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11-11-2009
Nos referimos esencialmente a tres órdenes de problemas estructurales (pero con expresiones
dialécticas en el plano social y del poder) que se están desplegando en la actualidad:
Por último, el arribo de nuevas potencias en la economía mundial, como China que, al lado de
Estados Unidos, se coloca como nueva locomotora de la economía internacional, destacando en
este aspecto, su relación con los países sudamericanos, en especial, con Brasil que cada vez más
desdobla sus rasgos subimperialistas en tanto potencia subregional en América Latina (para este
tema véase a Ruy Mauro Marini, "La acumulación capitalista mundial y el
subimperialismo", disponible en internet:
http://www.marini-escritos.unam.mx/006_acumulacion_es.htm).
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En sus análisis sobre el subdesarrollo y el atraso, la teoría de la dependencia identificó un centro
capitalista hegemónico y una colonia o periferia. Esos centros fueron inicialmente España,
Portugal, Francia, Holanda, Inglaterra, y, por último, Estados Unidos, particularmente después de la
segunda guerra mundial en que este país afirmó su supremacía en el sistema mundial de
dominación imperialista prácticamente hasta la actualidad.
En cada proceso histórico, el ciclo del capital de la economía dependiente se articulaba con
cualquiera de esos centros quedando subordinado ―y sobredeterminado― a la dinámica de
acumulación, reproducción y expansión de capital de éstos, lo que les aseguró su conversión en
imperios. Esta tesis la ilustra muy bien Vania Bambirra (Teoría de la dependencia: una anticrítica,
Editorial Era, México, 1978. Existe versión en internet: http://www.rebelion.org/docs/55078.pdf),
cuando escribe: "...la reproducción dependiente del sistema pasa por el exterior, es decir, en
un primer momento los sectores I (bienes de producción) y II (bienes de consumo manufacturados)
están en el exterior, luego, con el desarrollo del proceso de industrialización, el sector II se
desarrolla en el seno de varias de las economías latinoamericanas pero el sector I no; para que el
sistema se reproduzca tiene que importar maquinaria. A partir de los años cincuenta el sector I
empieza a ser instalado en América Latina (en algunos casos antes) pero sigue dependiendo, para
su propio funcionamiento y expansión, de maquinaria extranjera. Esta maquinaria, a partir de este
periodo, no llega como mercancía-maquinaria sino como capital-maquinaria, es decir, bajo la forma
de inversiones directas extranjeras. Esta es la especificidad de la reproducción dependiente del
sistema: la acumulación de capitales pasa por el exterior a través de la importación de maquinaria;
luego, cuando ésta empieza a ser producida internamente sólo en algunos países y con muchas
limitaciones pues los sectores de punta, como electrónica, energía nuclear, etcétera, son
monopolios de los países más desarrollados, está controlada directamente por grupos extranjeros,
y si bien ya empieza a suplir las necesidades de máquinas del sector II que por cierto también
pasa a ser controlado en gran parte por el capital extranjero sigue dependiendo de la
maquinaria-capital del sector I de los países capitalistas desarrollados" (pp. 28-29). Como se
sabe esta dinámica de la acumulación dependiente se observó particularmente en Brasil, México y
Argentina durante todo el período de industrialización de las décadas de los años cincuenta y
sesenta del siglo pasado.
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tecnológica, la acérrima competencia entre países y empresas en escala mundial, la concentración
y centralización de activos, capital y tecnología en la esfera de la acumulación de los países
desarrollados del G-7, el abultado y creciente desempleo, así como la singularidad de la crisis
capitalista, están provocando un desplazamiento paulatino e inminente de las viejas periferias
dependientes y subdesarrolladas que se constituyeron históricamente desde mediados del Siglo XIX
en América Latina y el Caribe y que, como documenta el análisis socioeconómico y la ciencia
histórica, coadyuvaron a la expansión capitalista durante los siglos XIX y XX reforzando, sin
embargo, el subdesarrollo, el atraso y la dependencia. (Véase al respecto: Ruy Mauro Marini,
Dialéctica de la dependencia, ERA, México, 1973 y Tulio Halperin Donghi, Hispanoamérica después
de la independencia, Paidós, Buenos Aires, 1993)
América Latina se desarrolla en estrecha consonancia con la dinámica del capital internacional.
Colonia productora de metales preciosos y géneros exóticos, en un principio contribuyó al aumento
del flujo de mercancías y a la expansión de los medios de pago que, al tiempo que permitieron el
desarrollo del capital comercial y bancario en Europa, apuntalaron el sistema manufacturero
europeo y allanaron el camino a la creación de la gran industria (op. cit., 17).
... más allá de facilitar el crecimiento cuantitativo de éstos" (de los países industriales: AS)- la
participación de América Latina en el mercado mundial contribuirá a que el eje de la acumulación
en la economía industrial se desplace de la producción de plusvalía absoluta a la de plusvalía
relativa, es decir, que la acumulación pase a depender más del aumento de la capacidad
productiva del trabajo que simplemente de la explotación del trabajador" (op. cit., p. 23).
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insurgentes que habían resurgido después de la segunda guerra mundial, para que el fordismo,
como sistema productivo, organizacional y político, se difundiera y asentara definitivamente en
Europa en tanto sistema de control del capital del proceso de acumulación y de la fuerza de trabajo
(David Harvey, La condición de la posmodernidad, Buenos Aires, Amorrortu Editores. 2004, pp. 151
y 155). En esta misma obra este autor destaca la diferencia existente entre Taylor y Ford, entre
taylorismo y fordismo cuando expresa que "Lo propio de Ford...fue su concepción, su
reconocimiento explícito de que la producción en masa significaba un consumo masivo, un nuevo
sistema de reproducción de la fuerza de trabajo, una nueva política de control y dirección del
trabajo, una nueva estética y una nueva psicología; en una palabra: un nuevo tipo de sociedad
racionalizada, modernista, populista y democrática" (op. cit., pp. 147-148).
Por otro lado durante la segunda parte del siglo XX América Latina y el Caribe perdió ventaja y
participación en el comercio internacional tanto en relación con los países desarrollados como
frente a los nuevos países industrializados (NICs.) que florecieron en ese periodo, en función de las
reformas neoliberales y las privatizaciones ocurridas en la década de los años ochenta y noventa
del siglo pasado y de la entrega de cuantiosos recursos naturales y estratégicos al gran capital
internacional supuestamente con el objetivo de aumentar su participación en el mercado
internacional mediante un aumento descomunal de sus exportaciones las cuales, sin embargo, en
la actualidad no superan 5% del comercio internacional. De hecho esta va a ser una exigencia
condicionante de las políticas neoliberales (BM, FMI, BID) a través del decálogo del Consenso de
Washington que afirma que "Existe ahora un amplio consenso en el sentido de que el
crecimiento basado en la exportación es el único tipo de progreso que puede lograr América Latina
en la próxima década" (de los noventa: AS, John Williamson, El cambio en las políticas
económicas de América Latina, Gernika, México, 1991, p. 42.). Crecimiento que depende, junto con
la "recomendación" de liberar el comercio exterior a la lógica e intereses de las
empresas trasnacionales, de la implantación de políticas monetaristas encaminadas a establecer un
"tipo de cambio competitivo" (ídem) entendiendo por éste "...uno que promueva
una tasa de crecimiento en las exportaciones capaz de permitir que la economía crezca en el
aspecto de su potencialidad de suministro" (ídem). En este contexto com el aumento de las
exportaciones los países latinoamericanos reconvirtieron sus aparatos productivos y sus patrones
de acumulación de capital en la mejor tradición de la teoría ricardiana de los costos comparativos
(para este tema véase: Anwar Shaikh, Valor, acumulación y crisis. Ensayos de economía política,
Ediciones ryr, Buenos Aires, 2006). El resultado fue especializar sus economías en beneficio de
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sectores tradicionales primario-exportadores dependientes de la producción de petróleo, gas,
agricultura, ganadería, minerales, frutas y, en casos como México y Centroamérica, en la
exportación de fuerza de trabajo superbarata hacia Estados Unidos.
La especialización productiva exportadora basada en recursos naturales y mano de obra barata fue
favorecida por el Estado neoliberal latinoamericano mediante políticas integracionistas como el
Tratado de Libre Comercio (TLC), el MERCOSUR, el CARICOM y el Mercado Común Centroamericano,
entre los más significativos acordados en las dos últimas décadas. Sin embargo, éstos se han
llevado a cabo en el contexto de implementación de políticas neoliberales en beneficio de
fracciones restringidas de las burguesías dependientes y de las empresas trasnacionales con fuerte
afectación de los intereses y necesidades de las masas populares y los trabajadores
latinoamericanos. Integración que queda cuestionada al constatar que no son integraciones de
soberanías y nacionalidades, sino de carácter neocolonial debido a la reforzada dependencia que se
registra con el capital internacional que afianza la dependencia estructural. Se trata, pues, de una
subordinación que acentúa los rasgos de lo que se podría denominar multidependencia del centro
imperial en los planos comercial, financiero, tecnológico, científico, político y cultural de los países
subdesarrollados.
En lo que parece ser un verdadero retroceso al siglo XIX en materia de producción y exportaciones
el mercantilismo neoliberal, que priva como norma en los países latinoamericanos, se ajustó al
abastecimiento de materias primas y a la transferencia de valor y de plusvalía en beneficio de los
centros industrializados acentuando el intercambio desigual y la superexplotación del trabajo. Los
problemas que esto provoca repercuten en tasas de crecimiento económico muy bajas y balanzas
de pagos deficitarias que se intentan paliar con endeudamiento externo, incremento de la
exportación de mano de obra, principalmente hacia Estados Unidos y potenciando el capital ficticio
en el sistema económico en detrimento del capital productivo, entendido por ficticio el conjunto de
"medios de circulación imaginarios" como en su tiempo lo denominó J. W. Bosanquet,
en: Metallic, Paper and Credit Currency, Londres, 1842, cit. por Marx, en El capital, Tomo III, FCE,
México, 2000, Cap. XXV, p. 382. Se trata sencillamente de la especulación monetaria y financiera
que hoy representa una de las características de la economía capitalista mundial y de su crisis, al
grado de que hoy ese capital ficticio representa 20 veces más el producto interno bruto mundial. Lo
que verdaderamente importa aquí es que el capital ficticio sirve como un poderoso vehículo para
reciclar y acumular el capital de manera rentable en los países industrializados provocando, en
contrapartida, endeudamiento externo y déficits en las balanzas de pagos de la mayor parte de los
países latinoamericanos que, por esa vía circular y contradictoria, se mantienen postrados a los
organismos financieros y monetarios internacionales y al capital internacional como es muy claro
en el caso mexicano cuya deuda total, pública y privada, interna y externa, alcanza en la actualidad
alrededor de 40% de su PIB.
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Fondo Monetario Internacional, estos condicionamientos encuentran respaldo en la revolución
tecnológica y su monopolización en los países desarrollados, en la dinámica contractiva que la
supremacía del capital financiero (ficticio en el sentido de Marx) provoca en la estructura de las
economías dependientes, produciendo severas y recurrentes crisis estructurales y financieras y
ciclos de des-acumulación de capital (desindustrialización) en beneficio de los centros
desarrollados. Todo ello estimula transferencias de valor y de plusvalía desde los países
subdesarrolladas para "seguir siendo sujetos de crédito" de los organismos
internacionales monetarios y financieros. Esta lógica del ciclo del capital de la economía
dependiente neoliberal aumenta el desempleo, estimula la migración de la fuerza de trabajo a los
países desarrollados (Estados Unidos y Europa), provoca exclusión social masiva y estimula las
presiones y amenazas imperialistas de utilización de la fuerza militar cuando ésta se convierte en la
última garantía de manutención del orden imperialista como en el caso de Afganistán e Irak y,
recientemente, en Colombia con la instalación de 7 bases militares para el uso exclusivo de Estados
Unidos.
En los últimos años las políticas neoliberales, la reestructuración productiva y el capital financiero
especulativo, con su ola de burbujas financieras, desregularon la fuerza de trabajo, la flexibilizaron
y precarizaron. Articulados, estos procesos erigieron un nuevo régimen sociotécnico y organizativo
que, de manera progresiva, tendencial e inexorable se está imponiendo prácticamente en todo el
mundo y en las relaciones sociales, humanas y productivas. Este régimen, por algunos llamado
toyotismo y, por otros, automatización flexible, se ha ido extendiendo paulatinamente en los
procesos de trabajo y en los sistemas productivos de prácticamente todo el mundo, desarrollado y
subdesarrollado.
Se comprende así que las "áreas liberadas" del antiguo sistema estatal-socialista
planificado que existió en Europa del Este hasta finales de la década de los ochenta en el contexto
de la formación de la Unión Europea, se estén constituyendo en NP en el espacio
económico-político y territorial de los centros capitalistas imperiales y de sus empresas
transnacionales. Ello marca enormes retos y desafíos (teóricos, metodológicos, analíticos y
políticos) para las viejas zonas subdesarrolladas y dependientes de la periferia del capitalismo
desarrollado, particularmente, en función del mundo del trabajo, de las migraciones y remesas
(exportación de fuerza de trabajo) que el modo de reproducción capitalista neoliberal está
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provocando prácticamente en todos los países y regiones del planeta.
Las nuevas y viejas periferias se están estructurando en función de las cada vez más frecuentes
amenazas dedeslocalizaciones (outsourcing) del capital y de sus empresas transnacionales que,
partiendo de países dinámicos de los centros imperialistas como Francia y Alemania, países que
hasta ahora son la columna vertebral de la Unión Europea se están llevando a cabo para imponer
nuevas formas organizativas y de explotación en las relaciones sociales, laborales y políticas entre
el capital y el trabajo favoreciendo un cambio en la correlación de fuerzas en detrimento de éste.
El incremento de las migraciones de poblaciones que se despliegan prácticamente por todos los
países y regiones del mundo, el creciente y paradigmático envío de remesas de los trabajadores
extranjeros desde los países desarrollados hacia sus países de origen, el proceso de maquilinización
y de desindustrialización de los sistemas productivos que se desarrolla de manera concomitante
con los procesos capitalistas de integración (TLC, MERCOSUR, ALCA); el despoblamiento de grandes
extensiones y regiones del sur de Europa y de España (particularmente en regiones como Galicia) y
Portugal y otros como Estonia, Lituania, y su repoblamiento con contingentes humanos de fuerza
de trabajo provenientes de África, Asia y América Latina, son características que las nuevas
periferias van a consolidar muy pronto en el futuro mediato.
En este contexto emergieron las nuevas periferias estimuladas por el desastre de las formaciones
socialistas en el curso de la década de los noventa y en el contorno del capitalismo se convirtieron
en auténticos mecanismos suplementarios de presión económica política y poblacional para
acelerar los procesos de desindustrialización de países, regiones y localidades de la periferia del
centro capitalista revirtiendo la industrialización latinoamericana que, mediante la política
económica de la sustitución de importaciones, operó después de la segunda guerra mundial como
un símbolo del progreso económico y social (para este tema véase mi libro: Desindustrialización y
crisis del neoliberalismo: maquiladoras y telecomunicaciones, coedición Editorial Plaza y Valdés,
UOM-ENAT, México, 2004). Al respecto los autores suecos Magnus Blomström y Björn Hettne en
su libro señalan que "La creencia de que la industrialización era el remedio para superar el
subdesarrollo, se extendió no sólo a los países latinoamericanos durante los cincuenta, sino en la
mayor parte de los países del Tercer Mundo...se suponía que el proceso a través del cual habían
pasado los países industrializados era esencialmente repetible, y que las condiciones
prevalecientes en estos países eran la meta última del desarrollo" (La teoría del desarrollo en
transición, México, FCE. 1990, p. 63). Sin embargo hay que remarcar que dicho proceso de
industrialización se trocó a partir de los ochenta en uno de desindustrialización que hoy constituye
prácticamente un fenómeno universal (David Harvey, La condición de la posmodernidad, op. cit., p.
215).
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En primera instancia las nuevas periferias desplazan y presionan a las antiguas (América Latina y
El Caribe) como territorios de inversión, de acumulación de capital y como plataformas de
exportación para aumentar la competitividad internacional de las grandes empresas
transnacionales que hoy, articuladas a sus Estados centrales, son las únicas que muestran vocación
universal para imponer la globalización económica y financiera y redefinir en su beneficio la
dependencia estructural. Para regiones de África, Asia y América las NP, en tanto espacios de
producción de riqueza y superexplotación del trabajo, plantean grandes retos y nuevas
problemáticas para las poblaciones y los trabajadores de esas regiones, entre otras cosas, porque
implican desvalorizaciones de sus economías, de sus exportaciones y, sobre todo, de sus salarios e
ingresos con todas las consecuencias sociales y políticas que ello acarrea en materia de pobreza y
justicia social. En este sentido las políticas del Consenso de Washington fracasaron en su propósito
de reducir las desigualdades sociales y aumentar las tasas de crecimiento económico en América
Latina. El criterio que se utilizó para evaluar el "éxito" de una reforma neoliberal en el
ámbito de la política económica era que hubiera "...alguna razón para esperar un intercambio
entre el crecimiento y la distribución equitativa del ingreso" según el Consenso (op. cit., p.
103). Pero como no hubo ninguna razón tanto el artífice del Consenso de Washington como sus
representantes institucionales fueron incapaces de demostrar que haya ocurrido ese
"intercambio" entre crecimiento y mejoramiento de la distribución del ingreso en el
curso de la aplicación de las políticas ortodoxas neoliberales durante la década de los ochenta del
Siglo XX. Entonces se contentó con declarar cínicamente que: "Sin embargo, como no hay por
qué creer que los países con escaso crecimiento, hayan compensado este fracaso con una mejora
en la distribución del ingreso, parece legítimo concentrarse en el crecimiento como medida del
éxito" (ídem.). El cinismo disimulado es perverso, pero el cinismo desembozado, además, es
cruel y lapidario.
Nos encontramos entonces ante un nuevo mapa internacional de la división del trabajo en donde
se forman nuevas migraciones y regiones socioeconómicas y políticas que corresponden a una
nueva estructuración de los procesos de acumulación y reproducción del capital. Ello, por supuesto,
acarreará una encarnizada, reforzada e indiscriminada competencia intercapitalista entre las
poblaciones laborales de las viejas periferias que constituyeron las relaciones de dependencia y de
dominación en los siglos XIX y XX desde el origen de la formación del régimen colonial (Un
excelente análisis para América Latina se encuentra en Sergio Bagú, Economía de la sociedad
colonial. Ensayo de historia comparada de América Latina, coedición, Grijalbo-Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes, México, 1992).
Destacando las diferencias salariales de los países de la Unión Europea, Arriola y Vasapollo
aseguran que
"La nueva situación no modifica el tamaño de la Unión Europea, sino que representa un
auténtico cambio estructural que incorpora al mercado único una verdadera periferia laboral, tanto
en términos salariales como en condiciones de trabajo. Ello facilita el proceso de reducción no sólo
de las condiciones de trabajo sino en la participación de los trabajadores en el valor añadido por su
trabajo en todo el territorio de la Unión Europea, en particular en los países con mayores conquistas
sociales, independientemente de que las políticas laborales se sigan manejando en el ámbito de los
estados, e incluso más por esta circunstancia". (Joaquín Arriola y Luciano Vasapollo, Flexibles
y precarios, la opresión del trabajo en el nuevo capitalismo europeo, El Viejo Topo, Madrid, 2005, p.
178).
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Las NP van a cumplir las siguientes funciones asignadas a ellas tanto por la división internacional
del trabajo como por la dinámica regional que se circunscribe al ámbito europeo y a la política de
deslocalización de empresas multinacionales con base en países centrales, como Alemania y
Francia, hacia otros de menor desarrollo relativo en el propio territorio europeo.
De esta forma si en un primer momento las AP históricamente sirvieron como plataformas para la
expansión del capital internacional sobre la base de la conversión de la producción de plusvalía a la
producción de plusvalía relativa, hoy la NP tienden a desempeñar ese mismo papel en el plano
regional, al mismo tiempo que presionar a las AP para que éstas profundicen las políticas
neoliberales y ajusten sus economías a la lógica mercantilista y de ganancias del gran capital
monopólico internacional.
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El efecto demostración de Siemens se bifurcó en Alemania y, por extensión, al conjunto europeo.
Es así que para "salvar el empleo" la empresa Daimler Chrysler con el consentimiento
de la directiva sindical aceptó aumentar las horas de trabajo semanarias con reducción salarial en
alrededor de 3% en promedio sólo para conseguir de la empresa la promesa de no deslocalizarla
por lo menos hasta el año 2012 y mantener unos 160 mil puestos de trabajo. Así también sucede
en las compañías Mercedes Benz (que amenazó con irse a Sudáfrica), VW, Continental y otras
empresas en ese país. En Francia, los trabajadores de la compañía fabricante de componentes
automotrices, Bosch Vénissieux que en 2004 amenazó con cerrar y deslocalizar su planta de
producción de inyecciones diesel a la República Checa, lo que suponía suprimir 190 empleos en
alrededor de 300 puestos de trabajo "aceptaron" trabajar una hora más sin
remuneración a cambio de "mantener" el empleo. La automotriz Opel estudia la
posibilidad de aumentar la jornada de trabajo a 40 horas semanarias sin compensación salarial. En
noviembre de 2004 la transnacional VW en Alemania logó un acuerdo con la directiva sindical para
congelar los salarios de los trabajadores durante 28 meses con un pago por única vez de mil euros
para cada trabajador. De esta forma la jornada de trabajo de las 35 horas se ha convertido en una
verdadera pesadilla para la patronal europea, la cual pugna por aumentarla como una fórmula,
asegura, para "conservar el empleo".
Las políticas del capital cimentadas en la privatización y la desregulación a la par que provocaron
crisis catastróficas en el mundo del trabajo, incidieron también en la crisis económica capitalista de
rango estructural. En este sentido, refiriéndose a la crisis en los sectores de telecomunicaciones,
electricidad y del sistema bancario de Estados Unidos, dice Stiglitz: "Aunque el descenso
económico del 2001 sólo haya sido una manifestación benigna de éstas enfermedades más
virulentas, no cabe duda de que esta baja económica fue en gran parte atribuible a la
desregulación de los años 90" (Joseph Stiglitz, Los felices 90, la semilla de la destrucción,
México, Taurus, 2003, p.127) responsabilizando, por tanto, directamente a las políticas neoliberales
de la crisis del sistema.
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intercapitalista y por la lógica neoliberal de la dirección imperial de la Unión Europea, es la
amenaza de extinción de los astilleros españoles bajo las presiones que la directiva de la Unión
Europea viene ejerciendo desde Bruselas para que el gobierno del Estado Español retire alrededor
de 300 millones de euros por concepto de subsidios que hasta viene ejerciendo en esa importante
rama de la economía. Otro elemento que obra en contra de la existencia de los astilleros estatales
es la competitividad de los asiáticos que amenaza con dejar en la calle a miles de trabajadores
españoles que no tendrían otro remedio más que el de inmiscuirse en las corrientes migratorias de
la Unión Europea compitiendo con trabajadores provenientes de Marruecos y, en general, de los
países africanos y latinoamericanos. Este ángulo del problema se puede apreciar en un país como
Galicia en el Estado Español donde, de acuerdo con una fuente aproximadamente 60.000 mujeres
trabajan en talleres clandestinos, sin luz natural, durante doce horas y con sueldos de doscientos
euros al mes para empresas como Inditex que es la matriz de marcas como Zara, Stradivarius,
Oysho, Pul & Bear, Bherska, Massimo Dutti o Kiddy's. Hay otro fenómeno derivado del proceso de
deslocalización de empresas en Galicia: "...las firmas de moda ya ocupan más trabajadoras
fuera que dentro de la comunidad autónoma. Más de la mitad de la producción se ha instalado en
el extranjero, en países con mano de obra mucho más barata y en condiciones laborales
deficientes, como Marruecos, Rumania, Perú, Pakistán, la India y Malasia. La deslocalización, que
perjudica a los más de cuatrocientos talleres de confección instalados en Galicia, ha permitido a los
quince mayores industriales gallegos encabezados por Inditex, Adolfo Domínguez, Caramelo, Lonia
y Roberto Verino, consolidar todavía más su posición en el sector...en Marruecos las trabajadoras
pueden llegar a trabajar por menos de 180 euros mensuales, superando la semana de 48 horas que
establece la legislación marroquí. En el caso de Tánger, donde se concentran numerosas factorías
que trabajan para empresas como El Corte Inglés o Stradivarius, el salario no alcanza los 60
céntimos de euro semanales y en condiciones infrahumanas de salubridad y habitabilidad...firmas
como Mango e Induyco (El Corte Inglés) someten a las mujeres a jornadas laborales de 12 y 16
horas en temporada alta, porque desde España se les pide plazos de entrega de seis días"
(Corpas, 7 de mayo de 2005).
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) reconoce que las deslocalizaciones no trasladan
empleos de una parte a otra del mundo y que el aumento de la productividad en los países
desarrollados no se traduce necesariamente en aumento del empleo, cuestión que indica entonces
que dicho aumento corre a cargo de la mayor explotación del trabajo. Por el contrario, provoca
"...destrucción de empleos que no se reemplazan, particularmente en el sector
manufacturero" (OIT, "EL aumento de la productividad provoca más desempleo que
deslocalización", en www. rebelión.org/ (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=8718, 12 de
diciembre de 2004). En cambio aumentan las inversiones: "La deslocalización de los puestos
de trabajo a países con salarios mucho más bajos aumenta al ritmo de las inversiones alemanas en
el extranjero, mientras que disminuyen las que se quedan en Alemania: de 90.000 millones de
euros en la segunda mitad de 2000 han pasado a 71.000 millones en la primera mitad de 2004. Y
ello, pese a que el Gobierno no tenga otra política de empleo que aumentar el beneficio
empresarial (rebaja de impuestos, moderación salarial), la única que considera adecuada para que
crezcan las inversiones, y con ellas, los puestos de trabajo (Ignacio Sotelo, "Desmontaje del
Estado de bienestar", http://www.rebelion.org/noticia.php?id=9719, 8 de enero de 2005).
James Petras constata que el aumento de la dependencia también se deriva del aumento de las
inversiones, las que a la vez son producto de las deslocalizaciones y de la expansión de las nuevas
periferias: "Europa y Japón están invirtiendo fuertemente en Irán, Rusia, Libia y África para
afianzarse suministros de energía. Esta competencia interimperial ahonda la dependencia de
América Latina en su papel tradicional en la división internacional del trabajo como un proveedor de
materias primas e importador de artículos industriales" ("El imperio en el año
2005", en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=9394, 29 de diciembre de 2004).
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Por su parte Chossudovsky constata la expansión del capitalismo alemán en plantas de ensamblaje
en Polonia, Hungría y las repúblicas Checa y Eslovaquia donde el costo unitario de la mano de obra
que es del orden de 120 dólares por mes es mucho menor que en la Unión Europea. En contraste,
los trabajadores en las plantas de automóviles alemanas tienen salarios que superan los 28 dólares
por hora (Michel Chossudovsky, Globalización de la pobreza y nuevo orden mundial, Siglo XXI,
México, 2002, p. 90).
Salarios bajos, aumento de las tasas de explotación y de la competencia entre los trabajadores
La presión que ejerce la política neoliberal de la Unión Europea por parte sus burguesías y
burocracias desde los centros de poder concentrados en Bruselas, apunta en la dirección de
precarizar el trabajo, flexibilizarlo, presionar a la baja los salarios y extender el régimen de
superexplotación del trabajo a las clases obreras de los países de la Unión Europea.
La unificación europea se planteó como objetivo resarcir las bajas tasas de crecimiento económico
y la crisis capitalista mediante una profunda restructuración del aparato productivo con cargo en la
explotación y en la precarización de la fuerza de trabajo. Como plantea Búster: "El proceso de
reestructuración neoliberal de la economía europea, iniciado en su fase actual con el Tratado de
Maastricht (1992), responde y agrava a la vez un bajo nivel de crecimiento económico y de
capacidad de competir en la economía global con Estados Unidos y Japón" (G. Búster,
"El No francés puede abrir la puerta a Otra Europa Posible", en:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=15851, 30 de mayo de 2005). El mecanismo que encuentra
el capital europeo desde los años noventa para contrarrestar esas dificultades y la caída de la tasa
de ganancia que, entre otros factores, resulta del bajo crecimiento medio de la productividad de la
economía europea que, a la vez, obedece a la baja inversión en tecnología, es el
"...incremento de la explotación del trabajo, bien directamente reduciendo salarios y
aumentando las horas de trabajo o desmantelando el llamado 'modelo social europeo" (Ibíd).
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Al quedar vinculados a la dinámica de acumulación y centralización de capital de los centros
hegemónicos de la Unión Europea (UE) -Alemania y Francia principalmente- y de Estados Unidos,
así como a la influencia de empresas transnacionales, los otrora países y economías del bloque
comunista mal llamados "en transición" se convirtieron en auténticas plataformas
productoras e importadoras de mercancías y de servicios de empresas extranjeras con muy bajos
salarios, altos índices de explotación del trabajo e intensos ritmos de actividad.
Por otra parte se puede aseverar que las periferias que emergieron de la caída de la Unión
Soviética y del bloque socialista, junto con la política de deslocalización de empresas europeas se
están convirtiendo en verdaderas fuentes de obtención de valor y acumulación de capital para las
grandes empresas transnacionales apoyadas en sus Estados-nación imperiales. De esta manera
consiguen presionar a los trabajadores para imponerles condiciones de trabajo, de empleo y
salariales subordinadas a sus prerrogativas de competitividad internacional y de obtención de
ganancias extraordinarias. Ello es posible, sin embargo, a través de un aumento monumental de la
precariedad laboral y del crecimiento de las tasas de explotación del trabajo. Son estos últimos los
que vienen marcando la política salarial y laboral de la Unión Europea en los últimos tiempos de
crisis capitalista, no sin fuertes reacciones por parte de los trabajadores como en las pasadas
jornadas de lucha de los mineros españoles del carbón y de los astilleros, así como de trabajadores
y estudiantes de Francia que juntos echaron abajo la pretendida imposición del Contrato de Primer
Empleo (CPE) que significaba la legalización de la superexplotación y la precariedad del trabajo no
sólo en ese país sino en el conjunto de los que conforman la Unión. Por ello la patronal europea ha
emprendido una nueva avanzada antisindical y antiobrera para cumplir con uno de los requisitos de
la competitividad y la productividad del trabajo en el mundo capitalista: extender la
superexplotación de la fuerza de trabajo en todos los ámbitos de la producción material de
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mercancías y servicios. Pero nuevamente las luchas y la organización de los trabajadores y de
todos los participantes en el mundo del trabajo la clase que vive de la venta de su fuerza de
trabajo tendrán la palabra y la iniciativa para detener la nueva ofensiva del capital a nivel
universal.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para
publicarlo en otras fuentes.
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