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Holofrase
Suele achacarse a la ideología la limitación de pertenecer a
esa instancia de la caverna platónica ligada a la ilusión, al
plano de las ideas como pura proyección sobre una pantalla,
la pantalla que proyecta las ideas en un plano puramente
imaginario. Si esto fuera sólo así, la ideología estaría así
ubicada, respecto de la política, en una relación propia de la
tensión imaginaria entre a y a’ –parafraseando la propuesta
del esquema Lambda5–. Es decir, a más ideología mayor
tensión, reduciendo así el esquema a una simple maquinaria
de vapor –una especie de protoplasma industrial de los
albores de la era industrial–, proponiéndose una regulación
en las calderas del Titanic del capitalismo: la ideología sería
problemática porque haría estallar las calderas y llevaría al
naufragio. Pero el Titanic se hunde de otra cosa finalmente.
De este modo, la ideología no sería más que un detonador
determinista que aplasta la relación del sujeto al Otro,
haciendo de los efectos de significación el puro signo de la
destrucción. Sin embargo, una vez más, la experiencia sobre
los pacientes en análisis propone otra cosa. La ideología es
un lazo –necesario– en el plano del sentido, entre S1 y S2,
preservando así de la holofrase6 y la debilidad de
pensamiento, variantes de la idiotez adaptativa y
civilizatoria.
La “idea del cambio” se vendió como un impostado cerebro
que piensa por usted y lo interpreta. Pero ese cerebro, más
que primitivo y reptiliano –como he escuchado en algún
comentario de café, tomando las categorías anglosajonas de
las corrientes de pensamiento que instalan las flamantes
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