Sunteți pe pagina 1din 2

Baudelaire, poeta maldito

Por Eduardo Anguita

«La embriaguez del arte es más apta que cualesquier otras para velar los
terrores del abismo» (Baudelaire). A pesar de que el arte de este enorme poeta
maldito del siglo XIX fue de excepcional esplendor, no hay que desestimar que su
luz era lo que tanto Nerval como el mismo Baudelaire llamaron «el sol negro». El
autor de Les fleurs du mal se sumergió en la substancia misma del abismo (le
gouffre), del vacío y de la tiniebla, a la vez que su inteligencia poética luchaba por
extraer del mal la gracia gozosa de unas «flores» y, aún más, alcanzar a Dios por
la vía antitética de la sensualidad, belleza y horror, drogas que exaltan y deprimen
hasta cuasi necesidad del suicidio. Cuatro o más veces intentó esta salida. Por su
parte, el vino, el haschisch, el opio fueron entregándole sus secretos, pero
invadiéndolo de un sentimiento tal de vacío que solo deseaba la muerte. La
muerte, no la Nada, explica un crítico francés. Y es así: Baudelaire, en muchos
poemas y especialmente en algunos de sus últimos escritos, ya no habla de Dios
en forma blasfema (un tanto «esteticista»), sino, por el contrario, aspira a Él como
a un Absoluto en cuyo seno ya no hay ni concupiscencia ni caducidad, ni paraísos
artificiales y efímeros, sino el reposo y la claridad de las Ideas. El poema «Le
Gouffre» nos ilustra muy bien, ya que despliega su sentimiento permanente de la
angustia, que sufrió toda su vida y, en el último verso, súbitamente, la ascensión.
Es difícil traducir la palabra francesa gouffre. Es más que «abismo», ya que este,
en cierto grado, sugiere un suelo, por profundo que sea. Hay que agregarle, in
mente, para nuestra lengua castellana, la idea de «vacío» y, todavía más: de
vacío aterrador, de vacío perfecto, y no tan perfecto puesto que incluye el terror.
Traslademos en prosa (de otro modo traicionaríamos su forma, que es su
pensamiento y su experiencia), al castellano, algunos versos de «Le Gouffre».
«Pascal tenía su abismo, moviéndose con él». La traducción traiciona, ya que en
francés es el abismo el que se movía con él, dentro de él. Nótese lo difícil que es
traducir poesía. Traslademos, pues, al pie de la letra: «Pascal tenía su abismo,
con él moviéndose»: he ahí el pensamiento, aunque nuestra redacción resulta
muy complicada y fea, aparte que el ritmo acentual del alejandrino ha
desaparecido. Y sigamos con esta transliteración al «castellano»: «Ay, todo es
abismo» (aquí el poeta empleó el vocablo abîme, y no ya gouffre), «acción, deseo,
sueños (...) Arriba, abajo, en todas partes, la profundidad, el desierto» (el autor
escribió la grève: playa, arena solitaria, lisa, etc.).

El silencio, el espacio atroz y cautivante (...)


En el fondo de mis noches Dios con su dedo sabio
Dibuja una pesadilla multiforme y sin tregua.
Tengo miedo al sueño como a un gran hueco
Lleno de vaho horror, llevándome no sé adónde;
No veo sino infinito a través de todas las ventanas,
Y mi espíritu, siempre obsedido por el vértigo,
Recela de la insensibilidad de la nada.
—¡Ah!, no salir jamás del Número y del Ser!
A pesar del sentimiento permanente del vértigo del abismo, en el que una
insidiosa enfermedad —en aquellos tiempos incurable— puso gran parte,
radicada en los centros mismos de su cerebro, y a pesar del uso habitual de
estupefacientes, a Baudelaire no le abandonó nunca una máxima lucidez. Para
decirlo con las palabras de Rimbaud -27 años menor que él—: «fue el primer
vidente, rey de los poetas, un verdadero dios!».
La primera edición de Las flores del mal salió a la venta el 25 de junio de
1857 (contando el autor con 36 años de edad); a los pocos días apareció un
insidioso artículo de un gacetillero cualquiera: «(...) Este libro es un hospital
abierto a todas las demencias del espíritu, a todas las podredumbres del corazón
(...)» (Le Fígaro, 5 de julio 1857). Vino enseguida el proceso judicial, una multa
demasiado grande para su bolsillo y la requisición de toda la edición, más la
condena absoluta de seis poemas, juzgados y prohibidos por inmorales.
El poeta explicó elocuentemente de qué se trataba: Es mi libro una
expresión de «la agitación del espíritu en el mal». Pero no le valió de nada.
¡Atención! Solo en 1949 (no es errata de máquina, en 1949) los tribunales
franceses de Justicia rehabilitaron al poeta y a su editor. Vîve la France!

S-ar putea să vă placă și