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Desde los tiempos del llamado muro de Adriano (edificado por el imperio romano para protegerse

de los pictos) , pasando por el llamado “telon de acero” (construido para salvaguardar el “paraíso
socialista”), las fronteras eran vistas, salvo para utopistas y ciudadanos del mundo, como algo
inevitablemente asociado a la propia idea de Estado, como organización política soberana de base
territorial y dotada del monopolio del uso legítimo de la fuerza dentro de sus fronteras. Las
fronteras, por lo tanto no has “inventó” Trump. En el año 212 ac Quin Shi Huang, primer
emperador de la China unificada, mandó construir un “muro” para proteger sus vastos dominios de
las hordas mongolas del norte. Tampoco el famoso muro de Trump es una invención suya. Lo inició
la administración Clinton en 1993 y durante más de una década el partido demócrata, ahora
devenido en abolicionista y “confederado” -defiende la no aplicación del derecho federal en los
estados que controla, como defendían los estados sureños en los albores de la guerra civil
americana- se mostró orgulloso de ese muro que impedía que el pais se llenará de
“indocumentados” (Hillary Clinton en 2006).

En los momentos presentes, en los que Europa se encuentra sometida a una enorme presión
inmigratoria proveniente de ámbitos culturales (mundo islámico) muy alejados de las señas de
identidad europea, el debate parece haberse reavivado, circunstancia que la nueva izquierda ha
aprovechado para intentar hegemonizar el discurso politico con su visión abolicionista de la misma
idea de frontera. Para lograr su objetivo, la nueva izquierda ha hecho uso de dos elementos. En
primer lugar apelando a la emocionalidad, intentando así dirigir los sentimientos de la opinión
pública en un sentido favorable a las tesis de que la emigración es un derecho humano absoluto y
que cualquier intento de racionalizarlo o regularlo es un atentado contra los derechos humanos. Para
ello ha logrado instalar, en la mayoría de los medios de comunicación de masas, una forma de tratar
las informaciones relativas a la inmigración basada en la corrección política y en la manipulación de
los hechos. No diferenciando tipos de inmigración, presentando las políticas inmigratorias de la
Unión Europea como muy restrictivas -mientras ocultan la existencia de otras que lo son mucho
más como la australiana o canadiense- o vinculando siempre control de la inmigración con
xenofobia.

El segundo elemento es el intento de vincular control inmigratorio con un concepto muy usado por
la nueva izquierda: la biopolítica. Prescindiendo de los orígenes remotos de la idea (Platón), el
origen moderno del término está en las ideas racistas del politólogo sueco Rudolph Kjellén. El
segundo elemento es el intento de vincular control inmigratorio con un concepto muy usado por la
nueva izquierda : la biopolítica. Prescindiendo de los orígenes remotos de la idea (Platón), el origen
moderno del término está en las ideas racistas del politólogo sueco Rudolph Kjellén.

Esta noción de biopolítica ha tenido un desarrollo posterior mucho más perfeccionado y


deslegitimador de la idea del control inmigratorio, a través de las obras de dos pensadores como son
Agamben y la dupla de Hardt-Negri. En concreto Agamben hace uso de una oscura figura del
derecho romano, Homo Sacer, de la que se vale para establecer ciertos paralelismos entre el estado
de excepción, como forma por excelencia bio-política, y el control inmigratorio o la lucha contra el
terrorismo. Según el derecho romano arcaico, el hombre que cometía ciertos crímenes era
expulsado de la comunidad y sus derechos revocados. Se encontraba, por lo tanto en una situación
paradójica. Era la propia ley la que lo que declaraba un fuera de ley. Aquí Agamben quiere ver un
antecendente remoto del estado de excepción constitucional, sobre el que teorizara Carl Schmitt, en
el contexto de la crisis de la república de Weimar. Para Agamben tanto los campos de
concentración nazis, como los centros de retención de inmigrantes constituyen figuras derivadas de
esa generalización del estado de excepción, que según él caracteriza a las democracias
representativas en el llamado neo-liberalismo.
Hardt y Negri, en su visión globalista y superadora del estado-nación como lugar preferente de la
lucha política, contraponen dos formas de entender la biologización de la política. Por un lado de lo
que ellos llaman imperio (una suerte de orden neo-liberal hegemónico) que busca la opresión y el
freno de los movimientos migratorios. Por otro la verdadera biopolítica, la que debe usar la multitud
(conjunto de oprimidos por el sistema) para realizar una verdadera democracia global, concebida en
términos absolutos, más allá de las limitaciones de la democracia representantiva burguesa y del
llamado estado de derecho.

Otro pensador italiano Roberto Esposito también se vale del concepto para caracterizar a los
modernos estados nación. Según él, estos obedecen a la lógica hobbesiana del miedo al otro, de ahí
que tengan que “inmunizarse” frente al extranjero, en una suerte de lógica política profiláctica.
Todos estos discursos teóricos llevan en último término a presentar cualquier política inmigratoria,
como una extensión necesaria y perversa de la lógica biopolítica, que sería una especie de
perfeccionamiento de la llevada a cabo por los nazis. Esta visión también lleva aparejada la creación
de un nuevo lenguaje donde palabras como inmigrante son tachadas de xenófobas y sustituidas por
otras no contaminadas por la biopolítica (migrante). De esta manera se postula una suerte de
derecho universal a la migración, frente a un globalismo neo-liberal, que sólo lo sería de capitales
pero no de personas.

Sin embargo del engaño de la nueva izquierda en relación con el tema de la inmigración acaba
pasándoles factura. Es absolutamente incompatible postular un incremento exponencial de la idea
del estado del bienestar y al mismo tiempo pretender hacerlo compatible con un estado-nación de
fronteras cada vez más porosas. Este discurso anti control inmigratorio le ha costado ya a la
izquierda radical francesa, representada por el Frente de Izquierda de Jean Luc Melenchon, perder
el apoyo de la clase obrera francesa en favor del Frente Nacional de Marine Le Pen.

Por otro lado si hay una forma de hacer biopolítica por antonomasia esa es precisamente la de la
nueva izquierda. Las teorizaciones de género del feminismo radical son pura biopolítica.

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