Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
UNO
LA CONDICIÓN ADOLESCENTE
Me veras volar
Por la ciudad de la furia
Donde nadie sabe de mi
Y yo soy parte de todos
Con la luz del sol
Se derriten mis alas
Sólo encuentro en la oscuridad
Lo que me une
Con la ciudad de la furia
Soda Stereo
Luego del estallido de cada una de estas crisis, ya sea que correspondan a
cuestiones de orden vital o circunstancial, invariablemente el sujeto se va a
encontrar embarcado de lleno en el marco de una intensa búsqueda. Durante su
transcurso intentará a través de diversas operatorias (reparación, renovación, y/o
reemplazo), restablecer las bases del equilibrio que sostenían los antiguos apoyos,
regulaciones, y recursos. Sin embargo, la fugaz ilusión que conduce al virtual
restablecimiento del viejo régimen deja traslucir tras la inevitable caída de su velo,
que los equilibrios alcanzados llegan preñados por las simientes de un nuevo orden.
Por ende, para llevar adelante de forma simultánea tanto su primordial
metabolización como su imprescindible implementación, este nuevo orden de
procedimientos, distante años luz de la anhelada restauración, va a instituir con su
arribo una flamante exigencia de trabajo psíquico y vincular.
De este modo, los términos crisis, ruptura, y superación van a ser los que ilustren
de manera más elocuente la secuencia en la que se instituye el múltiple y complejo
procesamiento que caracteriza a la condición adolescente. Aunque para ser más
precisos deberíamos hablar de una serie de crisis, rupturas, y superaciones, que se
suceden sin solución de continuidad a lo largo de esta turbulenta transición. Es que
el desafío en el que se descubre enrolado el sujeto lo obligará al abandono
(paulatino en unos aspectos, súbito en otros), de las configuraciones psíquicas
enhebradas durante la infancia, para poder concentrar así esfuerzos en la
construcción de un nuevo montaje identitario. Esta construcción atravesará por
distintos estadios hasta arribar hacia finales de la adolescencia, y siempre en el
mejor de los casos, a un formato estable aunque no definitivo. Además, este nuevo
montaje identitario se llevará a cabo con materiales extraídos tanto de las canteras
infantiles, como de los viveros vinculares pertenecientes a los espacios
socioculturales que el joven habite o por los cuales se desplace.
Tal como puede apreciarse, las decisivas modificaciones que se producen durante
esta transición van a cavar tan profundamente en los psiquismos de los jóvenes,
que a su término estos van a lucir tan irreconocibles para los otros como para ellos
mismos. Justamente, lo que habrá de permanecer, a pesar de los esfuerzos
defensivos para conjurar cualquier desequilibrio emocional a la hora de admitirlo,
guardará un rango muy inferior en comparación a la proliferación de lo que cambia.
Es en este sentido que las reacciones emocionales de los jóvenes frente a esta
crucial transmutación suelen resultar muy diversas, ya que a la hora de reconocer
su impacto pueden oscilar sin pudores entre las polaridades del escamoteo y la
exaltación. De todas maneras, es posible pesquisar un hilo conductor que al
enhebrar los distintos estilos de reacción, más allá de la mixtura con la que terminen
presentándose, los va a perfilar en torno de una disimulada perplejidad.
En los dominios del tono emocional marcado por el escamoteo nos encontraremos
con el trabajo de desconocimiento implementado para acallar la persistencia de las
voces de la angustia, del dolor, y del desconcierto que cunden durante los tiempos
del adolecer. Al término de esta transición, y en numerosas oportunidades, estas
voces se trasvasan al formato de vivencias y recuerdos inocuos o idealizados. De
esta manera, la sombra del olvido procurará con los beneficios que otorga el
concurso de la convicción, sellar al vacío cualquier filtración que ponga en duda que
los gratos recuerdos conservados son los únicos reflejos de una era idílica y dorada.
Los nubarrones del sufrimiento padecido se ahuyentan así con un magistral borrón
y cuenta nueva, que no sólo destierra con dudoso éxito las heridas infligidas, sino
que además alienta la ilusión de que pese a todo lo sucedido y padecido seguimos
siendo los mismos (2) .
Por lo tanto, el desafío que implica trasponer elaborativamente las tres instancias
que describen y caracterizan el modo de procesamiento de la condición
adolescentedesata en los jóvenes un oleaje de nuevas exigencias de trabajo
psíquico y vincular. Este oleaje resulta tributario del cúmulo de emociones y
sentimientos que son arrastrados a su paso por el torrente libidinal desencadenado
por la pubertad. Por ende, cuando se detecta que estas corrientes afectivas han
iniciado su circulación significa que la secuencia de modificaciones ya se ha puesto
en marcha, arreciando con su repiqueteo sobre el frágil navío de estas
subjetividades en tránsito. De este modo, sólo aquellos que resistan airosos el
embate de los mares que surca esta transición obtendrán el visado para franquear
los pasos fronterizos que separan alPlaneta Adolescente del mundo cultural adulto.
Acto seguido, las peripecias afrontadas para sortear los obstáculos y alcanzar la
meta quedarán en muchos casos teñidas por una pátina cuya tonalidad puede orillar
tanto el ensueño mitológico como el romántico. Sin embargo, esta pátina se astilla
en una miríada de fragmentos cuando el sufrimiento que el trabajo del olvido se
empeña en mantener oculto o desterrar, reaparece tras una indagación más
profunda.
De este modo, se vuelve a constatar una vez más la clásica concepción que
personifica a la adolescencia como una caja de resonancias de la dimensión
cultural, en el marco de la sociedad en la que despliega sus artes y
cuestionamientos. Este papel, que a pesar del paso del tiempo y de sus respectivas
contingencias mantiene intacta su vigencia, resulta válido tanto en la dirección que
la lleva al liderazgo de los movimientos vanguardistas y/o contraculturales que
arrasan con los valores consagrados, como en la que la convierte en el chivo
expiatorio de las estrategias políticas más conservadoras del statu quo. Estas
últimas, eternamente animadas por sus afanes represivos, nunca excluyen de su
orden del día la variante opcional del martirologio como solución final frente al
cuestionamiento de su ideología. En tanto, tal como lo demuestran numerosos
ejemplos, este cuestionamiento juvenil pueda anunciar, o bien denunciar, a través
de la presencia de diversos signos de deterioro el inicio de la declinación de su
poder.
La serie se inicia, una vez agotadas las vituallas infantiles y en plena refundación
del narcisismo, con la incesante búsqueda de puntales y modelos donde apoyarse
y nutrirse para emprender la ardua travesía que demanda la configuración de un
montaje identitario acorde a los nuevos requerimientos. En esta búsqueda,
enmarcada por la moratoria social que los incluye y mantiene en suspenso, los
jóvenes se reúnen en grupos de pertenencia donde comparten la argamasa común
de sus afinidades, temores, y desdichas (8). Mientras tanto, deben hacer frente a
los desequilibrios originados en las mutaciones resultantes de su remodelación
identificatoria(9). Del mismo modo, deben lidiar con la dinámica ambivalente que se
apropia de sus vinculaciones familiares a partir de la inquietante reedición edípica y
de la reñida introducción de sus nuevos referentes. Estos últimos, a la manera de
una remozada versión del caballo de Troya, llegarán equipados con sus propios
valores e ideales, con los cuales instilarán una inevitable revisión de lo
históricamente consagrado.
Jalando del hilo conductor de este procesamiento temporal, veremos que será en el
marco de esa tensa dinámica que dará comienzo la construcción del escenario
donde se va a jugar el imprescindible enfrentamiento generacional. A la manera de
un inevitable correlato, este enfrentamiento impulsará a la elaboración de las
conflictivas remociones llevadas a cabo en las dimensiones representacional y
vincular que conlleva el desprendimiento definitivo del núcleo familiar originario.
Este desprendimiento podrá, a su vez, ser contemporáneo o no de las inquietantes
vicisitudes que signan los encuentros y desencuentros en el campo de las
vinculaciones donde se tramita el emplazamiento del objeto exogámico. Desde
luego, la globalidad de este procesamiento estará transversalmente engarzada por
la progresiva ocupación de las funciones y lugares que la cultura adulta irá
proveyendo para poner a punto al sujeto en pos de su definitivo ingreso a su
territorio. Demás está aclarar que toda esta ingeniería se encuentra bajo el auspicio
de la irrevocable referencia a la noción de proyecto a futuro, que encarna su
cometido cardinal sosteniendo la investidura de un horizonte de posibilidades en un
marco de creciente autonomía.
Del mismo modo, este conjunto de factores que definen las incumbencias de
lacondición adolescente va a estar teñido por las características que tomen las
producciones de subjetividad del momento histórico que le toque atravesar a cada
camada de jóvenes en su tránsito hacia la adultez. Esta situación se expandirá tanto
sobre el tipo de modelos y puntales elegidos para llevar a cabo este procesamiento,
como sobre las modalidades de desidentificación, identificación, apuntalamiento
(10) , y agrupación. Otro tanto ocurrirá con la dinámica de los posicionamientos
subjetivose intercambios vinculares determinados por el estilo de configuración que
adopte elimaginario familiar, en tanto éste va a ser tributario de los valores e ideales
en curso para cada grupo social. La reedición edípica y enfrentamiento
generacional, por su parte, guardarán concordancias con los usos y costumbres que
delinee la cultura para este tipo de situaciones, condicionando así la forma de
desasimiento de los hijos de la tutela parental. Esta última fue adoptando distintos
formatos, algunos de los cuales cayeron en desuso mientras otros sobrevivieron y
coexisten con los nuevos sin molestarse mutuamente.
Por su parte, cuando llega el turno de revisar los lugares que va ofreciendo la cultura
adulta a los adolescentes durante el transcurso de su moratoria, nos encontramos
con un conjunto de cambios que modificaron radicalmente la brújula societaria,
afectando axialmente tanto a la población juvenil como a la adulta. Estos cambios
que comenzaron en la década de los ’80 se sustentaron en el ideario fogoneado por
la posmodernidad en el marco de la restauración política del neoliberalismo (11) .
Sus decisivas resonancias en la orientación que adoptaron las variables
socioeconómicas (tanto en el ámbito de la microeconomía como de la
macroeconomía), puede verse reflejado en las deletéreas consecuencias que
aparejaron el derrape de la sociedad de pleno empleo hacia la de la marginación y
la exclusión social.
Es por todas estas razones que su capacidad de resonar al compás del contrapunto
que marca el ritmo entre cambio y conservación a través de una dinámica propia,
sea la indeleble marca de agua que porta toda generación adolescente (12) . Por lo
tanto, el indisociable anudamiento entre el accionar de esta condición y las
características que despliegan sus dimensiones, es el que va a dar cuenta de la
brutal puesta en abismo que las camadas adolescentes vienen operando sobre las
diversas culturas societarias desde su aparición. Justamente, es en ese mismísimo
punto donde se va a originar el conjunto de resistencias detentado por estas culturas
para reconocer y albergar a dicha condición, en tanto su revulsiva postura cuestiona
la argamasa de valores e ideales que rigen los destinos de cada imaginario social.
BUSCO MI DESTINO
En este sentido, la entrada a escena del maquinismo fue decisiva, debido al salto
cualitativo que a partir de ese momento se produjo en el terreno de la tecnología
aplicada a la producción, y consecuentemente en las múltiples innovaciones e
interconexiones que derivaron en la constitución de un complejo y poderoso polo
industrial. De una manera categórica esta situación trajo aparejadas modificaciones
inevitables en el tipo de dinámica que conjugaba la demanda y oferta de empleos,
con las correspondientes repercusiones en el plano de la movilidad social. Estas
revolucionarias modificaciones habrían de acabar de un solo golpe con los usos, las
costumbres, la tabla de valores, y el ideario que guió por centurias a los sujetos
pertenecientes a las sociedades preindustriales en la conquista de los lugares a
obtener dentro del entramado ocupacional del aparato productivo.
Por otra parte, la moratoria social que engloba sucesivamente a cada generación
de jóvenes dentro de los límites de la condición adolescente, produce a través de
su silente accionar un inesperado excedente en sus efectos. Es que su función
catalizadora, aquella que contribuye a procesar dentro de su jurisdicción las
búsquedas que lleven a la obtención de un lugar en el mundo cultural adulto, se ve
rebasada por el impacto imaginario-simbólico que produce la eclosión de una
identidad por pertenencia. Esta desarrolla y sostiene entre los jóvenes un conjunto
de representaciones, afectos, y deseos que les permite sentirse parte integrante de
la época y de la generación en la que les toca participar. De esta manera, durante
la regencia de cada camada juvenil se gestará, en el marco de la dinámica
establecida entre estas bases interactivas, la construcción de un imaginario
adolescente. Es decir, un conjunto de representaciones que otorgará los
imprescindibles contextos de significación y jerarquización al pensar, al accionar, y
al sentir de una generación que busca su destino.
Tal como puede apreciarse al final de este escueto recorrido, queda a nuestro juicio
develado el interjuego entre las variables concurrentes que sostienen la
conceptualización de la condición adolescente como una producción cultural de la
modernidad. Fue sólo en ese contexto, y a partir de las condiciones que esa misma
cultura entretejió para su advenimiento, que los adolescentes, en tanto sujetos en
tránsito, pudieron hacer su aparición en sociedad y sellar en forma definitiva su
radical diferenciación respecto del más genérico concepto de juventud. Sin
embargo, debió transcurrir bastante tiempo hasta que estos sujetos pudieran poner
en marcha la construcción de su propio imaginario, ya que su montaje identitario en
tanto grupo social sólo pudo constituirse luego de que los propios adolescentes
encontraran un referente de sí mismos a través de la iconografía fílmica de los años
’50 (14). A partir del momento en que se produce ese espejamiento es que pasan a
ocupar un papel diferenciado y reconocido en el comercio de las representaciones
sociales dentro del entramado cultural que los había urdido. Pero,
fundamentalmente también, dentro de la propia sociedad de consumo, ya que hasta
entonces al no tener existencia como especificidad comercial no se fabricaban
productos destinados a esta franja etárea (15).
LAZOS DE FAMILIA
El destino de la condición adolescente, como ya adelantáramos, se encuentra
indisolublemente ligado al perfil que vayan adoptando el conjunto de las
configuraciones familiares que se despliegan en un determinado momento histórico.
Estas, a su vez, dependen para su supervivencia de la capacidad de adaptación
que tengan para sobrellevar los cambios de carácter significativo que se vayan
produciendo en el seno de los contextos culturales a los que pertenecen. De tal
modo, cuando dichos contextos extravían sus coordenadas en el apogeo de una
crisis, se hunden fagocitados por sus propias contradicciones, o estallan por la
violenta irrupción conquistadora de nuevos usos y costumbres, las configuraciones
familiares precedentes pueden enfrentarse a un seguro destino de extinción. A
menos que encuentren una vía adaptativa que les permita anclarse en torno a la
conservación de algún fragmento identitario, mientras absorben y digieren el
torbellino con el que arrecia lo nuevo. Fue de esta manera, por ejemplo, como un
siglo y medio atrás la Revolución Industrial selló para siempre el destino de la familia
ampliada.
Por otra parte, estos cambios también precipitaron la caída a velocidad constante
de la autoridad patriarcal dentro del esquema familiar delineado por la burguesía,
dando paso una nueva dinámica en la distribución del poder y de los roles dentro
de aquel entramado. Esta situación se prolongó a través de la consecuente y
posterior aparición de otros tipos de convivencias que dieron paso a la consolidación
de un conjunto inédito de configuraciones familiares. En un ceñido inventario
podemos reseñar las versiones ensambladas (producto de la unión de una pareja
con hijos de matrimonios anteriores), las monoparentales (constituidas por un solo
adulto), lasalternantes (configuradas por la presencia alternada de progenitores
biológicos y sustitutos), las disgregadas (incapaces de contener y retener a sus
miembros), y lashomoparentales (aquellas formadas por parejas homosexuales que
adoptan legalmente hijos para recrear aquello que la biología les mantiene vedado).
Estos conjuntos transubjetivos a los que continuamos denominando familias son
tributarios de los nuevos posicionamientos subjetivos que se produjeron tanto en
varones como en mujeres, los cuales incluyen la presencia de una masculinidad
más cercana al registro de lo sensible, y de una feminidad que se inclina hacia una
postura más activa, sin que por ello se vean cuestionados de plano sus respectivos
referentes identificatorios.
Esta compleja reformulación del mapa familiar trajo de forma inevitable decisivas
consecuencias sobre el trabajo clínico en general y con adolescentes en particular.
Hasta la llegada de los tiempos de la modernidad tardía el trabajo psicoterapéutico
en torno de las vicisitudes propias de la condición adolescente, llevado a cabo con
los jóvenes en forma singular y/o en conjunción con su núcleo familiar, se
centralizaba en gran medida en cimentar los medios representacionales y vinculares
para facilitar el desprendimiento de los hijos pertenecientes a contextos familiares
con tendencias fuertemente endogámicas. Luego del vendaval posmoderno, y más
allá de que la problemática endogámica mantiene aún su vigencia mas no su
hegemonía, en cuantiosas oportunidades los esmeros psicoterapéuticos se
concentran en tratar de enhebrar tramas psíquicas y vinculares inacabadas, y/o
parcialmente dañadas, o bien, encarar un trabajo más primario aún como el de urdir
el cañamazo de una trama que brilla por su ausencia. Estas familias de corte
expulsivo que no pueden sustentar a ninguno de sus miembros, que dan apoyatura
a algunos en detrimento de otros, o que mediante el expediente del apuntalamiento
invertido logran que la descendencia sostenga a sus progenitores, obliga a intentar
desde el trabajo clínico instalar o reinstalar, con suerte más que variada, los pilares
básicos de la condición adolescente.
Es que los adultos que integran estas familias han extraviado sus referentes
identificatorios gracias al brutal trastrocamiento que sufrieron los valores e ideales
con los que se constituyó su subjetividad. Frente a este embate, y con el fin de paliar
la sensación de arrasamiento subjetivo a donde este extravío los conducía, estos
adultos se encontraron de pronto frente a una solución paradójica, ya que al
embanderarse ciegamente en la propuesta fetichizante ofrecida por esa entidad
denominada mercado, obtuvieron una segunda dosis de alienación al caer víctimas
de las patologías asociadas al consumo (drogas, objetos, personas, imágenes,
etc.). De esta forma, al sucumbir a su propio desfondamiento subjetivo
contribuyeron decisivamente, más allá de su voluntad y de su deseo, en la
generación de las graves falencias que empezaron a detectarse en la constitución
y el ensamblado del psiquismo de su descendencia (16) .
Los profundos cambios que acabamos de describir tanto en el tejido familiar como
en el societario, contribuyeron decisivamente a delinear dentro del imaginario social
un conjunto de nuevos lugares y montajes identitarios donde las sucesivas y
emergentes camadas de jóvenes debieron tramitar las vicisitudes propias de
lacondición adolescente. No obstante, estos cambios no hubieran podido ocurrir sin
el protagonismo central de un cúmulo de acontecimientos sociopolíticos que
contribuirían a cambiar definitivamente el rostro de las sociedades occidentales. La
caída del Muro de Berlín y el colapso del bloque soviético consolidó el retorno del
capitalismo salvaje a través de la restauración neoconservadora y la globalización
de sus pautas de funcionamiento. Esto trajo aparejada la pérdida definitiva
del Estado de Bienestar, el afianzamiento de un individualismo a ultranza, y la
incertidumbre acerca de un futuro donde colocar a plazo fijo las esperanzas de
progreso.
Esta situación terminó por golpear tan fuertemente a la dimensión sociocultural, que
todas las pautas que reglaron durante la modernidad los caminos de acceso a la
construcción de la subjetividad se vieron conmocionados, y en gran medida
desmantelados, por la irrupción de este vendaval de cambios. Y si los grupos
familiares no pudieron sortear el impacto y salir indemnes, menos aún los
cardúmenes adolescentes que, como ya hemos descrito, funcionan a la manera de
una caja de resonancias de los movimientos, innovaciones, y transformaciones que
se producen en el seno de la cultura donde se encuentran insertos. Asimismo, a
raíz de las estocadas producidas por la dinámica de estas transmutaciones en el
campo de los referentes identificatorios, el esquema que regía las vinculaciones
entre los jóvenes y sus familias sufrió una serie de perturbaciones que acabó por
conformar un nuevo escenario relacional. De esta manera, las coordenadas del
enfrentamiento generacional se vieron seriamente alteradas por aquel fenómeno
inédito que venimos rastreando, la entronización de la juventud como modelo ético
y estético universal de una sociedad cuyo propósito esencial es la búsqueda
hedonista del éxito a cualquier precio.
Por otra parte, estas nuevas referencias y pautas de comportamiento adquiridas por
el imaginario adolescente incluyen también fuertes variaciones en los requisitos que
cada género demanda a la hora de poner en juego la dinámica propia de las
vinculaciones. Ya no es necesario, como en otras décadas, copiar las pautas
adultas para saber qué hacer en ciertas situaciones, debido a que han surgido
nuevas formas de expresión y acuerdo que desplazaron a los viejos tópicos. Los
varones, por ejemplo, ya no se sienten obligados a oficiar los viejos rituales que
conferían la investidura de caballero, tales como el de acompañar a sus novias
hasta sus domicilios cuando retornan de sus salidas. Otro tanto ocurre con el acto
de ceder el asiento en los medios de transporte, y con el ya vetusto slogan de las
damas primero. La igualación está a la orden del día, y el tradicional miramiento en
torno a la tendenciosa calificación de las mujeres como pertenecientes a un
descalificado sexo débil, ha quedado empolvado en el olvido. No está de más
aclarar que ellas tampoco lo reclaman.
Por otra parte, la difundida erotización precoz propalada incesantemente por los
medios de comunicación a través de filmes, teleteatros, y series, que ha hecho
prácticamente desaparecer la vieja fase de latencia, acelera el ingreso de los
jóvenes en una dinámica sexual que los obliga a forzar una definición respecto de
una elección de objeto que se torna prematura, y a asumir roles y conductas para
los cuales no cuentan con la totalidad de los recursos necesarios. Esta demanda
cultural los lleva muchas veces, ya por la vía sintomática, ya por la de la actuación,
a maniobrar de manera evitativa a través del aplazamiento que puede facilitar el
consumo de drogas, o bien, a forjar una seudo-identidad que encubre un andamiaje
infantil que no ha tenido oportunidad de madurar. Es así como los emblemas de la
masculinidad y de la femineidad pueden ser utilizados como verdaderas
mascaradas, que encubren los endebles procesamientos llevados a cabo tanto en
las jurisdicciones yoica y superyoica como en los lindes del campo pulsional.
Otro tanto, pero de manera contrapuesta, ocurre con las jóvenes provenientes de
sectores pauperizados, que se embarazan para asegurarse inconscientemente una
identificación a futuro como mujer (20) . En este caso el embarazo viene a obturar
el procesamiento de la condición adolescente, ya que de esta manera no es
necesario formularse más preguntas acerca del futuro, ni encarar el procesamiento
de ninguna transición, porque la dotación identitaria obtenida genera
automáticamente una clausura psíquica. De este modo, la ilusión subyacente que
intenta desmentir que una joven de 14 años que da a luz sigue siendo una
adolescente, aunque formalmente sea declarada madre, es la de creer que teniendo
un hijo se obtiene un visado identificatorio definitivo. Es en este sentido que la
maternidad adolescente resulta efímera, porque el hijo en tanto objeto que brinda
dicha dotación identitaria concluye con su funcionalidad en el momento del parto.
Luego del mismo la adolescente, que en ningún caso podrá sostenerlo sola,
retornará a su vida juvenil obligando a los abuelos a asumir la crianza, o bien,
entregándolo en adopción (21) . Así, la ecuación tener para poder ser vuelve a la
carga en un mundo cuyo horizonte de futuro continúa su declinación plagado de
incertidumbres y acechanzas.
La distopía descrita George Orwell en su novela 1984 (un anagrama numérico del
año en que fue escrita), y que anticipaba el terrorífico triunfo del régimen totalitario
del estalinismo, se desvaneció en el aire en noviembre de 1989. La simbólica caída
del Muro de Berlín no sólo aceleró su ocaso, fue también el factor determinante para
que el modelo político, social, y económico pergeñado por el neoliberalismo perdiera
sus modales de doncella y lanzara su asalto a escala planetaria. Con este plan
emprendió el rescate de los estados hundidos junto con el bloque soviético,
rediseñando así parte de la cartografía europea (unificación alemana, partición de
Yugoslavia, etc.). Asimismo, concentró esfuerzos en convertir a su causa a remisos
y escépticos con el clásico sonsonete de ‘este es el único modelo, y además,
funciona a la perfección’. De esta forma, la potencia arrolladora que esta convicción
llegó a desplegar devino en un credo hegemónico, al que incluso sus más sonados
fracasos (la crisis financiera mejicana, rusa, y asiática), no le hicieron mella alguna.
Del mismo modo, el desprestigio político acumulado por la clase dirigente facilitó el
avance devastador este modelo sobre las viejas conquistas arrancadas al
capitalismo a través de las luchas sindicales. Esta situación acorraló a los
representantes de las ideas más progresistas contra las cuerdas del fin de la
historia, aquel discurso pretendidamente filosófico versionado por Francis
Fukuyama. Este discurso no sólo anunciaba la conclusión de las luchas sociales,
sino también la desaparición de los lazos solidarios del ya obsoleto e ineficiente
Estado de Bienestar. Su paulatina supresión fue dejando lugar a una pequeña
superestructura estatal en perpetua fuga respecto de sus incumbencias, y en
ostensible ausencia respecto de sus obligaciones. El estado microcéfalo remanente,
abanderado de la globalización, declinó así el interés por las políticas sociales a
manos de los grandes negocios, aquellos que se urdían en los centros financieros
internacionales a total beneficio de las empresas privadas.
Con el paso del tiempo esta revolución comenzó a ceder territorio y poderío, a tal
punto que apenas comenzado el nuevo siglo había extraviado su hegemonía. No
obstante, algunos de los efectos provocados por su vendaval conservaron su
vigencia. De este modo, en la medida que comenzaba a desvanecerse
delimaginario adolescente la emblemática cuestionadora que lo caracterizara desde
su aparición, se acentuaba la percepción de que se iba entornando el umbral de la
dimensión de futuro. Por ende, en tanto su posición de vanguardia se iba perdiendo
a manos de la abulia y la desorientación que impregnaba la década de los años ’90,
empezaba simultáneamente a detectarse en los jóvenes de las clases más
acomodadas un fenómeno de tipo dilatorio que apuntaba a una temporaria
cancelación de su proceso madurativo y, por lo tanto, de su ingreso al mundo adulto.
Este fenómeno que hizo pie en la escuela secundaria expresándose a través de las
numerosas y reiteradas repeticiones de año que se producen durante el ciclo lectivo,
fue adquiriendo con el tiempo una envergadura mayor. De este modo, el cúmulo de
repeticiones, inéditas tiempo atrás, cumplen inconcientemente la función de
demorar el momento del futuro egreso, incluso desde su mismísimo inicio. Esta
situación se completa con un aplazamiento extra, el que se obtiene en el último año
merced a las materias que quedan pendientes de aprobación luego de la cursada,
las cuales pueden mantener en suspenso la graduación sin límite de
tiempo. Cuando la secundaria queda atrás, con o sin materias pendientes, puede
también surgir a manera de prórroga la idea del año sabático, donde un viaje, un
trabajo temporario, o bien, el simple argumento del descanso luego de tantos años
de escolaridad, imponga un compás de espera para ingresar en el ciclo
subsiguiente.
16. Tal como puede apreciarse en películas como Kids, golpe a golpe,
o Bully de Larry Clark, A los trece de Catherine Hardwick, Historias de familia de
Noah Baumbach, y Pequeña Miss Sunshine de Valerie Farris, entre otras.
17. Cfr. Adolescente hasta la muerte (Schejtman, N. 2006).
18. No resulta ocioso aclarar que si bien estos trastrocamientos hicieron hincapié
en los códigos de una amplia franja de adolescentes, donde quedan englobadas las
versiones tempranas, medias, y tardías, esto no excluye la existencia de grupos que
se manejen con otros códigos, o bien, que utilicen estos mismos de manera más
matizada.
19. “¿Qué van a pensar de mí? Estudio sobre jóvenes que no usan preservativo”.
Página 12. (27-09-2007).
20. Cfr. El embarazo adolescente como deseo de consumos (Kait, L. 2007).
21. Las versiones fílmicas más edulcoradas como la de La joven vida de Juno,
aunque intentan dar una solución más realista, adolecen de una profundización
sobre el posicionamiento subjetivo de las jóvenes
22. Nos parece útil introducir la denominación otros del vínculo para delinear una
especificación dentro la categoría genérica que abarca la noción de otros. De este
modo, se diferencia a los otros en general de aquellos con los que el sujeto
adolescente se encuentra vinculado. En esta categoría quedarán incluidos tanto los
otros originarios como los otros significativos.