Sunteți pe pagina 1din 2

José Orlandis.

La vida en España en tiempo de los godos

La unción regia

La unción de los reyes en la España visigodo-católica tuvo su inicio en un momento que no resulta fácil fijar. Aparece del
todo congruente con la doctrina isidoriana sobre el poder real. Rememorando el precedente de los “reyes ungidos de
Israel”, los eclesiásticos españoles presentaron la imagen del monarca visigodo católico como la de un “ungido del
señor”. Dos textos del antiguo testamento, el concilio IV de Toledo los aplica a los reyes visigodos.
El monarca puesto de pie ante el altar leyó el juramento de fidelidad al pueblo, el Concilio X de Toledo incorporo al
juramento la cláusula de mantener la separación entre el Patrimonio de la Corona y los bienes privados del monarca.
Una vez prestado el juramento del rey se pasaba al rito de la unción, el príncipe se postra de rodillas ante el obispo
quien derrama el óleo sagrado sobre su cabeza.
Antes de concluir la ceremonia, el pueblo presente en el templo correspondía al juramento de fidelidad del rey, jurando
a su vez fidelidad al nuevo monarca y los palatinos presentaban su juramento de modo directo y personal. A finales del
siglo VII, cuando se habían agudizado enfrentamientos entre facciones, se dispuso que cada uno de los súbditos del
reino tuviese que jurar fidelidad al rey ante unos funcionarios, los discussores iuramenti, que recorrían el país con la
misión de recibir los juramentos.

CONCILIOS EN TOLEDO

El concilio III de Toledo

Toledo fue en la época visigoda la metrópoli de los concilios. Durante el siglo VII llego a ser la capital religiosa de España.
En el año 589 reunió el famoso Concilio III de Toledo para solemnizar la conversión de los visigodos arrianos y la
instauración de la unidad religiosa del pueblo español en la fe católica. Alcanzo una amplia resonancia más allá de las
fronteras de Hispania. Sus resultados fueron la regulación del sistema político de monarquía electiva y la
institucionalización del concilio nacional.

El concilio Toledano IV y los concilios nacionales

Se introdujo una importante novedad: si en un determinado año hubiera de tratarse cuestiones que afectasen la Fe o la
totalidad de la Iglesia, en vez de un sínodo provincial, habría de celebrarse el “Concilio general de toda España y la Galia”
con la participación de todo el episcopado del pueblo. Este fue el punto de arranque de grandes concilios nacionales, la
sede natural de esas asambleas seria la Urbe regia y por ello los concilios nacionales fueron toledanos.
El convocante de los concilios era siempre el rey, la única autoridad cuyo poder alcanzaba a todo el territorio de la
Monarquía. Pero también porque a él le correspondía prestar ciertas necesarias facilidades materiales para viajes y
hospedajes de los obispos.

Los temas de índole religioso

Entre los asuntos de índole religiosa tratados en los concilios y que mayor repercusión tuvieron fueron:
1. La unificación de los ritos, ratificada por el concilio Toledano IV y que incidió en la liturgia de las iglesias y poblaciones
que habían formado parte del antiguo reino suevo de Gallaecia.
2. Letanías anuales, instituidas por el concilio V de Toledo y ratificadas por el VI, tuvieron basta repercusión en todo el
pueblo cristiano.
3. La instauración por el concilio X de Toledo de la Solemnidad de la Madre del Señor fomentaría la devoción popular a
la virgen María.
Los negocios públicos

El concilio IV de Toledo, trato cuestiones públicas de trascendencia para la vida del Reino visigodo de España. Este
convalido la irregular ascensión de Sisenado al trono y reconoció como legitima su autoridad.
Este concilio fue una autentica asamblea constituyente, como resultado del entendimiento entre dos grandes fuerzas
sociales de la época: el episcopado y la aristocracia.

El desarrollo de un concilio nacional

El concilio se iniciaba con un gesto de adoración, todos los padres se prosternaban en silencio, los metropolitanos uno
tras otro recitaban las oraciones reservadas a ellos en el Ordo. Seguidamente uno de esos metropolitas dirigía una
alocución a la asamblea.
Llegaba así la entrada del rey con un sequito de magnates palatinos. El monarca recitaba una oración ante el altar y
luego se postraba igualmente sobre el suelo en señal de adoración. Terminada esta el príncipe y sus acompañantes se
ponían de pie y el soberano ocuparía una sede o solio preparados al edicto para dirigir su alocución al concilio. Hace
entrega a la asamblea del “tomo regio” un pliego donde figuraban las cuestiones que proponía a la deliberación del
concilio.

S-ar putea să vă placă și