Sunteți pe pagina 1din 11

(de058c0a-523c-11e1-b1fb-00163ebf5e63.

html)

«La cautiva» de Echeverría, el trágico señuelo de


la frontera
Fernando Operé

La cultura en la Argentina se ha construido históricamente de espaldas a la frontera, como si volverle


la espalda bastara para ignorarla. Sabemos que el rechazo, la voluntad de olvido, el desdén como defensa,
son, en el fondo, pobres mecanismos que ni borran, ni extinguen. El olvido vuelve sobre sus pasos con la
constancia de la herida que supura y el clamor de los muertos. La cultura hispanoamericana, en general, y
en particular la Argentina, no ha sabido sacar partido de la energía creativa de la frontera. Es más, ha
desperdiciado algunas de sus más preciosas energías en el afán de transformarla, despojándola en el
proceso de sus potenciales más significativos. Me propongo trazar, a grandes rasgos, las implicaciones
que para la cultura argentina ha tenido la articulación teórica de la frontera como línea divisoria y como
argumento sobre el que se han asentado propuestas de construcción nacional. Para ello me centraré en
una obra fundamental, La cautiva de Esteban Echeverría, en la que se hallan propuestas teóricas
fundamentales que fueron adoptadas por numerosos escritores de su generación, y que han influido
notablemente en la valoración que en la Argentina se hizo de la malparada frontera.

No podemos eludir la comparación con el modelo norteamericano en donde, por muchas y complejas
razones, la frontera ha funcionado como un elemento positivo y dinamizador de su cultura y experiencia
histórica. Ciertamente la historiografía hispana no contó con un historiador visionario del perfil de
Frederick Jackson Turner que realizase la labor de recoger teóricamente lo que el pueblo norteamericano
sentía sobre su propia experiencia expansiva en la frontera. En 1893, Turner articuló magistralmente el
sentido del dinamismo colonizador norteamericano mediante una idea central sólidamente cimentada a lo
largo de años de incesante expansionismo, y que adquirió carácter de mito1 (de058c0a-523c-11e1-b1fb-
00163ebf5e63_1.html#N_1_). El mito de la frontera norteamericana esta construido sobre las infinitas
posibilidades de una supuesta frontera libre, asequible a la asimilación, territorio de nadie en donde se
materializarían, a través del genio anglo, todas las expectativas acumuladas y soñadas durante el período
de colonización. Las ideas de Turner y sus múltiples discípulos fueron fundamentales para la elaboración
teórica de una identidad norteamericana en la cual el espíritu individualista creciese sin barreras, dando
forma a modos de vida dinámicos y progresistas. La frontera de Turner es un inmenso territorio de
grandes riquezas que aguardan ser apropiadas por aquéllos capaces de usarlas y expandirlas hasta el
límite de sus posibilidades. El hecho de que, en la práctica, los territorios del oeste, tierra fronteriza por
antonomasia, estuviesen habitados por pobladores originarios, y que en el suroeste la experiencia
hispánica hubiera moldeado hacía tiempo un tipo alternativo de frontera, no pareció entorpecer sus
propuestas teóricas. Su fórmula funcionó y el mito norteamericano de la frontera le debe la hazaña de su
invención.

En la América hispana no puede hablarse de frontera como una experiencia uniforme. Hubo muchas
fronteras y éstas tuvieron distinto significado, aunque ninguna llegó a expresar el carácter dinámico y
emprendedor de la frontera norteamericana. La excepción podría ser la primigenia frontera atlántica,
originada por el rápido expansionismo europeo del siglo XVI. En ese siglo se produjo la mayor mutación
jamás experimentada del espacio geográfico y cultural en la historia de occidente. Para España y Europa
significó la creación de una nueva frontera espacial cuya dinámica ejercería una notable influencia
transformadora a los dos lados del espacio fronterizo. Si han permanecido en la cultura hispanoamericana
residuos de un impulso emprendedor, son los que provienen de otra frontera mítica, El Dorado o los
Dorados, que animaron tantos viajes imposibles en el siglo XVI. No debemos olvidar, sin embargo, que
las ciudades fantásticas buscadas por esas expediciones, al tiempo que inyectaban energía al
descubrimiento, empujaban al conquistador hispano a los trasteros del medievalismo, encerrándolo en
una cápsula que le impediría reconocer las posibilidades reales del nuevo mundo. Muchas de las tierras
exploradas y atravesadas, una y otra vez, por expediciones al interior, no llegaron a convertirse en
fronteras porque sus conquistadores buscaban ciudades míticas y no tierras para colonizar. La frontera,
pues, se asoció a partir de finales del siglo XVI con una vaga idea de aventura y peligro, salvajismo y
viaje a los infiernos.

Los primeros teóricos de la frontera, si así se les puede llamar, divagaron sobre los derechos legales
de los conquistadores a poseer las tierras descubiertas, debatieron sobre la legalidad de la encomienda y
otras formas de vasallaje, disertaron sobre la condición humana de los nativos, todo ello mientras
enviaban misioneros y soldados a las zonas más alejadas de las ciudades fundacionales. En el siglo
XVIII, el vocablo civilización vino al rescate del decadente idealismo cristiano, mudando el sentido
cristiano de perfección última por la creencia en la razón como su único substituto posible. Paralelamente
surgieron otros teóricos que articularon nociones impregnadas de pesimismo y ambigüedad, aunque en

general, como argumentan David J. Weber y Jane M. Rausch, “«Latin American intellectuals have
seldom considered their frontiers central to the formation of national identities or of national
institutions»2 (de058c0a-523c-11e1-b1fb-00163ebf5e63_1.html#N_2_)”. En las repúblicas donde el
territorio fronterizo, debido a conflictos intestinos, demandaba soluciones a la expansión inevitable, no
hubo más remedio que articular un ideario que elaborase el significado presente y futuro de las tierras en
disputa. Éste fue el caso de las Repúblicas del Río de la Plata. Domingo Faustino Sarmiento fue uno de
los teóricos que se enfrentaron a esta necesidad y sin duda el más estudiado y ampliamente citado teórico
de la frontera. Sus ideas tomaron la forma en una metáfora apologética con numerosas ramificaciones:
Facundo, civilización y barbarie (1845), un texto de y sobre la frontera. Sus postulados e intuiciones
tomaron forma desde la perspectiva de un testigo que mira la frontera desde un puesto de observación
exterior, mientras sus ojos se pierden impotentes en la inmensidad de lo desconocido:

El mal que aqueja a la República Argentina es su extensión; el


desierto la rodea por todas partes, se le insinúa en las entrañas; la soledad,
el despoblado sin habitación humana, son por lo general los límites
incuestionables entre unas y otras provincias... Al Sur y al Norte
acéchanla los salvajes que aguardan la noche de luna para caer, cual
enjambre de hienas, sobre los ganados que pacen en los campos y en las
indefensas poblaciones3 (de058c0a-523c-11e1-b1fb-
00163ebf5e63_1.html#N_3_).

La frontera de Sarmiento es un mal inevitable cuya perniciosa influencia sólo podrá ser aminorada
con la creación de una línea de ciudades gestoras del sueño civilizador. Sus postulados teóricos se
concentraron en el paradigma civilización y barbarie que tantas interpretaciones ha generado siendo
posiblemente el tema más recurrente del pensamiento latinoamericano. En la Argentina, el conflicto entre
civilización y barbarie (podría considerarse que los presupuestos del paradigma ni son válidos ni jamás lo
fueron) se resolvió a favor del primero, enturbiando la evaluación histórica. Principios fundamentales
sobre la inaccesibilidad de la frontera, el concepto de tierra adentro como viaje a un mundo inescrutable y
amenazante, los fallidos planes de colonización del interior chaqueño, patagónico y andino, parecen
haber dado la razón a los postulantes de una frontera que más que unir, separa. Los intelectuales
decimonónicos contemplaron las fronteras como zonas generadoras de violencia más que de riqueza, de
despotismo más que democracia, de caudillos y dictadores más que de hombres libres. Los ejemplos son
múltiples, aunque el propósito de este ensayo es argumentar cómo estas ideas fueron anticipadas en La
cautiva de Echeverría, cuya influencia intelectual ejerció un magisterio entre los escritores de su
generación, los llamados Nation Builders. Muchos de los contenidos teóricos de Sarmiento están
sugeridos en La cautiva, especialmente la perniciosa evaluación de la frontera4 (de058c0a-523c-11e1-
b1fb-00163ebf5e63_1.html#N_4_). La cautiva es un poema de claro corte romántico cuyo trama se basa
en un fenómeno social considerado tabú para la literatura del continente, el cautiverio de mujeres por
tribus indígenas. Los contantes malones que asolaban los poblados fronterizos suponían un problema
para la sociedad rioplatense de carácter epidémico, sin embargo nunca fue utilizado como fuente temática
por la ficción más preocupada con temas religiosos o moralizantes. Publicado en 1837 he incluido en la
edición de Rimas, La cautiva representa la primera incursión en un tema claramente controvertido y
espinoso para la intelectualidad argentina5 (de058c0a-523c-11e1-b1fb-00163ebf5e63_1.html#N_5_).

El poema La cautiva es un texto programático cuya argumentación funciona en doble dirección. Por
una parte, expresa con tono tendenciosos e intransigentes la discutida polémica en torno a la llamada
«cuestión del indio», y por otra, mitifica a través de su poetización el destino universal reservado a la
nación argentina. Con respecto al primer aspecto, Echeverría dramatiza un supuesto antagonismo
maniqueo entre dos sociedades en lucha por su supervivencia. Cabe preguntarse, ¿luchaban realmente por
su supervivencia? ¿Eran irreconciliables las vías de negociación? Sabemos que tribus de la pampa
ofrecieron sus servicios a la administración colonial y participaron, de hecho, en la defensa del territorio
bonaerense durante la invasión inglesa de 18066 (de058c0a-523c-11e1-b1fb-
00163ebf5e63_1.html#N_6_). Conocemos que tanto unitarios como federales emplearon guerreros
indígenas en sus dilatadas y destructoras guerras civiles7 (de058c0a-523c-11e1-b1fb-
00163ebf5e63_1.html#N_7_). Es, pues, discutible que las tribus indígenas estuvieran, o quisieran estar, al
margen del proceso de construcción nacional. La María de Echeverría podría ser una de las miles de
mujeres cautivas que se incorporaban al engranaje de relaciones comerciales entre los indios de la pampa
y los más alejados grupos patagónicos y tribus mapuches, involucrados en un intercambio transandino
constante8 (de058c0a-523c-11e1-b1fb-00163ebf5e63_1.html#N_8_). La María de Echeverría podría ser
también una de las muchas mujeres cautivas cuya oscura acción en los toldos iba transformando
paulatinamente las sociedades indígenas fronterizas9 (de058c0a-523c-11e1-b1fb-
00163ebf5e63_1.html#N_9_). Sin embargo, la carga ideológica del poema caracteriza a María como un
ser sublime en una gesta de tonos epopéyicos cuyo fin mediato es salvar al amante y salvarse a sí misma
de los horrores de una posible mutación o mestizaje, que en la perspectiva romántica podría interpretarse
como pérdida de la pureza racial y cultural. En el desarrollo de la trama, Echeverría deja cabos sueltos de
una importancia vital que acaban traicionando, en cierta medida, la propuesta ideológica original.

Una primera lectura del poema nos enfrenta a una serie de ambigüedades, tanto en el tratamiento del
medio físico, la frontera, como de sus personajes, los indios, Brian y María principalmente. No se
escamotean las sugerencias a una heroína romántica propia del género, de «belleza peregrina», «delicada
flor», «tímida doncella» de la que, aparte de estos apelativos, sabemos poco, lo cual favorece la
introducción del drama. Sus orígenes, composición social, lugar de nacimiento, residencia y ocupación,
son eludidos. Conocemos que está casada con un militar destinado a la defensa de la frontera, quizás un
oficial blandengue. Sabemos que tiene un hijo, y que junto con el marido ha sido tomados cautivos en un
malón. El marido es caracterizado en el canto II como héroe épico en una serie de estrofas
anacrónicamente instaladas que insinúan lejanas resonancias de La araucana. Brian ha prestado férrea
defensa al malón. En la lucha ha caído herido y, maniatado, espera impotente el final fatal. Los
pormenores del malón caen dentro de una cierta norma en las acciones de los indios fronterizos, aunque
las tintas están recargadas con acentos funestos que hacen constante alusión a la más terrible escenografía
infernal. La noche se ha echado sobre los toldos indígenas tras una «sabática fiesta» en la que el poeta no
ha economizado en lóbregas descripciones. Entre las penumbras de la noche hace su aparición María, la
equívoca heroína, cuyo inesperado protagonismo, orígenes y propósitos, interesa rastrear.

¿Quién es esta «delicada flor», «tímida doncella» que parece por momentos sufrir la misma suerte
atroz de las otras cautivas? “«Al tumulto y la matanza / sigue el llorar de las hembras / por sus maridos y
deudos»” (II, 243). Sin embargo, María no llora. Desde su inicial aparición en el poema parece estar
guiada por una energía emprendedora. Es más, en los primeros versos se mueve con la eficacia de un
felino más que una delicada doncella. “«Ella va. Toda es oídos; / sobre salvajes dormidos / va pasando,
escucha, mira, / se para, apenas respira, / y vuelve de nuevo a andar»” (III, 41). Ciertamente se ha
producido una alteración del canon romántico puesto que María en vez de aguardar la fatal conclusión, se
rebela contra las circunstancias y haciendo alarde de fuerza e iniciativa no propias de su sexo, rescata al
amado de una muerte segura y emprende la huida a través del amenazador desierto. ¿Cómo es posible tan
fulminante cambio? ¿Qué razones lo propelen? La transformación ocurre entre los cantos tercero y
noveno. La acción se produce en la noche. Los indios esparcidos por los toldos duermen tras la orgiástica
fiesta. María siente entonces “«un instinto poderoso / un afecto generoso / la impele y guía segura, /
como la luz de estrella pura, / por aquella obscuridad»” (III, 66). Cualquiera que sea el origen de ese
instinto poderoso, la metamorfosis se opera. María se adueña de la escena y apenas duda en clavar un
cuchillo en el pecho de uno de los indios que ha despertado al sentir sus pasos. “«Un cuerpo gruñe y
resuella, / y se revuelve, mas ella / cobra espíritu y coraje, y en el pecho del salvaje / clava el agudo
puñal»” (III, 56). Busca entonces a Brian, lo libera de las ataduras e inicia la fuga a través del desierto.
María está poseída por las fuerzas que la rodean y de las que intenta huir. Su energía es la del esposo al
que carga en sus espaldas, su intuición y agudeza la del indio capaz de abrirse camino en el inmenso
desierto, su coraje el de la fiera, a la que se enfrenta y hace huir en la escena con el tigre. Los largos
pasajes de la traumática huida, aunque sorprendentes, mantienen cierta coherencia. Parece no existir
fuerza alguna capaz de detener a María. Su determinación y las renovadas energías con las que se
enfrenta al destino anticipan un final feliz. Por un proceso de simbiosis, la heroína del poema parece estar
alimentándose de las fuerzas incontrolables de la naturaleza que, a su vez la amenazan. Con esa inusitada
«varonil fortaleza» María protege a Brian de los salvajes, de la quemazón que se cierne sobre ellos, del
río que les arrastra, y del león que les acecha. Sin embargo, tras superar con una fortaleza ajena los
múltiples trabajos y pruebas a que es sometida durante su cautiverio y huida, María sucumbe ante la
noticia de la muerte de su hijo, con lo que reasume su papel tradicional como objeto cosificado, atrapado
en su corsé literario. Esto ocurre en el epílogo y tras haber cruzado de regreso la línea fronteriza camino
de la civilización. Es decir, la María emprendedora, decidida, fuerte y varonil, tiene expresión dentro del
ambiente natural, en tierra adentro, en el medio salvaje. Al retornar a las dulzuras y comodidades de la
civilización sus fuerzas le abandonan y cae víctima del proceso de ficcionalización. ¿A qué se deben
estos cambios bruscos?

Podría pensarse que María está diseñada con características que la aproximan a un personaje
andrógeno, mitad hombre mitad mujer, mitad civilizado mitad salvaje, de extraordinaria versatilidad
literaria. De hecho, el epílogo, que debiera funcionar a manera de conclusión, sugiere esta dualidad.
Comienza, “«Oh María! Tu heroísmo, / tu varonil fortaleza, / tu juventud y belleza»” (1), versos que
sugieren una coincidencia con el carácter dual del personaje. Ciertamente que las figuras andrógenas
cobraron vigencia en la Europa romántica, especialmente en los años treinta de la centuria. Kari Weil
mantiene que esta atracción por los personajes andrógenos proviene de ser “«a figure of primordial
totality and oneness, created out of a union of opposed forces»10 (de058c0a-523c-11e1-b1fb-
00163ebf5e63_1.html#N_10_)”. Los ejemplos son numerosos tanto en la literatura francesa (La Comédie
Humaine de Balzac), como la inglesa (Coleridge) y representan seres ideales liberados de la servidumbre
del sexo y, por tanto, más próximos a dios. La María de Echeverría se mueve muy bien en esta frontera
genérica.

También podría pensarse que, mientras Echeverría trató un problema acuciante en la Argentina
durante los años de la independencia (me refiero a la “«cuestión del indio»” que afectaba a las
comunidades fronterizas con constantes y traumáticos malones), fue también muy consciente de su labor
literaria e intelectual. En ese sentido, el cautiverio de María es doble. Por una parte, es un cautiverio
material que la ha arrancado del lado de Brian y su hijo empujada por un destino superior a sus fuerzas.
Por otra, está cautiva del texto romántico, que a pesar de las transgresiones narradas en los actos
mencionados, acabará sometiéndola. La prisión ideológica a la que María está sometida no ofrece
muchas alternativas y su transgresión la pagará con la muerte. Las múltiples amenazas que la acechan y
los mecanismos narrativos empleados para superar estas pruebas, distraen al lector y complican la
lectura, tergiversando el doble cautiverio. La María de La cautiva simboliza la Argentina criolla, la nueva
y soberbia nación a la que Echeverría aspira en puja por resurgir liberada de las amenazas del mestizaje y
la hibridez cultural. María muere en la llanura al cruzar de regreso la línea fronteriza. Se ha liberado de
las amenazas del indio y de una posible hibridación. Es blanca, cristiana y pura. Su muerte es un
sacrificio que fecundará. Este aspecto queda claro en la alabanza del epílogo.

Pero, no triunfa el olvido,


de amor, ¡oh bella María!
que la virgen poesía
corona te forma ya
de ciprés entretejido
con flores que nunca mueren;
y que admiren y veneren
tu nombre y su nombre hará.

(41)

Ahora bien, en el poema aparecen otros caracteres que deben ser considerados. No es sólo María
quien cuenta, sino Brian, las tribus de la pampa, que nunca son citadas por este nombre sino por
«chusma», «abominables fieras», «tribu impía», «salvaje turba», y especialmente la frontera. Es aquí
donde se hallan las claves de mi propuesta. Francine Masiello ha destacado, con acierto, la tendencia en
la producción literaria de los unitarios y románticos argentinos al cultivo de los sentimientos y
emociones, aproximándose a una cierta «feminización» metafórica de los personajes masculinos con el
propósito de distinguirse de los federales, identificados con la figura paternalista y violenta de Juan
Manuel de Rosas, el gobernador bonaerense. Por otra parte, señala Masiello, se representa a las mujeres
como agentes de la resistencia al dictador. “«This reception of woman was… part of a feminization of
discourse, a liberal, bourgeois way of pacifying the barbarism of Rosas»11 (de058c0a-523c-11e1-b1fb-
00163ebf5e63_2.html#N_11_)”. Aceptar esta cierta feminización era afirmarse en un nuevo espacio
donde fuese posible la expansión de las sutilezas de la civilización occidental. Las reglas estaban
impuestas por el referente negativo, la barbarie y todas sus secuelas, sus hijos y herederos. En ese
sentido, puede decirse que se quería civilizar el país a golpes de barbarie. Sin embargo, y aún
pareciéndome válida la propuesta de Masiello, las ambigüedades del poema siguen sin resolverse. Lo que
se produce en La cautiva no es exclusivamente la feminización de Brian, sino una masculinización o
barbarización de María, como ya hemos indicado. Al cruzar la frontera, María queda ubicada en un
espacio donde desaparecen las reglas de la civilización y en cuyas soledades se produce la ruptura
liberalizadora que le permite integrarse a otros mundos, al masculino, al indígena, e incluso al natural, en
una simbiosis integradora. Si en la sociedad patriarcal a la que María pertenece, el espacio de la acción
(abierto) corresponde al hombre, y a la mujer el del hogar (cerrado), en el desierto estos límites se borran
temporalmente. En el nuevo espacio, María puede matar a otro ser humano, realizar hazañas no propias
de su sexo, como cargar al esposo a la espalda y emprender la huida en la amenazadora pampa,
enfrentase al fuego y a las fieras que la acechan, y tomar la iniciativa en acciones que desbordan las
barreras de su caracterización. En la frontera, María es toda acción. “«Pero a cada golpe injusto / retoñece
más robusto / de su noble alma el valor; / y otra vez, con paso fuerte, / holla el fango, do la muerte /
disputa un resto de vida / a indefensos animales»” (V, 97).
Sabemos que la transformación se opera justo en el entorno fronterizo, cuando María está cautiva de
los indios y expuesta a la influencia del medio natural. Es el espacio que Echeverría asocia con desierto
inconmensurable y misterioso, soledades, silencio pavoroso, indios salvajes, tolderías, construyendo una
rosario que acompaña al poema hasta el final. Este conjunto de elementos están asociados entre sí e
imprimen carácter al escenario fronterizo. El mal original de las Provincias del Río de la Plata, articulado
una y otra vez por sus escritores, es el aislamiento y soledad del territorio interior. Las tribus que lo
habitan son tan víctimas del medio autodestructor como el resto de sus habitantes, puesto que el interior
es «inhospitable morada», refractaria a las influencias de la civilización. De aquí que en el ideario de los
intelectuales se asocie el viaje al interior con un viaje a los infiernos. Cualquiera puede caer víctima de su
influencia destructora. Las sociedades indígenas también están expuestas al mismo maleficio. Si el
hombre es bueno y nace bueno, como quisiera Rousseau, éste se embrutece y degenera ante el implacable
estigma del desierto y la soledad. Las descripciones de los indios están también plagadas de
ambigüedades, ya que son víctimas a su vez del hábitat. ¿Quién se atreve, entonces, a cruzar el maléfico
espacio? María lo hace en contra de su voluntad. Es llevada a la pampa cautiva y se incorpora a un viaje
que, en su desarrollo, adquiere las características de jornada infernal. “«¿Qué humana planta orgullosa /
se atreve a hollar el desierto / cuando todo en él reposa?»” (I, 126).

Una vez en el desierto, superada la prueba a la que es sometida, María cae víctima, como el resto de
sus habitantes, de los tentáculos asfixiantes del medio físico. Aquí están expuestos dos principios
generales de sustancia histórica sobre los que Echeverría organiza su aparato discursivo, el aislamiento
cultural y el aislamiento social del hombre de la pampa. La soledad coloca al individuo en una situación
límite entre un nuevo Génesis y un previsible final apocalíptico. En ese medio solitario y amenazante se
realiza la transformación de nuestro personaje, primero física, de «flor hermosa y delicada» a «bestia
salvaje» y luego espiritual, hasta el punto que la transgresión de estas barreras la pagará con la muerte. Es
aquí, precisamente, donde reside la función degeneradora.

La naturaleza en la cultura del continente y en particular en la Argentina, ha sido concebida como


una fuerza superior y destructiva cuyas secuelas arrastran al individuo y los grupos humanos a un estado
de degeneración animal de irreparables consecuencias. En la advertencia que anticipa el poema,
Echeverría sugiere ciertas claves interpretativas: “«El verdadero poeta idealiza. Idealizar es sustituir a la
tosca e imperfecta realidad de la naturaleza»” (118). Es decir, para vencer a la naturaleza hay que
inventarla. María no viaja al desierto, como lo hicieran las heroínas extraídas de la hagiografía cristiana,
en busca de santidad. No es el suyo un viaje expiatorio y podría serlo. Su drama tiene antecedentes
históricos, cientos de ellos. El cautiverio era un fenómeno constante y diario en el sur, tanto en el siglo
XVIII como en el XIX, a partir del proceso conocido como la araucanización de las pampas12 (de058c0a-
523c-11e1-b1fb-00163ebf5e63_2.html#N_12_). María es una de esas miles de mujeres que fueron
arrancadas de sus hogares por la fuerza. Muchas de ellas no quisieron volver y los recientes estudios
sobre el tema refrendan tal afirmación13 (de058c0a-523c-11e1-b1fb-00163ebf5e63_2.html#N_13_). La
corta experiencia del cautiverio de María tiene efectos transformadores en su personalidad. Esa radical
metamorfosis se produce en el desierto, la frontera en constante disputa, la tierra adentro de los textos
fundadores.

El eventual desalojo de sus originales habitantes enturbió más la noción de frontera forzando a la
sociedad argentina a contemplar las ciudades como focos de paz y progreso, confuso eslogan del
positivismo. Algo, quizás, permaneció de la frontera mítica: el silencio, las extensiones indomables, los
pastos y yuyos, la indomesticabilidad de una Patagonia relegada para consumo de viajeros y mitos. Los
muchos viajeros que en el siglo XIX recorrieron estos vastos territorios con propósitos científicos y
cartográficos no pudieron desnivelar las prejuiciosas y poderosas influencias de la ficción.
Paradójicamente, el gran colector de libros de viajeros y diarios científicos, fue Pedro de Angelis, italiano
contratado por el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, para dirigir la Gaceta Mercantil de
Buenos Aires. De Angelis mantuvo furibundos debates con Echeverría cuya animosidad continuó hasta la
muerte de ambos14 (de058c0a-523c-11e1-b1fb-00163ebf5e63_2.html#N_14_).

Una vez desaparecidos los indios de las tolderías y arrojados sus descendientes a las faldas remotas
de la cadena andina en territorio patagónico, se pudo nivelar el pernicioso antagonismo y comenzar la
labor de recuperar la frontera para la historia del país. Fue una labor penosa y casi imposible pues se
luchaba contra décadas de infame propaganda. En ese sentido la importancia de Esteban Echeverría,
introductor del romanticismo en el país e ideólogo de su generación, es fundamental.

En la mítica articulación de la frontera de Frederick Turner el énfasis reside en los individuos y su


capacidad para superar obstáculos físicos y vencer las fuerzas negativas que impidan su paso. Es decir, la
fuente original del mito de la frontera norteamericana reside en la caracterización de sus hombres. En el
caso de la Argentina, el hombre de la frontera es un gaucho desplumado y paupérrimo que, aún en la
poetización de José Hernández en Martín Fierro, es incapaz de vencer la presión deshumanizadora de la
frontera violentamente expresada en las secuencias en que Fierro decide huir al interior y buscar refugio
en los toldos. La cultura argentina no supo liberarse de la influencia de estos textos fundadores. Basta leer
a Sarmiento, Alberdi, Hernández, Cambaceres, Martínez Estrada y otros, para corroborar esta afirmación.
Son los teóricos de una frontera que permanece problematizada, incapaces de transformar y capturar la
imaginación popular como lo hicieran sus homónimos del norte.
(de058c0a-523c-11e1-b1fb-00163ebf5e63.html)

Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Mapa del sitio (/mapa-web/) Política de cookies (/cookies/)

Cervantes (/fundacion/) Marco legal (/marco-legal/)

S-ar putea să vă placă și