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Esposo de la Virgen
María
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1. Por la señal…
5. Deprecaciones:
6. Oración final:
Estas oraciones las recitan todos, el que dirige y el resto de la
comunidad:
Día primero:
Eficacia del nombre de San José
Este nombre junto con el de María, fue el primero que pronunció
Jesús, y el que durante su vida mortal repetía muy a menudo. El divino
Salvador, sin duda, para compensar los servicios que tuve la dicha de
prestarle, se ha servido comunicar a mi nombre un poder y una eficacia
solo inferior al de María. Aun los mismos ángeles en medio del
esplendor de los Santos dan muestras de respeto al oír pronunciarlo, al
mismo tiempo que los demonios huyen aterrorizados.
Sé pues fiel en invocar el nombre de José en tus tribulaciones y
necesidades.
Día segundo:
Especial protección en la hora de la muerte
Habiendo tenido la dicha de morir en los brazos de Jesús y asistido de
María, Dios se dignó elegirme por protector especial de los
agonizantes; y por esto toda la Iglesia me invoca como patrón de una
buena muerte.
Confía, pues, tranquilo en mí, hijo mío muy querido; porque redoblaré
mi estimación y mi vigilancia a tu favor en aquel instante supremo; a
pesar de la perturbación de tu espíritu y de la violencia del mal,
procuraré que llegue a tus oídos el lenguaje del cielo, a fin de que con
menos pena sepas desprenderte de todas las criaturas. Mi amor es mil
veces más poderoso para procurarte el bien, que el odio y la malicia de
los espíritus infernales para dañarte.
Día tercero:
San José nos enseña a conocer más a Jesús
El conocimiento de Jesús es el más esencial al cristiano. Fui elevado a
la sublime perfección en que me encuentro, por haberme ocupado en
estudiar y en conocer a Jesucristo. Desde el momento en que tuve la
dicha de verle nacido en Belén hasta mi último suspiro, jamás perdí de
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vista a Aquel que quiso ser tenido por hijo mío delante de los hombres.
Que sea, pues, tu principal ocupación el estudiar y conocer a
Jesucristo. Cuanto más medites sus misterios, tanto más descubrirás en
ellos su ardiente amor. De nada te servirán par la eternidad los demás
estudios, si no van dirigidos o santificados por el principal.
Día cuarto:
El amor de San José a Jesús
Después de la Virgen María, ningún santo ha amado tanto a Jesús,
ninguno ha vivido en tan estrecha intimidad con Él y nadie ha recibido
de Él tantos favores como yo. Le amaba como a mi Dios; y en su
presencia encontraba siempre los medios de satisfacer mis más dulces
deseos y santas inclinaciones: mi amor me hacía todo corazón para no
amar sino a Jesús, todo espíritu para no pensar sino en Jesús, todos
ojos para conocer sus necesidades, y todo lleno de solicitud para
aliviarlas.
¿Quieres, hijo mío, ser feliz? ¿Quieres adquirir un rico tesoro para el
cielo? Ama a Jesús de todo corazón.
Día quinto:
San José fiel imitador de Jesús
Me tenía por muy feliz de vivir en íntima y continua compañía con
Jesús; mis ojos estaban siempre fijos en Él; no solo en general sino
también en particular consideraba su comportamiento en las diferentes
circunstancias de la vida, el respeto que manifestaba a su Padre, la
ternura para María, la caridad con el prójimo, el olvido del sí mismo, el
horror para el pecado, el desprendimiento del mundo. En todo
procuraba imitarle según la gracia que había recibido.
Hijo mío, procura penetrar hasta el fondo de este divino modelo para
descubrir en él las disposiciones con que debes conformar y arreglar
todos los actos de tu vida. De este modo obrarás siempre con
dependencia de Nuestro Señor.
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Día sexto:
Fidelidad de San José para invocar el nombre de Jesús
Entre los privilegios con que el Señor se ha dignado favorecerme, está
el haber sido elegido para imponer a su divino Hijo el nombre de
JESÚS, nombre el más excelente de todos los nombres, y al cual
doblan la rodilla el cielo, la tierra y el infierno. Este nombre sagrado
era el primero que pronunciaba al despertar, y el último que salía de
mis labios por la noche al acostarme. En medio de mis penosos
trabajos y de mis tribulaciones no cesaba de invocar el nombre de
Jesús; y hubiera querido grabarlo en el corazón de todos los hombres.
A ejemplo del gran Bernardo, que te sea siempre árido todo alimento
espiritual que no esté sazonado con el nombre de Jesús. Que te sea
insípido y sin atractivo todo entretenimiento o libro en que a menudo
no se encuentre el nombre saludable, del cual sacan toda su virtud los
Sacramentos, y cuyo mérito infinito inclina al Padre celestial a
escuchar las plegarias de los hombres.
Día séptimo:
San José en el cuidado de Jesús
Encomendado por el Padre Eterno el cuidado de su único Hijo, me
consideré muy feliz de recibirle en mi casa, de proporcionarle vestido y
el alimento con el fruto de mis sudores.
Tú, hijo mío, si quieres, puedes gozar de la misma dicha y adquirir los
mismos méritos. Jesús reside en las iglesias tan real y verdadero como
se hallaba en mi pobre casa de Nazaret. Por desgracia se ve en ellas no
pocas veces desprovisto de todo. Los manteles del altar son como los
pañales que cubrieron su delicado cuerpecito en la cueva de Belén.
También puedes socorrer al Salvador en la persona de los pobres a
quienes, por decirlo así, ha puesto en su lugar. Este es el gran misterio
de la caridad cristiana; misterio que nos ofrece como una nueva
Eucaristía en la cual alimentamos a Dios por medio de los pobres, así
como Él nos nutre de su propia sustancia bajo las especies
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sacramentales.
Día octavo:
Fidelidad en visitar a Jesús
Mi pobre casa de Nazaret era un pequeño cielo en el que Dios habitaba
personalmente. Nunca me hubiera apartado de esta mansión muy
querida, si hubiese seguido mi inclinación; pero pronto a proveer las
necesidades de mi familia, sabía dejar a Dios para servir a Dios.
Antes de empezar mi trabajo, iba a ofrecer mis homenajes al Verbo
Encarnado, besaba con respeto sus pequeños pies, y aplicaba mi boca
sobre su adorable corazón. Cuando debía salir, me paraba por algún
tiempo contemplando a mi amado Jesús.
Su piadoso recuerdo era como un aroma que embalsamaba y hacía
ligeros mis penosos trabajos.
Si quieres, hijo mío, puedes participar como yo de esta dicha; como yo
puedes contemplar y hablar con Jesús siempre que lo desees. En el
adorable Sacramento se halla siempre dispuesto a recibirte, a
escucharte y consolarte en tus tribulaciones.
Día noveno:
La dicha de recibir a Jesús
Al revelarme el Ángel que el verbo se había encarnado en el seno
purísimo de María, sentí inflamarse mi corazón en deseos de recibirle
entre mis servicios. Desde este momento guardaba con mayor cuidado
todos mis sentimientos y velaba sobre todas mis afecciones, a fin de
hacerme mas digno de tocar con mis manos y de estrechar contra mi
corazón al Cordero Inmaculado, que se complace en habitar entre los
lirios de pureza.
Apenas el Salvador hubo nacido, María, queriendo hacerme
participante de su dicha, me entregó el divino Niño. Puesto de rodillas
le recibí con tanto respeto y fervor, me consagré por entero y sin
reservas a su adorable persona.
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Día décimo:
San José y los méritos infinitos de Jesús
Para suplir mi insuficiencia, a menudo tomaba a Jesús entre mis manos
y lo ofrecía a Dios Padre por la redención del mundo. María unía sus
oraciones y su amor a esta oblación de un precio infinito repitiendo de
acuerdo conmigo estas palabras del profeta: mirad, Señor, a vuestro
Cristo.
De todos los actos de religión que se ofrecen a Dios, ninguno hay más
digno y mas digno de él, más capaz de desarmar su justicia y de atraer
su misericordia como el augusto sacrificio del altar porque es el
sacrificio de Dios; Dios es su autor. Dios es la víctima, y Dios es el
que, al inmolarse obra las más asombrosas maravillas.
Procura, pues, asistir a la Santa Misa con la misma compunción con
que hubieras presenciado el sacrificio incruento del Calvario.
Día vigésimo:
San José y el recogimiento.
La vida de un cristiano debe ser una vida apartada del bullicio del
mundo. El verdadero cristiano debe desear ardientemente permanecer
cubierto bajo las alas de Dios, sin tener otro testigo de sus buenas
obras.
Fiel a la inspiración de la gracia, procuraba con cuidado ocultar a los
ojos de los hombres todo lo que hubiera podido dar alguna distinción a
mi persona; colocaba toda mi dicha en ser desconocido, y sin
reputación alguna me tenía por feliz de poder consagrarme a los
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Día trigésimo:
San José y la alegría del alma
Una dulce paz, una santa alegría reinaba siempre en mi corazón. La
conciencia siempre pura, siempre tranquila, derramada sobre toda mi
existencia una felicidad a la cual nada es comparable, y jamás, aun en
las pruebas más delicadas y más difíciles, había permitido que la
tristeza turbase mi alma ni por un momento.
La santa alegría de los hijos de Dios es no solamente un efecto, sino
también una notable señal de la gracia.
Cuando saludó a Tobías el arcángel Rafael, se valió de las siguientes
palabras: “que la alegría esté siempre contigo”.
Yo te deseo lo mismo, hijo mío; porque Dios es un buen señor, que no
quiere ser servido con mal humor y repugnancia, sino con buena
voluntad y afecto.
No le sirvas, pues, jamás como un esclavo sirve a un tirano; sino
procura tener por Él los sentimientos de un buen hijo a favor del mejor
de los padres.
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