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La suspensión del Estado de Derecho en Argentina y la


república en cuestión
Psicoanálisis en tiempos represivos
El autor se plantea cómo hacer psicoanálisis en tiempos de policía
represiva, de persecución ideológica, de hostigamiento social y
económico, de censura y represores agazapados.

Por Cristian Rodríguez *

Imagen: Adrián Pérez

En épocas negras para la Nación Argentina, donde la sombra


del objeto vuelve a cernirse con fuerza inusitada, entre la
explosión social del año 2001 y los vericuetos vergonzosos
del actual Congreso, que blinda e implosiona su estrategia de
poder hacia una reforma previsional que arrasará,
seguramente, parte del capital simbólico de una comunidad
que en la pluralidad de la Asignación Universal por Hijo y
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de las pensiones graciables dio lugar durante una década a


una intención no sólo distributiva, sino de “hacer lugar” en el
registro de la inscripción ciudadana, ¿qué es hacer letra, en
nuestra práctica psicoanalítica, sino ese esfuerzo –pulsional
por cierto– de hacer con la transitoriedad1, ante la finitud de
cualquier sistema social y económico, y también la finitud
del sujeto por efecto del límite estructural que impone la
pulsión de muerte, sino un prevalecer de esas pocas,
contadas marcas transgeneracionales, que podrán
reconocerse una y otra vez, retroactivamente siempre, y
rescatar, potenciar, posibilitar? En eso que conocemos como
futuro anterior: “habré sido” por acontecer.
El Estado Clientelista
¿Y no es acaso con la suspensión de las garantías
constitucionales que se da paso a la lógica del Estado
Clientelista –al contrario de lo que postulan los gurúes
mediatizados–? Esta dinámica, que alguien desprevenido
podría dejar acontecer como natural, está sin embargo bien
enraizada en la dinámica totalitaria del actual gobierno de
“Cambiemos” en Argentina: una vez más el adoctrinamiento
reduce la política a una dádiva, y esa dádiva de raigambre
feudal y religiosa se realiza en lo que siempre ha sido: saber
impuesto, verticalidad, esclavitud servil.
Por el contrario, la “asistencia social” de los “estados
asistencialistas”, modo peyorativo en que se suele nombrar a
las políticas públicas ligadas al Estado de Derecho, ha
habilitado en la historia contemporánea de occidente un tipo
de ilusión inédita y un debate sobre la transversalidad social
del desarrollo industrial. Una humanización no sólo del
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capital sino de la mecánica faz de la industrialización. Una


subjetivación posible y una desujeción de la maquinaria
automática de las “dictaduras perfectas.”2
Por allí han entrado en el cénit del Siglo XX, en ese tajo
brutal que delimita el final de la segunda Guerra Mundial,
políticas sobre derechos universales, sobre los modos en los
que en el capital se discute el acceso a la propiedad privada y
a las identidades como serie de matrices identitarias, de las
que el peronismo fue una expresión entre otras, con su tríada
sobre la justicia social, la independencia económica y la
soberanía política.
Por contrapartida, la antipolítica de los movimientos
políticos que hacen recrudecer la idea de una ratio soberana
y total, por medio de una exaltación del individuo, arguyen
lo que ya sabíamos: que el derecho promueve una serie de
restricciones que toman por relevo las mociones primarias
destructivas del ser humano. Esa cosa, Freud la situó
perfectamente no sólo respecto de su “pulsión de muerte”,
sino en la carta que dirige a Einstein durante la Segunda
Guerra Mundial, contestando al requerimiento del físico
contemporáneo: ¿por qué la guerra?3
Se puede hacer del derecho perfectamente la herramienta del
sojuzgamiento y transformarlo en vehículo de la destrucción
de eso que parecen proteger tan audazmente las políticas que
asociamos a las derechas conservadoras: el cetro del
individuo, ahora más pisoteado que nunca.
Dimensión política del sujeto
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La ideología, ese tomar partido sobre el posicionamiento no


sólo subjetivo sino fundamentalmente colectivo, funciona
entonces como una “barrera antiestímulo” a la estupidez
adaptativa y civilizatoria, una cierta “barradura” –aunque
probablemente sintomática– que se instaura como signo de la
castración. La ideología es una puesta en acto de la
castración, del ser en la lengua, una toma de posición que
soslaya la posición de sujeto del inconsciente.
En el atravesamiento de ese síntoma llamado ideología, en su
indispensable relación con las formaciones del inconsciente,
encontramos que el sujeto, por la vía de la ideología, toma
posición y avanza en el posible develamiento de una verdad
que lo corroe y hace falta.
La ideología atañe al sujeto del inconsciente tanto como la
ideología es lo inconsciente en acto. La ideología es un real,
en la serie de las letras reales de lo inconsciente. La
ideología es uno de los fenómenos de borde en la relación
entre real y goce, entre letra y cuerpo. No hay devenir de una
cura psicoanalítica sin ideología, por mucho que trinen los
puristas.
Por eso la lógica totalitaria impone una “sensación” –una
apelación al goce sentido– de que eso carece de sentido,
pertenece a la serie de las banalidades y los anacronismos.
Es decir, lo llena, lo repleta de sentido vacuo. No es extraño
que veamos llegar a los consultorios los pacientes
“implosionados” de este goce silente, de ese modo servil y
automático para desmentir el trabajo de signar cualquier
lectura sobre su sufrimiento subjetivo. Por allí se cuelan
desde las primigenias psicotizaciones, hasta los fenómenos
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psicosomáticos de diversa índole. ¿Pero qué otra cosa puede


suponer interpelar el sufrimiento de un paciente, que
disponer en la transferencia un encuentro que intente
desplegar la dimensión política del sujeto?
El sujeto del inconsciente es un sujeto político, y la ideología
una fantasía –singularizada– que facilita la enunciación
subjetiva.
El sujeto político, que no es otro que el sujeto que emerge
como efecto de la nominación del sujeto del inconsciente en
esa experiencia llamada psicoanálisis, en esa necesaria
“locura de a dos”4, y que está estructurado en las
dimensiones de los discursos propuestos por Lacan:
histérico, académico, psicoanalítico, científico, atraviesa esa
experiencia en sus variantes potenciales. Es Decir, hace con
el fantasma, si consideramos por fantasma el modo en que la
lengua provee una relación –y también una salida temporaria
/ temporalizada– a las cuestiones estructurales con lo real del
goce.
La política es un anudamiento entre los discursos, un eslabón
más uno, una estabilización posible, una suplencia, un cinco
en esa misma estructura de los discursos, y por ende un
discurso ligado a lo inconsciente y propicio al devenir del
sujeto de deseo.
Pero este, el de la cura en psicoanálisis, no es trabajo para
obsecuentes ni para “políticos acomodaticios”, es un trabajo
de indagación que requiere cierta valentía. No es trabajo para
retóricos del poder imaginario.
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Holofrase
Suele achacarse a la ideología la limitación de pertenecer a
esa instancia de la caverna platónica ligada a la ilusión, al
plano de las ideas como pura proyección sobre una pantalla,
la pantalla que proyecta las ideas en un plano puramente
imaginario. Si esto fuera sólo así, la ideología estaría así
ubicada, respecto de la política, en una relación propia de la
tensión imaginaria entre a y a’ –parafraseando la propuesta
del esquema Lambda5–. Es decir, a más ideología mayor
tensión, reduciendo así el esquema a una simple maquinaria
de vapor –una especie de protoplasma industrial de los
albores de la era industrial–, proponiéndose una regulación
en las calderas del Titanic del capitalismo: la ideología sería
problemática porque haría estallar las calderas y llevaría al
naufragio. Pero el Titanic se hunde de otra cosa finalmente.
De este modo, la ideología no sería más que un detonador
determinista que aplasta la relación del sujeto al Otro,
haciendo de los efectos de significación el puro signo de la
destrucción. Sin embargo, una vez más, la experiencia sobre
los pacientes en análisis propone otra cosa. La ideología es
un lazo –necesario– en el plano del sentido, entre S1 y S2,
preservando así de la holofrase6 y la debilidad de
pensamiento, variantes de la idiotez adaptativa y
civilizatoria.
La “idea del cambio” se vendió como un impostado cerebro
que piensa por usted y lo interpreta. Pero ese cerebro, más
que primitivo y reptiliano –como he escuchado en algún
comentario de café, tomando las categorías anglosajonas de
las corrientes de pensamiento que instalan las flamantes
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neurociencias al servicio del control del pensamiento–,


funciona sobre los pares de oposición, es decir que está
“lleno” de sentidos antagónicos y enumerados. Lejos de
cualquier estrategia de supervivencia, más bien es un
facilitador de la dimensión tanática del pasaje al acto y del
sacrificio a manos del “depredador”. Por medio de esos pares
antagónicos reducen el campo –incluido el de los sentidos– a
posiciones antagónicas fundamentales: odio arrasador,
paranoia, pasaje al acto. Variantes, todas ellas, de las
mociones autodestructivas que arrasan el lazo social.
La holofrase es un cierto tipo de fenómeno que arrasa no
sólo la función del lenguaje –y en lo que concierne al
psicoanálisis, de lalengua–, sino que establece una primacía
de la lógica de la horda fraticida.
Por el contrario, lo más primitivo de la supervivencia es la
huida, no la depredación. La depredación es un tipo de
arrasamiento de la cultura, y por ende un artilugio con una
codificación secundaria que enmascara, con la forma del
émulo de la naturaleza, sus intenciones de enajenación.
En otro orden, lo más “primitivo” / primario, es el vacío
propuesto por el psicoanálisis, a partir de considerar la
primera experiencia de satisfacción como alucinatoria e
intrapsíquica, ligada a un objeto irremediablemente perdido,
el objeto “a”.
La experiencia psicoanalítica deja registro más allá del
retorno de lo reprimido, algo que insiste más allá del
síntoma. Ese sería un aspecto de la ideología que es “bien
real” –en todas las dimensiones en que usted pueda leerlo–, y
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no sólo obstáculo imaginario. Y allí se va desplegando “la


pipa”, el “esto no es una pipa” del cuadro de Magritte –y la
curva topológica que propone ese conducto hueco por el que
pasa el aire, la nada misma–7, una escena posible sobre ese
real de la ideología que atañe –por obra de su recorrido que
ya es vacío– a lo real de la ideología y a la realidad.
Un cálculo sobre lo real de la realidad, allí donde “la realidad
es lo real” –a condición de que se haya posicionado un lector
para hacer con ella–,y que también propone un más allá de la
representación. Podríamos pensar entonces la realidad como
un soporte que está más allá de la representación –aunque
produzca representaciones de diversa índole–. Esa realidad,
ligada indefectiblemente a la ideología, permite atravesar la
fantasmática omnisciente del padre cruel y parricida, por un
lado, y de la hermandad fraticida y vandálica, por el otro.
Ese es el trabajo por hacer.
¿Se puede hacer psicoanálisis en tiempos de la cana
represiva y la pesada, en tiempos de persecución ideológica,
en tiempos de hostigamiento social y económico, en tiempos
de censura y represores agazapados? Ahora más que nunca.
Ya que no se trata sólo de una estética represiva, sino de una
auténtica filosofía en el tocador sadiano8 y los efectos en el
lazo social de un padre perverso y cruel, sin fondo. Hay
policías de la moral y policías de los otros –los del “palito de
abollar ideologías” que menciona la genial Mafalda–,
campea la lógica de un estado militarizado y asfixiante, un
estado represivo. Retorno de lo reprimido de los horrores
argentinos, ya que esa es la puesta en acto de esos fantasmas
en olas sucesivas y transgeneracionales. Vienen al encuentro,
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no tienen rostro detrás de esas máscaras de tensión y


cotidianeidad, de esos cascos con visera y escudos con los
que se reprime en las calles. Es una vez más lo sin rostro que
se acerca demasiado, tomando por asalto los sueños y los
bordes donde asirnos, disfrutan con el sufrimiento en el otro,
van a abusarnos, probablemente a torturarnos, traerán
horrores indecibles, se proponen como más allá, son amos en
la oscuridad abyecta, lo sabemos, vienen a desaparecernos.
* Miembro de EPC, Espacio Psicoanalítico Contemporáneo.
Publicó, entre otros, los libros –coautor con José Luis
Juresa–: Gérard Haddad, un periférico del psicoanálisis.
Después de Auschwitz y a partir de Lacan. Editorial Letra
Viva, y de reciente aparición: Auschwitz con Hiroshima.
Sobre el resplandor en la línea de montaje. Editorial
Eduvim, Editorial Universitaria de Villa María Córdoba,
Argentina.
1. La transitoriedad, S. Freud. 1916.
2. “Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una
democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros
en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería
esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al
consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su
servidumbre...” Un Mundo Feliz. Aldous Huxley. 1932.
3. “¿Por qué la guerra?” Correspondencia entre Einstein y
Freud. 1932.
4. “La locura de a dos”. Charles Lasègue y Jules Falret.
1877.
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5. “Función y campo de la palabra y del lenguaje en


psicoanálisis”. Escritos. J. Lacan, 1953.
6. Una holofrase (del griego holos ‘todo’; frase) es una
palabra que implica el significado de todo un enunciado.
Lacan la utiliza referida a la debilidad mental, los
fenómenos psicosomáticos y, eventualmente, las
alucinaciones verbales.
7. Pintura de René Magritte, famosa por su inscripción
“Ceci n’estpas une pipe”, que significa “esto no es una
pipa”. 1928/1929.
8. “La filosofía en el tocador”, Marqués de Sade. 1795.

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