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Martínez Heredia, Fernando, En el horno de los noventa, Ediciones Barbarroja, Buenos

Aires, 1999

Fernando Martínez Heredia


En el horno de los noventa
Ediciones Barbar roja
Asesoría Editorial: Claudia Korol
© Copyright Fernando Martínez Heredia
© Sobre la presente edición: Ediciones Barbarroja, 1999 Todos los derechos
reservados
ISBN: 987-97335-1-7 Hecho el depósito Ley 11.723
Diseño de tapa: Andrea Chaskwlberg Malena Gagliesi
Sin ser relatos de ficción ni testimonios, sin un solo texto autobiográfico, éste es sin
embargo un libro muy personal. Los temas que trato atañen a la América Latina, Cuba,
el Che, a tres revoluciones y a problemas centrales del mundo actual y del
pensamiento social; una gama de textos de asuntos diversos, hijos inmediatos de
disímiles coyunturas. Pero todos persiguen algunas cuestiones que considero
principales, y expresan una posición intelectual y práctica; ése es el hilo conductor de
los trabajos y lo que le da sentido al conjunto.
Escribir a lo largo de la vida es una manera más de compartir, de abrirse, de
extenderla. Implica, entre otras cosas, una prolongada interlocución. Nunca he perdido
la fiebre de leer, y he tenido la dicha de oír mucho y de aprender a oír; han sido ayudas
valiosas contra la pedantería y la soledad, enfermedades profesionales que suelen
agobiar al que escribe. Mas mi apoyo principal ha estado en vivir mis ideales y andar
siempre con ellos encima, como si fueran las llaves de la casa de mi espíritu. De esa
manera, siempre he podido entrar en mí, y gozar una paz indispensable para participar
sin cansancio en una guerra tan larga. La sal de la vida no ha estado -no está- sin
embargo en escribir; está en haber visto -en ver- que lo que uno sueña es posible,
porque ya ha existido, existe, en tantos compañeros y compañeras.
Mi vida intelectual va siendo larga y ha sido bastante animada, pero ésta es la primera
vez que aparece un libro contentivo de trabajos míos, una selección. Por eso me ha
sido difícil realizarla. Los textos se explican por sí; no trataré de sintetizar aquí las
posiciones intelectuales que expongo en las páginas que siguen. En materias de
pensamiento y de ciencia social no es válido defender la falta de argumentos, o su
debilidad, con la pureza o el acierto de los ideales del autor. Comparto una concepción
teórica determinada, que me
sirve como instrumento para guiarme en el piélago de datos, valoraciones y teorías, me
ayuda a ejercitar mis intuiciones y me exige rigor de método e independencia de criterio
al realizar el trabajo intelectual,-ese ejercicio insustituible-, y no convertir mis pasiones
en prejuicios. No uso esa concepción como talismán, ni como garrote, ni para sentir la
suave satisfacción de poseer toda la verdad. Sólo quisiera añadir entonces un breve
comentario atinente a la circunstancia y las funciones de estos textos.
Estos trabajos están marcados por la impronta de la última década, que está dada no
sólo por sus acontecimientos; en ella se hicieron expresas o maduraron tendencias que
venían formándose desde mucho antes. Trato de explorarlas, con dos fines que están
enlazados. Uno es contribuir al conocimiento de los términos precisos de las realidades
y los retos de nuestro tiempo; el otro es ayudar a percibir la gigantesca operación de
ocultamiento, distorsión, trivialización y confusionismo acerca de esas realidades y
retos, que está en curso en la actualidad. El primero parte de un hecho capital
contemporáneo: ya existe una masa enorme de conocimientos sobre las personas, las
instituciones y los procesos de las sociedades. Parece increíble que sean casi inútiles
para servir a nuevas relaciones basadas en la solidaridad, la igualdad de oportunidades
y la búsqueda de la felicidad más bien que del éxito, pero esto es consecuencia del
sistema de dominio de minorías rapaces y crueles a escala mundial y en cada país, y
de la gran debilidad actual de las luchas contra ellas. El segundo propósito parte de
que hoy millones de personas poseen una inmensa cultura acumulada que tiende a la
democracia y la liberación, que permanece latente pero es neutralizada y paralizada
por la ofensiva cultural mundial de la dominación. Es necesario rescatar aquella cultura
y hacerla visible, y comprender la naturaleza, los modos de operar, las funciones y la
vulnerabilidad de esta guerra cultural. Pero sólo será posible si partimos de las
realidades y de las compleji-dades, y no de suaves mentiras y de simplificaciones.
Como ya no pueden ofrecer ideales, metas trascendentes ni reformas, los dominantes
se ven obligados a sostener que ya no hay más ideales, metas trascendentes ni
reformas. Reducen lo que identifica a los humanos a una mezquindad cotidiana, y el
vuelo del pensamiento a argumentar la resignación. Quieren excluir las ideas. El
pensamiento social independiente puede ser muy importante en este tiempo -si sabe
ser audaz, honesto y creativo-, porque tiene herramientas e interlocutores capaces, y le
es muy difícil al totalitarismo ideológico cerrarle toda oportunidad. El debate le es
indispensable a ese pensamiento, como el oxigeno a la vida. El debate alumbra los
caminos
en una búsqueda que es muy ardua y apenas comienza; a la vez, ayuda a generar
iniciativas, y nuevas relaciones más horizontales; promueve la participación, la
mediación, los consensos o la comunión, las relaciones democráticas que deberán ser
el suelo de nuevas relaciones sociales. Sin debate, además, se estanca y pudre la
teoría. El pensamiento es crucial para sobrepasar la reproducción de la vida y del orden
vigente, y vislumbrar un mundo nuevo.
Trato de participar en esa labor. Soy cubano y comparto el aserto de José Martí: “Nada
es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo” (La Nación, Buenos Aires,
1887). Cuba es mi circunstancia, y desde ella escribo; por lo mismo, siento como
propios los temas a los que dedico mi trabajo y de los cuales he hecho una selección
para este libro. Los vínculos internacionales han marcado decisivamente a los sucesos
y las ideas en Cuba durante medio milenio, y han debido lidiar con ellos todos los
esfuerzos por lograr la nación, darle plena autodeterminación e implantar la justicia
social. Por fortuna aprendimos que los latinoamericanos tenemos que luchar por
realizar un destino común en el que está nuestra oportunidad, y que la liberación es
falsa si no tiene como protagonistas y beneficiarios a las grandes mayorías. “Patria es
Humanidad", sintetizó Martí hace más de un siglo. Los de esta época hemos vivido la
experiencia grandiosa de la revolución y gozado el magisterio del más universal de los
argentinos.
Para cada individuo, sin embargo, las formulaciones generales se encarnan en los
ámbitos de sus vivencias. En mi caso, Argentina está en esa dimensión entrañable.
Ofrezco este libro a la generosidad con que ha oído y publicado mi palabra todos estos
años, con la esperanza de merecer su crítica tanto como disfruto su fraternidad.
Sin la iniciativa, la colaboración en la selección y revisión, el apoyo ilimitado y la
dedicación de Esther Pérez, este libro no hubiera sido posible. Agradezco mucho a ella,
a Claudia Korol y a un gran número de amigas y amigos que me han dado sus
opiniones sobre mis textos e intervenciones, y a aquellos a quienes he oído tantos
sucesos e ideas que de muchas maneras influyen en mi trabajo.
TEXTOS SOBRE AMÉRICA LATINA
A pesar de ser tan imprecisa, la proposición de defender la identidad latinoamericana
desde la cultura tiene fuerza y se ha ganado un espacio. Esto se debe por lo menos a
tres razones: a) las identidades latinoamericanas están en riesgo, probablemente por
razones muy prácticas. Eso no le sucede, por ejemplo, a la francesa o la
norteamericana; b) sigue existiendo la dimensión de proyecto, la propensión a seguir
un proyecto o a asumir a América Latina como un proyecto, lo cual se debe a
necesidades regionales muy prácticas y a la existencia de una cultura política
acumulada; c) la necesidad de defenderse, y la de proyecto, en-cuentran en lo
específico regional una fuerza, y en la cultura la expresión por excelencia de lo que
tienen y de lo que buscan.
Existe otra razón visible. La defensa de la identidad latinoamericana desde la cultura
parece ser la única posible, cuando se pasa revista a la situación de la región. La
tendencia general en las últimas décadas -más acentuada en los últimos años- es a
adecuarse a los designios de la centralización progre-siva del capitalismo mundial,
designios que se imponen en la economía, en las formas políticas, en las políticas
sociales, en las ideologías relativas a aquellas y en las visiones de lo posible, en
grandes esferas del consumo espiritual de élites y de masas. Quizás la mayor victoria
cultural del capitalismo central actual está en el terreno de lo que se considera posible:
sus oponentes potenciales, que podrían nuclearse y arrastrar a tantos perjudicados a
rebeldías eficaces, desconfían mucho o no creen en que sea posible cambiar en nada
esencial el sistema vigente. Resulta entonces ambigua -y hasta contradictoria- la
asunción de la defensa de la identidad latinoamericana desde la cultura. En la medida
en que responde a las necesidades anotadas arriba es un vehículo que podría ser
eficaz en la búsqueda de caminos y en la acumulación de fuerzas propias que permitan
avanzar desde la resistencia hacia la proposición de opciones viables frente a la
inhumana dominación del capitalismo centralizado. En la medida en que reduzca sus
ámbitos y sus perspectivas a lo que se considera estrechamente “cultural” y no integre
las conflictividades ideológicas, sociales, económicas, políticas que existen, y las
necesidades que el conjunto plantea, será muy débil frente al capitalismo central y
frente a los intereses de minorías dominadoras en cada país, y será manipulable por
ellos. La universalización de los pro
cesos sociales se ha profundizado y acelerado en las últimas décadas y se ha vuelto
tangible por todas partes en la actualidad. Lo determinante en esa tendencia es el
control que ejerce sobre ella el capitalismo, que conjuga la existencia de una brecha
honda e ingente entre los países centrales y la mayo-ría miserable, depredada,
explotada y sin oportunidades del planeta, con la presencia, prácticamente en todos los
países, de cierto número de procesos, relaciones e instituciones típicos del capitalismo
desarrollado. Los valores y numerosos productos culturales procedentes del polo
desarrollado del capitalismo se consumen hoy con mayor intensidad y difusión, aunque
en pro-porciones muy diferentes según los grupos de población de que se trate. Ciertas
clases y estratos sociales son más receptivos a aquellos valores y productos por
motivos directamente ligados a su existencia; otros muchos son influidos a ello por los
medios de socialización del sistema. Por diversas razones, en América Latina inciden
más esos procesos y características que en las otras regiones del llamado Tercer
Mundo. Ellas incluyen la realidad de que los elementos culturales en cuestión no sólo
están sólidamente implantados en el campo de la dominación, o a favor de él: una larga
tradición institucional, pero también de ideas y luchas latinoamericanas reivindica su
identidad regional y el bienestar para sus pueblos a partir de ideales e instrumentos
originados en el desarrollo de Occidente. Un planteo adecuado en materia de
identidades latinoamericanas debe tener muy en cuenta la homogeneización de
conductas, consumos y valores inducida a escala mundial por el capitalismo
centralizado. Es esencial para su dominación que los individuos activos del Tercer
Mundo persigan los ideales que en abstracto les formula el Primero, y que cada
modernización equivalga a mayor sujeción.
Las asunciones latinoamericanas de las culturas latinoamericanas serán eficaces para
nuestras sociedades si son capaces de asumir las complejidades de sus implicaciones
sociales. Ante todo las de la colonización y la neocolo- nización, cuya importancia en
nuestras historias es tan grande que baña de mil modos a la mayoría de nuestras
instituciones y valores; su impronta nos hace singulares respecto a sociedades como,
por ejemplo, Canadá o Japón. Afortunadamente los estudios latinoamericanos valiosos
en ese campo ya forman legión, y el Vo Centenario, fracasado como maniobra cultural
neoco- lonial, animó más esos estudios y aguzó su sentido de resistencia. De todos
modos, son rasgos sumamente extendidos el sometimiento a los parámetros y los
valores del otro, la angustia por alcanzarlos, la fiebre imitativa, la auto- subestimación,
el racismo del colonizado. En muchos medios se llega a una esquizofrenia entre la
comprensión y la conducta, incluido el medio de los que hacemos ciencias sociales. Es
muy difícil analizar fríamente y con hondura a algo que nos está acechando casi
siempre en nuestra conducta cotidia
na. Siempre desde sus implicaciones sociales, las formas culturales -y las
acumulaciones culturales- muestran su carácter contradictorio. La reproducción
cotidiana de la vida y todos los campos diversos de actividad humana, los universos
simbólicos a través de los cuales se identifican, interactúan y conciben el mundo y la
vida, son también, siempre, el teatro de convivencia y conflicto de diferentes grupos
sociales, el medio en que suceden efectivamente la dominación, las jerarquías, las
subordinaciones, las hegemonías, las negociaciones, las rebeldías, las coacciones, las
reformulaciones de sistemas sociales de dominación. Desde este ángulo -que estimo
principal- los complejos culturales expresan los restablecimientos de las tendencias a la
vida en común a la vez que la extrema oposición entre las personas a que se ha
llegado en las sociedades en que vivimos.
El análisis cultural latinoamericano encuentra numerosas especificidades nacionales,
regionales, locales, de tipos diversos de grupos humanos, como podría suceder en
otras regiones del mundo. Lo problemático es que esas especificidades tienen que
tomar parte activa en cualquier proyecto unitario latinoamericano que pretenda ser
beneficioso para las mayorías del continente. De manera general y abstracta podría
estarse de acuerdo enseguida con esa proposición, pero en la realidad existe una
multitud de dificultades y factores negativos: intereses de clases y sectores
dominantes, formidables prejuicios muy arraigados, desconocimien-tos mutuos,
historias de rivalidades y enfrentamientos, ideologías y prácticas arrasadoras asumidas
en nombre del Estado-nación, del progreso, del liberalismo y de movimientos que
tuvieron otros aspectos positivos.
La intolerancia, la confusión y el colonialismo mental han buscado fundamentos incluso
en el socialismo. Las visiones de futuro y los proyectos liberadores en América Latina
tendrán que partir de nuestras realidades y tener muy en cuenta nuestras
representaciones y hasta nuestro tipo de sueños, o no tendrán ninguna posibilidad de
éxito. La cuestión es más grave porque en la fase actual del capitalismo centralizado
que mencionamos antes se ha hecho más profunda y abarcadora su capacidad de
destruir, anegar, calar, manipular, asumir, incorporar especificidades de las regiones
neocoloni- zadas en sus esquemas de dominación. La batalla alrededor de las
especificidades forma parte de la contienda cultural que se libra en el mundo de hoy.
Cultura y política es el tema, lo que invita a abordar lo político solo desde su relación
con la cultura. La política, los políticos, los sistemas políticos, son aspectos dentro de
una cultura determinada; el poder, esa cuestión central para los políticos, es un aspecto
-aunque importante- dentro de una cultura de dominación determinada. En América
Latina existe un desarrollo desigual de los sistemas políticos, sus rasgos y funciones, y
de la profesionalización de la poli-
tica. En las condiciones actuales el mundo de la política en el continente -como tantas
otras esferas-, cada una a su modo-, está siendo requerido a homogenei- zarse a
imagen del llamado Primer Mundo. El resultado es muy complicado. La democracia
formal con elecciones periódicas, practicar con firmeza la desregulación, la
privatización, la apertura sin límites de la economía, reducir los servicios y prestaciones
sociales, tener en cuenta los temas de derechos humanos y de lucha contra la
corrupción y el narcotráfico, son rasgos esperados o exigidos a la política. A la vez, su
eficacia como dimensión de la sociedad, como instrumento del mantenimiento o el
cambio del orden y convivencia vigente, y cómo aspecto de la dominación, dependen
de la capacidad que muestre respecto a las coyunturas, a los factores de poder y a los
grupos de presión, a las oportunidades, a las alianzas, a la historia del medio
determinado en que actúa; en suma, a acumulaciones culturales específicas.
Como se sabe, en la década pasada sucedió en lo esencial el fin de una etapa de
imposiciones y de represiones en gran escala contra toda rebeldía social o política, y
los regímenes llamados de “seguridad nacional” fueron sustituidos por gobiernos
civiles. La antigua personalización de la conducción política sigue for-mando parte de
las representaciones básicas de la política, pero los caudillos han dado paso a
presidentes de república que asumen sólo algunos rasgos de aquellos líderes, de
manera efímera; unos pocos candidatos no electos mantienen popularidad. Los
sistemas electorales garantizan, en general, la alternancia entre los par-tidos políticos
del sistema; el Estado no cambia nada en su carácter esencial de clase ni en su
continuidad de mando. Persisten viejas formas de manipulación, cooptación e
influencia, acompañadas de otras nuevas. Los programas políticos para opción de
gobierno no se diferencian demasiado ante las cuestiones esenciales de la sociedad.
Las ideologías que durante gran parte del siglo mantuvieron vitalidad y enfrentamientos
muestran claramente su agotamiento. Numerosos partidos y movimientos expresan
intereses, identidades y resistencias de clases subalternas y dominadas, pero sólo
unos pocos alcanzan fuerza, extensión e influencia apreciables. La política hoy sigue
siendo asunto de profesionales en la mayoría de los países. Pero en algunos países se
está desarrollando un nuevo tipo de político, a la vez admirado y despreciado, como
eran los artistas de espectáculos hasta hace poco tiempo. Su actuación está destinada
a ocupar nuestro tiempo libre cívico, que ha aumentado, como aquellos artistas
ocupaban el tiempo libre físico desde que este fue ampliado. Los shows de estos
políticos consisten en campañas electorales, anuncios solemnes, políticas económicas,
y también en juegos públicos más específicos, de acuerdo a las especialidades de
cada uno. Sus escándalos -el escándalo es indispensable para una “estrella” -consisten
en delitos seleccionados de malversación, problemas de narcotráfico, conyugales y,
todavía, algunos crímenes políticos. El desinterés de las mayorías de participar en la
política “nacional” de su país se refuerza así, mientras que los medios masivos,
multiplicados en nivel técnico, alcance, audiencia y control totalitario de sus contenidos,
mantienen a todos sabiamente informados.
Los regímenes democráticos no han cumplido sus promesas, excepto en mantener la
institucionalidad y la alternancia electoral. La década pasada registró no sólo nuevas
democracias sino también sesenta millones de nuevos pobres (los que perdieron
acceso a vivienda, educación y salud). La marginación y la exclusión son hoy
fenómenos tan extendidos que las fuentes más diversas concuerdan en que la
situación social tiende a ser desesperada^). Pero la capacidad política de las clases
subalternas para presionar, luchar, negociar en favor de sus intereses es en general
mínima. En otras palabras, se logró reducir mucho el nivel de las luchas de clases, y
éste todavía sigue siendo muy insuficiente.
Estos años de democratización neoliberal han culminado en una desastrosa situación
social y una “normalidad política”. Esa paradoja tiene límites marcados. ¿Estamos
transitando de la democracia con apellidos restrictivos a la gobernabilidad? Esa palabra
se utiliza cada vez más e.n la región, pero opino que el autoritarismo seguirá
valiéndose de la institucionalidad y tratará de coexistir con ella mientras no se vea
obligado a otra cosa. El nuevo conservadurismo liberal sí es consecuencia de las
tendencias principales, y por ello debe afianzarse.
Pero quiero reiterar aquí que los sectores de poder latinoamericanos están en muchos
casos apenas integrándose, que sus gobernantes no tienen a su favor los beneficios
que las tradiciones daban a las viejas élites, ni los que aportaría a las nuevas un
pasado reciente de conducción popular. Los principales cambios de las últimas
décadas han tenido efectos antipopulares, de tinte sangriento y coactivo primero, de
sello famélico y consentido después. Esta última modernización no cuenta con recursos
que repartir como base para un nuevo reformismo, porque eso contradice la naturaleza
económica del modelo transnacional que la rige. Les es difícil apelar al nacionalismo -
que tiene fuerte peso en nuestras culturas- cuando se aceptan limitaciones a la
soberanía nacional, se debilitan instituciones que deben defenderla y, sobre todo, se
renuncia a proyectos nacionales si contravienen las orientaciones externas. La
hegemonía de los que dominan no está cristalizada; ellos buscan su legitimación y en
muchos casos están lejos de tenerla. Si esa situación de transición no es muy peligrosa
para el sistema es por la falta de fuerzas suficientes que se le opongan. Parece
inevitable que esos dominantes tan limitados busquen seguridad en una ligazón y
subordinación mayor con los centros capitalistas. Y aquí coincidirían con el interés de
estos en llevar cada vez más lejos una ofensiva cultural mundial para la cual tienen dos
cartas formi
dables a su favor: un poder inmenso en muchos terrenos, y que la naturaleza de la
cultura del capitalismo es unlversalizante. La reproducción económica de esos centros
sólo necesita y abarca a una parte de la población mundial; el resto, enorme, es
sobrante. La reproducción cultural universal de su dominación le es básica entonces,
para suplir los límites de su alcance real y dominar a todos los excluidos mediante la
obtención de su consenso. Para ganar su- guerra cultural, al capitalismo le es preciso
prevenir las rebeliones y eliminar las raíces de la rebeldía; homogeneizar los
sentimientos y controlar las ideas, igualar los sueños. Se trata de lograr que la manera
de vivir del capitalismo parezca lo normal y lo único posible; que se le considere
deseable, necesaria o por lo menos inevitable. Que rija la vida cotidiana y las
expectativas; que acote las fronteras y sea la norma última para la vida pública. En esta
invisible jaula de acero es que existirían las diversidades. Actuando en innumerables
campos y con enormes recursos, tratan de dominar o neutralizar hasta el lenguaje. Así
la trágica situación del empleo se verbaliza como “flexibilización del trabajo”, la apertura
ilimitada de la economía se llama “desregulación”, y ambas palabras dan idea de ser
opuestas a lo rígido, devaluado por anticuado y perverso en un mundo regido por las
rígidas normas del capital financiero. Para el consumo de masas hay frases felices,
como: “hoy uno sabe cuánto dinero tiene en el bolsillo”, cuando millones saben que su
bolsillo está vacío(2). El objetivo central de esta lucha cultural es lograr el sometimiento
voluntario de las mayorías a la manipulación política, económica y espiritual.
Las derrotas de las rebeldías han tendido a consolidarse en el seno de las clases
dominadas mediante la pérdida de la autoconfianza, de las identidades y la capacidad
de creer en proyectos autónomos. La actividad organizada y las expresiones de
protesta social y política han disminuido mucho, y la situación material en que se
encuentran las mayorías agrava esa situación. La miseria no forma parte de la política,
y la fuerza de presión y negociación de los trabajadores es muy limitada. Pero a los do-
minantes les es muy difícil restablecer idealmente la unidad social en sociedades que
contienen: a) un profundo dominio de la individualización mercantil capitalista y del
poder del dinero, ejercido sin cortapisas;
b) terribles marginalizaciones y exclusiones de masas; c) hegemonías de clase no
cristalizadas, sino en transiciones.
Sin embargo, no son solamente las dificultades de los dominantes lo que podría facilitar
la emergencia exitosa de una política popular. Existe una inmensa cultura acumulada
de rebeldías en América Latina, constituida por comportamientos, ideas y sentimientos
resultantes de historias de resistencias, de luchas sociales y de grandes experiencias
políticas. En América Latina las identidades están muy relacionadas -en numerosas for
mas- con esas resistencias, luchas y experiencias. Es una tarea de la mayor
importancia rescatar esa acumulación cultural de las pretensiones de incluirla en el
olvido inducido, o de trivializarla.
Rescatar la memoria histórica-es imprescindible. Pero también lo es no idealizar ni
simplificar lo recordado, como si en ella todo fuera rebeldía. La memoria histórica de las
clases y grupos oprimidos es en gran medida la memoria de su subordinación a la
dominación, el consumo de las formas complejas en que se ha establecido y
reformulado la hegemonía de las clases dominantes. Pese a tantos factores
desfavorables, el desarrollo de los conocimientos sociales y de sus instrumentos, más
las ricas experiencias de las últimas décadas, nos permiten ahora plantearnos conocer
profundamente las formas de la dominación y de la rebeldía presentes en nuestras
culturas, sus rasgos y condicionantes. Esos conocimientos pueden resultar
valiosísimos para el trabajo de generar comportamientos e ideas eficaces contra el
sistema de dominación vigente.
La cultura acumulada que se expresa como memoria histórica y como experiencias
podría relacionarse más con expresiones actuales importantes de actividad de signo
opuesto al sistema. Entre ellas están las de movimientos sociales organizados, nuevos
y viejos, por sus identidades y reivindicaciones; la participación en algunas luchas más
generales, por ejemplo contra ciertos casos de corrupción; los gobiernos locales
orientados a la gestión honesta y la defensa de los intereses ciudadanos; ciertas
actividades políticas de partidos de orientación popular. Esa relación con la cultura
acumulada de rebeldías podría potenciar la base social de las expresiones actuales, su
capacidad de lograr coordinaciones entre los oprimidos, la elaboración de estrategias,
la autoconfianza en las fuerzas propias, la comprensión de las posibilidades y los
límites de un entorno institucional y unas reglas de juego fijadas por otros, y la
capacidad de elaborar proyectos propios. Es cierto que el desencanto o la negativa a
pertenecer a partidos políticos es muy común entre la gente, y también que afecta a
millones de jóvenes. Pero es muy probable que no sea por desinterés de ellos, sino
porque tienen cierta conciencia de que la política está obligada a renovarse
profundamente para volverse creíble y digna de conducirlos. La política opuesta al
sistema vigente que pretenda ser viable y eficaz tendrá que intentar el cambio social y
de las personas desde las condicionantes culturales existentes y actuar mediante una
lucha cultural de estrategia anticapitalista, en la cual esté inscrita lo inmediatamente
político. Librar una lucha cultural que también permita cambiar profundamente los
instrumentos políticos, las ideas y las maneras de actuar de los que están opuestos al
sistema o albergan rebeldías. La cultura no sustituye a la política, pero si la política sola
es insuficiente para mantener la dominación, la política sola resulta demasiado ineficaz
y pobre para lograr la liberación.
1- Más del 50% de la población tenía alguna necesidad elemental insatisfecha
según la estadística oficial peruana, en 1995. El Obispo Presidente del CELAM decía
ese mismo año que ya es prácticamente imposible cerrar la brecha entre los pobres y
los ricos, y que la corrupción política es aumentada por el narcotráfico. Hace pocos
meses el presidente del FMI declaró en Argentina que teme que la democracia no
pueda conservarse en ese país con un deterioro tan grande de la situación social, y
que esto puede repetirse en otros países.
2- No hay que subestimar lo que se logró en grupos amplios de población en
ciertos países, en cuanto a conservatización del pensamiento. Pensemos en creencias
tan chocantes como la de que durante las dictaduras “al menos había tranquilidad”, o
incluso “los militares no robaban”.
Conferencia leída en en el XXI Congreso de ALAS, Sao Paulo, septiembre 1997
TRAZANDO EL MAPA POLÍTICO DE LA AMÉRICA LATINA
1. Platicar con ella
Sólo el debate nos ayudará a encontrar el rumbo, porque trazar este mapa es
demasiado complicado. Por suerte, hoy se comprende su complejidad, antes era más
simple, engañosamente simple. Ahora, a fines del 98, me alegra que comencemos un
Taller de Educación Popular con un panel que se llama “La política y las luchas sociales
y políticas en América Latina hoy”.
Temas relevantes para la discusión. Mientras me preparaba recordé que en 1979,
cuando fui para Nicaragua, supe enseguida de algo que llamaban “sujeto popular”, algo
interesantísimo. Y que la Revolución Sandinista combinaba las luchas políticas con las
sociales. Después fui entendiendo un poco más, porque yo conocía a los sandinistas
hacía años, pero, como dicen en Centroamérica, “no es lo mismo mirarla de largo que
platicar con ella”.
La experiencia sandinista me ayudó a comprender mejor que la combinación de las
luchas sociales y políticas ya había sucedido en Cuba, aunque nosotros no le
habíamos puesto nombre. La gran revolución cubana -una revolución socialista de
liberación nacional, de cuyo triunfo se cumplirán 40 años dentro de mes y medio-
también combinó las luchas sociales con las políticas. Lo que pasa es que en ese
tiempo estábamos como en aquel grabado de Goya, que tenía inscrito al pie: “No lo
saben, pero lo hacen Nosotros no lo sabíamos, pero lo hacíamos. A mí me llamaba la
atención que siendo los nicaragüenses de 1979 mucho más analfabetos que los
cubanos de 1959, sus necesidades intelectuales eran sin embaído superiores. Y es que
con ayuda de las luchas de la gente uno se da cuenta, sobre todo si participa, que la
cultura política general de los latinoamericanos en la segunda mitad del siglo XX ha
crecido enormemente. Quiero comenzar presentando ese primer problema: el inmenso
crecimiento de la cultura política de los latinoamericanos.
A principios de los años 50 todavía era normal lo que sucede en Vidas Secas, aquella
película del Cinema Novo brasileño -en que Ruy Guerra adapta la novela de Graciliano
Ramos-, donde un hombre y su perro sufren tanta hambre. Entonces el hambre era
natural. Un fenómeno principal de los años sesenta y de ese tiempo de rebeldías es
que el hambre dejó de ser natural y se volvió social. Nunca más se pudo decir que es
natural pasar
hambre, sino que se pasa hambre porque hay unos hijos de puta que hacen que uno
pase hambre. Eso es fundamental. De ahí en adelante se avanzó muchísimo en
multitud de cosas. Incluso ayudó algo al aumento de las matrículas y las redes de
escolarización que estaban en curso entonces, a pesar de sus mentiras y
mezquindades. A fines de los sesenta, en Chile, un estudiante de medicina discutía las
tesis de André Gunder Frank mientras disimulaba en su bolso de compras una pistola
45. La cultura fue creciendo.
Nada más complicado que intentar el cambio total de las personas y las relaciones
sociales. En Nicaragua, por ejemplo, los soldados sandinistas eran muy valientes y
aprendían a manejar el armamento moderno rápidamente, pero no querían aprender a
ser jefes de pelotones y muchos menos jefes de compañía. Querían avanzar y morir
primero, y de esa manera era muy difícil una preparación táctica que defendiera la vida.
Por otra parte, querían maestros, alfabetizar a todos y hacer escuelas para todos. Pero
expresaban su descontento con el papel general de la escuela. Un alto funcionario
decía que la escuela es un instrumento de dominación del capitalismo -lo cual es
verdad-, a la vez, se luchaba angustiosamente por hacer apenas un sistema escolar.
En 1980, la Cruzada Nacional de Alfabetización movilizó a decenas de miles de
muchachos, y a los sentimientos de todo el país. El ministro de Educación, Fernando
Cardenal, me contó después que ellos obtuvieron la lona para las hamacas de los
alfabetizadores, y dijeron: ¿cuánto mide un nicaragüense? En general no son altos.
Entonces cortaron la tela a una medida, y se desgraciaron los muchachos, porque los
que mandaron a cortar olvidaron que las hamacas llevan un pedazo además de la
estatura de cada persona, que va llevando a las puntas en que se amarra.
¿Qué quiere decir todo esto? Que hay que enfrentar muchos problemas gravísimos
para hacer una revolución, y muchos más para profundizarla, para enseñar a todo el
mundo y para que todo el mundo aprenda a enseñarle algo a la revolución. Constituye
un problema gravísimo defenderse, hacer un nuevo poder que no repita los males de
los viejos poderes.
Problemas de todo tipo. La multiplicación de los problemas es una señal del avance,
del desarrollo. Pero la multiplicación de los problemas por sí sola no genera un cambio
cualitativo (como dirían los antiguos filósofos). La “contra” auspiciada por los Estados
Unidos obligó a Nicaragua a desgastarse en una terrible lucha durante años. Y en
cuanto a educación, en 1987 un 30% de los niños del país carecían de escuelas.
Sucedió un avance tremendo en la cultura política. Por eso, al hacer una revolución en
un país con menos escolaridad y desarrollo general de las capacidades sociales que en
Cuba, identificaron al sujeto popular y a la combinación de las luchas sociales y
políticas. Pero las clases dominantes -y el imperialismo- también habían aprendido sus
lecciones y aumentado su cultura política. Ahora, 40 años después de 1959, la mayoría
de los latinoamericanos no conoce el proceso revolucionario cubano. Muchos
compañeros de izquierda que tienen una buena cultura lo desconocen. Lo que hay son
pasiones alrededor de la revolución cubana. La aman, no la aman. Tienen pasiones, no
conocimientos acerca de esta experiencia extraordinaria de la cultura del lado de acá
del Atlántico, y esa es una desventaja que debemos superar. La tenaz existencia de
Cuba levanta retos culturales a los ojos y las mentes de todos, y la mantiene viva. A
casi 20 años de su triunfo, la maravillosa rebelión popular nicaragüense -la revolución
sandinista- pasa por una etapa de olvido: hoy pesan más el fango, el cansancio y las
frustraciones que la sangre, las iniciativas y los triunfos.
Debemos tener en cuenta no sólo las ausencias: la acumulación de olvidos es
extraordinaria. Tenemos que luchar contra estos olvidos. Aprendí también en
Centroamérica lo de la memoria histórica. La memoria histórica puede resultar
encantadora, si siempre habla a favor nuestro. Hablamos, casi siempre, de la memoria
histórica de las rebeldías. Sin embargo, es muy im-portante conocer la memoria
histórica de la sumisión, y rescatar la memoria de la adecuación a la dominación es
muy importante. ¿Por qué? Porque lo usual no es la rebeldía, lo usual es la sumisión.
Si podemos entender cómo la mayoría de la gente se adecúa a la dominación,
entonces vamos a ganar mucho para nuestra acción en busca de la rebeldía, y de
paso, por fortuna, perde-remos uno de los malos hábitos de la izquierda, que es su
desilusión respecto al pueblo. “¡Qué malo es que el pueblo no reconozca que somos
sus conductores! Es algo triste. Estamos aquí, ellos están ahí. Y el pueblo no nos
entiende. ¡Si nos permitieran guiarlos, si los pudiéramos guiar a la liberación!”. Hablo
así porque no viene al caso aquí ser cortés. Somos compañeros, y de lo que se trata es
de profundizar. Por eso estoy señalando un segundo problema, que es la necesidad de
conocer, pero a través de una búsqueda en que los papeles no estén repartidos
previamente, un conocimiento sin “buenos” y “malos”. No repartir los papeles
previamente, a ver si eso nos ayuda a luchar eficazmente contra la dominación.
“Sujeto”, “combinar lo político y lo social”, “memoria histórica”, son expresiones que
señalan el crecimiento de la cultura política, porque atañen a problemas fundamentales
y revelan la vocación de identificar las cuestiones básicas. Es la gente la que hará los
cambios, o no habrá cambios, reunir en un bloque cívico formas de acción social y
política para romper la hegemonía cultural burguesa, apoderarnos de lo que hemos
sido y de lo que creemos ser, para conocer los términos del combate y las fuerzas que
es posible convocar. Esto es fundamental, pero es sólo parte de la cultura necesaria, y
aún en esa parte nos perdemos o encontramos a veces callejones sin salida. De todos
modos, esas identificaciones y esas búsquedas constituyen avances notables, y hay
que destacarlo en estos tiempos en que está de moda la desesperanza.
Todos los que estamos aquí hoy trabajamos con o estamos en busca de alternativas.
La palabra “alternativas” es por cierto muy interesante. El lenguaje siempre es algo más
que una herramienta comunicativa. Vigotski decía, incluso, que sin el lenguaje no hay
pensamiento. Pero el lenguaje sirve para muchísimas cosas, entre ellas, es un
instrumento de dominación o de liberación. Y la palabra “alternativas” tiene diversas
implicaciones. Alternativa es una manera delicada de llamarle a las cosas cuando uno
carece de todo poder. Como carecemos de poder le decimos alternativa al poder, le
llamamos alternativa al socialismo y a la liberación.
No estoy en contra del uso de esa palabra, pero quiero señalar con claridad lo que ella
expresa. Expresa, entre otras cosas, nuestra falta de poder. Le tenemos que llamar de
una manera alusiva, delicada, a una cuestión que parece imposible. Nada menos que
la ruptura del orden, o lo que es igual, del sentido común. Porque el sentido común es
burgués. Las cosas sólo pueden suceder de un modo, por eso se dice, por ejemplo,
que el Che Guevara era un hombre maravilloso, muy bueno, que se creía que todas las
personas son buenas, cuando en realidad no son buenas, la mayoría de las personas
son malas. Vean como hemos retrocedido en la actualidad a aquel viejo problema de la
filosofía clásica y del iluminismo, al problema del estado de naturaleza y de la bondad o
no de la naturaleza humana.
Y aquí asoma la tercera cuestión: aunque la tendencia histórica de este medio
siglo es el aumento de la cultura política, la coyuntura es manifiestamente
desfavorable, y la dominación capitalista a un grado irrestricto está exigiendo un
retroceso incondicionado del pensamiento. Se está requiriendo que la mayoría acepte
la dominación vigente como el único mundo posible, y que la minoría que constituimos
nosotros no se sienta en condiciones de negar la imposibilidad de'cambios profundos
que favorezcan a las personas y a las sociedades.
Los que estamos aquí, somos todos partidarios de las alternativas. Ahora, ¿la mayoría
de la gente en América Latina está a favor de las alternativas? La pregunta es
inquietante. ¿La mayoría de la gente está o no está por las alternativas? La población
políticamente activa y la socialmente activa son conceptos sociológicos. ¿Cuánta gente
es necesaria para que hablemos de “muchos”? Esa pregunta es un corolario de la
anterior, pero muy importante. En algunos casos, dos o tres mil personas ya son
muchos, a veces hasta menos son muchos. Pero si las cosas marchan bien, pronto
tendrán que ser 200 ó 300 mil personas, después tienen que ser dos o tres millones.
Depende también de la población de cada país. Lo cierto es que, dejando a un lado
consideraciones más estrictas de conocimiento acerca del significado de las
magnitudes, me arriesgaría a opinar que las mayorías latinoamericanas no se han
identificado con las propuestas de alternativas.
Las alternativas, como es natural, se refieren a algo radicalmente opuesto al orden
existente. Después habrá que ponerles nombre. Pero muchas veces las acciones
colectivas de protesta, o los “castigos” electorales, lo que expresan son reacciones ante
el abuso o la situación desvalida e irritante que se vive, y se agotan en sí mismos. Esto
marca los límites de esos actos, pero no niega que ellos dejan huellas y constituyen
pasos en un camino que mañana podría dar más frutos. Reacciones, como los sucesos
en el Cibao y otros lugares de República Dominicana el año pasado. Grandes protestas
en las que la combatividad llegó hasta reeditar el viejo invento popular de la escopeta
de perdigones a partir de un tubo, que es efectivo contra los represores. Y esa reacción
grande llegó hasta la capital, una reacción de la gente. Me recuerda los motines de
hace 13 años, contra las medidas neoliberales, que fueron tan sangrientos. La política
nacional, sin embargo, no se mide por esas protestas, sino por las pugnas en materia
electoral y municipal entre los partidos, y las acciones del Gobierno. El presidente de la
República, un joven simpático que habla muy bien el inglés, se debate entre esos
conflictos, la necesidad de borrar el sello de impunidad de los viejos represores y las
consecuencias de su política neoliberal. Y pronto habrá nuevas elecciones
presidenciales.
(Me referiré muy poco a los hechos concretos de cada país de América Latina, por
suerte están aquí muchas compañeras y compañeros de diferentes países. Mario
Garcés nos invitaba al inicio a no convertir esto en uno de aquellos congresos en que
uno se aburría muchísimo si le tocaba ir -yo trataba de no ir nunca-, donde cada uno de
los compañeros se levantaba y le explicaba a todo el mundo cómo estaban las cosas
en su país de acuerdo a la línea de su organización. Usaré pocos ejemplos, pero
siempre estoy pensando en cuestiones concretas, mencionaré algunas, sólo por ilustrar
lo que digo.)
¿Hay búsqueda de alternativas, o sólo existen demandas y objetivos limitados? ¿Qué
tendencia está predominando? ¿La que identifica la alternativa con una salida radical,
la utopía, el socialismo o cualquier otra denominación que se le dé? ¿O la que postula
conseguir lo que sea posible dentro de un sistema que es intangible, esto es,
adecentamientos de la vida pública, mayor y mejor ejercicio de la ciudadanía y uso de
los recursos, estado de derecho, medidas ecológicas? ¿Cómo introducir este problema
más general en las acciones y los análisis particulares? Las situaciones son muy
diversas en el continente -desde la magnífica resistencia de Chiapas hasta las pugnas
políticas en Argentina-, y no estoy subestimando lo que han hecho millones de votantes
en Rio Grande do Sul y otros lugares. Pero las preguntas hechas siguen en pie. Me
parece esencial el problema de cómo conectar el
“nosotros” con el “muchos”. Cómo conectar a los “nosotros” -incluyendo los que
estamos aquí, porque somos uno de los tantos grupos que existen en América Latina-
con los millones de “muchos”. Modificar las escasas relaciones existentes entre los
nosotros y los muchos es un problema básico para la conversión de las ideas en
movimiento histórico. Por eso es tan valioso este Taller, que en vez de regodearse en lo
que somos se dedica a discutir e intercambiar acerca de los problemas principales que
identificamos. Lo más valioso del trabajo intelectual es que puede levantarse por
encima de las coyunturas, para ayudar a la gente a entenderlas, a mirar más allá de
sus narices y a representarse un mundo y una vida muy superiores a las condiciones
en que se vive, y ayudar a la gente a buscar los caminos.
2. Las cartas del otro
Vamos a abandonarnos un momento a nosotros -evitando así complacernos
demasiado- y atender a la naturaleza y a las fuerzas con que cuentan los que
activamente se oponen a las alternativas. Constituimos dos minorías: la nuestra y la de
ellos. Ellos tienen rasgos muy particulares. Podrían aplicarse a su análisis, entre otros,
los conceptos que relacionaba al inicio. Su historia parece en ciertos aspectos tan vieja
como el tiempo del hombre en la Tierra, en otros ya tiene algunos siglos, pero sus
características más recientes son las más visibles y las que parecen determinantes.
¿Cómo se percibe su poder en la actualidad, cuáles son los fundamentos de su
hegemonía sobre las mayorías?
Lo primero es el mito de la centralidad de la economía vigente, y de su intangibilidad.
Está muy extendido en toda América Latina y no sólo en ella: es el gran mito mundial
de hoy. Pero estoy hablando de América Latina. ¿Por qué es tan fuerte ese
determinismo económico y cómo se llegó a ese grado de impotencia? Varias
tradiciones diversas son opuestas al fatalismo económico, y el tipo de marxismo al que
yo me adscribo también lo es. Pero en la región fueron creadas condiciones -externas a
la economía- favorables a la libertad.de acción de las clases dominantes para hacer
que las mayorías sean las que paguen las consecuencias de la renovación de su
asociación subordinada a los centros del capitalismo mundial -que ahora es mucho
más íntima-, y de las variaciones en la tasa de ganancia. Los Estados Unidos
sobredeterminaron ese proceso, desde el control económico más descarnado hasta la
colaboración en la represión que llegó en algunos lugares al genocidio. Una historia de
crimen mancha a los Estados Unidos, desde la Escuela Interamericana de Policía, que
graduó torturadores a escala continental, y la complicidad abier-ta con el golpe de
estado en Chile en 1973 hasta el largo baño de sangre en El Salvador. Una primera
diferencia en cómo llegamos al lugar en que estamos
atañe entonces a los instrumentos utilizados y los modos en que se realizó el tránsito.
La conservatización de la política fue sólo uno de los rasgos generales de estas
décadas en los países capitalistas desarrollados o centrales, y apeló a los mecanismos
legalizados de su propio sistema. En América Latina, los regímenes de “seguridad
nacional”, las represiones abiertas y la imposición de un gran autoritarismo fueron la vía
y los medios para reducir a las mayorías al arbitrio del gran capital. Sólo después -y en
las dosis necesarias a cada uno- vinieron la “democratización” y la “redemocratización”
controladas. La historia reciente de los colonizadores no es igual a la historia reciente
de los colonizados.
El sistema que consumó genocidios en Guatemala y Argentina y represiones terribles
en tantos otros lugares bajo el pretexto de la seguridad nacional era hijo, sin embargo,
de una tradición. El peso simbólico de la patria, la bandera, la República, no es
pequeño en el caso latinoamericano. Nació de conmociones generalmente
anticoloniales, y de eventos revolucionarios que reunieron a clases y grupos diversos y
en unos casos tuvieron ex-traordinarios componentes populares.
Los dominantes poseyeron una historia: de viejas clases que fueron sustituidas por
regímenes liberales autoritarios, de viejas relaciones haciendarias que fueron
reemplazadas por abiertas modernidades, de sustitución de importaciones y nuevos
empresariados mejor ligados al mundo capitalista, de viejos partidos clien- telares que
fueron suplantados por otros nuevos, de luchas democráticas por el estado de derecho
y de nuevos liderazgos populistas. Siempre explotando y dominando a las mayorías,
unas veces enfrentando a sangre y fuego las rebeldías o protestas populares, otras
veces manipulando al pueblo y a veces conduciéndolo en jornadas revolucionarias.
Junto a un proceso de supeditación de los dominantes a los centros del capitalismo
mundial, hemos tenido una historia de la hegemonía burguesa en América Latina, una
historia del capitalismo propio. Esto se ha ido acabando en los últimos 30 ó 40 años.
Durante gran parte de esas décadas se apeló a la más dura represión. No sólo hubo
represión, pero ella fue demasiado importante. Cuando lo juzgó necesario, golpeó a
sectores o individuos ajenos a los dominados, pero la gran mayoría de sus víctimas
fueron de la gente común. Sufrieron terribles desilusiones aquellos que creían que los
sectores modernos e industrialistas -también llamados burguesía nacional- iban a
protagonizar una época de avances contra el atraso, el imperialismo y su aliada nativa,
una clase dominante arcaica o anticuada, “semi- feudal” y “compradora”. Resultó que la
acción de los modernos fue totalmente contrarrevolucionaria, antipopular y aliada al
imperialismo. Esa alianza ha producido una evolución que hizo de América Latina una
región del mundo mucho mejor articulada que nunca antes al capitalismo mundial.
El proceso de centralización y concentración de capitales del último tercio del siglo XX
ha sido descomunal. La América Latina no quedó al margen de él. La intimidad de los
lazos que se establecen entre los países latinoamericanos y el centro imperialista es
tal, que el espacio de autonomía de los poderes de la región está desapareciendo. La
soberanía nacional de los Estados y la autodeterminación formaban parte de la doctrina
y se enseñaban en todas partes. Después de la defensa a sangre y fuego de la
“seguridad nacional” contra nuestra propia gente, los gobiernos legales llamados
democracias no consiguen éxitos en cuanto a defender la soberanía de cada país
frente a los designios del gran capitalismo. Hace varios años le escuché a una persona
que después ha desempeñado cargos importantes el concepto de “soberanía limitada”:
en el mundo de hoy ya no es posible sustentar la idea de la autodeterminación ilimitada
y la soberanía de las naciones (¡de nuestras naciones, claro, no de las de ellos!). Nos
gustaría tenerla toda, pero es imposible. La soberanía, como tantas cosas, debe
limitarse. Me aterré.
Está en curso en la América Latina y en una enorme parte del planeta un proceso de
recolonización, una recolonización pacífica del mundo. Las clases dominantes
latinoamericanas no se oponen a él, lo aceptan o son cómplices activas, según sus
posiciones, intereses y posibilidades. Los Estados y sus gobiernos consienten en los
recortes progresivos y sucesivos de sus atribuciones, en nombre de sus propias
abstracciones, como la democracia, o de las que les han ido recetando, como “los
derechos humanos”, la “lucha contra el narcotráfico”, o “Contra la corrupción”. A inicios
de siglo se nos consideraba eternos niños, a los efectos del garrote, la zanahoria, el
cobro de deudas o la civilización, al final del siglo se celebra nuestra madurez al ver
como aceptamos o colaboramos en todo eso con gran urbanidad. La centralización del
sistema económico y de las formas de dominio internacional del capitalismo es la
fuente de este poder tan grande sobre las economías, los Estados, la política y las
sociedades latinoamericanas. Su nombre verdadero es transnacionalización y poder
del dinero parasitario. Desde hace más de una década le llamo así, y no
“neoliberalismo”, porque en mi opinión el neoliberalismo es sobre todo una ideología. El
proceso fue llevado adelante con el concurso del poder de los Estados, que aplicaron
políticas económicas junto a represiones, que usaron mecanismos extraeconómicos
para fines económicos, como sucede siempre. Después, los gobiernos civiles de los
Estados democráti-cos/ democratizados les han dado continuidad a esas políticas
económicas correspondientes al avance del proceso de dominio de la
transnacionalización y el poder del dinero parasitario. Si no nos dejamos arrebatar la
memoria podemos constatar esa continuidad. Y desde hace unos quince años se
“adelgaza” a los Estados para que “abran” las economías, esto es, eliminen toda traba
al dominio transnacional, y a la vez las “ajusten”, ésto es, descarguen el peso de los
cambios
sobre la parte del ingreso, la capacidad adquisitiva y la calidad de la vida de las
mayorías de cada país. Retrocede la legalidad de defensa del país ante el gran capital,
retrocede la política social que redistribuía algo del ingreso hacia más amplios sectores
del pueblo, retroceden normas de convivencia procedentes de la tradición de los
contratos sociales, pero avanzan la utilización de los mecanismos del poder político en
favor de las nuevas formas de integración internacional con el gran capitalismo y la
impune formación de mafias formidables para todo tipo de negocios, mientras -al fondo
de los eventos y las alternancias de los políticos- permanece la continuidad del Estado,
cuyos medios de actuación, decisión y represión permanecen fuera del control y la
fiscalización de los ciudadanos. Frente al proceso de dominación económica actual, las
“economías nacionales” carecen de autonomía, carecen de posibilidad de integrar
modos de vida para amplias partes de la población y no pueden servir a proyectos
nacionales. Salen sobrantes la soberanía, una parte del empresariado, los jueces y
gran parte de los funcionarios y empleados de los Estados, las fuerzas armadas y los
legisladores, y sobre todo una parte creciente de la población de cada país. Es la
naturaleza excluyente del desarrollo actual del capitalismo la que hace crecer el
desempleo, no es ninguna crisis ni hay más ciclos de expulsión y atracción de masas
de trabajadores: al fin empieza a aceptarse la realidad de que el desempleo es
estructural. Pero no es natural, no es el desempleo que exige la economía en general
para “desarrollarse”, es el desempleo que exige el capitalismo actual. Es un rasgo y
una debilidad que nace de su orientación al lucro, de su carácter antihumano. No lo
pueden-cambiar. Es una debilidad y un riesgo potencial muy grande, ellos no pueden
solucionarlo.
El empobrecimiento de los latinoamericanos es una tendencia central de esta época.
Después de un crecimiento de las proporciones generales del ingreso y de la
participación de amplios sectores en el aumento del ingreso nacional, esa tendencia se
frenó hace treinta años, hasta hoy ha descendido intensa y firmemente la parte de los
trabajadores y de las mayorías en el ingreso. Están mezcladas en nuestra gente las
experiencias duras u horribles de las grandes represiones y la conciencia de que se
tiene menos y se puede aspirar a menos, el sentido último de la eliminación de la
memoria por las acciones de la dominación es completar el cuadro de desaliento de los
“viejos” con la formación de nuevas generaciones que carezcan de experiencias y de
conciencia. Que la situación de empobrecimiento sea natural, no social, que el imperio
del egoísmo de todos, del lucro de las minorías y del poder del capitalismo se
considere lo natural, no una opresión social. Necesitan ese formidable retroceso
después del inmenso crecimiento que tuvo la cultura política. Pero puede serles muy
difícil llevar a cabo su tarea.
El mito de la centralidad de la economía vigente, y de su intangibilidad, cumple
entonces funciones principales. Refiere los males que sufren las mayorías a algo
“objetivo”, “externo” e incambiable, porque nadie tiene en sus manos la capacidad de
hacerlo. Las políticas económicas, y en última instancia toda decisión de envergadura y
toda conducta sensata, están sujetas a esa premisa férrea. Mientras el sistema de
dominación en cada país es subordinado y cómplice del capitalismo central, el mito
sugiere que no hay tal responsabilidad, porque el tipo de economía vigente tan
perjudicial a las mayorías es resultado de un orden mundial, algo impuesto desde
afuera, inapelable, pero del que nadie en el mundo tiene culpa. El mundo es así. Por
otra parte, si ya no son posibles los proyectos, sí lo son todavía los comportamientos:
“ajustarse”, “abrirse”, “ser eficientes”, “flexibilizar”, son los verbos requeridos. Su signo
es claro: colaborar y esperar. El presente es fatal, el futuro incluye una vaga promesa:
sobrevivencia y buena conducta pudieran ser premiados de algún modo, aunque
todavía no se sepa cómo.
Detrás de esa centralidad de una economía que es ajena se esconde también la
debilidad de las hegemonías nuevas. Las viejas hegemonías latinoamericanas fueron
arrastradas por las modernizaciones y por los cambios referidos del período reciente,
pero las nuevas clases dominantes en la mayoría de los países carecen de rasgos
fundamentales para que pueda hablarse de la consolidación de nuevas hegemonías.
Sin gestas propias ni memorias de conducción de mayorías, sin base en amplios
sectores intermedios, sin dominio apre- ciable sobre la autodeterminación nacional ni la
economía, la hegemonía de las clases dominantes no está establecida, y en algunos
casos se reduce a equilibrios. Sin proyectos, sin mucho que repartir y sin dominio sobre
el pasado, tienen demasiadas carencias. El imperio de la “economía” esconde la
mezquindad de la política, que ofrece a la ciudadanía un teatro muy inferior a la cultura
política que se ha alcanzado. Viejos partidos actúan como sombras y la mayoría de los
nuevos partidos muestran casi desnudos sus grupos de intereses. Sin haber subido los
escalones de algún esplendor trágico, la política se asoma a la etapa de espectáculo.
Los políticos se mueven en un mar proceloso, entre escándalos, cambios de monedas
y cambios de personas. Se reclutan políticos profesionales usualmente mediocres, pero
también hay profesionales liberales, caballeros emprendedores y artistas, algún que
otro bergante ha llegado incluso a presidente de república. Pero en términos generales
el consenso no adquiere visos de legitimidad. Si tienen tiempo y manos libres quizás
los dominantes terminarán por lograrlo. La historia tiene sus etapas. Si usted deja pasar
el tren en que se puede hacer algo, tiene que esperar el próximo tren, y el próximo tren
puede tardar veinte o veinticinco años, porque esos trenes no son diarios, ni anuales.
La otra carta fuerte de las clases dominantes de América Latina es que la
mundialización de la hegemonía del capitalismo las favorece. Gracias a su naturaleza,
la dinámica del capitalismo generó la única cultura en la historia de la humanidad que
ha logrado una expansión de alcance y dimensiones universales. Su etapa actual le
permite y lo obliga a librar una guerra cultural mundial que está en curso, a la que me
he referido muchas veces en esta última década. La negación de posibilidad a toda
alternativa le es inherente. Su alcance global, sus recursos y los medios que usa sirven
también en la práctica a los dominantes locales de la América Latina, aún si a veces no
es esa su intención. La guerra por el dominio de la vida cotidiana persigue, entre otros
fines, homogeneizar la información a escala mundial y formar la opinión pública que le
conviene. Recuerdo nuestra angustia en 1986-90 al ver la TV noche tras noche, porque
los militares querían derrocar a la presidenta viuda de Filipinas. Nadie nos decía que
los grandes propietarios rurales en Filipinas -entre ellos la familia de la presidenta- son
el azote del pueblo. Nada tampoco de los guerrilleros que llevaban décadas peleando
en Filipinas, sólo hablaban de la viuda y de los malvados militares antidemocráticos.
Esa información omisa, seleccionada y manipulada es hoy un arte, fino o burdo, y un
acto impune al servicio de un totalitarismo ideológico. Los temas sucesivos que
consumen las poblaciones convertidas en público configuran lo que antes se llamaba
opinión pública. Los sentimientos mismos son “satisfechos” de vez en vez por eventos
(la princesa Diana, por ejemplo), pero se aseguran con la forja sistemática del gusto de
las personas. La telenovela es una de sus vías. Son formas de homogeneizar el gusto
para facilitar la aceptación de la dominación en la vida cotidiana.
La vida ciudadana también es acotada de manera rígida. Sólo son admisibles las
declaraciones y los regímenes llamados democráticos, que deben copiar los modelos
de sistema político y de ideologías de la Europa occidental o los Estados Unidos. El
efecto en América Latina es muy notable. Realza ciertos rasgos de sus gobiernos
civiles, como los procesos electorales o la exis-tencia formal de tres poderes del
Estado. De esa forma se cubren con retazos de tradición las nuevas realidades de la
dominación política e ideológica. También parece como si al fin estuviéramos logrando
el ansiado objetivo de parecemos a los países del Primer Mundo, cuando en realidad el
sistema político en esos países tiene otras funciones y otra historia, por cierto muchas
veces no muy edificante. Cuando el estado de derecho del capitalismo está lejos de
conseguirse o es parcial en tantas tierras, entre ellas las latinoamericanas. Y, sobre
todo, cuando las relaciones y las estructuras sociales están atrapadas en los rasgos
esenciales del sistema económico en la América Latina. Hace quince años Frei Betto
escribía que, respecto a la vida material, Brasil alberga en sí una Bélgica y una India,
hace diez años recorrí una Calcuta en el centro de
Lima. Quizás la paradoja más hiriente para el conocimiento en la América Latina es ver
que conviven esas realidades con la aceptación de que la vida no se puede vivir de otra
forma que como en el capitalismo. Esa sobredetermina- ción de fuente mundial
favorece a las clases dominantes latinoamericanas, a la minoría-minoría. Pero a la vez
es un índice de su debilidad, porque las reduce en la cultura a lo que son: cada vez
menos nacionales. ¿Qué peso llegará a tener y quién controlará la internacionalización,
la mundialización? ¿Qué puede desatar, quién la utilizará finalmente y para qué?
Por lo pronto, los políticos tienen que ser nacionales. Siempre recuerdo a un cantante
que ofreció ser un presidente de nuevo tipo en su país, y cerró su campaña con un
discurso ecológico. Su adversario cerró su campaña con un discurso violentamente
nacionalista. Y ganó. ¿Por qué? Los votantes fueron sensibles a ese nacionalismo. Si
hubieran votado los ecólogos de todo el mundo, hubiera ganado el otro. Ahora acaba
de ganar una señora del partido opuesto al del discurso nacionalista. En suma,
debemos distinguir entre las tendencias históricas y las situaciones, la conciencia y las
luchas del día.
Si escojo algunos rasgos muy centrales para terminar esta parte, diría que el
capitalismo latinoamericano actual tiene un límite dramático: muestra ser un sistema en
que unos pocos obtienen ganancias y poder mediante subordinación, complicidad y
mafias, pero no sirve para ofrecer vida material decente ni esperanzas a las mayorías.
Y sus clases dominantes no logran obtener legitimidad, porque no gobiernan las
tradiciones, ni tienen autonomía y capacidad de maniobra, ni hacen propuestas de
futuro. Y todo eso se sabe. Hay una gran cultura adquirida y todo eso se sabe. Sus
enemigos reales o potenciales tienen también límites tremendos. En general, los
opuestos al capitalismo no pretenden el poder. Sus formas de organización, sus formas
de presión, sus formas de lucha, sus ideologías no tienen suficiente base social para
actuar con éxito dentro del sistema de dominación vigente. Es un aspecto. El otro
aspecto es que no muestran suficiente vocación creativa subversiva.
3. El “sujeto popular”
¿Cómo es el sujeto popular? ¿Cómo es nuestra gente? Ante todo, no es
necesariamente nuestra. Podemos atribuírnosla, confundiendo deseos con realidades.
Confundiendo la potencia con el acto. No lo hacemos por mala intención, ni por
engañar a nadie. Es lo normal cuando la unión de protesta y adecuación ya se expresa
políticamente en una sociedad, que haya quienes se atribuyan la representación del
pueblo frente al sistema, como por innatis- mo, por un destino o una misión. Lo anormal
es conducir realmente al pueblo contra el capitalismo, conseguir una unión de planes,
líderes, masas, con
ciencia, organización, sueños, decisión, capaces de barrer el capitalismo y crear una
vida nueva. Por eso son tan insólitas y anormales las terribles y maravillosas
revoluciones. Ya es bastante anormal que aparezcan indicios de la posibilidad de un
gran cambio. En segundo lugar, la gente vive en su diversidad, y no en la unidad. Eso
también es lo normal. La diversidad es local, regional, económica, de género, política,
religiosa, étnica, ideológica, racial, de todos los tipos imaginables. Lo anormal es la
unificación de diversidades, puede suceder o conseguirse por un tiempo o
transitoriamente, por determinados motivos. Ya eso es algo. Creo que siempre es una
ganancia, es una escuela, pero es un logro muy insuficiente. La diversidad no es una
argucia o una conspiración de los burgueses, ni es tampoco una bendición para los que
luchamos contra el capitalismo. Es una característica de la gente.
En tercer lugar, la gente vive en su cultura y por tanto vive sus culturas. Siempre existe
una compleja integración de las formas culturales, con predomiñio de una estructura
que fija lugares, alcances y valoraciones para cada forma, asegurando mediante la
dominación cultural que la reproducción de la vida social sea a la vez la de la
dominación. Un error de izquierda es, por ejemplo, no advertir que las mayorías
respetan y tienden a creer en las jerarquías. Muchos creen que el presidente de la
República debe ser un doctor y no un tornero mecánico, y por tanto votan por el doctor.
Cuando yo era muy joven, el dirigente máximo de una organización de izquierda fuerte
y muy establecida en un país entonces democrático no me pudo explicar por qué ellos
le llamaban lúmpens a la gente más humilde, esto es, por qué despreciaban a la gente
más humilde. En vez de pensar que si tienen tanto apego a la sobrevivencia es por ser
tan pobres, y que si conseguimos ganarnos su confianza quizá pueden dar una ayuda
inestimable a los procesos de liberación.
Un fenómeno más eventual y reciente, pero muy importante, es que en cierto número
de países se ha conseguido implantar una cultura más conservadora hacia lo político.
El poder, y los medios a su servicio, la promueven con descaro o con astucia. Pero
gente común llega a creer y decir que “al menos los militares no robaban”. Sin
embargo, la dominación cultural no es un escenario fatal en que todo es funcional, es
un teatro de conflictos y adecuaciones, de renovaciones y nuevos conflictos. En lo
esencial, hoy el capitalismo está ejerciendo el control, pero en la cultura de las gentes y
sus expresiones hay un inmenso potencial de rebeldía. La movilización social es uno
de los factores de cultura política más relevantes de América Latina. La capacidad de
movilización social ha crecido de manera descomunal en las últimas décadas, pese a
retrocesos puntuales, de una u otra manera incluye a decenas de millones de
personas. ¿Qué relación tiene este he
cho social con nuestro tema central? ¿Qué relación tiene con las debilidades de la
política anticapitalista? Ese es un problema principal.
Se han multiplicado las autoidentificaciones. Ha crecido la propia estimación de
muchos millones de personas. “Un indio de mierda”, por ejemplo, era una expresión
muy usual. Ya no lo es, nadie la dice en público. Desde México hasta Argentina los
descendientes directos de las poblaciones autóctonas se autoi- dentifican, y muchos se
precian de serlo, identifican y rescatan en lo posible sus culturas, se organizan para
defender sus derechos y su identidad, prueban a aliarse o ir juntos con otros grupos
desposeídos y con otras culturas subalternas, entendiendo y practicando otra
diversidad social. Cosas análogas pueden decirse de otros grupos sociales, numerosos
y diversos. Identidades, autoestimación, demandas, organizaciones sociales, se han
multiplicado a un grado impresionante.
La identificación del enemigo es mucho menor. Los ámbitos en que existen y se
ejercitan son sectoriales, parciales, locales. “Sociedad civil” y “movimientos sociales”
salieron de los libros, aulas y foros académicos y están en los medios masivos, y en las
reuniones, publicaciones y en la prosa de los activistas populares, ningún político se
atreve a ignorarlos.
Entro en este terreno polémico presentando los hechos, que en sí no son “malos” ni
“buenos”. La diversidad social en movimiento no es en sí misma una función de la
política de nadie. Eso dependerá de múltiples variables, y sobre todo de las
actuaciones. Los movimientos sociales me parecen escuelas en varios sentidos:
escuelas de actores sociales, escuelas de concientización social, de luchas sociales,
de formación de grupos calificados, escuelas de tácticas, de imaginación, que es un
producto que a veces está en falta. Forman grupos de presión, de negociación, de
conflictos, grupos de gestión económica, de satisfacciones personales y grupales,
escuelas para enfrentar la cotidianeidad y grupos para enfrentar la cotidianeidad,
permiten estrategias de vida, son expresiones culturales frente a la cultura nacional,
que es la cultura dominada por la clase dominante. ¿Son o serán escuelas de
actuación política? ¿Qué efectos le harán a la política que se opone realmente al
sistema capitalista, y que tendrán y podrán aprender de ella?
Es absurdo presentar el problema de “lo social y lo político” como si ambos estuvieran
en el aire, y destinados a ser relacionados de un modo u otro, que además
supuestamente lo definirá todo. Demasiadas veces hay un hueco entre ese
abstractismo y los problemas acuciantes y concretos. Por otra parte, debates como los
sostenidos alrededor de las “ONGs” no son más que escaramuzas acerca de los
grados de perversidad de lo que hace el enemigo. ¿Y qué hacemos nosotros?
Está claro que las prácticas específicas son las que definen a quién sirve lo que se está
haciendo, y las que brindan experiencias. Pero es indispensable hacer análisis, y ellos
deben tener en cuenta las estrategias de sobrevivencia de los implicados, las graves
necesidades e insuficiencias de la política burgue
sa hegemónica, las acciones del gran capitalismo mundial, las derrotas y las imágenes
de la política opuesta al sistema, las tendencias a adecuarse a la dominación, el
potencial de rebeldía, etc. Sólo desde esta complejidad será lícito preguntar hasta
dónde los movimientos sociales son funcionales o están en conflicto con los sistemas
de dominación vigentes. O hacer preguntas más generales, como ¿la movilización
social implica desmovilización política? El mundo social, ¿hasta dónde pesa frente a las
gestas y los proyectos conocidos, que son los nacionales y los de los proceres de la
historia que se escribe? Hablamos de grupos sociales, pero no podemos olvidar que la
individualización de tipo capitalista -la que “instituye individuos histérico-universales,
empíricamente mundiales”que de-cía Marx en 1846- al fin se ha logrado. El dinero reina
a un grado nunca visto, con su “todo vale”, reina la atomización de las personas, el
hombre vuelto hacia sí que a lo sumo admite a su familia inmediata.
Pese al “subdesarrollo”, en América Latina hemos llegado tan lejos en ese proceso
como en los países del capitalismo más avanzado. Cada individuo solo en la multitud
es el ideal contrainsurgente de hoy, hacia eso se dirige la ofensiva cultural mundial. Ella
difunde y exacerba cuatro rasgos, aquí sólo tengo tiempo para nombrarlos: el temor, la
indiferencia, la resignación y la fragmentación. Es obvio que en la batalla cultural contra
la dominación las identidades y movimientos de grupos sociales pueden ser baluartes
de resistencia y lugares de iniciativas.
4. Dentro y fuera del juego
Por un lado hemos tenido “democratizaciones” de los regímenes políticos en los años
80-90. Sus consecuencias no son despreciables. No han cumplido ninguna de sus
promesas, excepto la de mantener el sistema institucional y poner en juego
periódicamente los cargos electivos. Algo es, aunque demasiado insuficiente. Por otro
lado, el empobrecimiento causado por el sistema ha sido legalizado y bendecido por las
políticas económicas de ajustes y desregulaciones, como único camino racional. En
suma, se ha producido un desastre social tan grande que al pasar balance a los 80 se
les llamaba “la década perdida”, en esta década al parecer no habrá ni siquiera
balance. A inicios de los 90 la CEPAL proclamaba “crecimiento con equidad'”, ahora ya
no se proclama nada. Hace una década se decía que todos los sacrificios eran
necesarios para el desarrollo, hoy nadie se atreve a prometer el desarrollo.
Simplemente, suceden las cosas. El desgaste del sistema político es grande, pero ese
sistema sigue funcionando. Las dos cosas son ciertas. ¿Por qué? Anotaré solamente
que el valor “democracia”, en su realidad y en su mito, es muy compartido por millones
de personas activas que estiman que al menos garantiza un siste
ma con derechos cívicos codificados. Otros millones le conceden intangibilidad al
régimen vigente, remitiéndolo a un campo inerte, en el que no participan. Gran parte de
los componentes de ambos grupos no creen que esos regímenes resolverán los
problemas básicos de sus países. Por el lado de los poderes, la go- bernabilidad va
ocupando parte del espacio ideológico que un día monopolizó la democracia. La
continuidad y el poder eficaz del Estado autoritario hacen frente y complementan a
todos los cambios de gobierno. Sus estructuras y funcionarios no fiscalizados ni
controlados -y en gran parte no elegidos- eje-cutan los actos represivos y
administrativos que se consideran necesarios, y toman las principales decisiones. El
Estado supuestamente débil y mal visto por todos, es instrumento efectivo del poder de
los grupos dominantes de cada país y es subordinado de los poderes del gran
capitalismo mundial.
A pesar del autoritarismo, en general no se eliminan las reglas básicas de la legalidad.
Como en todas las cuestiones de importancia, en cada país las prácticas se adecúan a
sus rasgos específicos. Sigue siendo muy diferente en Uruguay que en Paraguay, en el
Perú el autoritarismo apela al autogolpe, somete a la institucio- nalidad y obtiene
después la reelección presidencial. Y así en cada caso. Aunque la ideología dominante
niega los conflictos, estos se forman sin cesar, se conjuran o estallan, persisten o son
olvidados. La conflictividad de las actuales sociedades latinoamericanas sólo puede
negarse por maldad o ceguera. A veces asoma el motín, como en Caracas 1990,
aplastado por una gran matanza. Otros estallidos de furia popular, fuego y saqueo, se
alzan súbitos y desaparecen pronto, esos comportamientos de masas desesperadas no
concuerdan con los de esas mismas poblaciones ante otros tipos de eventos, como
suelen ser los electorales. Un tipo de conflicto crónico se relaciona con la marginación
de poblaciones urbanas y la imposibilidad de viabilizar comunidades y aspiraciones: la
informalidad incontrolable, el barrio “peligroso” y la delincuencia de los más pobres.
La violencia es abominada de palabra por los que dominan, y remitida ideológicamente
a cierto pasado. Pero existe una violencia cotidiana, omnipotente contra todos los
desvalidos. La del hambre es sorda y general, la que sufren la mujer y el niño es más
notoria, ambas son impunes. La de la delincuencia común ha hecho famosas a un buen
número de ciudades. El miedo es general, pero la seguridad se privatiza en favor de las
clases altas y medias. El arma de la violencia represiva sigue siendo usada contra las
rebeldías, las protestas e incluso preventivamente. Tanta violencia en tantas formas
merece ser tenida en cuenta. Los que discutimos sobre alternativas no debemos hacer
caso a la exigencia de que condenemos toda violencia y la abominemos, aun-que sólo
sea por sentido común, ya que existe tanta. En la escala más amplia de lo social,
estamos obligados a darles a los inflictos, y a su análisis, el espacio que exige su
trascendencia. Es un asunto vital:
Existen conflictos caracterizados por una organización muy combativa de sectores
desposeídos y oprimidos que han ido lejos en su rebeldía. El Movimiento Sin Tierra de
Brasil y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas son los más famosos.
Cada uno en su circunstancia y con sus tácticas, han mostrado gran creatividad,
energía, unidad conciente en sus bases y determinación. La trascendencia de su
actuación en sus países y en el continente es muy superior a sus logros específicos
-diferentes en cada caso-, porque su mensaje moral y sus ideas tienen más largo
alcance que sus actos, y porque son ejemplos vivos de que se puede ir más allá si se
rompe el mezquino rasero de lo establecido como posible.
Hay pugnas de otro tipo en toda la región. Ellas oponen a formaciones políticas de
izquierda y centroizquierda a los partidos del sistema, en eventos electorales y otros
palenques ciudadanos. EL Partido de los Trabajadores de Brasil, el PRD mexicano, el
Frente Amplio uruguayo, el FMLN salvadoreño, son ejemplos de estos que luchan
dentro de las reglas del juego, ellos son gobierno en varias grandes ciudades y algunas
regiones, y han estado muy cerca de ganar la presidencia en un momento dado.
Escuelas de ciudadanía, balance diversificador en poderes públicos, presiones sociales
mediante la política, vehículos de luchas locales, formas prácticas de ejercitar
ideologías opuestas al sistema actual, canales de ascenso social, esta política es una
realidad que entronca en parte o en situaciones dadas con protestas populares, y es
erróneo despreciarla. Es cierto que su peso, rasgos y posibilidades varían mucho de un
país a otro, pero en general es un factor de disenso en la América Latina de hoy y el
ejercicio de las actividades, esporádicas o constantes, de millones de personas.
Nosotros solemos vacilar entre despreciarlo o darle toda la importancia del mundo, a
veces alternativamente, cuando perdemos las elecciones o cuando nos acercamos a
una elec-ción o se gana una importante alcaldía, por ejemplo.
¿Constituyen esas actividades un potencial de conflicto y el esbozo de una alternativa
viable al capitalismo en la América Latina? ¿O son funcionales al sistema, al darle una
oposición imprescindible para la hegemonía en lo político, más necesaria cuando no
existe ningún reformismo social? Las otras formas de conflicto que aludí, ¿pueden ser
absorbidas o neutralizadas por los poderes actuales sin daños graves o huellas
peligrosas? Toda respuesta a estas interrogantes está ineludiblemente mediada por un
dato básico: el nivel de las luchas de clases en la América Latina actual es muy bajo.
Las causas y condicionantes no son ignoradas por nosotros, pero el hecho está ahí. Se
ha llegado a esta situación por un camino que traté de describir -para ayudar a que no
se olvide- y el reino de miseria y empobrecimiento de hoy no genera por sí solo, no
sucede jamás, ninguna rebeldía organizada y eficaz. Es esencial
que no creamos el argumento burgués de que ese bajo nivel es un éxito de la
convivencia que nos conviene a todos. ¿Qué causas hacen persistir el bajo nivel de
lucha de clases? Ya no se manda a pelear a los jóvenes ni se hace desaparecer a
decenas de miles de personas. En la ciudad de Rosario, donde nació el Che, reina el
desempleo, y una asamblea de choferes de ómnibus acuerda reducir sus ingresos para
ayudar a sus patrones a continuar. ¿Dónde está el quid de la cuestión? No tengo las
respuestas, sólo pregunto. Pero tengo la convicción de que son interrogantes
fundamentales.
5. Qué problemas, qué futuro
Se ha repetido hasta el cansancio que las derrotas llevaron a la izquierda, al fin, a
considerar importante la política institucional. Esto es, la izquierda está compuesta de
gente terrible que nunca le hizo caso a lo institucional, y sólo el peso de sus derrotas la
ha llevado a considerarlo. ¿De qué izquierda están hablando? Si es del conjunto de la
izquierda, eso no es cierto. Es mejor preguntarnos a quién beneficia esa creencia
absurda que a veces repetimos con satisfacción, como si fuera nuestra y nos sirviera
de algo. Yo diría más bien que las luchas anticapitalistas de los años 60 y 70
-Centroamérica de los 80 no es igual- fueron en general primerizas, primitivas,
insuficientes sobre todo en sus capacidades de formar militantes y organizaciones, y de
conducir a las mayorías humildes y a capas medias a participar en las revoluciones y
dejar de ser el público ante las dos minorías enfrentadas. Fueron insuficientes en
cuanto a operar teniendo en cuenta los datos sociales esenciales, y en cómo
comprender y actuar ante las diversas coyunturas. Es necesario apoderarnos de esas
experiencias, conocerlas: ellas forman parte importante de la memoria histórica de las
rebeldías. Si colaboramos en su demonización nos debilitamos todos. Pensemos lo que
pensemos, creamos lo que creamos acerca del presente y del futuro. Si creemos que
los llamados subversivos eran bestias de izquierda, los matamos otra vez. Es un triunfo
ideológico del capitalismo. El “nunca más” oficial lo que quiere decir, sobre todo, es que
nunca más haya una revolución. Los que dirigieron y llevaron a cabo la represión sí se
comportaron como bestias, incluso frente a tradiciones de convivencia y frente al ideal
del estado de derecho. Las formas hegemónicas fueron echadas a un lado durante
todo un período en el cual se comportaron bestial-mente, en Chile y Uruguay, después
de construir un estado de derecho y una democracia política, los echaron a un lado. En
otros países con grados diferentes de desarrollo de la institucionalidad capitalista
tuvieron dictaduras abiertas que se igualaron en bestialidad. Por otra parte, en la
historia de las izquierdas del continente ha tenido un papel enorme la adecuación a la
institucionalidad de las clases dominantes, y ha habido muchos casos de colaboración
con sus regímenes.
La izquierda tiene una larga historia de adecuación, que forma parte de sus tradiciones.
La perspectiva histórica ayuda siempre, y en este caso también.
Nos deben la historia completa. Cuando uno ve el modo en que se cuenta la historia en
la actualidad, y los olvidos a que es sometida, se da cuenta de las intenciones
ideológicas de cerrar el paso a toda posibilidad de conciencia y organización sociales
que echen adelante las luchas sociales. La política institucional actual no es un
gracioso regalo. Para la mayoría de la población de la región, que vivió bajo dictaduras,
es el espacio cívico abierto después de ellas, que fue exigido por las protestas sociales
y por el ascenso de la cultura política de decenas de millones de latinoamericanos.
Nadie lo regaló. Eso es importantísimo. Lo ha exigido también la necesidad de
reformular la hegemonía en cada país, por clases dominantes en busca de legitimidad.
Las reglas del juego de los regímenes civiles son fruto de negociaciones y prenda de
equilibrios.
En segundo lugar, también juega con la estrategia general de los Estados Unidos y del
gran capitalismo mundial. El primero sobredetermina el dominio con sus cartas
marcadas, con su “integración” y sus exigencias, su panamericanismo de fin de siglo.
Pero la institucionalidad y la alternancia política son necesarias al modo de dominación
actual del gran capital internacional, que he caracterizado de recolonización “pacífica”
del mundo. Aunque periódicamente se refuerza con bombardeos y asesinatos masivos
de civiles, el tipo político e ideológico de democracia del gran capital es un aspecto
importante de su hegemonía y de su batalla cultural. La hegemonía burguesa en cada
país latinoamericano trabaja con esa democracia, o se acerca a ella, o los Estados
Unidos se la señalan como meta a alcanzar. Esta complejización del sistema implica
algunos riesgos, pero toda reorganización y renovación del consenso con reformas de
la dominación capitalista incluye riesgos.
Uno de los rasgos más interesantes de la insurrección cubana de los años 50 es que
se originó en un país en que se había desarrollado y iegitimado un orden democrático
burgués ejemplar en el Caribe y Centroamérica (exceptuada Costa Rica) y superior al
de muchos países de América del Sur, orden que fue roto por un golpe de estado
militar. Los riesgos de la institucionalidad eran los de dominar a la gente con su
consentimiento y no mediante la represión. Rompieron la institucionalidad, afloraron
otras características de la sociedad, apareció una nueva política revolucionaria, y como
se sabe lo pagaron muy caro. Después he oído cosas absurdas como la fábula de que
“la vía cubana” había sido posible porque los cubanos siempre vivieron bajo dictadura.
¿Qué es ser de izquierda hoy? Las izquierdas, ¿indican las diferentes “situaciones
objetivas” de los grupos sociales y naciones, o los diferentes modos de acción-
organización y de concientización populares? ¿Indican los diferentes estadios de las
luchas de clases? Estos cuestionamientos apuntan a otros problemas, entre ellos el del
predominio de la determinación social como guía de la acción,
o de la acción que parte de lo existente para violentarlo. El problema del alcance de las
ideas y del movimiento es también el problema de lo posible. ¿Nos estamos planteando
estos problemas realmente? Tengo la sensación de que las cuestiones fundamentales
no se discuten mucho. Y ya en la senda de las incitaciones al debate y las
provocaciones, ¿por qué las propuestas políticas de izquierda se parecen tanto, o no
niegan, o no se oponen, o no son muy diferentes a las propuestas que hacen los
dominantes? ¿Por qué todos están de acuerdo en que la eficacia y calidad de la nueva
política anticapitalista esta ligada a nuevas relaciones entre lo político y lo social, pero
en la práctica esas novedades no se producen o no prosperan mucho? Los proyectos
que guían a los movimientos populares sociales, ¿son acaso más de izquierda que los
proyectos políticos? La autonomía que tienen los movimientos sociales respecto al
sistema, ¿es más aparente que real? ¿Será que es propio de su naturaleza y de su tipo
de espacio y de acción dentro del sistema actual y que es la forma en que son
funcionales a ese sistema, o los movimientos populares sociales son realmente formas
de acumulación anticapitalista más factibles y más eficaces en la actualidad? Para mí
son preguntas acuciantes y graves, porque no creo qúe la política vieja sea capaz de
leer este mapa, y mucho menos de cambiarlo, y no creo que sea posible ninguna
liberación humana y social sin dimensión y actuación políticas revolucionarias. Soy de
los que creen que es posible la alternativa anticapitalista, por eso le presto tanta
atención al hecho de que tantos millones no creen que esa alternativa sea posible. Es
imprescindible librar la batalla cultural que cree espacios para negar la dominación, el
poder y las jerarquías vigentes. Que cree un campo diferente y opuesto al capitalismo,
para la actuación y los proyectos nuevos, que instituyan nuevas personas y nuevas
sociedades.
Por último, creo que América Latina necesita declarar su segunda independencia de
proyecto. En este momento de mundialización desarrollada del capitalismo no puede,
no tiene ninguna posibilidad de seguir un proyecto mundial que le ofrezcan. No sé si
alguna vez la tuvo realmente, no opinaré aquí sobre eso. Pero en la actualidad le es
indispensable. No puede consistir, sin embargo, otra vez en soñar con un bloque
popular-burgués nacional, que hoy sería más que nunca burgués (sin apellido nacional)
que conduce a los famélicos populares ya demasiado desgastados para intentar algo
serio. La construcción de esa propuesta latinoamericana será una gran aventura
intelectual y práctica, si es que quiere tener alguna posibilidad de ser realizada. En la
actualidad, la utopía resulta de un pragmatismo feroz. Tiene que ser una gesta de
creaciones. Y debo repetir que tendrá que parecerse más a una cruzada que a una
evolución. Pero voy a dejar las cosas ahí. Ya utilicé tanto tiempo'que mi comentarista
se verá obligado a ser muy sintético.
Palabras motivadoras para el debate del Taller de Educación Popular, del Centro Martin
Luther King. La Habana, 18-11-1998
El problema práctico de las relaciones entre lo político y lo social es central en América
Latina actual, aunque no es explicitado en el mismo grado ni de igual forma por los
sectores interesados. Que sea abiertamente un problema central para todo aquel que
pretenda actuar desde los intereses de las mayorías del continente es ya un logro
importante de cultura política, a pesar de las usuales lamentaciones acerca de las
insuficiencias y los desaciertos dejas organizaciones políticas populares en relacionar
lo político con lo social. Esto significa que se comiehza al menos por aquello que en
coyunturas decisivas anteriores no se vio o se advirtió demasiado tarde. Esa es una
ventaja a la que es necesario sacar provecho. Trataré este tema desde el terreno de la
búsqueda de conocimientos, indagación que siempre es condicionada por las
realidades actuales y sus tendencias, y por determinados presupuestos ideológicos. En
realidad sólo aspiro a contribuir al planteo que considero adecuado de los problemas,
que es lo que me parece más urgente. Por eso el trabajo presenta únicamente
caracterizaciones y proposiciones sintéticas acerca de los procesos sociales que a mi
juicio es necesario manejar para comprender el tema estudiado, y se mantiene a los
niveles generales que estima apropiados. Estos son apenas apuntes para un debate.
Las soluciones acertadas serán siempre fruto de combinaciones afortunadas de
prácticas políticas y sociales eficaces con buenas reflexiones y previsiones. Creo sin
embargo que estas últimas son indispensables para adelantar camino a las prácticas
actuales, y también creo que no se cuenta con demasiado tiempo para hacerlo antes
de que nuevas coyunturas decisivas se presenten en América Latina.
1. Política, economía y sociedad después de la “democratización”
El sistema político predominante en términos generales en la última década en América
Latina es el llamado democrático. Sus características principales son:
* regímenes (postdictatoriales en muchos casos) basados en gobiernos civiles y
en procesos electorales relativamente aceptablesWen cuanto a limpieza y participación
en los comicios;
* alternancia de los partidos del sistema en el poder ejecutivo y en el control del
legislativo;
* continuidad del Estado autoritario y de sus funciones de dominación;
* predominio de ideologías y creencias políticas que consideran intangible el
orden legal vigente y el sistema capitalista;
* la toma de decisiones fundamentales queda fuera del ejercicio y del control de
los parlamentos y de la mayoría de la población;
* los mecanismos políticos y las ideologías predominantes son funcionales a la
transnacionalización y el arbitrio del capital financiero parasitario, que se han vuelto
determinantes en la formación económica. Las instituciones financieras internacionales
gozan de enorme influencia sobre los medios políticos;
* fuerte control, influencia y presencia del poder de los Estados Unidos -político y
económico-, en grados y formas diversos.
Otro rasgo significativo actual es la tendencia a homologar idealmente los sistemas
políticos de América Latina y sus referentes ideológicos a los de los países capitalistas
desarrollados. Las causas y las manifestaciones de esa tendencia son complejas. En
las últimas décadas se profundiza y acelera la universalización de los procesos
sociales, impulsada por el capitalismo desarrollado. En los países de la llamada
periferia del capitalismo se combinan, por una parte, la creciente determinación y
sujeción al exterior de su economía y la disminu-ción progresiva de su
autodeterminación, la transnacionalización, la miseria masiva estructural y otras
consecuencias de la madurez del sistema central, con la pretensión -por otra parte- de
que esas sociedades “subdesarrolladas” se organicen políticamente y tengan un
mundo ideológico que imite a los países centrales.
Muchos factores operan a favor de esa pretensión. En diversos grados y hasta cierto
punto se han establecido procesos, relaciones e instituciones característicos del
capitalismo desarrollado prácticamente en todos los demás países. Con mayor
intensidad y difusión -aunque en proporciones muy diferentes según los estratos de
población de que se trate- se consumen los valores y diversos productos culturales
procedentes del polo desarrollado del capitalismo. Ciertas clases sociales y estamentos
son más receptivos a aquellos valores y productos por razones directamente ligadas a
su existencia; otros muchos son influidos a ello por los medios de socialización del
sistema. Por diversas razones, en América Latina se da una incidencia mayor de esos
procesos y características que en las otras regiones del llamado Tercer Mundo. Ellos
incluyen la realidad de que los elementos culturales en cuestión no sólo están
sólidamente implantados en el campo de la dominación, o a favor de él: una larga
tradición de luchas e ideas latinoamericanas reivindica su identidad regional y el
bienestar para sus pueblos a partir de ideales e instrumentos originados en el
desarrollo de Occidente. Antes de continuar esta descripción breve y esquemática del
complejo que forman la política y las ideas relacionadas con ella en América Latina
actual advierto que he tomado tres licencias. Ellas son: obviar la diversidad por países,
discordancia
que a veces es extrema, mediante generalizaciones cuidadosas pero que en algunos
puntos son insuficientes; excluir a Cuba, cuya situación es irreductible al resto; y no dar
al aspecto de la violencia el peso que tiene en la realidad en los casos de Guatemala,
Perú y Colombia. La llamada democratización se está agotando, pero ha ocupado el
lugar central de la política en la última década. El par “dictadura-democracia” marcó los
límites de esa política, reduciendo el campo de los proyectos considerados posibles. A
la vez que se dio entrada en los actos electorales a decenas de millones de personas y
se reconoció a millones como actores sociales, se excluyó a proporciones
generalmente mayorita- rias de la población de los acuerdos políticos tomados sobre
las cuestiones sociales: las “concertaciones” han reconocido derechos y demandas,
más o menos, a sectores organizados con poder de presión; el resto de cada país ha
sido sometido a los llamados ajustes económicos. La evolución de los arreglos siguió
este orden general: primero se concertaba para obtener o preservar gobiernos civiles e
institucionalidad, dejando las demandas sociales “para después”; después, las políticas
de ajuste han exigido sacrificar a las mayorías en aras de un “chorreo” de la futura
prosperidad, o simplemente porque es indispensable para la política económica. La
macroeconomía que manejan los gabinetes económicos gubernamentales no está
obligada a tener en cuenta a la miseria ni a la política social, ni éstas afectan mucho a
la actividad cotidiana de los partidos políticos. El desastre que se vive en la sociedad es
excluido de las variables determinantes del sistema político democrático.
Y ese desastre no es consecuencia de una coyuntura de crisis. La miseria actual
en América Latina se torna estructural, porque es consecuencia de la fase del
capitalismo subordinado en que la transnacionalización se ha vuelto determinante en la
formación económica. Este proceso significa que más del 40% de la población es
excluido de la economía o no es necesitado por ella; la mitad de ellos ya son
indigentes. Pero no sólo esos sobran: amplios sectores medios, parte del empresariado
capitalista y de la actividad económica, todo proyecto capitalista nacional, la más
modesta política social, la soberanía nacional, también están siendo excluidos.
Decrecen el empleo, el ingreso, el valor que se da a sus capacidades, la salud y hasta
la estatura de los pobres; su lucha diaria es por la sobrevivencia. Otros millones de
servidores públicos, técnicos, profesionales, comerciantes, empresarios -cada uno a su
talla- pierden nivel de vida y esperanzas.
La formación económica en América Latina está adecuándose al modelo que le impone
el capitalismo mundial, un modelo que es demasiado excluyeme y subordinador. En las
condiciones actuales, la política de las clases dominantes carece de espacio para
medidas sociales que sustenten reformis- mos políticos, y se les exige que el Estado -a
la vez “adelgazado” y autoritario-
sirva menos a los intereses nativos y a la soberanía nacional que a la dominación
transnacional. Además, Estados Unidos sobredetermina los rasgos de esa dominación:
ante su pérdida de competitividad frente a otros centros capitalistas y sus problemas
internos, Estados Unidos trata de convertir a este continente en coto suyo, basándose
en su implantación imperialista previa y en ser hoy la única superpotencia mundial.
Pretende hacernos rehenes de su debilidad además de víctimas de su fuerza.
La base social y nacional de la hegemonía de las clases dominantes se estrecha y se
debilita; la legitimidad de su hegemonía no está conseguida en unos casos, y en otros
se desgasta. En muchos casos los dominantes son fracciones nuevas que no tienen a
su favor la tradición ni han conducido alguna vez al pueblo. En general no hay
propuestas de futuro que avalen al presente: ni economistas ni políticos se atreven a
prometer bonanza para la gente común. La democratización mantiene las
características del sistema político enunciadas arriba, pero no enfrenta problemas
básicos como son la participación cada vez menor del trabajo en la renta nacional, la
inmensa y creciente desigualdad ante el ingreso, la no solución de las necesidades
básicas de las mayorías y la erosión de la soberanía. Cambian los gobiernos, los
partidos y parlamentos, pero no cambia el Estado. La reproducción ideológica del
capitalismo sigue siendo en América Latina mucho más abarcadora y decisiva que la
reproducción del capital. La ideología neoliberal y el triunfalismo capitalista difundidos
desde los países centrales aún muestran eficacia, pero van camino de agotarse -y
quizás con ellos la democracia electoral- frente a las miserables realidades de las
sociedades.
El momento es de transición, insisto. Que la lógica dominante condene a desaparecer o
perder su importancia a determinadas formas económicas, actividades estatales,
instituciones y profesiones -y a los valores, intereses, sentimientos y hábitos que han
estado ligados a aquellas- no es igual a que esos procesos hayan culminado ya en la
práctica. No hay que confundir las tendencias con procesos transcurridos. Es inevitable
que en este tiempo de transición surjan tensiones, contradicciones y enfrentamientos.
En realidad, ellos forman una parte muy importante de la política latinoamericana de
esta etapa, que puede asumir significaciones y entidades diversas e importantes
respecto al sistema político vigente. Lo más trascendente en las sociedades del
continente en la actualidad es que partes apreciables de ellas adquieren conciencia de
sí y formas propias de organización. Los movimientos socia les agrupan a millones de
pobladores urbanos humildes, cristianos de base, “informales”, defensores de derechos
humanos, mujeres, indígenas, campesinos sin tierra, ecologistas, negros, jóvenes,
desempleados, jubilados; ellos expresan en unos casos los cambios estructurales
recientes, pero sobre todo manifiestan la emergencia de conductas masivas
concertadas en defensa de sus identidades, sus intereses específicos y sus
representaciones
sociales. El período reciente ha hechcf relevantes a los movimientos sociales, por
razones muy variadas. Apunto las cinco que creo más importantes:
* la universalización capitalista tiene efectos monstruosos y contradictorios en este
continente: crecen las relaciones sociales y los productos culturales típicamente
capitalistas, lo que favorece la atomización de los intereses individuales y la ampliación
de los papeles de la sociedad civil. Pero crece a la vez, en ese mismo proceso, la gran
pobreza en que transcurre la vida de las mayorías, y en el sistema político no se
plasman regímenes democráticos como los típicos del capitalismo desarrollado;
* la autoidentificación social, y sus especificaciones, son favorecidas por la
expansión de la capacitación, de la escolarización y de representaciones más
complejas del mundo, que ha acompañado a los procesos latinoamericanos de las
últimas décadas;
* en las últimas décadas, las represiones políticas y sociales y los estados de
excepción sistemáticos vaciaron de sentido al sistema político en cuanto á la defensa
de intereses populares y el contrapeso de poderes. Muchos movimientos sociales
ocuparon espacios que fueron políticos, o desplegaron formas sociales de lucha de
manera autónoma;
* los regímenes políticos actuales funcionan de manera ajena a los reclamos y
necesidades inmediatos de las sociedades. La mera sobrevivencia y la defensa de
intereses, identidades y representaciones sociales de millones de personas ha tenido
que expresarse como autodefensa y apelar a solidaridades y fuerzas culturales de los
propios grupos implicados;
* el Estado es execrado hoy desde los ángulos y los propósitos más diferentes: se
le considera entrometido e ineficaz respecto a la economía, incapaz para atraer la
inversión extranjera o para defender a la sociedad de sus efectos, burocrático,
autoritario, sordo o inútil para enfrentar las necesidades sociales, o servi-dor de
intereses antipopulares. La sociedad que se expresa o se organiza parece ser la
antítesis del Estado, y eso aureola de simpatía a los movimientos sociales.
Muchos movimientos sociales fueron activísimos -y por momentos pro- tagónicos- en
los procesos antidictatoriales. La política del sistema se ha cuidado de desmontarlos o
embotar su filo, como parte de sus procesos de democratización. Pero la naturaleza,
las demandas y las actuaciones de los movimientos sociales tienden a oponerlos a
aspectos del sistema de dominación. Esa virtualidad que los asociaría a la lucha contra
el sistema en una coyuntura determinada no implica que las organizaciones opuestas a
aquél hayan conseguido vincularse con los movimientos sociales a escala significativa
(reitero las licencias que advertí arriba). Este problema, y en sentido más
general el de la articulación entre lo social y lo político como parte de una renovación
del quehacer político, es central para el avance de una alternativa política a la
dominación.
2. Hegemonía capitalista, democracia y socialismo
Desde varios años antes de la caída del llamado socialismo real ya en gran parte de
América Latina estaban en crisis o muy debilitadas las organizaciones e ideas
revolucionarias, la alternativa socialista y la izquierda en general. Durante los años 60 y
70 se había producido un enfrentamiento prolongado y muy sangriento entre la ola de
protestas sociales y rebeldías revolucionarais que recorrió el continente, preludiada y
estimulada por el triunfo cubano, y la gran represión, que llegó en algunos países al
genocidio, emprendida por las clases dominantes y el imperialismo. Ambos se
enlazaban entre sí más íntimamente en ese mismo tiempo, mediante un proceso que
ha dado lugar al dominio actual del capitalismo transnacional en la región. La victoria
obtenida por el bloque dominante no fue sólo militar sino también política e ideológica,
aunque también es cierto que se vieron obligados a reconocer el aumento de la
conciencia social y la capacidad organizativa de muy amplios sectores de la población.
También se produjeron o mantuvieron, sin embargo, eventos y situaciones de signo
contrario a esa tendencia. Desde fines de los años 70, Centro- américa influyó a todo el
continente con el triunfo de la insurrección sandi- nista y la existencia de un poder
revolucionario en Nicaragua, con la revolución salvadoreña y el crecimiento de la
insurgencia en Guatemala. Las agresiones y el intervencionismo sistemático de
Estados Unidos fueron factores contrarrevolucionarios principales en la región. En
Centroamérica se violaron todos los derechos humanos, se reprimieron las actividades
sociales y políticas de la población, y se llegó al genocidio, mientras se declaraba la
democratización de todo el continente. En algunos países latinoamericanos las
movilizaciones laborales, políticas y populares durante la transición a go-biernos civiles
renovaron o dieron lugar a muy importantes expresiones políticas de oposición al
sistema que continúan hasta hoy, y que forman parte de los esfuerzos y las rebeldías
contra la dominación capitalista que existen en la región. La revolución socialista de
liberación nacional en Cuba, con sus realidades ejemplares de convivencia y
solidaridad humanas, es un ejemplo de lo que pueden hacer los latinoamericanos por
su liberación.
El fin de los regímenes de Europa oriental ha fortalecido mucho las posiciones de la
dominación capitalista en América Latina. Entre sus principales consecuencias están el
gran desprestigio del socialismo, el triunfalismo capitalista y la
seducción del neoliberalismo, y el desaliento que hizo presa de muchos. Los cambios
geopolíticos mundiales favorecieron sobre todo a la potencia norteamericana. En
términos generales, se pretende que el capitalismo es el único horizonte general de la
diversidad de comportamientos y proyectos humanos.
Me interesa destacar ciertos aspectos de la hegemonía de las clases dominantes (*).
Lo esencial de la victoria de estas clases ha sido que abrió una etapa de aceptación de
la imposibilidad de lograr cambios sociales profundos favorables a las mayorías, por
parte de la generalidad de los actores y el pensamiento representativos de las clases
populares. Ellos han aceptado también limitar su actuación a las prácticas fomentadas
o permitidas por la legalidad establecida, restricción que favorece la creencia en que
esa conducta es la correcta y la condena a toda otra posición. Esas aceptaciones
inclinan a la desaparición del socialismo como ideal y como modelo confrontador del
capitalismo, y a la descalificación de todo intento práctico de avanzar hacia el
socialismo. En su lugar aparecieron o se incrementaron pensamientos y prácticas que
aspiran a reformas dentro del sistema capitalista, de diferente entidad y adscripción.
La democracia “sin apellidos” se tornó el más tratado de esos temas que comparten en
un momento dado el favor de la academia y de los medios masivos de comunicación.
Como forma ideológica se ha beneficiado del ansia de gozar de derechos civiles que
tenían la población políticamente activad) y los activistas sociales después de tantos
años y tantos casos de represiones masivas y de estados de excepción. Y a escala de
las sociedades le es propicio el deseo generalizado de tener formas democráticas
efectivas de gobierno, aunque el significado que se les dé y las expectativas que se
tengan de ellas sea en los hechos muy diferenciado. También ha sido un interés de la
política norteamericana hacia la región promover formas de gobierno civil -como lo fue,
al contrario, la promoción de la “seguridad nacional” en los 20 años anteriores-, y ese
interés ha aumentado sensiblemente la factibilidad de la democratización y la formación
de opinión pública a su favor. Esta última es una variable que en los últimos años ha
crecido cualitativamente en importancia, en los medios y técnicas con que se la trabaja
y en el control imperialista y totalitario sobre ella, de manera que la inducción en gran
escala de opiniones y sentimientos desempeña un papel muy grande en la
configuración de la hegemonía. Por diversas razones, la promoción del tema de la
democracia en los medios masivos internacionales se volvió un asunto privilegiado, y
eso influyó mucho en América Latina, que es gran consumidora de aquellos medios.
La vieja contraposición “socialismo-democracia”, dejada a un lado durante el
predominio de las dictaduras y la represión, fue renovada. Pero ahora sus
circunstancias registran cambios importantes. Los factores que he relacionado hasta
aquí tienden a identificar o al menos reconciliar al sistema político capitalista
vigente con la democracia; los actores interesados tratan de convertir a ese sistema en
el defensor de la democracia o -en los casos en que es demasiado difícil- presentarlo
como un avance o tránsito hacia ella. Pero además el abandono de los ideales y
objetivos anticapitalistas lleva a ciertos sectores caracterizados como de izquierda a
relacionar sus criterios y su actuación con el avance o perfeccionamiento de la
democracia del sistema capitalista. Para ellos el socialismo sólo tiene dos caminos:
desaparecer del todo, o integrarse a la hegemonía capitalista y servir dentro de ella
como cuerpo de valores y factor de morigeración del liberalismo y el poder del
mercado. A todo esto hay que sumar la gran desventaja histórica del socialismo
respecto a la cuestión democrática:
a) el socialismo surge -como pensamiento y como lucha política- enfrentado a la
primera sociedad que se organizó efectivamente en el mundo a partir de la libertad
personal y no de las prestaciones serviles, de la igualdad formal y no de la desigualdad
legal y consensual, de las relaciones mercantiles generalizadas y la política fundada en
derechos ciudadanos y elección de representantes. Y las instituciones económicas y
políticas del capitalismo no son contradictorias entre sí, sino que se necesitan;
b) bajo el capitalismo se formula un deber ser de la libertad y de la democracia que
ha servido como referente y como meta para muchas luchas e ideas sociales y políticas
que han sido efectivamente rebeldes contra males del capitalismo real. Ese deber ser
ofrece también un horizonte ideal a gran parte del campo ideológico y cultural. Así, la
libertad y la democracia pueden parecer metas alcanzables dentro del capitalismo;
c) por su mismo objetivo anticapitalista el socialismo se formó y evolucionó
tratando de negar la totalidad del sistema de dominación. Existe una larga tradición
socialista que denuncia el carácter capitalista de esa democracia, que la subestima, y
se opone a ella. Además, desde hace un siglo la adecuación reformista de tipo
socialista a la hegemonía capitalista iniciada en Europa ha privilegiado la aceptación y
defensa de las formas democráticas capitalistas, como legitimación de sus posiciones y
vehículo de su actividad reivindicativa. Esto influyó mucho en el rechazo o el desprecio
de los socialistas revolucionarios a la democracia;
d) la toma y utilización del poder como objetivo político expreso del socialismo
implicaba una preferencia teórica por la forma dictatorial de gobierno, al menos por
cuatro razones:
1- el nuevo régimen se originaría en la ruptura revolucionaria del orden vigente;
2- la necesidad de imponerlo, en vez de evolucionar hacia él;
3- ser el poder un instrumento para la época de transición del capitalismo al
comunismo (reducida luego a las infortunadas.“construcciones” del “socialismo”).
4- ante la realidad histórica de que no sucedió la revolución mundial o simultánea
prevista por el marxismo originario, y la necesidad de una lucha internacional y de
defensa de los nuevos poderes frente al capitalismo mundial.
La segunda razón nos conduce al lugar de una ambigüedad teórica principal presente
en el marasmo originario. Entonces comenzaba a triunfar el evolucionismo como nuevo
paradigma científico que influía en el conocimiento social. El postulado de la
ineluctabilidad del socialismo como consecuencia de la evolución social parece
afirmarse en ciertos pasajes de la obra de Marx; a ellos pueden, sin embargo,
contraponerse otros -que a mi juicio son decisivos- en los que Marx postula que sólo
mediante un tipo de actuación humana especificada socialmente (clasista y por ello
concierne, organizada, violenta), puede triunfar la revolución proletaria, como condición
imprescindible para que pueda advenir la transición socialista y para que sus actores
sean efectivamente capaces de transformarse, de superar la manera de vivir capitalista
y crear una nueva manera de vivir. Estimo que este problema es fundamental para la
perspectiva marxista, pero no puedo tratarlo en este texto;
e) la historia de la principal experiencia socialista del siglo, la soviética, que
comenzó como una revolución contra una compleja cultura de despotismo imperial,
pero que no logró desarrollar formas democráticas propias, se tornó anti-democrática,
liquidó la revolución que la había originado y después petrificó un sistema estatal de
autoritarismo, privilegios por estamentos y asfixia de la sociedad. La teoría socialista
fue degradada durante décadas a ideología de la justificación y legitimación de aquel
régimen, y a un rígido y estéril dogmatismo;
f) la difícil universalización del socialismo, que debió ser anticolonialista y
antimperialista ante las formas fundamentales de universalización que ha tenido el
capitalismo, resultó muy perjudicada por ciertos rasgos negativos de los movimientos e
ideas socialistas: el eurocentrismo, el interés estatal desmedido de países socialistas,
la manipulación, el seguidismo, la subordinación y la colonización mental. La
democracia sufrió las consecuencias, como las sufrieron otros campos muy
importantes;
g) un complejo de formas culturales propias y de efectos de todo lo anterior ha
operado contra el desarrollo de la democracia en el pensamiento y las organizaciones
socialistas en América Latina. La reproducción del autoritarismo y otras prácticas
antidemocráticas ha tenido funestas funciones políticas y morales. El desapego o la
aversión a la democracia ha dificultado pensarla y actuar eficazmente en política. La
adecuación a la hegemonía y a la cultura capitalistas, tan nefasta como usual, limitó la
preocupación democrática a tarea de representantes de la fracción intelectual,
dejándoles a estos la función -propia de una división muy primitiva del trabajo- de
portadores de un “deber ser democrático”, en este caso llamado “socialista”.
El capitalismo latinoamericano dominante-dominado por el imperialismo, que tiene un
historial muy antidemocrático acorde a su naturaleza, sus necesidades y su campo
cultural, pudo sin embargo desde su poder fortalecer la imagen del socialismo como
principal enemigo de la democracia.
La tendencia dominante en la actualidad en los estudios sociales en América Latina es
fruto de un cambio muy notable de la perspectiva y de los temas de investigación
social. Primero fueron prácticamente abandonados el tema del cambio social y la
influencia de las teorías del conflicto social; después se ha ido dejando a un lado la
práctica de relacionar el tema del desarro-llo económico con la búsqueda de causas
estructurales y de inserción de los países en sistemas internacionales. La crítica -muy
acertada a mi entender- a la pretensión de que determinados sujetos sociales debían
cumplir un destino histórico se ha vuelto ahora más abarcadora: para esa crítica no son
posibles los proyectos que prefiguren un nuevo orden social, no son deseables los
paradigmas abarcadores, no tiene sentido incluso hablar de un sentido de la historia.
Otra característica actual es la escasez de mediaciones entre los temas del campo
intelectual y los tópicos manejados por los intereses más poderosos de la sociedad.
La transición a la democracia, y ahora más bien la gobernabilidad, dominan por tanto la
indagación teórica sobre el movimiento político. En la perspectiva dominante el Estado
asume la transición concertada y las políticas de “liberalización” económica y de
“democratización”, los movimientos sociales ocuparán un espacio fragmentado y
heterogéneo que crecerá sin pretensiones de determinar lo social, la democracia
carecerá de “apellidos” y de dimensiones sociales o económicas. El reduccio- nismo de
la perspectiva en cuanto a la acción social se acentúa en los últimos años. La “crisis de
paradigmas” abarca ahora también a la perspectiva keynesiana. Con el liberalismo
remozado -“neoliberal”- declarativamente antiestatista pero que utiliza los recursos del
poder para todos los efectos económicos que le convienen, y el férreo determinismo
económico que amenaza al pensamiento social en su conjunto, se completa un cuadro
de correspondencias entre el rumbo de la dominación en el sistema mundial capitalista
y el del pensamiento social. El tema de la democracia, tan vital para la reformulación de
un proyecto de cambio social alternativo a la dominación vigente, resulta entonces
doblemente manipulado. La democracia formal y sus instituciones, instrumental cuyo
conocimiento es tan necesario para acertar en su utilización, se vuelve abstracta o
ritual, y el apelativo “democracia” se erige en un ideal a alcanzar por todos,
instituciones e individuos, un altar moral de la política y un lugar retórico. A la vez, esa
democracia independizada de la realidad se torna una exigencia ideológica permanente
ante la que deben hacer penitencia y promesa de fe los pensado
res y políticos “de izquierda”, culpables de ignorarla o violarla sin que la mayoría de
ellos haya tenido jamás poder alguno para hacerlo. El tema de la democracia es
sentido y analizado también de manera independiente por numerosos latinoamericanos
ajenos a la dominación, a pesar de esa maquinaria formidable y ubicua que actúa
desde los consumos culturales cotidianos hasta la academia. La existencia de esta otra
democracia da testimonio de la ampliación y los avances que está logrando el campo
cultural de las clases dominadas del continente, una característica de la realidad actual
que a mi juicio es muy relevante® . Son muy importantes sus avances, en cuanto a la
obtención, utilización y adecuación de conocimientos, métodos y técnicas sociales,
aunque ellos sean todavía muy insuficientes y estén en parte marcados por rasgos que
ya no son útiles, o que nunca lo fueron. Esos avances van desde la maduración de la
educación popular como instrumento del desarrollo de las personas y los movimientos
sociales hasta la realización de investigaciones rigurosas de ciencias sociales y
formulaciones de un pensamiento opuesto a la dominación.
3. Problemas de una alternativa anticapitalista
Frente a los gobiernos que expresan el poder de las clases dominantes se reorganizan
-o nacen- instituciones políticas que los desafían en el terreno del sistema político
vigente; en algunos países ellas tienen notable fuerza numérica y arraigo popular, en
los demás son muy minoritarias en la actualidad. Esas organizaciones políticas
participan en los procesos electorales y llegan al parlamento, o a ejercer funciones de
gobierno local y regional en varios lugares, exigen la pro- fundización de los procesos
de democratización, luchan contra las políticas eco-nómicas y sociales en curso,
apoyan las demandas sociales de diversos sectores y denuncian la situación de las
mayorías miserables, y en alguna medida enfrentan la ideología dominante y tratan de
presentar una alternativa de cambio frente al sistema vigente. Sectores dentro de esas
organizaciones suelen reivindicar el socialismo como horizonte, sin pretender su
implantación para un futuro próximo ni ser homogéneos en cuanto a qué entienden por
socialismo. La política latinoamericana actual, en lo atinente al conflicto entre el sistema
capitalista y quienes quieren cambiar profundamente la sociedad, opone a dos
minorías, una de ellas en el poder y la otra sin posibilidades inmediatas de enfrentarla
con éxito por carecer de conducción o atracción suficiente sobre grandes porciones de
la mayoría de las poblaciones. Hay que añadir,'entiendo, otras dos peculiaridades
notables: una parte de esa mayoría está organizada y tiene sus visiones e ideas
propias acerca de las contradicciones de la sociedad en que vive; y la idea del poder
como vehículo del cambio social, que es tan central en política, está en cuestión y en
debate en el campo de los opositores al sistema.
La hegemonía capitalista conserva aspectos que le son muy favorables, como es el de
amplios contingentes de votantes muy humildes que favorecen a candidatos del
sistema frente a los candidatos populares. Desde luego, el sistema utiliza las
tremendas ventajas que le dan el ejercicio del poder, la cultura de dominación
establecida y hasta la inercia, para las contiendas electorales y otras coyunturas que
comprometan su seguridad. Esos factores y su posición general lo benefician frente a
las propuestas de sus adversarios, los que por mucho que se moderen siempre pueden
ser calificados de aventureros. La descalificación actual de las vías de
transformaciones económicas y sociales completa la fortaleza política de las clases
dominantes y oculta o disimula su subordinación a los poderes del capitalismo central.
Sin embargo, no son desdeñables los factores negativos. Es muy notable la diversidad
de intereses económicos, la voracidad y la pertenencia a grupos rivales -y también las
diferencias de posiciones y valores políticos e ideológicos- existentes entre sectores
activos que no se proponen un cambio de sistema. Esa diversidad ocasiona
desequilibrios que pueden ser de importancia y hasta poner en riesgo el orden en
coyunturas determinadas. El apego a los modos tradicionales de operar desde el
poder-autoritarismo, corrupción abierta, represiones, continuismo, nepotismo, etc.- es
una fuerte rémora ante ciertas necesidades de la democratización. El narcotráfico,
importante rama de negocios en la actualidad y que por sus características debe
sostener relaciones complejas con las autoridades, es un agente especialmente nocivo
para los sistemas de dominación latinoamericanos, a diferencia de lo que sucede en el
“primer mundo”, donde sus papeles son más controlados. Por otra parte, la situación
social de miseria creciente y marginalización sin salidas visibles genera numerosas
respuestas que violan las normas legales, y origina también protestas sociales; ambos
tipos de rebeldías más o menos primitivas pueden llegar a ser peligrosos para el orden
vigente.
Muchas organizaciones políticas “de izquierda” manifiestan la necesidad de articular las
esferas de lo político y lo social como elemento imprescindible para que su oposición al
sistema sea eficaz, y colocan a este problema en el centro de una voluntad expresa de
renovar su manera de hacer política. Pero se admite en general que es muy
insuficiente lo logrado en ese campo. ¿Es acertada la cuestión planteada, cuáles son
sus causas? En busca de lograr una profundización en el problema -y para ello hay que
plantearlo bien- quisiera identificar posibles insuficiencias presentes en organizaciones
“de-izquierda”, que están relacionadas con él:
-mantienen dogmas organizativos y copian formas capitalistas de ejercicio de poder;
-no consiguen ser el polo atractivo de formación de un bloque amplio y a la vez popular
contra el sistema;
-no ponen en el centro de su actividad política el servicio a los más humildes;
-no logran ocupar simultáneamente espacios políticos y sociales en coyunturas
sensibles, y actuar con eficacia en ambos;
-no elaboran claros proyectos anticapitalistas y no avanzan hacia la formación de
movimientos socialistas en sus expresiones organizativas, ideológicas, culturales.
Es cierto que este conjunto puede parecer referido a un “programa máximo” político,
que en el mejor caso sería rechazado por impertinente en la difícil circunstancia en que
vivimos. Esa creencia, sin embargo, evidencia los límites infranqueables que siguen
teniendo las formas tradicionales de hacer política “de izquierda”. En realidad lo
promisorio que tiene la situación a que hemos llegado es la posibilidad que nos da, al
fin, de englobar en una perspectiva unificadora las necesidades inmediatas de
numerosos sectores, las actividades sociales más diversas, el reclamo de que se
pongan en vigencia valores arraigados o de consenso más reciente -como la justicia y
el buen gobierno, o la democracia como gobierno del pueblo- y los elementos más
radicales de las prácticas y del imaginario popular.
Para ser eficaz, la lucha práctica anticapitalista está obligada a combinar propósitos
que en la perspectiva tradicional serían “finales” o “máximos” con la actividad cotidiana
y con las decisiones coyunturales, lograr cambios íntimos de los actores a partir de sus
acciones, e imbricar los proyectos con las prácticas. Por su parte, la actividad
intelectual que se reclame socialista está obligada por su naturaleza a enlazar sus
reflexiones sobre los asuntos del día con las referidas a los problemas del proyecto
socialista mismo y de su realización. La dimensión trascendente es inexcusable en el
trabajo intelectual socialista; éste no es atendible si no prefigura y proyecta, porque la
sociedad que pretende es una creación conciente que transformará las relaciones
existentes, y no una consecuencia de la evolución de éstas. Ante todo hay que afirmar
que estamos ante problemas políticos. La expresión feliz “nuevas formas de hacer
política” alude precisamente a hacer política, no a pronunciar referencias vergonzantes
o autocríticas crónicas. Transformar radicalmente lo político no es sinónimo de
eliminarlo, sino intención de fortalecerlo; exaltar lo social y ampliar y profundizar sus
campos de acción no es pretender -o creer- que sustituya a lo político. La oposición
abstracta de lo social a lo político sólo sirve en la práctica para negar a un tipo de
política: la que se opone al sistema. La novedad consistirá precisamente en ir creando
una política superior y más capaz que toda política anterior, que evite ser el vehículo de
la pretensión de poder de grupos dominantes y manipuladores; una política que asuma
con eficacia objetivos reales de liberación, anticapitalistas y socialistas. Y sólo
persiguiendo esos objetivos podrá plantearse, a la vez, transformaciones profundas de
las relaciones entre lo social y lo político. Esa política nueva sería mucho más atractiva
-y a la larga superior-
hacia los movimientos de la sociedad que las que pueda practicar el sistema capitalista
en América Latina, ya que la determinación estructural transnacional actual de éste no
deja espacio a reformas sociales, por lo que reduce sus políticas a la neutralización y la
manipulación.
La gran ampliación de los actores es un hecho contemporáneo de la política
latinoamericana. Inevitable para las clases dominantes, ellas tratan de integrarlo en su
hegemonía; en general lo logran, hasta ahora, en los eventos electorales y en el
funcionamiento de la política. Pero, dadas las condiciones generales actuales del
sistema, esa ampliación es potencialmente una fuerza formidable para una política
socialista de liberación que lograra ser eficaz. Para controlar esa ampliación le es vital
al régimen político mantener las características de su sistema democrático que
apuntábamos al inicio, pese al agotamiento de la coyuntura en que se desarrolló. Le es
vital que lo social y lo político permanezcan separados, que las mayorías no aspiren a
cambios radicales, que sus representantes no los promuevan, que la política “de
izquierda” no los pretenda. Esta última debe ser reducida a límites mezquinos: siempre
aprendiendo a comportarse, avergonzada de su pasado, logrando alternar, siendo
funcional al curso general del mantenimiento del sistema, aunque sea irritante o
amenazante en ciertos momentos. La escisión entre la vida cotidiana y las actividades
sociales por una parte, y la política por otra, es esencial para la dominación. La
separación de moral y economía y de moral y política le son fundamentales. Los casos
de Collor y Pérez en Brasil y Venezuela muestran tanto los límites como las reservas
de maniobra de la hegemonía capita-lista. La cultura de la dominación pretende
restablecer todas las relaciones mencionadas en otros teatros que le son convenientes:
sus mecanismos masivos de información y de creación de opinión y estados de ánimo
públicos; su sistema político, dueño de grandes controles; su Estado; la
homogeneización abstracta de los modos de vida, las instituciones económicas y
políticas, los consumos culturales, que el capitalismo desarrollado impone por todo el
mundo. En esta etapa resulta entonces central la lucha cultural. La izquierda tiene que
lograr una identificación propia de tal calidad que constituya al fin su especificidad, que
sea su brújula para la actuación y el polo que atraiga a los humildes y a todos los que
quieran sumarse en favor de los cambios, en vez de ser su identidad un peso que
arrastra fatigosamente. Entiendo que el único camino viable y eficaz es la construcción
de una posición (lo que siempre incluye convicción, elaboración teórica, voluntad,
acción) socialista que sea irreductible a la dominación capitalista y generadora de una
cultura de liberación. Las ideas, la organización y la acción política de izquierda están
obligadas a ser ajenas y a ser opuestas al capitalismo: sólo así podrán tener
oportunidades en esta etapa y en la lucha cultural que se ventila. No sólo son obsoletos
los
viejos tópicos y modos ideológicos “de izquierda”, también es ineficaz la lucha
ideológica que no se entienda a sí misma como parte de un enfrentamiento más
amplio, cultural. La madurez del capitalismo nos ha hecho visible al fin lo que Marx
expresaba como podía hace mucho más de un siglo. Las opciones del futuro cercano
en América Latina no están distribuidas fatalmente en uno u otro campo político. Al
menos en algunos países, el capitalismo puede introducir modificaciones al modelo
neoliberal en busca de equilibrios, después de cumplir las salvajes etapas “de ajuste”.
Hasta ahora sus representantes salen vencedores, o airosamente, en las contiendas
electorales, lo que facilita a las clases dominantes capear las dificultades del tránsito a
una dominación que es más excluyeme en lo social. Otro futuro posible es la
posibilidad de que el autoritarismo se acentúe cada vez más, ante el crecimiento de la
miseria sin salidas, ante rebeldías nacionalistas o de sectores con peso, o ante
combinaciones de ellas. Y es posible que cualquiera de esas opciones, o todas ellas,
se compliquen, fallen y se configuren situaciones de debilidad o riesgo para el sistema
de dominación. Los protagonistas de esas situaciones podrían ser muy diversos.
No hay que desestimar la posibilidad de que muchos movimientos sociales sean
adecuados a la hegemonía capitalista. Si no hay desajustes aprecia- bles del sistema
actual ese proceso formaría parte de la “democratización”, al ampliar con participantes
populares las instancias y los asuntos que el sistema controla. Una suerte de “acción
cívica desde dentro” se produciría si el sistema logra custodiar liderazgos, temas de
confrontación, acciones sociales, aunque lo haga de manera indirecta; sería así
ayudado a “educar” la acción social para que sea inofensiva al orden vigente. Esos
movimientos cumplirían funciones sociales que en política le tocan al reformismo, y
contribuirían a combatir o aislar a las alternativas revolucionarias, que serían calificadas
de extremistas desde la sociedad. Todas las opciones futuras y los cursos de acción
posibles presentan a las organizaciones opuestas a la dominación la necesidad de
pensar y actuar políticamente ante las cuestiones de las relaciones entre lo político y lo
social. Naturalmente, los que están involucrados directamente son los protagonistas,
los que plantearán con acierto o no las cuestiones y las actuaciones concretas. Desde
la búsqueda de conocimiento aventuro entonces algunos comentarios que me parecen
imprescindibles, con las mismas prevenciones hechas al inicio de este texto. El
problema del proyecto es central para el pensamiento y la acción opuestos a la
dominación. Hoy hay, ha habido siempre, diversidad en esos proyectos. Los une el
deseo de expresar las necesidades y sentimientos de las mayorías explotadas,
miserables u ofendidas, la convicción de que el capitalismo es enemigo de las
personas y los pueblos, y la participación en acciones y esperanzas organizadas
dirigidas a la creación de realidades sociales y personales nuevas y humanas. Quizás
en
todo lo demás son no coincidentes y hasta divergentes -a veces con virulencia- ya que
su diversidad se debe a situaciones, circunstancias, vivencias e ideas muy específicas.
Esos proyectos diversos entre sí son sin embargo hijos tanto de lo que los une como de
lo que los especifica. Son por consiguiente un terreno básico para conocer más y
enriquecer con principios acertados la necesaria comunidad espiritual de los opuestos
al sistema, y para guiar la actividad de cada uno, tan compleja y sometida a tensiones
de todo tipo.
En mi opinión, los proyectos latinoamericanos atinados, viables, atractivos y eficaces
tendrán que ser socialistas. Por eso es esencial lograr reformulaciones del socialismo,
que contribuyan a superar sus insuficiencias, a enfrentar los críti-cos problemas
creados en el curso histórico de sus prácticas y la centialidad de la lucha contra la
cultura capitalista dominante. La acumulación histórica y las características actuales de
América Latina son potencialmente muy favorables para esas reformulaciones y
proyectos. El socialismo tiene que resurgir, ahora como creación social, y eso exige
proyectos políticos que reconozcan y auspicien el papel creciente de los movimientos
sociales en todo el proceso, incluida la actividad política misma. En nuestro continente
muchos movimientos sociales tienen características y condicionamientos apropiados
para alcanzar y asumir aquellos papeles, sobre todo porque pueden representárselos
como su interés y como realización de sus identidades. Las organizaciones políticas y
sociales requerirán cambios y desarrollos que las hagan capaces de desempeñar los
papeles requeridos por procesos tan profundos. Pero ni el más perfecto proyecto puede
lograr esos cambios por iluminación: a través del duro y penoso trabajo cotidiano y de
enfrentar los eventos y retos de hoy es que existen las organizaciones e ideas actuales,
por lo que sus cambios tendrán que partir de esas realidades. Además, el proyecto
socialista como dictado previo a cumplir por actores providenciales es falso y ya nadie
cree en él; será construido progresivamente, cada vez por más participantes. Entonces
el éxito residirá en combinaciones acertadas de perspectivas y actuaciones. El
problema fundamental es político: ir reuniendo una fuerza social muy amplia a partir de
las actividades y las identidades que la convoquen, que aprenda a lidiar por los
espacios sociales e institucionales imprescindibles para producir los cambios, y a
romper los límites y obstáculos que se le interpongan. Es lograr organizaciones
políticas y sociales eficaces, para lo cual es indispensable que sean controladas por las
bases populares e incluso rediseña- das periódicamente por ellas. Es luchar siempre
por las porciones del poder que sean necesarias, en los más diversos escenarios y con
las más distintas tácticas y formas, pero con la vocación de expropiar todo el poder.
En el transcurso de la incorporación y permanencia de fuerzas sociales crecientes es
que se alcanzará efectividad en la lucha contra las despiadadas relaciones vigentes y
en la formulación de políticas alternativas a ellas. Sólo
un proceso político e ideológico que involucre progresivamente a las mayorías
viabilizará una voluntad masiva de apoyo activo a los cambios, y ese ejercicio tiene que
tornar a los participantes capaces de conducir ellos mismos las transformaciones, de
atraer la simpatía y la participación de sucesivos contingentes mayores y de
profundizar sus propios cambios. Sin esas acumulaciones ningún proyecto alternativo
radical podría sostenerse y avanzar.
Y tiene que ser radical la alternativa para que goce de posibilidades de triunfar. El
socialismo es la única opción razonable y práctica ante las tareas tan ambiciosas que
debe asumir una política opuesta al sistema, frente a la incapacidad de realizar
reformas de los dominantes locales y el poder exclu-yeme y depredador que
caracteriza al capitalismo mundial. La alternativa socialista necesita ser democrática,
porque sólo en el protagonismo y el control popular encontrará fuerza suficiente,
identidad, persistencia y garantías contra su propia desnaturalización, y porque debe
brindar cauce y espacio a la cultura nacional popular. Como se trata forzosamente de
un largo proceso, la perspectiva socialista puede ofrecer valores y un horizonte para
avanzar desde el primer momento hacia una liberación que tiene aspectos de
realización lejana.
Esta posición revolucionaria no es excluyente respecto a las que procuran avances del
campo popular mediante reformas. La disyuntiva “reforma o revolución” tuvo razones
históricas para existir, pero nunca ha expresado ni la realidad ni la estrategia eficaz de
las revoluciones. En la actualidad, a la dominación le es muy difícil negar espacio a los
que exigen reformas dentro de su propia lógica hegemónica, pero la estructura
económica vigente no da espacio para que esas reformas puedan realizarse. Las
reformas que pretenden profundizar la democratización tienden a afectar las bases
mismas de la dominación. Las movilizaciones, las jornadas electorales, la educación
política popular, las presiones masivas, no son privativas de una u otra posición. Un
gran logro cultural del campo popular es que ya nadie se atreve a afirmar que es
propietario único de la verdad y el camino. Si en las condiciones actuales se van a
formar la conciencia y los instrumentos de cambios trascendentales será porque todos
los que crean en ellos participen en formarlos.
Las alianzas y los bloques populares posibles en este tiempo y en el futuro previsible
serán aquellos que sean capaces de reunir medidas que urgen y necesidades
identificables, aquellos que porten la emoción que moviliza multitudes y los proyectos
de vida por los cuales la gente se motiva más allá de sus intereses inmediatos.
Convertir a esos instrumentos que invoco en realidades exigirá esfuerzos tales que los
actores de ellos se irán cambiando a la vez a sí mismos. En ese largo camino sociedad
y política se modificarán tan profundamente, que renovarán del todo los términos del
debate que hoy podamos tener acerca de ellas.
1- Incluyo los casos en que sigue siendo contenido de la lucha política conseguir
que esos regímenes civiles y procesos electorales sean realmente aceptables, y no
simples trámites de conservación legitimada del sistema. Esto es, que las prácticas del
poder respeten al menos los rasgos básicos de la propia democratización.
2- Le llamo población políticamente activa a la parte de una población que es
capaz de incidir en la continuación o el cambio de las estructuras políticas a partir de
sus actuaciones, sistemáticas o frecuentes, motivadas por percepciones, senti-mientos
y pensamientos directamente relacionados con la dimensión política en una formación
social determinada. Se diferencia pues de la parte que actúa en política
esporádicamente, o que no actúa nunca; también de las actuaciones que no están
políticamente motivadas aunque puedan tener efectos políticos. El concepto de
población políticamente activa permite analizar la dimensión cuantitativa de la
participación en los procesos políticos, afinar el conocimiento de los modos e
instrumentos utilizados por las organizaciones y personalidades políticas, y obtener
elementos, como son las series históricas, para estudiar la evolución en el tiempo de
los problemas mencionados.
3- El tema de la democracia es central para el pensamiento y para las prácticas
latinoamericanas que estén a favor de una alternativa a la dominación capitalista. Entre
otros textos lo he tocado en “Transición socialista y democracia: el caso cubano”, epíg.
I-II-III, Cuadernos de Nuestra América núm. 7, ene/jun 1987 (reproducido en Desafíos
del socialismo cubano, México, 1988 y La Habana, Buenos Aires y Montevideo, 1989, y
en “Pensar desde los movimientos populares”, Casa de las Américas núm. 183, abr/jun
1991.
Exposición realizada en el Encuentro sobre Movimientos Sociales organizado por el
Foro de Sao Paulo en México. Versión actualizada por el autor

TEXTOS SOBRE LA REVOLUCIÓN CUBANA
EN EL HORNO DE LOS NOVENTA
Identidad y sociedad en la Cuba actual
Esta década en su conjunto, y cada año de ella, registra en Cuba una riqueza de
movilidad y retornos, emergencias y pérdidas, permanencias y cambios, que el afán en
que vivimos dificulta mucho analizar. En medio del ambiente intelectual y salpicando al
universo simbólico del país, la palabra nación ha multiplicado su presencia. Claro está
que una de las razones de ese hecho es la desaparición de otras seguridades que
regían el mundo espiritual de los cubanos, y no por una sustitución en el campo de las
ideas dominantes sino por la emergencia de ingentes relaciones sociales diferentes a
las que primaban, y por la fuerza del campo cultural enlazado a ellas. Nación estaría
ligada entonces, según quien lo viva, o quien lo mire, al universo simbólico de un
período de transición, o al de una resistencia a ese cambio. Esto es, ligada a diversos
afectos, necesidades, intereses o sensibilidades.
Un acercamiento cuantitativo a la cuestión verificaría lo que afirmo sobre la
multiplicación, dándonos más elementos acerca de su distribución respecto a las
variables que se seleccionen: medios masivos, discurso político, obras de teatro, etc.
Una clasificación de los usos actuales de nación daría sin dudas más datos. Un
enfoque historiográfico mostraría, por ejemplo, coincidencias con el peso ideológico
que alcanzó lo nacional hace medio siglo, en tiempos de la segunda república, cuando
se fundaba el Banco Nacional y se editaba la Historia de la Nación Cubana. Pero otro
historiador nos recordaría de inmediato que un hecho trascendental, la gran revolución
socialista de liberación nacional, enriqueció y dio sentidos nuevos y muy específicos a
la cuestión nacional, y volvió ímproba la comparación. Mi propósito es mucho más
modesto. Se limita a comentar algunos rasgos de lo nacional en relación con lo popular
en la actualidad, o más exactamente, hablar de sus vicisitudes actuales. Con más
sugerencias y opiniones que elaboraciones y datos, ruego para estas líneas la
dispensa debida al ensayo.
1. Algunas precisiones
Lo primero, primero. Lo nacional implica siempre una dimensión de clases. Implica,
esto es, están íntimamente relacionadas la nación y las clases sociales que contiene,
aunque eso no necesariamente se muestre, o incluso se
oculte: una de las funciones principales de la nación es encubrir la dominación de
clases. En sentido contrario, “implica” previene contra la reducción de lo nacional a lo
clasista, denota que se trata de una relación. Además, es un hecho que lo nacional
tiene otras dimensiones fuera de la de clases. En Cuba, los tremendos impactos de la
justicia social ejercitada y del fin de la domina-ción neocolonial sucedieron juntos -sólo
juntos podían suceder-, superando a los antiguos discursos nacionalistas y a las ideas
y prácticas reformistas. Por eso le llamo a la de 1959, revolución socialista de liberación
nacional.
En los años 70 se abrió paso una segunda etapa del proceso de transición socialista,
muy contradictoria, que no es el caso exponer aquíW. Ella fue teatro de extraordinarios
logros, y también de deformaciones, detenciones y retrocesos. En ese tiempo
marcharon juntos el consenso de la mayoría, legitimador del régimen de la revolución
verdadera, y la ideología del régimen burocratizado, autoritaria e invasora de todos los
espacios, eso generó una trágica confusión. Aquella ideología se arrogó la propiedad
del socialismo y de la visión “clasista”, y llegó a creerse suma dispensadora de
calificaciones, premios y castigos. Fue muy cerrada, más parecida a una camisa de
fuerza que a un impulsor de creaciones. El profundo desgaste del socialismo en los 90
es más grave porque resulta natural confundirlo con la ideología que en esos años
reinó en su nombre. Es triste escuchar a muchos calificar erróneamente de “izquierda”
a las posiciones dogmáticas trasnochadas, al autoritarismo, a los discursos y
sacerdotes sobrevivientes de aquella ideología, o a la simple estupidez.
Ante el presente, y mirando al futuro, puede ser funesto olvidar la dimensión de clases.
Pero ese olvido reina en la mayoría de las referencias y visiones diversas de lo
nacional en Cuba actual. Es natural que parezca de mal gusto hablar de clases y más
cuando algunos se encargan todavía, con su actitud, de reforzar el rechazo al viejo
dogma. Pero ese discurso ya no decide nada. En otra dirección, el olvido de la
existencia, relaciones, actuaciones e ideologías de las clases sociales resulta funcional
para el avance de relaciones capitalistas que vayan sustituyendo a las de transición
socialista. Entonces puede predominar una exclusión tácita del tema de las clases sin
que exista acuerdo entre los que la realizan. Es imprescindible que se retome este
tema crucial, desde ópticas y modos distintos, para comprender los procesos y
tendencias actuales, y las motivaciones e intereses en que están inscritos.
Lo nacional existe -y este segundo rasgo es fundamental- en forma de complejos
culturales, y a través de expresiones culturales. Se trata de representaciones
colectivas, de símbolos y elaboración de códigos, de construcción social de realidades.
Así se forma la nación, asume sus contradicciones, evoluciona, resiste o lucha, recibe
impactos externos. La cultura nacional alberga y expresa una riqueza de rasgos y
elaboraciones propias, hechas con los más
disímiles materiales y modos, por los más diversos grupos sociales, en depósitos
sucesivos y simultáneos. Esa acumulación cultural es la que opera en cada época y en
cada coyuntura, en ella se inscriben todos los aspectos y casos particulares, con sus
complejos de relaciones e interacciones.
La dominación social promueve, desalienta, oculta, discierne, dispone el orden de
muchos de los elementos de la cultura nacional, ayuda a famas y decreta olvidos. La
nación ya plasmada implica -igual que una economía “nacional” y un Estado-nación-
una cultura dominante dentro de la pluralidad cultural, que subordina de maneras
sutiles o no a las demás formas culturales existentes en lo que afecte a su dominación,
como hacen el Estado y la economía nacionales con la diversidad social y las
economías domésticas y de los grupos sociales. Además, aunque lo permanente es
rasgo dominante en este tema, cada nación tiene historia, cambian elementos de lo
nacional en el decurso histórico, y los valores que se les da.
Pero este texto no es de teorizaciones. Comencemos entonces por algo fundamental:
Cuba es uno de tantos países en que lo nacional está ligado al colonialismo y el
neocolonialismo, esto es, a las formas principales de mun- dialización del capitalismo.
Hemos sido subalternos de sucesivas mundializa- ciones, desde la colonia militar y de
comunicaciones, de servicios y producción, hasta la actual “globalización”. La nación
resulta así una esperanza o un anhelo, un asunto molesto que se abandona, una
agonía y una lucha, una manipulación, un triunfo exaltado y unos límites de acero. La
nación es instancia “de todos”, porque a muchos efectos todos somos “negros” o algo
inferior ante lo extranjero -aún aquellos que perciben como “negros” o inferiores a sus
paisanos-, y porque la cadena mundial de dominios que va de la tecnología a las
telecomunicaciones y los sentimientos del público crea una y otra vez nuevos “todos”, o
separa y fracciona a los que se quedan atrás o a un lado, pero siempre desde un lugar
de creación que nos es extraño, que atrae y tienta, pero asusta, gobierna y nos deja
desamparados.
Por tanto, en los contenidos de lo nacional aparecen -o están enmascarados- la
autosubestimación del colonizado, el orgullo nacional del que ha peleado tanto y ha
obtenido triunfos, como es nuestro caso, una historia de acumulaciones culturales, se
muestran o se velan los conflictos y las subordinaciones sociales, los acomodos,
negociaciones, presiones y luchas de los grupos sociales. La cultura nacional,
naturalmente, es consi-derada estratégica, es movilizada y es tema político. En
realidad, en los países capitalistas centrales eso sucede también, pero como si fuera
algo natural, que no corre riesgos ni debe lograrse, sin la angustia de no ser aceptado.
(Recordemos que el sonado Quinto Centenario nunca pareció incluir a Canadá y los
Estados Unidos).
La identidad nacional resulta una determinación básica en la historia cubana desde
hace más de un siglo. Como todas, es hija de una lenta y prolongadísima acumulación
de rasgos, tomados, creados, reelaborados o recreados, de la vida cotidiana, los
materiales míticos, las creencias, las expresiones artísticas y los conocimientos
adquiridos de numerosas etnias, de sus choques, relaciones y fundiciones, de
comunidades locales y regiones que compusieron el país. Es hija a la vez -y esto es
más específico de Cuba- de profundas revoluciones políticas que violentaron la
reproducción esperable (“normal”) de la vida social. De ellas provienen el patronímico
mismo de cubano, elementos principales del imaginario nacional y numerosos
proyectos de “realizar” o “superar” la nación, en los que han predominado las
tendencias radicales.
La identidad nacional cubana en la actualidad es asociada inmediatamente a la palabra
riesgo. Riesgo de perder la sociedad de justicia social a la cual ha estado ligada
durante décadas la identidad nacional, de perder el socialismo. Y riesgo de perder la
soberanía como pueblo específico, como Estado nación. A primera vista parece ser un
único riesgo, cuando en realidad son dos riesgos discernibles. A partir de 1959, la
revolución socialista de liberación nacional ligó la consumación de la nación Estado
soberana y las representaciones anticapitalistas más radicales, condicionándolas
recíprocamente. La identidad nacional hizo suyos el socialismo y la liberación.
La participación masiva, organizada y duradera de la mayoría de la población fue lo
que permitió consumar con éxito los cambios revolucionarios. Las representaciones
radicales de revolución popular armada, y de antimperialismo asociadas a ella, fueron
la ideología decisiva de la insurrección triunfante, pero ese tipo de conciencia nacional
se arraigó, se hizo masivo y permanente solamente porque se asoció íntimamente a la
ideología de justicia social devenida en socialismo, y se fundió con ella en el curso del
proceso. La masa de los dominados se desató y multiplicó sus capacidades de
cambios sociales y de sí mismos, y ese impacto libertario marchó unido durante años al
del poder revolucionario. Su unión logró derribar los límites de lo posible y cambiar la
historia. El régimen social y la forma de gobierno vigentes en Cuba desde entonces se
han mantenido durante un período tan prolongado -a través de circunstancias muy
diferentes y de sus cambios internos- como consecuencia de la gran cohesión social
que ha existido y persiste. La base de esa cohesión fue un modo de vida de
redistribución sistemática de la riqueza social y de tendencia dominante igualitarista,
ejemplar y muy dilatado, y los vínculos establecidos entre la sociedad y el poder político
como garante del modo de vida y como portador del proyecto social nacional, proyecto
que siempre se siguió percibiendo como algo que estaba en curso, y en gran parte por
realizar.
Las diversidades sociales se modificaron. Unas disminuyeron a fondo (por ejemplo, las
de clases), otras se atenuaron, algunas se ocultaron. La idea de nación de los cubanos
alcanzó contenidos mucho más ricos y complejos que las existentes en los tiempos
previos a la revolución. Durante más de tres décadas nación y socialismo se unieron,
hasta el punto de la exclusividad: sin los dos, no se era cubano. Los símbolos
nacionales sin más fueron los del socialismo cubano, el lenguaje consagraba esa
exclusividad: cubanos antirrevolucionarios eran calificados de “apatrida” o “mercenario”.
En la segunda etapa del proceso la identidad nacional operó como un muro defensivo
frente al “socialismo real” y la colonización “de izquierda ” que este portaba. A pesar de
la marea sovietizante el propio régimen reivindicó a lo nacional como su fuente y como
parte de su naturaleza, y le preservó fuerza, atractivos y espacio. En la vida cotidiana y
en el sentido de la vida de la gente lo nacional siempre tuvo un lugar central, como es
natural.
Lo que se está arriesgando hoy es la disociación de lo cubano y el socialismo, y la
posibilidad de un tránsito que nos haga semejantes a la mayoría de los países, en los
que la identidad nacional no está relacionada con el socialismo. Los impactos de los
cambios en la estructura social son sin duda básicos. La diferenciación por el ingreso
se extiende y deja en situaciones diversas a grandes grupos sociales. Unos aumentan
sus ingresos por coyunturas, sin que aumente su nivel social, algunos otros ascienden
en ambos campos, muchos miles mantienen su prestigio social mientras desciende su
nivel de vida. Las posiciones materiales no traen consigo todavía la formación de
grupos apreciables de presión social. Los grupos de superiores ingresos están muy
lejos de obtener legitimación social. Pero se han producido cambios fuertes en la
situación de sectores sociales respecto a las fuentes de poder, representatividad y
ascenso sociales.
Otras diversidades han hecho su aparición, se han vuelto públicas o han crecido.
Además, los poderes locales han actuado en favor de nuevas formas organizadas de
sobrevivencia y de reestructuración económica. Millares de formas asociativas han
aparecido, y otras existentes se han fortalecido mucho. Existe un hambre de asociación
realmente notable. El sistema reductor y empobrecedor de las iniciativas sociales que
ocupó tanto terreno en las dos décadas pasadas se ha desgarrado y le será imposible
mantenerse. Como es obvio, el tejido social cubano siempre fue complejo. Lo que
caracteriza a la actualidad es que: 1) ese tejido se complejiza y diversifica cada vez
más y con celeridad, 2) la diversidad social se despliega, frente al ideal de homo-
geneidad que reinó durante décadas, y 3) esas formas de organización social tienen
nuevos efectos y mayor incidencia en la totalidad social.
Cuba es un país occidental, mercantil e individualizado desde el siglo pasado, sin
comunidades autóctonas previas, de historia muy dinámica, y con una población actual
de altas expectativas. La revolución fue tan profunda que logró echar atrás, a un lado, y
hasta en ciertos casos eliminar rasgos predominantes previamente, eso sucedió con el
mercantilismo, el afán de lucro, el individualismo y el egoísmo. Ahora esos rasgos
vuelven a pesar y tratan de abrirse paso de mil modos. Si triunfan, se producirá la típica
escisión de los individuos entre lo cotidiano y lo cívico, entre la moral individual-familiar
y la de los comportamientos económicos.
3. La guerra cultural
Cuba es el mal ejemplo de América Latina, la venganza moral de los oprimidos de este
mundo, una prueba de que es posible vivir de otro modo. Por tanto, al imperio
norteamericano le sería demasiado difícil perdonarnos. Pero nos amenaza otro peligro
potencialmente mayor, que está muy extendido en el mundo actual. La cultura del
capitalismo desarrollado ha ido desplegando en las últimas décadas una combinación
de gran madurez para integrar o neutralizar retos pasados, un control cualitativamente
superior de la producción y el consumo culturales y un verdadero programa de
dominación cultural. Así disimula con eficacia los callejones sin salida a los que está
llevando a las personas a escala mundial, y al planeta, por su propia naturaleza
económica: centralización transnacional y dinero parasitario que sacrifican las
capacidades económicas a la lógica de la superganancia, creciente población sobrante
y empobrecimiento de mayorías, agresiones irreparables al medio, entre otros rasgos.
El capitalismo centralizado les ofrece hoy a todos los países -aunque en distintos
grados y formas- una instancia decisiva de homogeneización. Ella consiste en
numerosos rasgos ideológicos y espirituales que restablecen a nivel ideal la fractura
cada vez más profunda existente entre la vida de las clases dominantes y medias de
los países centrales y la de las mayorías en el resto del mundo(2).
La producción cultural de homogeneización conforma todo un sistema mundial dirigido
a la neutralización, a la canalización y manipulación del potencial de rebeldía que está
contenido en los avances obtenidos por la Humanidad, tales como la creciente
conciencia de tolerancia -política, étnica, racial, de género, etc.-, la exigencia de formas
democráticas de gobierno de las sociedades, el rechazo a la miseria -que la considera
como un hecho social y no natural-, la conciencia ecológica, y otros. El objetivo de esa
verdadera guerra cultural es que aquellos logros no se vuelvan contra el dominio del
capitalismo, que no se haga resistencia a sus actuaciones económicas, ideológicas y
político-militares-represivas, y que todos aceptemos que la riqueza y las di
versidades humanas sólo caben y pueden existir en una vida cotidiana y una vida
ciudadana regidas por el capitalismo. Esa cultura puede ir ganando cada vez más
terreno en Cuba en las condiciones actuales, regidas por la crisis de la economía y de
gran parte de las instituciones, la ideología y las creencias, y todo ello dentro de la jaula
de hierro de la necesidad de reinserción económica en un mundo dominado por el
capitalismo. A mi juicio será ineficaz hacer resistencia a la guerra cultural del gran
capitalismo actual solamente desde las convicciones y las vivencias de nuestro pasado
de luchas, logros, sentimientos e ideas, y desde las identidades que ellas formaron.
Ese mundo contiene muchas fuerzas que son un sólido cemento de unión espiritual, y
tiene muchos aspectos positivos que han marcado de forma indeleble a la mayoría de
los cubanos, con lógicas diversidades generacionales. Pero posee también muchos
aspectos que constituyen debilidades frente a los retos prácticos de hoy y de mañana.
Además, ya estaba desgastándose desde antes de la crisis, y contiene rasgos que lo
debilitan moralmente frente a sus declaraciones. Y la cultura enemiga no se nos viene
encima como el retorno de un pasado cubano que fue abatido por la revolución, no es
la antigua contrarrevolución. Viene como un “progreso”, un acomodo a nuevas
circunstancias, o una “necesidad”. Ese disfraz de futuro deseable o inevitable la torna
más peligrosa.
El elemento “popular” de la cultura nacional es un escalón más profundo y eficaz de
resistencia, pero él se ha debilitado en los últimos años. Lo sienten “premoderno”
amplios grupos de los sectores que han alcanzado “desarrollo” personal socialmente
válido: estudios superiores, “nivel cultural”, status, “roce” internacional. Y esos estratos
están entre los más activos del país. El proceso de homogeneización desde el
capitalismo desarrollado a nivel de la cultura de la vida cotidiana -un fenómeno
mundial, no privativo de nosotros- es un agente de debilitamiento de la densidad
cultural cubana en general. La devaluación de la cultura propia puede agudizarse por
las frustraciones individuales de las expectativas creadas durante la segunda etapa del
proceso, los años 70-80. La gran crisis económica, la aparente falta de viabilidad
económica del país y el descrédito del socialismo generaron una frustración nacional
que es un fenómeno diferente al anterior, pero ambos coinciden en lugar y tiempo, y
pueden influirse mutuamente. En la medida en que la cultura nacional “popular” sea
identificable como raíz de la que el sistema político es expresión, resulta también
víctima de la ola de pensamientos y sentimientos conservadores que se extiende hoy.
Para que la homogeneización sea eficaz en Cuba, sin embargo, no bastará con que
ciertas minorías urbanas satisfagan necesidades y deseos como los de tener
consumos diferenciados a partir del poder del dinero, campos privados de acción
económica, una nueva movilidad social, videos, facilidades, etc. Es decir, que vivan
como
sus homólogos de la mayoría de los países, sea Argentina o Haití. En estos, la
homogeneización exacerba rasgos ya existentes, los “moderniza”, y los acerca a la
versión de los modelos formales de organización social y de conductas individuales de
los países centrales que es dada por los medios que forman masivamente la opinión
pública y los sentimientos del público a escala mundial. En Cuba, y esto es lo más
importante y difícil, la homogeneización tendría que ser capaz de borrar necesidades y
expectativas que adquirieron un arraigo muy grande y generalizado durante el régimen
revolucionario. Y chocar con un complejo cultural compuesto por elementos muy
diversos y de muy distintas datas, pero que fue fundido en un proceso muy profundo,
abarcador y marcante, que le aportó un carácter anticapitalista, patriótico, nacionalista y
de tendencias comunistas. Esto es, para tener éxito deberá desmontar los elementos
fundamentales de la ruptura cubana con la dominación capitalista y de los hechos y
valores que se volvieron costumbre en el curso de décadas.
4. Los caminos
Una reacción lógica -hablábamos de riesgo- es la de salvar. Me permito preguntar:
¿salvar qué, a quiénes, para qué? ¿qué está en juego? ¿de qué nación, de qué cubano
hablamos? Si no se tienen en cuenta las realidades actuales de diferenciación y de
diversidad sociales a las que he aludido, no serán creíbles ni servirán de mucho las
apelaciones a la nación, la cubanía o un pueblo abstractos. Lo mismo digo del pasado.
Es vital profundizar en su comprensión, ser capaces de identificar los “olvidos”, los
silencios presentes en la identidad nacional, que tanta relación tienen con las maneras
como las clases dominantes en la historia de Cuba han ejercido su dominio, y como
fueron com- plej izando su hegemonía frente a los movimientos radicales sucesivos
que produjeron las revoluciones, y frente a los desastres humanos y sociales que
provocaron sus formas sucesivas de obtención de ganancia y depredación del medio.
El nacionalismo, esa forma exacerbada de la identidad nacional, adquirió entre
nosotros un valor muy singular con la revolución. Se desarrolló un inmenso orgullo de
ser cubano. Su ligazón íntima con el socialismo y el internacionalismo limó bastante
sus aspectos negativos -típicos a todo nacionalismo- y aportó mucho a las
motivaciones de los cubanos, un caso interesante de relación na- ción-socialismo que
no puedo tratar aquí. Aquel orgullo confronta hoy graves contratiempos, que en ciertos
casos y grupos llega a ser crisis. La situación propicia recaídas en
autosubestimaciones de colonizado, pero entiendo que las frustraciones de futuros a
alcanzar son la causa principal. También se resiente el lugar de lo nacional por las
búsquedas de “raíces” que convierten la necesidad en solera, y por la urgencia
ideológica de referentes que avalen idealmente los cambios.
El Estado nación actual mantiene su representatividad de la identidad nacional por
muchas razones, actuales e históricas. La identificación persistente de la revolución
con la soberanía y la justicia social obra a su favor. El poder político -que es aún
decisivo en la economía- lucha arduamente por garantizar la reproducción económica y
los cambios económicos, y por mantener a la vez en lo esencial el pacto social que
está en la base del sistema. Pero está muy afectado por la disminución de sus
recursos, por los defectos profundos que porta, y por el carácter mismo de los cambios
estructurales en curso.
La sociedad civil cubana puede jugar un papel muy importante en la lucha socialista,
para lo cual cuenta con potencialidades suficientes. Puede ayudar decisivamente en la
descentralización y rearticulación de la sociedad que los cambios en curso ponen a la
orden del día, para darles un sentido de esfuerzo y organización socialistas. Es positivo
que se extiendan organizaciones sociales referidas a cuestiones básicas, como serían
las de consumidores. Y sería un gran logro que la organización social influya en las
empresas económicas, y ensaye formas de compartir las decisiones y la
responsabilidad en ese campo fundamental de la reproducción de la vida nacional. La
sociedad civil puede ser vehículo de la diversidad social, no sólo para la satisfacción de
necesidades insoslayables, sino como enriquecimiento de una identidad nacional que
está ligada al socialismo, una diversidad de gente que ha ejercitado masivamente la
solidaridad y posee fuertes sentimientos de comunidad postcapitalista. Puede cubrir
con su cultura de organización y su cultura política espacios que está dejando vacíos el
Estado, no para competir con él, sino para participar en un poder revolucionario en el
cual el Estado debe ser un instrumento. Quizás se impulse así por necesidad un
proceso que debe ser natural a toda transición socialista. Los elementos populares de
la cultura nacional pueden ser un factor muy importante en ese empeño, contribuyendo
a darle eficacia y, sobre todo, legitimidad.
Frente al determinismo económico que aconseja sentarse a esperar los resultados,
filosofía de la rendición ante el capitalismo, la opción cubana es partir de las realidades
en que vivimos para forzarlas a dar resultados superiores a lo esperable de su mera
reproducción. Eso sólo es posible mediante acciones concientes organizadas que
movilicen a las fuerzas con las que sí contamos, en busca de sus intereses, sus ideales
y su proyecto. Una identidad nacional que no renuncie a la riqueza adquirida en las
décadas pasadas y que sea capaz de revisarse las entrañas sin mentiras ni
ocultamientos, sería una fuerza extraordinaria si se plantea un propósito tan ambicioso,
por el profundo arraigo que tiene esa identidad en la gente, por la capacidad que ha
tenido de levantarse sobre los raseros mezquinos para prefigurar uto-pías, y por su
capacidad de convocar a todos a darle un sentido más trascendente a la vida y a la
búsqueda de bienestar y felicidad.
1- He desarrollado el tema en numerosos textos desde 1987, publicados en Cuba y
en el extranjero.
2- He tomado ideas, y hasta textos de este epígrafe, de mis artículos “Nación y
sociedad en Cuba” y “Marxismo y cultura nacional”, escritos en 1994 y publicados en
Contracorriente núms. 1 y 2, en 1995. Insisto en ellos porque me parecen procedentes.
Es penoso sentir que problemas centrales de la sociedad en que vivimos no se
convierten en cuestiones centrales de los debates, ni de la divulgación y formación de
opinión pública.
Publicado en La Gaceta de Cuba núm. 5, UNEAC, La Habana, sept/oct. de 1998
Quiero ante todo, como intelectual cubano, agradecer a la Universidad Nacional
Autónoma de México la creación de la Cátedra “Raúl Roa”, y su presencia a las
personalidades académicas y amigos que tan gentilmente participan de esta
ceremonia. Esta Cátedra expresa la dimensión universitaria de un sentimiento de
fraternidad entre nuestros dos pueblos, tan hondo y entrañable como renovado; el
nombre que lleva es también un testimonio de ese sentimiento. La UNAM potenciad
valor de su gesto generoso al ligarlo así a uno de los más destacados intelectuales
cubanos, que fue a la vez un individuo singular. En Raúl Roa se integran el científico
social profundo, brillante y prolífico, el revolucionario radical infatigable, el orador culto,
buido y fogoso, el ser humano pleno, el polemista temible, el servidor de la causa de su
país y de la soberanía de los países, las luchas de los pueblos por su felicidad y la
unión de los latinoamericanos.
Escojo un pasaje del Roa académico que a través de un libro de texto -su Historia de
las doctrinas sociales- se dirige llanamente a sus alumnos hace casi medio siglo, para
evocarlo en esta casa de investigación y estudio. Cito sólo fragmentos de sus criterios
más generales sobre las ciencias sociales. Todas ellas son, dice, disciplinas a la vez
teoréticas y valorativas. “La idea de la justicia social es el valor correspondiente a
nuestra ciencia. Pero este valor es un valor histórico y no intemporal... No obstante su
sentido concreto y cambiante, ha iluminado siempre la vigilia febril de los afanados en
darle a los hombres un ordenamiento social que garantice su vida biológica y promueva
su ascenso cultural sin más limitaciones que su propia vocación y aptitudes. ” Y más
adelante: “En ningún terreno como el de nuestra ciencia son tan múltiples y variados
los criterios, las perspectivas y las soluciones propuestas. El espíritu científico y la
intolerancia son incompatibles. El espíritu científico se nutre y enraiza en la libertad de
investigación y de crítica. La intolerancia intoxica la inteligencia, deforma la sensibilidad
y frustra la actividad científica, que es impulso libérrimo hacia la conquista y posesión
de la verdad”.
Renuncio a extenderme sobre la obra y la vida de Roa, porque ello exigiría un tiempo
dilatado y una pluralidad de voces. Tuve la suerte de gozar de su magisterio y su
amistad, por lo que sé además que a su carácter sólo le complacería verse evocado
mediante un trabajo. Eso pretendo hacer durante
mi estancia aquí, con la ayuda inapreciable de todos ustedes. Y hoy sólo comenzar, en
su memoria, con un breve comentario acerca de un conjunto pro- blémico que tanto
ocupó su labor intelectual y su actuación. Ese tema es el de la nación y la sociedad,
conceptos que en Raúl Roa fueron conjugados siempre con el de liberación.
En Cuba la nación ha tenido que ser, en los hechos, cuestión de independencia y de
liberación nacional. No es original ese destino cubano: la larga expansión mundial del
modo capitalista de economía y sociedad ha significado un desarrollo desigual y una
sistemática apelación a relaciones coloniales entre los centros principales de poder y
los países rebautizados hace medio siglo como Tercer Mundo. Por su composición el
cubano es uno de los que Darcy Ribeiro llamó pueblos nuevos, formado bajo la
negación colonial de su identidad, y durante una integración a la vez moderna y muy
bárbara a la economía mundial. La nación es, pues, el punto de partida para reconocer
al pueblo cubano, y tam-bién lo es en la investigación que estoy realizando. En el
terreno conceptual aparecen de inmediato una gran complejidad -y ciertas
insuficiencias- alrededor del propio concepto de nación, de la identidad nacional y de
sus relaciones con otras identidades y factores, del Estado, los nacionalismos, las
diferentes aproximaciones científico sociales posibles. No daré cuenta de esos
problemas aquí; sólo apunto su importancia decisiva para todo empeño de ciencias
sociales en este campo, por lo que sus dificultades deben ser sólo acicates para los
que buscamos resultados válidos de conocimiento. Me limito a señalar algunos de los
rasgos que me parecen más destacables del contenido de la materia en investigación.
Aunque para el que estudia las motivaciones siempre son previas, pido permiso para
explicitar las mías más bien al final de esta exposición.
Desde el siglo pasado se habla de nación en Cuba. En las últimas décadas del siglo
XVIII se plasmó una segunda formación económica -respecto a la que existió desde la
conquista española del siglo XVI- que en pocas décadas cuadruplicó la población y
desarrolló la gran producción de azúcar para el mercado mundial capitalista. Las
contradicciones principales de aquella sociedad fueron la esclavitud y el colonialismo.
La clase criolla de los dueños de la economía formó empresarios capaces, reunió
inmensas riquezas y gozó de gran participación en el poder. Ella revolucionó la cultura
material y espiritual, tornando familiares los últimos adelantos mundiales, tecnológicos,
de objetos de consumo, científicos, filosóficos, artísticos. Pese a su orgullo insular, esa
clase se autor reconoció, con lucidez y cinismo, casi sólo a través de su personalidad
económica; renunció a toda pretensión de soberanía y se mantuvo dentro de la
sujeción colonial a España, a pesar de sentirse más moderna que ella y de sostener
sus relaciones fundamentales con los centros del capita-lismo mundial. La plenitud
alcanzada por la cultura de la élite criolla no debe
confundirse con una voluntad de ostentar la representación de la nación cubana; ese
error, compartido por muchos intérpretes de la historia de Cuba, es de anacronismo en
unos casos, y de proyección ideológica en otros. Para estrujar mejor el trabajo y las
vidas de más de un millón de personas importadas a Cuba en menos de un siglo -llegó
a haber sólo dos blancos por cada cinco habitantes en la isla en 1841-, estos hombres
tan modernos impusieron el racismo por todos los medios posibles, incluido el orden
jurídico. Su país y sus costumbres eran de castas; en su lengua y sus escritos, el
término criollo -y después cubano- denotaba sólo al hombre blanco nacido en Cuba.
El agotamiento de esa segunda formación económica de la historia de Cuba llevó al fin
de la esclavitud y a un enlace económico con Estados Unidos muy desventajoso para
el país, que después se tornó neocolonial. Pero ya había sucedido un evento
trascendental: la primera revolución cubana (1868- 78), que enfrentó las
contradicciones principales mediante una gran rebelión política y social,
independentista y abolicionista. Ella provocó reformas sociales y una gran ampliación
de la cultura y de las prácticas políticas. El evolucionismo autonomista que se
desarrolló enseguida fue la primera política legal para masas dirigida por sectores
dominantes cubanos; ella debía garantizar sus intereses durante la transición
capitalista en curso, a través de una mezquina modernización del orden político
colonial, frente a una población que ya tenía autoidentificaciones y ciertas capacidades
de lucha social.
Dentro de cinco meses hará un siglo del inicio de una segunda revolución, mucho más
profunda y abarcadora que la primera. La Revolución del 95, convocada para la
liberación total del país y la formación de una república democrática, organizada y
dirigida en su inicio por José Martí, practicó el radicalismo político cubano y lo legitimó.
La formidable heterogeneidad de la población de Cuba fue borrada momentáneamente.
El pueblo se fue a la guerra, hizo en ella todos los sacrificios frente al enérgico y cruel
esfuerzo de guerra colonialista (murió más del 20% de la población cubana) y se
plasmó como pueblo específico respecto a todos los demás del mundo. Para la gran
burguesía de Cuba esta guerra fue un serio peligro y un evento desgraciado. Para las
demás clases fue la vía idónea para tener un país propio, una patria. La existencia de
la república fue así inevitable.
He expuesto someramente esos procesos para aludir a una de mis hipótesis de
investigación. El cubano como construcción ideológica de sentimientos de pertenencia
es fruto de esas dos revoluciones, aunque la especificidad cubana, y lo cubano, sean
producto de acumulaciones sociales de larga duración y de gran diversidad. De origen
multiétnico, hijo de combinaciones raciales reiteradas, sin criollos dominantes con
vocación de clase nacional que elaborasen un nacionalismo para una independencia
en su provecho, el cubano surge del desarrollo de una conciencia política popular, y de
su puesta en
práctica. La idea de patria, y el mito de una patria a conseguir, son la materia de la que
se construye la novedad del cubano. Que esta específica nación surja no sólo como
plasmación de realidades preexistentes sino sobre todo como un proyecto, tendrá
consecuencias muy trascendentes, hasta el día de hoy.
Para obtener la independencia nacional fue necesario que la abolición de la esclavitud
pudiera ser vivida y percibida como acción revolucionaria; para que el anhelo de
igualdad personal y las luchas de las clases oprimidas fueran viables fue necesario que
la independencia se concibiera de manera absoluta, esto es, como liberación nacional.
La nación avanzó hacia la unidad étnica plurirracial mediante la política revolucionaria.
El valor del mestizaje como se dio en Cuba, para la construcción de la nación, estuvo
muy condicionado por el gran deterioro del racismo y la tendencia a la igualdad de las
razas practicada en sus revoluciones. La valoración positiva del mestizaje en Cuba ha
sido, en cierto sentido, una creación política. Todo ello sucedió, naturalmente, en fuerte
tensión contradictoria con las tendencias racistas y la persistencia de discriminaciones.
A los frenos internos puestos a la revolución en el curso de la propia Guerra del 95 se
sumó abruptamente la invasión militar norteamericana de 1898 y la imposición de un
régimen neocolonial a la inevitable república cubana. La constitución del Estado
nacional resultó el mecanismo eficaz de una clase dominante a su vez dominada,
capaz de ejercer la hegemonía a un nuevo nivel de complejización mayor del
consenso. Eso fue posible porque el Estado republicano satisfizo un ideal de todos los
cubanos, aunque fuera totalmente incapaz de servir a la liberación nacional. Las
representaciones colectivas de que la unidad de todos los cubanos, la politización de lo
social y la utilización amplia del poder político son tres factores positivos y necesarios
para realizar la liberación, quedaron también aso-ciadas de manera permanente a las
ideas revolucionarias.
La tradición radical permaneció como la más significativa. Su exacerbación durante la
cuarta revolución, y su dominancia en la vida social y oficial en las décadas recientes,
ha dificultado mucho el conocimiento de las instituciones, el pensamiento y los
mecanismos ideológicos que se desarrollaron bajo el signo de la dominación burguesa
neocolonial durante la república iniciada en 1902. Esta otra nación cubana, de
existencia inaceptable para el patriotismo simplón, fue una continuación de la cultura de
élites y el capitalismo subalterno pero gran explotador del trabajo, que no pasó del
autono- mismo en política, del siglo XIX. Pero no fue sólo eso. El logro verdadero fue la
república postrevolucionaria, que integró en su sistema elementos de la cultura popular
y sus usos y representaciones políticas, con los elementos dominantes
correspondientes a su proyecto de evolución sin soberanía ni de-sarrollo económico
para provecho nacional, con sus lógicas consecuencias
sociales, subordinando permanentemente los primeros elementos a los segundos. La
república fue una instancia de ocultamiento, de represión y cooptación, pero también lo
fue de canalización de las diversidades de la sociedad que pudieran ser adversarias y
poner en riesgo a la dominación.
Hoy es necesario conocer también, y hacer objeto de valoraciones, al pensamiento ya
propiamente cubano conservador-liberal del siglo XX, y a su evolución, que registra
contenidos muy interesantes, sobre todo durante y después de la tercera revolución, la
llamada del 30. Y conocer los modos y los contenidos con que se reformularon más de
una vez no sólo las formas culturales de resistencia a la dominación, sino también las
formas culturales de adecuación a ella. Como serían, por ejemplo, la
autosubestimación del individuo no blanco, y sus visiones y luchas por una integración
social consistente esencialmente en disolver su especificidad. Las acumulaciones
culturales signadas por la dominación capitalista -y también por jerarquías y otras
relaciones y representaciones formadas en sociedades previas, que el capitalismo
siempre incorpora a su sistema de dominación- forman parte ineludible de la herencia
nacional cubana, y por tanto de la comprensión de todos los procesos posteriores hasta
hoy, aún de aquellos que han sido más hondamente definidos por los cambios
revolucionarios. Un momento muy posterior de esta investigación es el análisis de la
revolución que comenzó en los años 50. Mis hipótesis iniciales en este caso son tres:
1) que en el curso del siglo XX en Cuba, la consumación de la na- ción-Estado
soberana y de las representaciones más radicales de liberación producidas o
concebibles en su marco se fue condicionando recíprocamente a la necesidad de
transformaciones sociales básicas propias de una revolución anticapitalista y socialista;
2) que la revolución iniciada en 1953 triunfó y encontró su eficacia para sobrevivir,
ser viable y afirmarse, a partir de ser el vehículo idóneo para la realización práctica de
lo que planteo en la primera hipótesis. Que la participación masiva, organizada y
duradera de la mayoría de la población fue lo que permitió consumar con éxito los
cambios revolucionarios. Que la conciencia nacional, y las representaciones radicales
de revolución popular armada y de antimperialis- mo asociadas a ella, fueron el campo
ideológico decisivo para el triunfo y el fortalecimiento de la revolución; pero que ella
sólo consiguió arraigo, masividad y permanencia asociándose íntimamente a la
ideología de justicia social devenida en socialismo, y fundiéndose con ella en el curso
del proceso; y
3) que el régimen social y la forma de gobierno vigentes en Cuba desde entonces
se han mantenido -a través de circunstancias muy diversas y durante un período
prolongado- como consecuencia de la gran cohesión social que ha existido, basada en
el modo de vida de redistribución sistemática de la rique
za social y de tendencia dominante igualitarista que desplegó la revolución, y en los
vínculos establecidos entre la sociedad y el poder político como garante de ese modo
de vida y portador del proyecto social nacional, que siempre se siguió percibiendo
como en curso y por realizar. La idea de nación de los cubanos de hoy tiene contenidos
mucho más ricos y complejos que las de los tiempos previos a la revolución.
En la historia de Cuba, las formaciones económicas, el Estado y sus instrumentos han
incidido de diversas maneras sobre los componentes sociales - clases, géneros,
regiones, etnias, razas- constituyentes de la diversidad íntima de la sociedad; también
lo hicieron las tres revoluciones anteriores. Sólo una cuarta revolución que lanzó y
asumió a la vez un proyecto de liberación total -nacional, económica, de justicia social,
de todas las opresiones y dominaciones- pudo alcanzar transformaciones y efectos tan
trascendentes y prolongados. La sociedad cubana obtuvo enormes adelantos en todo
este período contemporáneo, que no es posible desvalorizar. La nación liberada se
abroqueló en la unión de sus ciudadanos y en el poder revolucionario para resistir y
actuar, pero a la vez ha ido descubriendo su diversidad y creando procesos liberadores
en la sociedad. En unos campos y formas se avanzó más, en otros menos, pero el
saldo ha sido una multiplicación de los descubrimientos sociales, y -algo muy
importante- también de los descubridores. Hoy, sin embargo, todo ese mundo está en
peligro. A esta situación, que es la motivación inmediata principal de mi estudio, dedico
el final de estos comentarios.
Ante todo, una precisión más general. Las grandes revoluciones nunca alcanzan sus
objetivos finales. Son tan desmesuradas y ambiciosas respecto a sus circunstancias
que la trayectoria efectiva de cada una se agota en el piélago formado por la
sobrevivencia y la resistencia de una parte del mundo que parecían haber derribado, y
también por los obstáculos formidables que la propia revolución va levantando en el
curso de sus prácticas. Vienen entonces, después de los tiempos de afirmación y de
ejercicio de poder en que las instituciones y las costumbres asientan al nuevo régimen,
otros tiempos en que ganan terreno formas diversas de desgaste, manipulación y
dominación, de cristalización de diferenciaciones sociales y poder de grupos, de
reacción, de desilusión, reacomodos y olvido. Las victorias de las revoluciones
consisten en convertir en hechos naturales a las transformaciones y los gajes que ellas
han logrado, aunque éstos sean en la práctica más o menos recortados y
desnaturalizados. El logro último y el alcance más trascendente de esas formas
supremas del cambio de los individuos y las sociedades que son las revoluciones
estará, sin embargo, en su capacidad de servir de reserva cultural a los individuos y las
colectividades, y de ser fuente de proyectos para esfuerzos
futuros, superiores en sus objetivos a los que ellas pretendieron. La revolución de los
años 50-60, con su triunfo en toda la línea y sus inmensas consecuencias sociales,
multiplicó la fuerza de la identidad nacional como proyecto radical de liberación, y le dio
una preeminencia aparentemente eterna. Las otras representaciones de Cuba,
hegemonizadas por las clases dominantes previas, no sólo fueron vencidas, sino
disgregadas y profundamente devaluadas. A la vez, la interpretación política e
ideológica del sentido de la revolución se ligó de manera muy fuerte al llamado
progreso, civilizatorio y también occidental. Así sucedía en la primera fase de la
revolución en el poder -cuando la creación de sentidos era dominada por los cambios
profundos de los individuos y el país, transformaciones que eran presididas por la
política-, aunque el peso de la idea de progreso era comprensible entonces porque
había que satisfacer multitud de necesidades y expectativas sentidas por las mayorías.
Y por otra parte se visualizaba, como meta de la lucha emprendida, un futuro cubano e
internacional diferente y opuesto al modelo moderno del capitalismo desarrollado.
En la segunda fase del proceso -en los años 70-80- las formulaciones apelaron también
al progreso como actitud permanente y sentido de la revolución, pero ahora el progreso
se suponía correspondiente con el avance seguro y planeado del llamado socialismo
real, productivista, de estado de bienestar, burocratizado y determinado
económicamente. Y en la práctica ya había pasado lo esencial de la gran fase
transformativa de la revolución, y la creación de nuevos sentidos que ella aportó. Se
fue produciendo entonces una limitación cada vez mayor de las capacidades de
liberación y de transformaciones, y comenzó a ganar importancia la actuación de
grupos privilegiados, unos dominantes y otros con aspiraciones de dominación o de
status. De todos modos, a la cultura resultante del conjunto de esta época le sería
imposible -y le debe haber parecido así- relacionarse con la cultura de dominación
cubana prerrevolucionaria.
Mientras tanto, la cultura de dominación del capitalismo desarrollado, que ha sido
representada como nuestra enemiga mortal durante 35 años, fue desplegando
precisamente durante ese tiempo una combinación de gran madurez y fortaleza, y hoy
ofrece a todos los países -aunque en distintos grados y circunstancias- una instancia
decisiva de homogeneización. Ella consiste en numerosos rasgos ideológicos y
espirituales en general, rasgos que restablecen a nivel ideal la fractura cada vez más
profunda existente entre las clases dominantes de los países centrales -como actores
económicos, ideológicos y político-militares-represivos- y el resto del mundo. La
producción cultural de homogeneización conforma todo un sistema mundial dirigido a la
neutralización, canalización y manipulación del potencial de rebeldía contenido en
avances obtenidos por la Humanidad, tales como la creciente conciencia de tolerancia
-política,
étnica, de género, etc.-, la exigencia de formas democráticas, el rechazo a que exista la
miseria, la conciencia ecológica y otros, con el fin de que ellos no se vuelvan contra el
dominio del capitalismo.
Esa cultura puede ir ganando cada vez más terreno en Cuba en las condiciones
actuales, regidas por la crisis de la economía y de gran parte de las instituciones,
ideología, procedimientos y creencias del régimen vigente, y por la necesidad de
reinserción de las relaciones económicas en un mundo dominado por el capitalismo. A
mi juicio será ineficaz hacer resistencia a la guerra cultural del gran capitalismo actual
solamente desde las convicciones y las vivencias de un pasado de luchas, logros,
sentimientos e ideas, y desde las identidades que ellas formaron. Ese mundo tiene
muchos aspectos positivos para enfrentar los retos prácticos de hoy y de mañana, pero
también tiene muchos otros que constituyen debilidades frente a esos retos; además,
ya estaba desgastándose desde antes de la crisis, y contiene rasgos que lo debilitan
moralmente frente a sus declaraciones. Y esta cultura enemiga no se nos viene encima
como el retorno de un pasado cubano que fue abatido por la revolución, sino como un
“progreso”, un acomodo a nuevas circunstancias, o una “necesidad”. Ese disfraz de
futuro deseable o inevitable la torna más peligrosa, como alternativa aparente al mundo
prerrevolucionario, tan marcado por el rechazo.
Desde hace años la cultura nacional “popular” resulta debilitada. La consideran
“premoderna” -inconscientemente o no- amplios grupos de los estratos que han
alcanzado “desarrollo” personal socialmente válido: estudios superiores, “nivel cultural”,
status, “roce” internacional. Y esos estratos están entre los más activos del país. El
desprecio a aquella cultura -que algunos han llamado “antimoderna”- puede agudizarse
por las frustraciones individuales de las expectativas que se crearon durante la
segunda etapa del proceso. La frustración nacional creada por la gran crisis
económica, la aparente falta de viabilidad económica del país y el descrédito del
socialismo, es un fenómeno diferente y más amplio; pero ambos coinciden en lugar y
tiempo, y pueden influirse mutuamente. En la medida en que la cultura nacional
“popular” es fácilmente identificable como la raíz de la que el sistema político es
expresión, resulta también víctima de una ola conservadora que se extiende hoy: la
crítica cultural es una forma de crítica política.
El proceso mismo de penetración de la homogeneización desde el*capi- talismo
desarrollado a nivel de la cultura de la vida cotidiana, es un agente posiblemente eficaz
de debilitamiento de la densidad cultural cubana en general. Este fenómeno es mundial
y no privativo de nosotros -como dije antes- , pero para que sea eficaz en Cuba no
bastará con que sectores relativamente amplios satisfagan necesidades y expectativas
como las de tener consumos
diferenciados por el poder del dinero, campos privados de acción económica, alguna
nueva movilidad social, videos, facilidades políticas, etc. También, y ésto es lo más
importante y difícil, el proceso tendría que ser capaz de borrar otras necesidades y
expectativas que adquirieron gran arraigo generalizado durante el régimen
revolucionario. En la mayoría de los países la homo-geneización exacerba rasgos ya
existentes, los “moderniza”, y los acerca a la versión de los modelos formales de
organización social y de conductas individuales de los países centrales que es dada
por los medios que forman masivamente la opinión pública y los sentimientos públicos
a escala mundial. La homogeneización en Cuba choca con un complejo cultural
compuesto por elementos muy diversos y de muy distintas datas, pero que fue fundido
por un proceso muy profundo, abarcador y marcante, que le aportó un carácter
revolucionario anticapitalista, patriótico, nacionalista y de tendencias comunistas. Esto
es, para tener éxito deberá enfrentarse a la ruptura que hicieron los cubanos con su
historia de la dominación, vigente durante décadas y que está lejos de haber sido
suficientemente desgastada, y tratar de desmontarla.
Los Estados Unidos siguen siendo el enemigo más poderoso de la existencia de una
nación soberana y una sociedad de justicia en Cuba, como era desde antes de los
tiempos de José Martí. Se equivocará el que subestime la decisión indeclinable de la
mayoría del pueblo cubano de defender a toda costa su soberanía. Pero los riesgos
que corre Cuba hoy frente a los Estados Unidos son graves y muy complejos. No
puedo tratar el tema aquí como quisiera. Me limito entonces a destacar dos cuestiones:
a) distintas fuerzas e intereses norteamericanos están tratando de superar el
tradicional subdesarrollo político característico de sus percepciones y acciones contra
Cuba. Eso mejoraría las posibilidades de intentar normalizar las relaciones entre ambos
países, si no predominara -como opino que prevalece- la intención de aprovechar la
situación comprometida en que han quedado la economía y la seguridad cubanas para
utilizar o escoger múltiples vías con un único fin: liquidar el régimen revolucionario y el
ejemplo cubano, y tener relaciones privilegiadas con un régimen cubano posterior que
mantenga el orden y cumpla ciertas reglas. Sin dejar excluido el uso de la fuerza o de
amenazar con ella en circunstancias que le parezcan favorables;
b) la persistencia de un poder muy fuerte que goce de un gran consenso popular es
imprescindible para que Cuba pueda sostener su independencia y su capacidad de
interlocutora frente a Estados Unidos. La naturaleza de ese poder y ese consenso, y de
sus nexos, es un tema vital, pero imposible de abordar aquí. Advierto al menos que la
política interna resulta básica para los cursos posibles de esa relación exterior -lo que
es muy usual en la vida de los
Estados-, y que la constante histórica de influencia de los Estados Unidos en el curso
de los asuntos internos cubanos -alterada profundamente por la soberanía gozada a
partir de 1959, pero no desaparecida- registra ahora una nueva etapa que es necesario
conocer bien y manejar sagazmente. La cuestión de la nación vuelve a ser crucial entre
nosotros, pero ella nunca ha sido la cuestión de la nación en general, y hoy lo es
menos que nunca. La defensa de la patria y la de la liberación nacional son el cemento
de la unión actual para resistir, pero Patria y liberación nacional en Cuba no son
ahistóricas: están ligadas íntimamente a la revolución que triunfó en 1959 y a sus
resultados sociales. Del tipo de acciones, voluntades, intereses, ideales y
pensamientos que predominen dependerá cómo nos replan-teemos esta vez a la
nación; y las opciones que asumamos serán decisivas para llegar a unos u otros
resultados que tendrán alcance histórico.
Ante los cubanos se ha abierto una etapa de lucha cultural, en la que habrá qüe ser
creativos y no sólo resistentes, para salir adelante sin perder la nación ni la manera de
vivir más justa y humana que se ha conseguido. Es imprescindible una renovación del
proyecto revolucionario, que integre la dureza de las realidades actuales con objetivos
más ambiciosos que los de 1959. La reinterpretación del proceso histórico y de la
nación es indispensable entre las actividades de conocimiento social que pueden
ayudar a fijar los rumbos y los proyectos. La indagación y la reconceptualización sobre
las clases sociales, sus situaciones y sus relaciones, es a su vez indispensable.
Plantear bien los problemas del conocimiento de la diversidad social cubana es básico,
si se quiere acceder a su riqueza y a la fuerza potencial que tiene esa diversidad para
impulsar y protagonizar proyectos de liberación. Sería de ciegos no ver también que las
actitudes y posiciones diferentes y potencialmente contradictorias entre sí, que existen
entre nosotros, tienden a expresarse en el trabajo intelectual en la formación de
distintos presupuestos ideológicos de las nuevas interpretaciones acerca de los
papeles a desempeñar y el destino de la nación cubana, y acerca de los elementos
sociales que la componen.
Por mi parte, el trabajo investigativo que realizo no es más que un modesto y parcial
empeño en esa búsqueda de conocimiento y necesidad de reinterpretación. Sigo
comprometido con el proyecto cubano, y soy a la vez ajeno y opuesto a la manipulación
de la historia y del pensamiento social que ya tiene tan amarga y estéril trayectoria.
Para avanzar en ese trabajo cuento con la ayuda de ustedes, y con las enseñanzas de
Raúl Roa acerca de la justicia social como estrella polar del que trabaje en ciencias
sociales, y de la libertad de investigación y de crítica como raíz y alimento en la
búsqueda indeclinable e independiente de la verdad.
Publicado en Contracorriente núm. 2, La Habana, oct/dic 1995
La primera revolución socialista autóctona que tuvo éxito en Occidente fue la cubana.
Sin embargo en 1992 Cuba se ha encontrado en una circunstancia tan compleja y difícil
que muchos se interrogan si sobrevivirá su régimen, o si caerá, víctima de una
coyuntura demasiado adversa o de una tendencia inexorable del mundo actual. Esta
experiencia única del socialismo latinoamericano se encuentra en realidad ante tres
interrogantes: la de la sobrevivencia de la Revolución, que significa sobrevivencia de su
gente en niveles decorosos y sobrevivencia de la soberanía nacional y del régimen
socialista, la de la viabilidad de la estructura y la estrategia económicas que se
pretenden mantener y desarrollar, ante el cúmulo de dificultades y enemigos que tiene
y tendrá y, en íntima relación con las anteriores, la de la naturaleza del sistema que
emergerá de las transformaciones de estructura económica en curso y de sus
consecuencias sociales, de la evolución política de su proceso de rectificación
socialista, de las luchas más o menos duras y largas a que sea obligado el país, de los
contextos y adecuaciones internacionales.
Dos cuestiones, muchas veces mal planteadas o manipuladas, ya han sido dilucidadas
por los hechos: el régimen político y social cubano no sucumbió como consecuencia de
la caída estrepitosa de los regímenes europeos del llamado socialismo real, Cuba
sobrevive al fin de las relaciones que ha sostenido con la Unión Soviética durante tres
décadas. La naturaleza del socialismo cubano ha vuelto a hacerse clara: es un caso
específico de revolución socialista latinoamericana de liberación nacional,
antimperialista y productora de cambios muy profundos y sistemáticos de la sociedad y
los individuos. Su especificidad ha sido más fuerte que la enemistad norteamericana y
que sus vínculos con el socialismo real. Cuba no era un satélite de la URSS, y la
conseja del “subsidio” soviético no sirve para explicar las relaciones que existieron
entre ambos países, y evidencia su falsedad ante la capacidad de resistencia cubana
tras el fin de esas relaciones.
Trataré de sintetizar los elementos de la naturaleza del socialismo cubano que son
indispensables para esta exposición. No serán ellos mi tema principal, sino los
problemas actuales y las perspectivas de Cuba, pero sin aludirlos al menos, sería
imposible entender nuestro presente e intentar prever nuestro futuro. Este breve
texto estará centrado en la dimensión económica de la formación social, para ello se
referirá también a importantes cuestiones no estrictamente económicas, lo cual no
debe extrañar porque sin ellas nunca es posible entender el proceso económico de
cualquier país. En este caso otra razón refuerza esa necesidad: no se trata de
economía en general, sino de U economía, de un país en revolución.
La alternativa entre dictadura y libertades civiles, que parecía central cuando Cuba
entró en revolución, fue rápidamente superada por la dé proponerse la liberación
nacional y la justicia social frente a una renovación de la hegemonía capitalista
neocolonial como desenlace de la lucha antidictatorial. Esos fines trascendentales
fueron posibles porque las formas de dominación previas a la Revolución se
deslegitimaron, y porque una nueva vanguardia política interpretó y vivió las
necesidades, los anhelos y representaciones de los cubanos y los formuló de maneras
viables. La guerra revolucionaria fue su instrumento, el cauce que incorporó a muchos
miles de actores populares y exaltó la simpatía y la esperanza de las mayorías, fue la
escuela de cuadros del futuro poder, el cemento ideológico del nuevo régimen y el
origen de la necesidad de una política nueva.
La clave de la fuerza y del triunfo del nuevo poder revolucionario estuvo en enlazar
entre sí la soberanía nacional, la justicia social, el imperio de la democracia y el
desarrollo nacional independiente, y en convocar efectivamente al pueblo a ser el
protagonista, corriendo todas las consecuencias. Las fuerzas populares movilizadas
contra la dictadura querían y podían desatarse para rehacer su vida y crear un nuevo
país, al reconocer a la Revolución como guía y vehículo idóneo se dio la culminación
de un apretado proceso histórico de un siglo de luchas populares, y la corriente de
cultura política radical de liberación se volvió dominante.
Cuba se transformó radicalmente, mediante acciones masivas organizadas, el ejercicio
del poder revolucionario, la concientización general, la gran autocon- fianza y el orgullo
de ser cubano revolucionario, las nuevas realidades superiores a los más ambiciosos
programas previos, la subversión por la práctica del límite de los pensamientos
posibles. Y los individuos participantes se cambiaron a si mismos en muchos sentidos.
El régimen es hijo de victorias populares armadas y del armamento general del pueblo,
de la expropiación forzada generalizada y la pérdida del respeto a la propiedad privada,
sus representantes y sus símbolos, de la creación y el desarrollo de organizaciones
revolucionarias muy participativas, de una inmensa movilidad social, de la promoción
de los individuos por los méritos y la exaltación del trabajo y el estudio, de la
legitimación sostenida del nuevo liderazgo y de la eliminación del sistema político
previo y sus ideologías.
La importancia del origen revolucionario de las relaciones, instituciones y
representaciones características del socialismo cubano es decisiva. La formi
dable redistribución sistemática de la riqueza social, la dignidad que genera no ser
objeto de esa redistribución sino actor que la ejecuta, el intenso proceso educacional
que ha elevado las capacidades de contingentes enormes en tan breve plazo, las
formas de poder popular y los avances del ordenamiento legal, le han dado continuidad
a aquel origen. Todos los anteriores operan también como factores contrarrestantes,
tanto de las insuficiencias debidas al subdesarrollo y a otras desventajas provenientes
de las relaciones internacionales del país, como de los errores, deformaciones,
detenciones e incluso retrocesos registrados en diversos campos en el curso del
proceso.
La expropiación generalizada de los empresarios nativos y extranjeros y la eliminación
del poder neocolonial de los Estados Unidos sobre Cuba fueron imprescindibles en el
caso cubano. Frente a la suspensión muy brusca de las relaciones económicas y la
agresividad permanente de los Estados Unidos, la economía cubana contó para
sobrevivir con la inmensa concentración de poder que se produjo y la decisión del
pueblo, masiva y resuelta, de defender la liberación y el proyecto de desarrollo
socialista. Sin esas dos realidades no habríamos sobrevivido ni podido acometer las
transformaciones y las tareas formidables que hicieron funcionar a la economía sobre
nuevas bases de relaciones, de objetivos y de actores, con un cambio tan profundo de
la orientación de sus relaciones internacionales. Sin ellas hubiera sido imposible
proyectar y realizar - como se ha hecho en grados muy notables- estrategias de
desarrollo económico efectivamente nacionales y dirigidas al bienestar de la población.
Aspectos favorables de la coyuntura internacional implicaron a la Revolución Cubana.
El apogeo de la ola anticolonialista, las autoidentificaciones del Tercer Mundo, el
rechazo múltiple que recibían las torpezas, abusos y salvajadas neocoloniales del
capitalismo transnacional adolescente, fueron el ambiente propicio para un proyecto
que estaba obligado a trascender el ámbito nacional. América Latina es la región
natural y cultural de pertenencia de Cuba, y ha sido campo privilegiado de sus
actuaciones, pensamientos, gestiones y sentimientos, tema que no puedo abordar
aquí. El internacionalismo consecuente es uno de los aspectos fundamentales de la
experiencia cubana, que ha ampliado y fortalecido su cultura socialista mucho más allá
de lo al- canzable en una perspectiva restringida a lo nacional. La salida de las marinas
mercante y de guerra soviéticas a los mares del mundo, el gobierno Jruschov -quizás el
último que incluyó consideraciones ideológicas revolucionarias y audacia en aquel país-
y los intereses y rivalidad del tiempo de la Guerra Fría, configuraron una situación
favorable a la Revolución cubana. Por primera vez en nuestra historia la relación
exterior principal provino de intereses y necesidades de Cuba, y no de la imposición
extranjera. Armas e intercambios económicos se acompañaron ahora de soberanía,
amistad política y afinidades ideológicas.
La formación nacional cubana obtuvo, precisamente en el momento de su liberación, el
inicio de una etapa de relativa “desconexión” del sistema del capitalismo mundial, al
relacionarse en la Europa Oriental con un espacio diferente a ese sistema. La alianza
de treinta años con la URSS tuvo un valor general inestimable para Cuba en su
enfrentamiento mortal y permanente con el imperialismo norteamericano. También le
permitió atenuar los efectos tan negativos que tiene para cada país subdesarrollado su
inserción en el sistema capitalista mun-dial, y mitigar las consecuencias, muchas veces
perjudiciales, que las acciones económicas de los países desarrollados traen a los
subdesarrollados.
Liberada y excluida a la vez, Cuba aumentó de manera excepcional su capacidad de
decidir sobre su propia economía. Así ha sido en cuanto a que ella tenga como objetivo
inalienable el bienestar popular, y a que esté en función del proyecto socialista
nacional. Se han podido elaborar estrategias nacionales de desarrollo, aunque muy
condicionadas por los grados de subde- sarrollo existentes en los diversos momentos,
y por la vulnerabilidad de la economía cubana ante las estructuras y las prácticas del
capitalismo mundial y ante las opciones y limitaciones impuestas por las relaciones de
Cuba con la URSS. Se han conseguido programas económicos y ciertos niveles de
planifi-cación, con avances en la integración de los sectores de la economía y en el
grado y calidad de la industrialización.
Hacia inicios de la década de los 70, a Cuba se le tornó imposible sostener una
posición suficientemente autónoma en sus relaciones económicas internacionales y su
estrategia de desarrollo, sus relaciones con la URSS se volvieron entonces mayores y
más profundas. Cuba ingresó en el CAME (1972) y sujetó su vida económica y sus
proyectos de desarrollo a esa asociación. La férrea necesidad rigió esa elección, pero
ella obligó a Cuba a adoptar un modelo que perspectivamente cerraba puertas a un
desarrollo económico armónico, autónomo y sostenido. La práctica y la ideología
económicas fueron influidas cada vez más por el llamado socialismo real, lo que afectó
negativamente a la dirección económica, la eficiencia de los actores, el papel de la
actividad económica en las transformaciones socialistas de los individuos, de las
instituciones y la sociedad en su conjunto, y al proyecto socialista nacional.
Es general el reconocimiento que hacen hoy las fuentes más diversas de los avances
trascendentales logrados por Cuba desde 1959, en las diversas condiciones del
período y a partir de esfuerzos extraordinarios y sistemáticos. Paso a mencionar
resultados, características, dificultades e insuficiencias del desempeño económico
cubano. Ellos constituyen una riquísima y singular experiencia de puesta en práctica de
políticas libera-doras y de desarrollo desde un poder popular en América Latina,
durante un tiempo prolongado. Una revolución agraria transformó radicalmente el
campo, teatro de la mayor explotación del trabajo y mayor concentración de miseria del
país. Ella triplicó el número de pequeños propietarios, liquidó el latifundio y todo el
sistema capitalista neocolonial que regía en el campo, elevó al 80% del total la tierra en
empresas estatales y garantizó al campesino contra toda colectivización forzosa. El
área agrícola se duplicó, y se produjo una revolución en regadío, mecanización,
fertilización, humanización del trabajo y capacitación de la fuerza laboral, calidad de la
vida en el campo y relaciones del sector agropecuario con la economía nacional. El
país volcó sus recursos humanos y materiales a esa transformación, la población rural
se organizó y participó de manera decisiva en todo este proceso.
La industria azucarera, eje de la economía exportadora desde hace doscientos años,
aumentó un 40% su producción promedio 1981-89 comparada con 1951-59, pero hizo
ahora sus zafras con sólo el 20% de obreros agrícolas, y llegó a un 74% del corte y un
100% del alza de cañas mecanizados. Fue necesario rehabilitar, ampliar y modernizar
las viejas fábricas, crear una industria mecánica azucarera, resolver complejos
problemas químicos, inventar y producir cortadoras de caña, dedicarle la mitad de la
tierra arada de Cuba a ese cultivo, formar una multitud de técnicos y cuadros, etcétera,
inversiones enormes de recursos se hicieron para conseguir esos logros. Hoy se
proyectan y se fabrican centrales con más de 60% de componentes nacionales, 60
fábricas de derivados producen torula, alcohol, tableros de bagazo, y 200 plantas
producen tres millones de toneladas de alimento animal por zafra. El bagazo es eficaz
como combustible de la fábrica.
El desarrollo de la producción de cítricos hasta alrededor de un millón de toneladas
anuales es un logro muy importante de la revolución, articulado con el sistema de
estudio-trabajo masivo de los adolescentes desde hace veinte años. Otras rama¿,
como los casos de la industria mecánica, el cemento y los textiles, se han desarrollado
mucho. Se ha creado una infraestructura muy notable. Entre 1959 y 1987 la inversión
estatal bruta sumó 58 635 millones de pesos, un 13,9% del producto social global, los
gastos por seguridad social, educación y salud entre 1959 y 1988 sumaron 49 527
millones. La economía creció, a precios constantes de 1965, al 4,3% promedio anual
en 1959-88, la productividad bruta del trabajo en 1960-88, al 2,6%. El PBI per cápita
creció al 3,1% anual entre 1960-85, mientras que para el resto de América Latina el
promedio anual del período fue de 1,8%. La distribución del ingreso cambió
radicalmente: el 30% más pobre pasó del 4,8% del ingreso en 1953 al 18,5% en 1986,
el 5% con ingresos más altos pasó del 26,5% en 1953 al 10,1% en 1986.
La nueva relación entre economía y sociedad se afirmó y desarrolló, caracterizada por
pleno empleo y por ingresos reales altos, asignación sistemática de amplios recursos
para el desarrollo social, participación y consenso
de la población en las actividades y políticas económicas, y relación permanente de
estas con las necesidades sociales. La opción socialista implica un modo de ser en
economía que es irreductible a la racionalidad y las exigencias de la economía del
capitalismo. Motivaciones, mediciones, asignaciones de re-cursos, la lógica misma,
registran transformaciones, transiciones, contradicciones. El sentido general en el caso
cubano ha sido que la economía forme parte y se inscriba en la lucha de la sociedad
por un proceso de cambio cultural total que vaya creando un campo diferente y opuesto
a la manera de vivir del capitalismo, que este no pueda reabsorber, en el que
predominen los vínculos de solidaridad y la dirección de los procesos sociales por parte
de la mayoría.
En el breve lapso de una generación se han producido cambios trascendentales en la
preparación de las personas, absorbidos sobre todo por los jóvenes (el 55% de la
población tiene menos de 30 años). En los últimos quince años se avanzó de la
escolarización masiva al predominio del nivel secundario y superior en las matrículas, y
creció raudamente la escolaridad promedio de los trabajadores, más de la mitad de los
técnicos y profesionales son ya jóvenes. Muchos retos están implícitos en esas cifras y
en otras realidades de su formación, pero es obvio que son un potencial invaluable
para transformaciones cualitativas desde la economía. En un aspecto crucial, la
investigación científica y su aplicación técnica, Cuba ha realizado un esfuerzo tenaz y
ambicioso que ya está dando frutos que la colocan entre los países desarrollados en
ese campo, los jóvenes serán decisivos para el éxito de esos programas.
Frente a todo lo anterior, hoy vemos más claramente lo que no se ha podido conseguir,
y los errores. La agricultura no dejó de ser extensiva, la caña compensa sus
rendimientos insuficientes tomando demasiadas tierras. La alimentación es el talón de
Aquiles de una ganadería vacuna satisfactoria en otros aspectos, la masa es hoy
menor que hace 24 años. La autosuficiencia alimentaria, estrategia temprana de la
mayoría de los países desarrollados actuales y requisito indispensable para Cuba, fue
abandonada como meta durante demasiado tiempo. El mimetismo nos llevó a asumir lo
que fue una necesidad - entrar al CAME en 1972- como las esperadas ventajas de una
supuesta “división internacional socialista del trabajo”, cuando ésta nos impelía a
especializarnos en vender cada vez más azúcar, más níquel que contiene cobalto, más
cítricos, para comprar alimentos, materias primas, combustibles y equipos.
No ha sido posible aprovechar mejor una de las primeras reservas de hierro y de níquel
del mundo, separar el cobalto, beneficiar el níquel, crear un complejo siderúrgico. No
hemos contado con recursos para explotar el potencial petrolero nacional, con gran
esfuerzo logramos una producción modesta desde hace unos años. Tampoco
producimos motores eléctricos, apenas comenzamos con los automotrices. Son muy
recientes las producciones
notables en algunos derivados de la caña y subproductos de la industria azucarera,
pese a que desde hace décadas tenemos grandes avances en la investigación de
derivados. Es insuficiente la relación de la planta industrial cubana con los demás
sectores de la economía. Los escasos avances en la sustitución de im-portaciones han
pesado contra nuestra balanza comercial. El dispendio de combustibles fue
consecuencia de las características de ineficiencia de las tecnologías y los vehículos
que pudimos adquirir, y pésima escuela de relación con las máquinas para obreros y
técnicos noveles. Mientras nos han faltado tecnología y otros medios para establecer
industrias a partir de materias primas nacionales, numerosas industrias cubanas
dependen de materias primas importadas.
La necesidad de exportar más a áreas de moneda'convertible, para atenuar o resolver
parte de los problemas nacionales, no fue satisfecha, la parte de su azúcar exportada
al mercado libre por Cuba llegó a descender en un 25% en 1975-85. El déficit de la
balanza comercial creció sensiblemente desde 1984. El deterioro de los términos de
intercambio con países del CAME se tornó importante en los primeros años 80, y se
agravó desde 1986. El bajo rendimiento de los fondos básicos y la tendencia a débil
crecimiento de la productividad del trabajo completaban la evidencia de las grandes
limitaciones que tenía el modelo vigente, de crecimiento extensivo, bajos rendimientos
e intercambios externos distorsionantes. Pero factores de crisis en las finanzas
externas a mediados de los 80, y sobre todo la dinámica política, llevaron al país a un
viraje de consecuencias trascendentales.
El proceso político de rectificación de errores y tendencias negativas, iniciado en 1986,
se propuso combatir y erradicar las deformaciones de la transición socialista
provenientes de la amplia penetración de instituciones, influencia e ideas del llamado
socialismo real, sucedida durante los quince años prece-dentes. Pero no sólo eso. La
rectificación consistió también en el intento de enfrentar con métodos y soluciones
socialistas los problemas de la coyuntura adversa, a la vez que revisar a fondo la
estrategia, las valoraciones y las creencias acerca de la estructura y funcionamiento de
la economía y del sistema en su conjunto. El significado de esta lucha por profundizar
el socialismo estaba dado por su modo de actuar: convocar a la actividad del pueblo
organizado en defensa de sus intereses y de su proyecto. Sintetizo las características
principales de la rectificación, según sus definiciones públicas:
* ser un proceso prolongado de movilizaciones, persuasión, educación y re-
ducación, y no una solución providencial, administrativa o represiva. Esto implicaba:
reconocer el enraizamiento relativo de las deformaciones ideológicas y de los intereses
creados, y defender determinados métodos y negarse a utilizar otros, como condición
sin la cual nunca se producirán los cambios sociales e individuales socialistas,
* apelar a los valores creados por la Revolución, y a su proyecto de solidaridad
tan diferente al socialismo real, valores y proyectos que matizan las expectativas
personales y unifican a los diversos grupos sociales,
* mantener la política de que el régimen socialista es un puesto de mando sobre la
economía. No liberalizar las instituciones económicas, sino ejercer control estatal y
popular sobre ellas. Utilizar a la política socialista como única alternativa práctica capaz
de reconocer y enfrentar las coyunturas más difíciles y sacar adelante a la economía
cubana. Demostrar la falsedad de la antinomia entre socialismo y eficiencia,
* renovar y continuar la obra de la liberación nacional, por medio de: fortalecer la
base popular de la unión nacional, salvaguardar las conquistas sociales del pueblo,
abandonar la copia parcial del socialismo real y pensar con cabeza propia los
problemas, recuperar el proyecto original de la Revolución y la fuerza e identidad del
socialismo cubano, convocar a todos a expresarse y obrar, propiciar más unidad y
cohesión en defensa del sistema y de la independencia nacional frente a los Estados
Unidos,
* proclamar como objetivo la democratización socialista y luchar por ella, defender
el crecimiento sostenido y sistemático de la participación masiva de la población en el
conocimiento, en los controles y en las decisiones en todos los ámbitos de la sociedad.
Se produjo una gran ola de reanimación de las ideas y de enriquecimiento de la política
socialista, precisamente antes del estallido y la caída del sistema europeo oriental. El
rechazo a las combinaciones de burocratismo, mercantilismo y tecnocratismo que
regían en nombre de la ideología «socialista» de procedencia soviética preparó la
conciencia más reciente, la que sabe que la lucha es doble y simultánea: contra el
socialismo burocratizado que promueve grupos privilegiados posrevolucionarios,
autoritarismo, clientelismo, dogmatismo y desinterés, desmoralización y rechazo de las
mayorías, contra el socialismo mercantilizado que juega a ir ampliando instituciones e
ideología capitalistas desde el poder hasta que la imposición de las reglas capitalistas,
el lucro y la ambición desmantelen el régimen.
Las tensiones entre el deber ser de la rectificación expresado en la relación
precedente, y la política práctica y los comportamientos, intereses, ideas y
percepciones tan diversos de los actores reales, configuran el contenido del período
1986-89, con sus avances, detenciones y complicaciones del proceso. La caída
repentina, escandalosa y sin honra del socialismo europeo, con el descrédito
consecuente para las ideas y experiencias socialistas en todo el mundo, ha tenido
también consecuencias muy perjudiciales para Cuba. El súbito final de la bipolaridad y
unos Estados Unidos victoriosos y necesitados de predo
minio mundial ponen en grave riesgo la seguridad de Cuba. Amenaza recrudecerse la
política de violencia sistemática que es el bloqueo económico que ya dura 30 años, una
clara negativa a admitir la soberanía y la autodeterminación de los Estados más débiles
si no actúan como exijan los Estados Unidos. Se trata de aislar a Cuba, debilitarla en
su capacidad económica hasta la asfixia gradual, deteriorar su vida social cada vez
más, alentar de todas las formas posibles el descontento, el derrotismo y la
desmoralización. Que la propaganda y los estereotipos que se di-funden sobre Cuba
sean consumidos y repetidos hasta tornarlos de sentido común, combinado con el
aislamiento, las penurias, el deterioro de la capacidad de resistencia y de la voluntad de
resistir, son los procedimientos y los pasos por los cuales se consuma hoy la agresión a
la experiencia cubana.
La crisis de las relaciones económicas cubano-soviéticas se precipitó a partir de los
incumplimientos de suministros soviéticos y de las modificaciones introducidas por ellos
en las normas y prácticas de esas relaciones. El problema más grave y visible fue el del
combustible, porque Cuba dependía casi totalmente de la importación desde la URSS.
En 1990 se pactaron 13,3 millones de toneladas, pero sólo llegaron diez. Se pactaron
diez para 1991, y sólo suministraron 8,6 millones, pero lo fundamental fue el derrumbe
del último trimestre y la posición rusa de que los intercambios se rigieran por los
precios del mercado mundial.
La situación del resto de los suministros soviéticos fue mucho peor. Al comparar 1991
con 1989 se constata una contracción brutal: las importaciones totales descendieron a
un 30,3%, sin los combustibles no llegarían al 20%. Dos tercios de la reducción
sucedieron en 1991, cuando el incumplimiento en alimentos fue de más del 50%, las
materias primas, partes y piezas, y otros productos muy necesarios para la industria, la
construcción, la agricultura y el transporte casi desaparecieron. Cuba debió gastar,
además, más de 150 millones de dólares como parte de la transportación de un millón
de toneladas de mercancías que anteriormente trasladaba la URSS. En 1991 las
exportaciones cubanas a la URSS se redujeron a un 38% de las de 1989, después de
haber sido casi un 25% mayores en 1990 que en 1989. El impacto del fin precipitado de
unas relaciones externas principales durante tanto tiempo, que aumentaban hasta el
83% del total mun-dial de Cuba en 1985, solemnizadas y teóricamente planificadas
hacia el futuro, ha sido terrible para la economía cubana. En dos años las
importaciones totales se redujeron a la mitad y las exportaciones a un 38%. Muchas
industrias pararon por falta de materias primas o por ahorrar combustible. La
maquinaria y los insumos agrícolas, el transporte, la construcción, los servicios, han
sido muy afectados. Cálculos no oficiales dan un estimado de caída del producto social
global de alrededor del 25% en 1991. La gran obra de la central electronuclear,
conveniada con el CAME, tuvo que paralizarse, en ella y en otras obras cruciales para
los planes de desarrollo Cuba ha gastado miles de millones y el trabajo de
decenas de miles de personas durante años. La dependencia cubana de combustibles,
materias primas, manufacturas, equipos, piezas, alimentos, ha sido tan grande como
enorme es ahora el daño que nos causa su abrupto final.
Más allá de reconocer el obvio decrecimiento del producto económico y constatar sus
efectos durante 1992, no me parece significativo el resultado de medir los años
posteriores a 1991 comparándolos con los quince que les precedieron. La serie
histórica de la estadística formada por los años del poder revolucionario hasta 1974 es
sucedida por otra, la de los años en que Cuba estuvo vinculada efectivamente al
CAME. Ni siquiera tenemos certeza al cuantificar este segundo período, al menos
hasta que se conozca mejor el régimen de relaciones que determinó durante esa etapa
los precios de intercambio, la magnitud y los rubros de lo intercambiado, las estructuras
de coordinación económica, las transportaciones, la estadística económica, etcétera.
Por otra parte, una nueva etapa de la formación económica cubana está comenzando,
en la que la estrategia de desarrollo, las exigencias de la sobrevivencia, las
motivaciones de los actores, el papel de la inversión extranjera, entre otros factores,
registran diferencias notables respecto a la anterior.
Durante 1992 el comercio con los países europeos que pertenecían al CAME se redujo
a intercambios totales por valor de 830 millones de dólares, un 7% del que llegó a ser,
un millón de toneladas de azúcar por 1,8 de petróleo intercambiados con Rusia
constituyeron más de la mitad de ese comercio. En noviembre de ese año se firmaron
entre Cuba y Rusia acuerdos económicos que facilitan las relaciones comerciales a
precios de mercado mundial, se revisará la colaboración en la planta electronuclear y
en otros objetivos. El interés de ambos países, al parecer, favorecerá ciertas
relaciones, lo que aminoraría algo ef daño causado a Cuba por el abrupto final sin
compensaciones que ellas tuvieron, y le aportaría tiempo para la diversificación de sus
relaciones económicas, un elemento fundamental de su estrategia actual. La variable
tiempo resulta principal para el éxito de los esfuerzos cubanos, en ese como en otros
campos.
En 1992 las importaciones totales continuaron reduciéndose, su valor fue de unos 2
200 millones de dólares. Se importaron un millón y medio de toneladas de alimentos -el
10% del comercio físico total del país-, 6.100 000 toneladas de combustibles
significaron en valor casi el 40% de lo importado. En muchos productos sensibles los
precios han resultado más adversos para Cuba que los del mercado mundial: el trigo,
un 40% mayor, el petróleo, un 30%, el pollo, un 20%. Las exportaciones de azúcar
promediaron precios un 7% menores que los de 1990, y los precios del níquel
continuaron su actual tendencia a la baja. El bloqueo económico norteamericano
también ha hecho más adversos los precios internacionales para Cuba en las nuevas
condiciones que enfrenta. La producción azucarera alcanzó los siete millones de
toneladas, esfuerzo notable en la
rama que siguió siendo la principal aportadora de recursos al país. El níquel se sostuvo
bien -la producción aumentó un 8%, según fuente no oficial- a pesar de complejos
problemas de mercado, tecnología e insumos, y es campo de inversiones en busca de
mayor eficiencia y producción. Los cítricos, rama en que Cuba es productor mediano a
escala mundial, tratan de abrirse paso en las nuevas condiciones en asociación con
capital extranjero. El turismo siguió creciendo: respecto a 1991, los turistas aumentaron
un 32% y los ingresos un 37%, la rama aportó a la economía unos 400 millones de
dólares, casi el doble que en 1988. La industria médico-farmacéutica y biotecnológica,
en la que se han invertido más de 300 millones de dólares en 1988-92, ya ha
recuperado esa inversión con sus exportaciones, su anticolesterol PPG, sus vacunas
contra la meningitis meningocóccica y la hepa-titis B, entre otros productos, expresan
su nivel mundial y los logros de Cuba en el desarrollo a partir de las revoluciones
científicas y técnicas contemporáneas.
La producción de alimentos para el consumo nacional -estratégica para la sustitución
de importaciones, el bienestar popular y la seguridad nacionales el teatro de uno de los
mayores esfuerzos cubanos actuales, y el que más presencia tiene en la vida cotidiana.
La gran escasez de recursos ha afectado muy duramente a la alimentación animal, la
fertilización, la mecanización y la disponibilidad de herbicidas y pesticidas. La
producción de viandas y hortalizas es la más exitosa, con un 16% más en 1992 que en
1990, el sector estatal creció mucho más, mientras él campesino decrecía. En 1992
sólo se produce un 45% de la leche obtenida en 1989, la producción de carne también
decreció mucho. Otras producciones registran resultados diversos. Una extraordinaria
movilización sistemática de trabajadores urbanos voluntarios enfrenta el brusco
ascenso de la necesidad de fuerza de trabajo, grandes avances en organización,
utilización de bueyes, multiarados, producción masiva de biofertilizantes, biopesticidas
y semillas, son factores fundamentales de una batalla decisiva para el país.
La vida cotidiana se ha tornado muy difícil. Alimentos y otros bienes de consumo
importados, y productos nacionales de materias primas importadas, han sido víctimas
de la contracción, unos faltan del todo y otros muchos escasean. El transporte sigue
sufriendo sucesivos recortes ante la falta de combustibles, piezas y equipos, el servicio
de ómnibus en La Habana se redujo a un tercio. Un millón de bicicletas recientes, y las
que siguen entrando o produciéndose, cambian la fisonomía urbana. El consumo de
energía eléctrica está racionado severamente, con apagones programados. Los aires
acondicionados recesan, disminuyen los horarios de la televisión, la red comercial y las
actividades nocturnas, y se racionaliza el alumbrado público. Las medidas tomadas por
los órganos de dirección del país frente a los agravamientos de las dificultades han sido
una decisiva ratificación de la opción socialista. Consumos racionados en vez de
aumentos de precios, aumento estatal de la distribución equitativa, disminución de
actividades, laborales y paro sin dejar abandonados a los trabajadores afectados,
exigencia de austeridad a todos los niveles, enérgica acción judicial contra los
infractores, intangibilidad de los servicios gratuitos de salud y educación, y de la
seguridad social, configuran un cuadro insólito en el mundo actual, que fortalece al
sistema y a las convicciones socialistas.
Dos aspectos resaltan sobre todo en esta situación extraordinaria: el orden y el
consenso generales. Las medidas de racionamiento, reducción de servicios, etcétera,
se han ido tomando y cumpliendo muy ordenadamente, con informaciones precisas, sin
desorden ni irregularidades. Con laboriosidad y efectividad, sin estridencias, se llega a
decisiones respecto a recursos, actividades de producción y servicios, etapas. En la
práctica atenazada por tantas dificultades se está abriendo paso el antiguo reclamo de
eficiencia, con ostensible aumento de los niveles de responsabilidad, exigencia y
conciencia de los actores.
Existe una conciencia generalizada de que está en juego la vida del país y la manera
de vivir forjada entre todos. La dirección revolucionaria es identificada por la mayoría de
la población, a mi juicio, como conductora de los esfuerzos nacionales, de la política en
general y la defensa de las conquistas sociales, y de las transformaciones de
estructuras que resulten necesarias. Muchos miles de personas vuelven activo este
consenso al asumir con mayor eficacia sus responsabilidades, o al concertar sus
iniciativas y capacidades individuales para realizar esfuerzos sistemáticos tan diversos
como el trabajo voluntario agrícola o la invención o adaptación de productos y
procedimientos que solucionen problemas de la industria y los servicios. Sin acudir al
formalismo vacío y los rituales que han lastrado tanto nuestros lenguajes y prácticas en
muchos terrenos, la mayoría de la población relaciona sus estrecheces y acciones
cotidianas con los compromisos trascendentales de defender su patria y su proyecto
solidario y socialista.
Un conjunto de factores internos operan en sentido diferente, entorpecen o se oponen
al cuadro favorable apuntado arriba. Ante todo, ni el grado de desarrollo material y de
satisfacción de necesidades materiales y espirituales, ni el desarrollo real de muchas
instituciones de la sociedad y de las ideas relativas a ellas, se corresponden con la
enorme ampliación de las capacidades de las personas -sobre todo de los jóvenes- que
ha provocado la propia Revolución, ni con la consiguiente maduración relativa de
actitudes y relaciones propias de una cultura socialista. Esto es fuente de tensiones,
insatisfacciones, frustraciones y contradicciones. Las deformaciones y limitaciones que
la adopción parcial del llamado socialismo real trajeron al proyecto socialista cubano
agravan los efectos de las insuficiencias referidas arriba y, lo que es peor, pueden
confundir o hacer vacilar en la coyuntura actual respecto a la validez del socialismo
como vía para continuar, o a la necesidad de auspiciar formas efectivas y muy amplias
de participación popular precisamente para garantizar la continuidad del socialismo.
Por otra parte, dife
rentes motivaciones provenientes de las relaciones sociales en que están envueltos, o
de los grupos de los que forman parte, tienden a disgregar o a apartar del socialismo a
cierto número de personas. Los resultados pueden ir desde el alejamiento de las
definiciones y prácticas políticas, la identificación con actividades sociales o
especializadas que se oponen a lo político, hasta una gama de inclinaciones o
posiciones antirrevolucionarias.
La extrema complejidad y diversidad de los factores que he mencionado nos remite a
campos de la vida cubana que no son asunto de este texto. Pero es imprescindible
apuntarlos al menos aquí: la actividad económica no puede ser comprendida ni
ejecutada sino como parte de la actividad total de los individuos y las colectividades.
Esta forma un complejo social determinado, en cuya trayectoria puede resultar más
influyente o determinante en cada momento significativo un aspecto de la formación
social, que puede ser o no el económico.
La crisis ha sido enfrentada no sólo con medidas de emergencia, sino con una
estrategia ambiciosa. Más que sobrevivir, se busca viabilidad para combinar la
satisfacción de necesidades con la creación de un autoabasteci- miento alimentario y
con una reinserción progresiva en la economía internacional que permita comercio,
recepción de capitales y renovación tecnológica funcionales a la continuidad del
sistema socialista cubano. El aprovechamiento de los logros obtenidos por el país
-altos niveles culturales y técnicos, infraestructura, ramas productivas, investigación
científica aplicada, salud, gran cohesión social-, de recursos naturales valiosos, y de las
posibilidades que brinda el régimen social vigente, son factores cruciales en esa
estrategia.
Cuba está modificando muchas de sus instituciones económicas -y las jurídicas y
sociales que resulta necesario- en busca de adecuación a las nuevas condiciones. Por
ejemplo, las ramas del níquel, el acero, la aviación, la pesca, el cemento y algunas
otras operan con gran autonomía respecto a su actividad exportadora y los recursos
que obtienen, aunque bajo control del Estado y decisión suprema de este sobre sus
fondos. Se estimula a otras instituciones a buscar mediante actividad hacia el exterior
las divisas que les son necesarias. El comercio exterior, que se descentraliza, registra
relaciones con casi 3.000 firmas de 84 países. En octubre el gobierno comenzó una
reforma que incrementará en breve los precios mayoristas en no menos del 50%, la
reforma busca acercar esos precios a la media internacional para eliminar subsidios por
esa vía a las empresas estatales y establecer un nuevo criterio de eficiencia y
rentabilidad. El Ministro de Precios declaró que nunca habrá automatismo entre los
precios mayoristas y los minoristas, en defensa de la política social que hasta hoy ha
tenido la Revolución. El país se abre a la inversión de capital extranjero, un reto crucial
para el socialismo cubano. Quiero destacar siete características de este proceso de
asociación con empresarios extranjeros de despliegue reciente:
1. Las ganancias y los activos de la parte cubana pertenecen a la nación, no a la
empresa creada. Los recursos generados son distribuidos por el Estado en función del
desarrollo de esa actividad o de otras convenientes al país,
2. Los cubanos dirigentes en esas empresas no pueden disponer de ellas, son
asignados por el Estado y a él responden. Los trabajadores cubanos no participan de
las ganancias. Unos y otros mantienen los derechos y beneficios del sistema social
cubano,
3. Los inversionistas extranjeros reciben numerosas facilidades, por ejemplo, la
exención de impuestos sobre ingresos brutos y la libre remisión al exterior de sus
utilidades. Hay pocas restricciones previas, las regulaciones van estableciéndose sin
prisa y pueden ser casuísticas,
4. Los logros del país relacionados arriba, más el orden y la estabilidad social, la
responsabilidad y honestidad de la parte cubana, constituyen ventajas adicionales para
el inversionista,
5. Cuba trata de proponer la asociación donde entiende que es más conveniente a
sus intereses nacionales: turismo, industria básica, sideromecánica, materiales de
construcción, textiles, agricultura, industria farmacéutica son las ramas principales en la
actualidad,
6. Los objetivos fundamentales buscados son: mercados, divisas, mayor
aprovechamiento de recursos, tecnologías y organización de la producción más
avanzadas, insumos. Cuba ofrece en cada caso los elementos propios que resulten
significativos,
7. Existe gran interés en muchos países por los negocios con Cuba, aunque es
contrarrestado activamente por el gobierno de los Estados Unidos con medidas de
recrudecimiento de su ilegal bloqueo económico y con presiones sobre empresas y
países a lo largo del mundo. \
La actitud norteamericana implica una clara elección: ahogar al socialismo cubano más
bien que apostar a su erosión a mediano plazo. Se oponen así incluso al interés de
empresarios de su país, y a las subsidiarias norteamericanas que han más que
triplicado sus compraventas con Cuba en los últimos años (718 millones de giro
comercial en 1991 según el Departamento del Tesoro norteamericano).
El control que tiene el régimen cubano sobre la economía nacional, el lugar y el papel
que le toca a la economía en las ideas dominantes en el país, los mecanismos y ciertos
avances logrados en cuanto a planificación del desarrollo, operan fuertemente a favor
de una reinserción exitosa en la economía mundial. La capacidad negociadora de Cuba
se potencia por la concentración de sus recursos, sus fuerzas y sus objetivos. Una
inserción dirigida, organizada, le evita al país la suerte que correrían la economía y los
recursos de una pequeña nación de pasado neocolonial si son disgregados y
sometidos por el capitalismo internacional. Riesgo incomparablemente más grave
cuando se sufre el súbito desplome de las reía-
ciones económicas internacionales fundamentales, como es el caso cubano. La
coyuntura sigue siendo, sin embargo, crítica. Se anuncia un 1993 por lo menos tan
duro como 1992, o peor, con una producción azucarera menor, los mismos factores
adversos de precios y otros, y más fuerte bloqueo norteamericano. Se va haciendo
claro que es necesario un tiempo prolongado para superar esta etapa, aunque las
nuevas experiencias y la autoconfianza que aporta la sobrevivencia favorecen al
proceso. Se acumulan también, en sentido contrario, factores negativos.
La distribución y el consumo basados en el racionamiento y en los principios socialistas
son atacados duramente por la gran escasez de productos y servicios y el consiguiente
exceso de circulante. El complejo de actividades ilícitas que ya existía, para extraer
productos y servicios de la economía socialista hacia consumos individuales, ha
crecido, y también el mercado negro crece, mas no sólo sucede eso.
En la capital y en otros lugares del país crecen las actividades económicas operadas
mediante dólares. Productos y servicios que en muchos casos son escasos o
inexistentes para la población se ofrecen en esa esfera, miles de cubanos trabajan
directamente en ella y otros muchos reciben sus influencias de las más diversas
maneras. Nuevas relaciones sociales se establecen alrededor de estas actividades
económicas dolarizadas, y muchas personas van variando las ideas que tienen acerca
del consumo, el status, la retribución al trabajo, la eficiencia, el papel del Estado, la
organización económica de la sociedad, con tendencia al alejamiento de las ideas que
hasta ahora han sido dominantes en esos campos.
Un complejo de actividades lícitas e ilícitas -las fronteras son además imprecisas-
ligadas a la esfera dolarizada debilitan el papel de la distribución estatal de productos y
servicios, alimentan el mercado negro, deterioran el poder adquisitivo del peso cubano
y por tanto el significado material y moral del ingreso obtenido en esa moneda, y
erosionan en alguna medida la confianza en la economía socialista. La cuestión es más
grave y compleja por estar íntimamente vinculada a las prácticas mediante las cuales el
país está enfrentando con éxito la súbita desaparición de sus relaciones económicas
internacionales fundamentales y sus consecuencias tan negativas.
Las estrechas relaciones que existen entre sobrevivencia, viabilidad y naturaleza del
sistema resultante -como planteábamos al inicio- se dan también entre los problemas
que esos tres procesos confrontan. La falta de decisión podría comprometer esfuerzos
fundamentales, pero tan cierto como eso es que pasos erróneos en materias
esenciales comprometerían el futuro de la sociedad como un todo. Por tanto resulta
hoy imprescindible la reafirmación del carácter planeado del socialismo y del papel
decisivo de la participación.
La situación cubana presenta una disyuntiva ante la estrategia que se ha puesto en
marcha y los eventos y realidades que ella debe forzosamente producir: promover
efectos inducidos por la conjunción activa del pueblo y el poder en
defensa de la continuidad socialista, o esperar efectos producidos por el curso de los
acontecimientos con la esperanza de que resulten positivos para el país. En mi opinión,
la primera opción es la acertada. Y ella exige que la información y el debate cumplan
sus papeles de multiplicadores de la fuerza masiva, conciente y organizada sin la cual
no es posible que la transición socialista prevalezca.
La proliferación de la economía mercantil lo erosionaría todo si no operan a favor del
socialismo mecanismos extraeconómicos fundamentales. La participación popular
calificada en la economía y en todos los terrenos de la sociedad, y un poder socialista
muy fuerte y cohesionado que mantenga el rumbo y utilice a las nuevas instituciones y
relaciones como instrumentos de la transición socialista y no como sus enterradores,
son los elementos indispensables.
Resulta muy significativo que al terminar bruscamente la etapa cubana de desconexión
relativa permanezcan dominantes, a pesar de la crisis, las características
fundamentales de esa sociedad: un poder muy fuerte y movilizador, de consenso
mayoritario y participación muy organizada, y un proyecto muy enérgico de mantener el
régimen socialista de liberación nacional. La acumulación social - económica, política,
ideológica- que ha realizado le permite defender su soberanía y seguridad nacionales,
sus políticas públicas de desarrollo de la calidad de la vida y la cultura, y los intereses
de su economía nacional, con cierto número de variables a su favor, una notable
cohesión interna y bastante capacidad negociadora.
Para un plazo que transcurrirá sin remedio pueden irse adelantando nuevas
interrogantes centrales: ¿Cómo sucederá la integración paulatina de Cuba a una
economía internacional que está dominada en sentido general por el capitalismo
transnacional y su ideología? ¿Qué efectos tendrá ese proceso sobre su régimen
socialista? ¿Podrían desarrollarse las transformaciones estructurales necesarias y la
continuidad del fortalecimiento de la cultura de vínculos solidarios, socialista, de
manera que esta última controle y se sirva de las primeras?
Puedo parecer especulativo, y en Cuba hay tales urgencias y dificultades en este
momento, y tantos trabajos, preocupaciones, convicciones y esperanzas, que parecería
lícito posponer la reflexión sobre aquellas interrogantes. También es probable que al
reflexionar y al actuar sobre problemas más cercanos, contribuyamos entre todos a
cambiar a nuestro favor en alguna medida los datos de los problemas más mediatos.
Estimo, sin embargo, imprescindible para el socialismo cubano plantearse sus
problemas perspectivos desde ahora, como garantía de llegar a tiempo a ellos y de
resolverlos acertadamente.
También en este campo es Cuba un laboratorio inapreciable acerca de las posibilidades
del socialismo de ser la alternativa para los pueblos. Ayuda a la vez a la tarea
indispensable de seguir pensando, entre todos los latinoamericanos, qué naturaleza
tendrá la sociedad hacia la que pretendan ir los movimientos y las luchas populares,
dado que las sociedades capitalistas existentes son desoladoras.
Opino que a los proyectos y a los procesos populares de liberación se les va a hacer
cada vez más clara la necesidad de construir campos culturales y vínculos solidarios
socialistas contra el campo cada vez más totalitario del capitalismo transnacional. Las
experiencias cubanas -y entiendo que no sólo ellas- muestran que las vías para la
superación del férreo determinismo económico que hoy parece reinar contra toda
esperanza de las mayorías no dependen solamente de los indicadores y las iniciativas
económicos, e incluso que estas iniciativas económicas tampoco cumplirán sus
objetivos si se basan sólo en las condicionantes y las normas económicas. El reto está
en que los movimientos y las sociedades organizados e inspirados en fines de
liberación y de solidaridad sean capaces de ir más lejos y de “dar más” de lo que las
circunstancias y las posibilidades parecen permitir.
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La Habana, dic. 1992. Cuadernos de Nuestra América, vol. X, enero-junio 1993
Detrás de la aparente simpleza de la petición percibo un reto tremendo a mis
sentimientos y a mis juicios. Lo usual en la historia es que sólo algunas generaciones
viven cambios sociales e individuales tan profundos y abarcadores que luego quedan
registrados en las crónicas y en la Historia como revoluciones; las demás generaciones
viven sus vidas, tan llenas de sentido como las de aquellas, pero marcadas sólo por
evoluciones, modas y sucesos. He tenido la dicha de vivir uno de esos formidables
acontecimientos históricos en la adolescencia y primera juventud; y también de vivir
con intensidad las delicias, los dolores, los proyectos y angustias de su permanencia
durante décadas -su conversión en modo de vivir y en estructuras a escala de una
sociedad-; esto es, de vivir la vida en ella.
El mundo cambiaba cuando sucedió la Revolución cubana, aunque sólo adquirió ese
sentido para nosotros como pueblo cuando hicimos aquí el gran cambio revolucionario.
Si hay una expresión breve para decirlo es “los 60” Ahora se percibe, se dice o se
piensa que el mundo cambia otra vez, pero sin que casi nadie se alegre. Claro que todo
el mundo -o casi- está viviendo los cambios y se dispone a vivirlos, pero las actitudes
se parecen mucho a la resignación o al más estrecho pragmatismo. El mundo de estos
cambios no parece hecho de la materia que luego abuelos orgullosos les contarán a
nietos admirados. Yo los vivo, nosotros los vivimos, desde el mar de experiencias y la
gran cultura política de los cubanos, desde el inmenso cambio cultural que sucedió en
Cuba. Poder decir “nosotros" es un logro maravilloso en el mundo actual, en que la
cultura que se promueve es la de la indiferencia ante la suerte de los demás, la cultura
de la fragmentación, del miedo y de la resignación. Frente al gran capitalismo mundial
somos “nosotros”. Pero no somos ciegos ni sordos; no lo soy. Ahora mismo, en nuestro
país, en nuestras casas, en nuestras mentes y sentimientos, estamos envueltos en una
descomunal pugna de valores. La cultura socialista, la de la solidaridad entre las gentes
y el poder redistribuidor justiciero de las riquezas sociales se bate muy arduamente en
todos los terrenos. Audacias y prudencias, aciertos y errores, mezquindades y
heroísmos, trabajos y afanes de lucro, orgullos y desconsuelos, suceden todos en un
país que tiene mas posibilidades de salir adelante como sociedad justa en busca de
felicidad que la mayoría de los países del mundo, pero a la vez suceden cerca del
borde de
un oscuro remolino. Empecé a responder desde el mundo de hoy a esta invitación al
recuento, por muchas razones. Los juicios acerca del significado cultural de la
revolución están muy influidos por el medio en que se vive, por las vivencias y la
historia de cada uno, por la ideología que se comparte. Sin embargo, hay un núcleo de
hechos en que todos vemos expresado y representado el esfuerzo nacional
revolucionario, los rasgos y la continuidad del proceso, al que es obligatorio referir los
juicios. De ahí en adelante es que aparecen las selecciones de asuntos, los enfoques,
las posiciones, las interpretaciones. Mis comentarios serán resultado de la interacción
de ambos órdenes de realidades, “subjetivas” y “objetivas”. Y a la vez -somos
empedernidos- tienen la huella de una visión de futuro.
El poder de la actuación contra los límites de lo posible fue el primer gran cambio
cultural, y ha sido uno de los más trascendentes. Toda revolución es una victoria contra
los límites de lo posible; la cubana tuvo ese carácter en proporción extrema. Un pueblo
que tenía en gran estima al destino pero no a las iglesias, al que le habían exacerbado
la propensión a esperar mucho de la suerte, se encontró de improviso con sus propias
fuerzas, y las ejercitó con entusiasmo y voluntad ejemplares, y con inagotable
optimismo. El nuevo himno, de raíz tan popular, expresó el cambio de los premios:
“Que Cuba premiará nuestro heroísmo”. El cambio de sí mismos logrado por los
cubanos fue el fruto principal de tanto esfuerzo, y de violentaciones extraordinarias en
tantos órdenes de las relaciones, las ideas y la sensibilidad de las personas, y hasta en
aspectos de las personalidades.
La revolución convirtió el presente en cambios y el futuro en proyectos. Esta alteración
tan profunda de los sentidos del tiempo -y la multiplicación efectiva de los actores de
los eventos- transformó la cotidianeidad de tal modo que hasta ahora sólo las formas
artísticas han podido trasmitir eficazmente la gesta a los que no la vivieron. Además,
duró bastante tiempo; su prolongación garantizó el cambio de la manera de vivir, de los
resultados de la reproducción de la vida social y de las instituciones básicas del país.
Para lograr esto fue imprescindible una prolongada unión de los dos impactos
principales de las revoluciones: el libertario que se desata, permite vencer y hace
posible los cambios, y el de poder revolucionario que da cauces, garantiza y organiza.
Sucedió un hecho colosal: la toma de posesión del país por parte de la gente, y la
pérdida del respeto a la propiedad privada. Los comuneros no se detuvieron esta vez a
la puerta de los bancos. Es imposible exagerar la importancia de eventos como estos.
El ejercicio de comportamientos masivos y la conciencia creciente de cientos de miles
de protagonistas fue la condición y la consecuencia. El armamento general del pueblo
fue la agencia principal de proletarización en un momento dado, en una fase crucial
para el proceso. Pero la revolución exigía incontables revoluciones. La cuestión agraria
no podía resolverse con una reforma agraria, sino con una revolución agraria. La
situación de los cubanos ante los saberes reconocidos y ante las capacidades
imprescindibles para tomar posesión del país y avanzar sólo podía tornarse favorable
mediante una revolución educacional. Había que asumir la dirección de todas las
empresas económicas, relacionar a la ciudad y el campo, violar los arcanos de la
economía. Y lo más complejo era que estas revoluciones debían alimentarse unas a
otras, acompañarse y darse apoyo.
Entonces la originalidad y la creatividad se pusieron de moda, y ocuparon puestos
clave en la cultura. La modernización y la civilización eran un sueño que se comenzaba
a hacer realidad, pero ellas solas no podían ser la revolución. En realidad, la
modernización y la civilización sin apellidos no pasan de ser puestas al día o fases
nuevas de la dominación. Ahora se trataba de la liberación, y para ella tuvieron que
desatarse todas las fuerzas, estallar los límites de lo posible, romperse las leyes de la
geopolítica y consumarse una gigantesca herejía.
El respeto a los órdenes de jerarquías establecidos es la conducta “normal”, de las
mayorías subalternas. La revolución destrozó el orden jerárquico en Cuba. La
liberación de ese dominio usualmente sutil fue una conquista maravillosa. Como tenía
que ser, se impuso el igualitarismo, basado en las nuevas realidades. Frente a los que
niegan la virtud de ese hecho, yo proclamo: bienaventurados los pueblos que logran
hacer común el igualitarismo. Un nuevo pacto social se consumó a partir de la
sistematización del reparto de la riqueza social y de la sed de participación y de
organización de las mayorías; ese pacto está en la base del poder político. Surgió un
Estado muy fuerte, primordial para el bienestar y los derechos de las personas y con
muchas más tareas que sus antecesores, se fue abriendo paso un monolitismo
consensuado, e incluso una coalición política y social de moderado autoritarismo. El
orgullo de ser cubano ha sido tan inmenso como generalizado. El fuerte nacionalismo
previo se llenó de nuevos contenidos por la combinación decisiva de la revolución
cubana: justicia social con liberación nacional. La identidad nacional se ligó
íntimamente al socialismo. Una expresión fundamental de esa novedad cultural es el
internacionalismo. Por su masividad, las experiencias de su práctica, la limpieza y la
constancia con que Cuba lo ha ejercido, el internacionalismo cubano es uno de los
logros humanos de esta segunda mitad del siglo. ¿Cómo evitar que una revolución tan
profunda no incluya, para la mayoría de los individuos, desquiciamientos muchas veces
dolorosos, que no implique desgarramientos y traumas? Se trata de modificaciones y
violentaciones de lo esperable, de retar incluso al sentido común. No todos los cubanos
participaron en los cambios, o los aceptaron. En los primeros años cierto número de
personas se opuso activamente a la revolución; muchos de ellos no eran afectados,
sino beneficiarios potenciales de ella. Cerca de un millón de personas ha emigrado de
Cuba en estos 40 años -un monto inferior a los de República Dominicana o Puerto
Rico, de menor población-; la inconformidad
con la revolución, o con aspectos de ella, ha sido un factor muy importante de
emigración hasta hace unos años. Durante décadas, la norma fue la negación
ideológica mutua, y la manipulación contra la revolución de la comunidad formada en
los Estados Unidos, la primera de gran magnitud en nuestra historia. La situación ha
ido cambiando; hoy la motivación principal del emigrante cubano es económica y los
destinos se han diversificado; y hay más comunicación, relaciones entre familiares,
comprensión y otros nexos entre la comunidad en los Estados Unidos y Cuba. En todo
caso, la discordia entre ambos países no deja de condicionar las relaciones entre la
comunidad de emigrados y la tierra natal.
La intolerancia, el autoritarismo, el dogmatismo, la arbitrariedad, la falta de fraternidad,
han estado presentes en nuestro proceso, y han causado daños que siempre son
serios, por la injusticia que entrañan, negadora de la esencia de la revolución. Los han
sufrido -entre otros- cubanos religiosos, u homosexuales, y también irreligiosos y
heterosexuales. En esto, como en todos los temas anteriores que aludo, existe una
historia que enmarca variaciones negativas o positivas, proporciona conocimientos y
ayuda a buscar explicaciones.
No debo alargar este texto. Menciono apenas entonces asuntos tan importantes como
la conversión del mérito en la medida del aprecio social de cada individuo. El malestar y
el rechazo que sigue provocando la violación de esa norma da idea de su valor y su
arraigo. O el grado tan alto que se ha alcanzado de pacificación de la existencia
personal y familiar. O el peso de la actividad social y política a la escala de las
comunidades, como ámbito de la fraternidad y el ejercicio cívico, en un país sin gran
peso de las comunidades previas. Con el tiempo, logros que fueron prodigiosos
pasaron sencillamente al mundo de las costumbres. Ese resultado decisivo de las
revoluciones -que se impone incluso a sus caídas, retrocesos y finales- ha llevado a
veces a quienes no saben ver, a criticar a las generaciones recientes su supuesta
ingratitud e incapacidad para comparar la vida con el pasado.
Los enemigos de una liberación local enfrentada a la época de mu,ndializacio- nes
sucesivas que es el capitalismo nos han mordido y nos muerden sin tregua, desde el
inicio hasta hoy. El Manifiesto Comunista pintó hace siglo y medio el carácter a la vez
maravilloso y terrible de los avances de la cultura dominante en el mundo bajo el
capitalismo. Conocemos bien el cuadro actual y entrevemos un futuro cada vez menos
maravilloso y más terrible, si no ganan terreno las rebeldías, y se radicalizan y
articulan. Hoy se reducen las diversidades -desde las semillas hasta los productos de
baño-, bajo el signo de la dominación del capital transnacional y el dinero parasitario.
En consecuencia, la manida pérdida de espacio para las culturas nacionales en
realidad se refiere a las de los países que ya ni siquiera se quiere llamar
“subdesarrollados”, esto es, los neocolonizados de siempre.
Los cubanos hemos vivido la angustia del siglo: la necesidad de la revolución mundial
anticapitalista cuando se vive la realidad de la revolución anticapi
talista en un país, y en este caso en un pequeño país. Hemos vivido las inferioridades
de la economía, y de las capacidades económicas de las personas, frente al proyecto,
a las propuestas más específicas y a las necesidades, deseos y representaciones de la
sociedad y los individuos que han asumido el socialismo y el comunismo. Y hemos
sufrido nuestras insuficiencias en tantos terrenos: cuadros, sistematización de las
actividades, decisiones acertadas, formas de gobierno, ideologías, capacidad para
aceptar las diversidades dentro del propio campo revolucionario. Una
sobredeterminación siniestra ha afectado la vida de estos 40 años: la enemistad activa,
descarada y sistemática de los Estados Unidos, el campeón del capitalismo mundial.
Aunque nunca ha conseguido su objetivo, la acción imperialista nos ha perjudicado
gravemente de mil maneras, desde la reproducción material de la vida y la actividad
económica internacional, hasta en la creación de relaciones e instituciones de una
nueva sociedad socialista.
En estas décadas, la cultura cubana enfrentó también otra influencia externa que tenía
intención subordinadora. Todo fue más complejo en este caso, porque se trataba de la
poderosa Unión Soviética, que tuvo tantos lazos con el pequeño país liberado. Además,
a lo largo del siglo hubo muy estrechos vínculos entre la existencia del gran Estado
-después cierto número de Estados- que se reclamaba socialista y comunista, las
revoluciones de liberación anticapitalistas, de las cuales la primera fue la gran
revolución bolchevique, la existencia de organizaciones variadas de izquierda en todo
el mundo -entre ellas lo que se llamó el movimiento comunista internacional-, y las
ideas marxistas asumidas o desarrolladas por simpatizantes o militantes políticos de
izquierda. En ese mundo se movió Cuba, el país de la primera revolución socialista
autóctona de Occidente, durante 30 años, sin dejar de ser una de los protagonistas
revolucionarios del llamado Tercer Mundo. La herejía cubana impactó a ese mundo, y
ese mundo influyó mucho en Cuba. Esta apasionante y difícil historia atañe a los
objetivos, los métodos y las creencias de nuestra revolución, y a sus diversidades
internas. Sus efectos fueron siempre muy importantes, y sus consecuencias tienen
peso hasta hoy.
La prodigiosa acumulación cultural de la revolución fue el valladar que evitó que la ola
gigantesca levantada hace una década nos envolviera y ahogara. Bien visto, el final
bochornoso de los “socialistas reales” y la estampida de los parientes y amigos
desconsolados dejó más limpio el campo ideológico. Cuba padeció una tremenda crisis
económica, de efectos en gran parte vigentes todavía; pero la cohesión social y la
abnegación y disciplina de la mayoría fueron decisivas. El pueblo y la máxima dirección
política se unieron en la defensa de la manéra de vivir que ha regido y en la esperanza
de salvarla en medio del proceso abierto de reinserción de Cuba en el mundo existente.
Esa manera de vivir se encuentra en riesgo, de un nuevo modo respecto a los peligros
vividos antes. Cuba enfrenta sobre todo el riesgo de ser reabsorbida
por el modo de reproducción capitalista, que con sus variantes es el modo dominante
en la realidad mundial. Estamos envueltos en la guerra cultural que libra el gran
capitalismo a escala del planeta, para homogeneizar la información consumida, la
opinión pública y hasta parte de los sentimientos de poblaciones con-vertidas en
público. Su fin es que todos aceptemos que la única manera posible de vida cotidiana
es la que obedece las reglas del capitalismo, y que estas reglas son el deber ser de la
vida ciudadana. Sólo de ahí en adelante es que las diversidades son admitidas, y hasta
estimuladas en ciertos casos. No lo hace por capricho. En su fase actual, el capitalismo
no puede evitar, por su naturaleza, excluir de sus procesos a gran parte de la población
mundial. No es la economía a secas la que no puede satisfacer ni elementalmente a
miles de millones, ni puede evitar agredir al medio en que vivimos: es la economía
capitalista dominante. Sin reformas que amplíen capas medias y brinden bases
sociales, la lucha burguesa por mantener la hegemonía tiene la cultura por teatro
principal.
Cuba tiene muchas cartas a su favor para defender la manera de vivir socialista, y
también muchas debilidades. A favor tiene el saldo de esa gran aventura de la que he
hablado, iniciada hace más de 40 años: los gigantescos cambios culturales de nosotros
mismos y del país. No basta que existan, hay que levantarlos, y mantenerlos vivos y
actuantes. Cuando se retrocede o crece el cansancio, o se buscan oscuramente
justificaciones, se apela a disminuir o depreciar aquellos cambios fundamentales. Es
necesario considerarlos exageraciones o errores, para que su época pueda llegar a ser
considerada un paréntesis. Cuba tiene a favor las capacidades de sus individuos,
muchos de sus hábitos y de sus iniciativas, la relación fuerte entre ellos y el liderazgo y
las instituciones formadas por la revolución, la identificación de la revolución con la
soberanía y la justicia social. Tiene riquezas e instrumentos válidos para desarrollar la
economía al servicio del pueblo; sus fuerzas propias y su enorme prestigio
internacional le dan capacidad de resistencia y de negociación en el mundo actual, y
también de asociación. En contra tiene las graves insuficiencias a las que me he
referido, y los errores, malformaciones y prejuicios acumulados. Esos factores se
potencian en la coyuntura tan desfavorable y ya prolongada de los años 90. Además, el
carácter de los cambios estructurales en curso incluye la introducción hasta cierto
punto de relaciones capitalistas. Ellas no tienen que ver sólo con la economía: crean
nuevas diferencias por el ingreso y diversidades sociales, forman constelaciones
sociales interesadas, afectan a las expectativas de millones y aportan efectos de
demostración, estimulan amarguras, frustraciones e indiferencia. La tentación de
adecuarse está presente por dondequiera. No sólo los compor-tamientos, el lenguaje
también denota las tensiones y la ofensiva promovida por los cambios. Los cubanos
estamos participando en una formidable lucha de valores que enfrenta a la solidaridad
y las representaciones y consensos del mundo del “nosotros” con el individualismo, el
egoísmo, el afán de lucro, y también con nue
vas expectativas y nuevas nociones de éxito. Esa pugna condiciona a las asunciones y
rechazos culturales. Esta larga historia, ¿será sólo historia? ¿La revolución cubana es
cosa juzgada? ¿Está cerrado el ciclo revolucionario? La revolución rompió
dominaciones inmensas y profundas y los cubanos se cambiaron a sí mismos y al país.
La riqueza y el saber fueron más repartidos, y la libertad se volvió parte de la
personalidad. Después el proyecto original tuvo que ser recortado, y aunque se
cosecharon avances en la vida cívica, y logros inmensos de bienestar, capacidades e
internacionalismo, se acumularon también graves defectos y debilidades, antes de esta
década. No hemos podido cambiarnos a nosotros mismos una y otra vez, esa
necesidad básica para avanzar hacia el fin de todas las dominaciones y hacia las
asociaciones de productores libres, aunque hemos conseguido la extraordinaria proeza
de mantenernos. La crisis de los noventa nos pone ante la disyuntiva de esperar por los
resultados de la economía, o utilizar las fuerzas que sí tenemos para forzar a las
realidades en que vivimos a dar resultados superiores a lo espera- ble de su mera
reproducción.
Estimo que la segunda es la opción viable para el socialismo cubano. Y que ella sólo es
posible mediante acciones concientes organizadas, que movilicen a aquellas fuerzas,
en busca de sus intereses, sus ideales y su proyecto. Un signo positivo de la actualidad
es la importancia que se está dando a la cultura. Siempre ha sido la cultura, además de
campo de identidades, traslados y permanencias, el medio fundamental de creación, de
elevación sobre los raseros mezquinos de la reproducción inmediata de la vida. En
nuestra situación no basta con explicarnos las razones de esa preeminencia. De lo que
se trata es de no errar, de apoderarnos y heredar toda la cultura desde la revolución,
sin “olvidos”, mentiras, simplificaciones ni discriminaciones, de identificar lo esencial, de
reconocer y promover las diversidades y buscar una instancia superior de unidad
nacional. Una instancia que sea hija de nuestros saberes y sensibilidades, y de
nuestras experiencias de luchas de clases. De contribuir a la elaboración de proyectos
más revolucionarios que los que han existido, porque a estas alturas sólo la radicalidad
será pragmática y eficaz.
Y aún acertando, todo será dificilísimo. Por eso pienso que la cultura puede servir más
si es teatro de la multiplicación de los actores y lugar de reconocimiento de las voces, si
anuncia que la participación de masas será la garantía del socialismo y la posibilidad
de seguir batallando por la utopía, si es capaz de convocar a todos. En ese servicio
encontrará goce y asuntos que reafirmen su superioridad a la hora de darle un sentido
más trascendente a la vida y a la búsqueda de bienestar y felicidad.
Ponencia en el Taller 40 años de Revolución. Casa de las Américas. Enero de 1999
TEXTOS SOBRE ELCHE
101
He tratado de seleccionar sólo algunos elementos al abordar el pensamiento y la
práctica del Che Guevara, porque pienso que este tema es demasiado grande para una
exposición breve, y que lo mejor entonces es tratar de hacer una contribución que sea
útil para el debate. Los años 60 se nos presentan hoy como algo que hay que
recuperar, no solamente recordar, y no es lo mismo recuperar que recordar. Los 60
fueron olvidados de manera metódica, laboriosa e intencional. Quisiera entonces
empezar, en cuanto al Che, refiriéndome al mito. El mito del Che apareció enseguida,
en cuanto él murió, y se apagó pronto. El Che fue la expresión suprema de los años 60.
Era la imagen de los 60, como nadie, como ninguna otra persona, y desapareció
físicamente en medio de esa etapa. El mito del Che se benefició mucho del ambiente
de exaltación y de protesta ante lo establecido que se había extendido tanto. Además,
su imagen como persona era muy hermosa, el Che fotografiaba maravillosamente bien,
y en ese tiempo la imagen empezaba a hacerse tremendamente importante. Ya nunca
más la música fue como antes de los 60, por ejemplo; ya la música quedó para siempre
relacionada con la imagen, con la luz, con el color, y no solamente con el baile de los
jovencitos.
El mito del Che desapareció enseguida porque fue imposible adecuar al Che a la
dominación, y los poderes dominantes volvieron a fortalecerse en el mundo después de
los 60. Un mito puede servir a la ideología de una clase dominante, siempre que le
permita a las clases dominadas sentirse bien, sea mediante una autoidentificación
compensatoria, una sensación de bienestar o una exaltación, sea mediante la fiesta, el
delito 1Q2 común, o cualquier otra cosa. De esa manera se sigue siempre bajo el
control de la clase dominante, pero los implicados se creen un poco más libres. El mito
el Che no era funcional, el Che era inadmisible, por esto pienso yo que lo
desaparecieron: era muy subversivo. Desde todas las posiciones existentes entonces
hubo participación en su desaparición, aunque la verdad es que las razones, las
motivaciones para colaborar en esa maniobra fueron muy diferentes. Las
características inaceptables del Che, muy sintetizadas, las veo en cuatro aspectos:
1- dedicó su vida y su pensamiento a la lucha por la liberación total de las
personas, y en él vida y pensamiento eran absolutamente concordantes.
Eso es tan inusual que se rechaza, por reflejo defensivo;
2- era un político que practicaba una ética congruente con su objetivo vital, y
proponía esa ética como fundamento de la política;
3- él encarnó la primacía del proyecto sobre el poder en el proceso revolucionario.
Voy a volver sobre el problema de las relaciones entre el proyecto y el poder;
4- el pensamiento que el Che produjo y la corriente que alimentó con él y con su
vida son sumamente útiles para combatir a fondo y con eficacia a la dominación
capitalista; y también lo son para una recuperación anticapitalista y comunista del
socialismo.
Ha habido dos tipos de dominación en este siglo XX, y tengo que tocar el tema aunque
sea de pasada, para situar lo que pienso del Che. Uno, el más importante, el que
predomina todavía, es la dominación del capitalismo imperialista, el de la expansión
colonial y neocolonial, sobre todo neocolonial, que es la manera fundamental de
universalización del capitalismo. A lo largo del siglo este sistema ha aumentado sus
capacidades en los aspectos fundamentales del funcionamiento de la formación social,
en las regiones centrales en que domina y desde las que se expande. A la vez, sus
mecanismos de dominación han forzado a las demás sociedades -en grados y formas
diversos- a subordinar el desarrollo o no de sus capacidades, las estrategias, los
campos y los fines de esos desarrollos, a los intereses supremos del capitalismo
central. Este ha sido protagonista además, a escala universal, de los eventos más
salvajes, despiadados y crueles del siglo, contra la vida humana y los derechos más
básicos de las personas, de etnias, comunidades y países. Su tipo de organización
económica y social es profundamente agresivo contra el medio en que vivimos, al
punto de colocar ya en riesgo a la sobrevivencia humana en el planeta. Atendiendo a
las tendencias dominantes, caracterizo a la dominación capitalista en la actualidad
como trasnacional en la economía, democrática en la política (controlada en lo interno,
y en muchos países tutelada desde el exterior) y totalitaria en la ideología y la cultura.
Esas son las formas fundamentales de esta dominación. ^
Ha habido otro tipo de dominación también en este siglo XX, que es el del llamado
socialismo soviético. Los rasgos internos principales del proceso que lo originó fueron:
primero, el fin de una gran revolución anticapitalista en lo que fue el imperio ruso, y el
establecimiento de un régimen postrevolucionario que abandonó los objetivos del
bolchevismo y ejerció la dictadura abierta de un grupo sobre la sociedad; después, el
triunfo de un gran poder estatal en un enorme país que consiguió ser muy poderoso,
trató de realizar importantes modificacio-
nes modernizantes y terminó en un estancamiento generalizado. También
caracterizaron a la revolución bolchevique y al régimen que la sustituyó la necesidad de
enfrentar las. agresiones de potencias capitalistas, librar una de las guerras más
terribles de la historia, y participar durante 50 años en confrontaciones y coordinaciones
internacionales entre grandes potencias. Alrededor de esa otra forma de dominación se
generó un confusionismo inmenso. ¿Por qué? Porque el Estado y el poder que la
representaron, -ligados en su origen revolucionario a una pretensión de organizar la
lucha anticapitalista a escala mundial- han tenido nexos, impulsado o influido en
multitud de organizaciones ligadas a innumerables acciones contra el capitalismo y el
colonialismo, o al menos contra malos gobiernos; luchas o resistencias que sucedieron
en el mundo durante más de medio siglo. Y han influido notablemente en las ideas a lo
largo de ese período.
Esas realidades crearon una complejidad muy grande, que aumentó cuando después
de la Segunda Guerra Mundial un grupo de Estados europeos se núcleo alrededor de
la URSS, y el peso de la colaboración política, militar y económica de aquel gran
Estado y sus aliados se tornó significativa o determinante para numerosos países u
organizaciones en el mundo. El súbito final del régimen y el Estado soviético, y de la
asociación de países que lidereaba en Europa, ha dejado al mundo entero en una
situación muy difícil. La expansión capitalista ahora parece incontrastable, su
triunfalismo invade y corroe todos los campos, y la fuerza militar y de dominación
ideológica de Estados Unidos sobredetermina -al menos por ahora- al capitalismo
desarrollado. Era inevitable que la bancarrota de la URSS y Europa oriental se asociara
a la de la idea misma del socialismo, y a su posibilidad más general de realización en
cualquier parte. De modo que todo el que hoy aún se siente de izquierda o mantiene
esperanzas en el socialismo, al hablar de aquellas realidades busca el modo de
explicarse: “bueno, ellos no eran socialistas”, o “ellos eran socialistas, pero reales”, o
“fueron socialistas primero, y después no”. En esta precaria y lamentable situación nos
ha dejado esa forma de dominación que se desarrolló desde que terminó la gran
revolución rusa, bolchevique.
El Che es la figura central de los 60, porque encarnó la rebelión total contra las dos
formas de dominación y la propuesta de una vida y una cultura diferentes. No lo hizo
desde el mundo entero, eso es imposible, ni siquiera el capitalismo ha logrado aún ser
la cultura del mundo entero, aunque es el que más se aproxima. El Che lo hizo desde
el Tercer Mundo de Occidente -y digo el Tercer Mundo de Occidente para tratar de ser
exacto- pero logró represen- tatividad universal en un grado bastante alto. Y si el mito
levantado de inmediato desapareció rápidamente, el Che mismo va a dar mucha guerra
todavía. En la nueva etapa que vendrá, el Che será un nuevo lugar de rebeldía. La del
Che no fue una rebeldía alejada del poder, sino que buscaba el poder para
realizar la liberación humana. Era una rebeldía que nacía de la revolución cubana, en el
tiempo en que el poder cubano era una herejía. Eso es bastante complicado, por lo que
se ha preferido olvidarlo también. Les decía antes que una de las características del
Che fue encarnar la primacía del proyecto sobre el poder, y el problema de las
relaciones entre el poder y el proyecto es el más trascendente para todo el que intenta
llevar la realización práctica de la revolución contra el capitalismo hasta sus últimas
consecuencias. Lo que se pretende en esos casos es la liberación total, una liberación
tal que tiene que ser liberación del poder militar, del poder material y su capacidad de
coerción, de la propiedad privada, del respeto a la propiedad privada, del poder
espiritual, de la subordinación de los sexos, de la subordinación de las razas, de la
acumulación de todas las jerarquías creadas antes del capitalismo, y puestas de otra
manera por el capitalismo pero usadas por él también. Y también, entonces, de lo que
se trata es de establecer un poder tan fuerte que el capitalismo no pueda liquidarlo, un
poder que sirva a la vez como instrumento para las inmensas y al parecer imposibles
tareas de la liberación total. Los libertarios se aplican por tanto a crear un poder. Lo que
sucede es que ese poder puede volverse contra ellos, de tal modo que después se
llegue a olvidar para qué era ese poder, que era para terminar con toda dominación, o
toda enajenación, como decía el Che, con las palabras de su tiempo.
Una vez el Che explicaba -hablando del llamado socialismo de Europa Oriental- que
podía ser como el caso del piloto que sin darse cuenta en un momento dado se salió
del rumbo, y lo supo tiempo después; pero no sabía en qué momento se salió del
rumbo, y por lo tanto ya no puede regresar. (Esto está en uno de esos tantos escritos y
grabaciones del Che no publicados, que no están al alcance del público; eso sucede
con más de las dos terceras partes de lo que el Che escribió o se le grabó).
En octubre de 1959 el Che le recordaba a los compañeros de la Academia de la Policía
que meses antes Fidel prevenía a los rebeldes que habían ocupado las grandes
fortalezas militares de la ciudad de La Habana: “Nuestro máximo jefe nos dijo, cuando
tomamos Columbia y la Cabaña que, por el contrario, éstas nos habían tomado a
nosotros”. Los rebeldes se habían visto obligados a ser jefes, a ocupar las oficinas,
firmar los papeles, encargarse del orden, tomar las decisiones, mandar. El Che les
mostraba la sutil capacidad que tienen la organización y la mentalidad preexistentes, de
ir permeando a los que asumen las funciones que ellas tuvieron.
Y el problema es mucho mayor cuando es necesario ejercer un poder mayor que
el que ha habido nunca antes. Cuando el Che iba a salir para Bolivia, en el XIIo
Congreso de la Central de Trabajadores de Cuisi, en 1966, Fidel recordaba a todos que
la dirección revolucionaria era el grupo que más poder había tenido en la historia de
Cuba, porque lo ejercía sobre la economía, la política y las ideas.
Está claro que ese es un problema muy grave, pero la revolución cubana en el poder
en los años 60 lo hizo explícito en toda su amplitud, en el espíritu del proyecto original
de la revolución, de que el poder fuera solamente un instrumento para luchar contra
toda dominación.
Hoy es necesario replantearse el socialismo, volver a preguntarse no sólo qué no era,
sino qué va a ser, qué puede ser el socialismo. El Che tuvo que recorrer ese camino y
hacerse esas preguntas desde que era un joven revolucionario, combatiente y
triunfador, cuando parecía que era únicamente el momento de afirmar y de ejercer el
poder. Desde antes de la guerra de Cuba él había leído mucho, se sentía y creía ser
marxista, y había tratado de actuar en consecuencia como revolucionario; en la guerra,
ya desde 1957 era uno de los jefes rebeldes más destacados, y sin embargo tuvo que
evolucionar mucho. En los días polémicos de diciembre de 1957, al escribirle desde la
Sierra Maestra a un dirigente del Movimiento 26 de Julio, el Che defiende las
posiciones de principio revolucionarias, pero le añade: “Pertenezco, por mi preparación
ideológica, a los que creen que la solución de los problemas del mundo está detrás de
la llamada, cortina de hierro...”Y el compañero, que fue un héroe que murió peleando
meses después, le contestó explicándole que ambos compartían los mismos ideales y
convicciones, pero le aclaró que consideraba como fines del Movimiento “llevar
adelante, con la liberación de Cuba, la Revolución que, iniciada en el pensamiento
político de José Martí... se vio frustrada por la intervención del gobierno de Estados
Unidos... ”, y que la Revolución Cubana formaría parte de la lucha de “nuestra
América”por eliminar la opresión y la miseria, conquistar los derechos sociales de los
pueblos y crear gobiernos de los pueblos que, “estrechamenteunidos... "lleguen a
formar “una América fuerte, dueña de su propio destino” frente a todas las grandes
potencias.
El Che aprendió pronto, y mejor que mucha gente nacida en Cuba, qué era lo
fundamental en la revolución cubana y el papel que esta podía jugar. Eso dice mucho
de su capacidad de aprender. Todavía en 1959 el Che creía que Cuba podía
planificarse de inmediato, a estilo soviético. En marzo de 1962, reprocha cómo se dejó
pasar 1959 -¡el año 59!- sin decidir cuál sería la línea económica y con qué intensidad
se avanzaría por ella. A este protagonista impaciente y riguroso se le escapaba que
una revolución de verdad implica un caos inevitable, caos que se vive o se oye contar,
pero nunca es explicable. Aquí se dictó una Ley de Reforma Agraria y para cumplirla
hubo que incumplirla, y tomar posesión de las tierras violentando la Ley Agraria, porque
las leyes no son para hacer revoluciones, las leyes se hacen para legimitar las
revoluciones o las contrarrevoluciones.
El Che recorrió un arduo camino de aprendizaje y lo hizo bien y pronto. Y en pocos
años desarrolló un conjunto de ideas alrededor del socialismo y del marxismo, de qué
son realmente la revolución y la transición socialista, de las dimensiones nacionales e
internacionales de ellas y cómo interactúan;
de las relaciones entre el movimiento político y el piovimiento social; de las relaciones
entre el individuo, la masa y el Estado; de las relaciones entre la conciencia, la
vanguardia y la participación del pueblo en la dirección del proceso y de la sociedad; de
las relaciones entre la ética, la política, la economía. Ese cuerpo de ideas resultó
antitético al socialismo real. Pero el Che no realizó ese trabajo excepcional desde la
posición del que ha sido negado o está excluido, sino desde la posición de dirigente en
un país que tenía grandes relaciones con la Unión Soviética, relaciones complicadas
que también es necesario conocer e historiar, y habrá que hacerlo. Che no hizo su
crítica herética buscando expresarse como un francotirador, sino asumiendo sus
responsabilidades de dirigente. Eso lo hacía todavía más peligroso y más subversivo:
la herejía propiamente dicha es la de adentro.
Con la Cuba de esos años le nació a la idea de unlversalizar el socialismo un hijo
occidental, libertario y extremadamente comunista; hijo a su vez de la historia nacional
y no del movimiento comunista internacional. Y cuando digo “hijo de la historia
nacional”, quiero decir también hijo de la historia de la lucha cubana por la justicia
social y no solamente por la existencia de una nación independiente. Y esa revolución
cubana tan legítima y tan comunista no se hacía en nombre de un debate entre
intelectuales, sino que se hacía: simplemente se hacía. De aquí que el Che cometa el
pecado de decirle a Ernesto Sábato que la revolución anda mucho más adelantada que
la ideología, o que Sartre cometa su pecado francés, con relación a la revolución y la
teoría. Lo cierto es que aunque no aparecieran gruesos libros, en Cuba se estaba
produciendo un gran adelanto del pensamiento revolucionario y marxista, y en esto
consistía también la subversión y el peligro tan grande: Cuba no estaba enfrente,
estaba dentro.
El Che vive, trabaja y piensa en la cresta de una ola. Forma parte de nuestro interés
profundizar, explicarnos los años 60, pero yo debo contraer mi intervención al tema del
Che. Apunto al menos entonces que los puntos de partida y el pensamiento del Che en
los 60 son influidos por los acontecimientos, las ideas y el espíritu de aquella época tan
rica en desafíos y expresiones. No es ocioso que recordemos todos, sin embargo, que
él vivía esa época, por lo que al estudiar al Che debemos aplicar la regla general de
método de distinguir entre las dos realidades en interconexión configuradas por “los
hechos” de una época y por las conciencias que tuvieron de ellos los que actuaron
entonces, y diferenciarla de una tercera realidad, la postulada por nues-tros
conocimientos y posiciones actuales acerca de la época en cuestión. La especificidad
del Che debe ser establecida también respecto al mundo que retaba -o parecía retar- a
la dominación, y no sólo al mundo de esta última. Como he hecho con otros temas,
sólo puedo apuntar este aquí. Que el Che sea sumamente radical no lo iguala a
manifestaciones e ideas muy radicales de los años 60 que
tuvieron otras inspiraciones y otros contextos. Y que su imagen sea tan representativa
no elimina la distancia existente entre su férrea consecuencia y sus prácticas, y los
alcances de otras imágenes y expresiones de aquella época.
Ilustro al menos el lugar de diferencias importantes. De la superficie más conocida -y
por tanto más recordada- de los 60 brotan frases que estuvieron muy en boga, hijas de
la intención de negar a fondo a las formas de la dominación. “Hacer el amor y no la
guerra” es una expresión muy bella, “prohibido prohibir” es un propósito muy hermoso;
ellas se refieren nada menos que a la relación imprescindible entre la felicidad
individual y los ideales más trascendentes, y a la exigencia de libertad que está en la
base de todo proyecto de cambio social que valga la pena. Pero si aquellas
expresiones terminan desasidas de luchas prácticas de liberación, tejminan siendo
atinentes sólo a la vida privada, o a conversaciones sobre ella, y no son acicate para el
movimiento social a la vez que un resultado de él, entonces pueden ser manipuladas, e
incorporadas a las modernizaciones de la dominación. Así, después de los 60 el
sistema norteamericano aprende que no se puede ser tan etnocentrista, ni parecerlo.
Desde entonces todos los tenientes negros de policía de las películas norteamericanas
son honestos, nunca son corruptos, y su señora los quiere mucho; y en un serial de
televisión muestran a un señor que es muy etnocentrista, para que todo el mundo se ría
de él. Al recapturar los mensajes que un día fueron enemigos se amplía la hegemonía,
y funciona mejor el consenso.
Hay otro aspecto del Che que quiero tocar, aunque no tenemos mucho tiempo. El Che
llevó a cabo una experiencia práctica en el terreno de la economía a partir de sus ideas
de la transición socialista, las puso a prueba a escala de una parte de la sociedad
cubana durante varios años. Esa es una herencia extraordinaria que nos ha dejado. En
el debate de ideas de aquellos años él se había pronunciado contra la reproducción del
mundo del capitalismo dentro de la transición socialista, que resulta funesto para esta,
y contra el error de creer en la inevitabilidad de una “fase intermedia” prolongada y
“anterior” al socialismo, que en realidad llevaría a la congelación del proceso de
cambios y a su posterior derrota. La actividad del Che, las relaciones establecidas entre
muchos miles de personas, las instituciones, organización, control y pla- neación de
ellas, el Sistema Presupuestario de Financiamiento, eran demostraciones prácticas de
que es posible otra forma de transición socialista. Me veo obligado a recordar una frase
suya, muy sintética y muy exacta: "...tenemos que empezar a construir el comunismo
desde el primer día, aunque nos pasemos toda la vida tratando de construir el
socialismo El Che se planteó -y por eso es tan subversivo- cómo hacer la transición de
los comunistas mediante la transición socialista. Hacerla diariamente y cada vez más y
mejor planeada, no remitir el comunismo a un programa máximo confortable y
mentiroso. Y se
planteó: ¿cómo hacerlo? Esto está en el centro de su pensamiento: ¿cómo construir?
Uso el verbo que era usual, que él usaba también y se ha usado hasta hace poco
tiempo; en realidad de lo que se trata es de crear. ¿Cómo crear una nueva economía?
¿Cómo crear unas nuevas relaciones de solidaridad? ¿Cómo enfrentar la permanencia
del egoísmo, del individualismo? La revolución no es realizada por marcianos sino por
la misma población que siempre estuvo sometida, habituada a la barbarie del
capitalismo. El Che decía: “Ahora pasan los medios de producción a poder del pueblo,
pero el pueblo sigue siendo el mismo pueblo que ayer increpaba al patrón y maldecía
su trabajo. Las condiciones de trabajo en muchos casos no han cambiado... “
La lucha diaria es entonces contra el subdesarrollo, pero no tiene el objetivo de
modernizar al país. Modernizar un país puede suceder, pero es igual a modernizar al
país y a la dominación. Muy diferente es producir cambios diariamente en el sentido del
fin de todas las dominaciones. El trabajo teórico del Che para enfrentar la transición
socialista es complejo -lo que pasa es que no se le estudia- y un ejemplo es su idea de
un continuo que vaya de la coerción y la coacción estatales a la coerción social sobre
los individuos, que pase por los sistemas de educación hasta la autoeducación. El Che
se da cuenta de que una misma persona puede estar por un lado autoeducándose,
siendo educado en otro aspecto, y a la vez es necesario premiarlo, presionarlo o
coaccionarlo en otros aspectos. Fue piedra de escándalo su afirmación de que la
dictadura del proletariado se ejerce no sólo sobre la clase derrotada, sino también,
individualmente, sobre la clase vencedora. El trabajo del Che, y el esfuerzo maravilloso
que significó en su conjunto la revolución cubana, me recuerda el largo camino
recorrido y los avances obtenidos desde que Carlos Marx, muy joven, cuando ya creía
que sólo el proletariado podía liberar a todas las clases, escribía sin embargo
lúcidamente: “...por lo menos en los primeros tiempos de su dominación los proletarios
tendrán que hacer creer a las demás clases que las pueden liberar”.
Forma parte del pensamiento del Che la relación íntima entre teoría y práctica (esa
frase horrible, devaluada por un mensaje marxista absolutamente desgastado por
décadas terribles. Da pena hablar de la relación entre teoría y práctica). En el Che no
sólo se da la relación íntima de teoría y práctica entre lo que hacía y lo que decía, sino
también por el papel que tiene la práctica en el interior de su teoría. Por ejemplo, los
conceptos del Che muchas veces no sólo contienen en su definición el aspecto de lo
existente que quieren expresar, sino también proposiciones de lo que deben llegar a
contener. Por ejemplo, su definición de cuadro no se contrae a lo que eran los cuadros,
incluye también lo que deben llegar a ser los cuadros. Sucede lo mismo con la
definición de vanguardia, tan importante teóricamente, que atañe tanto a lo que es
como a lo que debe llegar a ser.
No es posible desarrollar aquí el pensamiento del Che; yo mencionaba algunos
elementos, el tiempo me impide referirme a otros. Aunque no parezca razonable,
pienso que estamos quizás al inicio de una nueva etapa de renovaciones del
pensamiento y las prácticas revolucionarias, y llamo la atención sobre el pensamiento
del Che porque creo que es valiosísimo para propiciar ese resurgimiento y pudiera ser
de gran utilidad. Por lo mismo quisiera prevenir de dos supuestas defensas que se
hacen del Che, funestas las dos:
1- Se dice que el Che fue un hombre muy bueno, muy heroico, muy desprendido,
muy abnegado, casi inimitable, pero que fue de los 60, un hombre de los 60. Esta es
una verdad trivial, todo el mundo es de algún tiempo determinado, “de su tiempo”:
Cristo es de hace unos 2 000 años. Esta “defensa” pretende descalificar al Che al
despojarlo de toda trascendencia práctica y escamotearle a los que viven hoy el sostén,
la ayuda y la fuerza que significa-ría el Che. Es poner al “gran hombre” en su altar, en
donde no moleste;
2- Se dice que el Che fue muy superior a su tiempo, tan superior que pertenece a
un tiempo que no ha llegado todavía, lo que no estaría mal si se refiriera a un aspecto
de su legado, a la comprensión de las dimensiones más trascendentes de este hombre
de su tiempo y del nuestro en la lucha contra la dominación. Pero lo que postula esta
“defensa” es que el Che fue un extraño individuo perteneciente a un tiempo que nunca
llegará, el que antes fue el tiempo de los programas máximos formulados para cumplir
con los ritos, unirse alrededor de un dogma y dormir mejor, y hoy es presentado como
el tiempo ilusorio e imposible de los que tuvieron la osadía de creer que las personas y
las sociedades pueden llegar a ser solidarias y libres.
En esas dos posiciones el Che es ubicado o como un hombre de los 60 o como un
hombre de un tiempo que supuestamente vendrá, quién sabe cuándo. El Che es el
hombre que planteaba a sus compañeros en la polémica famosa de 1963-64: por qué
pensar que lo que ‘es’ en el período de transición, necesariamente 'debe ser’?”. Y los
invitaba a “no desconfiar demasiado de nuestras fuerzas y capacidades”. Este es el
Che que puede volver, el Che que yo pienso que volverá pronto, porque existe una
acumulación cultural que obra a favor nuestro. Hubo muchas derrotas desde los 60,
pero también nos dejaron una cantidad muy grande de experiencias, y además ya las
cosas nunca han vuelto a ser iguales después de los 60. Así pasa con todas las
revoluciones de verdad, en las que participa el pueblo, así pasa con todos los
movimientos que van a fondo al enfrentarse a lo establecido: no desaparecen nunca
del todo; aunque sean derrotados, su derrota es aparente; crean nuevos puntos de
partida superiores para las jornadas que vendrán. José Martí escribió en “La
edad de oro” hace más de un siglo, por el primer centenario de la revolución francesa,
una página y media sobre ella. Seis veces menciona allí Martí por sus nombres a los
que hicieron la revolución -les llama los trabajadores del campo y de la ciudad, la gente
de trabajo, el pueblo levantado- y no menciona por su nombre a ninguno de los
famosos que aparecen en las historias de la revolución francesa. Y aunque todo
terminó en una tiranía, concluye Martí: “Pero... la gente de trabajo se repartió las tierras
de los nobles, y las del rey ”, y estos no pudieron volver a tenerlas. “Ni en Francia, ni en
ningún otro país -sintetiza Martí- han vuelto los hombres a ser tan esclavos como
antes”.
El Che retorna, pienso yo, porque lo necesitamos y porque crece nuestra cultura
política, y por eso vamos a ser capaces de identificarlo realmente y plenamente. Ya no
vuelve en un poster, como aquellos tantos pósters de los primeros años, ahora vuelve
el Che, enfrentándose al olvido y a los disfraces que le pusimos. Ya terminó la etapa en
que el pensamiento social fue reducido y fue inutilizado, y no pudo cumplir con sus
tareas fundamentales; ahora está claro otra vez que nuestra cultura se relaciona de un
modo u otro, o con la dominación y con el colonialismo, o con la liberación^Ahora nos
enfrentamos a la guerra cultural que pretende, mediante el dominio de la vida cotidiana,
que creamos que ningún socialismo es posible, que nos conformemos con hablar en
general de cualquier cosa, pero que el poder y la vida cotidiana sean completamente
controlados por el capitalismo. Ahora es más necesario que nunca reapropiarnos del
ejemplo del Che, de su acción y de su pensamiento, pero también hoy resulta más
factible hacerlo.
Publicado en Ko'eyú latinoamericano núm. 76. Caracas, mayo 1997
CHE, EL ARGENTINO
112
Cariño correspondido podría llamarse este texto, si lo personal pudiera ser su centro.
Para todo cubano de mi generación la América Latina ha sido un paraje íntimo, un lugar
del amor más trascendente -por lo general platónico-, la esperanza más limpia, nunca
maculada y siempre lavada con sangre. Un largo triángulo escaleno en puntillas y
encima una humareda que se densa y se interrumpe bruscamente para no ser Estados
Unidos. Los juegos y disfraces de nuestros niños, ciertas malas palabras, las
canciones, la hora de los juramentos. El peso de una cultura, la posibilidad de que la
emoción presida al pensamiento, la fuerza misteriosa que nos legitima frente a tanta
modernidad racionalista que nos exige o nos seduce desde sus mentiras. La América
nuestra -qué expresión tan feliz- en vez de las Grecias que no son nuestras. Si lo
personal fuera el centro de este texto sentiría la leve vanidad del que se descubre
amado por quien uno considera superior.
Me reporto enseguida, sin embargo. Si me piden que prologue un libro de argentinos
que se llama Che, el argentino, debe ser por necesidades y razones más precisas que
las pasiones de mi generación. Es cierto que he escrito acerca del Che, e insistido en
su legado y su pensamiento. También es cierto que de manera muy generosa me han
escuchado tantas veces en Argentina, y han publicado mis textos. Pero algo he
aprendido de nacionalismos para saber cuántas fronteras existen entre los pueblos
todavía. En sentido contrario está un dato: los que me piden el prólogo son jóvenes, y
eso incorpora el enigma, la preciosa falta de cautela y el ardor de la parte mejor de
nuestra especie. ¿Será que otra vez volverán a dar lecciones los jóvenes a los
mayores?
De todos modos, escojo el único camino cierto. Si no he leido ninguno de los textos que
siguen, si no conozco personalmente a algunos de los que han escrito este libro,
entonces me han pedido que lo prologue porque soy cubano y cheísta, porque mi país
revolucionario es una instancia fraterna de unidad de lo diverso (¿cómo puede la
unidad ser de otra cosa que de lo diverso?), y porque ocuparse del Che contiene una
exigencia de radicalidad que nos hermana a todos los partícipes del libro. Un poco más
tranquilo, paso a hacer unos breves comentarios. Ante todo, el homenaje. A los 30 años
de Bolivia, levanto mi voz desde el pueblo humilde de Cuba que bautizó al Che
y le llamó por cariño el argentino, que lo acompañó por todos sus caminos, que
ascendió junto a él los escalones más altos. El pueblo de Manuel El Isleño, el fusilero
seguro, de Lidia Doce, la rebelde campesina y mensajera infatigable, de Braulio, el
terrible guerrero negro, de los trabajadores vanguardia y de la gente corriente que
trataba de ser como el Che. Unido el sudor y la sangre de cubanos, bolivianos y
peruanos: de Vázquez Viaña, de Simón Cuba, Coco Peredo, Pan Divino, de Juan
Pablo Chang; la gente del pueblo de América, que acompañó al Che en su última
batalla. El argentino se levantó a sí mismo y los levantó a todos, los enseñó a
aproximarse de manera decisiva, mediante los ideales y el sacrificio compartidos.
Ernesto Che Guevara fue un argentino que hizo su vida pública y su fama fuera del
país natal. No le quita eso un ápice a su argentinidad, mamada en casa, en padres y
hermanos, escuela, ciudades, gestualidad, paisajes, grupos de muchachos, noviazgos,
canciones, amigos, silencios, bombillas de mate y tantas cosas más, todas ellas
argentinas. Esa tierra de inmigrantes ya era una comunidad nacional cuando eso
sucedió, y ninguno de sus elementos faltó a este hijo de familia de clase media, culta y
por suerte moderna y venida a menos. No fue activo en política argentina cuando era
solo Ernesto y eso le da escozor a todo el que lo mira desde su posteridad: ¿acaso no
ha sido ese, casi siempre, el comportamiento de millones de jóvenes argentinos, y de
todas partes? Al fin y al cabo Ernesto poseyó ideales hermosos y fuertes desde muy
temprano en la vida, y eso es lo decisivo con los jóvenes. En Argentina formó su
tenacidad, su temeridad, su voluntad acerada; aquí encontró los libros disponibles que
devoró sin tasa; aquí comenzó a prepararse para su vida, la que forjaría. Como es
natural, no sabía en qué consistiría ella.
Sus inclinaciones llevaron a Ernesto al extranjero, es cierto. Primero lo llevaron, sin
embargo, a conocer el propio país, algo que no hace casi nadie, si exceptuamos a los
que se ven obligados en busca de la subsistencia (un tucu- mano sin techo le pregunta,
desde otra lógica: “¿Toda esa fuerza se gasta inútilmente usted?”). Y lo fundamental:
no terminó en París, Londres o sus sucedáneos, a pesar de su persistente ansia de
mundos y su sueño de ir a Europa tan poco antes de irse a la revolución. El mundo que
Ernesto asumió fue el latinoamericano. Todavía sin conciencia política lo grita en la
estación Retiro: “¡Aquí va un soldado de América!”. Ernesto salió en busca de otra
dimensión de su Argentina, de la Patria Grande. Lo que sucede es que no es igual la
idea abstracta -incluso de los ideales más ciertos- que su realidad insólita, singular,
agresiva, chocante, cautivadora; no es igual la idea abstracta que las vivencias del que
alimenta ideas. “Me siento americano”, escribe con convicción Ernesto Guevara.
Conoce a Fidel y sus compañeros y se prepara a combatir en Cuba, pero lleva consigo
la bandera argentina hasta la cumbre del
114
Popocatepétl. La Revolución cubana fue la que le dio su perfil y lo convirtió en el Che, a
tal punto que lo hizo también cubano, pero fue su motivación latinoamericana la que lo
llevó a ella. En Cuba revolucionaria alcanzó el Che su singularidad y su plenitud. En los
avatares de la creación socialista, en la política isleña, fue un cubano; en Africa y en
Bolivia fue un comandante cubano intemacionalista en operaciones. Pero es difícil
exagerar la influencia descomunal en América Latina de la Revolución cubana,
verdadero parteaguas de las conciencias del continente en este siglo, alimento de
esperanzas y de conductas radicales. Argentina no ha sido una excepción en ese
cuadro. El Che tuvo una participación muy descollante en la experiencia cubana, y es el
representativo por excelencia del pensamiento y las conductas característicos de su
proyecto original, el más ambicioso y liberador producido en América. La contribución
de este argentino cubano al país en que nació es entonces inmensa. Más aún si
recordamos el reclamo básico de la revolución cubana: vale el ejemplo pero no la
imitación, sólo el protagonismo de cada cual brindará fuerza y legitimidad a los cambios
profundos y a la marcha unida.
El internacionalismo ha sido una dimensión central en la revolución cubana, lo que
significó un enorme adelanto para la cultura de rebeldía y de liberación. El Che es el
paradigma de ese internacionalismo. En todo momento dejó testimonio de sus ideas y
de su disposición sin fronteras hacia “la causa sagrada de la redención de la
humanidad”. El que esto afirma no olvida jamás las identidades nacionales, ni el papel
indispensable de “la galvanización del espíritu nacional”; la prédica en fin de
revoluciones socialistas de liberación nacional. Y el ser humano individual, el Che
Guevara, jamás esconde su personal identidad ni sus resortes íntimos, ni siquiera a la
hora de los más públicos desafíos: “Soy cubano y también soy argentino y, si no se
ofenden las ilustrísimas Señorías de Latinoamérica, me siento tan patriota de
Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más, y en el momento
en que fuera necesario estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de
cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin
explotara nadie”.
Como era natural, el Che intemacionalista se interesa e involucra en los asuntos de
Argentina dentro de una actividad más diversificada y unas perspectivas más amplias.
Como también era natural, Argentina le es entrañable, y su contacto con los paisanos
que vienen a Cuba, sus opiniones, su actitud respecto a una revolución en Argentina,
están teñidos de intimidad, pasión y ansia de entrega personal: “pertenezco, a pesar de
todo, a la tierra donde nací”. Innumerables acciones, recuerdos, anécdotas y textos
apoyan esa afirmación. La muerte de Jorge Ricardo Masetti y sus compañeros le hace
sentir la urgencia de concurrir él mismo a la palestra argentina. No lo logrará. Pero el
Che intemacionalista, el soldado de América que trata de ayudar a levantarse a la tierra
natal y que deja una huella tan honda en tantos compatriotas, es uno de los valores
fundamenta-
les de la Argentina contemporánea. El mundo avanza, aunque no lo parezca. La muerte
del Che fue un campanazo terrible que conmovió a muchos en Argentina, aunque no
tuvo fuerza suficiente para limar los desencuentros principales que sufría la rebeldía en
esos años. Esta buscó sus caminos, sin embargo, pero fue ahogada por el más brutal
terrorismo de Estado. Después hemos visto como el país de más notable desarrollo
económico y de capacidades productivas de la región es afectado por las tendencias
centralizadoras, parasitarias, marginalizado- ras, excluyentes, del capitalismo actual.
Pero el mundo avanza, aunque no lo parezca, y vemos en 1997 como regresa el Che
en tantos lugares del mundo, y regresa también en la Argentina. Che es hoy más
argentino que en 1967, y fueron los que lucharon, se sacrificaron, murieron -tantos
miles se sumaron al Che como desaparecidos- los que aportaron su sangre para el
renacimiento del Che y su nueva inscripción en el Registro Civil, y le dieron su
ciudadanía plena. ¿Cómo se consumará ese regreso, para qué será? Que ya sea ese
el tema de debate indica un gran avance: terminó el tiempo del olvido; hay que
replantear los viejos pro-blemas y plantear bien los problemas nuevos.
Mientras escribo este texto anuncian los noticieros que apareció la huesa del Che.
Naturalmente, no estaba solo. Tres cubanos, dos bolivianos y un peruano fueron los
componentes de su escuadra guerrillera estos últimos treinta años. La laboriosidad y la
paciencia de quienes han buscado tanto puede sentirse premiada por este
descubrimiento tan valioso. Pero todos sabíamos que el Che estuvo en el subsuelo de
su América todo este tiempo. ¿Quiere decir el hallazgo que ahora estará más arriba,
que andará al menos sobre el suelo, a la vista de todos? En realidad esto último no es
noticia: desde hace algún tiempo el Che está andando a la vista de todos. Sus huesos
llegan con cierto retraso.
El Che mismo, no. Su presencia es temprana respecto a lo que verdaderamente
importa. El Che ha regresado cuando la protesta social apenas comienza y busca sus
formas expresivas, y las formas políticas de rebeldía ensayan y se descalabran -por lo
general en el silencio de la institucionali- dad- o son jóvenes en unos lugares, y ni
siquiera se insinúan en otros. El Che, como de costumbre, llega temprano a sus citas.
El impulso de rebeldía y la racionalidad son los dos motores de la creación posible de
una manera nueva de vivir, de sociedades nuevas. El impulso de rebeldía es una
constante, que puede llegar a ser eficaz. Si el pensamiento de liberación crece y resulta
cada vez más eficaz, acercará el futuro. El rápido auge del interés en conocer el
pensamiento del Che es impresionante. Este es un hecho muy favorable, porque hoy
su pensamiento nos puede aportar mucho más que nunca antes, y no hay manera de
alejar su pensamiento de la rebeldía.
La lucha que está en curso hoy es una guerra cultural. Lo que está en juego realmente
es si se acepta o no que la vida cotidiana solo puede ser vivida
como lo dispone el sistema dominante, que la resignación sea la respuesta a la
exclusión de cada vez más personas mientras se multiplican los adelantos técnicos, las
ganancias de los grandes y la sofisticación del consumo. Si se acepta o no que toda
trascendencia esté pasada de moda, que el valor de cambio reine sobre los valores
humanos, que la dirección sea ejercida por los enanos que confunden el planeta con
Liliput. Es mucho más profunda, velada y compleja que una lucha política por el
gobierno o un enfrentamiento abierto y frontal. Para esa crucial lucha cultural
necesitamos al Che Guevara. Bienvenidos sean entonces libros como este, que buscan
al argentino universal de hoy y de mañana desde problemas, posiciones y perspectivas
diferentes, pero con el ánimo común de hacer vivir al Che definitivamente fuera de los
altares, en función de servicio, como él vivió y murió.
Prólogo al libro "Che el argentino". Ediciones de Mano en Mano. Bs As, nov.1997.
CHE, PENSADOR DE LA PRAXIS
Me toca abrir la primera sesión de trabajo. Una vez más nuestros seminarios, esta vez
en Rosario. Es una gran alegría llegar al 30 aniversario en un tiempo en que el Che
crece para la gente en el mundo entero. Y crece el Che en Argentina, no porque sea un
aniversario especial, sino por otras razones.
Aunque esta Mesa tiene un título demasiado largo-“El aporte del Che a la utopía de una
sociedad de hombres y mujeres nuevos”-, es un gran acierto de los organizadores
comenzar por ella. Nos enfrenta a la necesidad de plantearnos entre todos preguntas
difíciles, importantes, y empezar a sacarle provecho a uno de los aspectos principales
de un encuentro como éste, que es el de profundizar en el conocimiento de los
problemas de hoy y de los proyectos posibles. Para profundizar, no queda más remedio
que hacernos preguntas.
Trataré de no repetir ideas que he expresado, y publicado en América Libre 10 y 11, o
en textos anteriores también publicados en este país. El título de la Mesa nos remite,
ante todo, al problema que José Martí llamaba del “mejoramiento humano”. ¿Qué vía
nos permitirá avanzar en esa dirección? ¿Lo que llamamos utopía? ¿Lo que llamamos
evolución? Pero, ante todo, ¿en qué consiste el mejoramiento humano? Y todavía otra
pregunta: ¿es realmente posible el mejoramiento humano?
El viejo problema de la entidad y de los límites del mejoramiento humano encuentra
hoy sobre todo respuestas negativas o pesimistas. Nuestros antepasados y nosotros
nos hemos formado en los siglos del “progreso”, esa ideología burguesa de la
civilización, de que todo iba a ir hacia adelante. La hemos asumido ingenuamente,
porque parecía favorecernos a los socialistas; ha sido una reducción más de las
capacidades de desarrollar el marxismo en el siglo XX. En cuanto a los fundamentos de
la acción social nos permitía avanzar junto a los burgueses -en realidad bajo su
dominio- hasta que nos llegara nuestro turno his- tórico-natural; en cuanto a los
fundamentos teóricos nos ponía al abrigo de la “Ciencia” -en realidad bajo el
evolucionismo y el positivismo- para “demostrar” que todo'progresa: de lo simple a lo
complejo, de lo atrasado a lo avanzado, etc. Y naturalmente, todo eso haría de las
personas mucho mejores personas, de las sociedades mucho mejores sociedades.
Hace unas décadas hasta pareció que esa ideología podía gozar de aceptación
general, cuando se declaró que las sociedades más avanzadas iban a ayudar a las
menos avanzadas a desarrollarse. Desde
hace algunos años toda esa ideología ha caído en un gran descrédito. Esa es la
situación de la que partimos. Por eso podemos parecer, los que nos reunimos - aunque
por cierto cada año somos más que el anterior-, una pequeña minoría que se permite
creer en las utopías, creer en el progreso, una más de las diversidades existentes.
Quisiera distinguir a la utopía del progreso. Si perseguimos la utopía, preferimos por
tanto la vía revolucionaria, y no la evolutiva. Y eso cambia las condiciones y aumenta
las posibilidades de conseguir objetivos ambiciosos en cuanto al mejoramiento de las
personas y los cambios de las sociedades. Es el primer problema que planteo. Hay
muchos escollos ante esa vía revolucionaria. El primero es el poder inmenso que tiene
la dominación capitalista en las sociedades actuales, la cultura de la dominación. El
segundo es el de las insuficiencias profundas que tienen y han tenido los intentos, las
ideas, las visiones opuestas a la dominación. Los movimientos se vuelven
organizaciones, los ideales y los proyectos se vuelven organizaciones y poder, la
libertad se vuelve orden y plan, las ideas tienen que convertirse en actuaciones. Entre
esos pares que enumero hay tensiones, y hasta contradicciones. Cómo forjar eficaces
instrumentos para la liberación que sean siempre eso, instrumentos al servicio de los
cambios liberadores y de las personas que luchan por la liberación.
Pese a todas las insuficiencias, retrocesos y derrotas, los movimientos, las ideas y
sentimientos de rebeldía han llenado la historia humana con experiencias, identidades,
tradiciones, representaciones y proyectos que constituyen una acumulación cultural
que es potencialmente muy favorable a los esfuerzos presentes y futuros. Por eso
tenemos que insistir una y otra vez en no dejarnos arrebatar la memoria histórica de las
rebeldías. Precisamente por ser tan valiosa es que intentan que la olvidemos, tratan de
trivializarla o manipularla. Una obra artística reciente propone: “qué bueno era el
muchacho fascista, y qué bueno era el muchacho guerrillero antifascista: qué buenos
eran los dos”.
Los esfuerzos en favor del mejoramiento humano están siempre relacionados con la
necesidad de cambios en las sociedades, en sus relaciones e instituciones
fundamentales. Cada vez que se ha absolutizado el aspecto del mejoramiento humano
respecto a la lucha por cambios sociales profundos, se han producido derrotas o
adecuaciones a la dominación. Cada vez que se ha absolutizado el aspecto de tener ^
poderes de grupos en nombre del cambio social, se ha terminado reproduciendo la
continuidad de los sistemas de dominación, en nombre de los objetivos de liberación.
Y han sobrevenido grandes derrotas. En ambos casos, sin embargo, las derrotas
han sido relativas, por la contribución de los grandes esfuerzos de liberación humana a
aquella acumulación cultural a la que me refería antes. Me parece que lo único acer-
tado, entonces, es combinar bien ambas dimensiones: las transformaciones de los
individuos, de la gente, las transformaciones de las sociedades. Aunque a escala
mundial predomina el capitalismo, sus propios procesos y las iniciativas y
luchas de millones ya han producido cambios en las personas, que las hacen más
capaces de avanzar hacia la liberación y de representársela mejor. Por ejemplo, el
lugar de las mujeres en las sociedades, y las relaciones de géneros, registran cambios
muy notables; pero además el deber ser que se acepta en este campo es
extraordinario respecto a lo conseguido, y eso es muy importante. Los deseos y los
proyectos de realizar ese deber ser encuentran obstáculos en el orden existente.
En segundo lugar, como resultado de tantas luchas y de las reformulaciones de los
poderes existentes ha habido cambios en las relaciones y en las instituciones sociales,
avances de la organización social que han tenido que reconocerse. Por ejemplo, ya es
general entender que el régimen democrático con ejercicio pleno de los derechos
humanos y ciudadanos es el único legítimo y deseable. Aunque su realización práctica
sea profundamente limitada e incluso burlada en la mayoría de las sociedades. Ya no
se puede, por ejemplo, implantar las formas más feroces de represión institucional en
nombre de la seguridad nacional. Cualquiera puede apreciar que el orden existente
pone obstáculos a la realización de la democracia.
Existe una inmensa acumulación cultural constituida por las autoidentifica- ciones, los
caminos recorridos, las pruebas, las luchas, los radicalismos, las revoluciones, las
negociaciones, las derrotas, las adecuaciones y retornos progresivos a las maneras de
vivir y de gobernar de los dominantes, que sin embargo nunca pueden mandar como
antes. Se trata de una masa de experiencias, sentimientos e ideas que dejan huellas
profundas en los individuos y los grupos humanos, y que pueden contribuir
decisivamente a la formación de nuevas expectativas que se compartan por grandes
núcleos de personas. Las esperanzas, los deseos y los proyectos son mucho más
fuertes si ya se han formulado antes, si ya han existido. El capitalismo actual es el
rector de lo que muchos llaman globalización. No voy a opinar aquí sobre las palabras,
aunque estimo que la discusión acerca del lenguaje -y el combate en el terreno del
lenguaje- deben ser considerados básicos para el conocimiento social si este va a
ayudar a encontrar caminos para vencer al sistema vigente. La universalización de los
procesos sociales se ha pj»fundi- zado y acelerado en las últimas décadas, y se ha
vuelto tangible por todas partes en la actualidad. Lo determinante en esa tendencia,
repito, es el control que ejerce sobre ella el capitalismo. Este conjuga la existencia de
una brecha honda y creciente entre los países centrales y la mayoría miserable,
depredada, explotada y sin oportunidades del planeta, por una parte, con la presencia,
prácticamente en todos los países, de cierto número de procesos, relaciones e
instituciones qua son típicos del capitalismo desarrollado. La homogeneización de las
conductas, de los consumos deseados y de los valores, es inducida a escala mundial
por el capitalismo centralizado. Es esencial para su dominación que los individuos que
están activos en el llamado Tercer Mundo persigan los ideales que en abstracto les
formula el llamado Primer Mundo. Y que cada modernización equivalga, en la
realidad, a mayor sujeción. El capitalismo actual parece triunfante, pero ya carece de
razones para mostrarse triunfalista. Ha logrado instituir individuos históri- co-
universales -aquella primera premisa de la revolución proletaria mundial que exponía
Marx en 1846-, y ha tenido éxito en unlversalizar sus instituciones. Pero más que
realizar su proclamado ideal individualista -la oposición libre y egoísta de todos contra
todos-, lo que ha hecho es excluir a una gran parte de la gente en todo el mundo de la
vida que se considera indispensable. El proceso profundamente perverso por el cual la
libertad prometida fue convertida en liberalismo, ha llevado en la actualidad a las
mayorías a la indefensión social y la impotencia política, y a formas extremas de
miseria material y espiritual. La idea profundamente errónea de que el hombre estaba
destinado a la conquista de la naturaleza no ha podido ser rectificada ni siquiera hoy,
cuando es obvio que el planeta mismo está en peligro. Y eso se debe a que la ganancia
capitalista es el motor principal e incontrastado del sistema. El capitalismo está
enredado en el desarrollo de su propia naturaleza. Esa contradicción insoluble corroe
cada vez más sus capacidades, antes maravillosas, de renovar sus instituciones y sus
propuestas.
La antigua y cautivadora propuesta está ahora reducida a una cultura del miedo, la
indiferencia, la resignación y la fragmentación. El temor ocupa un espacio importante
en la cultura del capitalismo. El miedo a que no sea posible preservar el precario
empleo que se tiene, el miedo a que vuelva una dictadura, el miedo a no poseer una
tarjeta de crédito y un guardia armado, o una vivienda, un trabajo, un espacio y una
oportunidad para sobrevivir. Quiere reinar la cultura de la indiferencia de unos frente a
otros, y asumir la forma coloquial de un sálvese quien pueda. La idea misma de
solidaridad parece implanteable. En amplios sectores de poblaciones “civilizadas” la
ancianidad no encuentra otra protección que la muerte, como sucede en algunos de los
grupos humanos de vida más precaria del planeta y en ciertas especies animales; y a
diferencia de estos, lo mismo se propone a la infancia mediante la esterilización. La
cultura de la resignación sustituye a la imposibilidad de legitimar tantas iniquidades
mediante las antiguas creencias en la desigualdad “natural” o el racismo, a estas
alturas de la historia humana. La resignación desalienta no solo a las rebeldías sino a
proponer los más moderados reclamos_sociales y políticos. La cultura de la
fragmentación amenaza controlar las formas en que se socializan y se admiten las
diversidades humanas, para que ellas no constituyan un enriquecimiento social, sino un
debilitamiento de los oprimidos. La promesa socialista no ha podido ser cumplida en el
mundo, pero el capitalismo de hoy ya ni siquiera hace promesas. Se está llevando a
cabo una gigantesca y sistemática guerra cultural a escala mundial, para imponer los
consensos del miedo, la indiferencia, la resignación y la fragmentación. Y no es para
menos, porque los niveles generales de conciencia, de conocí-
mientos o de lucidez que se han alcanzado permiten advertir que está en curso una
degradación de los seres humanos, de las sociedades y del medio.
Tenemos que ser capaces de ver las señales, los signos de crisis. El capitalismo está
todavía en posiciones muy favorables respecto a la formación de movimientos de
rebeldía contra él. Conserva una extraordinaria capacidad de absorber o disgregar las
oposiciones. Para cambiar esa situación la actividad humana de resistencia y de
rebeldía tiene ante sí el reto de volverse capaz.
Hay dos posiciones, dos respuestas, que parecen de oposición al sistema. Insisto en su
carácter perjudicial y en su ineficacia. Una de ellas es el posibilismo, la adecuación, la
sujeción rigurosa a las reglas del juego de la dominación, y hasta tornarse paladín de
ellas, la reducción al mínimo de las diferencias con el orden vigente y sus
consecuencias. Esta rendición puede ser embozada de varias maneras, como son la
oposición declarativa a alguna de las formas que asume el capitalismo, o erigirse en
conciencia moral del sistema. El colaboracionismo de fin de siglo propone “novedades”
como la formación de una alianza de centroiz- quierda en la que tanto el centro como la
izquierda dejen de ser lo que se supone que han sido y se parezcan cada vez más una
al otro.
La otra posición consiste en mantenerse dentro del dogma, la secta y la añoranza del
pasado. Permanecer dentro de una casa -o una cueva-, no salir a la intemperie. Ellos
parecen creer: no importa que seamos pocos y que nadie nos haga caso, pero así no
corremos el peligro de perder nuestra (supuesta) virginidad. Lo peor es que su soberbia
“materialista” o “proletaria” no se alberga sólo en clérigos trasnochados o interesados;
ella afecta también a cierto número de personas esforzadas que quieren rechazar
activamente al capitalismo. Esta posición es muy confusionista, porque parece ser la de
oposición verdadera y radical; con ello, además de ineficaz resulta favorable a la
hegemonía de la burguesía, que exhibe así un “enemigo” tolerado e inocuo. En realidad
ambas posiciones, pese a tener contenidos tan opuestos, son funcionales a la
dominación capitalista. Entiendo entonces que es imprescindible elaborar y discutir
otras posiciones y vías de acción, elaborar y discutir otros proyectos, y que ellos están
obligados a partir del análisis más lúcido y honesto, incluso despiadado y negado a
falsas ilusiones, de lo existente, y están obligados a partir de una posición de principios
radicalmente anticapitalista. Para esa tarea el Che Guevara puede resultar sumamente
importante, mucho más de lo que es como imagen, y tanto como lo es como ejemplo.
Me parece que el Che ejemplo de revolucionario es fundamental, y lo seguirá siendo
durante mucho tiempo. Pero el Che pensador revolucionario sigue siendo bastante
desconocido, y sin embargo tendrá que desempeñar papeles cada vez mayores,
siempre unido a su ejemplo, que no son separables.
He dedicado la mayor parte de mi exposición a las condiciones en que se encuentra
hoy la lucha por la utopía de una sociedad de hombres y mujeres
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nuevos, para ayudar en algo al debate que nos proponemos. De manera muy sintética
apuntaré ahora lo que pienso sobre los aportes que puede darnos el Che. El primer
aporte del Che es siempre el Che mismo: su personalidad, sus hechos, sus ideas y su
leyenda. Para sacarle mayor provecho a sus aportes, llamo la atención sobre la
necesidad de tener en cuenta su circunstancia y sus rasgos básicos. Che se formó
como tal en una gran revolución social, la cubana. En ella el presente se tornó cambios.
El presente normal es cotidiano, se alarga a lo sumo hasta la semana próxima, está
relacionado con la sobrevivencia y la actividad de conjunto del sujeto, con el trabajo y la
familia. La gran revolución convirtió al presente en cambios profundos, de la sociedad y
de las personas. Y el futuro, esa proyección del material con que vivimos la cotidianidad
y los sueños individuales, expresado en lo que pensamos llegar a tener trabajando,
estudiando, negociando, creyendo, en el propósito del ahorro, en el crecimiento de los
hijos, etc., ese futuro se convirtió en proyectos, se socializó y se tornó trascendente.
Esa circunstancia, la conversión del presente en cambios y del futuro en proyectos, es
la que formó el pensamiento y la acción del Che. El héroe de la guerra, el dirigente,
alcanzó su estatura ma-yúscula por estar a la altura teórica y práctica planteada por
aquellos retos.
En segundo lugar, el Che pensador revolucionario fue a la vez protagonista famoso de
hechos muy radicales. Esto le da a su pensamiento una carga de prestigio y un
atractivo extraordinarios, aún si es poco conocido, aun si uno más bien lo esgrime
como referente de ideales. Alguna vez Antonio Gramsci señalaba que El Capital
también sirve a un militante que no lo ha leído, pero sabe que allí se demuestra que los
burgueses son los explotadores, y que hay compañeros suyos capaces de explicarlo.
Además, la relación ideales-actuación-teoría -que tiene con-secuencias a lo interno de
su teoría- no permite atribuir a las ideas del Che una gama demasiado amplia de
significaciones, de modo que a pesar de su gran riqueza no deja puertas abiertas a las
manipulaciones. Expreso telegráficamente los rasgos del Che que considero que
pueden constituir aportes para la utopía de una sociedad de hombres y mujeres
nuevos.
Uno: el Che rompe el consenso con el orden vigente. El Che es igual a rebeldía. En las
condiciones actuales identifica la no rendición, la constancia, la intransigencia. Forma
parte, de una memoria histórica de lo que pueden lograr los seres humanos a través de
la lucha, y potencia el significado de esa memoria.
Dos: el Che restablece la continuidad de la propuesta anticapitalista socialista, una
corriente específica de rebeldía y de ideas que tiene una historia desde el siglo XIX
hasta hoy, de la cual ninguna persona honesta puede separar al Che. El socialismo
revolucionario cuenta con una maravillosa tradición de luchadores y pensadores, de
héroes y mártires, de experiencias, ideas y proyectos; es la corriente que ha llegado
más lejos en realizaciones prácticas anticapitalistas y ha sido
el horizonte más revolucionario para las luchas de liberación del mundo que ha sido
víctima de la mundialización capitalista. Contra ella se han puesto en juego todas las
capacidades del sistema: criminalidad, competitividad económica, medios políticos,
ideológicos, culturales. El Che rebelde que recibe reconocimiento hoy es un
combatiente y un pensador que vivió y murió por las revoluciones socialistas de
liberación nacional y por el proyecto comunista de vida y de sociedad.
Tres: el Che no es identificable con el pasado del socialismo sino con su futuro. Los
esfuerzos y los proyectos maravillosos del socialismo fueron desnaturalizados o
abandonados muchas veces a lo largo del siglo, aplastados o recortados por los
mismos que decían defenderlos. La idea misma de socialismo fue golpeada y
desprestigiada a fondo en la última década. El Che fue un hereje por su pensamiento y
por sus actos -como lo fue la revolución cubana- en el mundo de los años 60, a la vez
que eran los ortodoxos de la revolución y del marxismo bien entendidos. Ese hecho
pone al Che en condiciones muy favorables de servir bien a la tarea urgente de
recuperar la herencia de luchas y sobre todo de recrear y crear el proyecto de cambio
más ambicioso.
Cuatro: el Che nos propone hoy valores más que cualquier otra cosa. Ética,
entusiasmo, mística, consecuencia, correspondencia entre los dichos y los hechos, son
sus reclamos. Dadas las necesidades fundamentales actuales, y dada la debilidad
organizativa que tienen hoy los anticapitalistas, esa propuesta puede ser la más idónea
para avanzar.
Cinco: en su pensamiento y en su actividad, el Che desarrolla mucho las relaciones
entre la actuación y la vida cotidianas, por un lado, y los objetivos finales que se tienen.
Es el hombre de los “cómo”, y no solamente de las grandes palabras. El hombre que
enlaza las grandes frases con las tareas más concretas, y relaciona las mediaciones de
las tareas revolucionarias con los principios generales que deben regirlas.
Seis: el Che es un pensador marxista de la praxis, opuesto al determinismo. Ayuda a
fundamentar teóricamente la oposición a las formas teorizadasde adecuación al
sistema dominante y a la resignación como actitud. Ayuda a oponerse a la espera de lo
que en otras épocas se llamaban “condiciones objetivas”. Ayuda a fun-damentar los
papeles de la convicción y de la actuación, a la vez que ayuda a que la necesidad de
teoría sea viable y eficaz para el movimiento revolucionario.
Para terminar, insisto en que las próximas propuestas de liberación humana tendrán
que ser muy superiores a todas las que han existido hasta hoy.
Y no por exceso de radicalismo, sino simplemente por elemental necesidad. El
aporte del Che a esa empresa grandiosa y ardua puede ser decisivo.
Intervención en el Seminario "Che, 30 años" convocado por América Libre
Sólo el que no busque explicaciones de los grandes eventos profundizando en sus
esencias y en su pasado, podrá creer que los asombrosos acontecimientos y
mudanzas sociales de 1989 a 1991 -apenas tres años- sucedieron como por arte de
magia. La densidad de los eventos de ese lapso sólo puede compararse con la de los
acontecimientos que se acumularon en las décadas de los años cuarenta y cincuenta.
En aquellas dos décadas centrales del siglo se vivieron el apogeo y la caída del
nazismo, la nueva presencia soviética y norteamericana en el centro de Europa, el
reconocimiento por parte de unos del fin del capitalismo en siete países europeos y en
parte de Alemania, y la conformidad por parte de los otros con su continuidad en
Grecia, Italia, Austria y el resto de Europa. Fue la implantación del predominio abierto
de los Estados Unidos en el mundo capitalista, fueron la política de “contención” y la
Guerra Fría -una geopolítica de posguerra más que el enfrentamiento de dos
regímenes sociales-; sucedió el final (incompleto) del colonialismo y la expansión
adolescente del neocolonia- lismo. Fueron los años del triunfo de la revolución en
China, de la terrible guerra en Corea, la victoria vietnamita en Dien Bien Phu, la guerra
de liberación en Argelia, el triunfo de la revolución cubana. Fueron la reconstrucción de
posguerra de la URSS, el XX Congreso del PCUS, el gobierno de Jrus- chov y la salida
de la potencia soviética al cosmos y a los mares del mundo.
Ese mundo fue sacudido, vaciado de contenido, cambiado por gigantescas
conmociones. Todo el sistema europeo oriental, y el sistema político de dos bloques
contrapuestos que duró cuatro décadas, desaparecieron. La bipo- laridad fue
desmontada en un tiempo brevísimo, y los Estados Unidos emergen como única
potencia de alcance mundial que impone su poderío militar, .|24 ideológico y
económico, pese-a que en este último campo la Europa Occidental y Japón le llevan
cierta ventaja. El fin de la URSS fue asombroso: no existe otro ejemplo histórico de
eliminación completa de un Estado poderoso de un escenario internacional en pugna
sin que medie una guerra. La madurez del imperialismo, incubada por procesos
económicos e ideológicos durante esas décadas, se muestra ahora desnuda y
soberbia. Su democracia, su mercado, su poder, sus mecanismos económicos de
dominación, su paz, su manera despiadada de vivir, su orden mundial aparecen como
vencedores,
deseables o inevitables -según quien juzgue o a quien se dirija el mensaje-, y parece
absurdo pretender levantarse contra ellos. El quebranto, el desprestigio y el desaliento
que han sufrido los ideales del socialismo difícilmente podrían exagerarse. Arrastrados
por aquellos hechos, los esfuerzos por lograr desarrollo económico y las luchas de
liberación de los pueblos del Tercer Mundo, o siquiera las aspiraciones más modestas
de sobrevivencia y trato justo, de soberanía de sus Estados, parecen no tener cabida
hoy, ni en el futuro cercano.
Aquellos años cuarenta y cincuenta, los años de la adolescencia y la juventud de
Ernesto Guevara, fueron los de su formación como revolucionario. En 1959 ya era el
Che. Estos años sombríos que vivimos han pretendido decretar también el olvido de su
pensamiento. Ese olvido quiere ser parte del cierre de una época: aquélla en que se
creyó que el ser humano puede ser algo más que un animal egoísta, que la acción
organizada masiva puede convertir en realidad proyectos de liberación y de
perfectibilidad de sociedades e individuos, y que el desarrollo de los países del Tercer
Mundo es posible.
Mi texto, y el libro del que forma parte, implican una crítica muy fuerte y sistemática a la
degeneración de las prácticas y el pensamiento de transición socialistas en la URSS y
en el conjunto del llamado socialismo real desde décadas atrás, en correspondencia
con mi convicción de la imposibilidad de que por una vía como la seguida en la Europa
oriental se pudiera pasar efectivamente al socialismo. En cuanto al proceso mismo de
la perestroika, aunque en enero de 1989 todavía provocaba muchas confusiones y
alentaba a cierto número de esperanzados en que ella renovaría al socialismo, no me
encontraba yo entre ellos. También se advierten en mi texto y en sus silencios los
límites del pensamiento producido en Cuba en aquella etapa -y los de mi circunstancia
personal-, límites que ahora se ven muy claramente, como se ve la urgencia de
trascenderlos. Sin pretender demasiado, quiero al menos situar algunos problemas e
ideas desde hoy y con la vista puesta en el futuro.
A inicios de 1989 transcurría la fase final de una época que marcó el siglo XX; a lo largo
de ella, la influencia ideológica y el peso general de la URSS fueron decisivos para el
socialismo en el mundo. Única referencia práctica de poder estatal de orientación
comunista durante décadas, protagonista de la primera revolución anticapitalista
triunfante desde la Comuna de 1871, patria del más destacado dirigente revolucionario
marxista, la URSS fue líder de una red de partidos políticos casi mundial e impactó a
millones de personas en todos los confines. La magnífica epopeya antifascista escrita
por su pueblo renovó el prestigio soviético, aunque ya entonces la revolución de 1917
había sido herida de muerte por una fracción en el poder. Después de la victoria de
1945 llegó al cénit su poderío estatal, en controversia mundial con el estadounidense, y
fue rectora de un grupo de países, pero resultó incapaz de
recuperar y profundizar el movimiento socialista soviético que le había dado origen. La
ineptitud que terminó imponiéndose a todos sus logros fue la de generar una nueva
cultura que constituyera el medio radicalmente diferente a la cultura de la dominación,
medio imprescindible para las transformaciones de las instituciones, las relaciones y las
personas, que en un largo proceso participativo debían hacer realidad la transición
socialista. Esa carencia básica (que privó a la URSS de un cemento eficaz para el
complejo étnico y de nacionalidades en que estaba llamada a convertirse), se extendió
al bloque de países tan diversos que lidereó, y les impidió avanzar hacia una
comunidad de sociedades socialistas. A pesar del papel mundial que desempeñó, la
URSS no pudo constituir un foco atractivo para los oprimidos del resto del mundo.
Todo terminó en menos de tres años. El desastre repentino, las formas escandalosas
en que dirigentes, ideólogos y funcionarios abandonaron sin el menor decoro los
ideales que proclamaban hasta ayer y destruyeron las instituciones y el conjunto del
sistema, el final sin resistencias ni gestos ejemplares, la amplia participación de
círculos dirigentes del sistema anterior en los nuevos regímenes políticos y económicos
empeñados en restablecer el capitalismo, hacen más difíciles los análisis socialistas de
lo sucedido. Sin embargo, es indispensable conocer y valorar ese proceso, desde
puntos de partida independientes al abrumador sistema totalitario de formación de
opinión pública que predomina hoy en el mundo. Llamo la atención sobre la necesidad
de que tengamos interpretaciones nuestras, desde la América Latina, de las
experiencias del llamado socialismo real y sus consecuencias.
El poder posrevolucionario que rigió durante seis décadas en la URSS, y los de los
países del bloque euroriental, intentaron desarrollar un “socialismo” de las fuerzas
productivas, y fueron finalmente derrotados por el desarrollo de las fuerzas productivas
y de la cultura de dominación del capitalismo mundial. Las ideas de Marx, Engels y
Lenin acerca del Estado como un instrumento de la revolución socialista eran
reivindicadas de palabra por un Estado todopoderoso, que en vez de tratar de llevarlas
a la práctica asfixió progresivamente a la sociedad, hizo permanente el poder de un
grupo y repartió privilegios por estamentos. Estado y sociedad fueron
descomponiéndose de modo tan crónico y paulatino que parecía algo natural, y el
sistema terminó corroído hasta la médula. En la actuación internacional dé ese poder
se impuso la razón de Estado, que vició y eliminó la estrategia mundial revolucionaria
que caracterizaba a los proyectos y al poder bolchevique en sus etapas tempranas. La
geopolítica de enfrentamiento con los Estados Unidos persistió aparentemente, pero su
rápido deterioro fue una de las señales anunciadoras de la crisis definitiva.
La caída del sistema no se produjo mediante revoluciones populares. Es obvio que el
rechazo a aquel orden se manifestó y generalizó cuando los
diques fueron quitados, y que en ciertos movimientos y algunas nuevas instituciones
existía un rico potencial favorable al menos a renovaciones con participación popular.
Lo extraordinario entonces es cómo se logró conjurar esa posibilidad de que los
pueblos tomaran la conducción en medio de cambios tan trascendentales, y se
conformaran -así es hasta ahora, al menos- con los papeles que les han asignado los
elementos que promovieron y controlaron los cambios, elementos provenientes muchas
veces de las estructuras del sistema anterior. Las mayores confusiones, los
enfrentamientos étnicos y nacionalistas, algunas luchas parciales, gran corrupción,
poco interés por la política, ingenuas aspiraciones son el cuadro de las actitudes más
generalizadas. Es paradigmático el desarme ideológico y moral, la castración de
iniciativas a escala de las mayorías que consiguió ese régimen que refería su
legitimidad al proyecto social más ambicioso de la historia: la utopía comunista, la lucha
solidaria mundial de los oprimidos contra el capitalismo, la creación de sociedades
nuevas basada en el predominio de los vínculos de solidaridad, la teoría marxista.
La abominación del pasado revolucionario y la negación de toda virtud a la época vivida
fuera del sistema capitalista han sido completas. El imperialismo, desconcertado por
tantas victorias inesperadas, ha terminado por sacar el mayor provecho posible,
poniendo en marcha una gigantesca operación para expropiar la esperanza de que
cualquier rebeldía o cualquier cambio en beneficio de los pueblos sea posible, o
siquiera pensable, y para exaltar desenfrenadamente la ideología neoliberal que hoy
exhibe su sistema. No sólo las ideas y la literatura del socialismo real, execradas
incluso por los que las usufructuaban, han sido condenadas; se pretende que todo el
marxismo es obsoleto, y que sus temas y sus juicios ya no interesan. Por extensión, se
presume lo mismo para todo pensamiento revolucionario.
En realidad, la América Latina está grávida de potencialidades para iniciar una nueva
etapa histórica. En la actualidad escasean, sin embargo, las formas organizadas de
rebeldía, y es muy fuerte todavía la creencia -amasada con terribles re presiones y con
graves derrotas- en que no es posible producir cambios profundos contra el sistema. La
lucha cultural está entonces en primer plano. Para ser válido y eficaz, el pensamiento
comprometido con las causas populares tendrá que ser capaz de independizarse de la
hegemonía ideológica y cultural del capitalismo, y de oponerse a ella. Lo mismo
deberán hacer las organizaciones populares, y los que pretendan conducirlas, según la
especificidad de cada medio. En el largo proceso que comenzará, la idea del
socialismo desempeñará un papel creciente. Por ello es indispensable fundamentar su
deslinde con respecto al socialismo que ha existido, o ha reclamado serlo, recuperar
críticamente la herencia acumulada de experiencias, sentimientos y teorías socialistas,
la herencia universal y sobre todo la latinoame
ricana, y elaborar una alternativa socialista propia como parte de las nuevas corrientes
revolucionarias que se desarrollarán en el continente.
Para todos esos fines siguen siendo válidos y útiles la acción, el pensamiento y el
legado del Che. Su crítica al socialismo de la Europa oriental -el que Suslov bautizaría
“real”- se dirigió a lo central de su régimen y a lo fundamental de sus consecuencias.
En el marco político de su militancia y sus responsabilidades dentro de la primera
revolución socialista autóctona sucedida en Occidente, vinculada progresivamente
desde el poder con los regímenes del socialismo existentes en el mundo, el Che asume
una actitud ante el socialismo y el marxismo, produce un cuerpo de pensamiento sobre
la transición socialista y propone un tipo de relaciones entre las prácticas políticas y la
actividad teórica y doctrinaria que resultan, en los tres casos, antitéticos del socialismo
real.
El Che no pretende ser original, sino ser un actor de la universalización del marxismo
de Marx y de Lenin desde la revolución socialista latinoamericana. Pero no es un
adaptador, sino un creador; no es un crítico constreñido al ejercicio intelectual, sino un
protagonista de una construcción socialista; no es hostil al socialismo soviético por
formación previa, y sostiene amplias relaciones con el mundo europeo oriental desde
una posición de prestigio y de poder y con motivaciones intemacionalistas. Estas tres
características suyas dan más peso y procedencia a su crítica del socialismo
euroriental, y lo hacen más asequible y atractivo para los que tienen convicciones
socialistas o consideran al socialismo indispensable para alcanzar la liberación.
También dieron un carácter profundamente herético a su crítica, y volvieron al Che
peligroso, repudiado, objeto de ataques, tergiversaciones y olvido.
Son admirables la profundidad y la riqueza de la crítica del Che, elaborada hace treinta
años, cuando la estudiamos a la luz de los acontecimientos recientes. En la Europa
oriental se produjo la comprobación práctica de que, tal como él creyó, los regímenes
de “socialismo de mercado”, en todas sus variantes prácticas, terminan por ser
inviables. Y de que las sociedades que esos regímenes promovieron no eran de
transición socialista, sino de estancamiento en una “etapa intermedia” permanente en
la cual los mecanismos del sistema disfrazaban la degeneración y abandono de los
valores revolucionarios originales, la dominación de un grupo, los callejones sin salida
del régimen económico, la inexistencia del internacionalismo victimado por la razón de
Estado y los intereses mezquinos, la marginadon de las mayorías respecto a la
participación en la política y la economía y el estrangula- miento de la sociedad civil. El
Che, como es lógico, tuvo que evolucionar él mismo para lograr su comprensión crítica,
frente a una multitud de factores que tendían a impedirle esa comprensión. Son
ejemplares la lucidez, el rigor, la trascendencia a que obligó a su pensamiento en
relación con sus circunstancias, y la extrema consecuencia con que procedió.
No intentaré sintetizar aquí lo que de aquella crítica del Che expongo a lo largo del
libro. Lo que quiero resaltar es que su crítica es resultado (y forma parte) de una
concepción determinada del marxismo y del socialismo, una filosofía de la praxis. El
Che articula su concepción sobre la lucha por el socialismo y el comunismo desde el
poder con su concepción del movimiento revolucionario y antimperialista mundial.
Concibe la transición socialista como una vinculación íntima entre el proyecto
comunista y el combate cotidiano por realizarlo, una concepción que: a) privilegia la
acción conciente, masiva y organizada como creadora de nuevas realidades en los
individuos y en la sociedad en transición; y b) elabora reglas de conducta y promueve
relaciones e instituciones que sean eficaces en la contienda entre los vínculos de
solidaridad y los vínculos mercantiles, el individualismo y el subdesarrollo existentes,
contienda que caracteriza a toda la transición. La concepción del Che relaciona de
manera íntima y compleja la política, la ética y la economía, a la educación con las tres
anteriores y con la coerción. Una concepción que vincula el poder y el partido con el
servicio al pueblo, y la promoción de la satisfacción y la autorrea- lización de los
individuos con su participación en la lucha social.
El pensamiento del Che surge en la cresta de una ola. En los años sesenta se levantó
una contraposición gigantesca entre el orden establecido y las ansias de libertad y de
desarrollo. Ella nació del mundo mismo de los años cuarenta y cincuenta evocado al
inicio de este texto, y llegó a negar al orden de la posguerra por el camino de buscarle
sus últimas consecuencias a las experiencias y las promesas de la época. El entonces
recién bautizado Tercer Mundo se tomó en serio a sí mismo, creó instrumentos de
coordinación de sus actuaciones internacionales y comenzó a presionar por su
desarrollo. La universalización subordinante del capitalismo se desniveló a causa de las
re-voluciones en numerosos países de Asia, Africa y la América Latina, y del ambiente
de rebeldía que ellas crearon. Ya no el comercio de lo exótico a lo Gauguin sino las
imágenes de Vietnam fueron la pintura del Oriente. En las ciudades del capitalismo
central apareció la protesta, que a veces llegó a retar el orden mismo que se había
tenido por intangible. Los Estados Unidos fue-ron sacudidos por el crimen de Dallas, la
lucha por los derechos civiles, la revolución en Cuba y en la América Latina, la rebelión
negra, la oposición a la guerra de Vietnam, Watergate. Los apóstoles, las ideas, la
acusación diaria de tanta miseria mezclada con sangre llegaban desde el Tercer
Mundo, e im-presionaron a millones de personas en el mundo desarrollado. El sistema
y el modo de vida del imperialismo sufrieron grandes impactos de deslegitimación, y
hasta la renovación musical que se produjo se tiñó de protesta.
Más no fue sólo el mundo del capitalismo el retado. Los años sesenta implicaron a la
vez el desafío que desnudó al primitivismo, la debilidad y las
mezquindades del mundo levantado en nombre del socialismo. Los maniqueísmos de
“izquierda contra derecha”, con su soberbia y su distribución de premios y castigos, la
geopolítica disfrazada, la manipulación, el reformismo como política y el dogmatismo
como ideología dominadora hicieron crisis o cayeron en bancarrota ante los ojos y las
necesidades de los países, las multitudes y los nuevos revolucionarios. Se exigió
consecuencia a la esperanza abierta por el XXo Congreso del PCUS y se rechazó la
detención y la involución en que terminó aquel proceso. El mono- litismo se hizo
pedazos. La revolución cultural maoísta en China introdujo nuevas ideas y problematizó
anteriores certezas; provocó conmociones por todas partes, y muchos la acogieron
según sus necesidades o ausencias. Sus errores e insuficiencias, y el estrecho
nacionalismo del régimen chino, constituyeron un golpe muy duro para el socialismo
promovido desde el Tercer Mundo.
Numerosas voces nuevas recuperaban a Marx y a la tradición marxista revolucionaria,
sacaban a discusión la teoría y las experiencias históricas, incluidos Lenin y la
Revolución bolchevique, elaboraban ideas, preguntaban y opinaban acerca de la
naturaleza del socialismo, sus caminos eficaces y sus tergiversaciones, sus reglas y
obligaciones. La revolución se convirtió en un tema candente de debate teórico, y el
marxismo entró de lleno o influyó a las ideas y las motivaciones de incontables
esfuerzos prácticos de lucha. La utopía comunista como convicción respecto a un más
allá posible, y la necesidad de aproximarlo y conquistarlo mediante la acción,
reverdecieron en nuevos medios y territorios.
La Cuba revolucionaria fue una protagonista de todo aquel reto bifron- te. Al revés de lo
que se creía sobre las dimensiones de espacio y tiempo, triunfó y se sostuvo en el
momento y el lugar menos indicados, para unos y otros. Fue percibida como un
prodigio de la voluntad, y sentida como el ápice de la época: su manera de condensar y
realizar el proyecto histórico de la liberación de una nación, su socialismo surgido fuera
del existente y del movimiento comunista internacional, la juventud de sus
protagonistas, la novedad de su lenguaje, la radicalidad decidida de sus medidas, su
popularidad sin límites, el enfrentamiento intransigente al imperialismo, su vocación
intemacionalista marcaron su originalidad y la convirtieron en un paradigma
revolucionario y un imán de los que actuaban en favor de la liberación en el mundo o la
deseaban. Tan fuerte era el desafío implicado en ella, que llevó a los Estados Unidos y
la URSS al momento más grave de la rivalidad que los opuso durante cuarenta años: la
inminencia de guerra nuclear durante la Crisis de Octubre de 1962. En esos que el Che
llamaría “días luminosos y tristes” ambas potencias -y con ellas el mundo- conocieron
la disposición absoluta del pueblo cubano a arrostrarlo todo por su soberanía y su
revolución.
Cuba fue una convocatoria revolucionaria para la América Latina, el continente más
evolucionado del Tercer Mundo, y el más contradictorio. Allí
terminaba entonces una etapa y comenzaba otra, en la cual la dominación capitalista
sufrió transformaciones muy notables en las formaciones económicas, el Estado, la
sociedad civil, las ideologías. Las clases dominantes de los países latinoamericanos se
plegaron a los dictados que les marcó el desarrollo del sistema capitalista mundial,
cuidando solamente mantener su dominio y adecuarse ventajosamente a los cambios
que consideraron inevitables, aunque esto implicaba el creciente control externo sobre
sus países y todas las características y consecuencias de lo que ahora llamamos
transnacionalización. Tales clases se identificaron, por tanto, con el imperialismo, y
actuaron contra sus pueblos, mediante modelos represivos a gran escala que
aseguraran el orden durante los cambios, manteniendo e incrementando los niveles de
explotación y de marginalización, y previniendo o aplastando la organización de las
protestas y rebeldías y las revoluciones de liberación.
La represión predominó, pese a los grandes esfuerzos reformistas, porque la protesta
tenía causas muy graves y la revolución se había puesto a la orden del día. La nueva
rebelión fue más allá, a partir de la acumulación de cultura revolucionaria de la historia
latinoamericana anterior, y generalizó los objetivos más radicales: la liberación nacional
contra el capitalismo. Oponerse a sus clases dominantes llevó a muchos a identificar y
condenar tanto al imperialismo como al reformismo. Fue una feliz coincidencia la de la
revolución cubana y este ciclo revolucionario que abarcó al continente: ambos se
influyeron y fecundaron mutuamente.
La revolución fue la carta de presentación de la América Latina ante el mundo.
Revolución de los hechos: guerrillas, muchedumbres enardecidas, el pueblo cubano en
el poder; revolución de las conciencias: herejías políticas e ideológicas, teoría de la
dependencia, teología de la liberación, pensamiento social comprometido; renovación
de los lenguajes, desde la Plaza de la Revolución de La Habana hasta la literatura y el
arte. El Che encarnó y constituyó la síntesis de aquel desafío latinoamericano. Por eso
la apoteosis que siguió a su sacrificio fue excepcional, y por eso fue tan corta en el
tiempo. Después, todos los poderes que habían sido tan combatidos coincidieron en
procurar el olvido del Che según iba terminando la ola levantada en los años sesenta.
El orden de lo establecido volvió a predominar, en unos casos asesinando en masa y
selectivamente, aplastando y dispersando a los agentes y simpatizantes de los
cambios; en otros, reconociendo cambios y avances irreversibles. Después se ha
desplegado un nuevo mensaje de moderación, de renuncia a todo sueño, de apología
de la concertación, como parte del esfuerzo por legitimar la dominación. La figura del
Che podría ser, a lo sumo, tolerada por este orden, si se limitara a ser uno entre otros
ídolos, cuya veneración certifica una diversidad acotada y controlada por el poder; así
sería, en realidad, una
función de la dominación. El ejemplo y el pensamiento del Che son, por el contrario,
inaceptables para aquel poder, porque siguen siendo absolutamente subversivos y
útiles en la actualidad.
El país donde se escribió este libro estaba envuelto, desde mediados de los ochenta,
en un proceso político e ideológico -la llamada rectificación-; uno de sus objetivos
resultó crucial: apartar a Cuba del cauce del “socialismo real” en que había caído
durante los quince años anteriores. Ese modelo era muy contradictorio con lo esencial
de su revolución y con muchas de sus prácticas, las de su década inicial y también una
parte de las prácticas de esos mismos quince años. No se ha reconocido
suficientemente la sagacidad política de aquel movimiento precoz que, pese a sus
graves insuficiencias y sus altibajos, se adelantó un quinquenio a la crisis final del
sistema euroriental. Esa sagacidad era hija de los valores y la vitalidad de una
revolución que continuó siéndolo pese a las deformaciones y errores acumulados.
La rectificación pretendió avanzar en sus objetivos en el marco de unas relaciones
económicas internacionales en que la URSS y su campo eran determinantes para un
pequeño país que se había visto obligado a mantener su estructura económica muy
dependiente de aquellos nexos exteriores; en realidad la rectificación era también una
prevención frente a un esperable deterioro paulatino de los vínculos económicos con la
Europa oriental. Ella proclamó la meta de recuperar y profundizar las fuerzas propias
económicas, mediante el predominio del factor subjetivo, cambios profundos y radicales
en la actividad económica, dominio popular del socialismo sobre la economía y
desarrollo de una ideología y cultura correspondientes, más eficiencia, más diversidad
de vínculos externos, más autosuficiencia. El proceso resultó insuficiente para sus
objetivos. La constante adversa principal constituida por la agresividad y el bloqueo
norteamericanos continuó, como ocurre hasta hoy. Por otra parte, en vez de sufrir un
deterioro paulatino, los vínculos con la Europa oriental se desplomaron en apenas dos
años. El comercio exterior de Cuba descendió en su valor a menos de la mitad entre
diciembre de 1989 y diciembre de 1991; la alimentación de la población y el
funcionamiento mismo de la economía quedaron comprometidos duramente al cesar de
manera brusca la otra parte de cumplir sus compromisos. La situación es más grave si
se recuerda que los convenios a largo plazo daban a la estructura económica y a los
esfuerzos cubanos una orientación, características y objetivos profundamente ligados a
aquellos vínculos. Se derrumbaron el abastecimiento de combustibles, de materias
primas, de alimentos, que nos eran fundamentales; se derrumbaron los mercados de
nuestras producciones principales; el sistema de precios y de pagos se acabó,
dejándonos casi inermes frente al mercado y las finanzas mundiales del capitalismo
transnacional actualW. La seguridad
nacional quedó amenazada de varias maneras, y el enemigo histórico de la nación
cubana acrecentó súbitamente sus posibilidades contra ella, al quedar como única
superpotencia en un mundo que se tornó unipolar. No puedo examinar aquí los temas
de la Cuba actual y sus perspectivas, tan importantes sin embargo para la alternativa
socialista latinoamericana y para el análisis de la vigencia del pensamiento del Che.(2)
En un movimiento inteligente, el socialismo parece haberse replegado hacia la utopía,
buscando nueva fuerza en ella para resistir y volver a avanzar. La América Latina
ofrece potencialidades excepcionales para ese movimiento. El carácter excluyente,
marginalizante, antinacional de su capitalismo, los callejones sin salida para las
mayorías creados por las exigencias de la transnacionalización, la miseria estructural
creciente, las cesiones de soberanía no son contrastables con eficacia desde el
sistema de dominación vigente.
Los políticos que están en el poder o aspiran a él, y los que dominan la formación de
opinión pública, predican las virtudes abstractas del liberalismo, el enfrentamiento de
egoísmos y la atomización de la gente, las asociaciones civiles que resulten inocuas o
tributarias de la hegemonía del sistema, el conformismo y la inacción. La mezquina
democracia de los años ochenta está fatigada, huérfana de frutos sociales y criadora
de monstruos políticos o de aburridos traspasos de cargos y promesas.
El campo popular ha padecido una prolongada crisis de proyectos, de relación entre lo
social y lo político, de estrategia, de organización eficaz y atinada, crisis agravada por
las consecuencias del final del socialismo real. Pero también es cierto que el campo
popular ha acumulado cultura política, organizaciones sociales y desarrollo de sus
capacidades y su sensibilidad, un potencial inmenso que no existía hace treinta años y
que permite a millones de personas reconocer a las situaciones y a sus responsables, y
también autoi- dentificarse. Si es acertada la idea de que va a comenzar una nueva
etapa histórica en el continente, la utopía socialista ha de ser un instrumento decisivo
para proyectar las visiones, el entusiasmo y las conductas mucho más allá de lo que
aportan los magros instrumentos del presente.
En todos los esfuerzos, las ideas, los sentimientos, organizaciones y luchas actuales,
están los gérmenes de los movimientos y cambios futuros. Sin embargo, el futuro
permanece bloqueado por un muro que parece infranqueable: la hegemonía de las
clases dominantes, que une a sus rasgos propios los mecanismos de la guerra cultural
del gran capitalismo, que provee la justificación de lo existente y el repertorio de
acciones y cambios posibles dentro del sistema. Frente a esa hegemonía, en realidad
completándola, obra la disgregación y la falta de autoconfianza en su autonomía de los
dominados.
No me referiré a las debilidades, características y condicionamientos de ambos
campos, mucho menos haré predicciones sobre las tendencias de sus conflictos y el
porvenir. Arriesgo empero el comentario de que sólo mediante un parto formidable la
América Latina podrá producir una actividad y un pensamiento capaces de romper con
la esencia de los sistemas de dominación vigentes y sus terribles consecuencias
sociales. Las motivaciones y los conductores de esos eventos aportarán los modos y
proporciones en que se combinen y manifiesten las necesidades, anhelos,
acumulaciones nacionales y de otros tipos que se desatarán. Creo que si se producen
acontecimientos como estos, se parecerán mucho a una rebelión, y muy poco a un
triunfo de la razón democrática.
El pensamiento del Che no sólo es valioso para el deslinde imprescindible del
socialismo que queremos, respecto al que ha existido, ni como parte relevante de la
herencia que hay que recuperar. Lo trascendente de su pensamiento en la actualidad
es que avanzó muchísimo en la elaboración de una alternativa realmente socialista
desde la América Latina y el Tercer Mundo, desde una revolución anticapitalista de
liberación verdadera, desde los ideales comunistas occidentales transmutados en
organización político-militar de masas en rebelión que pasan de la enajenación
mercantil colonial a la creatividad liberadora y al poder. Esa concepción del Che de la
transición socialista enfrenta todos los problemas principales desde una posición
revolucionaria que brinda coherencia a cada actuación o juicio, y mediante una teoría,
una determinada posición marxista que tiene sus ideas claves, su método, su aparato
conceptual, su objetivo respecto a las transformaciones de las realidades sociales y de
los individuos.
La concepción comunista de la transición socialista que elaborara, ese marxismo del
Che, articula la utopía, los principios, la estrategia, los procedimientos, el mundo del
individuo con los de las instancias sociales en que se ve envuelto, las tensiones
fundamentales que existen entre el poder y el proyecto, entre el interés de las
personas, las comunidades, los Estados, y los avances que deben ir registrando los
vínculos de solidaridad -a todos los niveles de relaciones, desde las interpersonales
hasta las internacionales- para que pueda hablarse de manera realista de sacrificios y
deberes, de satisfacciones como productos de la actividad social, de carisma y entrega
en lugar de dominio y mando, de esperanza cierta en el mejoramiento humano y social,
de una moral, de educación de las conductas para la liberación, de internacionalismo,
de socialismo.
Ese pensamiento del Che, irreductible como su vida a la manipulación, sigue siendo
-no dudo en repetirlo- una fuente decisiva, por su valor, para orientar la lucha práctica
actual por el socialismo de los revolucionarios cubanos, latinoamericanos en general y
muchos otros en el mundo.
1- Esa crisis de tan graves consecuencias económicas y sociales se agravó más
en 1993 y 1994. Después está siendo superada paulatinamente, todavía más en lo
macroeco- nómico que en los niveles de vida de la población. A la vez, están en curso
transformaciones muy profundas en la sociedad cubana.
2- He tratado esos temas cubanos en numerosos textos. Entre ellos: ‘ Desafíos del
socialismo cubano” (1988-1989); “Socialismo cubano: perspectivas y desafíos” (1990);
“Cuba: problemas de la liberación, el socialismo, la democracia” (1991); “Cuba, un
socialismo latinoamericano” (1992); “Desconexión, reinserción y socialismo en Cuba”
(1993); “Nación y sociedad en Cuba” (1994); “Cuba: coyuntura y acumulaciones
históricas” (1995) y “Hegemonía, sociedad civil ysocialismo cubano” (1997).
Prólogo a la edición argentina de El Che y el socialismo (Buenos A ires, Dialéctica,
1992) (La Habana, Casa de las Américas, 1989).
EXPERIENCIAS
REVOLUCIONARIAS

Fue la haitiana y no la norteamericana la revolución que más impactó a Cuba en el
entorno del 1800, a pesar de las grandes relaciones e influencias que ya existían entre
la isla y las Trece Colonias-EEUU. Aquel hecho trascendental afectó a todos de
inmediato, y después tuvo largas resonancias desde posiciones e intereses diversos.
La primera revolución de lo que hoy es Amé-rica Latina y el Caribe sucedió en la más
rica colonia de plantación con esclavos, mientras su vecina más cercana se estaba
convirtiendo en la más rica colonia de plantación con esclavos. Dos historias sin
embargo diferentes, que tuvieron un curso histórico ulterior también diferente.
Los dos grupos que dominaban Cuba -la clase criolla de grandes agroexportadores, y
los gobernantes españoles- estuvieron sólidamente aliados en los negocios y el poder
durante todo el ciclo revolucionario de 1791 a 1824, y hasta una década después. Saint
Domingue había sido admirado en Cuba, por sus niveles técnico y organizativo y sus
logros. Haití en llamas era una visión fatídica en cuanto al problema de mantener el
orden mientras entraban millares de esclavos anualesW y la producción azucarera se
expandía sin cesar. Pero ese incendio fue una bendición para la economía de
plantación de Cuba: liquidó al primer exportador mundial, abrió los mercados en
tiempos de aumento sostenido de la demanda, y duplicó los precios en pocos años. Y
determinó el fomento y expansión de la rama cafetalera, de gran peso en el valor
exportado durante la primera mitad del XIX.
Además de infundir el “temor a Haití”, las autoridades españolas pretendieron, en
síntesis, impedir los contactos de revolucionarios haitianos con los naturales de Cuba,
evitar o controlar a los refugiados civiles y militares franceses de las sucesivas oleadas
de derrotados, impedir la llegada de los jefes negros haitianos que combatieron a los
revolucionarios bajo bandera española, rechazar a los republicanos franceses y
combatir su propaganda, excluir o asimilar a miles de mulatos que la revolución
haitiana arrojó al Oriente de Cuba, asentar a los refugiados de La Española. Una y otra
vez prestaron ayuda material a las fuerzas opuestas a la revolución haitiana y apoyaron
acciones contra el Haití rebelde, desde el inicio hasta la expedición Leclerc-
Rochambeau. La clase criolla dominante compartió esas actitudes, pero so.
bre todo se lanzó a consolidar su sistema económico social. Francisco de Arango y
Parreño, notable líder de la clase y economista, escribió en 1792 que con la ruina de
Haití “la época de nuestra felicidad ha llegado”, pero a condición de avanzar en la
organización y tecnificación del negocio, traer los esclavos directamente, exenciones
de impuestos, caja de crédito y moneda, etc. Y también, alega, eliminar
preventivamente las eficaces milicias de negros y mulatos existentes en Cuba(2).
En Cuba estaban cambiando con celeridad la formación económica, la composición
poblacional, las relaciones sociales principales, los modos de vida de grandes grupos
humanos. Los efectos de la Revolución francesa, las guerras napoleónicas en que
tanto se involucró España y el proceso de independencia de las colonias americanas
complicaban o influían aquel proceso. Los impactos de Haití se inscribieron en ese
cuadro. El caso de los refugiados fue uno de ellos. Las alianzas y avatares europeos de
la monarquía no impidieron el asentamiento de miles de refugiados provenientes de
Haití, sobre todo en la región oriental. Según el padrón de población de Santiago de
Cuba de 1808, los 7.449 “franceses” registrados (22% de la población) se dividían en
tres tercios casi exactos: blancos, de color libres y esclavos. La sociedad de castas
levantada en Cuba los absorbió en ese carácter. El azúcar de Cuba aprovechó los
conocimientos de numerosos técnicos franceses, en cuanto a innovaciones o mejor uso
de tecnologías, maestros de azúcar, contables, médicos de esclavos, expertos en vías,
etc. Franceses fomentaron los grandes cafetales del Occidente, en decadencia
después de 1830; sus paisanos de Oriente pudieron enfrentar el retroceso de esa
rama. La huella cultural de esa primera inmigración -en el idioma, la composición
étnica, la relación con el medio y la producción, la música, la religión- es uno de los
elementos de la acumulación constitutiva de la nación cubana.
La gesta y el triunfo haitiano sin duda conmovieron a las clases subalternas de Cuba.
La fallida conspiración del pardo libre Nicolás Morales en Bayamo (1795) intentaba
forzar por vía armada la igualdad de su casta con los blancos, asociada al reclamo de
tierras de ciertos blancos contra la oligarquía regional. A fin de año el Gobierno evitó
que los cabildos habaneros agasajaran al general Jean Francois. La esperanza y la
motivación de Haití sacudieron a los esclavos, pero aquel fue un tiempo transicional en
que arribaba a Cuba una gran masa de africanos, sometida a una explotación brutal e
inexperta. En 1799 figuras centrales de la oligarquía exponen al Capitán General que
ha sido necesario reorganizar y redoblar la represión de cimarrones, y muestran su
alarma porque en tres años ha habido cuatro insurrecciones, las últimas mejor
organizadas^). Pero presumo que los de color libres, bastante integrados previamente
en la colonia criollohispana, estarían más bien impactados
por la avalancha de africanos que afectaba su consideración oficial y social, y los
esclavos carecerían todavía de vínculos entre sí y habituación al nuevo medio. De
todos modos el aumento, sistematicidad y nivel técnico de la represión, la prevención y
el odio antinegro y la legalización del racismo, fueron factores negativos para un
potencial de rebeldía que estaba lejos de contar con vehículos eficaces.
La conspiración del negro libre José Antonio Aponte, sin embargo, dejó una honda
huella en la historia cubana. Antiguo miembro de la Milicia habanera, carpintero y buen
tallador en madera, Aponte ejercía liderazgo religioso y social desde una cultura
africana y poseía a la vez conocimientos intelectuales occidentales^). En la situación
internacional de 1811-12 muchos negros y mulatos, libres y esclavos, creyeron que la
propuesta de abolición en las Cortes de España se había aprobado, y que los dueños
de Cuba lo negaban. Aponte y sus compañeros -de todas las etnias africanas y castas
de Cuba, incluso algunos blancos pobres- prepararon insurrecciones armadas en
diversos puntos del país; se invocaba el ejemplo de Haití, el retrato del rey Cristó-bal
circulaba, se esperaban fusiles haitianos y la participación del general negro Gil
Narciso. Aspiraban a abolir la esclavitud y crear un régimen nacido del país. El
movimiento reunía planes de asalto a los cuarteles y toma de ingenios por sus
dotaciones, una proclama de Aponte clavada en desafío al costado del Palacio de
Gobierno, juramentos abakuás y pabellones católicos. Cuando algunos de sus
seguidores dudan del triunfo, Aponte les recuerda que "en el Guaneo los de su clase
habían hecho la revolución y conseguido lo que deseaban H5).
La represión los aplastó. Más de veinte fueron ejecutados en La Habana, Puerto
Príncipe y Bayamo, y muchos más sufrieron prisiones y azotes. La cabeza de Aponte
fue exhibida en una céntrica esquina de La Habana. En la historia de inadecuación
entre la cultura política cubana y el modo de reproducción de la vida, Aponte fue el
primero en irse más allá de lo posible, del lado de las rebeldías. Por otra parte, el siglo
de odio y el olvido casi permanente que ha sufrido este hombre singular son ejemplos
de los escollos a la integración racial que le aportaron a la cultura cubana las formas
modernas de explotación.
El miedo al negro y a un nuevo Haití fueron argumentos para resolver cuestiones
internas y evitar comportamientos que se consideraran inconvenientes. La lógica de la
ganancia y el ejercicio del poder de los grandes criollos agitaron el fantasma de Haití
frente a los riesgos revolucionarios de 1810-1824. No hubo Juntas ni Cabildos abiertos
levantiscos en la Isla, se le exigió a las Cortes de 1811-13 dejar intangible la esclavitud,
Cuba se mantuvo “leal”. Y en 1823-25 también apareció Haití en los cálculos de las
partes involucradas en el destino que tendría Cuba ante la América independiente!6).
Entre la élite del país el miedo a Haití ayudó también como justificación para enfrentar
la gran tensión moral existente entre el salvaje sistema de esclavitud y la mo
dernidad culta de ideólogos y dueños. Haití persistió como un componente del racismo,
un acicate para dar cobertura racial al odio a los rebeldes!7), y un medio para mantener
la inferiorización, el desprecio y el miedo a los que ahora se percibían atrasados,
incapaces y “brujos”. En política criolla, Haití fortaleció el pesimismo que tuvieron los
ideólogos de la clase dominante en la economía respecto a la independencia del país y
la capacidad para el autogobierno.
Pero también persistió la influencia haitiana como esperanza de libertad. En la fiesta
patronal de Bayamo, en 1837, el cabildo de los carabalíes -con yorubas, minas y
mandingas- llevó en su bandera, en vez de la corona de España, el bicornio de los
jefes haitianos, “con las plumas negras y encarnadas”. La Comisión Militar se encargó
del caso. Treintaiún años después, sin embargo, ninguna fuerza pudo impedir que
Cuba entrara en revolución por la independencia y la abolición de la esclavitud. El 20
de octubre los rebeldes tomaron Bayamo. El camino de Haití continuaba en la isla
vecina, con elementos análogos y otros muy diferentes, beneficiado por la experiencia
histórica!8). Durante 30 años se libró una lucha de inmensos sacrificios y de creaciones
maravillosas. De ella salieron el Estado y la nación, y también, como en Haití, la
convicción de que sólo se había comenzado a recorrer el largo camino.
NOTAS
1- Según el Censo de 1792 los blancos son casi el 50% del total; hay dos de color
libres por cada tres esclavos. El Censo de 1841 registra 436 000 esclavos, 43,3% de la
población total; otro 15,2% es de color libre. El índice de masculinidad de los escla-vos
-1,8, frente a 1,2 de los blancos y 1 de los de color libres- nos dice de su peso en la
fuerza de trabajo total y de las condiciones terribles de vida a que fueron sometidos. 2 -
“La insurrección de los negros del Guarico ha agrandado el horizonte de mis ideas”,
dice el joven Arango en su ensayo Discurso sobre la agricultura de La Habana y
medios de fomentarla, tan brillante, moderno y cínico: “para el tiempo en que crezca la
fortuna de la isla y tenga dentro de su recinto quinientos mil o seiscientos mil africanos.
Desde ahora hablo para entonces... Todos son negros: poco más o poco menos tienen
las mismas quejas y el mismo motivo para vivir disgustados de nosotros” (Pichardo,
1973, ps. 162-97). En 1803 el Capitán General Someruelos envió a Arango en
importante misión ante el mando francés en Haití; el 17-7-1803 presentó Arango su
Informe sobre Haití, un documento muy valioso para el estudio de aquella coyuntura
(Franco, 1954, ps. 233-59)
3- Real Consulado y Junta de Fomento. “La independencia... de los negros de Sto.
Domingo justifica en gran manera nuestro actual susto y cuidado”, dicen. Proponen un
plan para asegurar “la tranquilidad y obediencia de los siervos” que refuerza el racismo,
estimula la colonización blanca y pretende oponer los campesinos blancos a la gente
de color (Franco, 1965). El Reglamento de Cimarro-
nes de 1796 sirvió de instrumento para enfrentar el crecimiento que tuvieron esas
formas de rebeldía durante no menos de 30 años (La Rosa, 1988).
4- Por su origen, Aponte era un ogboni, poderosa sociedad secreta nigeriana; en el
onden religioso era un Oni-Shangó. Dirigía el cabildo Shangó-Teddún, pero su
influencia llegaba a hombres de las otras etnias. La policía nos ha dejado una relación
de sus libros que incluye, entre otros, una Descripción de Historia Natural, la Guía de
Forasteros, Estado militar de España, el Catecismo de la doctrina cristiana y el Don
Quijote (Franco, 1974).
5-Reunión del 16-3-1812, según el expediente del proceso contra Aponte y sus
compañeros (Franco, 1974). Franco expone en Documentos para... acciones
ordenadas por Dessalines, Christophe, Petion y Boyer, en favor de la libertad de Cuba
y otras colonias, y de la abolición, incluida la conspiración de Aponte (1954, ps. 7-10).
Diversas fuentes refieren intentos o promesas de apoyo haitianos a conspiradores de
Cuba hasta inicios de los años 40.
6- El Sec. de Estado de la incipiente potencia, Henry Clay, exigía a México y
Colombia renunciar a liberar a Cuba y Puerto Rico no sólo por fijar el interés en la
futura anexión a EEUU, sino por temor a que a la revolución seguirían “las trágicas
escenas que antes se dieron en una isla vecina". “Los esclavos liberados de Cuba”,
decía, a su vez, y por muchas razones, fomentarían la insurrección de los esclavos del
Sur de EEUU. Con poder naval suficiente, Inglaterra y Francia se opusieron también a
la expedición a Cuba. Al parecer tampoco Bolívar estaba decidido, y temía “crear otra
república de Haití” en Cuba (carta a Santander, 25-5-1824. Compilación de V. Lecuna,
citado en Blackburn, 1988, p. 397). El asunto se relacionó con el reconocimiento de las
nuevas repúblicas por los poderes europeos. Ver la honda queja a su Gobierno del
Cptn. Gral. de Cuba, F. D. Vives, por el efecto que tendrá sobre negros y mulatos de
Cuba el reconocimiento de “la República de Santo Domingo por S. M. Cristianísima”
(Franco, 1954,210-11).
7- Que tuvo su ápice en la gigantesca represión de 1844, conocida por La Escalera
o Año del Cuero, contra los mulatos y negros libres y para quebrar las rebeliones de
esclavos.
8- “La historia de Cuba es igual a la de Haití; es la historia de todas las colonias...
soy el emisario de un pueblo esclavo que lucha por conseguir su independencia, cerca
de otro pueblo de su mismo origen que goza ya de vida propia... ” (Antonio Maceo:
carta al Gral. José Lamothe; Port-au-Prince, 23-9-1879. Papeles de Maceo, 1948,1.1,
ps. 14-16).
142
BIBLIOGRAFIA
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-Franco, José Luciano: Documentos para la historia de Haití en el Archivo Nacional.
ANC, La Habana, 1954
-Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe. 1789-1754. Academia de
Ciencias, La Habana, 1965
-“La conspiración de Aponte”. Ensayos históricos, 1974
-González Quiñones, Femando: “Las tendencias y características de la población de
Cuba en el siglo XIX”. CEDEM: La población de Cuba, La Habana, 1992 -La Rosa
Corzo, Gabino: Los cimarrones de Cuba. Ed Ciencias Sociales, La Habana, 1988
-Papeles de Maceo. Academia de la Historia de Cuba, La Habana, 1948, 2 ts.
-Pichardo, Hortensia: Documentos para la historia de Cuba. Ed. Ciencias Sociales, La
Habana, 1973,1.1
-Moreno Fraginals, Manuel: El Ingenio. Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1978. -Pérez
de la Riva, Juan: “La implantación francesa en la cuenca superior del Cauto”. El
barracón y otros ensayos, Ed. Ciencias Sociales La Habana, 1975,
Artículo para la Gran Enciclopedia de Haití
Me entusiasma participar en esta Mesa sobre la Revolución de Octubre, porque creo
que es una gran idea recordar aquel proceso histórico, rescatarlo frente al olvido y
frente a la tergiversación. La Revolución de Octubre ha sido sometida al olvido, sobre
todo a partir de los eventos de los últimos diez años. Fueron sucesos tan
extraordinarios y favorables al capitalismo, que ellos tardaron un poco en sacarle el
provecho ideológico que ofrecían: después aprendieron a extraérselo bien. En la
actualidad ya no existe el triunfalismo que siguió a la caída del Muro de Berlín, y el
capitalismo simplemente ya no promete nada. Solo exige que no desafiemos su
dominio, expresado sobre todo en la vida cotidiana; que renunciemos a la idea misma
de que es posible otra vida que la vida bajo el capitalismo. A partir de ahí, dicen, usted
puede ser diverso y hablar de cual-quier cosa. Puede hasta hablar de la Revolución de
Octubre, si le parece, aunque en realidad eso no es de buen gusto, porque ya nadie
habla de ella.
El olvido pretende borrar la experiencia de las luchas de los pueblos, las experiencias
de rebeldía atesoradas por los seres humanos. El olvido de la Revolución de Octubre
es más factible que otros, por el final tan bochornoso que tuvo la URSS, a manos de
sus propios gobernantes, y por la gigantesca confusión proveniente de que aquel grupo
de poder se proclamaba representante y guía del socialismo en el mundo. Al olvido se
suma y se mezcla la tergiversación, y ella va desde la atribución a Lenin y sus
compañeros, y a la idea misma de socialismo, de la paternidad de todos los males de la
historia de la URSS y del comunismo del siglo XX, hasta la creencia en una fatal
desdicha o un gigantesco complot internacional que acabó con el supuesto socialismo
de la Europa oriental. No es posible dejar que la herencia histórica de la revolución
bolchevique desaparezca entre el fomento del desinterés de millones -sobre todo de los
jóvenes- acerca de ella, y el acto de entregarla a recordaciones con aire y olores de
museo.
Me parece imprescindible -y quiero decirlo bien claro- que recuperemos el significado
de la gran revolución de los bolcheviques. Y eso exige la recuperación de toda la
historia soviética, que incluye jornadas y esfuerzos maravillosos y el sacrificio
abnegado de muchos millones de vidas, generadores de victorias y logros, y que
incluye el trágico final de la revolución, hace ya 60 años, que consumó el despojo del
proyecto liberador a manos del poder de un grupo domi-
nante. Heroísmos y mezquindades, aciertos, errores y crímenes, la incapacidad de
aquel régimen de crear una nueva cultura diferente y opuesta a la del capitalismo, esto
es, la historia verdadera, es de un valor inapreciable para que los cubanos y los
pueblos de todo el mundo saquemos todo el provecho a la experiencia de la
Revolución de Octubre y a la historia de las luchas de este siglo.
Opino que la Revolución de Octubre significó un cambio en las posibilidades de
liberación de la Humanidad. Ante todo fue eso. En la “bella época” de las décadas
previas se creía en Europa -que estaba entonces a la cabeza de lo que se llamaba la
civilización mundial- que el hombre blanco europeo tenía una fatigosa misión de
alcance universal: civilizarnos a nosotros, a los restantes habitantes del planeta. El
orgulloso imperialismo europeo había logrado incluso que el socialismo organizado y su
pensamiento oficial funcionaran como una oposición honorable dentro del
reconocimiento de la hegemonía burguesa. El marxismo legalizado de la II
Internacional se tornó funcional a la dominación. En diciembre de 1917 el joven Antonio
Gramsci publicó un artículo en el que afirma que los bolcheviques se han levantado
contra una situación en que “El Capital de Marx era en Rusia el libro de los burgueses
más que el de los proletarios"^). Parece una exageración. Sin embargo estaba
expresando una situación real, con la ra- dicalidad que por fortuna caracteriza a las
afirmaciones de los jóvenes.
El pensamiento marxista adecuado a la dominación burguesa consideró a la
Revolución de octubre como una excepción. Después la palabra excepción se ha
usado una y otra vez ante el hecho revolucionario que desgarra el campo de lo posible
y muestra que la praxis puede crear realidades en las que el pensamiento debió creer,
y a las que debió anunciar, explicar y aproximar. En 1961 el Che Guevara, que trata de
convertir a su formación marxista en un instrumento teórico eficaz, escribe “Cuba:
¿excepción histórica o vanguardia en la lucha anticolonialista?”. Y excepción es un
calificativo para los triunfadores, porque ha habido un repertorio de denominaciones
para los revolucionarios -pequeño burgueses, subjetivistas, militaristas, izquierdistas,
idealistas, incluso agentes del enemigo- que solo ha cedido cuando aquellos han tenido
éxito. En la América Latina actual los que han dejado de ser revolucionarios resultan
entusiastas de esos adjetivos, pero también otros “que están de vuelta sin haber ido
nunca”, como dijo un compañero en frase feliz.
La Revolución y la Rusia soviética hicieron estallar los límites de lo posible. Después, el
proceso tuvo que adecuarse a la realidad de que no triunfaban otras revoluciones
europeas y comprender que en esas condiciones su proyecto y su actuación tenían
límites marcados. La teoría marxiana de la revolución proletaria mundial tenía que
replantearse dadas las formas que asumió la expansión mundial capitalista y dados los
hechos revolucionarios, pero de ningún modo podía hacerse a un lado. Esa revolución
fue el teatro y
el fruto de la grandeza de Lenin, que había escrito en 1905: “Es indudable que la,
revolución nos aleccionará, que aleccionará a las masas populares. Ahora bien, para el
partido político en lucha la cuestión consiste en ver si sabremos enseñarle algo a la
revolución... MY preguntaba: “¿Nos atreveremos a vencer?”. En 1917 ya Lenin tenía
una destacada trayectoria de izquierda en el socialismo europeo, era el líder de una
recia organización revolucionaria marxista rusa y tenía una vasta obra teórica profunda
y radical. Al dirigir la toma del poder en Rusia ya no era un joven, y se vio muy afectado
por la vida que había llevado y por los incidentes de los pocos años en que pudo estar
al frente de la Revolución. Sin embargo es grandioso lo que nos dejó en esa breve
etapa. Cuando el Che estaba preparándose para su última misión intemacionalista, un
compañero cubano le pidió un plan para estudiar marxismo. El Che le relacionó un
conjunto de textos que debía leer, entre ellos varios de Lenin, y le agregó: “y a partir de
1917 debes leértelo todo, hasta el último papelito que escribió”.
Lenin fue el gobernante que, en un tiempo de hambre, cuando los visitantes del campo
le dejaban ofrendas de quesos y otros alimentos, ordenaba que los enviaran a los
hospitales y guarderías. A la vez, era el hombre sensible que escribía una escueta nota
a su Comisario del Pueblo -ellos quisieron cambiarlo todo, hasta los nombres, y dejaron
de llamarse ministros- de Comercio Interior: “le ordeno a usted que coma" Porque el
Comisario del Pueblo no quería comer, ya que el pueblo no tenía comida.
En el terreno del pensamiento, pienso que la Revolución de Octubre implicó una
ampliación del objeto del marxismo. Cuando comencé a leer marxismo me sentí muy
mal, porque eran unos libros pedantes donde todo estaba ya resuelto; eran una
incitación a echarse a dormir. Incluso allí el marxismo estaba definido de una vez para
siempre, creo que era la ciencia de las leyes más generales de la naturaleza, la
sociedad y el pensamiento, o algo así. Entonces leí El Estado y la Revolución, fue una
suerte para mí. Y al estudiar las revoluciones rusas, el proceso soviético y el
pensamiento marxista ruso y europeo inspirado por él, me convencí de que Octubre
trajo una ampliación del objeto del marxismo. Por ejemplo, al final de la Guerra Civil y
en medio del hambre, los bolcheviques estaban polemizando acerca de cómo educar
mejor al niño preescolar. Dado que para ellos el juego es la ^ forma fundamental de
educación, decían, ¿será mejor que los niños jueguen a que siembran, cultivan y
cosechan? Porque solo hay tierra disponible, pero hay bastante. Más, ¿esto no les
llevará a un mundo ideológico campesino? ¿Sería mejor que jueguen a que son
obreros? Hay madera disponible, bastante, para hacer juegos de armar fábricas.
Aunque quizás esto los motive menos. No era un debate entre improvisados, era entre
sicólogos y pedagogos.
La acción bolchevique representó una ampliación real del objeto del pensamiento y del
conocimiento: ahora era cambiar la vida de las personas, cambiarse a
sí mismos y cambiar la vida de decenas de millones de personas. Por primera vez se
puso en acto el proyecto comunista, y Rusia soviética fue la primera experiencia de
intento de liberación total de los individuos y la sociedad. La transición socialista solo
puede existir y mantenerse si se desarrolla y profundiza sin descanso. Solo mediante
una originalidad capaz de revolucionar las instituciones y relaciones una y otra vez,
mediante un gigantesco trabajo de masas motivadas y cada vez más concientes,
mediante un poder y un planeamiento muy fuertes puestos al servicio del proyecto
socialista y comunista, mediante una participación masiva en el control de la economía,
la política y la reproducción y producción de las ideas, y en las decisiones de
importancia. La Revolución y el régimen soviéticos fueron los primeros que se
enfrentaron a esos retos inmensos. Su experiencia, y sus lecciones, son una invaluable
riqueza con la que debemos contar.
“Leninismo”, “dictadura del proletariado”, aunque tienen historias diferentes, son
expresiones que no me animo mucho a utilizar si se trata de comenzar a entendernos
entre todos, y de que el marxismo sea útil. Cierto número de expresiones nos llevan a
un camino fragoso, difícil, tortuoso; nos devuelven a una literatura detestable desde mi
punto de vista, que nos fatigó a los más viejos durante décadas, y a los más jóvenes no
los fatiga porque no la leen. Hay que ayudar a eliminar la confusión terrible que existe,
entre la manipulación estéril o perversa del marxismo que ocupó con tanta fuerza y
durante tanto tiempo el lugar del marxismo, y el riquísimo y diverso pensamiento
marxista acumulado en siglo y medio, a mi juicio el mejor y más útil conjunto de
pensamiento social de que disponemos. La crisis profunda en que cayó la reducción
obligada a lo primero generó la multiplicación del rechazo y su rápida conversión en
desinterés, en el marco de la dinámica social de Cuba actual. Un factor muy favorable
es la renovación del interés en el marxismo, que rápidamente se ha extendido entre
sectores detérmina- dos de cubanos. Pero estimo que ella se debe a las necesidades
muy sentidas de búsqueda de fundamentación para los valores anticapitalistas en su
álgida lucha cultural actual contra los valores del capitalismo -condicionamiento social
que es decisivo-, más que a eventos intelectuales notables en el campo del
pensamiento marxista. Lo grave es que la intimidad entre ciencia y conciencia que
caracteriza a la teoría marxista exige el desarrollo de la primera para que sea eficaz su
relación con la segunda y su funcionalidad. En otras palabras, no nos servirá “asumir”
cualquier marxismo, y es imprescindible una labor intelectual muy tenaz y calificada,
que parta de los problemas principales de hoy. Una gigantesca labor de crítica y de
creación debe suceder simultáneamente. El asunto que nos reúne ofrece una riqueza
teórica maravillosa. En el caso de la teoría marxiana de la dictadura del proletariado,
aporta las ideas de numerosos marxistas que tuvieron que discutir y actuar a la vez,
que escribir y experimentar, que seguir predicien
do mientras se enfrentaban a la angustia de los hechos, las insuficiencias y las
decisiones a veces desgarradoras. Lenin, Rosa Luxemburgo, Trotsky, Kautsky,
Plejanov, Liebnecht y otros habían escrito y polemizado acerca de un proyecto; desde
1917 se creó un campo teórico descomunal en el que seguía siendo el proyecto la
estrella polar, pero ahora puesto en relaciones -muchas veces queman- tes- con toda la
actividad y las ideas propias de la experiencia práctica de un régimen revolucionario
que debía realizarlo todo. Se multiplicaron los polemistas y sobre todo se materializaron
y se multiplicaron los problemas de las relaciones y contradicciones entre el poder y el
proyecto, a mi juicio el problema central interno de las sociedades en transición
socialista. (El problema central más general es el del enfrentamiento al capitalismo
mundial y sus capacidades de agresión y de reaparición). Nada puede sustituir al
estudio de los pensadores y de los que desempeñaron funciones, combinado con el
estudio de los procesos sociales mismos. Estudio que debe incluir a los nuevos
participantes del resto de Europa, tan importantes, y ahora también a los de Asia y
América. Esa vuelta a este momento crucial de la historia del pensamiento marxista
tendrá que tener en cuenta las interpretaciones notables que ya se han producido, pero
está obligada a producir sus nuevas interpretaciones, porque así es necesario en todas
las encrucijadas históricas, y estamos en una de ellas.
Una tarea como esa se puso a la orden del día en Cuba de los años sesenta. La gran
revolución socialista de liberación nacional, pionera en la América Latina, la primera
revolución socialista autóctona de Occidente, tuvo que asumir críticamente la riqueza
de Octubre. Nos puede beneficiar mucho en esta nueva coyuntura la cultura
acumulada, pero sólo para realizar efectiva-mente una nueva tarea, sobre los
problemas actuales y perspectivos, para la creación y recreación de un proyecto de
liberación superior.
NOTAS
1- “La revolución contra El Capital”, en Avanti!, Milán. Traducción de Manuel
Sacristán, reproducida por Michael Lówy: “El marxismo olvidado”, Ed. Fontamara,
Barcelona, 1978.
Publicado en Contracorriente núm. 7, La Habana, agosto de 1997
Se acaba el siglo XX y estamos volviendo sobre uno de sus acontecimientos más
descollantes. España en guerra fue puesta en el ápice de la etapa de más agudo
enfrentamiento ideológico del siglo, parecía ser una batalla decisiva para el mundo. Los
más grandes poetas la cantaron, el cine y la fotografía la volvieron imágenes. A nadie le
fue indiferente: atrajo desde las angustias de las personas decentes hasta los manejos
de las grandes potencias. Después, sobre la Guerra de España se decretaron largos,
diferentes y sucesivos olvidos. Y a pesar de que a ese olvido particular se le suma hoy
una tendencia general al olvido que pretende ser ley, estamos aquí, aunque parezca
extraño, conmemorándola. El propósito de mis palabras se limita a comentar con
ustedes algunas de las reflexiones que aquel evento me provoca, a la distancia de
Cuba y de 1999, aunque seguramente de otros años previos también, que eso sucede
con todas las opiniones y argumentos, aún con los que creemos más actuales.
Sólo unas palabras sobre esa ubicación “desde Cuba”. Las relaciones tan íntimas y
conflictivas entre ambas sociedades culminaron en la terrible guerra de independencia
de 1895-98: Cuba tuvo que arrostrarla para lograr ser una nación, en una gesta armada
que fundió a las castas en que la gran esclavitud moderna para el mercado capitalista
había dividido al país, y en un gigantesco holocausto. No es sano manipular la historia:
los colonialistas impusieron su voluntad y llevaron a España a una guerra muy cruel, de
concentración forzada y exterminio de poblaciones civiles en que murió más del 20%
de los cubanos. Cien mil jóvenes españoles fueron sacrificados también. Pero los
colonialistas fracasaron ante la magnitud de la guerra revolucionaria, y la mezquina
salida autonómica que ensayaron en 1898 sólo podía convenir a los ricos de Cuba y de
España, el pueblo cubano en armas la rechazó. La invasión norteamericana impuso
entonces un final imperialista a España y a Cuba, y el gobierno español no tuvo ningún
gesto postrero que favoreciera el derecho del pueblo cubano a su independencia.
Treinta y ocho años después del fin de aquella guerra, el país había recibido la más
numerosa inmigración española de su historia. En el control del comercio y en la
industria tenían los españoles una parte muy importante, pero la mayoría de los
inmigrantes había engrosado las filas de los trabajadores, muchos de ellos participaroji
en la creación de organizaciones sindicales
combativas y en la difusión de ideas radicales en el país. Quiero destacar que la nación
cubana tuvo la fuerza suficiente para absorber una masa enorme de inmigrantes en tan
breve tiempo, sin desfigurarse!1), y llamar la atención sobre las nuevas visiones e ideas
acerca de las relaciones entre la nación y las luchas de clases que se abrieron paso en
el país de los años 20-30’s(2). El profundo proceso revolucionario vivido por Cuba en
esos años fue el medio que condicionó e incluso guió los sentimientos y los juicios
cubanos hacia la república y la guerra de España. En este Coloquio se tratarán varios
ángulos de esa relación -que incluyó la partipación de unos mil combatientes cubanos-,
y también la herencia que dejó en nuestra cultura política.
En el siglo XX ha habido dos grandes ondas expansivas de la “izquierda” o, para ser
más preciso, del anticapitalismo: la que se plasma en 1917 y llega a los años 30’s, y la
de la segunda postguerra, que tuvo su centro en los 60’s. La primera es básicamente
europea: la gran revolución rusa y la izquierda radical, que quisieron proyectar y
realizar un cambio de las instituciones y las personas mediante el ejercicio de un poder
que marchara hacia el comunismo. Después, el capitalismo se fascistiza, y la URSS se
staliniza. Keynes y Hitler ofrecen sus soluciones al capitalismo, la fascista lleva al
mundo a la guerra más devastadora de la historia.
La segunda onda fue básicamente “tercermundista”: triunfan revoluciones en China,
Viet Nam, Argelia, Cuba, hay movimientos revolucionarios en América Latina y otros
lugares. La perspectiva dominante acerca del mundo abandona la creencia en una
relación atraso-civilización, que sería resuelta por el capitalismo, esto es, por la
“modernización”. Se hace visible una nueva relación: subdesarrollo-desarrollo, que
debe ser resuelta contra el capitalismo. La mundialización adolescente del
neocolonialismo y la transnacionalización parece volverse contra ella misma en las
protestas obreras y estudiantiles, en el “movement” norteamericano. Y el socialismo
burocratizado es retado por las herejías que recorren el mundo. (Por cierto, ¿cuándo
habrá una tercera onda? ¿cómo será? Pero esto no forma parte de nuestro tema de
hoy).
La revolución y la guerra en España suceden muy al final de la primera onda que
referíamos. Factores internos fueron los decisivos, como sucede siem- ^ pre. El orden
de la dominación trató de pasar de una forma de gobierno -la monarquía- a otra -la
república-, haciendo los ajustes obligados pero sin perder lo esencial de su dominio, sin
embargo, aquel orden se enredó en las oposiciones, agravios, intereses y sentimientos
de sus grupos componentes. Pero lo determinante no fue aquella pugna entre los de
arriba, sino el empuje de otros: los dominados, que desde diferentes grupos sociales,
identidades, formas de protesta, organizaciones y regiones, fueron perdiendo la
tradicional sujeción a la hegemonía y a la noción del orden vigente que caracteriza al
funcionamiento “normal” de las sociedades. Veinte años de luchas sociales y políticas
en España resultaron el largo prólogo de la contienda, con sus alternativas de auge
popular, dictadura, caída de la monarquía, república reformadora, explosión popular y
represión republicana, frente popular.
Bajo la república -en los últimos cinco de esos años- se probaron numerosos métodos
de gobierno y de acción social desde arriba, pero resultaron totalmente insuficientes
ante los problemas del país y la resistencia activa, las demandas y la organización de
los de abajo. Estos apelaron tanto al peso de sus votos como al abstencionismo, a la
huelga, la ocupación de tierras y otras acciones de grupos o de masas, y hasta a una
insurrección. Esas acciones colectivas expresaban claramente una beligerancia que
exigía mucho más que las modestas reformas proclamadas por la república, y no podía
tolerar'que la forma de gobierno que había anunciado la libertad fuera capaz de
olvidarse de los campesinos y los obreros, o incluso de reprimirlos. Los sucesos de
octubre de 1934 marcaron con fuego la credibilidad de la república.
Una nueva derecha se levantó también -sobre todo en la Falange y la JONS- en busca
de un fascismo propio, que fuera español. La vieja reacción de castas privilegiadas y
las clientelas de pobres tradicionalistas temían mucho la emergencia de una revolución.
Una conspiración militar antirrepublicana se preparaba. Toda la España que nunca
aceptó el liberalismo consideraba cuestión de vida o muerte salir de un régimen
sospechoso de abrir camino a la subversión social. Así se desgastó un sistema político
-que no tenía a su favor una tradición democrática-, al no poder satisfacer ni a unos ni a
otros. El amplio triunfo electoral del Frente Popular en 1936 le dio sin embargo a la
república un perfil de mayor participación popular en vísperas de la guerra, y le dio
legítima continuidad institucional frente a la ruptura de la legalidad por la insurgencia
reaccionaria.
La acumulación de viejos rencores y rencores nuevos caldeó los enfrentamientos
sociales, políticos y regionales en un país con una gran tradición de violencia política
que había sido renovada con entusiasmo. Finalmente el recurso a la guerra se volvió
inevitable. El clásico pronunciamiento militar de fin de semana en julio de 1936 no
podía resolver la cuestión, porque lo que estaba a la orden del día era una revolución.
El gran estallido de multitudes que rechazó el golpe en jornadas sangrientas fue el
certificado de la fuerza del pueblo, por su parte, el éxito obtenido por los sublevados en
captar bases sociales mostró también que a escala del país se ventilaba una oposición
fun-damental. El evento no consistió entonces en el típico enfrentamiento político entre
minorías, sino en una movilización de las mayorías. Desde el primer momento muchos
lo entendieron así, y llamaron por su nombre al acontecimiento: la revolución
españolad). Otros se negaban a que hubiera una revolución, entre ellos el propio
presidente Manuel Azaña. El gigantesco choque entre
el gobierno legítimo y la exigencia de un nuevo poder que “salvara” a España comenzó
a opacar la profunda disyuntiva social. La violencia incontrolada y el gran baño de
sangre de los primeros meses de la guerra fue el bautizo, pero los estudiosos están de
acuerdo en distinguir entre la sed de venganza espontánea que motivó esos y otros
desmanes del campo popular, y la gran matanza organizada que ejecutaron los
“nacionales”, pronto convertida en represión sistemática en cada nueva área que caía
bajo su control!4). La fría matanza de la contrarrevolución se extendió hasta mucho
después del fin de la guerra.
Después de la primera etapa, se va imponiendo el orden detrás de los “frentes” de
batalla, la guerra domina sobre'la rebelión, y exige ella misma la virtud de la obediencia
a sus participantes. Dos bloques heterogéneos se enfrentaron en la contienda, y cada
uno fue compuesto y disciplinado durante la propia guerra. En el campo de la
contrarrevolución, la unidad fue una necesidad que no afectaba a la naturaleza misma
de la causa defendida, Franco redujo sin dificultad a su dominio el impulso falangista, y
lo remitió al arsenal simbólico. En el campo republicano la unidad también era
imprescindible, pero los factores a componer tenían intereses e ideales demasiado
diferentes, si de revolución se trataba. Para los “nacionales” la guerra fue el esfuerzo
supremo que se hacía para alcanzar el triunfo, para sus oponentes, la guerra fue una
instancia defensiva que le fue impuesta: ella aprovechó, promovió, ajustó, coordinó,
disolvió o reprimió a los impulsos diversos de la revolución popular. De esta manera, la
guerra se volvió central, predominó sobre la revolución, ordenó el campo de la
República, y hasta el nombre mismo del evento quedó fijado de otro modo: Guerra
Civil, o Guerra de España.
Desde un punto de vista radical podrían sacarse apuradas conclusiones: la guerra mató
a la revoluciónale parece más acertado sacarle provecho a una experiencia que costó
tanto, hacerle las preguntas necesarias. Es innegable que en las grandes encrucijadas
históricas el impulso libertario lleva adelante los procesos de cambio social, muchísimo
más lejos que lo que creían de inicio los propios actores calificados, para no hablar de
los analistas de gabinete. Pero también es innegable que sólo una organización radical
enérgica y unida, identificada ideológicamente, puede acometer y vencer con éxito las
tareas de combate y de creación de un nuevo poder que conlleva -de manera
inexorable- toda revolución. En esta breve comunicación sólo apunto el lugar de los
dilemas tremendos que así se abren. En la España de esos años, ellos tuvieron
realidad específica, y fueron condicionados por gran número de factores. Cuando lo
examinamos desde hoy, ese hecho histórico portabas huellas de las distintas
posiciones de entonces, y también de los juicios y prejuicios que se han ido
acumulando por sucesivas generaciones en países, ideo-logías y circunstancias
diferentes, plasmados en una enorme suma de relatos, memorias, investigaciones,
creencias, pertenencias y polémicas.
No abordo los temas que proceden de la dimensión internacional, porque Aurea Matilde
Fernández -experta en la historia de España y en este tema- los tratará aquí. Pero
necesito al menos anotar que la revolución y la guerra de España tuvieron un fortísimo
condicionamiento internacional, des-favorable para la república. La Italia fascista aportó
una enorme ayuda material y humana, de tropas regulares, también la Alemania nazi lo
hizo, sobre todo con técnicos, decenas de miles de soldados marroquíes pelearon por
los “nacionales”. Este factor fue importantísimo para Franco y, en algunos momentos,
decisivo. La lejana URSS brindó a la república la única gran asistencia estatal recibida,
mientras que Francia y Gran Bretaña no realizaron de ninguna manera lo que se
esperaría de dos grandes democracias que auxilian a una democracia vecina frente al
totalitarismo. La evolución de los intereses de cada uno de los países señalados, sus
pugnas internas y los grandes enfrentamientos ideológicos de aquel momento
influyeron notablemente en los sucesos, y en las posiciones y actitudes de los
contendientes en España.
La revolución y la guerra en España no coincidieron con un auge revolucionario
europeo, sino con el trágico final del ciclo revolucionario en la URSS y con el avance
del fascismo en el continente. Era un tiempo de endurecimiento de los poderes
estatales, que se aprestaban a librar o temían el choque general que fue la Segunda
Guerra Mundial. Por lo demás, a las ondas largas del anticapitalismo como la que yo
apuntaba, o a las etapas generales que los historiadores determinan después, no se
les suele hacer ningún caso cuando un pueblo o una organización decididos se lanzan
a luchar, y España no fue la excepción. En realidad, ondas y etapas son solo
tendencias ideales y, sin desdeñar su peso, es obligatorio analizar cada proceso como
una totalidad concreta en que el entramado interno es fundamental. Por otra parte,
desconfío del recurso de convertir en explicación histórica a argumentos que fueron
esgrimidos en un contexto determinado -por ejemplo el del “eslabón más débil”- y
constato el peso que sobre la actuación concreta pueden tener abs-tracciones
convertidas en dogma -como por ejemplo, “revolución democráti- co-burguesa”-. En
general, no comparto la posición que privilegia al determi- nismo en la comprensión de
los eventos sociales.
En lo tocante a concepciones generales, entiendo que la de Carlos Marx ^ „ acerca de
la creciente internacionalización del capitalismo y sus obligados efectos sobre las
luchas de clases que lo retan es muy acertada como tendencia de funcionamiento del
mundo social en esta etapa histórica. Pero no se trata de “comprobarla” mediante el
“ejemplo” de la guerra de España.
El trabajo de ciencia social consiste más bien en tener en cuenta aquella concepción de
Marx al elaborar hipótesis para el análisis concreto de la revolución y la guerra de
España.
Salta entonces, entre otras, la cuestión de lo posible. ¿Qué revolución era posible para
el campo popular en la España de 1936-38? ¿Qué era más razonable, exigir “victoria
para la revolución”, o “revolución para la victoria”? ¿Qué relación de beneficios y daños
aportaba el recorte del impulso libertario para adecuarlo a la razón política? Las
preguntas que un día estuvieron en el fondo de las decisiones y de las angustias de los
militantes, deben regresar ahora al taller del estudio. Y ellas no nos darían solamente
conocimiento histórico, porque una y otra vez se presentan ante nosotros los dilemas
de lo posible, de lo que se puede salvar y lo que es lícito sacrificar, de la conversión de
lo inexistente en realidades mediante la acción y la voluntad organizadas, y de sus
límites. Y el análisis riguroso de las experiencias de los esfuerzos de los pueblos ofrece
un laboratorio valiosísimo.
Los referentes ideológico-políticos de los “rojos” y los “azules” en España eran los
antagónicos por excelencia en el mundo de 1936. Izquierda y derecha eran los dos
únicos puntos cardinales, aunque dejarían de serlo muy pronto. Una vez más habría
que ver qué relaciones guardaban los nombres que usaron los adversarios para
designarse a sí mismos y a sus enemigos -esto es, las expresiones de sus
subjetividades-, con los contenidos prácticos de sus respectivos campos y de su
enfrentamiento. Digo prácticos, y no reales -si me permiten una digresión de método-,
porque esas subjetividades eran realidades, y de tanto peso como las que se miden o
se palpan, o se creen medir y palpar.
Tal estudio nos asomaría a las motivaciones y reacciones de los que actuaron, a sus
representaciones, imágenes del mundo, proyectos, ideales y valores. Fue desde ellos
que enfrentaron las contradicciones en que estaban inmersos, y las resolvieron.
Además de adelantarnos mucho en el conocimiento de la historia de aquel proceso
español, esta comprensión de los diferentes órdenes de realidades y de sus
interacciones, esto es, de totalidades específicas, nos ayuda a construir productos más
profundos y más capaces de sugerirnos nuevas preguntas. En la España de 1936-39,
como en todas partes, los cambios sociales, las luchas y enfrentamientos políticos e
ideológicos no se dan nunca sobre un suelo vacío. Solo pueden suceder inscritos en
una cultura compuesta de elementos afines y discordes, cercanos y lejanos, pero que
ha sido equilibrada periódicamente en favor de un tipo de dominación y hegemonía
determinados, y de una forma de convivencia dada. Esa cultura, y las acumulaciones
culturales que contiene, que aportan, permanecen latentes o se reactivan, son el medio
en que sucede la política real, las ideas y sentimientos reales que mueven a las
personas y a sus agrupamientos sociales. Esto es, siempre se trata también de
profundas luchas culturales.
La cultura de la dominación es por tanto un dato básico al tratar de comprender los
conflictos y los intentos de cambios en una sociedad. En la gama de
actitudes individuales de los que lucharon con Franco o lo apoyaron, están -junto a las
de las minorías lúcidas y despiadadas de miembros de clases dominantes y
profesionales de sus aparatos-, las actitudes de sujeción al orden social y al sentido de
la vida “que siempre ha existido” y a las imágenes del mundo correspondientes, el
deseo de ascenso social, o de asegurar la sobrevivencia en medio de un país en crisis,
las ideologías conservadoras alimentadas por la educación religiosa y ética tanto o más
que por la política, y también la creencia en una cruzada renovadora que regeneraría a
España y la encaminaría hacia su destino. Jóvenes falangistas, pobres rurales y
urbanos ignorantes o emprendedores, mesnadas católicas, etc., forman en las filas del
“franquismo popular”.
El material factual de una reflexión sobre la España que luchó por la república en 1936-
39 nos lleva necesariamente al mapa social del país, a localizar a la masa de los
desposeídos y los explotados, a los humillados y ofendidos, esto es, a la reunión de la
situación con las autoidentificaciones y con la ubicación del enemigo, a los grados de
organización propia o de deseo y necesidad de adscribirse. Pero nos tiene que llevar
también al mundo de las descripciones de actitudes y de las vivencias. Las emociones
no son entonces asunto de anécdotas, sino materia de conocimiento. ¿Cómo
comprender la resistencia y el contraataque de masas de los primeros días sin analizar
su entusiasmo y abnegación, su cultura previa de motín, que se sobrepusieron a la
tradicional resignación al desenlace de un golpe militar que padecen tantos políticos
democráticos? O la nueva representación física de poder y de confianza que da portar
un arma, algo que cambia a las personas, atrae nuevos reclutas y crea nuevas
imágenes significativas!5).
Es necesario incluir en los análisis otros elementos: los esfuerzos supremos en
situaciones límite realizados por tantas personas a las que la lucha elevó y proyectó de
nuevas maneras. El alcance y los límites de la cultura de rebeldía de un pueblo
expresado en los comportamientos que pueden llegar a ser tan contradictorios. Los
papeles que tuvo la militancia en las actitudes individuales: la abnegación, la disciplina,
la voluntad, la conciencia, la disposición al sacrificio, a servir como ejemplo y a conducir
a otros, la efectividad, el heroísmo. También la extrema intolerancia que fue tan común,
la ideología cerrada de blanco o negro, incapaz de ver matices y complejidades. La
cooperación, la falta de fraternidad o la hostilidad entre miembros de las diferentes
organizaciones populares, que vivían la exclusividad de sus creencias y de sus
pertenencias. La capacidad asociativa se había desarrollado en las décadas anteriores,
y sobre todo durante los años de la república. En la guerra, la milicia y otras
formaciones armadas populares fueron organizaciones de máxima importancia, por las
tareas que cumplieron y por las transformaciones que promovieron en sus miembros,
en la medida en que se logró, la profesionalización del ejército las canalizó en una gran
fuerza, y también las sometió. Miles de juntas y comités de trabajadores y de
comunidades
pasaron a ejercer poder sobre empresas y territorios, a distribuir alimentos, a sustituir
dinero por vales, a imponer un orden propio. Esos órganos participaron en las
regulaciones del sistema económico en que coexistieron las colectivizaciones y
sindicalizaciones con la permanencia de la propiedad privada y el mercado. Una nueva
manera de vivir la vida se asomó en las experiencias y los ensayos del campo popular.
La derrota de 1939 acabó con toda esa realidad incipiente, barriendo por igual a los
radicales y los moderados, a la iniciativa popular y a sus críticos. Otra cosa es la
leyenda de la guerra de España. La leyenda no precisa de la Historia, incluso puede
desentenderse de ella si le molesta. La leyenda de España ve pasar a civiles armados
que vencen a militares profesionales, a una democracia de izquierda, una tradición de
luchas armadas, un mar de fotos, la legalidad que sobrevive en el exilio como lección
moral, y tanta emoción y mensajes en poemas, canciones e imágenes que han
recorrido el mundo. España se tornó un símbolo del internacionalismo: la acción
heroica de miles de combatientes de numerosos países encarnó una instancia popular
y una dimensión humana, asible, de la lucha contra el capitalismo. La causa de la
revolución española sobrevivió en su leyenda, que participa en la formación y la
motivación de muchos jóvenes que vienen después.
Una nota personal. De niño leí la guerra de España ya sucedida, en una colección de
Carteles abandonada en un traspatio. La viví semana tras semana, en cientos de fotos,
mapas, noticias y reportajes. Cuando al fin fui a Madrid, hace unos pocos años, me
hospedé en un hotel frente a la Estación del Norte. De inmediato salí, y al saber que
estaba tan cerca del Cuartel de la Montaña, decidí comenzar por el principio, por donde
subió el pueblo insurreccionado el 20 de julio, y con ellos los dieciocho, los primeros
combatientes cubanos. Pero no en-contré el cuartel. Le pregunté entonces al hombre
más anciano que vi en la calle: ¿dónde está el Cuartel de la Montaña? Él me dijo: esos
terrenos pertenecen al Duque de Alba, y como le gusta la cacería, tuvo que echar abajo
el edificio. Pero comprendió que mi cara y mi largo viaje necesitaban algo más, y
agregó que el Cuartel era muy fuerte, que resistió muy bien los bombardeos de
aviación durante la Guerra. Todavía preocupado por lo que había dicho, añadió
palabras rituales: todo eso sucedió después del Alzamiento Nacional. Le agradecí
mucho, pero tuve que caminar un rato más por los alrededores.
Pero si la leyenda tiene su eficacia, tiene también sus condicionantes. A la de España
la estrechó una ideología que se fue desgastando, y el mundo mismo fue cambiando.
Hoy estamos otra vez frente a aquel acontecimiento, pero millones creen que las
ideologías se han acabado antes que el siglo. ¿Qué pueden ser, significar ahora, la
revolución y la guerra de España? No tengo respuesta para esa pregunta. Pero abrigo
la convicción de que es imposible que la gente se resigne a vivir como si fuera una
maravilla la mezquindad del
capitalismo de la vida cotidiana, picoteando el suelo como gallinas. Volverán entonces
las necesidades de proyectos, y las conductas regidas por ideales. Entonces volverá el
estudio de las revoluciones, porque ellas ofrecen enseñanzas a los nuevos proyectos, y
el deseo de comenzar más allá del punto al que ellas lograron llegar. Y porque las
revoluciones muestran a los ideales que existe un tiempo en que lo mejor de las
personas se manifiesta y se multiplica, un tiempo en que la acción y la creatividad
derriban las barreras de lo imposible. Llegado el caso, la revolución española seguirá
ofreciéndonos lecciones y provecho.
NOTAS
1- En 1902-1930 entraron 1.280.000 inmigrantes, y más de la mitad se quedó,
800.000 de aquellos eran españoles. El fin de la expansión azucarera y la gran crisis
económica abatieron ese flujo que había caracterizado a la historia económica de
Cuba, hasta hoy, la inmigración perdió toda importancia. La población nacida en el
extranjero bajó del 21,5% del total en 1931 al 4,2% en 1943, por el cese de la
inmigración, medidas y actos legales del período y regresos a sus países de españoles
y antillanos (Julián Alienes. Características fundamentales de la economía cubana,
Banco Nacional de Cuba, 1950, ps. 38-43, Leví Marrero. Geografía de Cuba, La
Habana, Alfa, 1955)
2- El cubano Marcos Antilla acompaña al agitador español Manuel Herdoza en la
anécdota de “La Guardarraya” (Luis Felipe Rodríguez, 1930), narración breve que
expresa bien el ambiente de aquel tiempo.
3- Y no sólo en España. “Me voy a España. A la revolución española”, escribe
Pablo de la Torriente el 6 de agosto de 1936, en un breve texto en que menciona siete
veces a esa revolución.
4- Los más diversos historiadores exponen esos hechos. Ver: Pierre Broué y Emile
Témime: La revolución y la guerra de España. FCE, México, 1962, 2 vols., Hugh
Thomas: La guerra civil española 1936-39. Grijalbo, Barcelona, 1976, 2 vols.
5- El corresponsal Louis Delaprée se admira de una mujer que vuelve del mercado
con su niño, su bolso y su fusil (Mort en Spagne, citado en Broue, P. y E. Temime: La
revolución y la guerra de España. México DF, FCE, 1962,1.1, p. 133)
Versión ampliada del texto leído en el Coloquio La Guerra Civil Española. Centro
Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 26-9-1996.
Se publicó en Revista Bimestre Cubana núm. 5, jul/dic. 1996
Mis palabras expresarán una de las formas más válidas de acercarse al pensamiento
de Gramsci -y de rendirle homenaje- que es utilizar sus ideas, y la influencia que tienen
en nuestra manera de pensar, para abordar las cuestiones fundamentales de nuestro
tiempo, y tratar de plantearlas bien. El tema al que aludiré fue central en su
pensamiento: la necesidad de conocer profundamente lo esencial del sistema de
dominación del capitalismo actual para guiar de manera eficaz la lucha anticapitalista;
añado -inspirado por él- el tema que me motiva: los rasgos, problemas y dificultades del
propio proyecto socialista. Lo hago desde la Cuba de hoy, el primer país de Occidente
que realizó una revolución anticapitalista autóctona y el único que, sacando fuerzas de
ella, mantiene un poder de tipo transición socialista en Occidente W.
En esta década se hicieron visibles dos tendencias que ya actuaban desde antes en el
mundo contemporáneo: la aceleración del proceso de centralización capitalista y la
descomposición de las ideas y los regímenes del llamado socialismo real. Hoy
predominan la transnacionalización y el dinero parasitario en la economía, la
democracia conservadora en política y el totalitarismo en los controles ideológicos, todo
articulado en una dominación cultural que trata de hacer “natural" al modo de vivir,
pensar y sentir del capitalismo, y además prevenir, subordinar o aislar las protestas y
rebeldías. El triunfalismo de los primeros años 90 se desgastó, pero hoy prevalece un
ambiente de acomodos o de resignación que se expresaría así coloquialmente: “nadie
cree que lo que existe es lo mejor, pero nadie cree que nada pueda cambiarse” Hoy
resulta difícil incluso representarse el anticapitalismo. Lo usual es que las oposiciones
organizadas políticamente -sean “posibilistas”, “pragmáticas” o “éticas”- no reten al
sistema. Predominan tanto las ideas adecuadas al dominio capitalista que está en duda
la posibilidad de construir alternativas radicales a ese dominio. Una dicotomía estéril
parece regir a la izquierda: la permanencia dentro de la hegemonía burguesa aunque
con muy variadas actitudes y matices; o las sectas dogmáticas y sectarias que añoran
un “pasado” que a la mayoría nunca les perteneció. Entiendo que ambas posiciones
son funcionales al dominio del capitalismo. Si el XIX fue el siglo clásico del capitalismo,
el XX ha resultado otro siglo más de capitalismo, a pesar de que tantos creyeron que la
propiedad privada se acabaría antes que él. El siglo que
termina ha sido sin embargo de profundos retos y angustias para el capitalismo. Ha
sido de inmensas experiencias, de prácticas anticapitalistas trascendentales. Profundas
revoluciones políticas cambiaron las relaciones económicas y sociales en sus países
en buena parte del mundo, en grados y de modos diferentes. El éxito obtenido por el
capitalismo frente a ellas provino de que tanto sus presiones como su peso y atracción
culturales resultaron superiores, a mediano o largo plazo. Pero eso fue posible solo
porque el curso general de la evolución de aquellas revoluciones fue la reducción
progresiva de su alcance, que las constriñó a poderes estatales en manos de grupos
dominantes, a la consolidación de la desigualdad mediante jerarquías y privilegios, y al
predominio de la geopolítica en la dimensión internacional de su actividad.
En el siglo XX se organizaron y desarrollaron economías diferentes a la del capitalismo,
basadas originariamente en satisfacer las necesidades humanas y la justicia social.
Ellas movilizaron el entusiasmo y promovieron las capacidades de pueblos enteros, y
obtuvieron logros muy notables. En las últimas décadas, las economías de Europa
oriental y las de países liberados del Tercer Mundo han sido duramente afectadas por
las tendencias recientes del capitalismo imperialista. Y en el marco del freno, desvíos y
decadencia de los procesos de transición socialista, esas economías cada vez más
buscaron objetivos análogos a las economías capitalistas. Por otra parte, tampoco
pudo evitar el capitalismo que se produjeran mejores o nuevos autorreconocimientos -y
luchas- nacionales, clasistas, étnicas, de comunidades, de género. Su orden no pudo
reinar en paz. Las naciones, los explotados y oprimidos, las mujeres, los negros, los
indios, los marginados y excluidos, las comunidades y otras diversidades sociales
existen tozudamente, se reconocen y son activas. Ellas se enfrentan parcialmente al
capitalismo, o al menos lo niegan o lo desafían, e influyen en los reclamos humanos
actuales, un amplio arco que va desde la lucha contra las consecuencias de las
políticas vigentes hasta la defensa del medio ambiente. Se ha acumulado una inmensa
cultura como resultado de las revoluciones, de las grandes experiencias polí-ticas y de
las identidades y movimientos sociales.
La victoria del capitalismo ha residido hasta ahora en lograr absorber los movimientos y
las ideas de rebeldía dentro de su corriente principal. Las experiencias de proyección
socialista se han ido deslizando hacia el interior de la cultura del capitalismo. Y las
ideas revolucionarias han padecido un retroceso descomunal, no solo por las
represiones sufridas bajo los poderes capitalistas, sino también por ser sujetas y
manipuladas en los poderes socialistas, en vez de ser una avanzada de prefiguración,
protesta, proyecto y profecía. La imposibilidad de ir más allá del condicionamiento que
le imponía la escasez de sus medios ha recortado a menudo las victorias
revolucionarias; pero es la incapacidad de ir más de allá de las condiciones de
reproducción "normales”de la vida social la
que ha frenado y hecho retroceder a las revoluciones y a sus ideas. Todo lo esencial en
la transición socialista tenía que ser decidido por la intencionalidad organizada y
conciente de los anticapitalistas en el poder, nada por el espontáneo “desarrollo” de las
sociedades. Sin procesos firmes y sucesivos de crecimiento del poder de las mayorías
sobre las decisiones importantes y el manejo cotidiano de la sociedad -y de su
capacitación para ejercer ese poder creciente- no estará garantizado jamás el triunfo
del socialismo. A pesar de enormes logros en materia de participación popular, también
se han acumulado descalabros y desventuras entre los poderes socialistas y el
necesario avance de su tipo de democracia. Esas realidades, y el silencio de la teoría y
la ideología ante los problemas de la dominación en el socialismo, lo privaron de una
fuerza de masas y un planeamiento que le están vedados al capitalismo. Una gama de
problemas que va desde la extrema confusión entre los fines y los medios, la
burocratización, la despersonalización y la intolerancia, hasta el ateísmo, se silenciaron
o fueron muy mal tratados.
Confundir al socialismo con el desarrollo ha sido un gravísimo desacierto histórico, y ha
estado en la base de confundir al socialismo con el desarrollo económico. Para este
socialismo, la economía se convierte en el territorio ideológico por excelencia. De ahí
que Jruschov llegara a convocar a la población de un Estado inmenso a “alcanzar y
superar’’ a otro país, o afirmara que se estaba “construyendo el comunismo de ahí que
muchos hayan medido con afán la “construcción de las bases materiales” del
socialismo. Esos escenarios aludían sin embargo -y esto lo agrava todo- a un problema
agudísimo y real: la revolución de los desposeídos y miserables del mundo tiene el
deber de abolir la miseria y encontrar los modos de que las mayorías actúen en busca
de satisfacer sus necesidades y deseos. A base de aquel tipo de socialismo, sus
creencias y su manera de contar es que se llegó a la conclusión de que el socialismo
fue derrotado por las fuerzas productivas del capitalismo. En realidad el socialismo que
se reclamaba de las fuerzas productivas fue derrotado no solo por las fuerzas
productivas, sino por la capacidad dominadora y reproductiva de sí misma que
caracteriza a la cultura hegemónica del capitalismo mundial. Quisiera al menos rescatar
la existencia de minorías que hemos visto y vemos de otro modo el socialismo. La
transición socialista como una época prolongada consistente en cambios profundos y
sucesivos de las relaciones e instituciones sociales, y de los seres humanos, que se
van cambiando a sí mismos mientras se van haciendo dueños de las relaciones
sociales. En la búsqueda de las causas de las insuficiencias del socialismo hay que
partir de analizar sus prácticas. Las tran-siciones socialistas se han inspirado en las
ansias y las ideas de justicia social. Han confluido en ellas, como en todas las
revoluciones, un movimiento de tipo libertario y un poder político. En el curso de las
revoluciones el primero suele ser ahogado de una u otra forma por el segundo, que se
queda con los
trofeos simbólicos de aquel,-si puede, y ejerce el poder. Las revoluciones socialistas no
han logrado conservar su contenido radicalmente diferente a todas las anteriores. Hay
que observar en qué y cómo se ha parecido el socialismo que ha existido al
capitalismo.
La cuestión del poder se fue volviendo central en las transiciones socialistas. El
problema del poder nos recuerda las razones aducidas por Marx al reclamar una
revolución proletaria mundial. El sueño anarquista de lograr toda la libertad, y pronto,
no está nada mal. Pero frente a la realidad mundial de un capitalismo que expresa su
poder y su atracción de mil maneras, lo viable han sido las revoluciones que
establecieron poderes revolucionarios en países aislados. Ese poder es imprescindible.
Negarlo es absurdo, en el mejor de los casos. Lo perverso ha sido la absolutización del
poder frente al proyecto, que ha resultado gravísima en muchos casos y en otros mortal
para el socialismo, porque lo usual es la formación de un grupo que pretende que su
poder sea permanente y después pretende que su poder de grupo sea legítimo.
Lo dramático es que aún así las experiencias socialistas han sido superiores a todo el
capitalismo del siglo XX. En sus propios logros, en su capacidad de desnudar lo que ha
hecho el capitalismo contra las personas en este siglo, y en mostrar a todos que es
posible que la vida de la gente sea más humana. Es cierto que la promesa socialista no
fue cumplida, pero el capitalismo de fin de siglo ni siquiera hace promesas. La
naturaleza de su sistema concuerda con la exacerbación del lucro y el egoísmo más
despiadados, y hace inevitable el aumento de las desigualdades, de la explotación, el
desempleo, las marginaciones y la exclusión de multitudes, del grave riesgo en que ya
está el propio planeta en que vivimos.
Combinar civilización y liberación con predominio de esta última, no permanecer en una
etapa “intermedia”e indefinida de “construcción”, son lecciones de las experiencias
socialistas del siglo. Y en la situación actual, tan difícil para las rebeldías prácticas
contra el sistema, es de suma importancia compartir, recobrar y orientar los
sentimientos e ideas de las mayorías, y desarrollar fundamentos teóricos y una
estrategia intelectual anticapitalista. Recrear y crear el concepto de socialismo es un
elemento fundamental para nosotros, de cara al siglo XXI. No lo podemos crear solo a
partir de nuestros sueños, pero no podremos crearlo sin nuestros sueños. Topamos de
inmediato con el uso actual de la palabra utopía. Opino que sólo aceptando la
legitimidad de una dimensión utópica podrá elaborarse el campo intelectual que se
necesita. Con utopía quiero nombrar a un más allá posible, mediante la creencia en
que es alcanzable y mediante la praxis revolucionaria. Más allá del mezquino rasero del
determinismo económico y los ejercicios de costo-beneficio que reinan hoy, más allá de
la moral sin trascendencia, la utopía rescata la movilidad de lo posible, la propensión
humana a levantarse sobre sus condiciones de existencia y su capacidad de prefigurar
un mundo mejor. La creencia en que ese mun
do es alcanzable ha movido a todas las grandes empresas mediante las cuales las
personas han cambiado la historia. Y la praxis revolucionaria es la actuación que
permite iniciar los cambios individuales y sociales imprescindibles para avanzar hacia la
liberación de todas las dominaciones, y trabajar por ellos. La utopía de la liberación
humana operaría como guía más general.
A fines del siglo el capitalismo parece vencedor, pero su triunfo le ha costado
demasiado caro. Un mundo sin valores, sin ideales, sin grandes relatos, sin comunidad,
sin futuros que conquistar ni esperanzas, falto de motivaciones, de atractivos y de
reservas morales para el mantenimiento del orden en caso de crisis del sistema; esas
carencias pueden ser muy peligrosas. El fascismo es una opción, pero muy difícil:
también se gastó ese recurso en este siglo en un baño de sangre de crueldad
inolvidable. Ante las dificultades en renovar la hegemopía capitalista, puede reaparecer
la petición de ayuda a la izquierda para lograrlo, como ha sido costumbre. Se necesita
un nuevo reformismo, dicen ciertos anuncios pagados en este tiempo de desempleo
estructural. Quizás una nueva campaña de centro- izquierda contra el neoliberalismo,
en la que la izquierda parezca centro y el centro parezca izquierda, ayude a transitar de
la gobernabilidad a la hegemonía. Esto es, de los peligros y molestias de la represión y
de las escisiones, a la alternancia consentida entre las políticas del sistema. El
esfuerzo principal del capitalismo actual está puesto en la guerra cultural por el dominio
de la vida cotidiana. Esto es, usted puede decir lo que le parezca y le pueden gustar o
no el anarquismo, las telenovelas, la ecología, Lezama Lima, los precios al consumidor,
el sexo seguro, la postmodernidad o los comunistas, pero aténgase a que la única
cultura posible de la vida cotidiana es la del capitalismo. Los centros del capitalismo
mundial tienen dos cartas formidables a su favor: un poder inmenso en muchos
terrenos, y que la naturaleza de la cultura del capitalismo es unlversalizante. Pero una
contradicción monstruosa y preñada de peligros se levanta desde la naturaleza misma
del sistema: la gestión económica y la obtención de ganancias del capital se han
centralizado y vuelto parasitarias a grados inauditos. Gran parte de las instituciones,
relaciones sociales e ideologías que acompañaron y facilitaron la expansión mundial
del capitalismo, ahora le estorban. La economía capitalista sólo necesita y abarca a
una parte de la población mundial; el enorme resto, es sobrante. Mucho más de mil
millones de personas sobrantes reciben calificativos: marginados, "nuevos pobres”,
habitantes del “Cuarto Mundo”, inmigrantes indeseables, “informales”, indigentes,
“desfavorecidos”, etc.; acerca de ellos ensayan sus lenguajes hipócritas,
“teorías”racistas y lugares comunes el saber científico, los políticos, los ideólogos y el
sentido común(2). La reproducción cultural universal de su dominación le es básica
entonces al capitalismo, para suplir los límites de su alcance real y dominar a todos los
excluidos mediante su consenso. Para ganar su guerra cultural, al capitalismo le es
preciso eliminar la rebeldía y prevenir las rebeliones; homogeneizar los sen
timientos y las ideas, igualar los sueños. Si las mayorías del mundo, oprimidas,
explotadas o supeditadas al capitalismo mundial, no elaboran su alternativa diferente y
opuesta a él, llegaremos a un consenso suicida, porque el capitalismo no dispone de
lugar futuro para nosotros.
El consumo amplio y sofisticado al alcance solamente de minorías en todas las áreas
urbanas del mundo es complementado por el complejo espiritual “democratizado ’’ que
es consumido por amplísimos sectores de población. Esos consumos instituyen
personas mejor adecuadas a la hegemonía capitalista en un número significativo, muy
superior al de las que se benefician materialmente. ¿Serán ellos la base social del
bloque de la contrarrevolución preventiva actual? Eso será posible si la línea divisoria
principal se tiende entre incorporados y excluidos. Los primeros (reales y potenciales,
dueños y servidores, vividores e ilusos) se alejarían y despreciarían a los segundos, y
harían causa común contra ellos cada vez que fuera necesario. En los países
desarrollados se disimula más fácilmente que los beneficiarios en realidad constituyen
una minoría cuya proporción respecto a la población total es más pequeña que hace 30
años. Pero en el Tercer Mundo la mayoría de los “incorporados” son más virtuales que
reales; están adecuados a la hegemonía del capitalismo central, más que a la
hegemonía que generarían de manera autóctona el capitalismo y la clase dominante en
sus países. Sin embargo, esa grave debilidad es potencial. No existe hoy un nivel
apreciable de lucha contra el sistema, y en esa situación la incorporación de amplias
fracciones a los consumos de carácter periférico, el efecto de demostración que logran,
la imitativi- dad -esa forma renovadora de la igualdad en el capitalismo-, configuran un
conjunto muy fuerte en favor de la hegemonía capitalista.
La lucha cultural del capitalismo se propone asegurar el restablecimiento ideal de la
comunidad en un mundo ferozmente dividido y fragmentado, que incluya lo más posible
a los seres individualizados, aislados, opuestos, inseguros de sobrevivir, ateridos, pero
articulados en diversidades controladas y en ins-tancias de homogeneización que los
vuelven aparentemente semejantes. El sentido de esa lucha es lograr el sometimiento
voluntario de las mayorías a la manipulación política, económica y espiritual.
Saquémosle sin temor provecho a nuestras desgracias: no nos salvará el refugio
suicida en lo que es indefendible del pasado, ni creernos fuertes en el ejercicio de las
formas de mandar y obedecer que nos son conocidas, ni la roña dogmática de los
clérigos sobrevivientes. El proyecto de socialismo para el siglo XXI tendrá que ser
mucho más radical y ambicioso que los que han existido. Un socialismo de las
personas y para las personas, de los grupos sociales y para ellos. Pero, ¿cómo será
factible ese socialismo? Sin organización no llegaremos jamás a parte alguna.
Entonces se trata de no crear monstruos y llamarle organizaciones, y reverenciarlas
como ídolos. Crear instrumentos para
que caminen, piensen y sientan el hombre y la mujer que quieren ser libres. La libertad
y el socialismo tienen que ser muy amigos, y si es posible deben tener amores. Luchar
por hacer realidad el proyecto socialista, y no por menos, es a mi juicio imprescindible.
Para eso siempre será necesario osar construir un poder de transición socialista, y
defenderlo. Tendrán que marchar unidos el poder y el proyecto. No se trata de que uno
niegue al otro, pero el primero tiene que estar al servicio del segundo.
Sin política socialista no habrá futuro socialista. Pero ella no consiste en que las
organizaciones y el poder socialistas logren evitar las debilidades y los peligros que
supuestamente le aportan el ejercicio del albedrío y los sentimientos de las personas, y
el diverso entramado y las inclinaciones de los grupos sociales. Se trata de que las
organizaciones socialistas y el poder de los socialistas consideren al albedrío, a los
sentimientos, a la diversidad, a las inclinaciones de sus personas, de su gente, como lo
que en potencia son: la fuerza suya, el vehículo suyo para la liberación. Y la necesidad
suprema suya, porque sin esa comprensión no habrá proyecto factible, no habrá
organización imbatible, no habrá socialismo. Y aun así, habrá que ser creadores, y esta
vez no serán dos o tres iluminados creadores, ni siquiera una pequeña falange heroica
de creadores, sino miles o millones de creadores, porque solo así habrá y se
mantendrá, esto es, se reformará y se cambiará a sí mismo una y otra vez el
socialismo, y se dará un contenido que apenas podemos entrever o soñar hoy.
NOTAS
1- El texto que sigue es parcialmente tributario -en las ideas y hasta en la letra- de
varios trabajos míos recientes, entonces en su mayoría inéditos. Lo publico aquí por
dos razones: porque lo leí en el Encuentro gramsciano cubano-italiano de febrero del
97 y forma parte por tanto de un esfuerzo colectivo por impulsar un debate -entre
revolucionarios, estudiosos, marxistas- que es imprescindible para la sobrevivencia y
avance del anticapitalismo en Cuba y en el mundo; y porque en su versión actual,
ampliada y quizás mejor argumentada, es también parte de mi afán de expresar
criterios y divulgar ideas que estimo necesarias.
2- Una masa aplastante de datos ofrecida por informes se trivializa en
divulgaciones ingenuas, asépticas o astutas. Un arco amplísimo de palabras alude a
los excluidos: pobreza y “lucha contra la pobreza”, “eficiencia”, "flexibilización”, “pagar
la deuda social”, fracasados, “quedarse definitivamente afuera”, nueva filantropía.
Algunos sostienen en libros que los negros son menos inteligentes que los blancos;
otros comentan que los desempleados pueden ser vagos y drogadictos.
Leído en el Encuentro gramsciano cubano-italiano de febrero del 97
Como explicaba Campione, han habido muchas actividades valiosas en Argentina y en
el mundo por este 150° Aniversario del Manifiesto Comunista. Quiero agradecer
profundamente a Periferias la invitación a hablar aquí hoy, en mi nombre y en el de la
revista América Libre. Me uno a los elogios tan justos que se han hecho a la calidad del
número presentado, que recoge una selec-ción de ponencias presentadas en el
Encuentro Internacional organizado por Espace Marx en París en mayo pasado.
Inspirado también en el Manifiesto, dedicaré mis palabras a hacer algunos comentarios
sobre problemas actuales.
En el mundo actual marchan paralelamente la obtención de conocimientos profundos
de lo social desde posiciones opuestas al sistema capitalista, y las creencias muy
arraigadas y extendidas en que nada esencial del sistema vigente puede cambiarse. Se
supone -desde la corriente dominante en el mundo y en casi todos los países-, que ya
no debe haber manifiestos, ni debe haber comunistas. Se admite, sin necesidad de
hacer demostraciones, que ya no hay lugar para ideales, paradigmas ni “grandes
relatos”, ni en la vida práctica hay lugar para el socialismo; que ya no son posibles las
revoluciones. Lo esencial en la situación actual no es que los que dominan propaguen
esto, sino que la mayoría de los dominados lo cree, lo acepta o permanece al margen
de la cuestión. Los que expresamos nuestra identificación o simpatía por todas esas
cosas “que ya no son” -de acuerdo a la corriente dominante- deberíamos conformarnos
con participar en rituales arcaicos y comunicarnos mediante los símbolos de nuestras
creencias marginales, confiados en la tolerancia que, más o menos, nos incluye en la
defensa en boga de la biodiversidad. Me alegra manifestar que los supuestos que
acabo de mencionar están mostrando tan obviamente su función de garantía de la
conformidad de masas con la dominación vigente, que comienzan a parecer erróneos.
Espero que esa tendencia se profundice en el futuro. Pero constato la situación actual,
que sigue siendo muy desfavorable. Se tiene gran desconfianza a las interpretaciones
sociales de gran alcance, y aún más a los pronósticos. Para el individuo común, “la
caída del Muro” y “los cambios mundiales” no son frases, sino hechos macizos y dados
de una vez; sin embargo, producen la rara consecuencia de que de ahora en adelante
ya no habrá más hechos trascendentes, y ninguna certeza será afirmable. En realidad
se trata de una gigantesca manipulación. En formas diver-
sas, de acuerdo a los tipos de cultura, se nos conmina a compartir la convicción de que
tres creencias han sido vencidas:
1) que las personas pueden mejorar y son perfectibles;
2) que los países que llamaban subdesarrollados pueden desarrollarse; y
3) que las sociedades puedan progresar hacia modelos de justicia para todos.
Han puesto en uso una neolengua que ofrece palabras clave: “aperturas”, “ajustes”,
“flexibilizaciones”, “eficiencia”, “humanitario”, “capital humano”. Y también frases-clave
como éstas: “ya no habrá más países, sólo regiones”, “fin de los paradigmas”, “de la
modernidad” o “de los grandes relatos”. A veces se llega a vulgaridades, como la del
“fin de la historia”. No hay que subestimar la gran influencia que tienen todos esos
recursos de lenguaje de la dominación. El capitalismo central tiene en proceso una
recolonización “pacífica” del mundo, y un elemento central de ella es la gran guerra
cultural a escala mundial que lleva a cabo. No se trata de un capricho o un exceso. No
es por desviaciones monstruosas, sino por el grado a que ha desplegado ya su
naturaleza -150 años después del Manifiesto-, que el capitalismo ha colocado a las
mayorías del planeta, y al propio planeta, en situaciones límite de expoliación,
iniquidad, miseria, marginación y depredación. Pero miles de millones han conocido la
existencia o la promesa de la libertad y la justicia, las han deseado, las han soñado o
han luchado por ellas. En un prolongado período histórico se ha pasado de la
asociación ideal del capitalismo con la libertad y la justicia, contradictoria siempre con
gran parte de sus prácticas, a la constatación de su naturaleza de enemigo de la
libertad y la justicia. Su antigua y cautivadora propuesta está totalmente desgastada. Y
su inmenso poder imperial actual sólo es capaz -por su propia naturaleza- de ofrecer
más bienestar y algunos derechos a una exigua minoría, que ya conoce también que
sus goces son inseparables del sufri-miento de multitudes de mendigos.
Este capitalismo sin reformismo posible está obligado por tanto a librar una guerra
cultural. En el lugar de su vieja promesa se despliega hoy una cultura del miedo, la
indiferencia, la resignación y la fragmentación. El temor ocupa un espacio importante
en esta cultura de la dominación. El miedo a que no sea posible conservar el precario
empleo que se tiene, o los dos empleos sin los cuales no es posible alternar, el miedo a
que vuelva una dictadura, a no poseer una tarjeta de crédito, una vivienda y un guardia
armado, miedo a no obtener la oportunidad de mantener el lugar que se siempre se
tuvo, o a perder la simple posibilidad de sobrevivir. Quiere reinar la cultura de la
indiferencia de cada uno frente a los demás, y asumir la forma coloquial de un sálvese
quien pueda. La idea misma de solidaridad parece implanteable. Sólo una cultura de la
indiferencia puede explicar que en amplios sectores de poblaciones “civilizadas” la
ancianidad no encuentre otra protección que la muerte, como si pertenecieran a alguno
de los grupos humanos de vida más precaria del planeta, o a ciertas especies anima-
les. Y que a diferencia de esos grupos y especies, la infancia no sea protegida: se
explota en silencio el trabajo de 250 millones de niños, se asesina o se les quita
órganos a otros niños, o se elimina la maternidad mediante la esterilización masiva. La
cultura de la resignación sustituye a la imposibilidad de legitimar tantas iniquidades
mediante las antiguas creencias en la desigualdad “natural” entre los miembros de la
especie humana y el racismo, que han sido tan utilizados por el capitalismo en su
expansión mundial colonialista y en la tarea de reforzar la opresión y dividir a los
oprimidos en todas partes.
Aunque el racismo sigue vigente, no es muy sostenible a estas alturas; la resignación
“democratiza” la condición inferior a la que está abocada la mayoría de los seres
humanos, los que serían víctimas de hechos “naturales”, como el “mercado” y la
“fatalidad”. La resignación desalienta no sólo a las rebeldías sino a los más moderados
reclamos sociales y políticos. La cultura de la fragmentación parte de que en la
actualidad es inevitable el reconocimiento de las diversidades humanas y sociales. Ella
está dirigida a controlar y manipular esas diversidades para que constituyan una fuente
de debilitamiento, y no de enriquecimiento de los oprimidos. Las diversidades que se
admiten y divulgan, los momentos y las formas en que se hace, son objeto de una
política de la dominación, articulada con la de homogeneización de los consumos, los
gustos, las informaciones, las ideologías, los ritos ciudadanos, que se lleva a cabo a
escala mundial.
El crecimiento impetuoso y desatado de las desigualdades en el mundo se hace
público y se trivializa. Una nueva manera de ocultar consiste en mostrar, de manera
controlada, con medios, modos y gentes controladas. La forma actual de
mundialización capitalista se viste de “inevitable globalización”, la democracia se
somete a un reduccionismo feroz, y se anuncian “luchas mundiales” contra el
narcotráfico o la corrupción. El reino del determinismo económico más grosero quiere
reducir el campo de las actitudes y los pensamientos posibles, acotar los sueños, pero
no lo hace solamente porque la miseria, la explotación del trabajo y la marginación
sean hoy demasiado escandalosas. Se ha producido a la vez en estas décadas un
inmenso aumento de los participantes en la vida política, y un enorme crecimiento de la
cultura polí-tica de muchos millones de personas. La complejidad del involucramiento
de esas multitudes, y sobre todo el signo que lo presidirá -subordinación o rebeldía-
constituyen los grandes retos actuales. Para el capitalismo se trata por tanto de excluir
la autoidentificación de los oprimidos, su identificación del enemigo, sus tendencias a
unificar esfuerzos, organizarse y proyectar caminos. Se trata, en fin, de excluir las
luchas de clases.
Aparece así en toda su potencialidad, de nuevo, el mensaje del Manifiesto Comunista.
No voy a emular con las contribuciones de este número de Periferias que he revisado a
la carrera en momentos de ayer y hoy: la selección
publicada es una muestra invaluable de esa profundidad de análisis a la que aludí al
inicio, con numerosas vertientes y riqueza de matices. Me limito a hacer algunos
comentarios. Estos trabajos indican que ya comenzamos a responder a las preguntas
que emergieron hace pocos años: ¿cómo seguir siendo marxista?; el fin de la URSS y
su campo, ¿expresaba sólo problemas “prácticos”, o también mostraba que el propio
marxismo tiene demasiadas debilidades? Más aún: el socialismo puede ser incluso lo
más justo, pero ¿es posible? Y si no lo fuera, ¿cómo existiría el marxismo, que está tan
ligado a él? Varias cuestiones están ahora en su sitio, y otras comienzan a plantearse
bien. Ahora hay más preguntas, porque son mejores y más atinentes.
Ya está claro que el fantasma que recorre hoy el mundo no es el fantasma de un
cadáver. Creo incluso, como dije en Buenos Aires hace tres años, que ahora es que
comienza el tiempo en que las dos premisas de la revolución anticapitalista enunciadas
en La Ideología Alemana se ponen a la orden del día, siglo y medio después que el
entusiasmo les hacía ver próxima la revolución proletaria a aquellos dos jóvenes
revolucionarios europeos. Vuelven a ponerse a la orden del día la denuncia y la
profecía, dos de los elementos básicos de aquel panfleto excepcional, y su profunda
vocación de hacer ciencia social, de crear conocimientos correspondientes a una
acción social determinada, y al servicio de ella. Tendrá que ser -los autores lo
advirtieron con sus trabajos- desde las experiencias y las situaciones a que han llegado
la denuncia, la profecía y el conocimiento social a fines de este siglo. El Manifiesto
puede inspirar las preguntas de hoy: ¿en qué consiste el carácter mundial del sistema y
cómo se articulan sus formas concretas, qué fuerzas y debilidades nacen de allí?, ¿en
qué se afincará la lucha de clases, quiénes serán sus protagonistas?, ¿cómo actuar,
cómo unir impulsos de rebeldía, organización, prefiguraciones y teoría?, ¿cómo será el
internacionalismo? Y el proyecto, ¿dónde buscará sus intuiciones y su legitimidad3 En
la primera mitad de los 90 una ola de triunfa- lismo recorrió el mundo, el triunfalismo del
capitalismo. Pero este no logró convertirse en la ilusión de la época. El jubileo del 2000
no está en marcha, porque no hay nada que celebrar. Enfrente, en contra del orden
vigente existen muchos más elementos que los que aparecen a simple vista. Entre
ellos está una masa de trabajo intelectual muy valioso, que ya existe. Habrá que
reunimos todo lo posible para librar la guerra cultural, evitando los peligros de nuevos
dogmas, popes y exclusiones, y los de ínfimos poderes que reproducen el modo de ser
de los poderes que dicen retar. Es necesario traer a Marx a que ayude en esta
contienda, con su creatividad, su honestidad intelectual y su falta de temor a ser
radical. Que nos ayude a poner de moda una vez más a las luchas de clases. Tenemos
una escandalosa necesidad práctica de ideas, que nos conduzcan no sólo a rechazar,
sino a construir.
Palabras en la Presentación del núm. 5 de Periferias, por el 150° Aniversario del
Manifiesto Comunista, en el Foro Gandhi. Io de dic. de 1998.
Córcega y Cerdeña son dos islas separadas de la península italiana por el mar Tirreno.
Una dio, hace 200 años, al héroe militar por excelencia de la burguesía, un hombre que
se elevó por sí mismo al final de la gran revolución francesa y gobernó la primera
expansión europea del nuevo régimen. La otra isla dio al máximo héroe civil del
proletariado europeo del siglo siguiente, un hombre que se elevó por sí mismo, y
produjo su obra en las condiciones más difíciles al final del período revolucionario
bolchevique y en pleno auge del fascismo.
El héroe Napoleón actuó en un período suficientemente temprano del capitalismo. El
ser humano Napoleón sería de un modo u otro, pero el mito napoleónico es preciso:
tiene los rasgos sobrehumanos del héroe que viene de los tiempos remotos -terrible y
amado- y los rasgos modernos del siglo de la modernidad. Fue un magnífico puente
político entre la Divina Providencia y la Bolsa. Además, no es comparable en nada a los
primeros ministros y presidentes de república que vinieron después, lo cual lo convirtió
en un cómodo antecesor. Antonio Gramsci fue un apóstol, el profeta de una profunda
revolución intelectual, moral y social -esto es, muchísimo más profunda que un cambio
político- contra el capitalismo, y su martirio personal fue consecuencia de su profesión
de revolucionario. Pero su posteridad no ha encontrado espacio suficiente en los
Estados que se han reclamado socialistas, y los más disímiles entre ellos han sido
reacios a asumirlo. Quizás eso registre más cabalmente el alcance de la propuesta de
socialismo de Gramsci: un proceso militante e incesante de cambios culturales
anticapitalistas y liberadores.
El marxismo de Gramsci es el aporte intelectual último y más trascendente de la etapa
abierta por Lenin. Antonio Gramsci tuvo la fortuna de vivir en el centro de la primera de
las dos grandes olas revolucionarias anticapitalistas de este siglo, la ola que fue sobre
todo europea, y que tuvo su ápice en la Revolución de Octubre, ese homenaje supremo
e inesperado al centenario de Marx. Las circunstancias desempeñan papeles
principales en la vida de la gente, aunque en la vida de los individuos más destacados
esa influencia es decreciente frente al vigor de su obra. Gramsci era el cuarto de una
hilera de siete hermanos, y desde la niñez se vio envuelto en circunstancias adversas.
El niño de familia aldeana, con la pobreza y la vergüenza del padre preso, el
niño sardo, de la isla subalterna, suele ser el prólogo del peón de campo o del
empleadillo urbano, del aventurero de menor cuantía, del intelectual provinciano en el
mejor caso, siempre incomprendido y fracasado. Era además incuestionablemente feo,
y para colmo de males una caída le provocó la malformación física que lo acompañará
toda la vida.
La voluntad de estudiar será su primer acicate. Aunque trabaja de los 12 a los 14 años
para ayudar a la familia -9 liras al mes por 65 horas semanales-, las mujeres de la casa
lo ayudan a volver a la escuela, y después de la secundaria concursa y obtiene, a los
20 años, una modesta beca para estudiar Letras en la Universidad de Turín. El joven
Gramsci -pobre, entusiasta y muy enfermizo- quiere ser lingüista, reivindicar la lengua
sarda y conocer la historia de la literatura nacional. Estudia materias de Letras,
Derecho y Filosofía, hace exámenes, investiga, quiere graduarse en glotología, escribe
crítica teatral; es un amigo decidido de la cultura. Pero en la gran ciudad industrial
conoce las ideas radicales y socialistas, y la agitación obrera, y se une a ellas. La
participación y la militancia se van imponiendo en su vida, la dimensión de la entrega a
los demás se le vuelve fundamental, y a ella sacrifica otros ámbitos: personal, familiar,
de estudios y gustos profesionales. Por fortuna, en vez de abjurar de la cultura en
nombre del trágico malentendido de las invocaciones proletarias, colocará a la cultura
en el centro de sus indagaciones políticas y teóricas, y comprenderá que la cultura es
el terreno profundo de la batalla proletaria por cambiar a las personas y al mundo.
Gramsci vive las luchas sociales de las clases oprimidas y de las regiones de Italia, y
las luchas políticas del socialismo y del naciente comunismo. Escribe sin descanso,
participa en las acciones obreras en pleno “bienio rojo” de Turín, conoce la cárcel y
aparece en los informes policiacos. El Io de mayo de 1919 hace nacer en Turín a
L’Ordine Nuovo, “reseña semanal de cultura socialista” hasta diciembre de 1920; diario
desde entonces -con el lema famoso tomado de Lasalle: “Decir la verdad es
revolucionario”-; quincenario por último en Roma “de política y de cultura obrera”, a
partir del Io de marzo de 1924. Esta publicación expresa el camino de los
intransigentes de izquierda italianos que van entrando en el cauce organizativo del
comunismo de la IIIo ^ ^2 Internacional, no sin importantes polémicas que no es el caso
tratar aquí. La formación insustituible y decisiva de las luchas propias y la influencia
extraordinaria de la Revolución bolchevique son sus motores. En L’Ordine Nuovo
aparecen Lenin, Zinoviev, Barbusse, Lunacharski, Bela Kun, Romain Rolland, Gorki,
junto a los que en Italia -como en otros lugares de Europa- buscan expandir y
profundizar la revolución, cambiarlo todo y crear una nueva cultura. Gramsci actúa en
todos los terrenos de ese combate M, perfilándose cada vez más como el pensador y el
dirigente de una política comu-
nista para la revolución y el inmenso cambio cultural que ella exiget2). El pequeño
sardo que no logró graduarse en la Universidad es a los 35 años un intelectual notable
y, sobre todo, el más destacado dirigente político del nuevo partido. En marzo de 1922
lo habían enviado a Moscú, a la Internacional Comunista. Allí conoce a Giulia Schucht,
se unen y tienen dos hijos. Ese amor es su premio de militante y de intelectual
orgánico, pero la pareja también sufrirá de ausencia, pronto definitiva a manos de la
maquinaria represiva del fascismo italiano. Gramsci vive intensamente la política
soviética y de la Internacional, participa en Congresos, conoce a las personalidades,
escribe3 . A fines de 1923 pasa a Viena. Pero siempre está en función de Italia, y
cuando es elegido diputado por el Véneto regresa al país, en mayo de 1924. Sus
últimos 30 meses en la calle serán de lucha infatigable contra la dictadura fascista de
Mussolini, que en la dirección del PC de Italia solo él había previsto desde la “Marcha
sobre Roma” de octubre de 1922. Será un tiempo de debates parlamentarios, de un
arduo trabajo organizativo del partido por todo el país, de reuniones -casi siempre
clandestinas- de la dirección nacional, provincia-les, con cuadros y militantes, con
obreros; en ellas no faltan las polémicas políticas. Giulia pasa casi un año junto a él en
Italia, pero regresa a Moscú a dar a luz su segundo hijo. Ya nunca más se verán.
El 8 de noviembre de 1926 el poder encierra a este hombre intransigente que escogió
ser comunista y leninista, ser subversivo y agente de la IIIo Internacional, en vez de
convertirse en un notable intelectual italiano nacido en Cerdeña, avanzado y de
izquierda, un hombre exhibible, un self made man de nuevo tipo, capaz de servir de
adorno político y de licencia social al sistema burgués. Antonio Gramsci es un enemigo
muy peligroso, y como tal es tratado. De nada le valió ser diputado, ni tener la salud
quebrantada desde hacía años. Su vida restante -diez años y medio- transcurrió en los
presidios fascistas y en salas de hospital vigilado. Sus verdugos solo lo declararon en
libertad unos días antes de morir.
Miguel de Cervantes, hombre de acción devenido hombre de letras, incapaz de alardes
en su madurez -porque ha visto la muerte y ha sufrido la vida-, suma simplemente sus
prisiones al Quijote, al advertir a todos en el prólogo que el libro se ha compuesto “en
una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su
habitación”. Gramsci se ha familiarizado con la cárcel en la niñez -con la del padre-;
ahora la propia será su único horizonte. El conjunto de sus escritos hasta 1926 es muy
notable, pero en presidio escribirá en 29 cuadernos su obra imperecedera, una obra
enfilada contra todas las cárceles: las prisiones terribles del capitalismo actuante, sutil o
bestial, siempre poderoso; las cárceles de inopia, suicidas, de los regímenes
levantados contra el capitalismo. En vez del ruego de libertad
personal instado por la carta del peticionario, los escritos de este prisionero, tan
trascendentes, alumbran el camino de la liberación de todos los seres humanos, de
todas las dominaciones. Es difícil encontrar un ejemplo más heroico que el de este
hombre cada vez más enfermo, cada vez más débil físicamente, seguro de que no verá
la victoria y de que no habrá presiones suficientes para liberarlo, que solo se angustia
cuando siente que su resistencia se acaba y no podrá trabajar más. Gramsci no cesa
de comunicarse cuanto puede con sus compañeros, de hacer cartas a sus familiares,
de escribir casi 3.000 páginas en los cuadernos.
La correspondencia de este ser humano siempre veraz, que describe, analiza,
testimonia, se instropecciona, ironiza, se entrega, es un monumento maravilloso a la
sensibilidad y al intelecto. Del amor a su familia nos ha dejado un testimonio precioso
que en parte está al alcance del público cubano. En sus cartas están otras dimensiones
del individuo, como sucede siempre, que enriquecen nuestra comprensión de la
persona y de su obra. Hay cariño en sus descripciones -más allá de la gran calidad
sociológica- de sus paisanos más desvalidos, los presos comunes de todas las
regiones de Italia. A Tania -la fiel cuñada que le escribió siempre y que guardó sus
papeles- le cuenta con gracia como resulta un desconocido en la cárcel, hasta para
presos de su partido, o como desilusiona a los que esperaban que el diputado Gramsci
fuera un hombrón. Pero también registra la destrucción de su cuerpo y “la evaporación
del cerebro”; a la madre le cuenta en 1930 que en 4 años ha envejecido -“muchos
cabellos blancos... perdido los dientes”- y que ya no ríe con gusto como en otros
tiempos^). La conciencia de estar inerme, en manos de sus enemigos, es permanente:
pueden hacerlo “desaparecer como una piedra en el océano”. Sin embargo, se
sobrepone a la amargura y utiliza el trabajo tenaz y abnegado como su arma. Gramsci
derrota a sus verdugos con su actitud y con sus escritos. En este autorretrato brinda su
carácter y su fuerza: “Mi posición moral es óptima: hay quien me cree un satanás, hay
quien me cree casi un santo. Yo no hago el mártir ni el héroe. Creo ser simplemente un
hombre medio, que tiene sus convicciones pro-fundas, y que no las cambia por nada
del mundo ” (5).
El marxismo de Gramsci es el último y el más trascendente aporte intelectual de la
etapa abierta por Lenin. Se beneficia de la gigantesca experiencia ^ europea del primer
tercio del siglo, y de la edad de su creador. El joven Lenin era un ruso urbano en un
imperio autocrático, en medio de un debate sobre modernizaciones, que vio como
maestros a Marx, Engels y Kautsky; tenía enfrente a la Europa de la “bella época”, con
su joven imperialismo. El joven Gramsci era un isleño sardo perteneciente a un Estado
nacional reciente -el no muy poderoso reino italiano- en un país de antiguas culturas y
regiones diversas; un intelectual pobrísimo socialista en medio de la región industrial y
las luchas obreras, y bajo el impacto arrasador de la Primera Guerra Mun-
dial. Gramsci es de una generación que ratifica con Lenin y por la gran revolución de
los bolcheviques que Kautsky es el renegado Kautsky; desde la izquierda radical,
Gramsci va en busca de Marx y Engels(6).
El socialismo y el marxismo surgen, y reciben desarrollos, por la conjunción de la
racionalidad y el impulso de rebelión
El marxismo legalizado, evolucionista y cientificista, curiosa combinación de ontología
materialista y positivismo sociológico de un tiempo en que la ciencia era majestuosa y
parecía iluminadora, ha encontrado sus límites: es incapaz de oponerse y trascender a
la cultura burguesa. El desastre político e ideológico de la IIo Internacional lo puso en
tela de juicio. Los revolucionarios marxistas descubrieron entonces que el olvido de la
crítica totalizante que hizo Marx al modo de vivir del capitalismo y el olvido de su
dialéctica había sido el precio teórico de la adecuación política, social, económica,
nacional e internacional -esto es, cultural- del socialismo marxista al dominio de la
burguesía europea. La época revolucionaria necesitó a Marx y a la dialéctica, y echó
mano de ellos, y su pensamiento adquirió vuelo, autonomía y creatividad porque trató
de entenderlo todo, de crear y plantear las grandes preguntas del presente y el futuro,
de ser capaz de formular un proyecto liberador que estuviera en la base de una cultura
superior a la del capitalismo.
El desarrollo de la teoría se volvió fundamental, y a la vez fue favorecido durante años
por el avance y los problemas de las revoluciones. Los grandes dilemas se ponen a la
orden del día: determinismo o actuación humana, civilización o liberación, reformas o
revolución contra el capitalismo, autoritarismo o democracia, interés mezquino o
internacionalismo, europeocentris- mo o universalización del socialismo. Al interior del
marxismo, la dialéctica, la praxis, la voluntad, niegan o critican al materialismo
especulativo, evolutivo, cientificista, tanto en sus versiones groseras como elaboradas.
Sucedió entonces una nueva fase en la historia del pensamiento marxista. Aquí solo
puedo llamar la atención sobre un tema tan trascendental, y de paso recordar, con el
Che y sus compañeros del debate cubano de los años 60, una verdad que debería ser
un lugar común: el marxismo tiene historia. Antonio Gramsci hizo teoría desde y sobre
los problemas fundamentales de su tiempo, y sobre los caminos del futuro a conquistar;
lo hizo con tal hondura y tantas sugerencias que su obra de naturaleza abierta -e
interrumpida por la muerte- se convirtió en una base principal de esa nueva fase. Por
sus características y sus proposiciones, su obra ha trascendido a sus circunstancias y
sirve hoy para la indispensable nueva vuelta crítica a los clásicos, y para advertir y
plantear mejor los problemas actuales.
Varios conceptos utilizados por Gramsci han gozado de una aceptación creciente,
mayor que el conocimiento que se tiene realmente de su pensamiento. Nada puede
sustituir a la lectura estudiosa de su propia obra, una y otra vez proyectada por el autor
frente a escollos temibles. Las complejidades de las concepciones del mundo de los
simples y los cultos, el papel de lo histórico, la filosofía de la praxis, la hegemonía, el
americanismo, la cultura nacional-popular, clases subalternas, el bloque histórico, los
intelectuales, la conciencia política, la función del partido revolucionario, la reforma
intelectual y moral, la organización de la cultura. La lista podría ser mucho más larga y
solo sería eso, una enumeración. Como es obligado ante toda obra individual, el
aparato conceptual de Gramsci debe ser asumido en su carácter de herramientas de
trabajo teórico, en su entramado y en sus relaciones con los contenidos que investiga y
con sus cuestiones de método. Cada concepto adquiere su sentido solo a la luz de la
compleja especificidad en que está inscrito. Recorrer ese camino nos torna capaces de
captar la obra gramsciana en su conjunto, y de utilizarla como instrumento.
No es mi objeto hoy exponer su pensamiento, pero a manera de ilustración quiero
ofrecer dos textos de Gramsci. Hallar al primero me hizo feliz, dada mi opinión de que
el socialismo y el marxismo surgen, y reciben desarrollos, por la conjunción de la
racionalidad y el impulso de rebelión. Es un fragmento de carta a Giulia, del 6 de marzo
de 1924:
“¿Qué me salvó de convertirme completamente en un andrajo almidonado? El instinto
de rebelión, que de niño era contra los ricos, porque yo no podía ir a estudiar, yo que
había obtenido diez en todas las materias en la escuela elemental, mientras iban a
estudiar el hijo del carnicero, del farmacéutico, del negociante de tejidos. Ese [instinto]
se amplió a todos los ricos que oprimían a los campesinos de Cerdeña, y yo pensaba
entonces que necesitaba luchar por la independencia nacional de la región: “¡echar al
mar a los continentales!”. Cuántas veces repetí esa frase. Después he conocido a la
clase obrera de una ciudad industrial y he comprendido lo que realmente significaban
las cosas de Marx, que había leído antes por curiosidad intelectual. Así me he
apasionado de por vida, por la lucha, por la clase obrera. ” (7)
Éste es un testimonio de su itinerario personal dado a los 33 años, cuando ya es un
dirigente comunista. La intimidad que lo une a la destinataria refuerza su verosimilitud.
El otro texto es del Cuaderno 3 (1930), un fragmento de “Pasado y presente.
Espontaneidad y dirección conciente”(8): “El movimiento turinés fue acusado al mismo
tiempo de ser “espontaneís- ta” y “voluntarista” o bergsoniano (!). Analizada, la
acusación contradictoria muestra la fecundidad y la justeza de la dirección que se le
imprimió. Esta dirección no era “abstracta ”, no consistía en repetir mecánicamente
fórmulas científi
cas o teóricas: no confundía la política, la acción real, con la disquisición teorética; ella
se aplicaba a los hombres reales, formados en determinadas relaciones sociales, con
determinados sentimientos, modos de vida, fragmentos de concepciones del mundo,
etc., resultantes de las combinaciones “espontáneas" de un ambiente determinado de
producción material, con la consiguiente aglomeración “casual” de elementos sociales
dispares. Este elemento de “espontaneidad” no fue descuidado, y mucho menos
despreciado: fue educado, fue enderezado, fue purificado con la teoría moderna, de
todo lo que de ajeno podía contaminarlo, para tornarlo homogéneo, pero de modo
viviente, históricamente eficiente. Los mismos dirigentes hablaban de la
“espontaneidad” del movimiento; era justo que así se hablara: esa afirmación era un
estimulante, un energético, un elemento de unificación en profundidad, era ante todo la
negación de que se tratara de algo arbitrario, aventurero, artificial (y no de algo
históricamente necesario). Daba a la masa una conciencia “teorética”, de creadora de
valores históricos e institucionales', de fundadora del Estado. Esa unidad de la
“espontaneidad” y de la “dirección consciente”, esto es, de la “disciplina”, es
precisamente la acción política real de las clases subalternas, en cuanto política de
masas y no simple aventura de grupos que se autoproclaman masa. A este propósito
se presenta una cuestión teórica fundamental: ¿la teoría moderna puede estar opuesta
a los sentimientos “espontáneos” de las masas? (“espontáneos” en el sentido de que
no se deben a una actividad educativa sistemática por parte de un grupo dirigente ya
consciente, sino que toman forma a través de la experiencia cotidiana iluminada por el
“sentido común”, es decir, por la concepción tradicional popular del mundo, aquello que
muy pedestremente se llama “instinto” y no es otra cosa que una adquisición histórica
primitiva y elemental). No pueden estar opuestos: entre ellos la diferencia es
“cuantitativa ”, de grado, no de calidad; debe ser posible una “reducción ”, digamos,
recíproca, un paso de uno al otro y viceversa. ”
Este largo fragmento nos asoma a un trabajo teórico muy profundo, que convierte en
objeto de conocimiento la cuestión que narraba a su esposa 6 años antes. Ahora no se
trata de vivencias personales sino de análisis a escala de las clases subalternas,
trabajado en otra dimensión y con instrumentos de análisis teórico. Y siempre el
presupuesto ideológico marxiano guiando al trabajo teórico de Gramsci: buscar la
revolución anticapitalista, sus condicionamientos, sus caminos, sus enemigos y sus
protagonistas.
La riqueza inabarcada todavía de la propuesta gramsciana puede ayudar mucho a la
urgente necesidad de creación de nuevos proyectos y de nuevas realidades. Las
derrotas de los movimientos revolucionarios europeos, la afirmación del fascismo, el
trágico final de la revolución soviética mientras se lograba la industrialización en la
URSS, fueron el entorno final de su obra y
determinaron el cierre de aquella etapa histórica. El día antes de la muerte de Gramsci
los fascistas bombardean Guernica y muestran sin ningún recato al mundo que la
criminalidad del capitalismo no reconoce ningún límite.- Pero en el año en que muere
Gramsci se están celebrando los procesos de Moscú, punta del iceberg de una
represión descomunal hecha en nombre del socialismo. El año siguiente escribirá Stalin
el folleto famoso en que orienta la reducción de la teoría de Marx, Engels y Lenin a una
filosofía especulativa y una ideología de obedecer y legitimar. La influencia de esa
corriente fue inmensa y duró medio siglo; sus efectos se sienten todavía.
El marxismo limitado a las fronteras del liberalismo radical no podía tolerar a Gramsci ni
a ninguno de los pensadores marxistas de la revolución anticapitalista. El incienso
consumido en los aniversarios de los revolucionarios que al menos eran recordados
ocultaba cada vez menos la lejanía de su prédica y su actuación. La segunda gran ola
revolucionaria del siglo -la que tuvo su ápice en los años 60- echó mano a aquellos
revolucionarios marxistas, y entonces Gramsci reapareció. Su pensamiento inspiró a
muchos marxistas, les sugirió preguntas e intuiciones atinadas, les abrió camino hacia
la comprensión de la lucha ideológica y cultural.
La recepción del pensamiento de Gramsci en la Cuba revolucionaria de los años 60
gozó de esas características. La necesidad de teoría marxista para el debate inevitable
sobre el proyecto y sobre las prácticas de la revolución -y no como ideología constituida
que debía ser consumida- condujo pronto a la búsqueda de la dialéctica revolucionaria.
El tema es demasiado amplio e importante para tocarlo de pasada, y yo lo he
abordado, hasta cierto punto, en algunos escritos. Me ciño entonces a recordar que el
Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana -que daba servicio a los
alumnos de todas las carreras, según la Reforma Universitaria- introdujo el estudio de
escritos de Gramsci en los cursos de marxismo desde 1965, y los incluyó en su primer
texto, publicado a inicios de 1966. Ese mismo año salió la edición cubana de El
Materialismo Histórico y la filosofía de Benedetto Croce. En el ambiente sumamente
propicio al estudio del marxismo que reinaba en el país, las ideas y escritos de Gramsci
comenzaron a hacerse familiares.
En los años siguientes fue restablecido el orden en los dos campos en que parecía
estar dividido el planeta desde 1946. El capitalismo tuvo que combinar el genocidio y la
eficiencia de sus Estados represores con la aceptación de algunas victorias
revolucionarias del Tercer Mundo y de cierto número de conquistas sociales y políticas,
fruto de tantas luchas de los pueblos en el siglo XX. La centralización económica
creciente anunció una nueva fase del imperialismo. El otro campo, aparentemente más
poderoso que nunca, consumó en 20 años su proceso interno de decadencia hasta
llegar a su escandaloso
estallido. Se había producido, sin embargo, una profunda remoción en las ideas
revolucionarias y una gran ampliación de las posibilidades de pensar los procesos
sociales. Como es natural, la lucha por la hegemonía en el terreno de las ideas sufrió
cambios en muchos sentidos, una cuestión demasiado importante que no es posible
desarrollar aquí.
El lugar de Gramsci como uno de los pensadores más trascendentes del siglo ya no
podía ser regateado, aunque en los ámbitos del llamado socialismo real seguía siendo
un extraño(9). No habían terminado, sin embargo, las desventuras de Antonio Gramsci.
Rescatado del olvido, su pensamiento ha seguido sirviendo a la actividad intelectual
revolucionaria, hasta hoy, pero ha sido también teatro de fuertes luchas ideológicas. Se
intentó hacer de Gramsci un eurocomunista, el campeón de la revolución pasiva, y lo
que era discutible en Europa resultó funesto en versiones latinoamericanas, porque lo
que estaba en juego de este lado del Atlántico era la recomposición burguesa del
campo político e ideológico para servir a la hegemonía con gobiernos civiles, después
de las represiones y genocidios y en la nueva fase de adecuación de la región al
dominio de la transnacionalización; esto es, lo que se ha llamado proceso de
democratización y de redemocratización.
Ya ha pasado la euforia triunfalista “neoliberal” de inicios de los años 90, cuando
desaparecieron la URSS y los regímenes de Europa oriental, cuando muchos a lo largo
del mundo tuvieron que adecuarse a los dictados del imperialismo. Con modos más
ordenados, pero que tratan de asegurar permanencias, hoy se pretende reducir el
mundo político a liberalismo conservador y autoritario, y el mundo ideológico y cultural
a aceptación del dominio económico del sistema transnacional en la vida civil, y de la
manera de vivir del capitalismo en la vida cotidiana. El determinismo económico más
grosero quiere imperar en el conocimiento social, y pretende explicar “científicamente”
las conductas individuales. A la escala más amplia de las imágenes y concepciones del
mundo y de la vida, el sistema necesita que domine las mentes el pensamiento débil, la
fragmentación y trivialización de los asuntos, una manipulación totalitaria de la opinión
y los sentimientos públicos -o mejor, del público-, la homoge- neización espiritual
controlada como contrapeso de la extrema diferenciación, la explotación, la dominación
y la exclusión de masas en que se vive.
No es posible -ni servirá de nada- que la resistencia intelectual de los anticapitalistas
apele a los viejos dogmas y a la creencia en el determinismo económico para sentirse
segura, o que se conforme con acotar un espacio en que con ayuda de la suerte pueda
conservar su especificidad. De ese modo puede terminarse siendo funcional al
capitalismo, como pieza de museo o como una diversidad inocua. Sería criminal darse
hoy un lujo así. Solo la lucha cultural -complicada, ardua e imprescindible- brinda una
opción
de victoria en la coyuntura actual. Para esa lucha el pensamiento de Antonio Gramsci
puede aportar más que nunca antes, con esa cualidad de las grandes obras humanas
de ser muy trascendentes a las condiciones en que fueron producidas. Reasumir a
Gramsci no será entonces adorno de “cultos” o entretenimiento en medio de
transiciones angustiosas. La riqueza inabarcada todavía de la propuesta gramsciana
puede ayudar mucho a la urgente necesidad de creación de nuevos proyectos y de
nuevas realidades.
NOTA
1- Hasta funda con otros compañeros un Instituto de Cultura Proletaria, Sección del
ProletKult de Rusia, en enero de 1921, un día antes del Congreso de Livorno del PSI.
En ese Congreso la-fracción comunista en que milita Gramsci decide constituir, el día
21, el Partido Comunista de Italia (PCdel).
2- Un ejemplo interesante está en los motto de L’Ordine Nuovo. En 1919:
"Instruyete, porque tendremos necesidad de toda tu inteligencia. Movilízate, porque
tendremos necesidad de todo tu entusiasmo. Organízate, porque tendremos necesidad
de toda tu fuerza. ” En 1924: “L’Ordine Nuovo se propone suscitar en las masas de los
obreros y campesinos una vanguardia revolucionaria que sea capaz de crear el Estado
de los Consejos de Obreros y Campesinos y de fundar las condiciones para el
advenimiento y la estabilidad de la sociedad comunista. ” (Tomados de “Cronología
della vita di Antonio Gramsci”, en Antonio Gramsci: Quader- ni del carcere. Einaudi
Editore, Torino, 1977, 4 ts. (2o ed.), t.I, ps. XLIII-LXVTIL Esta edición crítica del Instituto
Gramsci, a caigo de Valentino Gerratana, ha significado un extraordinario paso de
avance para el conocimiento de la obra gramsciana).
3- Entre otros textos, uno a petición de Trotski, sobre el futurismo italiano y el
fascismo, que el soviético publica como Apéndice en su Literatura y Revolución.
4- Citado en Giorgio Baratta: “Spirito popolare creativo”, en Emigrazione Filef Año
XIX, núm. 8/9, especial, por el 50° aniversario de la muerte de Gramsci, a cargo de G.
Baratta y Fabio Frosini. Roma, ago/set.1987, p. 10. Sin embargo, comenta Baratta,
aquel “cierto espíritu irónico y pleno de humor que me acompaña siempre“ del cual
Gramsci hablaba a Tania en abril de 1927, permea, quizá un poco paradójicamente, los
planos profundos de toda su correspondencia.
5- Gramsci: Lettere de carcere, p. 126: Citado por V. Gerratana, en Quaderni...
6- En diciembre de 1917 escribe que los bolcheviques se han levantado contra una
situación en que “El Capital de Marx era en Rusia el libro de los burgueses más que el
de los proletarios“ (“La revolución contra El Capital”, en ¡Avanti!, de Milán. Traducción
de Manuel Sacristán, reproducida por Michael Lówy: El marxismo olvidado, Ed.
Fontamara, Barcelona, 1978, p. 111). La víspera del centenario del nacimiento de Marx,
Gramsci publica “Nuestro Marx” (en II Grito del popolo, Turín).
7- En Emigrazione Filef, ed. cit., p. 8
8- Antonio Gramsci: Quaderni..., ed. cit., t.I, ps. 330-31
9-En el cuadro de dogmatización y empobrecimiento del pensamiento marxista
registrado en Cuba desde inicios de los años 70, Gramsci resultó excluido. Pero en lo
esencial Cuba era diferente y el socialismo real no pudo absorberla. La compleja
historia ideológica de los últimos diez años incluye el retorno, lento y difícil, del
pensamiento de Gramsci.
Centro Juan Marinello. Conferencia en el 60° Aniversario de la muerte de Gramsci
A casi treintiún años del triunfo de la revolución socialista de liberación nacional en
Cuba, el análisis de socialismo y cultura encuentra ante sí un tiempo de encrucijadas.
En el mundo del socialismo -hecho de muy diversas realidades- antiguos altares han
caído con estrépito en medio de desgarramientos y confusiones, y se busca el camino
que lleve al despliegue de una etapa nueva de socialismo; algunos, es lo cierto,
francamente defeccionan. El imperialismo conjuga agresividad y atractivo, paz y guerra
económica, confiado en que el poder financiero y tecnológico y las maquinaciones
democráticas le darán una ventaja decisiva. Sigue mientras tanto en la miseria
explotada más inicua la mayor parte del planeta, y continúan las luchas de liberación de
los que sólo tienen cadenas que perder. En ese mundo vive Cuba, que prosigue su
experiencia, retadora y retada, de socialismo y solidaridad.
Resulta imprescindible definir las coordenadas principales del análisis. Ellas son: de
qué socialismo estamos hablando, y desde qué país lo hacemos. La naturaleza del
período de transición, que prefiero llamar transición socialista, se vuelve un problema
decisivo para la práctica revolucionaria en las circunstancias actuales. Sin olvidar las
complejas relaciones que tiene la pro-ducción intelectual con la práctica política y con la
actividad de conjunto de las clases que aquella producción aspira a representar,
dedicaré la mayor parte de esta exposición al problema, crucial para nosotros, de la
transición socialista. Le llamaré socialismo a las representaciones intelectuales
generales sobre ese sistema, y a los regímenes que se han autoidentificado como
tales. Mi esperanza es contribuir en algo al debate de la rectificación, tan necesario.
El socialismo es un cambio cultural
182
La toma del poder y el ejercicio del poder, la liberación nacional, la autodeterminación,
la toma de posesión de los medios materiales de la economía, la implantación de la
justicia social, etc., describen el contenido de la revolución y la transición socialista,
pero no basta esa descripción para explicar lo esencial de ese régimen. La transición
socialista es la época prolongadísima en que se produce el cambio social total, de las
instituciones y relaciones
sociales, y de los individuos mismos envueltos en los cambios. En la realidad europea y
mundial del siglo XX el socialismo no se produjo como lo había previsto el marxismo
originario. No sucedió la combinación de dos premisas prevista en La ideología
alemana: el desarrollo contradictorio a escala mundial de las características
fundamentales del modo de producción y de vida capitalista -revo- lucionador
empedernido de las sociedades, desde la productividad del trabajo hasta las familias- y
la formación a escala mundial de la clase que se levantara “contra el conjunto de la
vida vigente”, esto es, la revolución proletaria mundial. La transición socialista
existente, surgida de las revoluciones a escala de países, nació desde condiciones
consideradas insuficientes o prematuras en relación con las previstas, y enfrentada al
poder enorme y enemigo del capitalismo mundial; nació y existe, en suma, en la
prehistoria de la Humanidad.
La transición socialista es acosada por un doble enemigo; uno es la persistencia de
relaciones mercantiles a escala internacional y también nacional, que tiende a
perpetuar los papeles de naciones e individuos basados en el lucro, la ventaja, el
egoísmo y el individualismo, con las consecuentes posiciones y concepciones
socialmente aceptadas ante la producción, el consumo y el poder. Y a la vez enfrenta la
insuficiencia de capacidades de las personas, relaciones e instituciones -y la falta de
nivel técnico comparable al mundial- resultante del tipo de capitalismo preexistente, que
en nuestro caso era neocolonial. El subdesarrollo tiende a producir un socialismo
subdesarrollado, el mercantilismo un socialismo mercantiliza- do; las combinaciones de
ambos son capaces de producir frutos peores.
Además, las ideas y acciones revolucionarias de liberación y la conciencia socialista
han avanzado mucho más en el mundo subdesarrollado que el desarrollo económico y
general del socialismo mundial. A pesar de la colaboración recibida -de gran valor en
casos como el de Cuba-, aquel desfase limita mucho el papel imprescindible del
internacionalismo en la revolución socialista, produce contradicciones y tensiones
dramáticas entre la realidad y los proyectos, y enreda las aspiraciones de los países
liberados en las complejas relaciones internacionales en que se ven envueltos.
El socialismo es entonces, ante todo, un poder político e ideológico, un proyecto
revolucionario de elevar a la sociedad toda por encima de las condiciones existentes, y
no de adecuarse a ellas. Por eso es tan erróneo identificar etapas primeras e
intermedias de la transición socialista por el supuesto pre-dominio de tareas o métodos
presocialistas, y no por el grado y profundidad en que se enfrentan las contradicciones
centrales del nuevo régimen, que son las existentes entre los vínculos de solidaridad y
el nuevo modo de producción y vida, por un lado, y por otro las relaciones de
enfrentamiento, de mercado y de dominio. La transición socialista debe partir hacia el
comunismo desde el primer día, aunque sus actores consumamos nuestras vidas ape-
ñas en sus primeras etapas; por eso es tan erróneo esperar que el supuesto desarrollo
de una “base técnico-material” a un grado inciertamente cuantificable permita declarar
“construido el socialismo”, o creer que el “socialismo” puede ser una locomotora
económica que arrastre tras de sí a los vagones de la sociedad.
La transición socialista es el ejercicio de comportamientos políticos de masas
organizadas que toman el camino de la liberación total. La práctica revolucionaria de
los individuos de las clases explotadas ahora en el poder, y sus organizaciones, debe
ser capaz de trastornar profundamente las funciones y resultados sociales que hasta
aquí ha tenido la actividad humana en la historia. La tendencia predominante en este
proceso tiene que ser la de que cada vez más personas conozcan y dirijan
efectivamente los procesos sociales, y sea real y eficaz la par-ticipación política de la
población. Sin esas condiciones el proceso dejaría de ser revolucionario y sería
imposible que culmine en socialismo y comunismo.
La transición socialista es un proceso de violentaciones sucesivas de las condiciones
de la economía, la política, la ideología, lo más radical que le sea posible a la acción
concierne y organizada, si ella es capaz de volverse cada vez más masiva y profunda.
No se trata de una utopía para mañana mismo, sino de una larguísima transición; su
objetivo final debe servir de guía y de juez de la procedencia de cada táctica y cada
política, dado que ellas son las que especifican, concretan, sujetan a modos y etapas
las situaciones que afectan y mueven a los individuos, las instituciones y sus
relaciones.
El socialismo es una opción
Al fin parece claro que el socialismo no es la consecuencia feliz de la evolución
progresiva de la Humanidad. Tal “evolución” sólo produce más capitalismo. El progreso
es la ideología que expresa la renovación periódica y la naturaleza particular del
capitalismo convertida en ley general de la historia. Lo usual entre los marxistas ha sido
aceptar la ideología del progreso con la esperanza de que este trajera el socialismo,
con una astucia que ha resultado ingenuidad. El imperialismo, forma superior y
unlversalizante del capitalismo, está siendo disfrazado hoy con nuevos ropajes de una
eficacia que sería funesto subestimar.
El socialismo no surge del capitalismo. Esta aseveración no niega que el capitalismo ha
traído consigo las revoluciones de la producción y la economía, la individualización de
las gentes, los ideales y los sistemas políticos e ideológicos democráticos. Esas son
premisas que han permitido postular el socialismo y el comunismo. Pero el socialismo
es una opción. Quisiera apuntar aquí al menos algunas consecuencias principales de
ese aserto.
El socialismo tiene premisas, pero su existencia proviene de la voluntad y de la acción.
Voluntad formada a partir de sentimientos, que llega a ser
conciencia también, y a prefigurar la sociedad que se quiere conquistar, los medios de
lucha, la conducta individual y los comportamientos colectivos.
Acción conciente -heterogénea esta conciencia en profundidad, en gentes y sectores
que abarca, y en otros sentidos- que violenta el orden existente, que destroza el límite
de los proyectos de cambio posibles dentro del sistema, porque está colocada fuera de
él. Acción conciente que tiene que violentar las condiciones de reproducción de la vida
social -¡incluidas las socialistas!- una y otra vez, proceso sin el cual no puede avanzar
el cambio cultural total. El cambio de sí mismos por medio de la acción conciente y
organizada es fundamental: sin esas revoluciones sucesivas de las individualidades no
habrá nunca socialismo ni comunismo. Cómo hacer permanentes esos cambios, cómo
evitar el surgimiento dentro del socialismo de intereses opuestos a los cambios
sucesivos, su auge y el de la ideología conservadora que expresa aquellos intereses,
son retos tan extraordinarios como el objetivo liberador que persigue la revolución
socialista.
El socialismo es la acción conciente, organizada, en el poder, que se vuelve cada vez
más masiva y más profunda, involucrando cada vez más la totalidad de los individuos,
de las instituciones, de las relaciones. Nacido de una vanguardia política e ideológica
-como opción que es- exige complejas multiplicaciones de la participación del pueblo.
Desatar esas fuerzas, sus fuerzas reales, que aprenden a cambiarse a sí mismas junto
a sus circunstancias, es el destino más alto de las vanguardias, que va preparando su
desaparición futura como tales. Tales revoluciones de la revolución exigen creatividad,
unidad en torno a los principios y a la organización, actividad y participación
generalizadas, hasta formar “una gigantesca escuela”. El socialismo no se beneficia de
la “espontaneidad” con que la sociedad mercantil capitalista generaliza sus relaciones y
consensos correspondientes, precisamente porque no es capitalismo: el socialismo no
puede crearse espontáneamente. Por la misma razón, tampoco puede donarse.
No es la que expongo una opción utopista, voluntarista, idealista, fiebre infantil que
debe ser curada por la atención a la construcción económica y por el materialismo
científico (la absurda antinomia “materialismo-idealismo” es la hija mayor del marxismo
convertido en dogma y en adecuación a la ^ ^ dominación de un grupo sobre la
sociedad). El socialismo es, ante todo, la opción de liberación posible en el mundo
actual, más que nunca antes, frente al imperialismo, que es centralizador, poderoso y
de carácter mundial. Es la opción para liberar a una nación, para liberar dentro de ella a
los oprimidos, para producir la justicia social aunque no haya “prosperidad” económica,
para establecer la solidaridad internacional entre los pueblos y naciones: nuevas
realidades opuestas radicalmente a la rapiña, los intereses mezquinos y el
particularismo que parecen ser tan naturales. La transición socialista es la posibilidad
cierta de actuar para evitar que los procesos de liberación de países sean reabsorbidos
por las fuerzas del capitalismo mundial.
El socialismo es la opción porque desata las únicas fuerzas de peso con que cuenta el
proyecto liberador, las fuerzas humanas, convertidas en individuos revolucionarios y en
pueblo liberado, prohijadas por la lucha, el entusiasmo y el reparto generalizado de la
riqueza social. Sigue siendo la opción durante toda la transición porque permite
violentar los resultados esperables de los procesos sociales, los cuales, dado nuestro
subdesarrollo, jamás podrían generar una cultura tan superior. Es obvio que a fines del
siglo XX el desarrollo económico fuera y a contrapelo de los centros del capitalismo
mundial es extremadamente difícil; debiera ser obvio sin embargo que sin regímenes
realmente socialistas será imposible ese desarrollo. El régimen socialista tiene que ser
un puesto de mando sobre la economía, y el pueblo tiene que vivir como suyo el
proceso económico y sus resultados para que su acción en ese campo sea eficaz y
para que el proceso valga la pena.
Desde su nacimiento el socialismo es una herejía, porque pretende lo que no parece
posible al sentido común y a la razón organizada en teorías. La conducta consecuente
convertida en fuerza organizada a escala social y ejercida permanentemente es
creadora de nuevas realidades. La creación de realidades nuevas, prefigurada y en
alguna medida proyectada por la conciencia, es atributo de la transición socialista. Sólo
así son posibles las sucesivas renovaciones del proyecto, y pretender un objetivo tan
ambicioso como la sociedad de productores libres y asociados, sin enajenaciones y sin
poderes dominantes.
El socialismo implica un “paso atrás”
La revolución socialista destruye las bases mismas del tipo de desarrollo económico
capitalista con el nuevo orden de relaciones que implanta, es agredida por sus
enemigos capitalistas de todas las formas en que les es posible, y carece de fuerzas
económicas socialistas suficientes a escala internacional que auspicien decisivamente
su desarrollo. Si completamos el cuadro con la es- gg tructura subdesarrollada que se
hereda y la vulnerabilidad y desventajas internacionales que ello añade a las
insuficiencias internas a veces insondables, tenemos un conjunto al que sólo las
elucubraciones más desasidas de la realidad pueden atribuirle la capacidad de lograr
desarrollos acelerados y armónicos.
Con el acceso masivo al empleo, a ingresos decorosos, al consumo básico, a los
servicios, se produce una transformación radical de las relaciones reales entre el
sistema económico y la población, que impacta tanto a las realidades materiales como
a las realidades ideales. La profundísima revolu-
ción socialista cubana eliminó la población sobrante, la marginal y depauperada, la
resignación a la miseria y la inseguridad material, la limitación de las expectativas, la
violencia permanente de la lucha de todos contra todos por la sobrevivencia, el status,
la ambición o el lucro, la disciplina capitalista del trabajo y los mecanismos de coerción
económicos del sistema. La distribución de la riqueza social como un proceso
sistemático, modificó a fondo las posiciones ante el ingreso y amplió enormemente
consumos y consumidores, con una fortísima tendencia a la disminución de las
desigualdades.
La caída de las motivaciones y coerciones del sistema anterior ha sido sustituida sólo
de manera parcial por un nuevo sistema de valores, de organización del trabajo y de la
gestión económica. El tremendo desbarajuste ocasionado a la economía por el cambio
brutal de sus fines, de las personas de sus dirigentes y demás actores, y de su
orientación internacional hacia el campo europeo oriental, exigió gigantescos y
prolongados esfuerzos para dar paso a un nuevo orden. A su vez, este orden -aún sin
tener en cuenta las profundas desviaciones denunciadas reiteradamente por Fidel en
los últimos años- no es una panacea, sino el orden que pudimos obtener, con logros,
ventajas y potencialidades evidentes, y con insuficiencias, desventajas y límites muy
marcados.
La implantación del régimen socialista ha exigido, en suma, gastos enormes de energía
y de recursos, elegir caminos de justicia distributiva y de promoción de la dignidad
plena de los sujetos en vez de despiadadas ofensivas del capital en busca sólo de sus
fines, no avanzar de cualquier modo, e incluso renunciar a opciones no revolucionarias.
Visto con óptica tecnocrática o de estrecha eficiencia económica -con ojo, en fin, de
minorías-, este régimen implica menos aprovechamiento de las oportunidades
económicas postuladas por su racionalidad, e incluso la pérdida de eficiencia
económica por atender necesidades sociales. Aquella óptica olvida que no existe la
economía en general, y que en nuestro caso la existente es la economía de la
Revolución, la que es fruto de la Revolución. Y a su vez no debemos olvidar nosotros
que la opción socialista implica acciones, gastos, renuncias, modo de ser en la
economía, que les son específicos; para otras maneras de medir, los resultados del
régimen socialista pueden ser insatisfactorios, e incluir “pasos atrás”.
El socialismo sustituye la lucha viva de las clases que caracteriza la etapa previa a su
triunfo por el poder del Estado revolucionario sobre innumerables aspectos de la
sociedad, en nombre del pueblo. La transición socialista exige un formidable
instrumento de poder, para sobrevivir, defenderse, para producir los cambios más
profundos y asombrosos, para garantizar las con-quistas populares, los avances y la
continuidad del curso revolucionario. El origen popular del Estado cubano actual
-nacido de la guerra revolucionaria y de las tremendas luchas de clases de los primeros
años del poder- es decisivo.
El inmenso conjunto de funciones diversas que ha llegado a tener ese Estado ha
involucrado también, en una u otra forma, a las organizaciones políticas y sociales, y
sus tareas se perciben como asunto propio por los revolucionarios. Nadie se llame a
engaño: ese entramado tan complejo y esa hegemonía basada en la acción y no
solamente en el consenso es lo que permite que funcionen tantas instituciones y
actividades en Cuba, y que se realicen tantos esfuerzos. Sin la fuerza viva de la
Revolución ellos ni siquiera serían concebibles.
Lo anterior no debe impedir la comprensión y el conocimiento del poder socialista y de
sus características más relevantes. Ese poder tiene que garantizar la continuidad del
orden vigente y la seguridad internacional del país, y a la vez debe promover
periódicamente saltos en la participación y cambios en las estructuras y las relaciones,
momentos de flexión dentro de una continuidad de avance de los vínculos socialistas y
comunistas. A nadie escapan las tensiones y contradicciones que pueden portar y
efectivamente portan esos objetivos diferentes.
El poder socialista existe para el cambio social, no para su conservación, pero debe
responder por muchísimo más que lo que le toca a un poder estatal capitalista. Este
último funciona y es hegemónico de una manera mas orgánica; por ejemplo, sus
papeles respecto a las relaciones fundamentales de producción y el empleo en el
capitalismo tienen la misma base de libertades y responsabilidades individuales que en
lo atinente al sistema electoral o al de los medios masivos de comunicación. El poder
socialista es mucho más heterogéneo.
La suma real de poder que debe centralizar el socialismo es inmensa, sobre la
economía, sobre el sistema político y sobre la reproducción ideológica, y es
consecuencia de sus objetivos, de su naturaleza, del poder de sus enemigos y de las
insuficiencias de la sociedad de que parte. Debe dirigir una economía en que el nuevo
modo socialista se debate con el imperio de lo mercantil y el imperio del subdesarrollo,
sin caer en la trampa de lo que parece más natural: combinar mecanismos mercantiles
y motivaciones individualistas para obtener una supuesta construcción mercantilizada
sin capitalismo que sería tutelada por el Estado socialista y sus mecanismos. El
régimen socialista sobre la economía porta las desventajas de su “paso atrás”: debe
oponerse a las prácticas que han sido hasta entonces universales y se consideran de
sentido común. Debe conducir un largo proceso en que avancen lo suficiente una
relación diferente de los individuos con el proceso social, que convierta la inserción
espontánea mercantil en participación organizada de la gente en el gobierno de la
economía, y un mando sobre la economía que no enmascare la dominación de un
grupo y sea por el contrario controlado eficazmente por los revolucionarios y por la
sociedad en su conjunto. La individualización de las personas llevadas a cabo por el
capitalismo fue brutal -mencionemos sólo la esclavitud del siglo
XIX en Cuba-, pero abrió la posibilidad de proyectos de liberación comunistas. En
medidas diversas esa individualización se ha visto ya realizada como democracia
burguesa, a escala más amplia sobre todo en las últimas décadas; sus instituciones y
su ideología de la libertad configuran grandes avances - debidos en lo esencial a las
presiones y las luchas de sectores, clases y pueblos- en cuanto a la expansión de la
actividad política y en cuanto a proposiciones indiscutiblemente superiores de
convivencia social. No puedo tratar aquí el carácter abstracto de esas proposiciones, ni
la renovación del mito democrático que hoy se realiza, parte constituyente de una
reproducción ideológica del capitalismo que es muy superior en el llamado Tercer
Mundo a la reproducción económica del capital. Tampoco puedo tratar la
homogeneización ideológica que hoy se extiende por el mundo -con gran riesgo para
todas las formas de rebeldía- cuya pauta política expresa es la democratización sin
apellidos, y cuyo fin último puede ser la incorporación en mayor o menor grado a un
sistema económico mundial, sin apellido también pero regido por el capitalismo
imperialista. No olvidaré por ello, sería un error gravísimo, las limitaciones tan serias
que tiene el régimen político socialista.
La coerción a que se ve obligado el poder socialista actúa en un campo más amplio
que la del Estado capitalista democrático. Ella es menos “individual”, desde la
organización de la actividad económica sobre bases mucho más indirectas en cuanto a
la relación entre el esfuerzo personal y la retribución, hasta la necesidad de una unidad
política e ideológica muy grande y muy expresa. El socialismo convoca a todos al
mismo proyecto social y político, les pide que tengan el mismo conjunto de creencias e
ideas en las cuestiones que considera básicas e interviene abierta o tácitamente en
numerosos aspectos de la vida de las personas. Esto parece lógico, pero al reducir las
mediaciones sin desarrollar otras que sean apropiadas a sus fines, se aboca a graves
peligros: sustituir la unidad por el unanimismo, abrir campo a la arbitrariedad, rechazar
la diversidad que enriquece a la sociedad y a la individualidad, ahogar los criterios, las
iniciativas y la inconformidad con lo que existe, y ya se sabe con cuánta tenacidad lo
existente pretende ser igual a lo posible. Se cierra así el paso a conductas y actitudes
que son indispensables en la transición socialista, para hacerla avanzar y para
contrarrestar los intentos de mediatizar y recortar el proyecto liberador.
Es cierto también que el nuevo poder porta el riesgo de una forma nueva de
burocratismo, consistente en la colocación de personas y funciones por encima del
control y de la crítica, del recurso al autoritarismo y la impunidad. Y es que ese poder
tiene un peso social diferente y mucho mayor que el estatal capitalista, mientras que los
valores de dominación clasista, de egoísmo, dominio y ventaja material del capitalismo
-e incluso valores anteriores
al capitalismo, incorporados por este- siguen coexistiendo dentro del nuevo régimen
con los valores socialistas y pueden adquirir formas vergonzantes pero reales. Contra
esas deformaciones gravísimas que amenazan a la transición socialista no resultan
eficaces los mecanismos de control democráticos capitalistas, ni la represión o el
arbitrio del mando, sino la profundización del tipo socialista de democracia.
El socialismo implica, entre otras cosas, un “paso atrás” con respecto al capitalismo.
Ideas tales como “alcanzarlo y superarlo”, comparaciones mediante datos económicos
escogidos, imitaciones “legislativas” del capitalismo, son salidas erróneas y artificiosas,
y expresan desorientación acerca de la naturaleza y los fines del socialismo. El “paso
atrás” es real, forma parte de la revolución y la transición socialista, y es contrapesado
con creces con una marcha hacia adelante de la condición humana y de la sociedad
cualitativamente superior, que hay que defender, mantener y desarrollar. Además de
identificar claramente cada “paso atrás”, la cuestión relevante está en encontrar y
realizar las formas concretas de aminorar y finalmente superar las consecuencias
nocivas que algunos de esos “pasos atrás” efectivamente traen consigo, sin sacrificar la
marcha hacia adelante, específica y diferente, que constituye el socialismo.
El socialismo tiene que pensar su actuación y su proyecto
El duro impacto de empobrecimiento, dogmatización, seguidismo y erradicación del
choque de criterios que sufrió nuestro pensamiento social desde inicios de la década
pasada, que ha tenido tantas consecuencias negativas, debe ser superado en el curso
del proceso de rectificación. Son muy insuficientes los niveles de reflexión y de debate
acerca de las cuestiones fundamentales, y la promoción de ellos es muy escasa. No se
trata de un reclamo académico. Si la voluntad conciente y organizada, la acción de las
masas, la planificación y el trabajo político e ideológico desempeñan los papeles
centrales en la lucha por el socialismo, entonces la reflexión teórica y el debate se
vuelven necesidades insoslayables.
Sé que el socialismo que he presentado hasta aquí.-aunque afincado en los datos de la
realidad y en el proyecto- es el deber ser del socialismo. Y precisamente ahora, más
que nunca, creo que necesitamos de él, del enunciado teórico del mundo y de las
realidades que estamos creando o pretendemos crear. Es vital identificar al socialismo,
tratar con él, discutirlo, proponerlo a todos, enfrentarlo a otros discursos diferentes, e
incluso opuestos, que se presentan como los viables, o como los avances que
debemos realizar. Una fortísima lucha ideológica está en estado latente, mostrando
apenas algunos contornos todavía, pero sería ilusorio creer que será evitada si la
ignoramos o tratamos de silenciarla. El socialismo no es sólo ideal, motivación y
entrega; es teoría también, que trata de
prefigurar, de intuir, de planear, prever, aprovechar los elementos que sean favorables a
nuestro objetivo. Abandonar hoy la teoría en favor de un mezquino pragmatismo sería
tan desastroso como lo fue la teoría que estuvo rigiendo, o sirviendo de adorno,
convencionalismo o cárcel, aunque es obvio que la reacción contra ella influye en la
extensión de un menospreeio equivocado a toda teoría. Sería mucho menos
perdonable este error, porque la teoría dogmatizada cumplía funciones precisas. La
transición socialista necesita también a la teoría, para avanzar.
Al fin comienza a abrirse paso la noción de que el socialismo -y el marxismo- tienen
historia. Es imprescindible apoderarse de ellas, sacudir el fardo pesado de las grandes
palabras vacías y de las realidades ocultadas o trocadas en enunciados siempre
iguales a sí mismos. Ese formidable logro que significa asumir la historia del
movimiento y de la teoría revolucionaria como parte y como modo de su conocimiento
es característico de las etapas de auge de la acción revolucionaria: quizás sea un buen
augurio.
Contentarse con las anécdotas o con breves interpretaciones tendenciosas o sesgadas
de esas historias es, sin embargo, engañoso: nos pasea, pero nos mantiene dentro del
mundo del error y la mentira. Esa historia es nuestra, nos la compraron con sus vidas
millones de personas, ¿cómo vamos a renunciar a su conocimiento? Y en el caso del
proceso revolucionario cubano la cuestión resulta acuciante y vital. Una nueva
generación de cubanos está entrando en política, y no conoce, o conoce mal y
fragmentariamente la historia de su revolución. Esta mutilación de la memoria histórica
puede tener efectos funestos para un pueblo urgido de multiplicar sus propias fuerzas.
Su recuperación -que incluya la nueva interpretación que cada generación de cubanos
tendrá que hacer de su historia, como pedía una vez un gran historiador- es una
exigencia cultural más que debemos satisfacer.
La historia es también un teatro de lucha cultural, y creo que a esta altura no es
necesario añadir que la lucha cultural es una lucha política. Tenemos a nuestro favor la
asunción legítima y popular que la revolución, autóctona e hija de la guerra de
liberación, hizo del intenso proceso nacional y revolucionario. Al cabo de tres décadas,
hay que tenerlo en cuenta, ya tiene historia la asunción e interpretación que se ha
hecho de nuestra historia. El tema de la identidad cultural cubana, tan importante,
debiera ser más debatido; el marxismo bien entendido puede hoy servir de mucho a
ese debate, y servirse a su vez de él para su inaplazable despegue.
El marxismo como disciplina y como saber social tiene ya también su historia en el
proceso de transición socialista cubano. No hablaré aquí de sus caídas y vicisitudes;
basta recordar que Antonio Gramsci, el último gran pensador europeo del período
leninista, era estudiado y publicado en Cuba hace
veintitrés años, y en los 70-80 simplemente fue desaparecido. No basta proponernos
que una situación así no retorne jamás. Es necesario recuperar a Marx y Engels, a los
temas centrales del marxismo originario; reivindicar a Lenin, el teórico del imperialismo,
de la organización y de la revolución socialista soviética y mundial; recuperar a los
grandes pensadores marxistas del Tercer Mundo, protagonistas intelectuales de la
aventura maravillosa y angustiosa de unlversalizar el marxismo, aún sin consumarse;
recobrar al Che, ese gran pensador subversivo, cuya teoría marxista sigue esperando
por nosotros a pesar de los reclamos de Fidel; y a Fidel mismo, uno de los grandes
pensadores de la transición socialista, aunque su producción de educador popular y
líder revolucionario no tenga la organización visible que suele encontrarse en las
teorías. Y a todos ellos referirlos a las condiciones y a las pruebas de sus
circunstancias, a las acciones contrapuestas y a los pensamientos diferentes y
opuestos a los de ellos, tornarlos vivos, en sus aportes y en sus limitaciones. Y en todo
caso tomarlos desde hoy, para entender y actuar nosotros sobre los problemas de hoy
y de mañana, sin puerilidad y con método.
Más allá de las fatigosas discusiones del concepto de cultura, espero que podamos
convenir en que es imposible operar con sus acepciones más estrechas en medio de
una revolución socialista como la nuestra: al volverse la gente protagonista, y entrar de
un modo u otro prácticamente en todos los procesos, al saltar espectacularmente los
niveles técnicos y escolares en el curso apenas de una generación, gozamos de una
afortunada complejidad, desarrollo, diversidad, insuficiencias y reclamos culturales. En
lo que toca a actividades de creación artística, coexisten y se relacionan las
producciones artísticas con grados variados de rigor técnico y diversidad de géneros,
los niveles ampliados de público, con sus particularidades, los aficionados; el interés
creciente por las manifestaciones artísticas de los que acceden a niveles técnicos
profesionales; la política de los organismos y el mensaje de los medios masivos, que
actúan sobre la opinión, el gusto y el consumo de la población. La inevitable y
conveniente influencia internacional, facilitada por la revolución técnica en curso,
complejiza en muchas formas el cuadro cultural.
Quisiera llamar a hacer saltar las fronteras del debate cultural cubano actual ^ g2 'no
siempre bien planteado-, de un límite sectorialista o “profesional” hacia su verdadero
ámbito: los intereses generales del desarrollo del socialismo cubano. La actividad y la
crítica de las producciones y los consumos artísticos lleva hoy a debates de resonancia
social porque la cultura del tiempo de no trabajo es cada vez más de realización
personal para proporciones crecientes de la población. El debate sobre temas
“culturales” no es un pugilato permitido gentilmente por un grupo dominante como sano
escape de las fuerzas y afanes del sector de los “cultos”, es decir, como una función de
toda dominación que alcanza cierta madurez.
Si la cultura del tiempo de no trabajo resulta socialista en medida creciente será una de
las formas importantes de crear una sociedad superior a lo que sus fuerzas productivas
permitirían. Es imprescindible que esa cultura incida en el mundo y el tiempo del
trabajo, para ayudar a su desarrollo, sin el cual, naturalmente, la sociedad y el
socialismo se estancarían.
El mundo todo del trabajo intelectual está siendo retado por las necesidades del país. A
pesar del cuadro tan negativo dejado por estas dos últimas décadas, el avance
alcanzado en investigaciones sociales concretas y la multiplicación del personal
calificado puede servir para ayudar a superar la frag-mentación práctica de estudios y
estudiosos, hija de los compartimientos estancos en que sucede y de la manía de
secreto todavía tan extendida. Es necesario superar la endeblez del marco teórico
general, que obstaculiza la articulación de inferencias, esfuerzos y resultados, la
fructífera dialéctica que debería existir entre investigaciones concretas y teorías, la
profundización en suma del conocimiento social que ayude a la toma de decisiones
acertadas y al desarrollo cultural del pueblo.
Las ciencias sociales y el pensamiento social deben ocupar su espacio, brindar un
terreno de apoyo y de relación de mutuo beneficio a la creación artística, y al conjunto
de la creación espiritual le corresponde avanzar más para cumplir su papel en un
proceso como el de la rectificación, que al pretender profundizar la transición socialista
le franquee al factor subjetivo el papel predominante que está obligado a tener en ella.
Si la transición socialista efectivamente avanza, las funciones del trabajo intelectual van
modificándose. Lo obvio es que esas funciones son cualitativamente diferentes, y más
importantes, que las que tiene en el capitalismo, por la naturaleza del nuevo régimen.
Pero ijmguna complacencia podrá salir de esa constatación: igual que en tantos otros
campos, en el del trabajo intelectual se libran muy duras luchas, con éxitos y fracasos,
por cumplir los objetivos cercanos, por identificar y mantener el rumbo hacia los
caminos más radicales, y mantener ligados firmemente ambos propósitos; por
descubrir y utilizar los métodos acertados para formar seres humanos y relaciones e
insti-tuciones nuevas, dejando atrás los métodos que portan la huella de la sociedad de
clases que los creó o utilizó.
Encontrar las funciones del trabajo intelectual en la actualidad cubana es menos difícil
que en otros países, por la extraordinaria vitalidad política que desató la Revolución, y
porque a pesar de las numerosas deformaciones, detenciones o incluso retrocesos que
registran el proceso y el régimen, la tendencia dominante ha sido la conservación de la
revolución socialista. Eso es lo que permite que la sociedad cubana -de manera
asombrosa para muchas percepciones externas- se proponga, precisamente ahora,
más revolución y
más socialismo, y mantenga los ideales comunistas. La línea y el sentido general están
dados, y la magnífica coyuntura de que existe una nueva generación adulta formada en
la revolución, muy politizada y muy deseosa de actuar como tal en política.
El trabajo intelectual debe contribuir al desarrollo de la cultura política cubana, que será
decisivo para que avancen los aspectos económicos, políticos e ideológicos de nuestra
formación social. Ya no puede ser adorno el trabajo intelectual, ni piedra de escándalo.
Ahora puede y debe plantearse los problemas centrales de la sociedad. En esa tarea
tendrá que participar en la crítica a lo que hacemos, porque el papel de la crítica,
profunda, militantemente revolucionaria y eficaz es insustituible, junto al papel de la
acción, para concientizar y sumar actores, mejorar conductas, encontrar soluciones a
los problemas y fortalecer las tendencias socialistas y comunistas. En esa tarea
participará -como todos, pero encontrando sus modos específicos de ac- tuar- en la
difícil creación entre todos del tejido que engarce autoridad y trabajo, política y
economía, vida cotidiana y tareas revolucionarias, moral pública y privada, ejemplo y
dirección, educación y liberación, motivaciones, retribuciones, deberes y goces.
Esa participación “desde dentro” implica un comprometimiento total del individuo con la
lucha y el proyecto social. Es feliz, y probablemente explicable, el involucramiento de la
mayoría de los grandes del pensamiento cubano con el avance y el destino de la
nación. El mayor entre todos, José Martí, aclaraba hace un siglo un aspecto crucial del
compromiso, si la nación por la que se luchaba iba a ser para todos: si quiere ser
respetada, la razón ha de montar en la caballería. Hemos avanzado tanto de entonces
acá, que hoy el montar es de otro modo. Pero sigue siendo exacta la afirmación del
Maestro: hay que montar en la caballería, ahora para que la razón sea propiedad de
todos, igual que el pan y la belleza.
La Habana, noviembre de 1989. Publicado por Casa de las Américas 178, 1990
El trabajo tan notable de Guy Bois que ustedes han leído examina la relación entre
marxismo y nueva historia con gran agudeza, y a mi juicio desde puntos de partida muy
atinados. La clara exposición de los elementos del problema, la comprensión de la
crisis del marxismo, de las diferentes posiciones intelec-tuales y tendencias existentes
tanto en el marxismo como en la nueva historia, de la necesidad de teoría que tiene la
Historia, la “impaciencia teórica” y las esperanzas de Bois, me han animado a hacer
mis comentarios libremente, sobre el problema “Marxismo e Historia” y no
necesariamente sobre los puntos que desarrolló ese autor, desde su circunstancia,
hace quince años.
Es demasiado difícil exponer brevemente un tema como este, tan amplio y cargado de
sentidos para todos nosotros. No podré desarrollar aquí algunas cuestiones que estimo
básicas: la existencia de corrientes marxistas profundamente diferentes entre sí; la
obligación de contrastar al marxismo con otras teorías significativas para el
pensamiento social, y también para la Historia (Nietzche, Weber, Freud, la
fenomenología). Mi posición, además, es muy ajena a la que ha predominado en el
marxismo en Cuba desde los años 70; me veo entonces forzado a afirmar muy
sucintamente muchas cosas, sin argumentarlas ni ilustrarlas, sólo para instar al debate
necesario.
Es inevitable aludir al proceso del marxismo y de la Historia desde el siglo XIX. Me
absuelvo de tocar aquí la transitada y debatida trayectoria del pensamiento teórico
europeo del siglo XVI al XIX, y sus complejas relaciones con las dificultades y los
triunfos del capitalismo en esa región. Esa trayectoria del pensamiento y sus
condicionamientos sociales tiene sin embargo una importancia capital para el desarrollo
de la Historia -que es una dedicación humana tan antigua- y la tendrá también para el
surgimiento del marxismo. Carlos Marx vivió en un siglo que transformó el alcance de la
filosofía, los lugares, los estatutos y los temas del pensamiento social -economía,
historia, sociología, ciencia política, antropología-, y las percepciones sobre esas
disciplinas y sus portadores.
Marx realizó a su vez una tarea intelectual tan extraordinaria que afectó hondamente a
las resultantes de aquel proceso. Más que en las valoraciones hechas por sus
seguidores, quisiera ilustrar ese efecto en las declaraciones de otros pensadores,
ajenos a él. Como Max Weber: “Con toda intención se han
evitado las demostraciones basadas en el caso que, para nosotros, es el más
importante entre las construcciones idealtípicas: el de Marx (...) La importancia
eminente, incluso inventiva y única, que tienen estos tipos ideales, cuando se utilizan
para comparar la realidad con ellos, e igualmente su riesgo, una vez que nos los
imaginamos como empíricamente válidos o incluso como “fuerzas influyentes" reales
(metafísicas), “tendencias”, etc. ” (1904). Como J. Schumpeter: “No sólo tenía
originalidad, sino también en general un talento científico de orden supremo... En la
época en que apareció su primer tomo (de El Capital) no había nadie que se le pudiera
comparar, tanto en fuerza como en saber científico” (1924). O Sigmund Freud: “La
fuerza del marxismo no parece residir en su concepción de la historia y en la predicción
del futuro basada en ella, sino en la demostra-. ción ingeniosa de la influencia
coaccionadora que ejercen las condiciones económicas de los hombres sobre sus
posturas intelectuales, éticas y artísticas. Con ello se descubrieron toda una serie de
conexiones y dependencias que hasta entonces se desconocían casi por completo”
(1933).
El problema de en qué consiste el marxismo de Marx es sumamente difícil para
nosotros en la actualidad. Lo es en sí mismo, al menos por cinco razones: carencia de
fuentes directas suficientes; muy escaso manejo de los estudios calificados que se han
hecho sobre el tema; gruesa capa acumulada de vulgarizaciones y discursos absurdos
que se reclamaron marxistas y se nos impusieron como requisitos ideológicos; exigua
participación real del marxismo de Marx en los marcos teóricos de nuestras ideas y
trabajos científicos; y pérdida reciente de interés en el marxismo. Por otra parte, es muy
difícil situarse en cuanto a los condicionamientos intelectuales del problema, porque
estamos en una etapa de transición en que los materiales teóricos (autores clásicos,
“modelos ejemplares” de Kuhn) que fueron objeto de adscripción, negación y debates
por parte de los estudiosos durante tanto tiempo han perdido fuertemente el consenso
o están en crisis! El mundo que negó o que siguió abiertamente a Marx, el que lo utilizó
subrepticia o parcialmente, el que debatió con él o lo omitió, parece estar
desapareciendo, y en su lugar se bosqueja otro mundo que, en el mejor caso, apelaría
a otros puntos de partida teóricos.
Frente a esta doble dificultad no puedo hacer aquí más que dos aseveraciones, sobre
las cuales insistiré. La primera es la necesidad que tenemos del marxismo, y en ella es
imprescindible incluir, otra vez, una nueva comprensión de Marx. Los pocos
comentarios que haré del pensamiento marxiano aluden apenas a la relación con la
Historia que estamos persiguiendo, difícil reducción de un cuerpo teórico que ha sido
asociado a la historia desde las propias formas de nombrarlo. El segundo aserto se
refiere a la necesidad de evitar la moda reciente y superficial del fin de la historia, pero
también la del fin de los paradigmas, mejor establecida, por ser ambas modas
manipuladoras
y engañosas. Son complicadas las relaciones entre la teoría de Marx y ese marxismo
que Bois define como “una teoría general del movimiento de las sociedades”. Eric
Hobsbawm, en un artículo de hace 25 años acerca de la contribución de Marx a la
historiografía, distinguía entre sus aportaciones y las exposiciones que llamaba de
“marxistas vulgares”, pero aclaraba que estas últimas, en su simpleza, fueron
poderosas cargas explosivas contra las fortificaciones de la Historia tradicional. Las tres
principales vulgarizaciones de la teoría marxiana han sido la “interpretación económica
de la historia”, “las leyes históricas ineludibles” y el modelo de simple dominio y
dependencia entre la base “económica” y la superestructura. Por otra parte, algunos
temas de Marx resultaron más atractivos que otros para los historiadores, como es
natural, porque respondían a sus necesidades. Es el caso de la temprana influencia de
sus ideas sobre los condicionamientos de los hechos religiosos, por ejemplo, mientras
que El 18 Brumario de Luis Bonaparte, pieza brillante de historia llena de ricas
proposiciones, permaneció mucho tiempo sin ser atendida, quizás porque sus aportes
referían sobre todo al análisis de las luchas de clases. Lo cieno es que a fines del siglo
la posición teórica general de Marx era ya de obligada referencia, de riqueza sujeta a
valoraciones diferentes y hasta contradictorias.
Marx mismo hizo numerosos esfuerzos para evitar ser malentendido. Es conocida su
respuesta al que lo elogiaba como creador de una nueva Filosofía de la Historia, en
1877: “Eso es hacerme demasiado honor; y demasiado escarnio”. Trató de desarrollar
su concepción a partir de un plan intelectual sumamente ambicioso que sólo realizó
muy parcialmente, y en mi opinión existe ambigüedad en algunos puntos importantes
de su obra teórica, además de adolecer de ausencias y contener errores,
exageraciones y tópicos que hoy son insostenibles. Como toda nueva teoría, utiliza en
gran medida el lenguaje existente -lo que nunca es mero problema de “forma”- y está
muy influido por el ambiente de su época, aunque como en este caso se proponga
revolucionarla a fondo. El cuadro resultante es complicado, pero afortunadamente Marx
no nos dejó una autoclasifi- cación. A guisa de síntesis, y también para dejar situada mi
posición, mencionaré sólo algunos puntos de su pensamiento que considero básicos:
1) tanto por su método como a través de la investigación de la especificidad
capitalista -el tipo capitalista de sociedad es su objeto de estudio principal- produjo un
pensamiento no evolucionista, cuando esa corriente triunfaba en toda la línea. Para
Marx lo social no es un corolario de lo natural;
2) enfrentó eficazmente al positivismo, que era el único contradictor de peso en el
pensamiento social de su tiempo;
3) superó críticamente los puntos de partida de los sistemas filosóficos
materialistas e idealistas, colocándose en un terreno teórico nuevo;
4) la historia es una dimensión necesaria para la teoría de Marx, dadas sus
preguntas fundamentales y su método. ¿Por qué y cómo cambian y se transforman las
sociedades?, podría ser una formulación general para inquirir desde su concepción;
5) su teoría del modo de producción capitalista resultó válida como modelo para
estudiar sociedades “modernas” como sistemas de relaciones entre grupos humanos,
un modelo que distingue jerarquías de niveles de los fenómenos sociales y
contradicciones internas a esas sociedades;
6) Marx no creyó en que la consecuencia feliz de la evolución progresiva de la
Humanidad fuera el socialismo, sino que el derrocamiento del poder del capitalismo
sólo sucedería mediante la revolución proletaria, o revoluciones proletarias a escala
mundial;
7) por lo anterior, su teoría de las luchas de clases en las sociedades capitalistas
ocupaba un lugar central en su concepción del movimiento histórico (también dejó
hipótesis y expresiones interesantes relativas a la ampliación de aquella teoría a otros
ámbitos históricos);
8) sólo a través de un largo período histórico de muy profundas transformaciones
revolucionarias -del que apenas bosquejó rasgos- se avanzará hacia la desaparición de
los sistemas de clases y Estados, el fin de todas las dominaciones y la formación de
una sociedad comunista de productores libres asociados.
No puedo tratar aquí la historia de la Historia, que por suerte no es desconocida. El
carácter “independiente” de la investigación científica apareció en Europa con la
modernidad capitalista. La ley natural -Física de los siglos XVI y XVII- resistió los
asedios de la teología y fue invadiendo las explicaciones de lo social. La historia fue
después postulada como una cadena en movimiento lineal dirigida por el progreso.
Mientras el marxismo originario se desarrollaba, la Filosofía de sistemas especulativos
declinó, y la Economía y la Historia se constituyeron como ciencias y como profesiones.
En Europa del siglo XIX la Historia dejó de ser parte expresa de la educación moral,
“literatura” moral en la cual la verdad coincidía con el bien. En esta ^ gg sociedad
“moderna” la verdad no inclina a una conducta “virtuosa” o “malvada”. Los campos de
los estudios sociales se parcelaron y profundizaron, y surgieron especialistas de cada
uno de ellos. Esos cambios fueron parte de un complejo proceso más amplio, que
afectó a toda la producción de conoci-mientos sociales, y a las imágenes del mundo
más extendidas.
Marx no fue ajeno a esos procesos, y es cierto que sostuvo relaciones especiales con
la Economía y la Historia. Pero su concepción unitaria de la ciencia social, y su manera
de relacionar la ciencia con la conciencia social y
la dinámica histórica de ambas, inauguraron una posición teórica muy diferente a la
especialización y los contenidos que asumían la Economía y la Historia. Era forzoso
que su pensamiento resultara chocante -aun abstrayén- donos de otras causas de
rechazo o extrañeza-, pero la otra corriente también tardó gran parte del siglo en
volverse dominante.
Como la Historia objetiva deseada por la historia-relato (“las cosas tal y como
realmente sucedieron”, de Ranke), el marxismo es también hijo del capitalismo, pero él
quiere conocer bien al capitalismo con el propósito de eliminarlo. Para el marxismo la
actuación que se pretende es distinguible de lo que se estudia, pero ambas actividades
son inseparables. El marxismo es una actividad científica pero es a la vez una actividad
política e ideológica, y trata de inspirar una moral. Pretende ser gestor de la
perfectibilidad de los individuos y de la sociedad, y brindar una legitimación del hacer
futuro; en su búsqueda de convertirse en conducta puede considerársele incluso una
"religión”. ¿Cómo será entonces un historiador marxista? Marxiano y marxista, incluso,
son denominaciones creadas por los adversarios.
Marx ha repetido hasta el cansancio la necesidad de que la actividad científica sea
rigurosa y se atenga a reglas y hábitos severos; él mismo da el ejemplo en la mayoría
de sus textos, en la medida en que esto le es posible a un hombre absolutamente
comprometido con sus convicciones, al punto de vivir una vida de gran miseria primero
y discreta pobreza después, sin carrera académica ni puesto alguno de poder. Este
hombre irascible y necesariamente intransigente, que más de una vez hará juicios
demasiado severos de otros que son o han pretendido ser antiburgueses, es de una
probidad intelectual paradigmática. Y prefiere recortar su ambicioso plan, y gastar
tiempo en estudios parciales y en dominar instrumentos, antes que disminuir el rigor de
sus indagaciones por asegurarse de que deja el cuadro completo de sus ideas a la
posteridad o por aspirar al reconocimiento del público.
La obra de Marx adquiere un peso enorme desde que todavía vive el autor, por su valor
teórico, y a finales del siglo ya es inevitable en los medios intelectuales europeos. Sus
seguidores cultos, desde Lissagaray y Lafargue hasta el joven Ulianov-Lenin, entre
otros, hacen ciencias sociales comprometidas. Los objetivos de los autores y los temas
escogidos son lo más notable de esos primeros textos marxistas. Pero comenzará
desde entonces una gigantesca empresa de descalificación, señoreada por el prejuicio
-arraigado como pocos- que atribuye a Marx y al marxismo rasgos doctrinarios que
resultan inaceptables para el estudioso que busque conocimientos sociales. En muchas
situaciones y etapas ese prejuicio ha cerrado el paso a una utilización amplia y ha
vuelto vergonzantes a muchos usos parciales del marxismo, y convirtió a Marx o al
marxismo en el
polemista ausente o en la corriente eliminada arbitrariamente. Esto puede apreciarse
en multitud de medios y actividades intelectuales, y en obras importantes, como
Economía y sociedad, de Weber (1919-22) o La estructura de la acción social, de
Parsons (1937).
A pesar de lo anterior, durante todo un siglo el marxismo ha sido interlocutor de las
demás orientaciones y teorías sociales. Su influencia puede encontrarse en muchas de
ellas, como en los ejemplos que ofrece Bois respecto a la renovación metodológica de
la Historia. ¿Qué es el marxismo para la Historia, qué es la Historia para él, cómo se
enlazan y se afectan mutuamente? Esas preguntas nos recuerdan enseguida palabras
y frases que son claves para ambos. También nos recuerdan, del lado del marxismo,
que este tiene una historia, su historia, en la que cada uno de sus momentos relevantes
ha implicado, entre otros rasgos, determinadas relaciones con la Historia, y que el
conjunto significa un determinado acumulado cultural frente al cual estamos hoy.
Aludo al menos a esa diversidad. Los partidos y federaciones sindicales socialistas que
formaron en Europa la IIo Internacional auspiciaron hace un siglo el primer marxismo
que fue proclamado como doctrina oficial del socialismo, sus organizaciones y su
cuerpo de ideas. Ese socialismo “de la bella época” alternó con la dominación cultural
burguesa y se adecuó progresivamente a ella. En el marxismo socialdemócrata la
corriente dominante -aunque no la única- fue la del evolucionismo y el cientificismo tipo
“concepción materialista de la historia”, representado por el alemán Kautsky (y el ruso
Plejanov); para ellos la sociedad era un corolario de la naturaleza y el socialismo sería
una consecuencia del progreso de la civilización que la burguesía imponía al mundo.
La ortodoxia (Kautsky) y el revisionismo (Bernstein) fueron las dos caras de la
socialdemocracia, complementarias en política aunque discordes en teoría. Eduardo
Bernstein no sólo teorizó el revisionismo; él proclamó la importancia ideológica de la
conciencia moral y pidió un retorno a Kant.
Desde otra posición política ajena a ambos, Rosa Luxemburgo, revolucionaria e
intemacionalista, preconizó el triunfo de rebeliones de masas y vindicó la necesidad de
la democracia en la organización y la lucha socialistas. El fundamento de la revolución
estaba en “el suelo firme de la necesidad histórica objetiva” que Rosa creyó demostrar
mediante su intento de comple-tar la teoría económica de Marx. Revolución, teoría
económica, teoría política, marxismo y materialismo fueron los temas de Lenin, que -sin
cuestionar expresamente las bases teóricas de la ortodoxia- produjo la obra marxista
más importante de todo el período. Lenin realizó una cruzada de antirrevisionis- mo
comunista, elaboró una teoría sobre el capitalismo más desarrollado, reivindicó a la
teoría del Estado de Marx y a la Comuna, pero no al espontaneís- mo de esta, defendió
la teoría de la dictadura del proletariado, que la IIo
Internacional había escamoteado, y postuló los rasgos que debía tener la organización
política marxista para ser eficaz en cuanto a tomar el poder. Hizo también más aportes
que nadie a los análisis complejos de situaciones concretas de sociedades europeas
con propósitos políticos revolucionarios y planteó con total consecuencia la lucha
anticolonialista como parte de la revolución. Sin embargo, Lenin fue sobre todo un
político práctico, El líder indiscutido de un partido que se propuso tomar el poder en
Rusia para realizar una revolución comunista, y lo logró.
El triunfo bolchevique modificó y amplió el objeto del marxismo, y creó un verdadero
polo cultural para los revolucionarios europeos y de otros países del mundo. Es
imposible hablar de marxismo o conocerlo sin tener en cuenta esta etapa. Ernesto
Guevara dejó el consejo inteligente de leer todo, “hasta el último papel” escrito por
Lenin desde que comenzó la experiencia de poder soviético en 1917. También es
necesario manejar la obra de otro de los protagonistas de la revolución, León Trotsky,
teórico apegado a Marx y profundo analista político, a veces visionario; como
historiador, sobre todo en su pieza maestra, la Historia de la revolución rusa, que
combina un fresco histórico extraordinario con una gran riqueza analítica y valiosas
indicaciones de método. Apropiarse de los aportes teóricos de la filosofía dialéctica
marxista y revolucionaria de Karl Korsch y del Lukács de Historia y conciencia de
clases, del pensamiento de una izquierda que consideró a los eventos de la teoría
como funciones del movimiento histórico. Asumir la fértil variedad de posiciones y
caminos de la época, que expresan voces como las de Ernst Bloch o Wilhelm Reich, o
el programa de investigaciones sociales del Instituto de Frankfort. Estudiar, discutir y
sobre todo utilizar la obra poderosa y abierta de Antonio Gramsci, a mi juicio el más
notable de todos y el último gran pensador europeo del cauce abierto por Lenin.
Tenemos que conocer y asumir críticamente todo el complejo florecimiento de las
prácticas intelectuales y el pensamiento social realizado por tantos europeos al calor de
las luchas, las necesidades, las influencias más diversas, los experimentos, las
polémicas y los límites del esfuerzo revolucionario.
El final de aquel profeso y el establecimiento de un régimen postrevolucionario en la
URSS de los años 30 tuvieron consecuencias funestas para el marxismo. El
pensamiento fue liquidado o aterrorizado en nombre de la razón de Estado y se formuló
un sistema de vulgarizaciones que mezcló caricaturas de la antigua filosofía
especulativa europea con manipulaciones de Lenin, Marx y Engels, y con toda suerte
de elementos pragmáticos y doctrinarios. Esta ideología de obedecer y de legitimar fue
impuesta de manera exclusiva y exigida dogmáticamente en todos los terrenos de la
vida social que se consideraban relevantes, entre ellos la Historia y demás disciplinas
intelec
tuales. Después de las jornadas trágicas el daño se volvió crónico, porque aquel cuerpo
ideológico institucionalizado predominó durante medio siglo, atenuados sus aspectos
más agresivos desde los años 50, y progresivamente desgastado, pero ampliado en su
campo de acción a los países, instituciones e individuos a los que llegaba la influencia
de la URSS y el confusionismo que asociaba esa ideología a las necesidades, las
luchas y las ideas de liberación de los pueblos y los países en el mundo. Guy Bois
recoge con agudeza en su texto un momento del proceso de desgaste, desde Francia
en 1979. Hoy se han secado las fuentes de los llamados marxismo-leninismo y
socialismo de origen soviético, lo que es potencialmente muy positivo para el desarrollo
del pensamiento de liberación anticapitalista y socialista en el mundo, pero falta
recorrer un largo y arduo camino para llegar a superar las consecuencias tan negativas
que se han acumulado.
La incapacidad de constituir un campo cultural propio del socialismo, que resultó fatal
para los regímenes de Europa oriental, ha perjudicado a fondo a la corriente del
marxismo que respondía a ellos, y que era la de mayor producción y la más influyente.
Pero no dañó sólo a ella. En mucho -y a veces demasiado- la mayoría de las corrientes
marxistas han sido reacciones, resonancias, oposiciones, variaciones respecto a la que
se impuso en la URSS y sus manifestaciones internacionales. No han estado entonces
exentas de su influencia en cuanto a la manera de pensar, a los temas y métodos, al
dogmatismo, a malas costumbres. Sin embargo, esos marxismos independientes, que
han luchado y sobrevivido a todas las vicisitudes, han producido muy valiosos aportes
durante décadas, tanto en ensayos y síntesis teóricos generales como en
investigaciones y estudios particulares. En el terreno de la Historia sus aportes han sido
muy notables y variados. Este pensamiento marxista y las prácticas intelectuales
marxistas en disciplinas sociales ligadas a él, su influencia en otros medios, constituye
un campo relevante e indispensable para cualquier consideración seria acerca del
marxismo y de la Historia en general. El marxismo que ha quedado en pie puede ser
decisivo en la coyuntura actual del pensamiento que se opone al capitalismo.
Es demasiado tratar de aludir siquiera a los problemas de la universalización intentada
-y en alguna medida conseguida- del marxismo, y a los de sus relaciones con el estudio
y las interpretaciones de las historias particulares y de la ciencia histórica, problemas
que son sin embargo fundamentales para nosotros. Las prácticas históricas específicas
de los pueblos que han sufrido los impactos de la expansión del capitalismo mundial, el
colonialismo y el neocolonialismo, las realidades constituidas por sus culturas,
instituciones, movimientos de la sociedad, dificultades y luchas, sostienen
complicadísimas relaciones con el universo de la Historia que se ha elaborado y existe
en los
países desarrollados, y que se propaga desde ellos hacia el resto del mundo. El
resultado es una Historia que exhibe algunos logros y numerosas colonizaciones
mentales, con ayuda de los múltiples recursos y atractivos de los poderes y las
sociedades centrales, una Historia que sin embargo vive y pretende renovarse una y
otra vez. En el llamado Tercer Mundo el marxismo ha servido unas veces como factor
de desarrollo de capacidades e identificaciones muy positivas, pero en otras tantas ha
sido ineficaz o confusionista, y también ha llegado a portar una colonización mental “de
izquierda”. Las manipulaciones ideológicas como parte de influencias avasalladoras
provenientes de “centros” y de “sistemas del socialismo”, y los prejuicios eurocentristas,
han sido determinantes en los casos de colonizaciones mentales.
En la historia del llamado Tercer Mundo, y en la de la Historia en el Tercer Mundo, esas
debilidades y desventuras del marxismo han sido especialmente funestas, porque aquí
resultaba imprescindible, pero a la vez era más factible, ser creativo “contra” el canon
general proclamado en nombre del marxismo, para realizar aportes que contribuyeran
en realidad a unlversalizar el marxismo. Si se logra unir la posición marxiana en la
relación ciencia- conciencia revolucionaria y en las cuestiones de método, con el
estudio profundo e independiente de las sociedades tan diversas y heterogéneas que el
capitalismo ha pretendido ir reuniendo bajo su dominio, hay más posibilidades de
validar en sí misma la perspectiva marxista, y de mejorar y ampliar el campo de su
aplicación. En vez de camisas de fuerza “teóricas” aplicadas a las realidades, de
afirmaciones o negaciones absurdas, de apelar a aberraciones intelectuales para
respaldar posiciones políticas, lo que la necesidad de conocer las sociedades para
transformarlas está exigiendo hoy son nuevas fundaciones, audacia, buen método y
mucho trabajo.
Ya existe un acumulado de pensamiento marxista muy notable en el llamado Tercer
Mundo; quiero llamar la atención sobre sus potencialidades en este momento mundial
tan difícil. Los historiadores marxistas han avanzado -en grados y situaciones muy
diversas- en el conocimiento y en la comprensión de los procesos históricos de sus
sociedades, en terrenos más generales del trabajo de Historia y en teoría. También han
avanzado en cuanto a sostener relaciones fructíferas con los del mundo desarrollado.
La influencia de conjunto que ha tenido la Historia inspirada en el marxismo sobre la
ciencia histórica, otras disciplinas y el pensamiento social más general, así como sobre
el mundo espiritual de sus países, es muy apreciable. Sin embargo, es imposible que el
campo marxista no sufra un gran deterioro ante la gigantesca ofensiva cultural del
capitalismo contemporáneo, decidido a convertir su dominio en un lugar común de la
vida cotidiana y en el único horizonte de los proyectos humanos, ofensiva combinada y
potenciada por la caída súbita
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y bochornosa del llamado socialismo euroriental y la ola de desprestigio en que quedó
sumido el socialismo. Neutralizar, envolver, manipular, desmontar, cop- tar, son verbos
de trabajo de la ofensiva del capitalismo, y peligros que se confrontan hoy en todos los
terrenos del pensamiento y la vida social. Hay fuertes diferencias en el desarrollo del
marxismo y de la Historia en Cuba: la Historia como disciplina es antigua aquí, y sus
prácticas y productos hacía tiempo que eran notables cuando el marxismo comenzó a
serlo. Durante la Revolución del 30 el marxismo se arraigó en Cuba, y como resultado
de ella tomó un lugar en la cultura nacional. Mientras, la Historia se convertía en la más
significativa ciencia social del período siguiente, por la acumulación de trabajo
profesional y de divulgación alcanzada, y por el lugar preponderante de la historia en la
identificación nacional y en los proyectos políticos y de cambio social. La influencia del
marxismo era obvia a través de la obra de una parte de los historiadores destacados,
pero no se llegó a formar una interpretación marxista de la historia de Cuba, ni una
comunidad intelectual-política de los historiadores marxistas; por su parte, entre los
logros del sistema hegemónico estuvo la obstrucción de una divulgación consistente
del marxismo. Los graves problemas y descalabros padecidos por el proyecto socialista
y el marxismo a escala internacional de los años 30 a los 50 también incidieron
negativamente en Cuba.
Después del triunfo de la revolución en 1959 se produjo la asunción del marxismo en
gran escala en la sociedad cubana, la que forzosamente fue muy polémica, en mi
opinión sobre todo por tres razones: las serias inadecuaciones existentes entre el
marxismo internacional y el carácter y el contenido de revolución profunda
anticapitalista y de ideales comunistas del proceso cubano; los logros, las insuficiencias
y los problemas de la acumulación cultural cubana previa; y las relaciones estrechas
que Cuba debió establecer con la URSS. El carácter polémico de esa asunción del
marxismo en medio de una revolución fue precisamente lo que le permitió tener un
impacto fuerte y generalizado en la cultura cubana, porque lo obligó a expresar su
vitalidad y su relación estrecha con las realidades y necesidades sociales. En el campo
de la Historia se expresaron también los rasgos generales que expongo. Fueron
características de aquel período: la aparición de varias obras históricas muy notables,
la creación de instituciones para formar profesionales, el rescate y divulgación de una
parte de lo producido hasta entonces en Historia de Cuba y la publicación de obras
extranjeras, las polémicas sostenidas, en su mayoría alrededor de interpretaciones de
aspectos de la historia nacional, la multiplicación del número y del interés del público, la
aparición del movimiento de activistas de historia, la exaltación de la historia nacional
como referente de los esfuerzos presentes y del proyecto revolucionario, y la gran
politización de la actividad de Historia, rasgo este último que era común entonces a la
mayor parte de las actividades sociales y a la vida cotidiana.
)
La situación en que se vio el proceso revolucionario después de 1970 produjo cambios
profundos que no es posible desarrollar aquí. En cuanto a nuestro tema, la cuestión se
complicó porque sobrevino un aplastamiento del pensamiento social y un subdesarrollo
inducido del marxismo. Este fue convertido en una agresiva “ciencia general” y “guía”
de los pensamientos sociales posibles, que se volvió dominadora y excluyente. Entre
otras consecuencias muy negativas, ese proceso formó y fue agravando el rechazo de
los investigadores y estudiosos de materias sociales hacia la doctrina impuesta (o más
bien el alejamiento y la aver-sión que aparecen cuando el rechazo es imposible).
Esta segunda etapa de la revolución fue sin embargo de acumulación muy
contradictoria de aspectos positivos y negativos (he publicado mis criterios sobre el
tema desde 1987 en adelante). En el caso de la Historia se fue logrando una
multiplicación de los profesionales capacitados, un gran número de estudios concretos
valiosos y algunos avances institucionales. Pero la subordinación teórica al llamado
“marxismo-leninismo” y las normas restrictivas exigidas disminuyeron las posibilidades
científicas y de prácticas de la Historia, e impidieron el vital intercambio y debate
públicos de ideas diferentes entre los propios cubanos. Además, esa sujeción obstruyó
o hizo muy difícil la comunicación y el diálogo con los medios marxistas de Historia
ajenos a los círculos considerados “correctos”, y también con los medios no marxistas,
cuando en ambos campos se producen trabajos e ideas relevantes. La historia nacional
sufrió en cierta medida, en sus temas y métodos de investigación, y también en su
enseñanza en las escuelas. .
Considerados como partes del campo ideológico en el proceso cubano de los últimos
40 años, la Historia y el marxismo no han guardado entre sí, empero, toda la
subordinación de la primera al segundo que parecerían asegurar la fuerte
determinación desde lo político y los diferentes grados de generalidad en lo teórico. En
realidad la Historia como historia de Cuba (¡siempre la dificultad de separar el nombre
del contenido!) ha desempeñado muchas veces papeles de con- tén y de frontera
frente al imperio de la arbitrariedad del marxismo dogmatizado, y algunas veces ha sido
arma de ofensivas ideológicas contra él. En innumerables textos, exhortaciones y
expresiones orales se ha invocado la historia de Cuba como proveedora de hechos que
avalan y refuerzan la legitimidad y los argumentos de una revolución y un socialismo
cubanos, y a la vez como fuente y baluarte del campo espiritual revolucionario nacional.
Todo eso ha ayudado a la Historia como disciplina en las siempre difíciles tareas de
conservar sus espacios y su autonomía, y de avanzar en sus prácticas.
El abandono del marxismo al que se refiere Bois se retrasó en Cuba respecto a lo
sucedido en América Latina primero, y más tarde -pero en magnitud descomunal- en
Europa Oriental. Las razones fueron políticas: en Cuba
había continuado el régimen creado por la revolución de transición socialista. En la
actualidad los problemas del marxismo están agravados en Cuba por tres
características negativas:
a) en el aparato productor de ideología hay más continuidad que discontinuidad del
viejo tipo “marxista-leninista”;
b) los que están llamados a producir pensamiento social tienen debilidades en su
formación teórica y dificultades en establecer su pertenencia ideológica;
c) la grave crisis y la transición económica del país, abiertas desde 1992, las
constelaciones sociales y culturales que las nuevas relaciones económicas están
difundiendo y la insuficiencia de las respuestas políticas y culturales que se les han
dado.
Todo eso dificulta una recuperación crítica del marxismo; en realidad facilita una
tendencia a su abandono en general. Es difícil defender al marxismo en Cuba hoy.
Existe un profundo desgaste, incluso moral, del marxismo, y no sólo una crisis. Es
necesario levantarse sobre el mezquino rasero de lo inmediato (y de los intereses y
emociones que lo dominan), no para conservar la vieja ideología sino para asumir de
manera crítica al marxismo y recuperarlo. Opino que necesitamos su ayuda ante los
problemas y tareas trascendentales que están a las puertas.
Ya ha comenzado en Cuba una ola conservadora, una reacción del campo espiritual
que amenaza envolver a la producción cultural y a la vida cotidiana. Sus causas
trascienden al rechazo a la ideología del “marxismo-leninismo”, y su contenido no se
circunscribe a aquel, sino que alcanza al conjunto de la situación. En el terreno que
estoy tocando, el de la producción de pensamiento y ciencias sociales, esa ola
conservadora podría llevar a un triunfo de la “neutralidad” (la neutralidad es difícil
siempre y nunca es inocente), o ir aún más lejos.
Estamos como suspendidos en el aire en lo teórico y en la ideología que se hace
expresa -después de haber vivido un período muy prolongado en que esos campos
estuvieron ocupados de manera exclusivista y demasiado abar- cadora-, y parece
como si fuera posible continuar así durante un tiempo indefinido. Estimo que esa
creencia es infundada y peligrosa, y que esa situación se tornará insostenible y sus
consecuencias pueden ser muy onerosas.
Creo que en la Cuba actual la Historia necesita teoría y también precisa pertenencia
ideológica, y que el marxismo enfrenta el imperativo de revolucionarse. Ya hemos visto
que el marxismo puede ser útil para la liberación, pero también puede serlo para la
dominación. Abandonarlo hoy por esto último sería no sacar provecho a tan costosos
aprendizajes, y sería
perder un formidable auxiliar del trabajo científico del historiador y una visión social
integradora de ese trabajo en un horizonte más amplio, que dé sentido social a los
proyectos y a las prácticas profesionales. No abandonar el marxismo puede significar
también encontrar defensas más eficaces contra el desaliento, contra una historia para
consumos turísticos, contra las manipulaciones, contra la no elección de los temas más
valiosos y necesarios, contra la asunción de preconceptos conservadores sobre la
materia histórica, que son reacciones ideológicas quizás explicables, pero que
perjudicarían duramente a la historiografía y a la conciencia cubana.
He escrito "puede significar”, y no más, porque el marxismo no es un talismán. No
habría ninguna razón para esperar que el marxismo sea realmente útil, ni sea atractivo,
si no se sacude las cargas pesadas que lo han agobiado y que lo convirtieron en
agobio para todos. Es cierto que hoy tiene un prestigio que ganar, pero cuenta también
con factores favorables. Nuestros más destacados historiadores son marxistas,
tenemos profesionales muy capaces de otras disciplinas sociales que también lo son;
en diferentes países de América Latina existen historiadores y pensadores marxistas
con trabajos de mucha calidad e ideas muy valiosas, y también en Estados Unidos y en
los demás continentes. Necesitamos conocer más sus trabajos e ideas, y -asombra un
poco pero es cierto- necesitamos conocernos más los cubanos unos a otros, e
intercambiar criterios, ideas, trabajos, proyectos, datos, opiniones, entre nosotros
mismos. La Historia y el marxismo en Cuba necesitan cosas diversas, pero también se
necesitan mutuamente.
Conferencias en la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana, 21-
1 y 4-2-1994, como comentario a Marxismo y Nueva Historia, de Guy Bois, en un Ciclo
de Seminarios sobre las actuales corrientes históricas y sus perspectivas. Publicada en
La Gaceta de Cuba núm. 4, UNEAC, jul/ago 1995.
En medio de una nueva situación que es muy complicada, la cultura cubana actual está
dando muestras de su vitalidad y su compleja madurez. Tratar el tema del marxismo es
una de ellas. La comunicación oral es la vía más utilizada en la actualidad, pero
aparecen también opiniones y escritos sobre el marxismo; me ha vuelto a tocar a mí
participar en ese debate, de ambas manerasW. Al responder a la convocatoria de
Temas tengo en cuenta mis publicaciones recientes, y escojo algunas otras cuestiones
no tratadas en ellas, que me parecen de interés; no evito, sin embargo, repetirme las
pocas veces que lo he entendido necesario. Por la amplitud de los temas, he escogido
una forma sintética -en el primer acápite es apenas telegráfica-, limitada por tanto a
expresar puntos de vista personales -tanto, que sólo me cito a mí mismo- y a sugerir
lugares de profundización y de debate.
1. La izquierda y el marxismo en Cuba
La historia política y de las ideas cubana de los últimos 70 años registra una
extraordinaria paradoja en lo tocante al tema de la izquierda. Los sentimientos e ideas
de izquierda se arraigaron durante la Revolución del 30; después, la gran revolución
que triunfó en 1959 legitimó y multiplicó esas ideas y sentimientos, y los ligó a
innumerables aspectos de la vida de las personas y del país. Pero esa larga historia ha
sido responsable, a la vez, del ensombreci- miento del tema de la izquierda, que
comenzó desde el fin de la Revolución del 30. La gran revolución que promovió
avances inmensos de la cultura po-lítica cubana -signados todos por la pertenencia de
izquierda- terminó por agudizar al extremo esa paradoja. Se produjo unjcerco
progresivo a la elaboración de pensamiento de izquierda, y sobrevino su asfixia, su
separación de los sentimientos y de la vida práctica, durante una larga etapa que fue
muy negativa en ese campo) Sin habernos restablecido de ella, el país se precipitó en
la crisis de los primeros 90, y hoy estamos en una situación muy desfavorable, en la
que las ideas y sentimientos de izquierda parecen retroceder.
Me apresuro demasiado. Más valdría preguntar qué es la izquierda, remontarse quizás
al momento en que los partidos en la Convención francesa
se ubicaron en la geografía de la sala de sesiones, buscando unas identificaciones muy
difíciles -inauguraban un sistema y una manera de hacer política-, y se valieron del
lugar relativo que ocupaban en el salón. Después de aquella legislatura ligada
formalmente a las imágenes oratorias clásicas, y en su práctica a la novedosa
guillotina, los siglos 19 y 20 han relacionado la izquierda con lo que antiguamente se
llamaba “la cuestión social”. Todas las variantes de oposición al capitalismo -total o
parcial, decidida o tímida, permanente o efímera, tremenda o pacífica- se han
calificado, han sido nombradas o acusadas, se han cobijado, bajo el epíteto de
“izquierda”.
La izquierda es una de esas denominaciones que sobreviven a todos los avatares
durante una larga época, y que guardan en su ambigüedad y sus plurales significados
una mayor riqueza respecto a la complejidad de los problemas a los que se refieren.
Cumple más funciones de alusión que de concepto. Al acercarnos a ella distinguimos a
las izquierdas, no a la izquierda. Y las situamos, naturalmente, en el tiempo y el
espacio. Estas dimensiones confi-guran una acumulación cultural que cobija a las
prácticas de izquierda, los conceptos de izquierda y las identificaciones que se hacen
de ella. Piensen sólo un momento lo que va de la Montaña jacobina a Brezhnev, o del
joven Carlos Marx al joven Antonio Guiteras.
El problema principal al que se refiere la izquierda es el de las identificaciones de los
dominados y las luchas contra la dominación. Datos muy remotos se refieren a
sentimientos, pensamientos, actividades humanas opuestos a la dominación; ellos
parecen, por consiguiente, tan antiguos como las sociedades de clase. Sus
expresiones y su organización, el sentido y las funciones que han asumido, son muy
diversos. Las expresiones coherentes adversas a la dominación que han ganado
ascendiente sobre grupos sociales pueden encontrarse entre los mitos, las religiones y
las tradiciones más dispares, en las protestas y rebeliones más disímiles, entre las
escuelas de pensamiento filosófico, político y social. Esas expresiones pueden ser
totalmente alternativas u opuestas a la dominación, o serlo parcialmente, y hasta de
maneras contradictorias consigo mismas. Sin olvidar esta cultura de resistencia y de
rebeldía, convengo en que “izquierda” se refiere a una época histórica, la del triunfo
general del capitalismo europeo, la de universalización de las prácticas, ideas y
tendencias del capitalismo y de la cultura política europea de los siglos XIX y XX, hasta
llegar a las realidades mundiales de hoy.
Comienzo por la izquierda, y no por el marxismo, porque quiero enfatizar a la rebelión
como la actividad cultural más relacionada con el tema del marxismo y la cultura
cubana. No entraré en los problemas de la cultura en general. En el caso que trato,
cultura sería la acumulación de actos, experiencias y saberes relativos a los procesos
políticos y sociales y sus campos ideo-
lógicos; la acumulación de rasgos de permanencia del consenso a la hegemonía, y de
tendencias a la rebeldía contra el orden constituido; y las visiones o formulaciones de
proyectos de futuro sociales. Esta perspectiva no tiene un afán reduccionista, como se
verá; pretende sólo identificar lo esencial y partir de él. La izquierda, la presencia de
rasgos suyos, será un indicador respecto a la rebelión, e izquierda y cultura serán un
marco al cual referir -entre otros- al marxismo. Anoto solamente algunas cuestiones
que me parecen más importantes.
1) los comportamientos e ideas tendientes a la rebelión, que pudieran ser de
izquierda, forman parte de la construcción de realidades sociales de grandes grupos
humanos. Su conocimiento no puede ser sustituido por la historia del pensamiento de
determinadas personas cultas, aunque esta tiene gran interés. Las expresiones de los
grandes grupos humanos pueden'ser materia prima del conocimiento social; por
ejemplo, los refranes, canciones y narraciones cumplen papeles notables en la cultura
política del pueblo. Y las actuaciones, naturalmente; por ejemplo, ser insurreccional en
los años 50 fue ser de izquierda, y su forma cultural más lograda fue el Movimiento 26
de Julio.
2) la izquierda no ocupa más que una parte del espacio en la cultura cubana.
Aceptar esto releva de tratar de inclinar a ciertas personas destacadas del pasado a
posiciones y significados que no tuvieron, para que formen parte de una supuesta
marcha cubana “progresiva”. Ni “olvidar” a otros. La moderación, el conservatismo e
incluso la contrarrevolución, han tenido sus intelectuales, sus activistas, seguidores y
organizaciones. El signo principal de la acumulación histórica cubana es el radical, pero
ella también registra rearticulaciones sucesivas a la hegemonía del capitalismo. El
autonomismo de hace un siglo fue la primera política cubana antirrevolucionaria de
masas; durante la república, el liberalismo miguelista, los abecedarios y el autenticismo
grau- sista, disímiles pero no revolucionarios, son tres ejemplos de obtención de
simpatías o de verdadero apoyo de masas.
3) la cuestión básica de la rebeldía en el proceso histórico cubano es la de las
relaciones entre la independencia nacional y la justicia social: ese es el contenido
interno decisivo en nuestras luchas de clases, que ha sido
, (; específico en las diferentes etapas históricas. Su asociación o no, el modo como se
han combinado, las acumulaciones culturales que fueron formando, constituyen una
materia histórica fundamental. Aquí, como en todo lo demás, son cruciales las
percepciones y representaciones, las ideo-logías a través de las cuales los actores han
vivido y resuelto lo que después analizan los estudiosos. Los rasgos particulares que
tuvieron en Cuba la constitución y el desarrollo del país en relación al capitalismo, el
colo-nialismo y el neocolonialismo, tendieron a darle un lugar preponderante
a la opción del radicalismo político, y por tanto un mayor espacio potencial a las
posiciones y soluciones de izquierda.
4) la izquierda revolucionaria no ha sido necesariamente marxista, ni cultivar el
marxismo ha significado obligadamente ser de izquierda revolucionaria. Dentro de los
movimientos subversivos del siglo pasado, las posiciones más avanzadas no se
identificaban por ninguna relación con el socialismo y el marxismo. En las luchas
sociales y políticas del siglo XX, las izquierdas fueron de orientaciones diversas, entre
ellas las de raíz marxista. Las influencias del marxismo alcanzaron a un amplio arco de
acciones e ideas, que fueron desde la insurrección para el socialismo hasta amplias
interpretaciones del progreso como motor general que debía ser aceptado o apoyado.
La rebelión, y no el marxismo, es el elemento que hay que buscar para saber si es o
no, o dónde ha estado, la izquierda en el proceso histórico cubano. Después del triunfo
de 1959 es que comienza a predominar el marxismo, dentro del nuevo orden de
transición socialista que vive el país. La existencia del poder revolucionario replantea a
fondo los términos de la cuestión, aunque no elimina el problema.
5) una cosa es utilizar el marxismo en el conocimiento de los procesos históricos, y
otra convertirlo en juez (y parte) de las valoraciones que hacemos en esos procesos de
conocimiento. Evitar ese error ayuda, en este caso, contra la persecución “histórica”
teleológica de “nuestras raíces”, y contra los “olvidos” de los hechos y personas
inconvenientes. Esa atinada posición analítica podría mostrarnos, por ejemplo, que
desde el fin de la Revolución del 30 en adelante el marxismo influyó mucho al
pensamiento radical y a las prácticas de rebeldía.
6) el marxismo es un cuerpo teórico de pensamiento, a la vez que una ideología
teorizada®. Los campos de pensamiento social tienen sus especificidades, su
autonomía de producción y de influencia, sus sucesiones y contraposiciones
intelectuales, su entidad propia. Son realidades ellos mismos, no son “reflejo de la
realidad”. Como teoría, también el marxismo goza de esa relativa autonomía, a pesar
de su decidida vocación originaria de constituir un instrumento del cambio social
anticapitalista y de inspirar profundas transformaciones de los individuos y la sociedad.
Los innumerables aportes, insuficiencias y problemas del marxismo como teoría deben
ser objeto del debate y el conocimiento, y no de avales, exhortaciones, acusaciones o
justificaciones.
2. Un comentario sobre el marxismo en Cuba después de 1959
El marxismo ha sido la teoría anticapitalista más exitosa como tal, y como ideología, y
la que más pervivencia ha gozado durante el último siglo y medio. En el primer tercio
de ese tiempo no estaba muy extendido ni tenía tanta fuerza social; pero durante el
siglo XX se expandió -con
altibajos- por todo el mundo y en numerosos ámbitos culturales, llegando a
desempeñar múltiples papeles de la mayor importancia.
La motivación central del europeo Carlos Marx era que su teoría fuera la
fundamentación de la revolución proletaria mundial -no una regeneración de la
Humanidad ni una evolución de la especie humana-, esto es, que fuera el basamento
de acciones colectivas futuras violentadoras de todo el orden social, en vez de vocero o
intérprete de un acto o donación desde arriba referido a un pasado ideal, o de un
resultado del proceso natural presente (del siglo XIX europeo) que los humanos
recibirían como progreso civilizatorio. Marx creyó en la lucha social decidida y radical
para obtener la libertad para todos, como los anarquistas, pero a diferencia de ellos
creyó en la necesidad de constituir órganos políticos proletarios y hacer política
proletaria, y en que haría falta un largo ejercicio de poder proletario para que las
personas se tornasen capaces de cambiarse a sí mismos y a las sociedades clasistas,
basadas ya nada menos que en el capitalismo. El proceso de transición iniciado con el
poder liberador consistiría en cambios tan profundos que llevarían al mundo entero y a
la gente en todas partes a lograr vivir sin clases sociales y sin Estado, sin
enajenaciones -o, en término más actual, sin dominaciones-, en asociación de
producto-res libres, abierta al desarrollo pleno de los individuos.
Marx desarrolló toda una teoría del capitalismo, aunque incompleta en varios aspectos,
y de las luchas de clases en las sociedades “modernas”; dejó también una teoría de los
fundamentos del conocimiento social. De ellas y de trabajos específicos suyos
proceden reglas indispensables para ayudar a estudiar formaciones sociales y
movimientos productores de cambios sociales. Su concepción general polemizó con el
idealismo y el materialismo de los sistemas filosóficos, y también con el positivismo. El
conjunto de su producción teórica y su posición ofrece un basamento determinado al
pensamiento y a las prácticas científicas sociales.
Marx estimaba que las relaciones entre su posición y sus valores comunistas por una
parte, y su actividad intelectual y sus productos, por otra, incluían aspectos que eran
internos a la teoría misma. Para él -que debe haber estado muy consciente de sus
posibilidades como teórico-, la teoría del marxismo es posible sólo porque se ha
alcanzado en Europa un determinado estadio social y del pensamiento. Posible no es
igual a hecho consumado o predeterminado -ya los griegos conocían la distancia entre
la potencia y el acto-, y el marxismo tenía por lo mismo que ser fruto de un trabajo.
Pero la cuestión está llena de consecuencias y problemas. Las formulaciones
marcianas de los fundamentos de la ciencia social, o de aspectos de ella, relacionan la
producción de conocimientos sociales con sus condicionamientos sociales, lo que
implica un juicio acerca de la historia de los conocimientos sociales, y otro
juicio acerca de las relaciones existentes entre los valores y los conocimientos. Me
saldría del tema si desarrollo aquí mis criterios sobre los rasgos esenciales y distintivos
de la teoría marxista. Advierto al menos que la concepción mar- xiana y los aportes y
problemas de un siglo de historia intelectual del marxismo son tan diferentes de la
corriente que con el apelativo de marxista-leninis- ta ha sido dominante en Cuba
después de 1971, que recuperar a Marx mismo y al marxismo de Lenin y de tantos
otros marxistas es parte indispensable de todo ejercicio intelectual sobre este tema. Y
no olvido una realidad social mucho peor: el consumo obligado que durante 20 años
hizo una buena parte de la población, del batiburrillo de retazos de variadísima calaña
que en nombre del marxismo aparecía en los manuales al uso, de “filosofía materialista
dialéctica e histórica”, “economía” y “comunismo científico”.
Al triunfo revolucionario de 1959 existía en Cuba, como es natural, un mundo espiritual
inmenso, y dentro de él un acumulado de ideas sociales y filosóficas, de prácticas y
teorías de ciencias sociales, de ejercicios profesionales, y una historia de todo esto. El
conjunto constituía un enorme caudal, de una fértil complejidad y diversidad. La
revolución fue un acontecimiento social tan tremendo, y realizó cambios tan profundos,
que a veces no nos damos cuenta de que ninguna revolución es sólo cambio, sino
también continuidades, y que expresa permanencias además de cambios.
¿Podía el complejo cultural preexistente expresar las nuevas realidades cubanas, y su
pensamiento y ciencias sociales plantear bien los nuevos problemas? Claro que parece
imposible, pero si en la práctica las personas y las relaciones preexistentes fueron la
base de la acción revolucionaria, que las violentó en toda la medida que pudo hasta
obtener relaciones y personas parcialmente nuevas, lo mismo debía suceder con el
mundo espiritual preexis-tente, que expresaría al mundo nuevo que se iniciaba,
violentándose en la medida que pudiese. La naturaleza de ambos procesos es, sin
embargo, diferente.
Durante los 60 años que van de 1898 a 1959, prácticamente todas las orientaciones
ideológicas y la mayoría de las ideas manejadas en Occidente fueron conocidas en
Cuba, y tuvieron practicantes y seguidores. Ellos sostuvieron relaciones complicadas -y
a veces angustiosas- con la sociedad a la que pertenecían, complejidad y angustia
presentes en todos los medios que, como el cubano, han recibido los impactos de la
univer-salización de la modernidad y el capitalismo. De la pugna magnífica contra la
dominación quedaron testimonios intelectuales descollantes, y otros no tan destacados
pero también valiosos. Y también quedaron cierto número de trabajos valiosísimos -y
otros que no lo eran tanto- del pensamiento cubano adecuado en última instancia al
sistema, y a veces incluso de servidores directos de la dominación.
La acumulación de cultura política radical fue el potencial que, detonado por la
vanguardia insurreccional y asumido por el pueblo desatado, transformó la política
antidictatorial en una revolución socialista de liberación nacional. Entonces todo se
politizó. Como afortunadamente el saldo del proceso histórico de las ideas en Cuba era
de tendencia avanzada en cuanto a la liberación nacional y la justicia social, la
revolución reivindicó ser su heredera y continuadora. Pero asumirlo realmente, y utilizar
sus productos, no fue nada fácil. Este es uno de la multitud de temas que esperan por
estudios serios. Apunto al menos que el viejo apotegma de Marx de 1846 - "las ideas
de la dase dominante son las ideas dominantes en cada época”- puede ayudar a guiar
el inicio de ese estudio. Las ideas existentes al triunfo de la revolución, incluidas las
marxistas, padecían de las insuficiencias, malformaciones y debilidades a las que la
condición neocolonial y de mando burgués mezquino sometieron a toda la sociedad
cubana durante aquellos 60 años.
El poder revolucionario unido a la soberanía popular impusieron el nuevo orden. Que
sucedió un tremendo impacto doble sobre las personas y la sociedad, libertario y de
poder revolucionario, y que ambos coincidieron durante todo un período, es un dato
fundamental de la revolución cubana(3). Además, la ideología sobredeterminó a las
teorías y a las prácticas profesionales e intelectuales en general. En poco tiempo
quedaron fuera del juego las posiciones ideológicas y teóricas opuestas al nuevo poder,
o consideradas inaceptables por el ambiente reinante. Aunque el entusiasmo de unos y
el dogmatismo de otros llevó a creer que el proceso en su totalidad se inspiraba en el
marxismo, eso era inexacto. Sería un error creer que porque nos hicimos marxistas
sucedió todo, cuando la verdad es que nos hicimos marxistas por todo lo que sucedió.
Hubo una increíble multiplicación de la actividad social y política en todo el país, y en
muchas esferas de la vida. El marxismo sólo comienza a adquirir peso masivo entre los
cubanos en 1961, después de la victoria de Girón y de la declaración de que la
revolución es socialista, cuando cien mil adolescentes están enseñando a leer y a
escribir a todos los analfabetos y aprendiendo a conocer a su país y sus paisanos, y
cientos de miles se organizan en las Milicias para defender la revolución; cuando
administradores improvisados dirigen todos los centros económicos nacionalizados y
puestos en manos de aquellos que no tenían nada, los sindicatos son verdaderas
agencias de la sociedad en revolución, y también los comités de defensa (CDR) y los
agricultores (ANAP). Cuando se perfila el nuevo Estado nacido del Ejército Rebelde y
del Instituto de Reforma Agraria (INRA), se crean sus instituciones y se dictan mil leyes
en los tres primeros años de la Revolución.
En 1961 ser socialistas implicaba ser marxistas, y serlo aliados a los soviéticos incluía
ser marxistas-leninistas, aunque la mayoría no conociera nada
de marxismo. Éste comenzó entonces a formar parte de la instrucción sistemática de
las personas, a consic].erarse la manera acertada de ver al mundo y la guía de la
política, y también un buen paradigma para historiadores y economistas. Se crearon
instituciones especializadas para enseñar marxismo. Pero lo característico de esa
etapa fue la fiesta de alfabetización general que se vivía, el asalto de las clases
humildes a la cultura y una inigualada movilidad social. Ser revolucionario incluía
lavarse las manos antes de comer, hervir el agua, enseñar al que no sabe, usar
tractores y máquinas, etc. Hasta 1967, las universidades tuvieron menos alumnos que
en 1959. Todavía en 1970, sólo el 10% de los que matricularon el primer año en ellas
tenía 18 años o menos, y el 43% tenía de 22 años en adelante.
El marxismo como fundamento teórico general estuvo asociado de inicio a una inmensa
revolución social, y fue ella quien lo legitimó como ideología. También surgió asociado a
la voracidad de asumir la cultura mundial desde Cuba. Ya en la primera etapa del
procesoW -la que llega hasta inicios de los años 70- el marxismo fue campo de debates
y pugnas que guardan relación -aunque no inmediata ni simplificable- con la diferencia
de visiones que existía dentro del campo de la revolución, acerca del alcance del
proceso, los modos de actuar y sus fundamentos. El marxismo en Cuba había tenido
previamente influencia, historia y diversidad, ligadas durante décadas a movimientos
sociales y políticos, como apunté antes, y a actividades intelectuales; en modo alguno
había fronteras delimitadas entre esos campos. La situación en el campo intelectual era
mucho más compleja y rica, y con más presencia del marxismo que lo que se ha creído
después.
Esa etapa de los 60 fue de expansión y florecimiento del marxismo. La filosofía gozó de
existencia autónoma, y ella y el pensamiento social avanzaron en el ambiente creado
por la revolución. La herejía cubana les dio alas, contra la visión dogmática y sectaria
que también trató de imponerse en Cuba-jiesde entonces. El medio exigía instrumentos
intelectuales propios y capaces. Se sostuvieron fuertes polémicas sobre los más
variados temas, en los que las cuestiones teóricas se ventilaban al calor de
divergencias concretas, sin temor alguno a que la revolución resultara perjudicada. Al
contrario, se aceptaba que el aire del debate era indispensable a su desarrollo. En
cuanto al marxismo, podemos discernir ahora -entonces estaban muy unidas- tres
tareas principales de aquel período: la divulgación masiva; la preparación de
especialistas y formar parte de la instrucción de los demás técnicos y científicos; y un
arco muy disímil de intervenciones en investigaciones, ayudas a la producción,
servicios y otras tareas -o trabajo directo en ellas-, algo que se denominaba
genéricamente “participar en la vida del país”.
La influencia cultural soviética, de otros países de su entorno y de China, y del
movimiento comunista internacional, fue notable en la primera
mitad de la década. Sus publicaciones sirvieron como literatura de adoctrinamiento,
nueva lectura para los que -en gran proporción- eran nuevos lectores. Hoy miro con
asombro lo que entonces vivimos con naturalidad: a pesar de todos los peligros y
escaseces, de la ignorancia, inexperiencia y heterogeneidad de los actores, y de la
necesidad de rápida concientización socialista, Cuba supo limitar aquella influencia y
sujetarla al predominio de su cultura revolucionaria. En el campo del marxismo se
fueron abriendo paso enfoques propios basados en las necesidades cubanas y en el
ansia de fundamentar teóricamente las convicciones socialistas cubanas. En esas
condiciones se produjo una “vuelta a Marx” diferente a la que tenía lugar en la Europa
post 20° Congreso del PCUS y de los primeros sesenta.(5)
La herejía cubana reclamaba también un pensamiento propio, y tuvo un marxismo que
quiso “ponerse a la altura de la Revolución Cubana”. Resumo su posición: es condición
inexcusable partir de la revolución y participar en su defensa y en la producción, y a
través del trabajo intelectual que hacemos, tan digno como las demás labores;
proponerse conocer a Marx, Engels, Lenin, Trots- ky, Gramsci, Mao, el Che, a todo el
pensamiento marxista, a todo el pensamiento no marxista que fuera posible, y a la
historia de las luchas de clases y nacionales; pensar con cabeza propia, no aceptar
dogmas, someterlo todo a análisis, argumentar en vez de citar o de acusar;
comunicarse lo más posible con todos, divul-gar, debatir. Ser antidogmático por ser
militante, y no a pesar de serlo; por tanto, ser ajenos a la dicotomía “dogmáticos vs
liberales” de la que se hablaba entonces. Este marxismo chocó forzosamente con la
ideología teorizada soviética y con posiciones cubanas afines o próximas a aquella.
Este marxismo consideraba necesarios y de interés un sinnúmero de temas: filosóficos,
sociológicos, económicos, históricos, pedagógicos, de ciencias políticas, de psicología
social, antropológicos. El proceso que se vivía, la historia de Cuba, los sucesos de
América y el mundo, las nuevas ideas, le eran imprescindibles. El auge de las ciencias
sociales y los espacios creados por la reforma universitaria le favorecieron mucho.
Investigar problemas se volvió una fiebre nacional en los años 60. Se incorporaron
contingentes de jóvenes al estudio y la práctica de las disciplinas sociales, y el
entusiasmo general y las necesidades de la sociedad y sus instituciones promovieron
notables resultados, algunos de ellos muy importantes. Con el auspicio directo de
numerosos organismos del Estado y el Partido, y de la máxima dirección del país, se
desarrolló mucho la investigación concreta y la utilización de una gran variedad de
medios auxiliares. La proliferación de las investigaciones estuvo relacionada con los
intentos de hacer teoría, e incluso de que investigaciones y teorías marcharan juntos, y
se relacionaran de manera más general con el marxismo.
En el terreno institucional, además del sistema nacional de Escuelas de Instrucción
Revolucionaria del Partido -que daban docencia e investigaban marxismo y otras
materias-, y de un Instituto de Filosofía en la Academia de Ciencias, se crearon
Departamentos de Filosofía en las universidades, ya que la Reforma de 1962
establecía el estudio de la filosofía marxista en todas las carreras. Las organizaciones
de masas fueron creando escuelas políticas de inspiración marxista, y las clases,
charlas y círculos de estudios de marxismo eran comunes en ellas, en la mayoría de
los planteles de enseñanza y en los órganos estatales y demás instituciones. Pero eran
el entusiasmo, el deseo y las convicciones los regidores de las motivaciones y trabajos
marxistas; los planes, escuelas, etc., eran sus instrumentos. La historia de lo que
efectivamente sucedió en el campo de la filosofía, el pensamiento y las ciencias
sociales en esa larga década espera por estudiosos que posean rigor analítico, amor
por la verdad y pasión.
Unas palabras sobre una experiencia personal de entonces, sólo a modo de ilustración.
Compartí el esfuerzo colectivo de un numeroso grupo de jóvenes cubanos -partícipes
del proceso revolucionario- agrupados en el Departamento de Filosofía de la
Universidad de La Habana, expresado en 9 años de docencia a muchos miles de
alumnos universitarios -y de otras diversas instituciones-, con nuevos programas de
estudios desde 1965; en un gran número de investigaciones teóricas y de campo; de
divulgaciones y de edición de publicaciones; en estudios internos rigurosamente
planeados y ejecutados, y en una gran cantidad de otras actividades muy distintas. La
edición de gran número de materiales, libros de texto y la revista mensual Pensamiento
Crítico, fueron realizaciones de aquel grupo. Su actividad de conjunto influyó en el
marxismo de aquellos tiempos. No es este el lugar para desarrollar este tema, que por
otra parte fue satanizado primero y concienzudamente sepultado después en el olvido
durante dos décadas©.
Al inicio de los años 70 se vio claro que fallaban dos premisas básicas del proyecto
revolucionario cubano: 1) el triunfo de revoluciones en América Latina, imprescindible
para formar una nueva alianza en el campo económico, político, militar y cultural que
permitiera la expansión y por tanto la vida del proyecto; 2) el logro de lo que se llamó
desarrollo económico socialista acelerado, esto es, un grado suficiente de
independencia económica. Terminaba entonces la primera etapa del proceso abierto
con el triunfo revolucionario de enero de 1959.
Aunque el proyecto cubano no desapareció en la práctica, sí se proclamó bastante su
abandono; es decir, en la práctica se renunció menos a él de lo que se proclamó. Se
difundió que habíamos sido idealistas, que habíamos querido ser demasiado originales
en vez de aprender modestamente de las experiencias de los países hermanos que
habían construido el socialismo antes. Cuba se sujetó ideológicamente a la URSS y
consideró antisovietismo y diversionismo ideológi-
co todo lo que se diferenciara de esa sujeción. El pensamiento social recibió un golpe
abrumador. Se cerró de tal manera el espacio que las corrientes no marxistas fueron
malditas y se trató de erradicarlas, se consideró incorrecto conocerlas y aún más tratar
de utilizarlas. Dentro de las corrientes marxistas se afirmó que sólo la soviética era la
acertada y la correcta -esa unión perversa de la verdad y la virtud-, por lo que se redujo
el marxismo al llamado materialismo dialéctico e histórico, o filosofía marxista-leninista,
o al llamado marxismo-leninismo compuesto por filosofía, economía y comunismo
científico.
Desde 1971 se cancelaron, de una u otra forma, valiosos esfuerzos diversos que se
realizaban en el país, dirigidos al desarrollo de un pensamiento correspondiente con el
proyecto original de la revolución cubana y con lo$ requerimientos que a ella
presentaban América Latina y el mundo. Un pensamiento que fuera por tanto capaz de
participar en un proceso tan original y tan ajeno a la espontaneidad como es la creación
de nuevas personas y nuevas realidades sociales. El cierre aquel año del citado
Departamento de Filosofía -y de la revista Pensamiento Crítico- determinó la disolución
de ese grupo marxista y el fin de sus actividades. La maduración del grupo, que ya
comenzaba a expresarse en obras, no continuó.
El mundo de la segunda etapa del proceso también tiene su historia, que es
imprescindible recuperar y comprender para enfrentar con más posibilidades de éxito la
etapa en que estamos adentrándonos. No es fácil, no sólo por tratarse de un pasado
inmediato sino porque siguen presentes muchos de sus resultados. En lo que a mí
toca, desde 1987 he escrito mucho sobre aspectos y hechos de aquella etapa, que he
calificado de contradictoria. Durante 15 años se registraron notables avances en
algunos aspectos de la economía, en la política social, en los servicios de salud y
educación, en el bienestar material, en el tipo de ordenamiento institucional que se
adoptó, como resultado del or-denado trabajo realizado en esos años, de los frutos de
los enormes esfuerzos de la primera etapa y también de la parte positiva de las
relaciones económicas anudadas con la URSS y el bloque que ella dirigía, relaciones
que obtuvo Cuba por el valor que había logrado darse a sí misma y por el papel
geopolí- tico que tenía. Pero también se hicieron fuertes en esa etapa la burocratiza-
2_lg ción generalizada, la formalización y ritualización, el autoritarismo, el segui- dismo,
la formación de grupos privilegiados, la supresión de todo criterio diferente al
considerado oficial, el reino de la autocensura, la simulación, el unanimismo y otros
males.
Un “marxismo-leninismo” -trágico uso del nombre de uno de los más grandes
luchadores por la libertad del siglo XX- dogmático, empobrecedor, dominante,
autoritario, exclusivista, fue impuesto y difundido sistemáticamente, en el preciso
momento en que crecía tan bruscamente el nivel de preparación de los
niños y jóvenes cubanos que es difícil encontrar en el mundo un ejemplo igual de
avance obtenido en el plazo de una generación. Las maneras soberbias y la aparente
ocupación absoluta del lugar de la ideología por aquel tipo de marxismo fueron
engañosas; en esos años se echaron las bases de la futura indiferencia o aversión que
tenía que provocar esta situación.
Casi se llegó a liquidar prácticamente las publicaciones de ciencias sociales; las
sobrevivientes y alguna nueva fueron sujetas a limitaciones y esquemas muy rígidos. Al
suprimirse el debate se acaba la razón de ser de esas publicaciones, al dogmatizarse
el pensamiento social esos órganos pierden la posibilidad de expresar sus problemas y
sus logros,, y las publicaciones insultan al decoro al establecerse la práctica tan
vergonzosa de la censura, y al volverse tan crónica que se convierte en autocensura,
muchísimo más castradora que la censura y de efectos perniciosos más prolongados
en el tiempo.
A pesar del quebranto de estos años las investigaciones de asuntos concretos
continuaron, solicitadas por organismos estatales y políticos, y se ampliaron con el
crecimiento de las estructuras y de los niveles técnicos generales. Pero se excluyeron
temas de investigación imprescindibles, se dificultó la asunción de otros métodos e
ideas, se presionó en cuanto a resultados de investigación que se estimaran
inconvenientes, se creó una absurda cultura del secreto y de la sospecha, y se rompió
la relación entre las investigaciones de ciencias sociales concretas y el campo teórico
de esas ciencias. La carrera uni-versitaria de Sociología fue simple y torpemente
eliminada. El predominio del marxismo soviético ejerció un efecto funesto. En la
práctica de cada disciplina ha habido grados diferentes de dificultades. Por otra parte,
muchas veces no había una relación fuerte entre la teoría dominante y las prácticas
profesionales. Las prácticas encontraban sus fuentes más inmediatas en métodos e
ideas implícitamente relacionados con teorías diversas, aunque en general todos los
profesionales se declaraban marxista-leninistas.
Los sistemas de enseñanza han creado muy numerosos contingentes de graduados de
filosofía y economía, y también de algunas ciencias sociales. La docencia ha sido una
de las más socorridas fuentes de empleo. Aunque lo usual ha sido que los organismos
se interesen por las investigaciones de corte empírico, a la vez se desarrolló un enorme
campo de eventos, instituciones y actividades públicas en nuestra sociedad, en los
cuales lo teórico ha encontrado espacio y dedicaciones permanentes. También es
cierto que se ha denominado investigaciones teóricas a ejercicios que distan mucho de
serlo. Desgraciadamente, las investigaciones teóricas se subdesarrollaron en términos
generales. Durante una etapa bastante larga predominó una fraseología singularmente
vacía que se convirtió en tema, árbitro y lenguaje de la elaboración teórica; ella fue
impuesta e incluso reclamada en muchos medios académicos
y de científicos sociales, y nunca faltaba en los eventos. Ese mundo, que ya está
completamente desgastado, ocupó una vida de formación y de prácticas de gran parte
de los profesionales existentes.
En el mundo complejo y contradictorio de los 70-80 se fue creando un nuevo escenario
nacional, con predominio numérico y de alta escolarización de la población joven,
“nacida después” pero protagonista de otros eventos y con nuevas vivencias y
preocupaciones. Otra vez permanencias y cambios fueron materia de la comprensión
posible y necesaria del período, aunque ahora sus modos de suceder y expresarse
eran muy diferentes(7). Los funda-mentos de aquella segunda etapa comenzaron a
cuestionarse cuando en 1986 se hizo público el llamado a iniciar un proceso de
rectificación de errores y tendencias negativas, precoz toma de distancia cubana del
“socialismo real”.
Las tensiones y dificultades que confrontó el proceso de rectificación son sumamente
importantes para quien desee comprender el proceso histórico 1986-91, y por ende a
cada uno de sus aspectos, incluido el del marxismo. En cuanto al necesario abandono
de la ideología del “marxismo-leninismo” se produjo una situación que, quizás por evitar
ser dramática, resultó total-mente ineficaz. Como resultado de ella no hubo un debate
abierto nacional que motivara una renovación del interés sobre bases nuevas que
ayudaran a la recuperación del marxismo, y que franqueara un período de transición
eficaz para un nuevo florecimiento ideológico y teórico. Faltó un campo alternativo de
publicación de criterios diversos, de educación, de debates, en el cual otros temas,
otros procedimientos y otras posiciones marxistas pudieran abrirse paso. Además, el
funcionariado a cargo de las áreas ideológica y de educación del marxismo leninismo
había sido formado intelectualmente, en general, en el sistema de la ideología
soviética, y estaba habituado a sus modos de pensar y actuar, y a los rasgos negativos
nuestros también. Una multitud de profesores y de otros técnicos laboriosos y
responsables quedó sumida en una situación profundamente desventajosa y
desconcertante. Al faltar una ruptura y un avance, la confusión y el desaliento fueron
crecientes.
3. El marxismo hoy: crisis y perspectivas
Cuando estalló el gran desprestigio del socialismo, y el final tan bochornoso del bloque
de Europa oriental se tornó un siniestro Midas del fango, la situación de Cuba se volvió
crítica en la economía y peligrosa en la seguridad nacional. Una nueva etapa ha
comenzado con la reinserción en la economía mundial, y con las transformaciones
económicas y sociales en curso. En medio de problemas enormes y acuciantes, no
creo que el que analizamos sea objeto de mayor interés a altos niveles institucionales.
Pero sigue ahí, ahora
acumulando sobre sí viejas y nuevas complejidades. No tengo datos suficientes, pero
mi impresión es que el viejo “marxismo-leninismo” aún funciona, como una rueda cada
vez más suelta, en unos casos desvaído y en otros ligeramente remozado y mezclado
con ingredientes “occidentales”. En los planteles educacionales se ha atemperado su
imperio y recortado su alcance. Además, en los instrumentos de reproducción
ideológica son cada vez más escasas las referencias al socialismo, y el marxismo
como un requerimiento ideológico ha ido desapareciendo; en los medios de
comunicación, las referencias a ambos son prácticamente inexistentes. No subestimo
la esterilidad vigente de sectores ideológicos burocratizados que siguen funcionando e
imponiendo su arbitrio o su inacción. Pero lo más visible es una suerte de vacío
ideológico aparente. Me preocupa mucho que la agonía vergonzante del “marxismo-
leninismo”, que durante casi 20 años fue confundido con todo el marxismo, aumente el
desaliento y la confusión actuales. Hay que evitar que esa ideología arrastre en su
caída a todo marxismo posible.
La magnitud del desastre ideológico es enorme e influye a todos, aunque los
comportamientos sean disímiles. La ruina del llamado “socialismo real” fue
aparentemente súbita, pero se estuvo incubando durante mucho tiempo. Los impactos
tan grandes recibidos como consecuencia de los sucesos de Europa Oriental nos
aclararon finalmente dos cuestiones: qué decisivo era el exterior para nosotros; y qué
necesidad tan vital teníamos de reconocernos y revisarnos en busca de nuestra propia
fuerza e identidad. Fui-mos muy dependientes de un centro de poder e ideológico que
nos era ajeno, y que en su discurso y sus ritos escondía a un sistema de dominación
en descomposición. No estamos solos ahora, sin embargo: nuestro destino no incluye
la soledad. Ni estamos satisfaciendo bien la necesidad tan vital de autoidentificarnos, y
buscar nuestras propias fuerzas. El trabajo intelectual tiene entonces que contribuir,
dentro de su especificidad y su modesto alcance, a esa tarea tan básica.
El marxismo vive una crisis que tiene raíces muy hondas y se fue gestando durante
décadas. La liquidación de regímenes que se llamaban a sí mismos socialistas, y el
final aparente del supuesto conflicto a escala mundial entre el capitalismo y el
socialismo, con el triunfo del primero, no nos dispensa del deber de conocer y valorar el
proceso histórico implicado. Es urgente e imprescindible recuperar y comprender toda
la larga y compleja historia del marxismo en el siglo XX. Sus procesos intelectuales:
aparición de nuevos temas y ampliación de su objeto, asunción de otras teorías y
métodos, los nuevos aportes, contracciones de su contenido y su eficiencia,
contraposiciones con otros cuerpos de pensamiento, divulgación para grupos y para
millones, formación y existencia de grupos profesionales dedicados al marxismo,
entre otros temas. Recuperar y comprender la historia de sus relaciones con las luchas
de clases y con las luchas por la independencia o por la liberación nacional, con las
esperanzas y las luchas de las mujeres, de etnias, creyentes religiosos y de otras
comunidades, en todo el mundo de este siglo. La historia de sus relaciones tan
complejas con la universalización -tantas veces colonial y neocolonial, hoy además
transnacional- del capitalismo imperialista y de los campos culturales ligados o influidos
por él. Sus nexos con las grandes revoluciones del siglo, Rusia, China, Cuba, Viet Nam
y las demás. Con los poderes y Estados que lo han invocado como ideología y teoría
oficiales, y con las instituciones que lo han reconocido como su guía.
Todo ese universo interactuó con la teoría marxista y la puso a prueba, a ella y a las
prácticas anticapitalistas. Recuperarlo y comprenderlo, conocerlo, me parece esencial
para la formación de nuestros estudiosos de ciencias sociales, y me temo que es un
camino en que falta mucho por andar. Para los intelectuales cubanos la cuestión es
inexcusable. Siempre estamos obligados a partir de lo existente, ya pretendamos llegar
muy lejos o no. Para ejercitar ese deber de conocer y valorar al que me refiero, todos
en Cuba estamos en una situación difícil, con los gravámenes y remanentes de una
etapa muy nefasta que duró muchos años.
Un ejemplo muy claro es la gran reluctancia a aceptar la existencia de una crisis. En
vez de discutir su naturaleza y las posibles vías para superarla, muchos se han
conformado durante años con el torneo verbal alrededor de la pregunta “¿hay crisis en
el marxismo?”. Sólo la cruda realidad los va acallando. Lo cierto es que, en casos como
el cubano, el marxismo puede especificarse en cinco aspectos:
a) teoría de la revolución y del proyecto socialista-comunista, que informa a las
instituciones, las relaciones sociales fundamentales y las conductas individuales
atinentes a ellas;
b) es parte de las concepciones e imágenes del mundo que aspiran a regir las
vidas y las conductas en una dirección determinada;
c) ideología oficial;
d) cuerpo teórico profesional: una disciplina, filosofía, profesión, campo de
investigación y estudios, de docencia y de divulgación; y
e) influencia sobre campos culturales definidos, como serían los artísticos, de
ciencias y otros.
En mi opinión, el marxismo en Cuba atraviesa hoy una crisis en todos esos aspectos,
aunque más aguda en unos que en otros. La crisis del marxismo en Cuba puede
analizarse desde varias dimensiones. Forma parte de la peor crisis de toda la historia
del marxismo como ideología, a la que hemos aludido;
las íntimas relaciones sostenidas con el campo soviético hacen más sensible esa
dimensión, porque el desastre arrasó todo el prestigio de la teoría soviética. En la
dimensión nacional, factores sociales importantes de la actualidad influyen muy
negativamente en la valoración que se tenga del marxismo; su abandono forma parte,
para muchos, de cambios más abarcadores. En cierta medida, el descrédito o
desahucio del marxismo como teoría y como ideología es también una expresión de la
modalidad de lucha cultural que asume una parte de la política actual. Desde otro
ángulo, la crisis es exacerbada por el defensismo remanente del “marxismo-leninismo”
que rigió, que es estéril y contraproducente, porque se presenta como defensor de la
ideología de la revolución. Por una u otra causa se suman el abandono del marxismo y
el prejuicio contra su utilidad y su mero examen. La profesión pierde terreno en su
utilización y su presencia social. Y la teoría marxista misma pasa por uno de esos
momentos en que se necesita revisión, recuperación, puesta al día y búsqueda de
eficacia conceptual, frente a la falta de realización en el movimiento histórico, y al reto
tan radical que hoy le presentan los problemas, las percepciones y las perspectivas de
los individuos y las sociedades. Esta última di-mensión de crisis no es privativa del
marxismo; la comparte con las direcciones fundamentales del pensamiento social
actual.
La situación es muy difícil: el marxismo se conoce muy mal y muy poco. Se conoce
más la vulgarización que tomó el nombre del marxismo, se le desprecia bastante y se
le asocia al autoritarismo, a la ineficacia y a muchos males atribuidos al socialismo,
unos con razón y otros sin ella. Y el punto de partida de ese desprecio es peligrosísinjp,
forma parte de una ola conservadora que se extiende por el país, y que afecta también
a sectores intelectuales. Tenemos numerosos profesionales preparados y con práctica,
pero con fuertes deficiencias de información y formación teórica, e influidos por la
situación que he descrito. Los problemas acumulados afectan mucho las posibilidades
de desarrollo generales de la filosofía y los campos teóricos de las ciencias sociales,
afirmación que rela- tivizó cuando considero diferentes disciplinas e individualidades.
La burocratiza- ción también afectó duramente a la administración de las ciencias, y no
creo que en el caso de las ciencias sociales los llamados polos científicos resuelvan
mucho. En Cuba algunas ciencias tienen un gran desarrollo, y allí sí son válidos los
instrumentos de coordinación, y de racionalización de esfuerzos y recursos. Pero lo que
necesitan las ciencias y el pensamiento sociales son estímulos a las iniciativas, la
diversidad, la información y el intercambio, y no esquemas administrativos que
pudieran tornarse camisas de fuerza.
Tantos factores negativos pueden ser más graves para el marxismo, al reforzarse unos
a otros en condiciones propicias. Y ellas son advertibles actualmente. La sociedad
constituida a partir de la revolución -un complejo cultu
ral de transición socialista, de relaciones, instituciones, conductas, costumbres, ideas,
expectativas, proyectos- está siendo sometida a un conjunto de procesos e influencias
que la desafían en muchos terrenos básicos (8). Esas nuevas realidades favorecen el
aumento de actitudes de fatiga, de alejamiento o de disenso en unos; y en otros,
generan grandes modificaciones del modo de vida respecto al modelo que predominó
durante décadas, con la consiguiente necesidad de justificaciones ideológicas y, si es
posible, legitimación. Sería erróneo, sin embargo, subestimar la fuerza y las
capacidades existentes en Cuba a favor de una continuidad del régimen de justicia
social y soberanía nacional que hemos tenido. Dentro de ese marco, la renovación del
interés en el marxismo a que me refería al inicio puede ser un buen síntoma.
A su favor operan la acumulación de cultura política y sentimientos socialistas, y orgullo
nacional, que persisten. Es apasionante la claridad ideológica, la profundidad de crítica,
la sagacidad política y la capacidad cultural y técnica con que se expresan multitud de
personas en cualquier institución, evento o lugar del país, por iniciativa y preocupación
propia, sin haber recibido orientaciones. También es notable la gran expansión de las
capacidades de investigar las realidades sociales y la sensibilidad para identificar los
verdaderos problemas. Y no es desdeñable el número de los que tienen conocimientos
teóricos útiles, y los utilizan. Esos factores favorables pueden ser o no decisivos para
una recuperación crítica del marxismo; dependerá de algo más que su voluntad,
naturalmente. En realidad ha habido esfuerzos e iniciativas desde que comenzó a
aflojar el férreo control que existía. Pero el caso es que en el campo del marxismo -y no
sólo en él- el dinamismo de individuos y grupos de la sociedad es mayor que el de las
instituciones facultadas, y estas tienen en Cuba un peso muchas veces decisivo.
No creo que el problema actual del marxismo sea no tener un modelo a seguir, o de
autoridad de clásicos, o de existencia de consensos. Sé que es muy difícil no
representarse aquello a que se pertenece como un poder, o al menos como una
parcela, cierta cantidad de poder. Pero es vital negarse a eso. Si el marxismo en un
país en transición socialista se reduce a ser el marxismo desde el poder, ayuda a que
el poder venza al proyecto y otra vez se pierda la batalla del socialismo. Y a escala
mundial ni siquiera es pensable esa actitud. Para mí, ser marxista hoy no es asumir y
encuadrarse. Es tomar parte en la creación de un rumbo, de un proyecto de vida y
actuación ajeno y enfrentado al capitalismo, que incluya prácticas de pensamiento
social rigurosas y críticas, relacionadas profundamente con unas posi-ciones
ideológicas y una participación en la formación del campo cultural socialistas, y por
tanto participantes en la contienda cultural en curso.
El capitalismo trata de ganar la guerra cultural de la vida cotidiana. Esto es, usted
puede decir lo que le parezca y le pueden gustar o no las telenovelas,
el anarquismo, la ecología, Lezama Lima, el sexo seguro, la postmodernidad o los
comunistas, pero aténgase a que la única cultura posible de la vida cotidiana es la del
capitalismo. Los centros fundamentales del capitalismo mundial tienen dos cartas
formidables a su favor: un poder inmenso en muchos terrenos, y que la naturaleza de la
cultura del capitalismo es unlversalizante. La reproducción económica de esos centros
sólo necesita y abarca a una parte de la población mundial; el resto, enorme, es
sobrante. La reproducción cultural universal de su dominación le es básica entonces,
para suplir los límites de su alcance real y dominar a todos los excluidos mediante su
consenso. Para ganar su guerra cultural, al capitalismo le es preciso eliminar la
rebeldía y prevenir las rebeliones; homogeneizar los sentimientos y las ideas, igualar
los sueños. Si las mayorías del mundo, oprimidas, explotadas o supeditadas al
capitalismo mundial, no elaboran su alternativa diferente y opuesta a él, llegaremos a
un consenso suicida, porque para nosotros no hay lugar futuro. Y en vez de proyectos y
esperanzas sólo quedaría el recurso de apreciar el sosiego de nuestra resignación.
Es necesario que haya una alternativa, y que incluya una recuperación y utilización del
marxismo, pero, ¿qué marxismo recuperaremos?, ¿en qué consiste realmente
“recuperarlo”? Hoy esto está ligado íntimamente a la recreación del concepto de
socialismo, porque si no lo recreamos seremos tan débiles que la tarea sería imposible.
Si el socialismo entre nosotros es sólo una referencia al pasado, está perdido. Sólo
avanzaremos si es una referencia desde el presente hacia el futuro, y tratamos de
elaborarlo entre todos.
En estas circunstancias y ante las necesidades del futuro cercano, el pensamiento
social cubano tiene que volver a tener peso. Los niveles intelectuales tan superiores a
escala masiva que se lograron no serán forzosamente una fuerza positiva: en la
sociedad que escogimos nada importante es espontáneo, ni es otorgado por el destino.
Ya es un teatro de esa tensión el de la reasunción de nuestra historia y la
reinterpretación de sus procesos, y entre ellos el pensamiento social, sus productos y
sus condicionamientos. Reaparecen algunos autores -Mañach es un ejemplo- y se
ensayan revaloraciones, de términos, de adscripciones teóricas, o de posiciones acerca
del decursar histórico o el destino de Cuba. El denominador común de estos temas es
haber sido abandonados, poco tratados o maltratados por lo menos durante 25 años.
Me parece muy positivo lo que sucede: de alguna manera ha de ponerse en
movimiento otra vez el pensamiento cubano. Sólo llamo la atención acerca de tres
puntos:
a) cualquiera que sea la opinión sobre el tiempo transcurrido, ahora estamos en
uno de esos momentos de obligada reasunción y revaloración de un país: la nación
cubana, la historia, las ideas, los valores, los proyec
tos de futuro. Y no ha sido por decisión de los intelectuales, lo están exigiendo las
necesidades de la sociedad, aunque ellas no fueran expresadas;
b) nunca han sido neutrales esas periódicas reasunciones y revaloraciones de un
país. Con todas las mediaciones, debidas precisamente a su entidad y autonomía
intelectuales, ellas expresan también su condicionamiento por los distintos intereses y
visiones sociales que existen, y por tanto implican posiciones diferentes y discordes; y
c) las negativas consecuencias del gran desnivel que se creó entre la cultura
adquirida por la población en los últimos 20 años y los lamentables atributos que han
tenido los fundamentos del conocimiento social, a su vez confundidos con la ideología
oficial.
Me pregunto entonces, desde mi posición de intelectual socialista opuesto al funesto
control burocrático del trabajo intelectual: ¿qué funciones cumplirán las ideas,
pensadores y proyectos de país revalorizados en los años noventa, respecto a las
necesidades, estados de ánimo, expectativas y proyectos actuales? ¿En las
condiciones que atravesamos habrá suficiente independencia de criterio, formación
teórica y presupuestos ideológicos socialistas al realizar estas actividades
intelectuales?
Ese problema nos ilustra una realidad: ciertos temas son principales hoy, y ellos serán
cruciales para el desarrollo de la teoría. La nación cubana actual y su proyecto, las
clases sociales en Cuba hoy y sus relaciones con los aspectos de la formación social,
son dos de esos temas. El impulso eficaz al desarrollo de la teoría y los métodos suele
venir del trabajo serio con problemas básicos. La dimensión histórica de ellos, por
ejemplo, exigirá abordar problemas fundamentales de la historia de Cuba a partir del
marxismo, esto es, de la teoría de las luchas de clases. Otro tema necesario es el de la
naturaleza y los mecanismos de la dominación capitalista en la actualidad.
La recuperación y avance del marxismo tendrá que incluir otra “vuelta a Marx”. Esta vez
lo exige la situación creada por la bancarrota de los regímenes, organizaciones e
ideología que utilizaron su nombre, y el obligado deslinde entre ellos y Marx. Pero
también la reclama la proximidad creciente entre el mundo del capitalismo
transnacional de hoy y el formulado teóricamente por Marx hace siglo y medio como
primera premisa de la liberación humana. Puede ser que su teoría comience a entrar
sólo ahora en la fase de su verdadera aplicación mundial. Además, a mi juicio su
concepción es la más apropiada para volver a impulsar los fundamentos de la ciencia
social, al darles paradigma, algunos puntos de apoyo válidos y una adecuada relación
cien- cia-conciencia. Claro está que de nada serviría la “vuelta” si se convierte a Marx
en un fetiche: sus errores y exageraciones, sus ausencias, lo que ya enve
jeció, sólo pueden ayudarnos a buscar mejor. Su método y sus aportes teóricos y más
específicos, su actitud intelectual, serán inapreciables si sólo los usamos como puntos
de partida, o de inspiración, como instrumentos, o para interrogarlos. Hay que poner a
Marx y la historia del marxismo -ya sin exclusiones ni tergiversaciones- en relación
permanente con el rico y complejo desarrollo de las ciencias sociales y de los procesos
sociales del siglo XX.
Reivindico a Marx, que estudiaba las circunstancias sociales condicionantes del
pensamiento social, y reclamaba a la vez que el pensamiento sea una palanca eficaz
para cambiar las circunstancias sociales. No me limito a declarar “soy marxista ”, pues
no soy una pieza de museo ni quiero serlo. El marxismo es una buena brújula para
encontrar el camino en una situación tan complicada como la actual. Pero ser marxista
como una profesión de fe me parece estúpido: el marxismo no es un talismán, ni da
buena suerte.
Ser marxista sería una de las formas de construir el desarrollo de las ciencias sociales
cubanas, de recuperar los procesos históricos y los saberes acumulados en su
sociedad, de conocer su circunstancia actual y sus opciones de futuro. Sería participar
en la asimilación crítica de todos los campos de conocimiento estructurados como
teorías y como profesiones, como técnicas y como resultado de investigaciones, en las
ciencias sociales cubanas y del mundo de hoy. Naturalmente, tanto esfuerzo no será
para convertirnos en bellos almacenes de erudición, sino para realizar trabajos
intelectuales concretos sobre temas necesarios y con medios apropiados. Ser marxista
no es tanto un asunto de paradigma, más bien es de lucha y angustia, de estudio y
creación.
El país está cambiando, desde el lugar magnífico, dual, menguado y aventurado al que
hemos podido llegar. Ese cambio no está regido por un destino inexorable: puede
cambiar por rumbos diferentes, tener sus cambios sentidos dispares. ¿No le toca al
trabajo intelectual papel alguno en esto, después de los esfuerzos grandiosos que
hicimos, que elevaron tanto las capacidades de millones de personas? ¿Es imposible
entender que lo más fuerte y avanzado que tiene Cuba es el nivel de los sentimientos y
la cultura solidaria de su gente?
¿De qué servirán estos trabajos? ¿Serán sólo, como tantas otras situaciones de hoy,
para el fastidio de algunos y la impotencia de los otros, fastidio e impotencia a veces,
por momentos, permutados? ¿Habrá que esperar a que venga el tiempo de los juicios
terribles? Y que después, los historiadores de mañana queden perplejos ante la vez
aquella en que enormes capacidades de percepción y lucidez no se correspondían con
ninguna actuación. No puede ser tan estéril el trabajo intelectual. Yo confío en la
necesidad, que según nos recordó una vez Federico Engels puede más que las
universidades, y en las reservas prodigiosas de este país.
1- He publicado en La Habana este año “Un comentario cubano sobre ateísmo y
marxismo”, en Caminos núm. 1, ene/mar; “Marxismo y cultura nacional”, en
Contracorriente núm. 1; e “Historia y marxismo”, en La Gaceta de Cuba núm. 4, jul/ago.
Y he participado oralmente en numerosas actividades en que se aborda el marxismo.
2- He ido dando mis criterios sobre esta cuestión, y sobre el marxismo en general,
durante los últimos 30 años; desde la Presentación del libro Lecturas de Filosofía
(Departamento de Filosofía, Universidad de La Habana, enero 1966), “El ejercicio de
pensar” (El Caimán Barbudo núm. 11, La Habana, febrero de 1967), o “Marx y el origen
del marxismo” (Pensamiento Crítico núm. 41, La Habana, junio de 1970), hasta
“Historia y marxismo” (citado en la n° 1).
3- Me he referido a él en varios trabajos, entre ellos: Che, el socialismo y el
comunismo. Casa de las Américas, La Habana, 1989; “Cuba: problemas de la
liberación, el socialismo, la democracia”, en Cuadernos de Nuestra América núm. 17,
jul/ dic. 1991, p. 124-148; en “Marxismo y cultura nacional”, ob. cit.
4- He expuesto mi criterio sobre etapas de la revolución a partir de 1959 en
Desafíos del socialismo cubano, Ed. Centro de Estudios sobre América, La Habana,
1988; “El socialismo cubano: perspectivas y desafíos”, en Cuadernos de Nuestra
América núm. 15, jul/dic 1990, ps. 27-52; en “Cuba: problemas de la liberación...”, ob.
cit., ps. 131 y otros.
5- Participé en esa “vuelta”, entre otros textos, con: “Nota: sobre el estudio del
joven Marx”, en Lecturas de Filosofía, Instituto del Libro, La Habana, 1967,1.1, p. 127.
“Ideologías políticas en tiempos del joven Marx”, en Lecturas de pensamiento marxista.
Ed. Revolucionaria, ICL, La Habana, 1971, ps. 39-46.
6- He tocado en alguna medida el tema en “Cuba y el pensamiento crítico”,
entrevista realizada por Néstor Kohan, en Dialéktica núm. 3/4, Buenos Aires, oct. 1993;
reproducida en América Libre núm. 5, Buenos Aires, 1994
7- He examinado este cuadro de datos y de comportamientos sociales, sobre todo
en “Cuba: problemas de la liberación, el socialismo, la democracia”, ob. cit..
8- He tratado esta cuestión, entre otros, en “Desconexión, reinserción y socialismo
en Cuba”, en Cuadernos de Nuestra América núm. 20, ps. 46-64; en la conferencia
“Nación y sociedad en Cuba”, UNAM, México DF, 28-9-1994; y en “Marxismo y cultura
nacional”.
La Habana, junio de 1995. Temas núm. 3, La Habana, oct/dic. 1995, publicó una
versión del texto original. El autor revisó aquel original para este libro.
Nota a la presenta publicación
He preferido dejar este texto tal cual se escribió hace casi cinco años, porque expresa
algunas constantes, y a la vez da cuenta de los dinamismos de los años 90. He sido
siempre opuesto al ateísmo desde una posición marxista, tanto en los primeros 14 años
del poder revolucionario cubano, en que aquella ideología no tenía peso decisivo, como
en la larga etapa en que el ateísmo se impuso en la enseñanza, en los medios de
comunicación y en tantas actitudes sociales. La historia del pensamiento cubano de
1959 a hoy -con su natural diversidad, debates, tendencias y vicisitudes- es muy poco
conocida. Eso dificulta el conocimiento de la riqueza de los aportes intelectuales de un
proceso social tan trascendente y profundo.
Por otra parte, cada año de esta década ha sido de tensos y complejos cambios en
Cuba, en lucha tenaz por conservar el modo de vida y el régimen socialista que su
pueblo se dio, erosionado por profundas transformaciones de relaciones económicas y
sociales, y por la emergencia de valores que contradicen al socialismo. A inicios de
1994 la crisis económica y la afectación de la vida cotidiana habían alcanzado un nivel
altísimo, con claras consecuencias sociales negativas que se tornaron agudas en aquel
verano. Hoy puede afirmarse que la cohesión, disciplina y actividad social de las
mayorías en favor de la continuidad del socialismo -una constante de estos años- han
sido decisivas para la eficacia económica y la continuidad política del régimen vigente.
Por último, apunto que las consecuencias internas de la visita del Papa en enero de
1998 no tienen peso suficiente para darles lugar en un trabajo general como éste. La
crisis económica que estamos viviendo y los cambios profundos que están en curso en
Cuba son el contexto de una situación en el campo religioso que es, sin embargo, muy
positiva: por una parte se ha derrumbado la ideología funesta que identificaba con el
ateísmo a la revolución, al desarrollo político de las personas y al carácter científico del
pensamiento; por otra, comienza a ponerse a la orden del día, para creyentes y no
creyentes, el problema de qué relaciones tiene - o puede tener- la fe religiosa con el
proyecto de vida liberador y socialista. Ambos logros constituyen grandes adelantos
que es necesario defender y desarrollar.
Las aproximaciones más comunes al fenómeno religioso son, naturalmente, la del
creyente y la del que se relaciona o confronta con él. En Cuba actual ha crecido el
número de los creyentes, pero lo más notable es cómo se ha hecho mucho más visible
la religiosidad. Los fenómenos religiosos están ocupando un espacio social en medio
de un proceso de mutaciones sociales, y creyentes e iglesias no encuentran
antecedentes suficientes por los cuales guiarse. La política ha sido decisiva en la
conciencia social cubana desde 1868 hasta hoy, y la política cubana no concedió nunca
espacio social apreciable a la religión. Mediante la acción masiva y sistemática de la
propia gente, la revolución que triunfó en 1959 cambió de manera muy radical la vida
de los cubanos, haciéndola por primera vez humana para la mayoría, condición que se
le había negado siempre, y creando formas nuevas de convivencia. Las iglesias, y las
religiones como tales, no tuvieron presencia en esos actos de creación colectiva, y más
bien muchos miles de cubanos dejaron de ser creyentes en el curso de ese proceso.
Por todo lo anterior es que son tan importantes hoy los pasos que se han dado contra
la exclusión de la religiosidad, y lo serán aún más si superamos sus insuficiencias. Es
obvio que la erosión de la manera de vivir que hemos tenido durante más de tres
décadas amenaza de muchas maneras a nuestra sociedad. La fe religiosa y el
aumento de la religiosidad y de los creyentes no tienen porque ser una función de esa
erosión, un indicador de la declinación del régimen revolucionario. Pero ello no
dependerá solamente de la buena voluntad, sino de un complejo formado por las
actuaciones de todos, creyentes y no creyentes, y por las ideas y los sentimientos
generales que resulten predominantes. Es imprescindible entonces que avancemos en
la comprensión entre los factores diversos que componen la sociedad cubana, vista
desde el ángulo de la fe religiosa, tanto acerca de los fenómenos religiosos como
acerca de los problemas de la manera de vivir socialista.
Ese camino se está andando, y en ello tienen parte destacada activistas y pensadores
religiosos cubanos, motivados por el ansia de acabar con la dolo- rosa escisión que ha
existido entre la entrega al servicio a la sociedad en que vivimos y la pertenencia a una
fe y un campo religioso. Como una modesta contribución a esa tarea, en cuanto tiene
de exigencia de estudio, quisiera tocar un tema relativo al conocimiento. Es necesario
que revisemos las bases mismas que han regido durante dos décadas el conocimiento
de la cuestión religiosa en Cuba, porque ellas han sido dominantes e incontrastadas en
el sistema de escolarización, en los medios masivos de comunicación y en las
instituciones fundamentales del país, y a mi juicio esas bases han contenido un
elemento profundamente erróneo y perjudicial, el ateísmo. A ese problema dedico este
breve comentario.
El papel destacado del ateísmo en el marxismo del siglo XX es una de las evidencias
mayores de su no superación radical del horizonte y los límites del capitalismo, que
tanto afectó al marxismo, como consecuencia de la detención y desnaturalización de
las experiencias prácticas de transición socialista. Llamo la atención sobre cuatro
insuficiencias del pensamiento en ese campo:
1) en el problema al que aludía Marx en 1843, de la religión como “suspiro de la
criatura oprimida, corazón de un mundo sin corazón ", no se avanzó más allá de la
constatación de las llamadas “circunstancias sociales de la religión " El marxismo no
profundizó suficientemente en el estudio de la naturaleza y las funciones de la fe
religiosa en los individuos, y de sus manifestaciones devocionales, familiares,
comunales, morales, institucionales, de acción social y política, esto es, en el estudio
de la fe y las religiones como realidades sociales determinadas, existentes en
formaciones sociales determinadas. El socialismo no desarrolló los fundamentos de
una sociología marxista de la religión;
2) el marxismo no hizo caso de la dimensión histórica en el análisis de las
características de los hechos religiosos durante el curso del desarrollo del capitalismo;
tampoco atendió a la complejidad de los campos culturales y religiosos existentes y
afectados por el capitalismo en el proceso histórico sucedido en los diferentes ámbitos
geográficos en que se ha producido la mundialización capitalista. El ahistoricismo y las
“visiones mundiales” fueron otras tantas concesiones a la incomprensión y la
subestimación del fenómeno del colonialismo y sus efectos, al europeocentrismo y a la
manipulación realizada desde supuestos centros del socialismo mundial. Y también se
debieron al alejamiento, dentro de las sociedades que iniciaron transiciones socialistas,
del impulso dialéctico que fue central para el marxismo originario, dialéctica que
consideraba a las realidades sociales perecederas y necesitadas de cambios mediante
la acción revolucionaria;
3) no se integró una visión marxista de los hechos religiosos en función de y regida
por una formulación teórica y unas prácticas revolucionarias radicalmente
anticapitalistas. Esa integración le hubiera dado a los socialistas sensibilidad e
intuiciones -que son fundamentales para abrir campo a nuevos conocimientos
sociales-, y les hubiera permitido aprovechar los instrumentos científicos de Marx para
entender como nadie a la fe religiosa y darle su lugar en la lucha anticapitalista. Esto
es, tener una política propia y revolucionaria. Sin ella, la fe y las prácticas religiosas
resultaron víctimas de la animadversión y asociadas en bloque al capitalismo;
4) se llegó a excluir u “olvidar” todo pensamiento marxista que fuera diferente o
contrario a la posición cientificista dominante en la teoría en la etapa de la D°
Internacional y de su sujeción reformista al gran capitalismo europeo. Esa
posición, y los prejuicios que le correspondían, fueron recuperados y oficializados por la
formulación del marxismo hecha en la Unión Soviética postrevolucio- naria de los años
30, y durante más de medio siglo ha sido la más influyente dentro del marxismo. La
situación resultante conllevó el rechazo de aportes tan importantes para el marxismo
como los hechos por Antonio Gramsci y José C. Mariátegui, y silenció ideas
sugerentes, como las de Ernst Bloch.
En las experiencias de las transiciones socialistas lo que desdichadamente se privilegió
en el caso de la fe y las manifestaciones religiosas fue la permanencia de las ideas (y
de gran parte de las prácticas) en el terreno del modo de dominación burgués. Esto
sucedió en dos sentidos fundamentales:
a) se aceptó que la religión es un asunto “de la vida privada”, esto es, no tiene
nada que hacer en el mundo social o político. Así se había consumado en la Europa del
siglo pasado la engañosa retirada de aquella religión que legitimaba el- poder de los
principes, operación ideológica que bajo el capitalismo permite manipular la religión
como ideología que sirva en adelante a la dominación burguesa de los pueblos. Más
allá de lo aparente, el liberalismo utiliza ahora a los sentimientos religiosos como
fundamento de una moral del individuo “libre e igual”, atomizado en el mercado y
dominado en la sociedad por el nuevo poder;
b) se permaneció en las ideas de que las creencias religiosas son “supersticiones”,
“atrasos” o “remanentes” que padecen las personas a pesar de las influencias
“civilizadoras” del “progreso”. Y en la creencia en que el “progreso”, en su forma
socialista, está destinado a eliminar las creencias religiosas mediante la
universalización de la “educación” y de la “ciencia”.
Por la primera permanencia (la de considerar a la religión como asunto de la vida
privada), la transición socialista se enajenó a una de las formas de sociabilidad, de
conciencia social, de guía de acciones individuales y de concepción del mundo, más
extendida entre las personas humildes, explotadas y humilladas por la dominación
capitalista, cuando esas personas son precisamente los partícipes y los pretensos
beneficiarios de la liberación socialista. Las funciones de esa “privatización” de lo
religioso en los regímenes capitalistas son en general bien conocidas. Pero en las
transiciones socialistas esas “privatizaciones” consistieron en extrañas coerciones (y
más de una vez en coacciones) del régimen sobre una esfera muy sensible de la vida
de su propia gente, actitudes por las cuales el socialismo se privaba de uno de los
vehículos legítimos y eficaces de participación profunda en la vida del individuo. Los
regímenes de transición socialista tenían que haber considerado una seria tarea suya
participar en la transformación formidable del campo religioso que puede ser propiciada
por el carácter y el alcance justiciero de la acción socialista, y llevar a cabo esa tarea
mediante un proceso de aprendizaje de ambos, régimen y creyentes, y de
acompañamiento fraterno y liderazgo social por parte de los revolucionarios
comunistas.
El complemento absurdo de esa posición desacertada fue el tratamiento dado a las
jerarquías institucionales eclesiásticas -por lo general dominadas por sus intereses y
sus ideas de autoritarismo y de privilegios-, de reconocimiento como los interlocutores
“políticos” de los socialistas. De este modo se asumió a esas jerarquías como los
representantes de religiones a las que no se les concedía mérito alguno ni expresiones
públicas -lo que fortalecía así en la práctica la representatividad y los papeles de esos
funcionarios-, y se redujo a los creyentes a mera base social de las jerarquías
eclesiásticas.
Por la segunda permanencia (la religión considerada como superstición y “atraso”), el
marxismo y las transiciones socialistas asumieron una herencia ajena, la de los
radicales que combatieron a los antiguos regímenes en la Europa de las revoluciones
burguesas. Los nuevos poderes burgueses se liberaron pronto, como se sabe, de los
aspectos de aquel radicalismo inconvenientes a su dominación, entre ellos el ateísmo
que les había servido para negar el carácter divino de la legitimidad de las autoridades
del antiguo régimen. Los poderes de transición socialista levantaron anacrónicamente
aquella bandera ateísta, olvidando de paso que el poder burgués, a diferencia de los
sistemas sociales anteriores, se fundamenta en el mundo terrenal, y se pusieron así en
contra de un aspecto significativo de la vida de la gente común. Esta gente, su propia
gente, debía ser convencida de que la fe religiosa es un atraso, una superstición y algo
negativo para quien quiera ser socialista. En nombre de la cruzada “desevangelizadora”
se hirieron, humillaron y coaccionaron muchos sentimientos religiosos, se perjudicó de
diferentes maneras a quienes persistían en sus creencias religiosas, se alejó del
socialismo a cierto número de personas que sólo podían ganar con él y contribuir a
desarrollarlo, se estimuló la simulación, y se fortalecieron, en aquellos que se llamaban
socialistas, creencias fatuas y actitudes soberbias.
¿Cómo ha sido posible tal error y ceguera, durante tanto tiempo y tan extendidos? Sin
subestimar la humana tendencia a repetir rutinariamente los comportamientos e ideas
conocidos (“a seguir los caminos trillados”, escribió una vez el Che), hay que reconocer
que movimientos basados en las ideas marxistas, y sobre todo las revoluciones de
liberación socialistas, han logrado darle un lugar central a la creatividad humana, y han
desatado actuaciones y capacidades a escala masiva que no eran siquiera soñadas
antes de producirse las revoluciones. Bien visto, no podía suceder de otro modo: el
propósito de las revoluciones socialistas es la creación de un mundo nuevo. Entonces,
al valorar el fenómeno del ateísmo en esas revoluciones y en el marxismo de este siglo
me parece necesario tener muy en cuenta las consecuencias a escala mundial de la
detención y el final del proceso revolucionario en la URSS, en los años 30. En esa
década se formuló una ideología de justificación y legiti
mación de la nueva dominación que se levantaba e imponía en la URSS, ideología
indispensable que desarrolló después formas de reproducción generalizada a partir del
poder. Resulta fundamental el problema de la profunda deformación del marxismo
resultante, cristalizada como “marxismo-leninismo” soviético, que fue tan influyente en
el mundo durante más de medio siglo.
Aunque no puedo tratar ese tema aquí, quiero subrayar con énfasis el inmenso avance
que han significado para el mundo las experiencias históricas y el complejo ideológico y
cultural formado en el curso de este siglo a partir de la revolución bolchevique que
dirigió Lenin, de las revoluciones socialistas y de liberación nacional que triunfaron y
formaron sociedades de transición, y también de las que fueron derrotadas; hechos
sociales, luchas y pensamientos protagonizados por muchos millones Je personas, que
en su conjunto han aportado un reto magnífico al dominio mundial del capitalismo y su
cultura. Esa acumulación histórica tiene una gran participación en la creación de un
medio cultural que permite resistir hoy al poderío y el triunfalismo capitalista, y
replantearse la lucha por la liberación de la Humanidad.
En sentido contrario, la ideología de la obediencia y de la justificación de la dominación
en nombre del socialismo cristalizó en un sistema que trató de abarcar toda la vida
social y ofrecer todas las respuestas. Tampoco puedo abordar ese tema aquí, pero sí
indicar al menos que el campo religioso fue sólo uno de los perjudicados, porque ese
sistema afectó decisivamente a las potencialidades humanas de crear una nueva
cultura poderosa, a la vez que diferente y opuesta a la del capitalismo.
El problema del ateísmo se convirtió en una cuestión central de doctrina cuando el
marxismo y el leninismo fueron deformados y reducidos a una filosofía especulativa
invocadora de formas del materialismo filosófico desarrollado en Europa hace dos
siglos, y fundamentada en la creencia en la in- eluctabilidad del socialismo como
culminación del “progreso” y de la evolución humana. Una ideología que obligó a
aceptar sus dogmas por medios “seculares”, que postuló que la historia intelectual de la
Humanidad consistía en la lucha victoriosa del materialismo contra el idealismo y la
religión, y que proclamó la majestad de la “ciencia”. En la sucesión de antinomias tan
felizmente resueltas, la “materia”, “lo objetivo”, “el ser social”, “la base”, “la economía”,
eran siempre triunfadores y a la vez explicadores paradigmáticos. Ese complejo
intelectual e ideológico necesitaba negar la “existencia de Dios”, vencer a todo enemigo
trascendente que no fuera su enunciada trascendencia; el ateísmo era un corolario
imprescindible de aquel pensamiento especulativo y de esa ideología de dominación.
Además, a esta filosofía ventajista la religión le parecía un adversario conveniente,
aparentemente apabullado por la evidencia histórica de los hechos y las ideas
europeos, y debilitado por los
procesos de secularización. Algo totalmente diferente al cuadro que he esbozado aquí
son los antiguos y justos sentimientos populares anticlericales, y también los
sentimientos e ideas antirreligiosos que se formaron en buena parte de las luchas de
los oprimidos en la historia, y más específicamente en las luchas anticapitalistas o
anticolonialistas; numerosos pensadores revolucionarios elaboraron también ideas
anticlericales, antirreligiosas o ajenas a las religiones. Y ha sido así porque existe una
larguísima historia de participación de instituciones eclesiásticas en los sistemas de
dominación, y de manipulaciones de religiones al servicio de la dominación. Olvidar esa
historia y las acumulaciones culturales que les corresponden sería un error gravísimo.
Pero a mi juicio ellas atañen sobre todo a las realidades ideológicas e institucionales
que las revoluciones han tenido que combatir, más que a la fe religiosa; esta última ha
formado parte del mundo espiritual de los humildes y del acervo contestatario a la
dominación, que por lo general ha sido el inspirador de la mayor parte de los
revolucionarios.
Ya se hacen estudios serios acerca de los complejos espirituales mediante los cuales
los oprimidos se adaptan a la dominación sin dejar de alimentar sentimientos que en
determinadas coyunturas pueden desencadenarse en arrasadoras rebeliones. De todo
material se ha hecho la cultura de rebeldía sin la cual no hay revolución de liberación
que pueda vencer, y de la que es heredera la transición socialista. El socialismo ha de
asumir esa cultura y sus especificidades, y partir de ella, como de otros modos asume
las demás realidades sociales. Sin conformarse con lo que existe, el socialismo tiene
que ser creativo, para ir superando las nuevas contradicciones que aparecen por su
carácter de nuevo poder y por lo ambicioso que es su proyecto liberador. De esa
creatividad y de la participación de todos depende la progresiva formación de un nuevo
campo cultural.
Aún si la crítica que he hecho aquí al ateísmo marxista es pertinente, lo cierto es que la
masificación de la ideología ateísta ya sucedió en Cuba, dejando una profunda carga
negativa. El ateísmo no sirvió para fortalecer la conciencia socialista, asoció la teoría
revolucionaria a formas de intolerancia y de injusticia, y frente a los problemas actuales
constituye una debilidad y una rémora. La historia específica de nuestra revolución y
sus características propias -que le permitieron sobrevivir a la caída del llamado
socialismo real-, las dificultades que tuvo el ateísmo para imponerse entre nosotros y
los atemperamientos y mediatizaciones que afortunadamente tuvo en las prácticas
revolucionarias, son factores que obran a nuestro favor. Quizás la coyuntura nacional
de crisis, con sus retos tremendos, su exigencia de definiciones profundas a los
individuos y su convocatoria a la defensa de la manera de vivir que hemos tenido, haga
menos difícil la superación de aquella ideología. Acciones, debates, vivencias comunes,
entendimientos, estudios, serán insustituibles para superar la ideología ateísta, e
ir mucho más allá por un camino de creación social. Iniciativas como la que ustedes
llevan a cabo hoy merecen ser multiplicadas, y no sólo por instituciones religiosas, sino
por todas las instituciones de la sociedad en que sea factible, del mismo modo que los
problemas de género no pueden ser tratados sólo a partir de la convocatoria de las
organizaciones femeninas.
Sólo como un punto más de estudio y de debate quisiera expresar mi opinión contraria
al uso de expresiones como la de “diálogo entre marxistas y cristianos”, con su carga
tan negativa. Enumero seis razones. La expresión se afinca en la coexistencia europea
de postguerra, y se refiere claramente a un diálogo entre poderes que se ven obligados
a renunciar a aplastarse mutuamente, que se sientan a la mesa de negociaciones. Ella
hace cargar a los marxistas con la misión de opositores de los cristianos, cuando la
ideología de la sociedad burguesa es tan profundamente anticristiana. Ella alude
claramente a una misión cristiana de oponerse al marxismo, que puede ser moderada
mediante el diálogo, lo que mantiene al cristianismo dentro del esquema de
manipulación burguesa. Ella da por sentada la exclusión entre ser marxista y ser
cristiano, concesión inadmisible que se hace a la ideología del capitalismo, que
necesita dividir siempre a los oprimidos y pasar las líneas divisorias lejos de su
esquema real de dominación. Ella es una concesión inaceptable al eurocentrismo y la
manipulación asumidos por una ideología de dominación que en nombre del socialismo
real y del marxismo subestimó y vio con prejuicios a un aspecto importante de la vida
de la mayoría de los oprimidos y explotados del mundo. Ella niega al ecumenismo en
los países, como el nuestro, en que gran parte de la fe y las devociones religiosas son
sentidos o están organizados fuera del cristianismo.
El “diálogo” pudo parecer razonablemente un adelanto a muchas personas honestas en
otros tiempos, pero hoy no sirve para expresar a los cristianos que son marxistas, a los
marxistas que no somos ateos, a la unidad de los revolucionarios, creyentes o no, y
mucho menos al grado de compañerismo o comunión a que hemos llegado.
El nuevo problema, el de 1994, en realidad es el de cómo va a ser eliminada la
ideología ateísta en Cuba: si como parte de una reacción social anti- rrevolucionaria
que está hoy en ascenso, o como parte de una profundización de la cultura socialista
de los cubanos.
Creo que puede ser de esa segunda manera, si entre todos los que queremos
continuar el socialismo conseguimos forjar una unidad socialista de creyentes y no
creyentes. Para ello es necesario asumir al socialismo como una creación humana
maravillosa y angustiosa, que se enfrenta a las condiciones materiales supuestamente
insuficientes, a las relaciones sociales y sobre todo a las mentalidades que ellas
producen, en su lucha por crear una sociedad y
unas personas nuevas, porque sabe que el socialismo como “correspondencia” de la
sociedad con “el nivel de la economía” no es socialismo, ni produce otro resultado final
que la derrota de los que intentaron cambiar el mundo con las reglas del mundo viejo. Y
es necesario asumir que sólo el socialismo permite llevar una vida individual y social
acorde con la fe religiosa y con su proyecto liberador, y por tanto una realización de los
ideales religiosos.
Conferencia en la Asamblea de 1994 del Consejo Ecuménico de Cuba. Leí una versión
primitiva en la presentación de Sociología de la Religión, de Francois Floutart, Centro
de Estudios sobre América, 22-12-1993. Publicado en Caminos núm. 1, Centro “Martin
L. Kingfr", La Habana, ene-mar 1995. Reproducido por el Movimiento Estudiantil
Cristiano de Cuba
ÍNDICE
Pag. 3. Una manera de compartir.
Pag. 7. TEXTOS SOBRE AMÉRICA LATINA Pag. 8. Cultura y política en América
Latina.
Pag. 16. Trazando el mapa político de la América Latina.
Pag. 36. Movimientos sociales, política y proyectos socialistas.
Pag. 55. TEXTOS SOBRE LA REVOLUCIÓN CUBANA Pag. 56. En el horno de los 90.
Identidad y sociedad en la Cuba actual. Pag. 66. Nación y sociedad en Cuba.
Pag. 76. Desconexión, reinserción y socialismo en Cuba.
Pag. 93. Cultura y revolución.
Pag. 101. TEXTOS SOBRE EL CHE Pag. 102. El Che Guevara, los 60 y los 90.
Pag. 112. Che, el argentino.
Pag. 117. Che, pensador de la praxis.
Pag. 124. Che y el socialismo de hoy.
Pag. 137. EXPERIENCIAS REVOLUCIONARIAS Pag. 138. Influencias de la revolución
haitiana en Cuba.
Pag. 144. Octubre amplió los límites de lo posible.
Pag. 149. La guerra de España, revisitada.
Pag. 159. DEBATES MARXISTAS Pag. 160. Anticapitalismo y problemas de la
hegemonía I Pag. 167. ¿Manifiestos? ¿Comunistas?
Pag. 171. Vida y propuesta de Antonio Gramsci Pag. 182. Transición socialista y
cultura: problemas actuales^
Pag. 195. Historia y marxismo. 'J Pag. 208. Izquierda y marxismo en Cuba./
Pag. 229. Un comentario sobre ateísmo y marxismo.
Sin ser reíais de ficción ni ;e3ijiY’on;0S> sin un solo texto autobiográfico,
éste es sin embargo un Hbro muy personal. Los temas qua trato atañen a lá América
Latina, Cuba, el Che. a tres revotuclones
y a problemas centrales del mundo actual y del pensamiento
tornando martínez herecBe
EDICIONES BARBARROJA

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