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A finales del siglo XIX, y principios del siglo XX, predominada la funesta
consideración, por parte de las ciencias positivas, acerca de la filosofía como una
fase superada y claudicada, en la cual el hombre ya no requería de la
“especulación” filosófica al contar ya con la precisión del método científico. Esto
parecía relegar a la filosofía a su recordación desde la arqueología del
pensamiento humano como un momento en que una desenfrenada humanidad
adolescente quiso enfrentarse, de manera contestataria, a las preguntas
fundamentales a las que siempre se ha a enfrentado el hombre y que en otro
tiempo ya había dado respuesta de una manera todavía más pueril por la
mitología. Ante el aparente deceso surge la fenomenología como una posibilidad
de recuperar el terreno perdido para devolver a la filosofía su condición de ciencia,
e incluso situarla como fundamento necesario de todo conocimiento. De esta
manera se parte del reconocimiento del mundo como un algo ajeno a la conciencia
pero dado y dependiente de ésta, pues su existencia está fundamentada en un
Sujeto Trascendental que se convierte en medida de interpretación del mundo.
Frente a esta intuición de externalidad objetiva que está dada a la conciencia
aparece una noción adicional y es aquella que reconoce que dicho mundo no está
dado a una única subjetividad aislada ya que, según Husserl:
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fundamentos de la fenomenología trascendental, es Edith Stein quien ahondará en
la indagación de cómo es posible establecer una comunicación en el conocimiento
de la esencia de las cosas, en la medida de que esencialmente captamos lo
mismo a pesar de la condición de conciencias ajenas y aisladas. Y este punto
resulta elemental, pues al compartir la realidad captada es que podemos constituir
como dato verificable la noción de conocimiento, puesto que se reconoce la
pluralidad de subjetividades que conocen una misma realidad en esencia. Por
ejemplo, al emitir la sentencia “el perro se halla a la izquierda del manzano” queda
en suspenso el modo en que es dado a una variedad de conciencias tal juicio,
pero no la esencia de su significado y su comprensibilidad por parte de la
multiplicidad de las mismas. La empatía pues, se presenta como una evidencia de
que el mundo tal y como lo conocemos es, y esto gracias a que diversas
subjetividades trascendentales, y desde el modo en que a cada una le es mentado
el mundo, pueden coincidir en unos datos comunes, y por tanto esenciales, del
mundo objetivo que les es dado.
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empáticos; dirigiendo su trabajo a la descripción e investigación acerca de qué es
la empatía en sí misma, dando cuenta de su origen y sus características. El
interrogante respecto a la empatía fue una cuestión que la inquietó desde su
época de estudiante con el profesor Edmund Husserl, quien, posteriormente sería
su tutor de tesis doctoral. Así pues, como afirmaría la misma Stein en sus textos
biográficos, era de vital importancia para la fenomenología profundizar en este
tema, pues si bien Husserl hacía alusión a éste con frecuencia en relación con la
intersubjetividad, aún no se había precisado lo que era la empatía en sí misma,
convirtiéndose en una necesidad el reconocer la constitución de ésta como una
acción objetivante de realidades subjetivas.
Es así como, reconociendo la misma relevancia que Edith Stein encontró en este
importante concepto y siguiendo la investigación que realizó, el interés de este
trabajo se encuentra centrado en responder a una pregunta diferente y ulterior a la
realizada por Stein en su trabajo doctoral. Si bien ella buscaba responder a la
cuestión sobre ¿Qué es el notar mismo? es decir, qué es la empatía en sí misma;
en este caso intentaremos dirigir nuestra atención a una cuestión posterior y que
parte de la conceptualización hecha por la filósofa; nos referimos a la cuestión
¿Qué es lo que la realidad trascendental de los hechos empáticos me permite
conocer y desvelar? El anterior interrogante implica partir desde una serie de
intuiciones que son insinuadas por nuestra filósofa en su obra y que se espera
hacer patentes en el siguiente escrito, a saber, que una parte importante de lo que
ofrecen los actos empáticos no es otra cosa que la intimidad de una identidad
ajena a la del Yo cognoscente que se hace cognoscible gracias a la empatía y que
renuncia a su estado de pasividad gracias a la interpelación hecha por la
intersubjetividad entendida como hecho trascendental. Teniendo en cuenta lo
dicho, es importante reconocer la intimidad como un mundo de vivencias
auténticas o, en términos de Stein, originarias, que han sido manifestadas a un
sujeto externo, que se han expuesto a su mundo fenomenal, el cual es capaz de
situarse cabe a sí, es decir al sujeto de la vivencia originaria, y experimentarlas de
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manera originaria en calidad de acto empático, pero, simultáneamente, como no
originarias al darse por medio de la presentificación a la que se ha dado lugar en
el reconocimiento de unas vivencias no propias.
Para Husserl, era de vital importancia el generar una ciencia primera que no
estuviese fundamentada en ningún otro saber, por lo cual, ante tal propósito, era
obvio que no podía hacer uso de otra ciencia si su aspiración era pensar en una
ciencia primera y fundamento de las demás ciencias. De esta manera la
fenomenología partirá de la dubitación de todo cuanto existe, no como una
negación ontológica, sino como una estructuración epistemológica de la realidad
misma. Partiendo de la duda se reconoce un primer principio para una ciencia que
desea ser el fundamento de todas las otras ciencias, nos referimos al Sujeto
Trascendental o como fue llamado con anterioridad por Descartes: Res Cogitans.
Posteriormente, al interior de este ser pensante, por medio de los seres físicos y
psicofísicos que están en rededor de él, se van dando una serie de experiencias y
percepciones que le permiten reconocer que en él, en su realidad como sujeto
pensante, se dan una serie de vivencias. Hasta este punto, la imposibilidad del
conocimiento no estaría dirigida únicamente a los objetos que allí en el mundo se
encuentran, sino también al reconocimiento de otros sujetos vivenciantes. De
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manera que la primera certeza de conocimiento, evidenciada por el mismo método
cartesiano, sería la existencia de un Yo que piensa, imposibilitando hasta este
momento el conocimiento de cualquier otra subjetividad ajena a la del propio Yo.
Hasta este punto solo se ha dado el primer paso al hacerse, a sí mismo, objeto de
investigación junto con una serie de vivencias. Por lo pronto, el mundo, los demás
seres y, hasta el cuerpo mismo, aún no han pasan de ser una mera realidad
sensible y aún factible de error, pues:
(…) el mundo es ahora para nosotros solamente una mera pretensión de ser.
Esto concierne también a todo otro yo, de manera que, bien mirado, no
podemos hablar legítimamente en el plural comunicativo. Los otros hombres y
animales son para mí solamente en virtud de la experiencia sensible de sus
organismos corporales. (Husserl: 1988, p 9)
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cosa, aunque esté mal pensada está sucediendo dentro de mi existencia como
puro ser pensante. De modo que aún no me es permitido pensar una realidad
distinta a mí y, mucho menos, que esté dotada de su propio cogito, que sea dueña
de sus propias cogitaciones; por lo cual, el acceso a un mundo fenomenal ajeno al
mío, aún se encuentra restringido.
Así, lo real, entendido como algo que se hace efectivo en el espacio fenomenal
subjetivo y no como las cosas materiales en sí mismas; se presenta al yo como
una variedad de posibilidades que tienen su origen y se proyectan a partir de una
idéntica realidad. El Yo único se expande a partir de las percepciones que le son
dadas y éstas, a su vez, se abren en múltiples posibilidades de ser entendidas. Se
encuentran potenciadas (entendido como potencialidad) a ser lo que el sujeto de
percepción quiera, pero restringido a un marco de posibilidades específicas al
mundo fenomenal que las concibe. Es decir, el sujeto trascendental las entiende
conforme a una serie de modos posibles que en él mismo se ofrecen, de tal forma
que todo cuanto es cogitado depende de los límites del Yo cogitante, dentro de los
límites de lo posiblemente pensable para dicha consciencia. En un determinado
momento cierta realidad puede ser percibida de un modo particular u otro, sin que
ello altere la univocidad de la realidad misma. El hecho de ver un cubo de cartón
sobre una mesa desde distintas posiciones y diversas circunstancias (luz,
distancia, color, etc.) no conduce a que aquello deje de ser lo que efectivamente
es para el yo percipiente, es decir que no altera la comprensión de identidad del
mismo. Esta variedad de extensiones contenidas de manera potencial y actual,
respecto a un determinado objeto de percepción, es lo que se conocerá como
intencionalidad. X cosa puede ser deseada, entendida, visualizada de un
determinado modo y en variadas circunstancias, sin que ello altere la esencia
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básica de lo que se ha presentado en sí mismo. Una misma realidad puede ser
captada desde distintos puntos, ángulos, distancia, con un propósito u otro, y aún
así, la esencia de la presunta realidad no se ve afectada, no estoy pensando otra
cosa que ella misma en sus distintas posibilidades de dárseme, es ella misma,
percibida por mí mismo, pero de distintas formas.
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el mismo filósofo alemán, están mentadas. Existe pues algo que no puede cambiar
aquí y es el punto de un Yo único que se encuentra extrapolado y en soledad,
frente a una variedad de posibilidades respecto a un mismo mundo, el suyo. Por lo
pronto solo ha sido hallada la existencia del Cogito con sus propias reflexiones,
convirtiéndose en un pensarse a sí mismo y a sus contenidos. El yo, permanece
encerrado, se presenta solo en sí y para sí, se encuentra solus ipse, o como lo
denominó Husserl un “solipsismo fenomenológico trascendental” (1988, p 45),
donde se da un puro reflexionar ad intro y a puertas cerradas.
Pero más allá de percibirme como sujeto pensante, con un mundo circundante,
dentro de mi experienciar es claro que se perciben otros seres semejantes a mí,
pero ¿Cómo puedo experimentarlos como una realidad diferente a lo meramente
objetivo y no como a una cosa más en mi mundo? Para dar este paso, Stein
explica que cuando experimento al Otro, noto que en mí se dan una serie de
percepciones externas sobre aquél, lo cual me lleva a entenderle como un objeto
más del mundo. Sin embargo, más allá de eso noto que en él existen una serie de
datos que son completamente distintos y que deben ser entendidos como unas
percepciones internas. Cuando sé de la existencia del Otro, noto que allí hay unas
vivencias particulares, experimento una intencionalidad con sus propias
posibilidades coincidentes y divergentes respecto a las mías, un mundo fenomenal
extraño, que no requiere de mí para subsistir. Aquella realidad se hace evidente
para mí porque entiendo la persistencia y concordancia que hay en aquella
identidad ajena, pues la percibo como una mismidad cambiante y que es
dependiente sólo de sí misma. No sólo yo percibo al Otro como una realidad
orbitante en mi mundo, ya que simultánea y paradójicamente, yo también me
vuelvo objeto de percepción para él.
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fundamento la relación Yo-Tú, es decir nosotros. En el principio de la objetividad
existe ya intersubjetividad. Y es así que en la demostración de la objetividad se
termina la demostración de la existencia de los demás. (Riobo: 2001, p 14-15.)
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obliga al Yo-indagante a tener en consideración un mundo ajeno al suyo, pero que
resulta enriquecedor al ampliar la potencialidad y actualidad respecto a una misma
percepción. El Yo-indagante ya no tiene por labor estudiar tan solo a un Yo-
vivenciante, sino también a Otro-yo-vivenciante. El hecho de que ya no exista un
único cogitatum obliga a pensar un cogito distinto al del Yo, a pensar un mundo de
vivencias y percepciones ajeno pero colindante al mío.
Todo mi pasado podría ser engaño del recuerdo, por consiguiente está
sometido a la exclusión y permanece solo como fenómeno objeto de mi
consideración. Pero “yo, el sujeto que vivencia, que contempla el mundo y la
propia persona como fenómeno, “yo” estoy en el vivenciar y sólo en él, y tan
indubitable e incancelable como el vivenciar mismo. (…) (A su vez,) El mundo
en el que vivo no es sólo un mundo de cuerpos físicos, además de mí también
hay en él sujetos con vivencias, y yo sé de ese vivenciar. (…) el fenómeno de la
vida psíquica ajena está ahí y es indubitable (…) (Stein: 2005, p 81)
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tener claros estas dos tipos de percepciones, pues la aparición de un vivenciar
distinto al propio, me conduce a entender que frente a mí existe de manera
autónoma, una subjetividad que es centro de su propio mundo fenomenal, son
dueños y unidad de medida de sus propias vivencias, motor y punto de orientación
de su intencionalidad y que ante todo percibo allí una serie de percepciones
internas distintas a las que me ofrece una simple cosa. Como se ha hecho
evidente, la existencia del Yo-ajeno no surge de mi intelección de la misma, en
otras palabras, no soy yo el origen existencial de aquella subjetividad. Yo solo la
he percibido porque ella a mí se ha desvelado (de la misma manera que lo he
hecho yo para ella), a partir del ingreso que sus vivencias han hecho en mis
percepciones. En el momento en que noto que ante mí se dan una serie de
posibilidades que no estaban contempladas en mi intencionalidad, me veo
interpelado a buscar su origen, el cual, no yace en otro lugar que en un cuerpo
psicofísico que es centro gravitacional de un vivir independiente al mío. La
intencionalidad no puede venir más que de un yo, y ese yo evidentemente no soy
Yo, es un cogito junto a mí, pero distinto a mí.
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como dueño de sus vivencias, como centro de su propio mundo fenoménico, que
entra en contacto con el mío con algo más que hechos externos. Esto no implica
que en él se puedan dar una serie de experiencias y vivencias propias que
también puedo notar de manera externa. Si frente a mí encuentro a alguien con la
cara pálida, ojeras causadas por el llanto, la voz entre cortada y vestido de color
negro, eso me hará notar, de manera evidente, que aquel sujeto está en duelo por
la muerte de alguien a quien conocía y que ha sido notablemente afectado por tal
deceso. Pese a esto, la esencia misma del hecho empático está en que ese captar
la vivencia ajena se dé en una percepción interna, que manifieste que entiendo al
Otro como un sujeto psicofísico, y no como un mero objeto de mis
consideraciones. En este caso dicha muerte fue el para sí de un sujeto específico,
que no vivió aquella muerte del mismo modo en que yo lo hubiera hecho, incluso
si la proximidad y sentimiento hacia el fallecido fuesen semejantes.
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Otro-yo, que una contemplación y de los hechos externos y físicos que allí
suceden.
En general, lo que sucede en la empatía es un notar algo que ocurre dentro del
mundo fenomenal extraño al mío. Esa apertura implica las caída del telón, para
una interacción en la cual el Yo puede tomar una posición despreocupada
(Empatía Inauténtica) o dejarse afectar y participar de lo que allí se exhibe
(Empatía Auténtica). La Empatía conlleva una especie de convidación, “invita a
vivencializar consigo”, se sitúa de esta manera como la factibilidad del vivenciar lo
ajeno, la posibilidad de que Otros participen como espectadores activos en el
experienciar del Yo-originario y autor de la vivencia. La empatía permite que el Yo-
indagante supere las fronteras del Yo-vivenciante, que es amo y señor de su
espacio fenomenal, permitiendo que esas vivencias no propias sean entendidas
por el Yo por sí mismas, pues en ningún caso se trata de la sustitución del sujeto
originario de las vivencias, sino de un puro compartir la experiencia que aquél
puede haber tenido respecto a un hecho concreto y que fue comunicable para mí.
Es por eso que un acto empático sugiere un captar, o mejor, notar las vivencias
que se están dando en Otro, lo que menos importa es el cómo se ha llegado a
notar la experiencia ajena. Sino como puedo lograr que algo no-mío y no-originario
pueda ser experimentado de manera originaria por mí en cuanto a empatía. Ya
que tanto para Husserl, como para Stein, existen dos tipos de vivenciar. Esto lo
explica de una manera muy sencilla a partir del recuerdo, la espera y la fantasía.
Al explicar cada uno de estos hechos muestra cómo se da una separación del
Yo, en la cual aparece un Yo-recordante y originario que realiza la acción actual de
recordar algo o a alguien y que vive como algo nuevo lo que está recordando,
contrapuesto al Yo-recordado, junto a la acción que este último hizo en
determinado momento. Por ejemplo, el romper con su pareja en el pasado. Al
recordar dicho suceso, el rompimiento de aquella relación, éste se encuentra
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plagado de una serie de vivencias específicas, como la tristeza, la desesperación,
la soledad, la ansiedad, etc. El Yo-recordado, es decir, quien efectivamente vivió la
ruptura de la relación y todas aquellas sensaciones de las que fue acompañado
aquel evento; posee una vivencia originaria, pues fue él quien estuvo situado ante
todo ese acontecer. Por otro lado, el Yo-recordante es quien vive en el ahora y se
encarga de la presentificación de sus propias vivencias pasadas, al recordar este
suceso se sitúa frente al Yo-recordado y se percibe a sí mismo como otro, lo cual
no implica una pérdida absoluta de su noción de identidad y mismidad, pero sí el
situarse esta vez como sujeto externo a la vivencia originaria. Es decir, la vivencia
recordada, por tomar un caso la tristeza sentida por la ausencia de la pareja, ya no
es la misma que fue vivida por el Yo que habitó en el pasado y ni siquiera este
mismo Yo es captado de la misma manera. En aquel momento, la sensación de
tristeza oprimía y era motivo de incomodidad para el sujeto vivenciador de la
misma, mientras que para mí, como sujeto actual y recordante, podría ser hoy
motivo de rabia al notar que dicho sentimiento no valía la pena tras enterarme
posteriormente de algunas cosas que desconocía de aquella persona que produjo
en mí la tristeza. La tristeza posee su valor de originariedad en el yo pasado que la
vivió, y es no originaria para mí como tristeza, pero es originaria a su vez como
recuerdo que transporta a comprender lo que fue la tristeza para mí en aquel
entonces.
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experimentando el mismo sentimiento, es decir tristeza; pero la tristeza actual
difiere de la pasada y simplemente encontramos unos puntos de concordancia que
nos sugieren la misma vivencia; pero no del mismo modo, pues la intencionalidad
del sujeto-recordado es distinta de las del sujeto-recordante. En este caso, nos
encontramos ante dos potencialidades diferentes de lo que respecta al vivenciar lo
que es la tristeza. El hecho, esencialmente, es el mismo, empero, el modo en que
ha sido dado se distancia, pese a ser el mismo sujeto que lo vivió. Ambos sujetos
(Yo-recordado y Yo-recordante) y vivencias (tristeza-no originaria y tristeza-
originaria) poseen una unicidad.
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Mi amigo bien hacia mí radiante de alegría y me cuenta que ha aprobado su
examen. Aprendo empáticamente su alegría y en tanto que me transfiero dentro
de ella comprendo la satisfacción del acontecimiento y por ello tengo alegría
originaria propia. (Stein: 2005, p 90)
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Theodor Lipps (1851Walhalben -1914 Münich, Alemania) fue un psicólogo y filósofo que
expuso el primer trabajo esquemático sobre el tema de la Empatía, solo que orientado
hacia un postura más psicologista y, por tanto, entendiendo la hechos empatizados como
algo objetivo. En otras palabras, entendiendo la empatía como meros hechos externos
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Por ejemplo, yo soy uno con el acróbata en cuyos movimientos participo
interiormente al contemplarlo. (…) Pero aquella se refuta no sólo mediante sus
consecuencias, sino que es una descripción evidentemente falsa. (pues) Yo no soy
uno con el acróbata, sino sólo cabe él, yo no ejecuto sus movimientos realmente,
sino sólo quasi, es decir, no es sólo que yo no ejecuto exteriormente los
movimientos, (…) sino tampoco lo que corresponde interiormente a los
movimientos del cuerpo vivo –la vivencia del “yo me muevo”- es en mí originario,
sino no originario. (Stein: 2005, p 94)
El texto anterior nos aclara que para Edith Stein es un grave error confundir lo
que sería el confundir la empatía con el cosentir, en la medida de que recordando
esa sensación para mí comprendo lo que aquel sujeto vive y, vulgarmente
hablando, me coloco en sus zapatos, para interpretar lo que aquél está
experimentando. La empatía se dirige más que al sujeto o la relación que pueda
yo tener con él, a un espacio en el que mi experiencia es afectada directamente
por la percepción obtenida por el otro ante un determinado suceso. Si el sujeto-
empatizante percibe alegría con respecto a un premio obtenido, en mí se da un
alegraría originaria en la medida de que me regocijo en el hecho mismo del premio
conseguido por un sujeto ajeno y no porque yo recuerde un caso en el cual yo
también recibí un premio que me alegro mucho. Podríamos pensarlo a partir de
dos amigas que se citan porque una de ellas quiere comunicarle a la otra que se
casará, siendo que la segunda ya se encuentra casada y ha tenido una mala y
difícil relación con su consorte, pese a ello la amiga que recibe la noticia puede
alegrarse de manera natural y completamente empática por la boda de su amiga.
En ese caso la alegría originaria es de la amiga que se ha comprometido, pues es
ella quien se casará, sin embargo, su amiga percibe una alegría no-originaria en
cuanto que noto el feliz suceso para su amiga distinguiéndolo completamente de
su experiencia y en esa medida, como hecho objetivante empático, aquella alegría
no suya se vuelve originaria.
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Así pues, lo que podemos notar es que, cuando se hacen efectivos los actos
empáticos, no podemos entenderlos como un ponerse en el lugar del otro y
pensarse allí en su lugar. La empatía no supone una sustitución de la identidad del
otro, lo que indica es la posibilidad de hacerse espectador de primera fila de las
vivencia ajenas. No se trata pues de comprenderlas o compararlas con las mías,
se trata de una yuxtaposición de mi conciencia originaria junto a la originariedad
del vivir ajeno. En este sentido mi vivir empático es originario, pero la vivencia del
Otro es no originaria para mí y puedo aproximarme a ella por medio de la
presentificación. Entenderlo de este modo es comprender que lo que aquella
subjetividad ajena percibe no es idéntico a lo que yo percibo, aún cuando yo haya
desempeñado las mismas acciones y en las mismas condiciones. El presentificar,
lo que me posibilita, es hacer presente lo que está ausente para mí, es poner en el
instante vivencial lo que se encuentra distante y, en este sentido, yo no soy dueño
de aquel vivir, tan sólo soy un activo invitado del mismo, me conmuevo a su sentir
y lo experimento como mío, pero no idéntico al de su portador.
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momento mismo en que ha aparecido escrita y ha sido leída la palabra casa en
este texto, una serie de datos comunes a todo sujeto que reconoce lo que es dicha
realidad, nos han venido a la mente, sin siquiera estar presente aquí mismo
aquella cosa pensada. Esto se da porque, de una u otra manera, hemos tenido
una experiencia de la casa, unos datos comunes a ciertas realidades que nos
permiten afirmar que aquello es una cosa y no otra. Así pues, cuando decimos
Hay una casa roja y grande junto a un lago, todo cuanto ha sido dicho en el
enunciado se entiende porque reconocemos la existencia en el mundo de cada
uno de los elementos que se hallan contenidos en el enunciado. La posibilidad de
entender y pensar estos elementos es lo que anteriormente hemos definido como
percepción externa.
Sin embargo, si emitimos la misma frase del párrafo anterior (es decir, “Hay una
casa roja…) frente a una persona que vivió ciertas experiencias emotivas en una
espacio semejante al descrito en el enunciado, aquella casa sobrepasa la barrera
de lo empírico. La intencionalidad que adquiere aquella estancia para el sujeto
percipiente supera los horizontes de la percepción común, aquella casa ya no es
solo una construcción diseñada para el habitad humano y con unas características
contingentes. Las vivencias de un sujeto particular, respecto a un espacio como el
de la frase, le transmite algo que va más allá, le comunica unas percepciones
internas. Esta situación demuestra que no es solo un cuerpo físico (Körper) el que
percibe, sino que el sujeto-vivenciante se evidencia como un cuerpo vivo (Leib)
que da un valor trascendental a sus vivencias, pues nadie más podrá percibir el
mundo que nos es dado de la misma manera que él lo hace, de la misma manera
que él no podrá percibirlo de la misma manera en que yo lo hago.
(…) sabemos, por reflexiones anteriores, que entre las condiciones externas de la
evolución del carácter se cuentan también las disposiciones sensoriales y las del
entendimiento. Ahora bien, el carácter tiene además aquella determinación interna
que designamos como “peculiaridad personal” (Stein: 2005, p 809)
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La particularidad en las percepciones de cada sujeto nos lleva a notar que en
hombre se dan procesos que van más allá de los datos sensibles. El hecho de que
alguien me haga una descripción física de algo que estoy buscando y que, sin
necesidad de que ese alguien se encuentre aquí, yo pueda encontrar lo que
buscaba por la sola descripción física que me ha hecho, demuestra que existen
unas percepciones externas que son comunes a todo sujeto. Pero el hecho de que
ese mismo alguien me pueda conducir a experimentar las vivencias internas que a
él le producen una realidad tan irrelevante para mí, como lo es la casa descrita
con anterioridad. Toda percepción particular que pueda tener un sujeto respecto al
mundo, hace que aquella experiencia adquiera unos matices únicos e irrepetibles
que existen en la medida de que la conciencia las ha moldeado y las ha toma para
sí. La experiencia del mundo se da como un orbitar de las cosas entorno a yo-
vivenciante, tras lo cual, algunos de los elementos circundantes son atraídos por
una fuerza centrípeta que los hace suyos y los conserva cercanos al núcleo del
vivenciar, es decir al Yo. Estas vivencias, que han sido interiorizadas porque se las
concibe más allá de las percepciones externas, llegando a constituir el ser del
sujeto percipiente. El hecho de que algo sea entendido de una manera
determinada y distinta a la que lo hacen los demás sujetos, constituye la esencia
del sujeto-vivenciante. Su percepción particular es guardada al interior de espacio
fenomenal porque constituye al sujeto y tal condición limita su posibilidad de
comunicación, pero no la restringe radicalmente.
“A esta vida del “yo” la designamos también como lo interior de la persona, como
su vida anímica o espiritual, y contraponemos a ella lo exterior de la persona, el
cuerpo u organismo físico. (…) Lo que consta firmemente es que nosotros
consideramos a la persona humana como una “realidad compuesta”, como una
unidad de cuerpo y alma. (Stein: 2005, p 776)
De esta manera, notamos que todo sujeto tiene una variedad de vivencias que
clasifica en favor de la importancia que aquellas tienen para su constitución como
identidad única. Al vivenciar determinados sucesos llenos de contenidos
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emocionales y de valor para sí, se tiende a darles un lugar especial donde son
conducidos casi a un proceso de sacralización, se les conduce al interior del sujeto
para protegerles. Como se viene exponiendo, cuando se habla de intimidad no se
puede pensar en percepciones puramente externas. La intimidad aparece gracias
a que existe un sujeto psico-físico (cuerpo y alma) en el que se dan una serie de
percepciones internas, a partir de la cuales las entiende de una manera particular
y que va más allá de meras percepciones externas o, en otras palabras,
experiencias sensibles. Si pensamos en la experiencia religiosa que tiene una
persona que realmente vive sus creencias, entendemos que aquellas experiencias
son conducidas por él a lo más profundo de su ser, a que no sean comunicadas de
manera sencilla y despreocupada, a no ser que sean tratadas con el mismo fervor
con que aquel sujeto-vivenciante las percibe. De manera que no entrará hablar de
aquél tema con una persona atea o que profese otras creencias al reconocer
previamente que aquél otro las tomará con la misma seriedad que para tienen
para sí. Reconoce que el Otro no entenderá sus vivencias del mismo modo, pues
aquél, sencillamente, puede entenderlas como percepciones externas y carentes
de importancia.
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configurados mentalmente, ya generan una toma de posición singular, pues ahora
se encuentran mezclados con una serie de percepciones internas que modifican
todo lo que la casa es para sí. En este caso, la comunicación de esa clase de
contenidos será mucho más compleja y quizá, en muchos casos, infructuoso al no
darse un reconocimiento de las mimas nociones por parte de otro sujeto.
¿Qué quiere decir esta individualidad? Ante todo, sólo que él es “él mismo” y
ningún otro. Esta “mismidad” esta vivenciada y es fundamento de todo aquello que
es “mío”. (Stein: 2005, p 118)
Hasta este momento la intimidad aparece como algo estático y que ha sido
absorbido al interior de la existencia del sujeto-vivenciante. De la misma manera
en que una persona guarda en su residencia artículos y recuerdos que son
especiales para él, escondiéndolos de las miradas bribonas, así mismo el sujeto
resguarda lo más personal, individual y emotivo de sus vivencias, dándoles un
lugar privilegiado. La intimidad parece relegada al baúl del olvido, se vuelve
inmóvil y muda, de manera que hasta cierto momento las relaciones humanas se
sitúan en lo irrelevante, en lo parcial, en las percepciones externas. Pero qué es lo
que posibilita la empatía, sino es el reconocimiento de las percepciones internas
ajenas.
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vivenciante ajeno a sujeto originario de la percepción. La intimidad pasa a un
estado activo de comunicación, ya no es una realidad estática sino el accionar de
la intimidad misma, que llamaremos intimación. Es este proceso de intimación se
da una apropincuación reciproca entre el sujeto-vivenciante no-originario y
empatizante y la vivencia originaria empatizada.
Es por ello que no podemos pensar que la intimación trascendental que otro
me transfiere se convierte en una vivencia propia y originaria, o lo que se conoce
popularmente como “ponerse en los zapatos de otro”. No porque esto no sea
posible, pues ciertamente puedo tomar conciencia de lo que el otro vive y situarme
en su lugar, suponer mi postura, reacción y sentir lo que yo experimentaría en
semejantes circunstancia. Sin embargo, esta toma de postura ya no sería parte de
un hecho objetivante, ya que esto nos lleva a la supresión del sujeto originario de
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Proveniente del verbo en latín appropinquāre, que indica la acción de aproximarse o
acercarse.
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vivencia y por ello a una no consideración de la percepción interna ajena. Así, el
proceso de intimación se vuelve infructuoso, pues el no reconocimiento de una
interiorización distinta, ajena y valiosa por sí misma, implica que no existe en
dichas condiciones la intersubjetividad y más allá de ser una apropincuación del
vivenciar ajeno, se convierte en una apropiación de las experiencias del otro. Con
lo expuesto no se pretende indicar que esto no suceda, pues son muchos los
momentos en los cuales, se interpretan las experiencias ajenas desde una toma
de posición en la cual sustituimos el sujeto originario de percepción por el yo. Sin
embargo, en este caso ya no podríamos hablar de intimación y ni tan si quiera de
empatía, así lo indica Stein cuando crítica la postura de Lipps:
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inicial de solipsismo, en el cual solo existen sus vivencias y lo único que me puede
comunicar el otro son percepciones externas nunca interiorizadas y por tanto
nunca intimadas.
(…) las persona reciben impresiones del mundo en el que se hallan –del mundo de
los objetos, y las impresiones que una persona recibe de otra- y se confirman en
ese mundo y para ese mundo, lo cual quiere decir en primer lugar: perciben ese
mundo, lo experimentan; luego: adoptan internamente una actitud ante él con
múltiples “vivencias de su ánimo”; / finalmente: intervienen en su mundo con libre
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voluntad y acción, creando y transformando. En resumidas cuentas: son sujetos de
una multiforme vida del “yo”, de una conciencia intencional. (…) A esta vida del “yo”
la designamos también como lo interior de la persona, como su vida anímica o
espiritual, y contraponemos a ella lo exterior de la persona, el cuerpo u organismo
físico. (Stein: 2005, p 776)
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en sí misma sino que actúa, termina en una “expresión”, imprimiendo en el cuerpo
su huella. (…) Lo expresado es el “interior” de la persona –el conjunto de sus
estados actuales como gozo, tristeza, etc., y su “carácter”-. (Stein: 2005, p 797)
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(La empatía) lo que representa no es una “impresión” propia, sea pasada o futura,
sino una actual moción vital original de otra persona, una moción que no se halla
en vinculación continuada con mi vivenciar y que no puede hacerse coincidir con
él. Me sitúo en el interior del cuerpo percibido, como si yo fuera su centro vital, y
efectúo (…), un impulso de tal índole que pudiera desencadenar un movimiento
(…) que pudiera hacerse coincidir con el percibido externamente. (Stein: 2005, p
826)
Bibliografía
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- HUSSERL, Edmund. (2005) Ideas Relativas a una Fenomenología Pura y
una Filosofía Fenomenológica – Libro Segundo. Fondo de Cultura
Económica. México.
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