosa carga cerebral. Tenía que
separar de una vez por todas cada una de las pulgadas de mi cuerpo.
Fue allí donde escuché el horrible sonido de la explosión. Salté en pedazos. Volé
completamente pulverizado y expelido de mi mismo, con una energía inconcebible que
arrastró en su onda destructiva todos los alrededores del vecindario. De un solo golpe noté
como se desvanecía todo el vigor de mi cerebro que quedó regado en partes sangrientas en
una explanada de más de mil metros alrededor del eje de concentración.
En aquel asombroso experimento me había llevado por delante casas, muebles,
automóviles y decenas de pobres personas inocentes, y al mismo tiempo, un hongo
monstruoso se levantó desde el sillón donde me encontraba.

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Prácticamente me perdí todo. Pero por desgracia, como un castigo implacable del
destino, ha sobrevivido intacto, entre ese reguero de partes y pedazos, el centro de mis
ondas cerebrales con las que puedo narrar estos hechos increíbles.

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COSAS DE LA MUERTE

-¿Cómo sigue? –preguntó el verdugo acercándose al lecho del enfermo.


-Está igual, sigue en coma –respondió el médico a cuyo lado observaba con cierta
indiferencia un policía de rostro alargado y taciturno.
John Berg, el verdugo de la prisión, experto en pasar la cuchilla de cinco mil voltios
en la incómoda silla eléctrica de San Quintín, salió del cuarto con un gesto de evidente
depresión. Si Boris Maxwell, condenado a la pena capital, no se recuperaba, tendría que
olvidarse de la prima especial por ejecución, lo que le crearía una verdadera calamidad en su
estrecho presupuesto.
-Qué desgracia –pensó moviendo los labios-, venirse a enfermar ahora, justo antes
de llevarse a cabo la ejecución –y lentamente se dirigió hacia la sala de espera de la cárcel.
Al llegar vio a través del vidrio al jefe de la sección de condenados a muerte. Este era
un viejo amigo y apenas lo miró llegar se le acercó con un gesto de lamento.
-Lo siento, John, sé que estabas esperando ejecutar esta sentencia desde hace
bastante tiempo; pero no te desanimes, ya se mejorará, y el juez dijo que si le baja la fiebre y
está fuera de peligro podrás cumplir con tu trabajo.
-Sí, pero tenía que ocurrir precisamente ahora –replicó el verdugo-, exactamente
cuando contando con este trabajito me endeudé con lo del carro nuevo. No sé, Albert, algo
anda mal en estos tiempos; antes sólo en esta prisión había hasta dos ejecuciones al mes;
ahora no sé qué les pasa a los jueces, se niegan a condenar a muerte; hay como un temor,
Albert, y uno pierde la fe. ¿Es que ahora somos mejores? No sé, te juro que hasta creo que
me he equivocado de trabajo.
-Vamos, muchacho, no te pongas así –le replicó el amigo-. Esta etapa es pasajera,
ninguna sociedad puede mantenerse sin aplicar la pena de muerte, tú sabes que eres un
hombre necesario y todo el mundo te aprecia. Si no fuera por ti, ¿qué sería de nosotros?

-oOo-

En su cama Boris Maxwell abrió los ojos con dificultad. La fiebre le hervía el cuerpo
haciéndole temblar. Movió la cabeza al otro lado de la almohada y dijo al médico de guardia

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que le observaba con cuidado:


-Sálveme, doctor, por lo que más quiera, sálveme, déjeme morir.
El hombre desconsolado volvió a cerrar los ojos, un sudor frío que se le escapaba de
las sienes era el indicio inequívoco de la caída de la fiebre. Todo parecía indicar que se
salvaría, es decir, que moriría.
Así pasó una semana de incertidumbre, pero, para su fatalidad había mejorado
notablemente. Al amanecer de aquella mañana el médico luego de hacerle el chequeo de
rutina le dio una palmadita mientras dijo:
-Bueno, ya Ud. está como un toro, eran puros nervios, creo que ahora sí puede
soportar la ejecución.
Al siguiente día, el hombre tembloroso fue levantado de la cama. El sacerdote se
acercó para brindarle los últimos sacramentos y lo acompañó al tétrico lugar donde estaba
enchufada la silla eléctrica. Era una silla Luis XV, tapizada con gobelinos estampados pero
conectada a un grueso cable de cinco mil voltios. Una novedad de la prisión que se quedó así
después de la ejecución de Pierre Renoir, un condenado fanático del esplendor de los reyes
franceses que la había pedido como última voluntad.
Tres testigos, un miembro del jurado y un electricista para cualquier emergencia lo
esperaban. El verdugo que entró al mismo instante por otra puerta trató inútilmente de
esconder su satisfacción, y su mirada vivaz se encontró con la que se enmarcaba en las
angustiadas ojeras de su esperada víctima.
Boris Maxwell al verlo se sintió desfallecer. Opuso una ligera resistencia, como
cuando era niño y su madre lo llevaba a los sitios que no quería, pero las palabras
reconfortantes y animosas del padre de la iglesia que le aconsejó que se sentara y se pusiera
cómodo lograron persuadirlo. Igualmente John Berg al acercársele le dijo que no se
preocupara, que no sentiría nada, todo era como un rápido apagón. Luego, mientras le
pintaba un cuadro optimista de la muerte, empezó con su trabajo.
Pero apenas le amarró las manos y las piernas, la presión arterial del condenado
subió vertiginosamente. En cuestión de segundos un paro cardíaco fulminante lo dejó
muerto antes que el verdugo pudiera poner las manos en la cuchilla hacia la que corrió
desesperadamente.
Boris Maxwell se había salvado de morir ejecutado, sólo que al salirse con la suya,
dejó con su imprevista deuda al pobre servidor de la vindicta pública.

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LA EMPRESA

El grupo que formamos constituye una empresa autónoma destinada a producir


incendios y hacer demoliciones para compañías constructoras en franco proceso de
expansión.
Primero comenzamos en Europa. Un jugoso contrato nos asignó la tarea de tumbar
de una vez por todas, la torre inclinada de Pisa, acabando de una vez por todas con la
fastidiosa expectativa. Confieso que no era tarea del otro mundo, pero lo fue el precio que
recibimos por todo el trabajo, incluido transportar los pedazos de torre y botarlos en el
mar.
En Italia igualmente debimos ampliar el estuario del Mediterráneo enfrente de
Venecia y ensanchar los canales para que pudieran entrar súper tanqueros. Aquí la cosa no
fue tan fácil. Prácticamente tuvimos que demoler la ciudad, ya que por estar semi podrida no
resistió el efecto de las máquinas. Afortunadamente había góndolas a mano, que se
aprovecharon para evacuar a la población damnificada y a un poco de palomas. Pero gracias
a nuestra labor, hoy la Plaza de San Marcos es el depósito de crudo más grande y seguro del
viejo continente.
En Roma tumbamos el Vaticano para construir un campo de aviación privado que
aprovechó las condiciones naturales que ofrecía la plaza de San Pedro. La curia no estuvo
muy conforme, pero no pueden decir que les dañamos un solo fresco. Los pedazos de
basílica y de paredes quedaron intactos y pueden ser montados en marcos y repartidos por
todos los museos italianos.
También fue destacada nuestra labor en Florencia, donde acabamos con todas
aquellas peligrosas ruinas y viejas edificaciones carentes de los más mínimos servicios; ahora
alli se levanta la metrópoli más moderna del viejo continente, de amplias y confortables
viviendas prefabricadas para la clase trabajadora. En esta ciudad había muchas obras de arte,
pero todo se salvó. Aunque algunas esculturas y algunos monumentos de mala calidad,
construidos con materiales de segunda, resultaron aporreados por el trabajo de los obreros,
los volvimos a pegar y fueron metidos en distintos garajes y depósitos, en los que se
encuentran seguros y completamente protegidos de la inclemencia de los elementos
naturales.

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Al ver cómo dejamos a Florencia, en el acto fuimos contratados a París donde, hay
que reconocer, no se nos recibió adecuadamente. Al saber que llegábamos, un público
fanatizado y repelente como sólo los franceses pueden serlo trató de impedir que
descendiéramos del avión. Pero nuestros contratantes, gente clara y práctica para estas
cosas, en el acto nos sacaron en helicópteros aprovechando para mostrarnos lo que
debíamos hacer. En primer lugar desarmamos la torre Eiffel. Un viejo armatoste de hierros
oxidados que estaba en el centro de París, el cual no tenía ninguna función útil y además
exponía sin necesidad la vida de los habitantes de esa capital. Terminada la operación se
salvó lo que se pudo, que fue poco; pero con los restos armamos veintidós pequeñas
torrecitas de dos metros cada una, bastante seguras y regadas por toda la ciudad facilitando
así la curiosidad de los turistas. En el Sacré Coeur demolimos los antiguos edificios, y allí hoy
se levanta una urbanización con construcciones de acero y aluminio para la clase media y la
alta burguesía parisina. Se mandaron presos centenares de vagos y pintores que molestaban
a la gente por las calles y de esta forma la zona se ha vuelto un sitio decente y confortable.
Para satisfacer las necesidades de un contratista galo con audaces planes para
mejorar la situación de la provincia, mudamos la catedral de Notre Dame al interior.
También en este caso, dado lo grande este inmueble, salieron dos catedrales, un poco más
modernas, pero que van a beneficiar simultáneamente a dos regiones católicas del sur de
Francia. Sobraron bastantes piedras y pedazos, pero allí están, a la orden de sus propietarios
que pueden pasar a recogerlos.
El embaulado del Sena fue una obra digna de maestros. Con ello se acabó el bendito
riesgo de las inundaciones, y sobre él se construye actualmente, gracias a nosotros, una
amplia autopista de ocho canales para deleite de todos los franceses. En esta misma ciudad
hicimos otro trabajito: derribamos la Magdalena con el objeto de ampliar una red del Metro,
incendiamos el bosque de Boulogne para edificar un conjunto de torres de oficina y centros
comerciales, y atravesamos con los tractores el palacio de Versalles con el fin de que le pase
por el medio la nueva carretera que unirá a París con Lyon. Esta carretera creo que se
llamará la Carretera de Versalles, la cual tendrá una hermosa vista para los automovilistas
cuando atraviesen la parte de ese capricho ostentoso de los Luises. También tapamos con
concreto el Arco del triunfo hasta la parte superior, de manera de evitar que los carros que
vienen de Champs Elysées se metan por debajo evadiendo la luz roja de la Avenida Víctor
Hugo, lo mismo que el constante pase de jefes de estado que lo estaban deteriorando.

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Antes de seguir cumpliendo nuestros compromisos en Europa fuimos llamados al


continente asiático. Particularmente para desbaratar la gran muralla china. Una construcción
suntuosa e innecesaria en esta época de misiles, y que además no se justifica ahora que el
país está en paz con sus vecinos. A pesar de que algunos miembros del gobierno querían
guardar las piedras para volver a armarlas en un caso de emergencia, al final las trituramos
para hacer cemento y ampliar de esta forma los programas de vivienda del gobierno.
Lo hicimos en Egipto, donde descubrimos que la calidad de las piedras de unas
pirámides que había en las afueras de El Cairo son óptimas para la fabricación de
adoboncitos. Las tumbamos y ahora aquello quedó liso como un campo de golf, con grandes
facilidades para acumular arena y desarrollar cultivos propios del desierto.
La próxima semana volveremos a Europa para trabajar en Austria, Inglaterra y
Grecia, luego seguimos a España, donde derribaremos la Alhambra de Granada y la Mezquita
de Córdoba para regresarles sus cosas a los árabes, que parece que las han pagado a un
buen precio. Después de esta importante gira de trabajo, regresaremos al país para
proseguir con la deforestación y los incendios.

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LOS DEPÓSITOS DEL TIEMPO PERDIDO

Una de las cosas que más impresiona cuando uno llega a Ypokola, la agreste capital
de Morandú, son los inmensos depósitos de horas perdidas. Llegar al más importante centro
mundial de archivo y clasificación de tiempo malgastado por los seres humanos no es tarea
fácil. Imposible, diría yo, sin un salvoconducto de las autoridades del lugar.
Igualmente es imprescindible un guía experto; ya que en la capital abundan los
charlatanes y los pordioseros de cariño, que perdidos en inmensas soledades de esa llanura
africana, aprovechan la primera oportunidad para ofrecerse de guías improvisados,
haciéndonos malgastar horas extraviados en la espesura de la selva.
Yo llegué una lluviosa mañana de julio cuando las primeras aguas invernales volvieron
ríos caudalosos la intrincada maraña de grietas del desierto. Entonces era la vendimia de los
días, la época de la clasificación de días perdidos. Esta compleja tarea la realizan casi 200
hombres al servicio de 700 computadoras XL-669, el sistema cerebral de información
mecánica más sofisticado que se haya fabricado sobre la faz de la tierra.
Onope Silva, un filósofo puertorriqueño encargado de mostrarme el funcionamiento
y las instalaciones de Tulú, me paseó con increíble precisión y conocimiento del lugar.
Realmente quedé perplejo. Primero entramos al centro de recopilación. Allí están los
empleados más efectivos que uno pueda imaginarse: Hombres-tiempo, como los llaman,
entrenados para aprovechar hasta el más mínimo segundo en función de su tarea. Unos eran
inquietos y nerviosos, otros meditativos, pero en todos se distinguía el mismo aspecto de
habilidad y competencia en el ejercicio de su cargo.
La procesadora gigante obtiene información de horas perdidas y malbaratadas por
países, ciudades y aldeas alrededor de todos los lugares habitados. Luego la información es
pasada a otras computadoras que las clasifican antes de enviarla a los depósitos de
recuperación o a los crematorios.
Las naves donde se guardan estos momentos desperdiciados tienen dimensiones
increíbles. Prototipo de arquitectura fascista, en ella se encuentran millares de secciones y
departamentos, todos con claro señalamiento del tiempo botado y de su duración. Allí hay
segundos, minutos, horas, días, meses, años y vidas enteras completamente inútiles.
Maravillosamente ordenados y provenientes de todo el mundo están los instantes

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que se fueron en colas, en empresas fútiles y las horas de discusión improductiva. Separados
en toneles de vidrio aislante están los momentos de espera, las visitas inoportunas, las
holganzas eternas, los desaciertos y el tiempo dedicado a los planes y a los sueños
imposibles. Más allá vi el enorme depósito de las ocasiones idas, los días de la infancia y la
vejez extrema, de las enfermedades y los actos repetidos. En un silo especial las apatías, los
descuidos, las tardanzas y todos los matices de la parsimonia.
Después llegamos a la edificación donde se halla la majestuosa planta de reciclaje del
tiempo perdido. Me dijo el guía que allí se trata de salvar parte de todos esos momentos
orientándolos hacia gente y actividades productivas. El procedimiento está a cargo de
cincuenta computadoras ultra rápidas que trabajan día y noche tratando de repartir
adecuadamente el único recurso humano verdaderamente no renovable.
Como a seiscientos metros pude palmar los inmensos crematorios del tiempo
irremisiblemente perdido, desde los cuales se alza una enorme columna de humo que cubre
kilómetros y kilómetros de cielo. A su lado están los dos pequeños edificios donde
funcionan los laboratorios destinados al estudio de la importancia de los segundos y hasta de
la existencia misma, y pude saber que es el único sitio de la tierra donde se hacen análisis al
microscopio de las horas muertas y de los minutos de silencio.
Ya en la tarde la visita había terminado. Me quedé absorto, impresionado ante la
titánica labor de aquel puñado de seres y de máquinas que habían descubierto que la
verdadera riqueza de los hombres son los breves instantes que forman la existencia y que se
nos escapan de las manos. Abandoné el lugar poseído de una extraña sensación, y no pude
dejar de pensar en la cantidad de combustible con que nosotros, pequeño y lejano país,
habíamos contribuido para mantener trabajando aquellos inmensos crematorios.

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UN GOBIERNO INTELIGENTE

El día en que Milo Tanwaca, raquítico coronel africano dio el golpe de estado en la
República de Mazutolandia, nadie se imaginó que iba a deslumbrar al mundo transformando a
esta pequeña y paupérrima nación de primer exportador mundial de malaria, a tercer
exportador de petróleo. Sobre todo tomando en cuenta que en el subsuelo de Mazutolandia
no había una sola gota de hidrocarburos.
La figura descollante del hábil político mazutolandes debería servir de ejemplo para
los otros países del tercer mundo, ya que Mazutolandia era tan pobre, pero tan pobre, que
ni siquiera tenía limosneros porque allí no había a quien pedirle. Su economía presentaba
grados de miseria tan altos, que llevó a los expertos a crear el grupo de los países del 5º
mundo, ya que carecía de ingresos per cápita y sus reservas monetarias montaban apenas a
sesenta dólares. Por otra parte, los mazutolandeses es el único caso que se conoce de un
pueblo que comía tierra para subsistir.
Apenas llegó al poder, el coronel mandó a fusilar a su antecesor y sentado en el
rancho presidencial ante su gabinete, formado por el único ministro que podía pagar, y que
también fungía de gobernador, de secretario, archivero, chofer y amante del joven
gobernante, trazó su meta de gobierno: hacer de Mazutolandia un miembro de la OPEP.
Muchos lo tildaron de loco, y apenas las agencias noticiosas transmitieron el mensaje,
los países desarrollados se rieron en silencio mientras los árabes lo observaron con
desconfianza. Pero a los seis meses Tanwaca misteriosamente empezó a inyectar petróleo a
la enclenque economía del país.
Al año siguiente empezó a exportar distintos tipos de crudo a todos los mercados
spot, y tres meses después sus niveles de exportación le dieron el derecho de ser miembro
de la OPEP pasando a ser el tercer exportador mundial del preciado líquido.
Inicialmente se pensó que su petróleo era crema de caraotas con aceite de maíz,
luego achacaron la extraña bonanza a la presencia de un brujo muy competente, pero al
poco tiempo los servicios de inteligencia descubrieron el golpe maestro del hábil Tanwaca:
con un préstamo obtenido de Inglaterra bajo el compromiso de no enviar más tuberculosis a
la metrópoli, se compró un viejo tanquero que fue destinado a recoger todo el petróleo que
se derramaba en los siete mares y los océanos del planeta. Con ello la pequeña república

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pudo comprar más tanqueros y antes que nadie se diera cuenta tenía la flota de recogedores
de petróleo derramado más grande del mundo.
Los llamaron los buitres del hidrocarburo y hasta se les acusó de causar choques, de
sembrar el mar de arrecifes artificiales y de crear neblina falsa para producir accidentes. Los
capitanes de tanqueros se ponían nerviosos cuando las naves de bandera matuzolandesa los
seguía esperando el menor derrame. Se les veía en el Golfo Pérsico y en el de México
succionando todo lo que se botaba de los pozos incontrolables. Igual estaban en Alaska que
en los puertos de descarga de las grandes refinerías y en las playas víctimas del petróleo
derramado. Al poco tiempo la poderosa flota del rico país tenía un control total sobre los
infinitos derrames, y las otrora endebles arcas de Mazutolandia se llenaron de petrodólares
y con la populosa cesta de monedas de la OPEP.
No contento con esto, la última noticia que se llegó a tener de Sabo, la capital,
indicaba que Tanwaca propuso a su gabinete de cien ministros el II Plan de la nación: recoger
todas las latas de cerveza y refrescos abandonadas en los cinco continentes, con lo cual sin
duda será el país con las reservas probadas de aluminio más grandes que se conozcan.

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No existe el mundo real, sólo la helada noche del recuerdo poblada de fantasmas...

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COMIDA CALIENTE

Mantengo desde hace 14 años una íntima amistad con Jenaro Valdivieso, destacado fakir
chileno y comedor de fuego que el otro día llegó al país en una gira del circo en que trabajaba.
Hacía bastante tiempo que no nos encontrábamos. Por ello, apenas supe de su llegada,
deseoso de volver a verlo, de inmediato me dirigí al hotel en el que habita con otros cuatro
comedores de fuego de su trouppe. Es un hotel moderno situado al lado de los bomberos de
Chacao, adonde fueron enviados por razones de seguridad, y considerando que el restaurante
está a cargo de un ex oficial republicado experto en lanzallamas durante la guerra civil
española.
Cuando nos vimos me abrazó con ese calor de siempre. Fue un momento de gran
emoción para los dos, a pesar de que lo encontré bastante chamuscado a consecuencia de sus
excesos alimenticios. Había perdido las dos pestañas y la ceja que le quedaba desde la última
vez que lo encontré en Santiago. Siendo originario de la Tierra del Fuego, Jenaro es un hombre
bastante tostado por naturaleza, pero en su rostro ya se ven marcadas las huellas de las
terribles comilonas que se dan en esos diabólicos banquetes. Las manos llenas de cicatrices por
las llamaradas mal digeridas le daban ese aspecto de la gente medio carbonizada que se escapa
corriendo de los incendios, y los rasgos inconfundibles de los comedores de candela se
mostraban en forma e pliegues calcinados en su cara reseca de tanto calor, y con las marcas de
eructos de platos muy calientes.
Llegué precisamente un poco antes de la hora de la cena y el grupo cordialmente me
invitó a que me quedara a comer con ellos. Como es obvio, de plano me disculpé alegando que
tenía varias cosas por hacer, pero ante la insistencia de mi amigo, y un poco tentado de ver
cómo serán mis días por el resto de la eternidad si sigo pecando al mismo ritmo que hasta
ahora, decidí aceptarles la amable invitación. Ya sentados, vi con desconfianza el variado menú
que les habían preparado: de aperitivo gasolina de 98 octanos, luego tizones a la húngara al
rojo vivo, de plato principal candela pura servida en antorchas de gasoil a la gitana, después tres
llamaradas de un soplete de acetileno a 3.000 grados centígrados y todo acompañado con
kerosina altamente inflamable y torta flambé de postre.
Considerando que ésta era una buena oportunidad para comer caliente me dejé de
prejuicios y me preparé para el banquete. El sabor de la gasolina fue lo que más me

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impresionó; me la imaginaba amarga, pero es friíta y casi dulzona si se le paladea bien. Eso sí,
hay que incendiarla rápidamente con el primer plato para que no peque en el estómago. El
fuego ingerido en pequeñas cantidades no sabe mal, sobre todo a la gente que como yo está
acostumbrada a que siempre le sirvan la sopa hirviendo. Cuando penetra en las entrañas uno
siente ese agradable sabor de lengua asada. Sólo tuve problemas con los tizones, ya que por
falta de práctica al agarrarlos me quemé los dedos y preferí dejarlos.
Al haber ingerido aproximadamente unas 20.000 calorías, pensando que debía cuidar la
línea, les dije que estaba lleno y renuncié a probar las llamaradas del soplete, cuyo tenebroso
ruido calentándose ya me tenía aterrorizado. Ellos repitieron la ración dos o tres veces, y una
vez terminado el postre, el más viejo de los fakires, completamente repleto se adormitó
echando humo por los huecos de la nariz y las orejas.
Jenaro, bromista como siempre, al verlo así le puso un fósforo encendido en la corbata
que una vez prendida se propagó por la chaqueta. El hombre al principio empezó a lamer las
llamas, pero luego se despertó asustado y empezó a apagarlas antes que lo abrasaran todo. Ya
la final de la cena, después de despedirme, les prometí darles un paseo por el interior del país
para que tuvieran la oportunidad de saborear un poco de nuestros incendios forestales.

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HISTORIAS DEL FUTURO

Falta el texto…

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LA TRAGAPERRA DESBOCADA

La máquina tragaperra estaba sola en un rincón del casino. Por su terrible voracidad
y cumpliendo órdenes estrictas de las autoridades, el dueño del local la tenía aislada del
resto de las máquinas de juego, que bien controladas absorbían con moderación el dinero
ajeno.
De pronto, sin que nadie se percatara se movió sigilosamente hacia donde estaban
las otras tragaperras y ¡Schlup¡, se tragó de un solo golpe a una compañera recién cargada
de monedas. Se relamió y se colocó al lado de la siguiente.
Un señor bajito con varias monedad se dirigió a la sección en donde estaba la bicha
hambrienta. Se le paró enfrente y apenas iba a introducir la primera pieza, cuando el aparato
abriendo las fauces prácticamente lo absorbió con todo y monedas hacia las profundidades
insaciables de su estómago. Así pasó con dos mujeres y luego con un negro forzudo que
resistiéndose logró agarrarse a una de las columnas del casino. Pero inútilmente, porque fue
arrancado de cuajo dejando el brazo asido al pilar. Después la máquina infernal se acercó y
mirando a los lados para asegurarse de que nadie observaba ¡Schlup¡ también le chupó el
brazo dejando sin encofrado las vigas de acero que sostenían esa parte del inmueble.
A golpe de la medianoche la violenta máquina se había comido todas las otras
tragaperras y a unos 15 jugadores. Al terminar con la última de ellas, saltando en disimulados
brincos y con mucha cautela para pasar desapercibida se dirigió hacia la ruleta donde
sigilosamente se colocó detrás del crupier, su primera víctima en esta sección del salón de
juego. Igual hizo con 8 jugadores y absorbiendo de una manera nunca vista se tragó todas las
fichas y el dinero. Una mujer desesperada que vio cómo se comía a dos personas de un solo
tiro, no tuvo ocasión ni de proferir el grito: desde lejos fue literalmente levantada del piso
yendo a parar a la oscura noche interior de la desbordada máquina; le siguieron de
inmediato el paño verde, la ruleta y siete sillas.
Así fue absorbiendo las tres mesas de ruleta y de seguidas hizo lo mismo con los
cuatro puestos de Black Jack y los tres de bacará Arrasó con el pool de dados y de paso
con todos los mirones. Su violencia era tal que nadie lograba darse cuenta de lo que pasaba,
ni aún cuando se tragó la alfombra y varias lámparas.
Fue cuando empezó con el cielo raso que el dueño del casino notó que la tragaperra

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devoradora se había soltado del rincón en donde la tenía amarrada. Al ver que se dirigía con
sus fatídicos saltos de canguro hacia la caja del casino, corrió como un endemoniado para
tratar de detenerla. Pero fue muy tarde. En 30 segundos se tragó todo el dinero de la noche,
el fondo de reserva, los depósitos de fichas y a los tres empleados.
El hombre casi llorando y viendo que no podía detenerla quiso entrarle a patadas,
pero ella, apenas lo vio se le acercó sonriente y juguetona como siempre y empezó a
lamerlo. Él, sumido en llanto al verse completamente arruinado, se sentó desconsolado en el
piso mientras su fiel tragaperra, la más voraz de todas las que había preparado, se echó a su
lado moviendo la cola con cariño mientras mantenía el porte vigilante buscando tragarse
cualquier cosa para complacer al amo.
En su interior los demoledores engranajes de la máquina ya habían digerido todos los
bocados de esa noche.

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LOS AUSENTES

Tengo la obsesión de no contestar cuando me hablan. A veces permanezco


completamente absorto ante la gente que me hace preguntas que no me interesan o
simplemente me parecen tontas, y aunque me las repitan y alcen el tono de la voz, yo
permanezco callado haciéndoles pensar que me volví sordo.
Esta práctica algunas veces me trajo serias consecuencias, como en mis tiempos de
estudiante. Los profesores no comprendían que aquella negativa a responder no era por
ignorancia sino por mi devoción a los principios del mutismo universal. Nunca
comprendieron que para mi sus dudas eran banales y sin ningún tipo de importancia.
Siempre me han dado pánico aquellos seres que preguntan. En el fondo son los
causantes de las grandes tragedias de la especie humana Como la que le pasó a mi tío
Humberto. Si él se hubiera negado a responderle al cura que aceptaba como esposa a
Catalina, hoy no estaría atravesando el infierno que atraviesa llevado de la mano por esa
Comandante en Jefe de los ejércitos de aniquilación de la Gestapo. Lamentablemente por
haber respondido la volvió mi tía y es la madre de sus quince hijos.
La verdadera razón de esta actitud me la reservo. Podría decirles simplemente que el
silencio me gusta porque me llena de una extraordinaria sensación de ausencia. Es como
estar desterrado de la multitud, y con él siembro en el torpe corazón de mis inquisidores un
misterio que casi siempre los acompaña hasta la tumba. Me gusta enmudecer cuando
preguntan por qué les libero el fantasma dormido de la imaginación, y aunque jamás me lo
agradezcan, les desato la violencia de volverse a encontrarse con ellos mismos.
Esa disposición casi siempre terrible de no decir nada, de sembrar la duda, se vuelve
dramática cuando a uno lo interroga la policía. Los gendarmes de la fuerza no están
preparados para entender esos momentos ciegos del alma humana. Y todo lo que era
poesía, terminan transformándolo en una pesadilla llena de desconfianza y recelo. Igual
ocurre cuando uno llega tarde a enfrentarse con la mujer dormida.
Sé que los que vivimos ese mundo de misterio somos despiadadamente maltratados
por el resto de las personas. Ellos se sienten desairados, humillados. Por eso siempre nos
apartan y nos dejan a un lado del camino. Pero aún así amo el silencio. Me gusta callar como
los árboles, que jamás dan respuesta a la pregunta infinita de la tierra.

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A veces levanto el teléfono, disco un número al azar y me quedo callado esperando


encontrar igual vacío. Busco la complicidad de alguien que sepa estar allí, sin decir nada.
Intercambiar ausencia enriquecida por la pura condición de respirar y estar vivos. Pero
siempre me responde una voz con la pregunta absurda: ¿Quién llama? Y yo me quedo en
silencio, con el aparato levantado hasta que el otro me tranca diciendo una grosería.
Pobres espíritus confusos, nunca comprenderán que amarrados a la humillación de la
palabra, se pierden para siempre el sentido trascendental de este tipo de llamadas.

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EXTRAÑAS SOCIEDADES MERCANTILES

En 1976 se constituyó con un capital pequeño la “Tíger´s Tooth Clean, S.A,”, una
sociedad anónima destinada a limpiarle los dientes a los tigres del Zoológico, la cual
introdujo el novedoso sistema de emplear un cepillo de tres metros de largo, pero la
continua pérdida del personal encargado de mantener abierta las bocas a los tigres, el
ausentismo laboral y la falta de mística y mano de obra barata les hizo fracasar
ruidosamente.

-o0o-

Fundada por dos pervertidos sexuales, Antonio Mapu y José Rite, en 1977 se
constituyó la sociedad colectiva Mapu y Rite, cuyo objeto era encontrar contradicciones y
embustes en los discursos de los líderes políticos para vendérselas a dirigentes de los
partidos opositores. Quebró a los seis meses al armárseles una tremenda confusión entre las
opiniones de los líderes investigados y las de los potenciales compradores. Ambos murieron
ese mismo año internados en un sanatorio mental.

-o0o-

Curileo Macrokifiniotis, griego nacionalizado y comerciante de larga trayectoria en


Barquisimeto, constituyó en 1968 la “Compañía Nacional de Amor Virginal, C.A.” que puso
en venta un curioso método patentado por su creador, con el cual una virgen podría tener
relaciones íntimas con la sombra de su amado conservando su pureza original. Fracasó en
1969 por falta de vírgenes.

-o0o-

Las Olas Incorporated S.R.L., fue una pequeña sociedad con un capital de Bs. 15.000
que se constituyó para medir la altura de las olas y la forma de las nubes durante las 24
horas del día. La empresa cerró a los tres meses por el constante mareo de los medidores

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de las olas y la ausencia de una clientela seria que pagara adecuadamente por este
importante servicio.

-o0o-

La “Fábrica de Minirropa Chucho Hernández S. Suc.”, fundada en 1935, por Don


Chucho Hernández S., pujante hombre de empresas de San Cristóbal, se dedicó desde su
creación a fabricar calcetines de lana para arañas y bufandas para pulgas de perros daneses.
A la muerte de su fundador, por las serias dificultades económicas en que la dejó, los
herederos se vieron obligados a cambiar de objeto dedicándose a fabricar corbatas de lacito
para bachacos, pero a pesar de las grandes ofertas y rebajas que hicieron en los precios, el
contrabando que prácticamente tenía inundado el mercado nacional, y la falta de liquidez
bancaria, les hizo perder todo el patrimonio constituido por enormes stocks de mercancía y
las pequeñas máquinas de la fábrica.

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OFERTA DE SERVICIOS

Escúcheme, señor, me llamo Evo Gómez. Soy una persona sabia y de gran
experiencia en la vida. Un poco viejo, pero gracias a ello he tenido ocasión de ver muchas
cosas y sopesar otras tantas. Quiero hacerle una oferta, señor, le ofrezco mis servicios de
conciencia. Sí, de trabajar como su conciencia. Vamos, sé que Ud. no tiene y yo estoy
necesitado. Hablo varias lenguas, he viajado mucho y leído infinidad de libros. Soy un
hombre serio y de probada honradez, usted es rico y puede darse el lujo de tener a su
servicio a una persona que le trabaje de conciencia. Seré su incondicional, su sombra y
consejero. A cada instante le responderá cuando tenga la menor duda y así podrá achacarme
sus malas decisiones.
Si le provoca me toma en cuenta, y si no me aparta cuando sea. Le prometo cerrar
los ojos y no recriminarle nada aunque esté mal hecho. Estoy dispuesto a que me golpee si
lo quiere, que me insulte cuando me equivoque y desde este momento asumo la única, la
absoluta y exclusiva responsabilidad de sus errores.
Contráteme, señor, Ud. es una persona influyente y poderosa y se merece tener a
alguien para decirle lo que quiera. Soy un buen consejero en asuntos de amor y conozco de
finanzas. Sé justificar cualquier explotación y el más mínimo desvío. Con el peso de los años
me es difícil trabajar en otra cosa, compréndalo. Le serviré bastante, señor, y si quiere
puede tenerme sólo como adorno. Apenas me pagará unos mendrugos y algo para gastos.
Dormiré a sus pies como un perro fiel. Así nunca estará solo. Seré el eco de sus monólogos,
la respuesta a sus incertidumbres, un apoyo a sus escrúpulos, clasificaré todos sus temores y
además seré el responsable y sin vergüenza de sus culpas.
Si Ud. me pide que le apruebe el mayor crimen en silencio se hará su voluntad,
señor. Vea que estoy necesitado y todo el inmenso caudal de mi experiencia se perderá si
Ud. no la toma. Anímese, podrá mostrarme a sus amigos y probarles que es un hombre de
conciencia. Le garantizo mi trabajo y el tono de mi voz. Es una voz suave y casi impalpable
como suelen ser las voces de conciencia. A veces aguda pero siempre seré su voz. Tengo
experiencia en el trabajo, señor. Siempre serví para apoyar o rechazar a otros. Antes fui
alter ego de un importante hombre de negocios que me contrató para mostrarme a todos.
Después lo empezaron a tratar con más respeto y obtuvo grandes posiciones.

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Lamentablemente murió dejándome cesante.


Vamos, no sea duro, señor. Déme una oportunidad de servirle y ayudarlo a tomar
tantas decisiones. Este es un mundo muy complejo para resolverse solo. Hay demasiados
asuntos difíciles para analizar solo. Vea mis diplomas. Pregúnteme lo que quiera, soy pobre
pero docto, señor, tengo referencias. Le juro que no le quedaré mal, y por encima de todo
seré una conciencia completamente vendida a su servicio. ¿Quién puede ofrecerle algo
mejor?

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PROCLAMA CLANDESTINA

Pueblo:

La próxima semana se cumplen diez años que constituimos en la


clandestinidad el Movimiento de Liberación de Loros y Pajaritos,
una organización de izquierda dedicada a liberar a los pájaros
enjaulados. De diez miembros que fuimos al principio, hoy, a
pesar de la persecución y la falta de un auténtico apoyo popular,
somos más de trescientos activistas perfectamente entrenados que
hemos penetrado en todas las esferas del poder.
Nuestra lucha, como todas las causas por la libertad, ha
sido dura. No hemos pedido ni dado cuartel. Por tres veces
consecutivas saboteamos la fábrica nacional de jaulas y nuestros
hombres han arriesgado la vida en golpes relámpago abriendo
las cárceles de casi todos los mayoristas de pájaros, llevando a
muchos de ellos a la ruina. Hemos sembrado el pánico en ese
medio hasta un punto en que la mayoría de las tiendas para
animalitos y mascotas ya no venden aves por temor a nuestra
represalia.
En los hogares con pajareras hemos sido implacables. En
acciones suicidas, sirvientas nuestras infiltradas han abierto las
jaulas ayudando a escapar a los que tienen las alas cortadas.
Muchas de ellas cayeron en el gesto heroico y fueron botadas
después de caerles a palos por dejar ir a los animales. Su fe en la
lucha por la emancipación fue confundida con la flojera por
tener que limpiarles la porquería. Pero la historia las
reivindicará.
Muchos perdimos familiares y amigos cuando estando
invitados en sus casas nos han descubierto mientras en un
momento de descuido de los carceleros abríamos las puertas de

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los calabozos de alambre. No nos importa, sabemos que el honor


no se mancilla con el verbo injusto y los ideales se fortalecen
cuando los persiguen.
Decenas de cuadros han sido detenidos acusados de atentar
contra la propiedad privada en un fatuo intento de detener el
avance de las fuerzas de la libertad y la igualdad de todos los
seres vivos.
Cuánto desearíamos ver a los que tienen encarcelados a
canarios y torditos encerrados ellos en las terribles paredes de
una prisión.
Las acciones callejeras han estado respaldadas por un fuerte
trabajo ideológico. Con los pocos recursos de que disponemos se ha
realizado una labor de educación entre el pueblo para
incorporarlo al movimiento.
Nos hemos afiliado a Amnistía Internacional y a casi todas
las organizaciones por la liberación de presos políticos, aunque
lamentablemente éstos nos miran con desconfianza; piensan que
les quitamos seriedad, olvidándose que la relación dialéctica
entre los combatientes por una misma causa los hace avanzar
hacia igual coyuntura histórica.
Recientemente sufrimos un tremendo golpe al fracasar los
esfuerzos realizados ante el Presidente de la República para que
incluyera a los pájaros en el decreto de pacificación. Las presiones
de la Cámara de Pajareros y la Asociación de Vendedores de
Loros, Palomas y Gallinas, apoyados por sectores de la más negra
reacción, lograron su objetivo.
Pero a pesar de ello seguiremos combatiendo. La imagen de
un pobre canario encerrado en la desdicha de su minúscula
prisión nos ayuda a aumentar el fervor militante. Estaremos
firmes hasta que no quede un solo pajarito en cautiverio.

Libertad o muerte. Venceremos.

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PÁNICO

El Dr. Nahir sentado al lado del paciente le dio inicio a la sesión siquiátrica pidiéndole
que hablara.
-Bien, cuénteme su problema.
-Ud. verá, doctor. No me gusta abrir los ojos de un solo golpe en la mañana. Soy
cobarde, doctor. Me aterroriza que al hacerlo no encuentre nada. No saber la hora y sufrir
el impacto de que el reloj ya no tenga agujas señalando el tiempo. Igual de que sea muy
tarde o muy temprano. Me da miedo descubrir que han ocurrido cosas terribles o, lo que es
peor, que no haya ocurrido nada. En esa incertidumbre suelo entreabrir primeramente un
ojo, muy poco, apenas lo suficiente para percatarme de que todavía hay luz y ver los
promontorios más cercanos y aumentados en mi cara. Inmediatamente lo vuelvo a cerrar y
en silencio rehago la estrategia general de la apertura, doctor. Para no traumatizarme con la
luz tapo la cara con la cobija, me quedo unos minutos con los ojos cerrados y muy
lentamente los voy abriendo hasta irme acostumbrando de nuevo a mi persona. Allí abajo,
en el abrigo protector empiezo un delicado proceso de inquisiciones y apuestas solitarias:
¿Estará todo en el mismo sitio? ¿Existirá aún el mundo? ¿Es que habrá alguien al lado de mi
cama? ¿No estaré muerto? Son preguntas fascinantes, doctor, cuyas respuestas empiezo a
descubrir muy lentamente disfrutando hasta el más mínimo rasgo de sorpresa. Una vez
superado el miedo inicial, con cuidado levanto un pequeño pedazo de la cobertura y asomo
el ojo enfrentándome a lo inesperado, doctor. Generalmente es un gran descubrimiento
verlo todo igual. Violentamente vuelvo a taparme con la cobija y permanezco otros minutos
en la sombra, luego, doy la vuelta y me preparo para repetir la observación del otro lado. Al
asomarme y ver que aún existe todo por esta parte de la cama, me tapo de nuevo la cabeza,
pero mucho más animado convencido de que en mis ocho horas de ausencia no se produjo
el vacío que siempre me imagino; pero ya entonces empiezo de nuevo a especular: ¿No será
que alguien sigilosamente lo ha regresado todo mientras yo dormía?
En ese momento, doctor, hago presión con los pies en la cobija y poco a poco me
voy destapando el rostro. Abiertamente enfrentado a lo que me rodea observo con
cuidado los cuadros, los muebles, mis zapatos y la ropa echada en el sillón. Las cosas están
exactamente igual que la noche antes. Me quedo mirando el techo y de nuevo soy presa de

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la angustia: ¿Y si me han transportado con todo el cuarto? ¿Afuera estará todo igual? ¿No
habrá un abismo sin paredes y sin nada? Poseído de una tremenda ansiedad me levanto de la
cama y corro hacia la puerta, doctor. Con mucho cuidado la voy abriendo hasta lograr una
rendija y por allí me asomo. Cuando veo las paredes del pasillo y la ventana abro las dos
hojas de par en par. Recupero completamente la confianza. Disipados mis temores me baño,
me visto y desayuno. Feliz me reincorporo a la vida, contento de que aún existen el sol, la
gente, las calles y todo el latir de la ciudad. Regreso a mis problemas, al trabajo. Soy dichoso
de que todo haya regresado. Así termina la jornada, doctor, hasta la noche cuando vuelvo a
la cama y con los ojos abiertos soy víctima de un nuevo pánico: ¿Y si desaparezco mientras
duermo? ¿Y si después no hay nada? En esa condición estoy horas y horas de vigilia hasta
que me voy adormitando, pero a medida que el sueño va diluyendo mi conciencia, me
parece que una vez más llega alguien y empieza a llevárselo todo, todo, ¿me comprende,
doctor? ¿Doctor?...
Pero al voltear a su lado el paciente pudo constatar que el Dr. Nahir ya no estaba
allí. Arrellanado en su cómodo sillón dormía profundamente.

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ROBOS ABOMINABLES

Esconodopio Gutiérrez fue un ladrón tan empedernido en su despreciable


ocupación, que no contento con desvalijar a los demás, se robaba a sí mismo.
En las noches muy oscuras se levantaba sigilosamente de la cama y sin producir el
menor ruido para no despertar a nadie se robaba los objetos y el dinero que le había
quitado a otros. Luego de consumada su fechoría, Esconodopio regresaba al lecho y se
acostaba satisfecho de haber dado un golpe tan perfecto.
Sin embargo, arruinado por los asaltos y arrepentido de abusar de la confianza que
había depositado en su persona, decidió llevarse ante un Tribunal donde él mismo era el reo,
juez, defensor y fiscal. No obstante los desesperados esfuerzos que hizo por perdonarse, a
pesar de llorar y de rodillas suplicarse a sí mismo por un poco de clemencia, se condenó a
prisión perpetua.
Esconodopio murió muchos años más tarde encerrado en su cuarto de donde no
salió nunca, confinado para siempre después de haberse dictado la sentencia.

-o0o-

Rubén Palomo, conocido titiritero español del siglo XIX, se destacó por robarle la
felicidad a sus semejantes. Conocedor a fondo de los vericuetos del alma humana, y hábil
manipulador de las válvulas de los sentimientos y los estados emotivos de sus coterráneos,
fue quitándoles la dicha a cada uno de ellos con el miserable objeto de atesorarla.
Con sus continuos hurtos fue acumulando tanta felicidad que para su época bien
pudo ser considerado con el ser más dichoso de la tierra. Se cuenta que encerrado en el
sótano de su casa se sumergía en ella y la disfrutaba con un egoísmo nunca visto.
Lamentablemente, cansado de no tener a nadie con quien compartirla, murió sumido
en la más profunda tristeza rodeado de la felicidad de sus víctimas.

-o0o-

Según un grupo de críticos literarios de la Isla de Papete, cuando Dostoievsky sentía

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que le faltaba la inspiración, salía a la calle y sin que la gente se diera cuenta les robaba las
situaciones, los hechos y todos los sentimientos y pasiones. En momentos de crisis el autor
prácticamente se robaba toda la realidad circundante.
A consecuencia de esos atracos tan violentos del famoso escritor, las personas del
lugar, completamente desposeídas de sus elementos esenciales, quedaban durante semanas
vacíos, caminando por las calles como zombis, huecos, sin vida ni motivaciones de ninguna
clase.

-o0o-

El hecho de que Holanda sea un país gris, nublado y sin sol durante casi todo el año,
parece encontrar su explicación en un complejo estudio del profesor Maro Tiporo, profesor
de Astronomía de la Universidad de Togo, según la cual Veermer, y otros pintores de la
escuela flamenca, se robaron toda la luz que el sol le tenía destinado a ese pequeño país con
el objeto de estamparla en sus cuadros.

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CLUBS Y ASOCIACIONES

En La Florida funciona el “Club del Silencio”, formado por un grupo selecto de


personas que se reúnen todas las noches en la sede del Club para guardar silencio absoluto.
No cruzan palabras y el más leve ruido producido por cualquiera de los miembros acarrea su
paso al tribunal disciplinario y hasta su inmediata expulsión.

-o0o-

El Club de Sicoanalistas es un círculo de médicos de esa tendencia siquiátrica, que


tienen sesiones todos los miércoles y viernes de 8 a 12 de la noche con el objeto de contarse
todo lo que les cuentas los pacientes. Por lo general se mueren de la risa con las intimidades de
la gente y se intercambian cintas con las grabaciones secretas que le hacen a los enfermos. Las
reuniones son bastante divertidas pero están reservadas para los siquiatras asociados.

-o0o-

En casi todas las ciudades existen los “Club de Discutidores”. Están integrados por
gente a la que le gusta llevar la contraria y oponerse a todo. Se congregan diariamente desde
las 2 de la tarde hasta altas horas de la madrugada para discutir y porfiarse los unos con los
otros. Aun cuando a veces alzan el tono de la voz, nunca se van a las manos y al final quedan
todos como amigos. Hay miembros que son tan fanáticos que para llevar la contraria total a los
demás, no discuten con nadie desencadenando acciones violentas y confusas en las que a veces
tiene que intervenir la policía.

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AMADEO

Con ese pesar sombrío de las noches sin destino, con la tristeza profunda de los
alcatraces ciegos, Amadeo sufrió amargamente la desdicha de no haberse cogido jamás en su
vida un centavo ajeno. Es comprensible que en una época, en donde según observadores
imparciales todo el mundo se coge algo, el no haber asumido nunca tan importante actitud
social deja huellas irreparables en las almas sensibles y prestas a la turbación.
Lo terrible de su trauma es que no sólo pensaba en su persona, después de todo frágil
hoja pasajera por los escarnios de este mundo, sino que consciente de que todo se hereda, se
lamentaba por sus hijos, que inexorablemente arrastrarían la carga vergonzosa del padre
anormal. Sus contemporáneos los marcarían con el índice, y a sus espaldas, después de la burla
solapada afloraría como un latigazo la sentencia infamante: su padre nunca se cogió nada.
Es de hacer notar que Amadeo hizo muchos intentos por cogerse algo desde los años
de su modesta juventud. Se inscribió en varias organizaciones políticas, trabajó mucho tiempo
en cargos del gobierno, se hizo amigo de altos funcionarios, se ofreció como voluntario para
administrar cajas de ahorro, pero siempre su débil naturaleza de ladrón fue vencida por la
ancestral carga de los principios morales y la conciencia tallada con fervor por la vieja escuela.
Arrastrando aquella dura pena veía enriquecerse a diputados, generales y ministros,
jefes importantes y guardaespaldas de todas las calañas, amanuenses y altos magistrados,
policías y ladrones de firme vocación. Una vez le fue entregada sin contar una alta suma de
dinero para que la transportara de un sitio a otro, tal vez como pretexto para que se cogiera
algo y saliera del duro trauma de su honradez, pero incapaz de hacerlo lo entregó completo
con el alma destrozada y asqueado de su despreciable dignidad.
Probó en otras ocupaciones: fue médico, abogado y hasta abrió un taller mecánico.
Montó boutiques y vendió comida al detal y al por mayor. Pero una y otra vez fracasó en todas
las profesiones por no engañar a nadie o por no aceptar lo que le correspondía, incapaz de
aumentar el dolor de tanto desdichado.
De tal manera lo encontró la vida cuando se inició el abandono doloroso de quienes le
rodeaban. En la antesala de sus últimos años por estos mundos, sus amigos lo miraban con
desprecio y su mujer lo dejó para siempre cuando un juez brutal les embargó el televisor. Sus
hijos no le perdonaban y fue botado a patadas de todos los trabajos y lugares por entorpecer

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siempre el cobro de alguna comisión.


Lobo solitario sin cuevas ni dolientes decidió ocupar las más insólitas labores, en
donde, por lo insignificante o la impalpable naturaleza del objeto de trabajo osara cogerse algo
sin castigo, pudiendo ejercitarse sanamente para el día en que decidiera derrotar a la moral.
Así fue recopilador de sueños, anotador de embustes, comprobador de dudas, analista de
consensos y hasta asistió a centenares de asambleas tratando de quitarle la palabra a orador de
turno. Pero fue inútil. La voracidad de los demás lo dejó sin sueños, sin embustes, sin dudas, sin
consenso y sin palabras.
Una tarde trágica, al dispararse un tiro y robarse los pocos años de existencia que le
quedaban, Amadeo al menos murió sin la vergüenza de haber sido siempre un hombre
honrado.

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HÁBITOS PERVERSOS

En algunos sitios es corriente entre las mujeres muy flojas el servirles las tres
comidas juntas al marido para no tener que cocinar y lavar platos todo el día. Si éstos se
quejan, también le ponen la del día siguiente.

-o0o-

Ciertos conductores cuando están frente a una luz verde, no avanzan ex profeso y se
aguantan hasta que se enciende la luz amarilla para desesperar a la larga cola de
automovilistas que le siguen. Hay gente que se pone tan furiosa cuando le hacen esta maldad,
que pasan aunque la luz está roja.

-o0o-

Se usa entre los chóferes de caminos y de autobuses muy grandes, la práctica de


matar ciclistas en las carreteras tocándoles la corneta a toda presión cuando pasan a su lado.
Por lo general los dejan tirados en la ruta completamente muertos del susto sin que hayan
pruebas del asesinato.

-o0o-

Los empleados del gobierno que atienden al público están unidos por un pacto
secreto mediante el cual cada vez que una persona se acerca a la taquilla de una larga cola,
lo envían a otra y otra y así sucesivamente hasta que lo regresan a la primera exactamente
cuando ya es la hora de cerrar.

-o0o-

La aparente conspiración de las estaciones de gasolina para decir que no hay aire
para los cauchos, tiene su origen en que por ser este aire mucho menos contaminado que el

96
Otrova Gomas La Miel del Alacrán

del exterior, los bomberos se lo guardan para chupárselo directamente de la manguera en


sesiones privadas de succión que tienen lugar en las madrugadas cuando no hay clientes.

-o0o-

Es una práctica común entre mujeres celosas cuando sospechan que el marido anda
mujereando, afilarle los dientes del cierre del pantalón, y poner una vela rogando que Dios
les haga el milagro.

97
Otrova Gomas La Miel del Alacrán

LA GRAN CACERÍA

A veces vas por ahí y te dices: hay tanta culpa en el mundo, y de pronto piensas que
hay tantos reproches y ves los sufrimientos que engendran, y te decides aprovechar que no
hay veda de culpas y te propones cazarlas. Armas tu vieja escopeta oxidada, la limpias y con
un montón de balas te dices: voy a ser el más grande cazador de culpas del bosque.
Y te vas por esa selva donde habitan tantos seres y crees oír algo, y te detienes y ves
una pareja que discute con fuerza echándose mutuamente la culpa y sin pensarlo dos veces
apuntas y ¡Bang! la matas y ya no hay culpable y ves de nuevo renacer el amor.
En un instante la selva se puebla de alaridos, sigues el ruido y allí los ves, es un
puñado de hombres que se insultan, se imputan la culpa los unos a los otros, ves los más
débiles asumiendo el pecado y tú le apuntas y le das en el centro mismo del pecho, y muere
la culpa y ves que los hombres incrédulos frente al cadáver sonríen y se abrazan felices.
Prosigues el camino y a la distancia divisas a una persona que llora muy sola en la
espesura del bosque. Ves el remordimiento de su culpa revoloteándole detrás de la espalda.
Es una culpa auténtica, muy grande, la apuntas, suena el disparo y la ves caer al mismo
tiempo que el hombre descansa y se inunda de dicha.
Sigues la marcha, te parece oír un ruido, o quizás es un error, pero apenas te mueves
vuelves a oír como un estruendo, sí, aquí hay algo muy grande te dices, de pronto las miras,
son millares de culpas, las ves de todos los tamaños, detrás de las ramas, las hay en todos los
colores, las viejas culpas de siempre, las maduras con ese reproche a millón, las recién
nacidas, centenares de ellas, los abortos de culpas, las infinitas, las muy voluntariosas y
descubres millones de huevos por todos los lados. Te das cuenta que has llegado a la fuente
de todas las culpas y sin pensarlo dos veces disparas y disparas. La selva se vuelve un
estruendo, las miras caer y tú cargas y recargas y sigues el fuego.
Están como locas, no pueden huir. Tú ves la masacre que has hecho, unas heridas se
retuercen y aúllan y tú sigues matando. Qué belleza verlas caer como mosca, se desangran y
te dices: siga la fiesta y el gatillo dispara y dispara. Abres fuego sobre ancianas jóvenes y haz
el placer de no ver una sola que se pueda escapar, ni las culpas muy grandes ni el más ligero
reproche.
Te sientes feliz que has acabado con millones de culpas, con la causa de tanta

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

desdicha, con tanta amargura. Te sientes un gran cazador y levantas tu arma frente a las
piezas inertes, pero de pronto, no sé, te sientes como un poco culpable de ver tanto
cadáver. A veces, te dices, hay tanta culpa en el mundo...

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

LEYENDAS DE AKORA

Falta el texto…

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

JUDITH

No voy a negar que mi relación con Judith fuera de las más violentas y salvajes; así
como tampoco el hecho de que la pasión que desperté en ella jamás la volverá a encontrar.
Entonces yo era mucho más bello y apuesto de lo que soy ahora. Medía casi dos
metros y tenía las espaldas anchas como un escaparate. Era lo que se llamaba un tipazo.
Sufría por los constantes piropos que me hacían las mujeres, sobre todo por las
desvergonzadas que cada vez que me les cruzaba me pellizcaban en las nalgas, se agarraban
de mi brazo o sin poderse contener me besaban en la boca.
No es que yo fuera casto. No, ni mucho menos. Es que por aquellos tiempos vivía de
la profesión más antigua del mundo. Me vendía. Sí, me vendía. Un tío mío que sabía de
negocios, viendo lo mucho que les gustaba a las mujeres, había organizado ese deshonesto
comercio con mi cuerpo y de eso prácticamente vivía toda mi familia.
Tarde tras tarde, noche tras noche yo alquilaba mi amor a las carentes de cariño, a
las abandonadas esposas de los marineros, y de los que no son marineros también, a las
jovencitas curiosas de verme tal como yo era, a las viejas retiradas o apartadas, a las
solteronas llorosas que me levantaban en la calle con la sonrisa buscando su sueño de
salvación.
Reconozco que a fines de esa época yo estaba bastante ocupado. Tenía relaciones de
amor con tantas mujeres en el día, que a veces por la noche ya no podía amar y ni siquiera
conciliar el sueño. Las había feas y bonitas, gordas enormes como para deleitar a Rubens,
flacas como espátulas sin pechos y sin nalgas, mujeres despellejadas por el sol y otras por el
paso inclemente de los años; en fin, tantas y tantas que no me daba abasto para repartirles
mi prestancia única, mis ojos dulces, mi cuerpo esbelto, mi voz profunda y reconfortante,
que les puso a su alcance por vez primera el paraíso que otros no podían.
No se debe pensar por ello que yo era un hombre desalmado. No, también amaba
como cualquier mortal. Entonces quería a Lisa, mi novia de toda la vida, la de los tobillos de
acero, como yo le decía por lo flacos; a María, mi mujer, el ser más bravo y grosero del
mundo, a quien los insultos y palizas que me daba cuando yo llegaba tarde la excitaban hasta
la locura, y a Petra, mi vieja amante, quien me dio tanto amor y ternura que todavía después
de veinte años le estoy devolviendo el capital y los intereses. Igual quería a Rosa y a su

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

hermana, a Graciela y a su tía, por ser las que recuerdo ahora. No vayan a pensar que yo
era un musulmán. No se deben confundir las cosas. Posiblemente un acucioso investigador
de árboles genealógicos podría encontrar cierta vinculación histórica entre mis antepasados
y mi glotonería femenina; pero de verdad que yo eso no lo hacía por fe ni religión. No, lo
mío, a pesar de que María gritara que yo era un sinvergüenza, y aparte del asunto del
negocio, era simplemente porque yo les gustaba a las mujeres. Ellas tenían necesidad de mi
afecto, y yo tenía el deber de dárselo. Eso era, por ello caí en las manos de Judith.
Debo dejar bien claro, aunque sea poco caballeroso de mi parte, que al principio yo
no sabía que ella era bizca. Una tarde espléndida, con el cielo encapotado que era el
preludio de uno de esos aguaceros que tanto me gustaban, ella salió como un fantasma de la
multitud. Se colocó a mi lado en la cola del autobús y se quedó parada casi frente a mí. Me
observó con sus ojos claros y sombríos y yo en el acto le sonreí. Incluso recuerdo que le
hice varias morisquetas, y aunque no me quitó los ojos de encima permaneció impávida.
Mejoré mi sonrisa y hasta le hice señales con la mano, pero nada, aunque me veía no me
respondía.
Confieso que sufro mucho de amor propio. Me resistía a creer que una mujer
mirándome así de frente no se sintiera arrebatada. Para colmo yo cargaba una chaqueta de
moda que me había prestado mi tío con la cual yo sabía que ninguna mujer se resistía.
Entonces ya molesto me le acerqué. La agarré por el cuello y la besé. Ella levantó la mano
para abofetearme pero se la besé en el aire. Algunas personas que estaban en la cola y nos
miraban alarmados trataron de entrometerse, entonces yo, sin soltarla a ella, también les caí
a besos dejándolos completamente confundidos. En el bululú besé indiscriminadamente a
todo lo que se me atravesara; muchas mujeres se cayeron desmayadas y algunos hombres, a
los que también les tocó su parte, tuvieron que retirarse limpiándose la cara desagradados
porque para entonces yo besaba húmedo.
Por su parte ella estaba anonadada. Me dijo que no me estaba mirando, que era bizca
y que sólo observaba si llegaba el autobús. Y aunque esto explicaba su extraña indiferencia a
mis miradas, hirió aún más mi amor propio y ya no me pude contener, esta vez le brinqué
encima y le caí a besos por el cuello, por los ojos, por la boca. Ella desesperada trató de
apartarme, pero entonces era peor, empecé a morderla. Primero le mordí las orejas, luego
los cabellos, los pechos y un codo. La gente que nos miraba, temerosa de que los mordiera a
ellos, se fueron del lugar ante la violencia de mi fuego.

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

A la media hora de tenerla entre mis brazos, en un momento en que le di


oportunidad para que respirara, noté que reaccionó. Miró hacia la calle de enfrente, es decir
me vio a los ojos, y se dio cuenta de que yo no era un tipo más. ¿Dónde iba ella a
encontrarse a otro igual? ¿Ah? Las mujeres no son tontas, la cosa no es tan fácil, y ya a esa
altura como no se podía contener, me pidió por favor que nos fuéramos al apartamento en
donde vivía con su abuela.
Allí fue mía, primero la abuela para que nos dejara en paz, y luego Judith, que
descubrió lo que era un toro enfurecido. Les juro que no es que yo sea pedante, pero
aquello fue de tal violencia que de un solo golpe perdió el color del pelo, adelgazó seis kilos,
le saqué como tres dientes, le rompí la lengua, los labios y un cachete, le partí las coyunturas
y casi le comí una pierna. Pobre, después tuve que llamar a la ambulancia y cuando se la
llevan me extendió su brazo roto y casi sin poder hablar me pidió que me fuera al hospital
para que la siguiera amando. Al cerrar las puertas de la ambulancia ella miraba hacia el cielo,
no sé si maravillada, por la vergüenza o porque era bizca.
Pude haberla vuelto a ver, o por lo menos ir a visitarla; pero no lo hice. Sabía que
antes de que llegara a su lecho de enferma muchas otras me arrebatarían. Primero serían las
enfermeras, luego las doctoras de guardia y después todo el personal femenino de la clínica.
Me resigné a perderla; ya estoy acostumbrado, ella sólo será un recuerdo más en la
agitada historia de mi vida.

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

MARCOLINA

(Abril 11)

Marcolina Orama rompió la solemne indiferencia con la que acostumbro obsequiar a


los extraños.
Vivíamos en el mismo edificio, pero después de tres años jamás la había saludado.
Casi todos los días la encontraba en el ascensor y apenas si cruzábamos la mirada durante
unos breves segundos. A pesar de que sabía que ella me veía con disimulo en rápidos
destellos, yo impertérrito me limitaba a hacerlo hacia el marcador de los pisos como
apresurando la llegada a mi destino. Cuando descendía intentaba buscar un gesto de
despedida, pero ante mi constante frialdad optó por renunciar al saludo. Nos sabíamos
distantes. Diferentes. Y yo me apoyaba con ventaja en la formal circunstancia de no haber
sido presentado.
El vivir en el mismo edificio, en lugar de ser una causa de acercamiento, en lo más
recóndito de mí ser lo consideraba una razón de peso para odiarla. Para mí ella era una más
de las que consumía el agua en las épocas constantes de escasez; otra de las que aumentaba
el gasto del condominio, y especialmente, porque la coincidencia de tener el mismo horario
la había transformado en un policía contra las aberraciones con la lengua con que me
acostumbro deleitar cuando estoy solo en los ascensores.
Pero una mañana, fijándome con disimulo en su rostro noté que tenía un extraño
color morado. Al principio no le dí importancia al asunto y pensé que se trataba de una
nueva moda de maquillaje; sin embargo, observándola después de varios días percibí que la
intensidad del color era cada vez mayor.
Intrigado por las razones de aquel cambio y sobre todo preocupado de que fuera
algo que se pega, me decidí a tocar el punto con la conserje; abominable gallega a la que
también detestaba, no sólo porque siempre quitaba el agua del edificio cuando yo me estaba
bañando y prohibía botar basura en los pasillos, sino porque se enfurecía e insultaba
groseramente a mis hijos cuando escupían el espejo del ascensor.
Como era de esperar, la mujer tenía toda la información del asunto. Marcolina
Orama, según me dijo la española con lujo de detalles, ingería fuertes dosis de veneno.

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

Mujer sensible, de naturaleza sumamente nerviosa y desconfiada, se sentía sola e


indefensa en el mundo y temerosa de que alguien quisiera envenenarla decidió inmunizarse
contra todas las ponzoñas existentes. Desde mucho tiempo atrás, como más tarde ella
misma me lo contó, sazonaba sus platos con pequeñas cantidades de todos los tóxicos
conocidos. Primero en dosis casi imperceptibles, luego, aumentando el proceso de defensa
subió la proporción hasta que ya totalmente inmunizada sólo se alimentaba de veneno.
Sabiéndola ya totalmente poseída por los deleites de la estricnina, el mercurio, el
fósforo, el cianuro, así como todos los tipos de tósigos, la mujer se volvió en un objeto
fascinante de mi atención. Rompiendo las estrictas normas de mi antipatía empecé a
saludarla y en razón a la naturaleza de su alimentación prácticamente me volví en una víctima
de la curiosidad por sus estados de conciencia, de sus sueños y el más profundo de sus
deseos clandestinos.
Fue entonces, y después de ser su amante, cuando descubrí el increíble mundo de
Marcolina. Temerosa de que la apuñalearan en una noche oscura, se había ido clavando día
tras día desde mucho tiempo atrás, unos cuchillos que habían transformado su cuerpo en la
resistente coraza de un fakir.
Poseída por el pánico de ser estrangulada, en silenciosa ceremonia de calistenia, cada
mañana se apretaba el cuello de una forma progresivamente más fuerte hasta volverlo una
masa de músculos impenetrable.
Cuando en nuestra intimidad la acaricié en detalle, pude presenciar en su cuerpo
desnudo las huellas que dejaron los balazos que se había disparado para hacerse resistente a
un posible ataque. Sus piernas entrenadas para partir un madero de ébano eran inmensos
nudos de fibras que habrían frustrado cualquier intento de violarla.
Marcolina Orama, con su piel morada, con sus ojos rojizos y dientes azules era una mujer
inmune a todo.
Esa noche me ofreció para que los besara los dedos garrapiñados por el exceso de
dosis de azufre y sin poderme contener los retiré de mi mano. Salí del apartamento y desde
entonces, aun cuando sé que está tomando un color verde antiguo, jamás la he vuelto a
mirar en la minúscula dimensión del ascensor.
Definitivamente he decidido mantenerme fiel al principio de no mezclarme con
extraños.

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

UNA CONVENCIÓN VIOLENTA

Ya para ese tiempo yo había dejado de frecuentar las amplias avenidas del trasnocho
y la parranda. Posiblemente supe de esta historia porque fue el comentario durante meses
de los vendedores de baratijas que pululan en las calles de Sabana Grande. Parece ser que el
escándalo fue de tal magnitud, que hasta las bases del hotel donde se alojaba mi amigo Pietro
Marcolino Maruchetti se sacudieron con el griterío, los muebles rotos y los aullidos
histéricos de aquella sesión organizada por tan increíble personaje de la sinvergüenzura
universal.
Fue algún tiempo después que supe los detalles. Estaba yo visitando su tumba,
colocando un ramo en prueba de que mi amistad no se afecta ni aún por la labor
consecuente de los gusanos, cuando vi frente a su cripta, justo cuando yo partía, a una mujer
esplendorosamente bella. Era muy joven; esbelta, de un garbo inusitado, la piel suave con ese
trigueño claro que incita a la antropofagia violenta y los ojos de un verde profundo con tal
brillo y vitalidad que se desbordaban hacia las otras tumbas.
Mientras sus labios carnosos y sensuales se cerraron para no saborear las lágrimas,
yo le pregunté con cierta timidez:
-¿Conocía Ud. a Pietro?
-¿Ah? –Me respondió volteándose hacia mí-, sí, Pietro era mi novio.
-¿Su novio? –le interrogué sin confesarle que hacía mucho que no sabía de él.
-Sí, íbamos a casarnos. Hasta que se le ocurrió hacer aquella extraña fiesta de
despedida. Le dije que era una locura, pero no hubo forma de convencerlo. Se enfurecía si le
llevaban la contraria pero igual se hubiera muerto de la rabia si todo aquello no era como él
decía.
Le propuse acompañarla hacia la salida y tomándola del brazo le señalé el camino. El
roce de la piel me hizo sentir el latido de su sangre, violenta como un caballo de raza el día
de la primera competencia. Así terminamos sentándonos en el romántico café del
cementerio rodeados de los frondosos sauces a través de los cuales, a lo lejos, se divisaban
la figura de las sombras negras de la gente en el atardecer cambia las flores a sus seres
queridos.
Ya más identificados, mientras degustábamos un refresco continuó sobre el asunto:

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

-El pobre quiso celebrar nuestro matrimonio haciendo una convención. Usted sabe
que Pietro era muy simpático, elegante y bien parecido, pero como todo cincuentón era
terco. Se empeñó en reunir a todas las mujeres con las que había tenido relaciones
amorosas en su vida. Imagínese, las convocó a todas a su hotel pero a ninguna les dijo el
verdadero motivo de aquella cita. Tenía las direcciones de las más antiguas e insistió que
aquello era para ver cómo estaban y despedirse de ellas.
Dos días después –siguió diciendo- empezaron a llegar mujeres de todos lados. Unas
viejas y arrugadas, otras gordas, madres de familia con el cutis y las manos golpeadas por la
vida. Había cincuentonas, de cuarenta y pico, divorciadas, algunas solteronas, ex compañeras
de colegio y hasta las contemporáneas de su infancia. Pero evidentemente que la mayoría ya
había perdido el brillo de la juventud y en ellas se reflejaba el duro comienzo de la
decadencia.
Al siguiente día –continuó la bella joven- estando aquella cantidad de mujeres
reunidas en el enorme auditorio del hotel, creyendo que se trataba del acto de entrega de
algo que les pertenecía, como rezaba la invitación que les había pasado, de pronto en la
tarima se apareció él.
-¿Y qué pasó? –interrumpí absorto.
-Bueno, hubo de todo, algunas estaban sorprendidas, otras se alegraron, unas medio
ciegas ni lo reconocieron, las que más hicieron un gesto de repudio; entonces, él les dio la
bienvenida. Les dijo el verdadero motivo de aquel encuentro y declaró inaugurada la I
Convención de Escamantes de Pietro Marcolino Maruchetti, y luego les leyó el programa.
Tome, usted puede verlo –y me mostró la tarjeta que decía:
“I Convención Nacional de Ex Amantes de Pietro Marcolino Maruchetti, Caracas,
1980.
Acto inaugural: palabras de Pietro Marcolino Maruchetti. Temario: Lectura y
devolución de cartas de amor. Premio a la más cursis. Reparto de botones de jubilación.
Descripción de los defectos de cada una. Razones de Ruptura. Votos de censura. Rifa de
besos”.
El acto –prosiguió diciendo la muchacha- terminaba con un foro de las participantes
sobre las cualidades de su persona y mi presentación al grupo como su futura esposa.
-Allí estalló todo –me explicó abriendo sus increíbles ojos verdes-. Ya cuando inició
la lectura de las primeras cartas, las mujeres empezaron a cruzarse las miradas y se

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

escucharon insultos y rugidos de protesta. Pero al salir yo en bikini como él lo había


programado, saltaron todas enfurecidas. Lo rompieron todo; primero lo insultaron y
después le cayeron encima. Fue terrible ver aquel ancianato desbocado golpeando al pobre
Pietro que pedía auxilio y trataba de escapar de las garras que en otro tiempo lo habían
acariciado. Cuando llegó la policía era muy tarde, prácticamente se lo habían comido vivo
dejando apenas algunos huesos y pedazos de la ropa. Tenían las bocas y las uñas
ensangrentadas. Yo nunca vi algo igual. Era como si hubiese estado casado con todas y al
mismo tiempo le hubieran descubierto a una amante.
Aquella impresionante descripción no me sorprendió. Conocía bien a Pietro y
muchas veces le había oído hablar de sus planes para convocar esa bendita convención.
A pesar de que siempre le advertí de los peligros de reunir tantos años del pasado,
evidentemente que él no lo supo comprender. Tal vez, para su bien, nos quede el consuelo
de decir que murió en los brazos del amor.

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

DIVORCIO ANTES DE TIEMPO

EL CURA: -Ermenegilda Pérez, ¿acepta usted por esposo a Guillermo Paz?


LA NOVIA: -Sí, acepto.
EL CURA: -Guillermo Paz, ¿acepta usted por esposa a Ermenegilda Pérez?
EL NOVIO: -Depende.
EL CURA: -¿Cómo que depende?
EL NOVIO: -Claro que depende, si me promete que no me va a estar amargando la vida,
acepto.
LA NOVIA: -¡Pero Guillermo, como dices eso!
EL NOVIO: -No, no, yo sé como son las mujeres, ahorita lo prometes todo, pero después
se te olvida y empiezas a volverme la vida un infierno.
LA NOVIA: -Pero mi vida, si yo te adoro...
EL NOVIO: -Bueno, entonces yo creo que lo mejor es que dejemos las cosas claras de una
vez, si me prometes que no me vas a venir a fregar, me caso, si no, mejor lo dejamos así.
EL CURA: -Mire joven, ¿Usted se va a casar o no? La Santa Iglesia no prevée esas
situaciones.
EL NOVIO: -Bueno, señor cura, entonces cásese usted, yo no tengo por qué calarme lo que
sea así porque sí. Yo me caso bajo condición, no tengo ninguna necesidad de echarme una
broma.
LA NOVIA: -Pero Guillermo, mi amor, ¿qué estás diciendo?
EL NOVIO: -Lo que oíste, chica.
EL CURA: -Joven, ¿usted está loco?, el matrimonio es un sacramento que no puede estar
sujeto a condiciones.
EL NOVIO: -Bueno, entonces no me caso.
LOS FAMILIARES: (A coro) -¡Pero Guillermo!
LA NOVIA: (Rompiendo en llanto) –Tú no me quieres, yo lo sabía...
EL NOVIO: -Deja la lloradera, porque yo sólo estoy pidiendo seguridad.
EL PADRE DE LA NOVIA: -¡Mire joven, usted no le puede hacer esto a mi hija!
EL NOVIO: -¡Ah! o sea, ¿qué yo me la tengo que calar salga lo que salga?
LA NOVIA: -Está bien, está bien Guillermo, pide lo que quieras...

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

EL NOVIO: -Okey, primero me vas a dejar llegar de noche cuando me provoque, no me vas
a pedir más dinero del que te doy, nada de exigencias de salidas, comida caliente a toda
hora, en caso de divorcio la que se va del apartamento eres tú, los muchachos repartidos
equitativamente y nada de pensiones. ¿Está claro? Por otra parte, quiero dejar constancia
aquí de que si en el curso de un año encuentro defectos ocultos, vicios y cosas que me
molesten, automáticamente me considero divorciado.
LA NOVIA: -Está bien, acepto.
EL CURA: -Bueno joven, entonces, ¿acepta usted por esposa a Hermenegilda Pérez?
EL NOVIO: (Poniéndose a meditar) –No, pensándolo bien no, yo no creo que ella está
aceptando de verdad mis condiciones. Las mujeres son muy hipócritas, ahora me dice que sí
para que yo acepte, pero después me lo va a cobrar...
LA NOVIA: -¡Pero Guillermo, qué dices...!
EL NOVIO: -Nada, nada, que yo no me voy a venir a casar con una hipócrita, chica, ¿o es
que tú crees que me vas a venir a engañar?
EL CURA: -Pero joven, venga acá, si ella le ha dicho que acepta sus condiciones.
EL NOVIO: -No padre, que va, yo sé que esta mujer ahora lo que quiere es casarse conmigo
para después vengarse... definitivamente no me caso.
LA NOVIA: (Cayéndole a golpes al novio) -¡Desgraciado, perro, te voy a enseñar!
EL NOVIO: (Protegiéndose) –Se fijan... yo se los dije... yo se los dije... y eso que no estamos
casados... de la que me salvé (Y se escapa corriendo con todo el gentío atrás).

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

JUAN Y LUDOVINA

Puedo decir con certeza, que sin proponérselo la afabilidad de Ludovina penetró en
la frágil estructura de la niñez de Juan rompiendo dulcemente el equilibrio que existía entre
el corazón y su incipiente raciocinio.
Surta en la desembocadura de sus sueños infantiles le hizo sentir las primeras fuerzas
de la pasión juvenil, a pesar de la casi imposible condición de aquel amor. Los muchachos del
pueblo se reían de la fruición, que no obstante malograrse en desdichas acumuló la riqueza
del más puro y mejor de sus deseos. Inspirado en los inmensos ojos tristes y los senos bien
formados de Ludovina, él le dio todo su cariño y fue un balandro a la deriva en el camino
trazado por sus huellas.
Por ella el muchacho hipotecó sus endebles piernas al látigo inclemente de su padre,
que apenas supo la noticia de aquel romance platónico que había empolvado los cuadernos
escolares de su hijo le prohibió terminantemente que la volviera a ver.
Estoy seguro que fue una fuerza atávica la que los unificó en la oscura noche de su
desventura, porque sólo las fuerzas interiores que heredamos pueden hacer resistir a los
hombres la barrera con que las circunstancias encarcelan su destino.
Juan la conoció una tarde mágica en que siendo niño correteaba por los pastos
verdes junto al río. La vio allí, desnuda, con la altivez y ese garbo de su raza. Con aquel
cuerpo fuerte. Las piernas largas y su boca siempre hambrienta de las pequeñas pajas que
inocentemente ella arrancaba de la frescura de la tierra.
Fue amor de primer contacto. Sin tapujos. Pensando que ya era hombre venció la
timidez que le impidió acercarse a otras y a ella sí se atrevió a tocarla. Viendo toda aquella
piel tan suave, tan femenina, la acarició con la inocencia y el cariño de los años mozos y
puedo asegurar que le dio su afecto con la ternura inaudita del primer amante.
Ludovina lo miró con sus ojos lánguidos y no dijo nada. Permitió que él le pasara el
brazo sobre el hombro y pestañeó en suave gesto de confianza que derrumbó sus débiles
defensas de guerrillero de amor armado sólo de esperanzas.
Juan la besó en la espalda restregándose en aquella piel tan dúctil y ella relamió su
beso. Él fue devoción a su dulzura, y ella le devolvió el encanto. Después juntos se alejaron
sin un estigma de pecado recorriendo toda la pradera que nunca fue tan ancha.

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

Aquella noche al regresar Juan a su casa todos lo buscaban. Igual pasó con ella, y el
bullir de los reproches de todo el mundo sonaba como el son maligno que acompaña al
descarriado. Ahora, a no sé cuántos años de tanto amor recuerdo que él no escuchó ni una
palabra de la turba, porque a pesar de ellos cada día al salir de la escuela la siguió
encontrando. Se veían siempre en el mismo paraje frente al río y caminando se deleitaban
con el simple culto de estar muy cerca. Al atardecer se separaban en la pequeña vereda en
donde todos los días a ella la esperaban para llevársela a su humilde casa, mientras él desde
los pastizales maldecía su condición de infante a quien se vedaba disfrutarla.
Hasta que una tarde al salir corriendo del colegio supo la trágica noticia: Ludovina
había muerto. Los dueños de la finca la habían enviado al matadero junto con otras vacas y
terneras. Y Juan se quedó allí, solo, consumido en la tristeza del amor y su amistad por
aquella encantadora vaca.

112
Otrova Gomas La Miel del Alacrán

AL SIGUIENTE DÍA

El hombre miró a la esposa con ese desprecio machista de los machos bien machos,
y sirviéndose de mala gana un pedazo de carne y un poco de arroz, le dijo en la cara a la
mujer:
-¿Otra vez esta basura? ¡Todos los días lo mismo! ¿Es que tú no sabes cocinar otra
porquería?
...al siguiente día, cuando levantó la tapa de la olla para servirse, se quedó paralizado
al ver cómo una enorme bosta de vaca sancochada flotaba con su ofensivo olor inundando
toda la cocina.

-o0o-

Ana tomó la cartera violentamente de la silla como era su costumbre, y desde la


puerta le gritó con fuerza antes de tirarla:
-¡No me volverás a ver! ¡Te juro, Antonio, por lo más sagrado que no me volverás a
ver!
...al siguiente día, ya más calmada, tocó la puerta de la casa pero nadie respondió. Fue
el conserje del edificio quien la enteró:
-Sí, señorita, cuando lo llevamos al puesto de emergencia él nos dijo que se sacó los
ojos para que usted al fin pudiera cumplir con su promesa.

-o0o-

Afuera el viento cálido de los primeros días del mes de mayo soplaba envolviéndolo
todo con especial cuidado. Adentro, la ternura tenía la forma de un hombre y una mujer que
desnudos en la cama platicaban:
-¿Me quieres? –preguntó ella acariciándole los cabellos.
-Sí, mi vida.
-Mentiroso.
-Te lo juro.

113
Otrova Gomas La Miel del Alacrán

-Eso se lo dices a todas.


-No, de verdad que te quiero, mi amor.
-¿Hasta cuándo? –inquirió ella jugueteando con los dedos que se paseaban con cariño
entre sus piernas.
-Para siempre, mi vida, te juro que te querré hasta que la muerte nos separe.
...al día siguiente, mientras él se lavaba la cara trasnochada, ella sacó una pistola de la
cartera y la descargó sobre su amante. Así se aseguraba bien de que la promesa que le había
hecho no sería otro juramento en vano.

114
Otrova Gomas La Miel del Alacrán

MEL, JOSEFINA Y CARLOS

Era una agradable cena. Josefina había preparado lo mejor de su cocina y entre los
platos repletos de jugosas salsas y las copas con el mejor espíritu de Italia, el tono jocoso de
Mel, el marido, y el de Carlos, el viejo amigo, inundaban el aire con el aroma sabroso de la
buena amistad cuando está bien compenetrada.
Esa noche, mientras las palabras hiladas por un invisible telaraña rebotaban de una
boca a otra, el largo mantel de manila ocultó cuando el pie de Josefina descalzándose,
sigilosamente buscó el de Carlos mientras todos se reían.
Primero fue un roce reiterado, lleno de un voltaje intenso que puso a latir con toda
fuerza el pecho de la desvergonzada y del sorprendido amigo. Sus miradas se cruzaron en un
gesto de temor disimulado para calcular el riesgo, y luego el pie de Carlos también se
desvistió del cuero, enfrentándose como todo un hombre a los cinco dedos del pie de
Josefina.
Ella lo apretó con fuerza mientras la copa del marido brindaba efusivamente por algo
que nadie oía, y el fraterno Carlos se lo retribuyó con un amoroso gesto que les entrelazó
por el tobillo.
Debajo de la mesa se inició el combate. Carlos sintió que ella le agarró el dedo
gordo y la haló hacia ella arrancándole la media. Una vez que lo hubo desvestido lo pellizcó
con fuerza y torciéndole el empeine poco a poco le obligó a abrazarle hasta la misma
pantorrilla. Él sintió cómo le dolió la carne, pero no pudo zafarse de aquella pasión pedestre
que lo succionaba todo. Mientras Mel hablaba de sus futuros planes ellos dos reían
disimulando la aventura subterránea.
Fue en el momento en que Carlos se servía un poco de ensalada cuando Josefina de un tirón
le hizo perder el equilibrio de la silla. El marido comía como un desesperado entre risa y risa
y no se percató cuando la fruición de los pies de ella arrastró a su amigo hacia el fondo de la
mesa.
Carlos cayó sentado detrás del mantel entre las cuatro patas de la tabla y las dos
piernas de su apasionada amante. No tuvo tiempo de pararse. Al instante, Josefina se dejó
caer y cuando ya se encontraba abajo frente al hombre empezó a quitarse el traje.
Mel arriba hablaba sin parar y sin dejar de mirar el plato. Sólo sus discretas botas

115
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presenciaron en silencio cuando también Carlos desvistiéndose con pasión abrazó a la impía.
-Te quiero –dijo ella.
-Te adoro –respondió el amigo.
-Hace mucho que te miro en silencio.
-Yo lo supe cuando sentí tus dedos.
-Oh, Carlos, qué feliz me siento.
-Pero tu marido puede darse cuenta.
-No, mi vida, cuando él come jamás mira debajo de la mesa.
-Entonces aquí haremos nuestro nido –dijo Carlos.
Lo decoraremos todo –contestó ella- traeré una linda cama y tú lo adornarás con
flores.
Y otra vez se abrazaron con vehemencia haciendo tambalear las sillas.
Afuera Mel ya estaba disfrutando el postre, y bebiendo vino distraído, se olvidó de su
mujer y del viejo camarada pensando en el placer de tener una buena esposa y poder contar
con un verdadero amigo.
Pasaron los meses. Carlos y Josefina, cada día a las siete de la noche, a la hora de la
comida se encontraban debajo de la mesa que poco a poco se volvió un lugar risueño, lleno
de cojines que trajo Josefina, bebidas que llevó Carlos y las cortinas que se confundían con
los suaves pliegues del mantel de encajes y siempre con el toque delicado de una flor que
distraían de los jarrones de la casa
Al cabo de los años Carlos y Josefina decidieron no volver arriba y se quedaron a
vivir juntos debajo de la mesa. Allí se instalaron para siempre bajo la vigilancia protectora de
los botas de Mel, que por disimulo o alegría arriba solo siempre se reía.

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AMOR GASTRONÓMICO

Te conocí una tarde realmente deliciosa. El sol en el horizonte parecía un huevo frito y
las nubes blancas se extendían por doquier como suave puré de papas. El verdor del parque,
cual ensalada de ricos ingredientes se confundía con los apetitosos árboles frutales, y tú estabas
allí, con todo ese contorno volviéndose un espléndido abreboca.
En esa época eras un verdadero mango. Te confieso que me abriste el apetito con tus
ojos negros de aceitunas griegas, tu pelo color de trigo y los labios rojos como fresas que
disimulaban tus dientes color de crema. Desde ese primer momento me gustaste: La piel suave
de durazno, tus entrecots y esa punta de trasero que me volvió loco. Te aseguro que estabas
como para comerte, y viéndote allí sola, aunque se me puso la carne de gallina y me lancé
diciendo para mí: tú estás como paella.
En esos tiempos eras una mujer con mucha sal y pimienta, y diría yo que tenías ese
sabor que distingue tanto a un buen plato de un simple bocadillo. Por esto te llamé con timidez
como si fueras un mesonero bravo, con la suerte que tu sonrisa de arroz con leche anotó de
inmediato mi pedido. Me serviste rápido tu mano, y yo te agarré los dorados dedos que
parecían diez tequeños en combinación con los míos largos de salchicha. Tú te sonrojaste
como un tomate y yo me volví una mantequilla.
Esa noche cenamos juntos. Recuerdo que yo de entrada pedí costillitas vuelta y vuelta y
tú me comiste con los ojos. Fue el inicio de un festín de exquisiteces y después de jamonearnos
hambrienta me mordiste como loca mientras yo te saboreé como chupeta. De postre tuvimos
el azúcar de tus besos.
Pero pasó el tiempo. Después de aquellas comilonas y banquetes los dos perdimos el
apetito. Tú te pusiste fría como un helado en la nevera. Recuerdo que te agriabas a cada
instante y siempre estabas como una vinagreta. Yo que siempre he sido glotón traté de
aderezarte, pero eso no te importó un comino. Quise endulzarte con la miel de mi cariño pero
ya tú estabas harta, sólo querías dieta. Sé que te había empalagado y te caía mal. Te pusiste
mandarina y hasta ajos me dijiste. Yo también te echaba tus vainitas poniéndote a llorar como
si fuera una cebolla, y fue allí cuando vi que ya no eras más mi sopa. Tendría que abandonar la
mesa porque tú eras bocado para otro y yo un plato insípido y sin salsa. ¿Recuerdas?, éramos
como el aceite y el vinagre, ninguno de los dos le veía el queso a la tostada. Fueron tantos los

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

problemas, que tú me dejaste como un hueso y yo a ti te dejé como un fideo.


Por ello me fui sin comer aquella noche soñando con otra coteleta. Cogí el camino
iluminado por la luna llena como un queso, y me alejé para siempre pensando en la acidez que
me dio el haberte conocido.

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LA CARCAJADA

La ciudad se había vuelto seria. Posiblemente debido a la lenta e imperceptible


sedimentación de la amargura y la desesperanza, la otrora afable metrópoli se alzó hacia
arriba transformándose en el más importante centro de seriedad del planeta. Las caras
compungidas de sus habitantes disgustados por el aire contaminado, la falta de agua, el alza
de los precios, el tráfico imposible y la carencia del más mínimo espacio para la dicha y el
amor se reflejaron al unísono en los espejos del alma semejando las paredes de un macabro
museo de arrugas y pesadumbres.
Primero fue la solemne seriedad de los líderes políticos, que con el uso de tan
alevosa arma de sometimiento dominaron a la población indefensa por la majestuosidad de
los alardes y ofrecimientos.
Se puso de moda el tono grave al hablar de cualquier problema. Se aparentaba que
esta vez sería algo más que un simple paseo por los centros del asunto.
Luego vino la implementación de la norma: no reírse de nada. Era indispensable para
la subsistencia de aquel inmenso pulpo de mentiras que un pincel de mago impresionista
disimulara la increíble burla a la creencia popular. La más leve sonrisa sería castigada y los
culpables encerrados en las prisiones donde imperaban estrictos grados de circunspección.
De los que entraron en ella jamás se supo nada, pero la gente, ante el implacable
rigor de la justicia prefirió olvidarlos. Nadie quería verse involucrado en un chiste o en la
más ligera chanza.
Los tonos severos y sensatos condenaron toda sátira y fueron perseguidos los
agentes del humor infiltrados en la cosa pública.
Ahora estoy convencido de que las calamidades colectivas fueron el abono natural
para la aceptación del pueblo a las nuevas reglas, porque de qué otra manera se puede
explicar que la gente con los músculos risorios paralizados se lo creyera todo
Recuerdo que a los pocos años de implantación del régimen los niños empezaron a
nacer adultos. El tono académico de sus juegos entre la miseria y la basura, la ausencia de
risas y la importancia trascendental que les inculcaron para sus empresas infantiles les hizo
crecer bigotes y, muy pronto, el crédito a la oferta generosa y a la acción futura e intangible
pasó a ser la regla social de educación y convivencia.

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

El aparato de poder, represivo como todos los poderes, había desarticulado la


esperanza y con el palabreo solemne se hipnotizó a la plebe.
Hasta que una noche, en un mensaje a la nación, el Presidente de la República no
aguantó más; y mientras ofrecía resolver de inmediato el problema de la vivienda, estalló en
una inmensa carcajada que se extendió por todas las fronteras desde aquel centro
majestuoso de la Patria.
Quiso rectificar. Se puso severo. Dijo que lo perdonaran, que era en serio, pero fue
muy tarde. La burla contagiosa prendió en todos los sectores como si fuera un virus y la
gente empezó a reírse de todas las palabras y promesas que le habían hecho, porque con
aquella sincera carcajada se había descubierto que todo, todo, no era más que una inmensa e
inconcebible broma para ingenuos.

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ARGUMENTO PARA TELENOVELA

Perucho Capodimonti, alto funcionario de una empresa del estado, es acusado de


malversación de los dineros públicos por invertir los excedentes de ingresos petroleros en una
cadena de carritos de raspado en Alaska.
El importante funcionario se defiende en el Congreso de los ataques por la
negociación, acusando a su vez a todos los diputados de ignorancia bajo el alegato de que la
tierra está entrando en un proceso de recalentamiento que hará reproductiva la inversión en
un futuro no muy lejano. Los diputados, dudosos ante la fuerza de sus argumentos, nombran
una comisión para que vaya por quince días a Alaska con todos los gastos pagos a objeto de
revisar la calidad de nuestros raspados y examinar cuidadosamente los depósitos de hielo que
tenemos en el lugar.
Capodimonti ofendido se retira del Parlamento alzando el puño en defensa de su
honestidad, y se va a refugiar a su hogar en donde lo espera su esposa, quien está locamente
enamorada del chofer, aun cuando la pasión de Perucho es la cocinera que a la vez está loca
por su hijo Simón, amante del servicio de adentro a pesar de la incomprensión de los vecinos,
mentes mojigatas que por envidia condenan la felicidad de la familia Capodimonti y los tildan de
asquerosos.
Al llegar al dulce hogar, Perucho se prepara para la orgía familiar, cuando su hijo
Leocadio, el concejal, responsable en la venta de todas las áreas verdes del Distrito a un
arquitecto para instalar comercios ilegales, acusa al padre de haberle fumado toda la marihuana
que tenía sembrada en el jardín. Perucho, harto de sufrir dos acusaciones en el mismo día
insulta al hijo y le ordena salir de la casa, pero la esposa del jefe de la familia se opone y
amenaza a Perucho con denunciarlo por el cobro de comisiones en la compra de siete canoas
a los mariquitares las cuales avaluó en cinco millones cada una sin contar los remos.
Perucho Capodimonti sonríe sarcásticamente ante la amenaza de su esposa porque
sabe que mal puede denunciarlo cuando ella está involucrada hasta el cuello en el aumento al
doble y de un solo golpe de las pólizas de seguro de automóviles.
Para tranquilizar los ánimos del grupo familiar, Cora, la muchacha del chofer amante de
Leocadio, los insta a fumarse un pito de alpiste molido con dulce de hicacos secos, poderoso
alucinógeno que los pone en órbita rápidamente.

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Mientras Cora lo besa con pasión, Leocadio poco convencido de la nota de alpiste
exige la devolución de su marihuana amenazando al padre con revelar a la prensa el monto de
la deuda pública.
Esta amenaza le corta la trona a Perucho quien soltando a la cocinera le entra a patadas
al muchacho hasta acorralarlo contra un closet, en donde Simón, el menor de la prole, oculta
las billeteras y los relojes robados en asaltos de restaurantes. Al desparramarse el botín, todos
se abalanzan sobre las piezas y en el desorden de la rebatiña le arrancan los senos postizos a
Marilú, la hermana de Leocadio y Simón, quien está empatada con el perro de la casa, y los
cuales estaban llenos de cocaína. Entusiasmados, todos ríen al ver el polvo blanco y empiezan a
darse pases como locos olvidándose de las diferencias sociales; pero para vergüenza de Marilú
a las primeras de cambio descubren que el perico está adulterado con un noventa por ciento
de harina pan y enfurecidos le caen encima revolcándose en una indescifrable batalla de rabia y
sexo mientras el perro confundido se pone a ladrar por su amada.
A la mañana siguiente, con los ánimos más calmados, los miembros de la familia y la
servidumbre olvidan las rencillas y después de perdonarse se va cada uno a su trabajo como si
no hubiera pasado nada.

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CONGRESO NACIONAL DE INEPTOS E INCAPACES

Un fracaso total resultó el I Congreso Nacional de Ineptos e Incapaces que se llevó a


cabo en un hotel capitalino.
El importante evento que congregó a lo más selecto de la ineptitud e incapacidad nacional,
concluyó en un absoluto desorden y una ausencia total de conclusiones a consecuencia de la
falta de coordinación de los promotores, el error de impresión en la fecha de las
invitaciones y en el retraso en el envío de estas por un olvido del encargado, y lógico, así
como el retardo en el coreo.
No obstante la torpe labor del Presidente del Congreso y los miembros del presidium que
iniciaron los actos en lugares y a horas diferentes de lo programado, los participantes
deseosos de intercambiar experiencias sobre la inhabilidad que manifiestan en el ejercicio
de las funciones a su cargo, lograron deliberar tratando mas o menos algunos de los puntos
del orden del día aunque no llegaron a nada concreto por la caótica labor de los
moderadores.
El evento estuvo presidido por el Director del SETRA, quien no solo ha podido lograr que
se entreguen los documentos de propiedad de los vehículos a los tres años de haberse
comprado., igualmente estuvo en el presidio el encargado de mantenimiento del túnel de la
autopista Valle Coche y el jefe de alcantarillados de la ciudad de Caracas.
El panel de planificación de las principales ciudades y la ordenación del tráfico capitalino fue
uno de los más caóticos, ya que los representantes de todos los partidos políticos que han
manejado al país durante los últimos cincuenta años se les olvidó llevar el material de apoyo
y como siempre terminaron improvisando.
Las personas encargadas de solucionar el problema de la vivienda durante los cuatro
últimos gobiernos llegaron retrasados y el desorden y la falta de seriedad de sus
exposiciones confundió a los periodistas, quienes trataron de llamarlos al orden, porque los
profesionales se dedicaron a jugar dominó olvidándose de del motivo de su presencia en el
Congreso.
Observadores del actual gobierno entraron por curiosidad en el foro sobre “Sistemas de
abandono de edificios en casos de incendio”, pero se salieron porque el asunto no les
interesaba, al igual que a los expositores.

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

Otra torta completa se produjo en el panel sobre recolección de basura, donde le genio
que creo el relleno sanitario frente a la ciudad trataba de explicar un método que ha
inventado para que el viento no sople, cuando se produjo una vacua discusión entre los
últimos cinco directores de la compañía que suministra el agua sobre el origen de las
nubes, mientras los ex presidentes de la Petroquímica por su parte se pusieron a echarle la
culpa del fracaso de la sección de fertilizantes al jefe de la reforma agraria del pasado
gobierno por no aumentar la demanda de sus productos. Por suerte se fue la luz y se
echaron a perder los equipos de sonido, impidiendo que se aumentara el tono de los
insultos.
Los representantes del gremio de los mecánicos y el de los fabricantes de partes nacionales
se equivocaron de sala y se metieron por error en la reunión de fabricantes de de equipos
sanitarios, donde no se llegó a ninguna conclusión porque los fabricantes de papel toilet se
pusieron a insultar a los productores de papel para periódico acusándoles de llevarlos a la
ruina. Igualmente violenta estuvo la reunión de los encargados de la división de cedulación y
pasaportes que se acusaban entre si de no saber identificar el problema, afortunadamente a
cada rato se quemaban los bombillos y se producía un reposo en la sala, lo cual los
fabricantes de estos artefactos aprovecharon para darse el mérito de tranquilizar un poco a
la gente por la mala calidad de sus productos.
Al final del congreso hubo un cóctel con pasa palos que estaban en mal estado por falta de
control sanitario y la mayoría de los intoxicados murieron al ser trasladados a los hospitales
de primeros auxilios, gracias a la ineficiencia y desdén del personal de guardia y la mala
calidad de las medicinas.

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UNA SALIDA HONORABLE

La pesada atmósfera se hizo tensa cuando Milojo Nakasagua, el Ingeniero Municipal


del Distrito Sucre de Osaka, se sentó sobre las piernas abriéndose la parte superior del
kimono.
En su mano refulgía el brillo de un filoso cuchillo, y tras de su minúscula figura,
esperando en larga fila, estaban el Director de Obras Públicas, el del Aseo Urbano y los
demás funcionarios municipales seguidos por los Concejales del Distrito Sucre de la
populosa ciudad japonesa.
El alto empleado cerrando los ojos alzó la daga y en voz alta se dirigió a la
muchedumbre que observaba con entusiasmo el espectáculo:
-Ajino moto caguasaki. Osaka maturo joro kamuna. Poro poro yamaja ¡Segakuren
Hiroito!2
Y bajando el sable le hizo penetrar de un golpe en la profundidad de su inepta
barriga.
-¡Akai, akai!3 –rugió la muchedumbre cuando la daga subió hacia el pecho del
pequeño e incompetente sujeto.
Los ojos se le abrieron sorprendidos y mientras le mostraba a los electores el color
de sus recién aireadas vísceras, cayó hacia atrás batiendo con fuerza la cabeza contra el piso
para fracturarse el cráneo por si quedaba con vida. Suprema manifestación de buena
voluntad en la tradición samurai.
Luego vino el Director de Obras Municipales, repitió la escena al lado del caído, y
levantó el arma gritando:
-Maru marú naki. Hurra Kagamoni naska Osaka. ¡Neporum kaspa! ¡Hurra jura!
¡AOAAAaaa!4
Y se clavó el arma.
La plebe enardecida viéndole caer con la misma violencia de su antecesor se levantó

2
Pido excusas al pueblo y a la patria por mi fracaso. Seis meses después de haber sido electo las calles y los
servicios públicos de Osaka siguen iguales. He fracasado. ¡Viva el Emperador!
3
¡Viva! ¡Viva!
4
He puesto la torta. En un año todo sigue igual. Ofrezco mis entrañas al Emperador. ¡Viva Osaka! ¡Mueran los
incapaces! ¡OOaaa!

125
Otrova Gomas La Miel del Alacrán

entusiasmada de los asientos mientras gritaba como loca:


-¡Akai, akai, Jamorú Komsejales!5
La larga fila de empleados y ediles siguieron uno tras otro inmolándose en honor al
Emperador. En todos se veía el rostro avergonzado por el fracaso ante la gestión que le
había encomendado la confianza popular, pero a últimas horas de la tarde el Distrito Sucre
de Osaka estaba completamente depurado, y el público se fue retirando de la plaza
entusiasmado comentando lo agradable que había estado el espectáculo.
Muy lejos, en otro país, en la sede del Concejo Municipal de otro Distrito Sucre, el
Presidente del organismo mirando por un rendija de la puerta de su despacho, miró sudando
frío cómo un señor solicitaba hablar con él. En una mano traía unas fotos con los huecos de
las calles del lugar y una lista con los negocios y construcciones ilegales que habían sido
permitidas, y en la otra se veían claramente varios kimonos y unos chuzos oxidados. El
funcionario asustado cerró la puerta con llave y recostándose de la puerta cayó al suelo
víctima de una inexplicable tembladera.

5
¡Viva, viva! Mueran los Concejales.

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LA GRAN COSECHA

Falta el texto…

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

CUENTO DE HORROR

El otro día, al cumplir diecisiete años de vencida mi licencia de manejar tomé la


decisión definitiva de ir a renovarla.
Debo confesar que hice cinco intentos anteriores. En el verano de 1980; en enero de
1995 en cumplimiento de mis promesas de Año Nuevo; antes del Día de los Inocentes de
2000; en Semana Santa de 2002 para pagar una penitencia y el año antes de la adquisición de
las fragatas, pero todas las veces fui brutalmente rechazado en el intento. La lista de
impedimentos para ratificarme que yo sabía manejar, tal como me lo habían reconocido años
atrás, daría material para dos libros y un tomo de apéndices.
Pero esta vez me armé de valor y me dispuse a cumplir con la Ley. Días antes me
hice un programa serio y bien elaborado para vencer la burocracia a como diera lugar.
Asesorado por tres abogados, dos siquiatras, un jefe de relaciones públicas, un coronel y un
representante del clero y de todos los partidos políticos, me tracé una estrategia y 18
tácticas ambivalentes.
El 15 de mayo, día señalado para el ataque, me trasladé a la Oficina de Tránsito a las
cuatro de la mañana. Me llevé ocho amigos a fin de que cada uno me cubriera una taquilla
que no era la que yo estaba haciendo cola sino la otra. Llevaba conmigo la partida de
nacimiento, la de matrimonio de mis padres, el certificado de defunción de mi abuela, el
certificado de salud y un médico para que lo renovara cada media hora, el de vacuna contra
todas las plagas de Egipto y las de Israel, el de vacunación contra el cáncer, una fianza
bancaria garantizando que no me daría un infarto manejando y certificado de vacuna contra
130 enfermedades aún desconocidas por la ciencia médica.
Igualmente llevé el comprobante de haber pagado el INOS, la luz, el último recibo
del alquiler, la solvencia del Impuesto sobre la Renta, 60 cartas de recomendación de varios
pesados y de miembros de la oposición, 300 papeles sellados, estampillas, mil fotografías
mías de frente, de perfil, acostado, en ángulos y de espaldas en todas las medidas. Me
aprendí la letra completa del himno nacional y repasé todos mis conocimientos de historia
de Venezuela y de Colombia, por si acaso.
Previendo inconvenientes mayores me llevé dos máquinas de escribir, lápices,
bolígrafos de todos los colores, almohadillas y una maquinita para hacer sellos por si se les

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

había extraviado, papel blanco, papel carbón y papel de aluminio por si alguna se
encaprichaba, así mismo una pequeña planta eléctrica y siete bombillos por si se iba la luz.
En defensa contra una arremetida muy fuerte me llevé sillas, cojines, comida para dos
días, café, refrescos, agua y un equipo de primeros auxilios. Previéndolo todo llevaba flores y
bombones para las secretarias, y billetes de todas las cantidades para repartir; incluí planillas
de todo tipo, incluso una que yo mismo inventé en donde daba información sexual y
religiosa de mis antepasados. Para completar, por si acaso me llevé un revólver y dos
granadas.
Desde el punto de vista legal, físico y militar estaba imbatible. Era imposible que
faltara algo, que perdiera la cola, que me agotara de cansancio, hambre o sed. Sería mi día
triunfal y como complemento me llevé la marcha de Aída, bebidas y pasapalos para celebrar
con todos los presentes, incluso con los funcionarios derrotados.
Fuimos los primeros en llegar. A las 9 de la mañana, hora de abrir, había una multitud
desesperada por cumplir con la Ley. Dominando mi emoción sonreí serenamente esperando
que abrieran la taquilla.
Con esa actitud de los predestinados por la suerte. Con el aplomo de los banqueros.
Con la jactancia y ese aire de autosuficiencia de los que acaban de llegar al poder le dije al
empleado:
-Vengo a renovar la licencia, pida lo que quiera.
El hombrecillo con esa cara de cansancio típica de los empleados públicos me miró
con desprecio y su voz fría me atravesó los tímpanos cuando cerrando la ventanilla me dijo:
-Hoy no se renuevan planillas porque la señora que las firma no viene esta semana.
Venga la próxima para ver si regresó.
Como era de esperarse usé el revólver. Al momento de aparecer este libro ya estaré
en la fría tumba. El inmenso charco de sangre de mi masa encefálica ya habrá sido lavado de
la taquilla. Sólo tengo el pánico de pensar que me habré ido de este mundo con la licencia
vencida, y no sé cuánto pidan los fiscales en el reino de los cielos.

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ESPIONAJE BITUMINOSO

El obscuro avión, recién llegado de un punto desconocido en el Caribe, sobrevoló


clandestinamente la ciudad con los motores apagados para no hacer ruido. Aprovechando
que entró en la nube de contaminación dejó caer a un hombre en paracaídas cambiando de
inmediato su rumbo al mar.
El hombre que descendía lentamente era Amaruto Kamaguan, archi espía al servicio
de las naciones industrializadas con una triple misión suicida en uno de los países más
importantes de la OPEP: ver si habría un nuevo aumento de los precios del petróleo, contar
de verdad los barriles de reserva de la faja bituminosa del Orinoco e instalarle una manguera
secreta a la faja para absorber gratuitamente petróleo desde un país del norte. Una misión
dura, compleja y sumamente delicada.
Para desgracia de Amaruto, cayó con el paracaídas a las seis de la tarde en el Centro
Comercial Cacaito en el medio de la cola de autobuses Silencio-Chapellín. Maldijo al jefe de
la logística por hacer el cálculo de su caída con una computadora de baterías agotadas y
disimuladamente sonrió a la gente que lo miraba escondiendo el paracaídas en su bolsillo
trasero para pasar desapercibido. Pero su maniobra fue inútil, la gente enfurecida con el
coleado trató de lincharlo y el súper espía se alejó pidiendo disculpas al mismo tiempo que
se arreglaba el bigote postizo.
No obstante este fracaso, sabía que los muchachos del contraespionaje venezolano
no trabajaban los viernes en la tarde y esa semana habría un puente, por lo tanto no corría
ningún peligro; sólo que tendría que actuar rápidamente, porque dentro de tres días lo
pasaría a recoger por la margen derecha del Guaire un submarino alemán que desde la
Segunda Guerra Mundial andaba por esas aguas, y de no estar en el lugar acordado sería
arrastrado por la peligrosa corriente del río muriendo irremisiblemente de la infección.
El hombre se dirigió a una venta de arepas y pidió una reina- pepiada sin masa y un
vaso de leche. Con las manos en los bolsillos miró a los lados con desconfianza. Sabía que si
era descubierto lo dejarían frío, pero quien lo dejó frío fue el portugués al pasarle la cuenta:
Bs. 12,50 por una tostada liberada. El nipón pegó un brinco y ya se iba a defender con el
arma pero se controló. Pagó y llamó un taxi. Al llegar al hotel fue el taxista quien lo golpeó
violentamente. De nada le sirvieron sus conocimientos de kárate. Tuvo que pagar

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

horrorizado 35 nuevos bolos por una carrera de seis cuadras.


Temeroso del precio prefirió no entrar en el hotel e improvisó una tienda de
campaña con el paracaídas. Adentro consideró que no requería más datos. Con esos precios
era evidente que muy pronto vendría otro aumento de petróleo.
A la mañana siguiente Amaruto Kamaguan tomó un autobús y se dirigió a la codiciada
faja bituminosa del Orinoco. Después del largo viaje miró al río asustado, pensando en el
trabajo que tenía por delante. Pero se sobrepuso. Era su deber y tendría que actuar
rápidamente antes que el contraespionaje venezolano volviera al trabajo. Abrió un huequito
a un lado del río, asomó un ojo y empezó a contar barriles de reserva: uno, dos, tres,
cuatro, cinco... al anochecer cansado cambió de ojo y auxiliado de una pequeña linterna
continuó: treinta mil millones, treinta mil millones uno, treinta mil millones dos...
Así estuvo sin parar hasta el día siguiente. Cumplida la segunda parte de la operación
anotó el resultado con tinta invisible en su pequeña libretita invisible con su pluma también
invisible. Si alguien lo veía pensaría que se trataba de un maniático de lo invisible o de un
excéntrico que tenía un tic nervioso en la mano.
Al terminar la larga anotación trató de guardar la libreta en su bolsillo invisible con la
mala suerte que ésta se le cayó al suelo. El japonés desesperado empezó a buscarla como
loco hasta que al fin la encontró después de dos horas. Creyó él que la había encontrado,
porque realmente no la vio. Luego se recostó de una piedra y pensó la mejor manera de
llevar a cabo la tercera parte de su trabajo: instalar una manguera para robarse el petróleo
de la faja bituminosa.
Para ello decidió comprar 600.000 metros de manguera bajo el pretexto de que eran
para regar el Parque del Este y bañar a todos los corredores matutinos. Luego metió un
extremo de la manguera por el huequito que había abierto y montado en un bote se la llevó
remando hasta la desembocadura del Orinoco, donde un pesquero se la llevaría al Norte
para conectarla a un oleoducto submarino y succionar el petróleo pesado.
Cumplida su misión Amaruto regresó a la capital en donde lo esperaba el submarino.
A la hora señalada abordó silenciosamente la nave, que se volvió a hundir en el Guaire
sacando el periscopio de vez en cuando para respirar y partió rumbo a la base de espionaje
en un lugar del Caribe.
Al amanecer de aquel día en el país se reiniciaban las actividades. Después del puente,
la gente del contraespionaje regresaba a sus labores y empezaron a jugar dominó, mientras

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desde lejos, el pesquero se llevaba la otra punta de la manguera gracias al golpe maestro de
Amaruto Kamaguán, el archi espía suicida de los países industrializados.

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TEMAS DE ULTRATUMBA

En una acotación a mi estudio sobre “El adulterio entre las momias” aludí, aunque
sólo incidentalmente, a cierta conjetura de que los muertos no salen en las grandes ciudades.
Véome ahora inducido a volver sobre el mencionado tema por las opiniones discrepantes
del Dr. Walter Silopus, eminente fantasmagólogo actualmente dedicado al balanceo de los
cauchos en nuestro país, quien dice tener pruebas concretas de apariciones de espíritus en
los bloques del 23 de Enero; y por las increíbles referencias de dos conserjes del mismo
edificio, que dicen haber visto a una sombra orinar de noche por los pasillos y luego
desaparecer sin dejar rastros.
Creo que mi hipótesis de que los muertos no salen en las grandes urbes, tiene sus
fundamentos en el importante análisis de Giácomo Manchurro, ex catedrático de histeria
clínica en la Universidad de Tolima, que en su pequeña y documentada obrita: “El pánico de
los muertos”6 señala que con tanto ruido, luces y asaltantes, la situación de inseguridad de
los aparecidos es prácticamente insuperable. Más aún, como expresé en una reunión de
colegas a comienzos de la primavera de 1968 en Pago Pago, tomando en cuenta la aparición
de la televisión así como la creciente incredulidad de la gente por lo que no sea dinero
constante y sonante y objetos de consumo masivo, se hacen prácticamente nulos y sin
sentido los esfuerzos de los espíritus de ultratumba para hacerse notar sin invertir grandes
sumas de dinero en publicidad y un adecuado estudio de mercado.
La impenetrabilidad de las razones de los muertos para retirarse definitivamente del
mundo en que vivimos es obvia y no dejan de ser expresivas. Willi Dámaso en sus
“Diálogos mortuorios”7, manifiesta haber pernoctado tres semanas entre las tumbas de un
cementerio tratando de hacer una encuesta objetiva sobre el particular, pero no nos legó un
aporte sustancialmente orientador. Debemos reconocer que Dámaso hizo intentos
desesperados por obtener respuesta de los muertos, incluso dedicando varios años de sus
investigaciones a estudiar su lenguaje y su gramática, pero fuera de uno que otro sonido
gutural sin aparente significación no obtuvo nada claro, y si lo obtuvo se lo llevó a la tumba,
porque como es sabido por todos los expertos en la materia murió de un infarto al

6
Manchurro Giácomo, “Panik im der Fiambrichen Leuten”. Ed. Fritch, Berlín, 1970.
7
Dámaso Willi, “Corpse dialogue”. Ed. Monte Ávila, 1978, Moscú, pág. 237 y sig.

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rompérsele una pata a la mesa durante una sesión de espiritismo.


Yo no quiero caer en el error de exponer mis propias experiencias y quedar en el
ridículo, ya que es ciertamente muy espinoso tener que publicar los resultados de tantos
años de labor investigadora sobre fantasmas que lamentablemente no pueden ser objeto de
comprobación por parte del gran público, pero la reiterada aparición de orina en los pasillos
del citado bloque del 23 de Enero es muy significativa. Para un analista del proceso
metempsicótico, algo se nos está tratando de decir y no podemos pasar por alto el mensaje.
Sin dejar de considerar la posible deformación de los testigos que olfatean los
susodichos pasillos, pero descartada la posibilidad de una acción humana considerando que
en todos los apartamentos hay baños, no nos queda más que reconocer que, o han vuelto
los fantasmas a las grandes ciudades o es que de verdad aquí hay gente bien cochina.

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

EL BAZAR

Un día, el Juez Cirilo Mondragón, después de mucho meditarlo, decidió abrir un


bazar. A las puertas del tribunal instaló unos grandes cartelones donde anunciaba los precios
reales del mercado de la justicia, hacía ofertas y rebajas para distintas actuaciones y por
primera vez desde la época de Ulpiano, ofreció facilidades de pago para las personas que
necesitaban auxilio del derecho.
Posiblemente esta última medida fue la que vino a producir la conmoción en el
Palacio Judicial. Los abogados y el público asombrados se paraban frente al Juzgado, en cuyo
interior también ocurría una gran transformación: además de la venta de justicia, el Juez
Cirilo había instalado su caja con taquillas, una oficina de alquiler de fianzas y camiones para
embargos, una venta de terrenos y otros bienes provenientes de remates, y en cada
escritorio, los empleados mostraban las calcomanías con las tarjetas de crédito que se
recibían en aquel singular rincón del foro. Adjunto al despacho del magistrado funcionaba el
departamento de investigaciones crediticias, el cual estudiaba la solvencia y capacidad de
pago de la clientela que deseaba ser favorecida con sus planes para democratizar el disfrute
de la Ley.
Los precios del Juez Cirilo Mondragón no eran exageradamente altos. Más bien
podría decirse que tenían una diferencia favorable a los necesitados en casos laborales y de
menores, eran normales en los juicios penales y mercantiles y presentaban rebajas increíbles
en las causas de divorcio. Llamaba la atención el reclamo al lado del archivo que anunciaba
subastas de justicia los lunes y los jueves por la noche. Una verdadera novedad procesal ya
que, según decía el aviso, cada una de las partes concurrentes podía ofrecer más para
obtener un pronunciamiento favorable, y algo excepcional, a la subasta no era necesario ir
con abogados, permitiéndosele a los interesados adjudicarse una sentencia a precios
irrisorios.
A los pocos días la gente se aglomeró como loca a las puertas del recinto tratando
de entrar primero. Afuera se leía en grandes pancartas las ofertas de la semana: dos
interdictos por el precio de uno, inspecciones oculares rebajadas por docena y oportunidad
de terminar un proceso en un mes con un simple recargo del diez por ciento. Pero sin duda
que eran las facilidades de pago lo que hacía que el tribunal se llenara de gente desesperada

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Otrova Gomas La Miel del Alacrán

por obtener sus beneficios.


El Concejo judicial al enterarse de lo que ocurría se sintió alarmado. Para obtener los
más mínimos detalles y las circunstancias que rodeaban el asunto, envió un fiscal de
tribunales y decidió citar personalmente a Cirilo Mondragón. Pero el juez, sin inmutarse en
lo más mínimo logró explicarles que lo que estaba haciendo no era nada diferente. Les
mostró sus tarifas y expuso que no era delito sincerarse con los precios y acelerar los
dictámenes con un pequeño pago extra; finalmente, justificó los remates y las ofertas que
tanto escandalizaban a los abogados tramoyeros, alegando que la justicia formalmente era
gratuita.
El Concejo consideró someter a estudio aquel extraño asunto. Pero todo era tan
inusitado, se apartaba tanto de las leyes del juego a que estaban acostumbrados, que
decidieron no hacer ningún pronunciamiento esperando que las aguas volvieran por sí solas
a su sitio.
Al poco tiempo el Juez Cirilo amplió sus operaciones jurídico-mercantiles. Se instaló
en los amplios locales de un lujoso centro comercial y empezó a cobrar por la entrada para
de esta manera represar un poco la enorme afluencia pública. Instaló un bar y un cafetín con
servicio de cubierto, montó una venta de televisores y de discos y adornó el lugar con luces
de colores y ambiente musical.
Los días en que dictaba sentencia se presentaba con los escribientes en un escenario
hermosamente decorado, y daba inicio al acto con música de fanfarria y presentación del
ballet del tribunal; después venía el show de los demandados, y el espectáculo terminaba
cuando él mismo leía la sentencia cantándola a media luz. Algún tiempo después, siguiendo
con sus ideas revolucionarias se abrieron minitiendas al lado de cada escritorio de los
amanuenses, donde igual se compraba un título supletorio que un perfume de Lanvin, una
separación de cuerpos que una prenda traída de las más refinadas capitales europeas.
Al año la empresa abrió sucursales y se extendiió a todas las ciudades importantes.
Sus avisos y ofertas se anunciaban por radio, prensa y televisión pasando a darle
prácticamente el monopolio jurídico del país.
Definitivamente, en toda la historia universal de la jurisprudencia nunca hubo un
tribunal tan franco como el de Cirilo Mondragón.

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MI REENCUENTRO CON KAFKA

Fue hace ya bastante tiempo. Difícilmente podría precisar la fecha. Me encontraba en


uno de esos lujosos restaurantes del este cuando al sacar la servilleta del vaso, de ella salió
toda sorprendida una enorme cucaracha.
Mi mujer al verla no pudo contenerse y pegó un grito:
-¡Ay, es Kafka!
A pesar del tiempo que tenía sin estar en contacto con sus obras, en el acto le
reconocí.
-¿Kafka? –le pregunté todo conmovido- ¿Frank Kafka?
La cucaracha me miró con ojos melancólicos y batiendo las antenas me respondió en
el acto.
-Sí, soy yo, ¿me conoce? –Evidentemente que no esperaba ser reconocido.
A estas alturas el administrador del elegante restaurante, alarmado por el grito y
darse cuenta de la oscura presencia del insecto sobre el mantel blanco, se acercó a la mesa
tratando de disimular con la clientela. La gente miraba con cierto desagrado mientras se
llevaban los cubiertos a la boca.
-No griten, por favor –nos dijo- se les cambiará de mesa, pero no griten-. Mientras
dijo esto intentó matar al escritor con la servilleta. Éste se bamboleó hacia un lado con el
primer golpe, pero en el acto yo le detuve la mano.
-No, no, ¿qué hace?, déjelo, ¿no ve que es una de las grandes figuras de la literatura
universal?
-¿Cómo dice? –preguntó el encargado todo sorprendido.
-Claro, hombre, es Frank Kafka, el autor de la Metamorfosis y otros cuentos. Déjelo,
mire aquellas chiripas que están entre los postres, vaya y mátelas, pero a ésta no la toque.
El maître estaba confuso. Sabía que el sitio estaba lleno de insectos y alimañas como
todos los restaurantes, pero desconocía que el suyo fuera un centro de tertulias literarias.
Prefirió no entrar a discutir con nosotros y se dirigió hacia el carrito de los postres. Mató
algunas para justificarse con la clientela y regresó al comedor con una forzada sonrisa
aparentando haber acabado con todas ellas.
Mientras tanto nosotros habíamos auxiliado a Kafka. Le agarré por las antenas y le

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ayudé a enderezarse. El autor, ya recuperado nos dirigió la palabra:


-Gracias, han sido muy amables. ¿Cómo se dieron cuenta de que era yo?
-Bueno, Ud. sabe, hemos leído mucho su obra –respondí-, podríamos reconocerle
entre un millón, ¿y cómo está su padre?
-No sé, hace tiempo que no le escribo. Tuve muchos problemas con él pero ya estoy
mucho más tranquilo.
A los pocos minutos llegaron los platos que habíamos ordenado. Kafka al ver al
mesonero, reaccionó instintivamente escondiéndose en la cesta del pan en donde se
encontraba arrinconada una amiga suya que no habíamos notado. Carolina. Creo que así me
dijo que se llamaba. Era una cucaracha más pequeña. Del tipo más bien criolla; de alerones
cortos y antenas alargadas. Nosotros para no despertar recelos con el personal empezamos
a comer, no sin cierto desagrado a pesar de la gran admiración que le teníamos. Sin
embargo, en un gesto de razonable cortesía les lanzamos algunas migajas que ellos
inmediatamente saborearon con esa timidez propia de las cucarachas.
Mientras degustábamos la comida, le pregunté sin alzar mucho la voz para que el
maître no se diera cuenta:
-¿Ha escrito algo últimamente?
-No, -respondió el checo, masticando- estoy prácticamente imposibilitado. Aquí uno
apenas tiene tiempo para sobrevivir. Aunque por lo general no se meten con nosotros
cuando estamos en los sitios donde se guarda la comida, si alguien nos señala aquí afuera, en
el acto tenemos que escapar. Ahora perdónenos, debemos regresar a la cocina, sólo allí
estamos seguros; si el hombre nos vuelve a ver en el comedor tratará de liquidarnos.
En su rostro había un gesto de suplicio. Yo comprendí su situación. No quise
retenerlo poniéndolo en peligro y observé como los dos bajaron por los pedazos de pan, se
colaron por el cuchillo y luego descendieron hasta el piso.
Kafka se alejó con lentitud. Creo que aún le fallaba una de sus patas. Prácticamente
se arrastraba con la ayuda de su amiga evadiendo los pies de los mesoneros que iban y
venían con las bandejas llenas de comida.
Lo vi entrar de nuevo en la cocina, después ya no lo vi más.

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EL VENGADOR

La noche oscura cubría casi todo el pequeño condado de Lancashire. Una ráfaga de
viento tocó con disimulo en la puerta del castillo del Vizconde John Bric, descendiente
directo en la tercera generación del tenebroso Conde de Bric, inventor del martillo
neumático, de los altoparlantes y del tambor mayor, odiado a muerte por los vecinos,
porque sus experimentos acústicos habían arruinado para siempre la calidad del whisky de la
región, agudizando terriblemente las penas del ratón.
En la sala recargada por las esbeltas líneas de los muebles Luis XIX, un reloj de cuco
dio la hora. Sólo que quien asomó la cabeza fue un gato disecado que el noble había matado
por comerse al pajarito.
-Miau, miau –sonó el reloj marcando las dos de la madrugada. El vizconde miró su
cronómetro digital de cuarzo y comprobó que el gato tenía tres décimas de segundo de
atraso. Maldijo la calidad de los relojes de cuco y aprovechó de paso para injuriar la
mediocridad en que habían caído los quesos suizos. Luego, arrellanándose en el sofá,
encendió un cigarro con el nerviosismo de los nobles ingleses que tienen varios pagarés
atrasados.
John Bric se sentía inseguro. Sabiéndose implicado en la malversación de los fondos
de las industrias básicas del condado, temía por su vida. Sabía que mucha gente querría
asesinarlo y con razón, pero no sabía de dónde vendría el golpe mortal.
Mientras encendía otro cigarro, por una rendija de la ventana alguien dejó entrar una
mosca tsé-tsé que se acercó con su ponzoña mortífera a la nariz del noble corrompido; pero
éste, estirando hacia ella el fósforo aún encendido la quemó viva en pleno vuelo. La pequeña
hoguera de la mosca tratando de volar desesperadamente hacia un extintor de incendios se
movió por unos segundo, pero ella ya estaba tostada y, apenas si pudo caer en picada hacia
la alfombra.
En ese instante la puerta se abrió con el chirrido característico de las puertas de los
castillos de los Vizcondes Bric:
-Brrriiiccc...
Como es de suponerse el noble sordo no oyó nada. Tras la puerta hizo su presencia
el mayordomo, que sigilosamente desenfundó un largo cuchillo, y acercándose a su amo lo

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estiró para sobarle el cuello con la parte que corta. Pero antes de que pudiera cumplir su
compromiso con la historia, el noble, que había visto la sombra reflejada en el humo de su
cigarro, prendió otro fósforo y lo tiró sorpresivamente hacia atrás chamuscándole las
pestañas.
El hombre adolorido dejó caer la daga, que se le clavó en el juanete izquierdo, con
tan mala pata que al levantar el pie tumbó una estatua de bronce que le cayó encima
destrozándole la cabeza.
John Bric miró al empleado y pensó en su suerte para evadir el pago de prestaciones
sociales con la servidumbre. Como generalmente hacía con los mayordomos que trataban
de degollarlo o que le pedían doble indemnización, arrastró el cuerpo y lo metió en la
chimenea para avivar el fuego.
Pensando que al haber liquidado al sirviente al menos por esa noche podría dormir
en paz, subió a su cuarto y se dejó caer en la cama. Cerró los ojos y trató de acomodarse
en la almohada, pero para su sorpresa sintió cómo esta le agarró una mano y en un golpe
seco le partió la coyuntura.
Brincó de la cama y fue cuando vio que en un lugar de la mullida masa de plumas, allí
estaba parado el Fiscal General de la nación de Lancashire, quien escondido en la funda
iniciaba el cumplimiento de su función de vindicta pública contra los malversadores de
fondos.
Antes que el noble pudiera darse cuenta el fiscal general pegó un tremendo brinco y
le cayó encima pateándole en la cara. Luego le dio tres golpes certeros fracturándole las
costillas.
Fue inútil el gesto de resistencia de John Bric, el representante de los intereses del
pueblo le pisoteó la cabeza y pegó el terrible golpe mortal del kárate:
-Oaaaaaa... –gritó y le despaturró el cráneo. Sin darle tiempo a mover un músculo le
desarticuló la nuca con un golpe de canto y le clavó el dedo en el corazón paralizándole para
siempre los latidos. El Vizconde estaba liquidado.
Como era la costumbre de los verdaderos fiscales generales de la nación en la
tradición de Lancashire, se había producido la auténtica vindicta.

140
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NADA

Falta el texto…

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Los muertos no oyen, en cambio hay muertas que siguen hablando.

142
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ÍNDICE

DEDICATORIA ................................................. 3
NOTA PARA LA EDICIÓN SUECA.................................... 4
LA TRANSMUTACIÓN ............................................ 6
LA HOJA EXTRAVIADA............................................ 8
LOS BUITRES ................................................. 11
LA RUPTURA.................................................. 13
EL DROGADICTO .............................................. 15
EL ANIVERSARIO ............................................... 16
AUTO-TURISMO ............................................... 18
DÍAS DE PLACER ............................................... 20
LA CORTADITA ................................................ 22
EL PREMIO ................................................... 24
GRIPE FUERTE ................................................ 25
UN BAR ESPECIAL .............................................. 26
CONFESIONES DE UN EGÓLATRA ................................. 28
EL COLECCIONISTA ............................................ 30
LOS PLACERES SENCILLOS ....................................... 32
EL DULCE MAL ................................................ 34
LA FUGA ..................................................... 36
LA GUERRA DE LOS BRUJOS ...................................... 37
EL VAMPIRO VERDE ............................................ 39
EL FANTASMA................................................. 41
FLUCO SPACIOLO.............................................. 44
EL ASESINO DEL REGISTRO ...................................... 46
EL TESTAMENTO .............................................. 48
INSTRUMENTOS DE HORROR .................................... 51
EL TELÉFONO................................................. 53
COMBATE CON LA NADA ........................................ 55
DE LOS ARCHIVOS DEL SUICIDIO .................................. 57
EL SEÑOR DELGADO ........................................... 59
LOS PODERES DE LA MENTE ..................................... 63
COSAS DE LA MUERTE .......................................... 66
LA EMPRESA .................................................. 68
LOS DEPÓSITOS DEL TIEMPO PERDIDO............................. 71
UN GOBIERNO INTELIGENTE..................................... 73
COMIDA CALIENTE ............................................ 76
HISTORIAS DEL FUTURO ........................................ 78
LA TRAGAPERRA DESBOCADA .................................... 79
LOS AUSENTES ................................................ 81
EXTRAÑAS SOCIEDADES MERCANTILES............................. 83
OFERTA DE SERVICIOS .......................................... 85
PROCLAMA CLANDESTINA ....................................... 87
PÁNICO ..................................................... 89
ROBOS ABOMINABLES .......................................... 91

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CLUBS Y ASOCIACIONES ........................................ 93


AMADEO .................................................... 94
HÁBITOS PERVERSOS ........................................... 96
LA GRAN CACERÍA ............................................. 98
LEYENDAS DE AKORA .......................................... 100
JUDITH ..................................................... 101
MARCOLINA ................................................. 104
UNA CONVENCIÓN VIOLENTA ................................... 106
DIVORCIO ANTES DE TIEMPO ................................... 109
JUAN Y LUDOVINA ............................................ 111
AL SIGUIENTE DÍA ............................................ 113
MEL, JOSEFINA Y CARLOS ....................................... 115
AMOR GASTRONÓMICO ....................................... 117
LA CARCAJADA ............................................... 119
ARGUMENTO PARA TELENOVELA ................................ 121
CONGRESO NACIONAL DE INEPTOS E INCAPACES ................... 123
UNA SALIDA HONORABLE ...................................... 125
LA GRAN COSECHA ........................................... 127
CUENTO DE HORROR ......................................... 128
ESPIONAJE BITUMINOSO ....................................... 130
TEMAS DE ULTRATUMBA ....................................... 133
EL BAZAR ................................................... 135
MI REENCUENTRO CON KAFKA .................................. 137
EL VENGADOR ............................................... 139
NADA ...................................................... 141

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