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HISTORIA
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HISTORIA
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Director de la obra:
Julio M angas M a n jarrés
(Catedrático de Historia Antigua
de la Universidad Complutense
de Madrid)

Diseño y maqueta:
Pedro Arjona

«No está permitida la


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este libro, ni su tratamiento
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© E diciones A kal, S .A ., 1909


Los Berrocales del Jarama
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Madrid - España
Tels.: 656 56 11 - 656 49 11
Depósito Legal:M. 17137-1989
ISBN: 84-7600-274-2 (Obra completa)
ISBN: 84-7600-389-7 (Tomo XXV)
Impreso en GREFOL, S.A. t
Pol. II - La Fuensanta
Móstoles (Madrid)
Printed in Spain
LA GÜERRA DEL PELOPOMESO

Feo. Javier Fernández Nieto


Ί

Indice

Págs.

Introducción............................................................................................................... 7

I. Los antecedentes de ia Guerra del Peloponeso ............................................ 8


1. Los incidentes previos y el debate sobre las c a u s a s ................................. 8
2. Atenas y Esparta en la víspera de la guerra ............................................... 12
3. Las últim as negociaciones ............................................................................... 14
4. Los efectivos m ateriales y los estados b elig eran tes................................... 15
5. La concepción estratégica de la guerra ....................................................... 19

II. Las campañas y las operaciones de la Guerra del Peloponeso ................ 22


1. La G uerra A rquidám ica o de los Diez A ñ o s ............................................. 22
La guerra de Pericles ......................................................................................... 22
La epidem ia de A tenas y la desaparición de Pericles ............................. 23
Los sucesores de Pericles ................................................................................. 26
La extensión del conflicto ................................................................................ 28
El desplazam iento hacia Occidente .............................................................. 31
La guerra de C'león ............................................................................................ 33
Las últim as ofensivas ........................................................................................ 36
La paz de Nicias ................................................................................................. 40
2. El período de la paz de Nicias yla expedición a Sicilia ......................... 41
La lucha diplom ática y los conflictos p a rc ia le s ......................................... 42
La disensión en Atenas .................................................................................... 44
La expedición a Sicilia ..................................................................................... 46
3. Ultimas cam pañas y rendición de A te n a s ................................................... 48
La continuación de la guerra y la crisis p o lítica ....................................... 48
La guerra de Alcibiades y el fin del conflicto ........................................... 50
C onsideración final ........................................................................................... 52

B ib liografía 54
La guerra dei Peloponeso 7
I

Introducción

HI conflicto que en las postrim erías ideas y tradiciones aniquiladas, por la


del siglo V enfrentó a Esparta y Ate­ im agen trágica de sus escenas, por
nas, seguidas por sus respectivos alia­ la inm ensidad de la ruptura que crea
dos, du ran te veintisiete años, consti­ entre ciertos Estados helénicos, por la
tuye un episodio crucial en la historia sensación de agotam iento ante el pre­
del m undo griego puesto que por sus cio tan alto pagado, por la incapaci­
consecuencias determ inó notablem en- dad de reconstruir un sistem a autóno­
m ente la evolución posterior de todos mo de soberanía, porque de nuevo se
los estados griegos, incluso la de aque­ adivina la sujeción a otras potencias
llos situados en los territorios periféri­ griegas, más tarde a Persia. Suficiente
cos del M editerráneo. Es cierto que la cantidad de motivos, cuya repercu­
guerra movilizó a ia m ayoría de los sión señalarem os luego, com o para
griegos —y afectó tam bién a los neu­ avivaren la m eticulosa conciencia de
trales—, que su escenario se extendió Tucídides la certeza de que la G uerra
desde Sicilia hasta Asia M enor y des­ del Peloponeso llegó a ser la mayor
de Tracia a Creta; aun descontando conmoción que sacudió a ¡os griegos y a
los intervalos en que cesaron las ope­ algunos de los bárbaros, e incluso, por
raciones el núm ero de choques e inci­ así decirlo, a la m ayor parte de la
dentes (tanto en tierra com o en mar), humanidad.
de asedios y represalias, de prisione­
ros y m uertos, tejen una crónica larga
y penosa que desgastó sin descanso a
los contendientes.
Y sin em bargo ni por la m agnitud
de los esfuerzos diplom áticos desple­
gados antes del inicio y durante toda
la lucha ni por la espectacularidad o
carácter decisivo de las batallas la
G uerra del Peloponeso aventaja a otros
conflictos arm ados que G recia había
conocido, tales como, por ejemplo, las
G uerras M édicas. ¿Por qué, en esc
caso, la contienda adquirió una indis­
cutible dim ensión sim bólica? P roba­
blem ente p or la crisis que produjo de
AkaI Historia del M undo Antiguo

I. Los antecedentes de
la Guerra del Peloponeso

1. Los incidentes previos del Peloponeso, así com o C efalonia,


A m bracia, Léucade y Tcbas (algunas
y el debate sobre las causas m ediante la aportación de dinero);
El excurso sobre la Pentecontecia en el pero la flota corcirense fue m ás eficaz
libro prim ero de Tucídides está consa­ y derrotó a la arm ada de C orinto en el
grado a distinguir, por una parte, las golfo de Am bracia. D espués saquea­
razones m ás profundas que conduje­ ron Léucade y el puerto de Cilcne, en
ron a la guerra —aquellas que se evi­ el m ism o Peloponeso.
dencian después de un análisis m in u ­ C orcira quedó entonces, prudente­
cioso de todas las circunstancias ante­ mente, a la defensiva, m ientras C o rin ­
riores, coetáneas y posteriores al e n ­ to consum ió los dos años siguientes en
fren tam ien to — y, p or otro lado, a los preparativos de la revancha. A
reco rd arlo s episodios que cabría con­ com ienzos del 433 a.C. los corcirenses
siderar com o ocasiones inm ediatas, deciden, ante el increm ento de los
pero no esenciales, y que fueron esgri­ efectivos navales corintios, recurrir a
m idos com o agravios por unos y otros la alianza con los atenienses. En Ate­
para justificar la abierta iniciación de nas la delegación de C orcira presentó
las hostilidades. a la Asam blea la siguiente propuesta:
A tenderem os en principio a estos com o Esparta ya pensaba en la guerra
últim os. Los roces entre Corintoy Corci- y C orinto alentaba este designio, que
ra en el Adriático, que datan del 435 habría de perm itirle destruir el pode­
a.C., constituyeron el prim er acto. La río naval de C orcira —y sim ultánea­
ciudad de E pidam no, antigua colonia m ente im pediría que estos barcos se
de Corcira, no había obtenido ayuda sum aran a los de la Liga m arítim a
de la m etrópoli en la guerra civil que ático-délica—, la adm isión de Corcira
enfrentaba a dem ócratas y oligarcas. com o un nuevo aliad o de A tenas
Sus autoridades procuraron entonces reportaría numerosas ventajas a ambos,
que interviniera el gobierno de Corin- en concreto la incorporación a la Liga
to, fundadora de C orcira pero enfren­ de la segunda flota en im portancia
tada luego a los corcirenses p o r m oti­ dentro del m undo griego y la posibili­
vos políticos y com erciales. C orinto dad táctica, dada la posición geográfi­
hizo llegar por tierra tropas propias y ca de los corcirenses, de interceptar
de sus aliados hasta E pidam no y reu­ los contactos entre los griegos de Occi­
nió un a flota, con dos mil hoplitas, en dente y los dorios del Peloponeso.
la que participaron varias ciudades Pero hasta Atenas se había desplaza-
La guerra del Peloponeso 9

El Erecteo
La A cró p o lis de Atenas

do tam bién lina em bajada corintia, C o rcira u n a a lian z a estrictam en te


que se opuso a los argum entos de sus defensiva, lo que suponía protegerlos
antiguos colonos con otra serie de contra cualquier agresión externa. No
razones: A tenas debía a C orinto el era pues ni una declaración de guerra
favor de que la liga lacedem onia no ni una alianza plena que com prom e­
hubiera intervenido durante la defec­ tiera a Atenas a tener com o enemigos
ción de Sam os en el año 440 a.C., con a todos aquellos que lo fueran de los
lo que su ingratitud sería doble por­ corcirenses, sino solam ente la decla­
que auxiliando a los corcirenses viola­ ración pactada de prestar ayuda a este
rían adem ás los principios que inspi­ aliado cuando su territorio fuera ata­
raron el tratado de paz de treinta años cado. Así es com o los atenienses cre­
suscrito en el 446/5 con Esparta, que yeron salvar la vigencia del tratado del
obligaba tam bién a los respectivos 446/5.
aliados. En cualquier caso, llegaron a Unos meses más tarde ciento cin ­
sugerir, aceptar a Corcira en la'L iga cuenta naves reunidas por C orinto
m arítim a podría co ntribuir a desatar luchan contra las ciento diez u n id a­
unas hostilidades hacia las que C orin­ des de la escuadra de C orcira ju n to a
to, contra lo que allí m ism o se había las islas Sibota. Diez em barcaciones
asegurado, nunca sintió inclinaciones. atenienses, m andadas p o r tres de los
La A sam blea ateniense se encontró estrategos, serán testigos neutrales de
de este m odo frente a un difícil dile­ la batalla, cum pliendo la orden de no
ma, y si en prim era instancia se pro­ com batir más que en el caso de que la
nunció a favor de las tesis de Corinto, ciudad de Corcira sufriera un ataque.
en la siguiente sesión adoptó una La victoria se inclinó del lado de los
solución de com prom iso: conceder a corintios, que no se atrevieron a apro­
10 A ka l Historia del M undo Antiguo

vechar su superioridad cuando al atar­ Esparta, tan predispuesta a asistir a


decer apareció un nuevo contingente Potidea que planeaba, al decir de Tucí-
ateniense de veinte naves e im agina­ dides, invadir el Atica si los atenienses
ron que los atenienses acabarían por atacaban la ciudad de Calcídica. Y
tom ar parte en la lucha. Form alm ente así, a com ienzos del 432 Potidea hizo
no existió transgresión a la paz de defección de Atenas y de su liga, arras­
treinta años, puesto que la flotilla ate­ tró consigo a otras ciudades calcidias,
niense no abordó en ningún m om ento con las que se federó, y suscribieron
a los corintios, pero éstos denunciaron una alianza con los botieos. El rey Per-
la actitud de Atenas com o contraria al dicas II de M acedonia alentó abier­
tratado y negociaron su retirada. Con tamente el movimiento de insurrección.
ello los corcirenses salvaron una parte Atenas respondió m ediante el envío,
de sus fuerzas navales y A tenas conso­ en dos expediciones, de setenta barcos
lidó su presencia e intereses estratégi­ y tres m il h o p lita s; pero antes de
cos en el A driático y el cam ino hacia enfrentarse a los potidatas los estrate­
Sicilia. gos atenienses tuvieron que intim idar
A la cuestión corcirense sucede la a Perdicas en la propia M acedonia y
rebelión de Potideci, que exacerbó de conseguir apartarlo del conflicto gra­
nuevo las diferencias entre C orinto y cias a un acuerdo. Pero tam bién C orin­
Atenas. E m plazada en la península de to había aprovechado el tiempo: mil
C alcídica, al norte del Egeo, la ciudad seiscientos hoplitas voluntarios y cua­
de Potidea había form ado parte del trocientos peltastas mercenarios —pro­
im perio colonial de C orinto y conti­ bablemente reclutados en todo el Pelo­
n uaba ahora, en que era m iem bro de p oneso— llegaron desde la m etrópoli
la C onfederación ateniense, recibien­ conducidos por el corintio Aristeo para
do de la m etrópoli a varios m agistra­ reforzar la defensa de Potidea seis
dos anuales, los epidem iurgos. Por sem anas después del alzamiento. Inca­
razones que ignoram os, hacia finales paces de resistir en cam po abierto,
del 433 Atenas lomó una decisión sor­ corintios y potidatas se encierran en la
prendente, por la que requería a los ciudad, forzando a un asedio por tie­
p o tid atas para que dem oliesen las rra y por m ar que duraría dos años y
m urallas que cerraban el istm o de medio, hasta el 429, ya iniciada la
Palene, entregasen rehenes y no vol­ G uerra del Peloponeso.
vieran a aceptar los m agistrados que C orinto parece haber devuelto el
C orinto nom braba. Sin duda alguna golpe a Atenas. Su decidida interven­
desconfiaba de la situación en C alcí­ ción en un asunto interno de la liga
dica, en donde debía de sentir am en a­ m arítim a ático-délica, pues tal es el
zados sus intereses tanto por parte de carácter del conflicto entre los ate­
M acedonia y C orinto com o por algu­ nienses y Potidea, tampoco cabe denun­
nos de los aliados propios sujetos a tri­ ciarla com o un atentado a la paz de
buto —los estados que constituirían la treinta años del 446/5 (aunque así lo
liga calcídica—, entre los que Potidea proclam aran desde Atenas) puesto que
tenía capacidad para ejercer una nota­ respetó las form as; los corintios no
ble influencia. h abían enviado oficialm ente solda­
U na em bajada de Potidea hizo p ro ­ dos a Potidea, sino que toleraron a
fesión de lealtad ante los atenienses e Aristeo actuar com o agente de engan­
intentó que las m edidas decretadas che en territorio corintio. ¿Acaso el
por el pueblo fuesen revocadas; esfuer­ decreto ateniense relativo a Potidea
zo vano, puesto que Atenas reiterará pudo dictarse ante noticias llegadas al
sus órdenes. No negaron en cam bio a Atica sobre el reclutam iento de m erce­
los potidatas la prom esa de ayuda el narios y voluntarios peloponcsios des­
rey de M acedonia, C orinto e incluso tinados a la Calcídica? Lo cierto es
La guerra del Peloponeso

que los atenienses entran ya en cam ­ debe por consiguiente extrañar que
pañ a no directam ente contra la liga de Tucídides conceda m ínim a relevancia
los lacedem onios, pero sí frente a tro­ a esta disputa con los m egarenses, por
pas de uno de sus m iem bros, que reco­ creer que no influyó realm ente en el
m en d ab a a Esparta no d ilatar por más desencadenam iento de la G uerra; sin
tiem po la declaración de guerra. em bargo, después de abierta la con­
C oincidiendo tal vez con la tensión tienda contra los lacedem onios la opi­
causada por los sucesos de Potidea nión más difundida entre la pobla­
votaron los atenienses el famoso decre­ ción ateniense fue que el bloqueo de
to contra Megara; propuesto a la A sam ­ M egara se h ab ía convertido en el
blea por Pericles, este psephisma p ro h i­ detonante de la guerra. De hecho fue
bía a los m egarenses el acceso a los defendido obstinadam ente por Peri­
m ercados del Atica y visitar el resto cles cuantas veces los em bajadores
de los puertos del dom inio ateniense. espartanos solicitaron a la A sam blea
Tam poco es fácil en este punto vislum ­ ateniense, com o requisito im prescin­
b rar las razones que prom ovieron la dible para m antener la paz de 446/5, la
ap ro bación de tal m edida. Evidente­ derogación del decreto (por privar de
m ente para u na ciudad, com o la del independencia a los griegos).
Istmo, con una im portante población Pero las razones más profundas de la
obrera, que debía im portar grano y G uerra habrían sido, según declara
vender la cerám ica y otros productos Tucídides, m enos visibles aunque más
en la m ism a Atenas, en las islas del eficaces. En el fondo se reducían, a su
Egeo y en el M ar Negro, el decreto pre­ entender, a un problem a de antago­
sagiaba un inquietante porvenir comer­ nism o irreductible: el crecim iento del
cial, y esta era una realidad que Atenas poderío ateniense generó en los espar­
conocía. Sus autoridades m anifesta­ tanos tal suerte de tem ores que la gue­
ron que el psephisma era sim plem ente rra se hizo inevitable. De este profundo
la respuesta a la actitud de M egara por m iedo de los lacedem onios, incubado
h ab er usurpado algunos territorios desde el final de las G uerras M édicas
lim ítrofes del Atica y haberlos cultiva­ y la fundación de la liga m arítim a
do, así com o por conceder asilo a ático-délica, los incidentes de Corcira,
esclavos fugitivos. Potidea y M egara no eran sino un sim ­
Pero detrás de esta explicación ofi­ ple corolario, puesto que la oposición
cial se ha querido desde antiguo encon­ entre ambos estados era ya irreductible:
trar otros motivos (provocación de las diferencias entre dem ocracia y oli­
Pericles a Esparta para iniciar la gue­ garquía, el contraste entre las concep­
rra en las mejores condiciones o dom i­ ciones políticas, sociales y civiles de
n ar el golfo de C orinto y la ruta hacia cada parte, la m anera distinta con que
Occidente; castigo a los m egarenses se entiende desde E sparta y Atenas el
p o r h ab er ab an d o n ad o quince años papel director de una confederación
antes la liga m arítim a, o porque in ten ­ helénica —el im perialism o o la hege­
tó ayudar a Samos en el 440 o porque monía al frente de los propios aliados—
se unió a C orinto en el conflicto con­ y cómo debía arm onizarse con el m an­
tra Corcira). Sin em bargo la ciudad de tenim iento de la autonom ía de todas
M egara sólo consideró el decreto como las ciudades, quizá la angustia de p en ­
una violación al tratado de paz de sar que en un día no lejano toda G re­
treinta años —probablem ente tan dis­ cia dependería de Atenas para su sub­
cutible com o las señaladas cuando sistencia, conducían a la necesidad de
C orcira y Potidea— y no acusó a los un conflicto entre am bas hegem onías.
aten ien ses de alb erg ar in ten cio n es Partiendo de todas estas considera­
hostiles o de h aber infringido princi­ ciones —el convencim iento en la exis­
pios legales com unes a los griegos. N o tencia de causas graves y meros pretex­
12 Akal Historia del M undo Antiguo

tos— se han form ulado tradicional­ tes contem poráneas, entre las que
m ente una serie de tesis que en laza­ deben contabilizarse algunas inscrip­
b an la idea sobre las causas con la de ciones, insisten estrictam ente en el
la responsabilidad de la G uerra. Y dom inio político de A tenas y en la
desde el m ism o instante del estallido sensación generalizada de pérdida de
nuestras fuentes históricas hicieron a autonom ía —la dureza con que Ate­
Pericles objeto de fuertes críticas como nas im ponía su ley— com o elem ento
verdadero culpable del conflicto, y fundam ental de la hostilidad antiate­
una parte de la historiografía defiende niense.
por ello el punto de vista de que los
atenienses, incitados por aquel gran 2. Atenas y Esparta en la
estadista, encendieron la m echa cuan­
do estim aron que más convenía a sus
víspera de la guerra
intereses. Otros, com o Ste. Croix, se En el otoño del 432 los corintios, los
inclinan por lo contrario: el único m egarenses y los eginetas se encuen­
m otivo de la G uerra era el recelo de tran ante la asam blea de los ciu d ad a­
E sparta ante la firme posición que nos espartanos, la denom inada apella.
Atenas había logrado cim entarse en Allí expondrán todas sus acusaciones
Grecia, que am en azaba su explota­ contra Atenas, por no haber respetado
ció n de los h ilo ta s y, en d e fin iti­ la independencia que la paz de 446/5
va, su propia existencia (Ste. Croix les concedía, y acabarán solicitando a
m in im iza el decreto c o n tra M ega­ Esparta que pase ya a la acción. U na
ra com o una m edida que únicam en ­ delegación ateniense, presente a la sa­
te b u s c a b a la h u m illa c ió n de los zón en Laconia, tomó a su cargo la
megarenses). defensa de la Liga m arítim a insis­
No h an faltado, por últim o, quienes tiendo en la legitim idad de su im perio,
h an ap u n tad o hacia la prim acía de las sin dejar de m ostrar la gravedad que
causas económ icas; la rivalidad entre supondría una guerra, e invitando a
dos grandes potencias com erciales, a los lacedem onios a recurrir a un arbi­
saber, C orinto y Atenas, que se dispu­ traje conform e estaba previsto en el
tan encarnizadam ente los productos tratado de treinta años. Frente a los
del norte del Egeo (Potidea, Calcídica, consejos del viejo rey Arquídam o, par­
M acedonia y la m adera para la cons­ tidario de la conciliación, la apella
trucción naval) y las rutas y contactos vota por m ayoría que los atenienses
con el A driático, M agna G recia y Sici­ son, en efecto, culpables de h aber roto
lia (incidentes de Corcira), habría de­ las cláusulas del tratado de 446/5. Los
sem bocado en esta contienda im pa­ decididos a no seguir en paz con Ate­
rable por los m ercados recíprocos. nas h abían conseguido así su prim era
Atenas por un lado, C orinto y M egara victoria, y aunque no se trataba de una
p o r otro, com partirían a la postre la declaración de guerra se anunciaba a
responsabilidad de la G uerra. las claras que las relaciones entre am ­
¿Es preciso tras la descripción de los bos estados ya no estaban regidas por
síntom as p ro n u n ciar un diagnóstico? el derecho.
Sin duda no es posible, pues no com ­ Pero esta resolución afectaba sólo a
prendem os en qué form a se relacio­ Esparta y debía ser ratificada por el
n an y qué reacciones producen. H ubo conjunto de la Liga del Peloponeso si
causas graves y profundas que lan za­ los espartanos querían conducir a sus
ron a una m itad de G recia contra la aliados a la guerra. La diplom acia
otra, pero tam bién circunstancias que corintia trabajó sin desm ayo, e inclu­
fueron m ás fuertes que la voluntad de so se extrajo al oráculo de Delfos la
resolver las diferencias m ediante ne­ sentencia de que los lacedem onios ob­
gociaciones. A fin de cuentas las fuen­ tendrían un claro triunfo con el con-
La guerra del Peloponeso 13

LEUCADE

CEFALONIA
\ BEOCIA EUBEA

ATICA
QUIOS

\ SAMOS
V
DELOS

PAROS NAXOS V- V -
^Co,λ/μ Λ ,
c u —

CITERA RODAS

ESPARTA V SUS ALIADOS.

ATENAS Y SUS ALIADOS.


14 A ka l Historia del M undo Antiguo

curso de Apolo. C onvocados a una Las siguientes m isiones centraron


reunión, los m iem bros de la confede­ su tiem po en asuntos políticos. Solici­
ración pcloponesia se pronunciaron taron a los atenienses levantar el ase­
m ayoritariamente por la lucha arm ada, dio de Potidea, restituir a Egina su
au n q u e C orinto hubiera de vencer independencia y, en particular, dero­
con sus argum entos la resistencia de gar el psephisma sobre M egara, pero
algunos de ellos: la tarea futura fue vieron todas sus dem andas rechaza­
definida com o un a guerra.justa para das. El postrer intento consistió en
liberar a los griegos esclavizados por ofrecer a Atenas el m antenim iento de
la tiranía ateniense. la paz siem pre que respetaran la auto­
Se había alcanzado un estado de nom ía de todos los griegos. F orm u­
guerra virtual y se esperaba cualquier lado en tales térm inos, el llam am iento
ocasión legítima para em prenderla. de los espartanos se dirigía a los grie­
En el invierno del 432/1 G recia entera gos en general, y de un modo más
vive m om entos especiales: m ientras directo a los aliados de Atenas en la Li­
las dos potencias efectúan sus p re p a­ ga m arítim a, puesto que definía la
rativos y en el interior de todas las ciu ­ postura que Esparta adoptaba ante los
dades crece la tensión, se entabla una hechos. Pericles dem ostró en la A sam ­
com petencia diplom ática entre Es­ blea que la propuesta era tam bién in a­
parta y Atenas no para llegar a un ceptable, pues si cedían en cualquiera
acuerdo, sino con el objeto de dem os­ de las m edidas acordadas pronto reci­
trar la culpabilidad de su adversario. birían nuevas y m ayores exigencias;
E sparta no contestaba a la propuesta
3. Las últimas ateniense de som eter las diferencias a
un arbitraje, y ésta era la única so­
negociaciones lución viable: no obedecer las órde­
Apoyados por el voto de sus aliados nes de extraños, regular los litigios
los espartanos tom aron la iniciativa y m ediante la aplicación del derecho,
d espacharon a Atenas varias em b aja­ conform e al tratado de paz de trein­
das que, sucesivam ente, plantearon ta años y en pie de igualdad, y no
nuevas y m ás duras exigencias. Se arredrarse frente a las am enazas, sino
com enzó por desacreditar a Pericles p rep arar la defensa en previsión de
recordando el antiguo crim en sacri­ ataques.
lego de los A lcm eónidas (632 a.C.) y la La A sam blea ateniense apoyó sin
obligación ateniense de desterrar a titubeos los puntos de vista de Peri­
este descendiente de aquel im puro cles. Los enviados de Esparta se retira­
linaje; com o Pericles se había distin­ ron, con lo que se puso fin a las nego­
guido, cual escribió Tucídides, p o r ciaciones. A tenas retenía el predom i­
oponerse en todo a los lacedem onios y nio en el Egeo, el auge de sus intereses
no perm itir que se cediera ante cual­ económ icos y de su influencia en m u­
quiera de sus peticiones, el golpe de chas partes de G recia, su papel hege-
Esparta parece ir encam inado a m inar mónico en el interior de la Liga ático-
su prestigio entre la m asa supersti­ délica; am bos estados h ab ían inten­
ciosa de la A sam blea. Los atenienses tado poner de su parte a la opinión
se lim itaron a responder que Lacede- pública de las ciudades indecisas o
m o n ia ten d ría que ex p iar ante los neutrales, aunque los afanes de la
sacrilegios com etidos sobre hilotas confederación lacedem onia a p u n ta­
suplicantes, a quienes dieron m uerte b an asim ism o, cuando proclam aba la
en el santuario de Poscidón de Ténaro, defensa de la autonom ía política y de
y sobre la persona del rey P ausanias, la libertad de com ercio en toda G re­
em paredado vivo en el tem plo de A te­ cia, a qu eb ran tar la solidaridad de los
nea Chcilkioikos. aliados atenienses.
La guerra del Peloponeso 15

4. Los efectivos materiales fantería espartana era la base del ejér­


cito peloponesio, aunque ascendía sólo
y los estados beligerantes a u n a décim a parte del total de los
En virtud del sistema de alianzas, la hom bres (unos 4.000 soldados). De
G uerra del Peloponeso se perfiló como ellos, menos de la m itad eran esparta­
un conflicto entre dos grandes confe­ nos de pleno derecho, m ientras que el
deraciones, no entre ciudades even­ resto de com batientes lo sum inistra­
tualm ente auxiliadas p or algún aliado ban los periecos; las formaciones cons­
(tal com o fue característico en épocas taban tanto de contingentes ordinarios
anteriores y todavía ocurrió, conviene (lochai, morai), que poseían un núm ero
recordarlo, en el episodio bélico sur­ variable de com ponentes, com o de
gido entre C orcira y Corinto). Am bas algunas unidades extraordinarias crea­
ligas se hallaban equilibradas en cuan­ das con hilotas, neodam odas e inclu­
to al núm ero de estados que las com ­ so m ercenarios. El cuadro se com ­
p o n ían y sus fuerzas eran bastante plem entaba con la guardia regia y un
parejas, au n q u e m uy distintas. escuadrón de 300 jinetes.
La Liga del Peloponeso, cuya cabeza D espués de proceder a reclutam ien­
es Esparta, cuenta en su seno con tos masivos los aliados de la Liga lace­
todos los estados peloponesios, excepto dem onia obtenían una serie de regí™
Argos y Acaya. Integra tam bién a M e­ m ientos que se in corporaban a las di­
gara, la ciudad com ercial del Istmo, y visiones laconias y q u ed ab an a las
p o r m edio de acuerdos especiales con órdenes de oficiales espartanos; la for­
los espartanos form aban parte del con­ m ación resultante adquiría así el ca­
sejo federal los focidios, los locrios rácter de una prolongación o refuerzo
o puntios y los beocios (salvo Platea). del ejército de Esparta. Los efectivos
A un no siendo m iem bros de la liga, de caballería, sum inistrados p rinci­
entre los efectivos de este bando deben palm ente por los beocios, se elevaban
contabilizarse las ciudades aliadas o a 1.600 jinetes. El total de la m oviliza­
sujetas a determ inados estados que sí ción de la Liga peloponesia cabría, en
lo eran, así com o aquellas que, por teoría, estim arlo en unos cuarenta mil
diversos motivos, abrazaron la causa soldados (cálculo del conjunto de los
peloponesia: Léucade, Ambracia, Anac- hom bres disponibles, que no llegó a
to rio n en el A d riá tic o , T aren to y estar enrolado ni en cam paña).
Locros en la M agna G recia, Siracusa Sin em bargo, no había de resultar
y el resto de las ciudades dorias (menos tarea fácil dirigir y organizar estas
C am arina) en Sicilia. Los aliados de fuerzas, pues se trataba de un ejército
Esparta en la Grecia continental cons­ habituado a las guerras convenciona­
tituían pues dos bloques com pactos les griegas, de corta duración, que se
que cerrab an al oeste y al norte las decidían en cam po abierto a lo largo
salidas de Atenas y op o nían un am plí­ de una o dos cam pañas, milicia en la
simo frente de guerra al territorio ático. que junto a com batientes selectos (los
Las fuerzas de la liga lacedem onia espartanos, algunos grupos pelopone-
poseían incuestionablem ente la supe­ sios de notables y propietarios) for­
rioridad por tierra: Esparta y sus alia­ m an cientos de campesinos y artesanos
dos disponen de un potente ejército, poco marciales. Y la G uerra del Pelo­
pero carecen prácticam ente de escua­ poneso se prevé com o un conflicto
dra; no obstante siem pre alim entaron prolongado, cuyo peso m ilitar recaerá
la esperanza de que sus amigos de p o r tanto sobre cuerpos reducidos
Occidente (Tarento y los griegos de Si­ —lacedem onios, clases acom odadas
cilia) a p o rta ría n u n a n u trid a ñ o ta de C orinto, Beocia, M egara, E lide— y
—hasta de 500 barcos— y los m edios cuyas consecuencias económ icas con­
de financiam iento necesarios. La in ­ tinuadas h arán cundir el desánim o en
16 Akal Historia del M undo Antiguo

El conocido epinetron de Eretria los m ás menesterosos. Pero adem ás la


(Hacia el 425 a.C.) Liga carece de suficientes recursos fijos
M useo N acional de Atenas
para sufragar los gastos militares: las
tropas no reciben sueldo y deben m an­
tenerse sobre el terreno —a m enudo
sin generar agravios ni incum plir las re-
La guerra del Peloponeso 17

glas com unes de los griegos—, y las


m ínim as cantidades aportadas por los
aliados se consum en en equipam iento
y bagajes. El m ayor esfuerzo econó­
mico de la alianza se destinó, sin duda,
a la preparación de u n a flota, y los
m odestos éxitos alcanzados en la per­
secución de este program a obedecen
no sólo a la tenacidad de C orinto, sino
tam bién a la ayuda en m etálico reci­
bida de Persia.
Efectivam ente, el núm ero de barcos
reunidos p o r los peloponesios (fleta­
dos p o r C orinto y A m bracia, M egara,
Elide y Sición) nunca fue superior a
un a cuarta parte de la arm ada ático-
délica, y las pérdidas sufridas en el
p rim er decenio obligaron durante la
guerra a la construcción de m ás de
cien navios. A este problem a cabe
añ a d ir el de la heterogeneidad de las
tripulaciones (periecos, hilotas, rem e­
ros a sueldo) y la escasa preparación
de la oficialidad, perceptible desde los
jefes de remeros hasta el com andante
suprem o, el navarca nom brado por
E sparta (cargo que recayó incluso en
un perieco con experiencia naval).
Sólo en las postrim erías de la guerra,
bajo el m ando de Lisandro, la escuadra
lacedem onia igualará, superándolo,
el dom inio ateniense sobre el mar.
En el b ando opuesto, la influencia
de la alianza ateniense es, desde luego,
más dispersa, pero presenta la ventaja
de poseer m ayor núm ero y m ovilidad
de las bases de operaciones. Entre las
cerca de 200 ciudades que conform a­
ban la Liga, casi todas contribuían a
su poderío m ediante el pago del tributo
federal, mientras que otras, como Quíos
o Lesbos, aportaban su propia escua­
drilla naval. La posición que ocupa
Atenas en el Egeo será verdaderam en­
te inm ejorable, pues todas las grandes
islas, salvo Melos, reconocen su hege­
m onía. Por razones de am istad o m e­
diante pactos otros estados griegos no

Lecito ático de fondo blanco


(Fines del siglo V a.C.)
M useo N acional de Atenas
18 A ka l Historia del M undo Antiguo

incluidos en la Liga m arítim a colabo­ lacedem onia, el equipam iento de las


ran en la causa ateniense: en la G recia em barcaciones de la confederación
C entral, las principales ciudades de ático-délica es sum am ente cuidadoso:
Tesalia (Larisa, Feras, Farsalo, C ra­ excelente m aterial de navegación, tri­
non) envían refuerzos a la caballería pulaciones con experiencia y entrena­
ática; Platea, en Beocia, se convertirá m iento que estaban com puestas tanto
en un sím bolo de la fidelidad a Ate­ por ciudadanos atenienses de la última
nas; en O ccidente estarán a su lado los categoría del censo com o por metecos
acam am o s y los m esenios de N a u ­ y remeros a sueldo enrolados en los
pacto, las islas de Corcira, Z acinto y distintos puertos del dom inio de la
C efalonia, y las ciudades de Regio Liga.
y Leontinos (probablem ente tam bién Esta superioridad naval era exacta­
otras, com o C atania y Egesta) m an ­ m ente el resultado de una acertada
tienen desde Italia y Sicilia tratados política económ ica respecto a la inver­
bilaterales de alianza con Atenas. El sión de los ingresos del Estado ate­
Estado ateniense controla, por últim o, niense, y la prosperidad financiera
varias cleruquías, colocadas en puntos alcanzada en los años anteriores a la
estratégicos del Egeo y colonizadas guerra perm itía seguir fom entándola
sólo por soldados de Atenas, las cu a­ sin grandes restricciones. Atenas había
les cum plen eficazm ente el papel de acum ulado una reserva de seis mil
centinelas. talentos (los mil últim os talentos se
Sin ser desdeñable, la fuerza terres­ em pezaron a gastar en el año 412 pues
tre de los atenienses no tenía parangón constituían, según hizo ap ro b ar Peri­
con la de sus oponentes. En el año 431 cles en la Asam blea, un fondo especial
el propio Pericles, com o nos transm ite al que sólo se habría de recurrir en
Tucídides, efectuó el recuento: eran caso de extrem a necesidad). Del trib u ­
trece mil hoplitas en servicio activo to federal, al que se u nían los plazos
ju n to a dieciséis mil hom bres d estina­ de la in d e m n iz a c ió n de guerra de
dos a tareas de vigilancia y defensa de Sam os y otras pequeñas contribucio­
lugares fortificados (jóvenes en situa­ nes, se obtenían cada año 600 talentos,
ción prem ilitar, veteranos, m etecos y alrededor de sesenta anuales de las
inscritos com o hoplitas), todos ellos rentas sacras. Se podía adem ás tornar
con escasa experiencia en batallas en préstam o, llegado el m om ento, el
abiertas. Los efectivos de caballería oro y plata de los objetos preciosos
ascendían a 1.200 jinetes, cifra incre­ conservados en los tem plos y san tu a­
m entada a m enudo por el concurso de rios por un valor no inferior a mil dos­
caballeros tesalios. cientos talentos.
M as el p an o ram a cam bia por com ­ Todos estos recursos exigían, con
pleto en lo relativo a la arm ada, por la todo, ser bien adm inistrados. El ase­
que Atenas ha apostado sin titubeos. dio de Potidca había reducido la reser­
Al estallarla contienda se h allan listas va de seis mil talentos a 5.700, y la
para hacerse a la m ar 300 trirrem es experiencia de la ca m p a ñ a co n tra
atenienses, cuya eficacia se com ple­ Samos y Bizancio en el 440 dem ostraba
m enta con algunas naves de tran sp o r­ que el funcionam iento norm al de la
te, y anualm ente el Estado equipara a flota precisaba consum ir m ás de mil
la m arina con otras nuevas trirrem es talentos anuales; esto significaba que,
salidas de los arsenales del Pireo. La contando con los ingresos ordinarios
Liga m arítim a cuenta asim ism o con de cada año, A tenas podía m antener
las flotillas de Quíos, L.esbos y C orci­ su capacidad ofensiva durante m ucho
ra. capaces de b o tar m ás de cincuenta tiem po, m áxim e cuando nunca llegó a
naves en cada expedición. Frente a la equipar toda la arm ada a la vez (habría
m enor com petencia de la m arinería tenido que pagar su sueldo a m ás de
La guerra del Peloponeso 19

sesenta mil remeros), sino solam ente absoluto que no co nsiente reparos
un tercio de las trirrem es, siem pre lis­ en su forma de entenderla hegemonía.
tas para cualquier operación. En p rin ­ La com plejidad que había alcanzado
cipio, por consiguiente, en los planes ya el gobierno y adm inistración de los
atenienses no figuraban ni la modifica­ asuntos del Im perio m arítim o reco­
ción de las tarifas del tributo im puesto m endaban no aprovechar la guerra
a los aliados —será la m ultiplicación para extender sus áreas de dom inio,
im prevista de los gastos lo que forzará sino defenderlo y afianzarlo donde
a aum en tarlas— ni la percepción más conviniera a su política; no corría
entre los propios ciudadanos y los pues grandes peligros m ientras m an ­
metecos de la eisphora, el im puesto tuviera íntegra su posición, pero le
excepcional de guerra, pero se im po­ am enazaban seguros riesgos, origina­
nía la doble precaución de lim itar el dos incluso en la propia Liga marítim a,
núm ero de dotaciones navales y econo­ en cuanto los daños la debilitasen. Su
m izar convenientem ente los sueldos. fuerza dependerá así de la m oderni­
dad y preparación de la arm ada, de la
5. La concepción rapidez con que defienda sus enclaves
y contrataque a espaldas del enemigo,
estratégica de la guerra de una cierta dosis de audacia en la
Puesto que cada adversario disponía táctica militar.
de ventaja en un m edio diferente (los Los planes estratégicos quedaron
peloponesios por tierra, la confedera­ pronto perfilados con nitidez. Si los
ción ateniense por mar), era lógico con­ espartanos querían decidir la G uerra
cluir que no se debía lu ch ar al estilo y m ediante una clara victoria, obtenida
en el terreno más propicio al enemigo, en una gran batalla que diezm ara la
sino más bien explotar la superiori­ infantería enemiga, Pericles tratará en
dad parcial m ediante el desgaste co n ­ todo instante de no perder ni un solo
tinuo de los oponentes. Este proyecto hom bre en encuentros formales, pues
se reforzaba adem ás por el objetivo m antendrá al ejército a seguro para
final que am bos bandos hab ían asig­ exponerlo únicam ente en golpes espe­
nado a la guerra y por la disposición ciales, retirándolo luego. La aplicación
m ental con que se abordaba. Desde el práctica de esta estrategia se efectuó
punto de vista de la Liga lacedem onia m ediante los siguientes pasos: toda la
la contienda poseía u n carácter pre­ población del Atica se replegaría al
ventivo; las ciudades autónom as que interior de Atenas, pues era necesario
com ponen la alianza persiguen redu­ ab a n d o n ar la cam piña y no aceptar
cir el poder ateniense en el m undo ningún com bate en regla para defen­
griego para obtener o consolidar su derla, y quedaría allí alojada fortale­
p articu lar provecho; sus exigencias a ciendo la im ponente plaza form ada
los otros aliados son m ínim as, pero por la A crópolis y Atenas, los Largos
están firm em ente ancladas en la an ti­ M uros y el Pirco. En otros puntos de
gua tradición m ilitar —sentido local im portancia, dentro y fuera del Atica,
del honor, obediencia a las reglas, sen­ se instalarán tam bién sólidas guarni­
tim iento de soberbia, sacralización ciones. La m arina hará el resto: el
supersticiosa de las norm as griegas—, dom inio que ejerce desde el Adriático
lo que conduce a rehuir peligrosas al M ar Negro abastecerá de cuanto
innovaciones, siem pre evitadas por precise a esta Atenas, convertida en
los generales espartanos. una isla que puede renunciar a todos
El planteam iento ateniense tam po­ los productos de su territorio, y gracias
co dejaba de ser conservador, A tenas a su m ovilidad efectuará continuas
ejercía sobre sus aliados, los m iem ­ incursiones en país enem igo, traslada­
bros tributarios de la Liga, un poder rá a partes escogidas del ejército para
20 Aka! Historia del M undo Antiguo

invadir y saquear las com arcas inde­


fensas de los espartanos y de sus alia­
dos, estará en todas partes y no podrá
ser golpeada en ninguna.
N aturalm ente el proyecto era deli­
cado y requería una buena arm o n iza­
ción de todas sus fases, pero tam bién
suficiente identificación con él por
parte de toda la población. Los proble­
m as le vendrían al Estado a raíz de cir­
cunstancias que no estaban previstas: el
alojam iento no se llevó a cabo en bue­
nas condiciones, la miseria y el pesimis­
mo que generan los asedios habrían
de debilitar la m oral de un conjunto
civil tan heterogéneo, el soportar im po­
tentes las devastaciones del Atica exci­
taría el desánim o del cam pesinado y,
p o r últim o, la inacción provocaría
fisuras en el espíritu militar. Q uizá
todo se habría tolerado en caso de que
la G uerra tuviera corta duración, pero
lo cierto es que no fue así, y por añ a d i­
dura, desde el año 430 la peste hizo
estragos entre los atenienses.
A su vez la estrategia de la Liga lace-
dem onia se halla técnicam ente fijada
tanto por su propio potencial como
por la concesión territorial de los ate­
nienses. Bastaba aplicar una táctica
simple: para provocar una batalla deci­
siva hay que invadir en determ inados
m om entos el Atica, todas cuyas en tra­
das están controladas por beocios y
m egarenses, y asolar sus cam pos; es la
única forma posible para lograr que el
ejército adversario, inferior en núm e­
ro y calidad al del Peloponeso, a b a n ­
done el cóm odo refugio que b rindan
las m urallas de Atenas. La táctica se
com plem enta con la defensa naval del
golfo de C orinto, en donde se concen­
trará la flota de la alianza espartana,
y con una insistente labor política
encam inada a provocar el desconten­
to entre los aliados de A tenas o a
g anar para la causa a algunos estados
neutrales. El resto consiste en esperar
a que Atenas, cuyo aprovisionam iento
por m ar no cabe entorpecer, quiera
Estatua de atleta, pro ce d e n te de Sición
(Hacia el 420-410 a.C.) aceptar el desafío de m edirse con las
M useo Nacional de Atenas filas peloponesias.
La guerra del Peloponeso 21

Lecito ático de fondo blanco. (Detalle)


(Fines del siglo V a.C.)
M useo Nacional de Atenas
22 A kal Historia del M undo Antiguo

II. Las campanas y operaciones de


la Guerra del Peloponeso

1. La Guerra Arquidámica no tuvo otra opción sino negociar, y


m ás tarde tom ó la decisión de retirar­
o de los Diez Años se. ¿Lo hicieron en virtud de un acuer­
La prim era fase del conflicto recibe el do formal con los plateenses, sancio­
título de G uerra A rquidám ica por el nado mediante juram ento de no atentar
nom bre del rey espartano que dirigió contra la vida de los cautivos? Tal fue
la invasión del Atica, pero es tam bién la versión de los tebanos, desm entida
conocida com o G u erra de los Diez por las autoridades de Platea, para
A ños porque su duración abarca el quienes las conversaciones habrían
período com prendido entre abril del te rm in a d o sin ap ro b a rse n in g u n a
431 —ataque contra P latea— y m arzo propuesta.
del 421 —cierre de la paz de N icias—. Lo cierto es que en cuanto la milicia
tebana había traspasado las fronteras
La guerra de Pericles plateenscs todos los soldados prisio­
neros fueron degollados; de nada sir­
(abril 431-septiembre 429) vió que los atenienses llegaran apre­
D espués de las fallidas negociaciones suradam ente a Platea con la intención
celebradas en Atenas por los esparta­ de ap acig u ara sus aliados: la m atanza
nos resultaba claro que las hostilida­ se había ejecutado. El tratado de paz
des se declararían al m enor pretexto, de treinta años salta en pedazos: a un
pero el prim er incidente que m arcó la ataque a traición sucede una vengan­
señal del ataque llegó en un lugar e za im pía, nacida del perjurio; frente a
instante inesperado. Para protegerse enem igos de esta especie queda justifi­
contra un fiel aliado ateniense enquis- cado cualquier exceso, tal parece ser
tado en su territorio los tebanos aco­ la consigna que circulará por am bos
metieron de noche la ciudad de Platea, bandos. Atenas envía refuerzos a P la­
cuya entrada les fue franqueada por tea, evacúa a los no com batientes
una facción de plateenscs protebana. —ancianos, m ujeres y niños plateen­
La población supo sin em bargo orga­ ses— y los traslada al interior de su
n izar una im provisada resistencia des­ fortificada urbe, arresta a todos los
de las casas y las barricadas, puso en beocios que sorprende en el Atica;
desbandada a u n a parte de los asal­ cuando se conoce la noticia de que el
tantes e hizo prisioneros al resto (cien­ heraldo despachado a M cgara para
to ochenta hom bres). C uando el grue­ pedir la indem nidad de la com arca
so del ejército de Tobas avistó Platea del santuario de Eleusis ha sido ajusti­
La guerra del Peloponeso 23

ciado Atenas vota contra los m egaren- la Lócrida, al norte de Beocia, y fortifi­
ses una guerra im placable. Esparta y có el islote de A talanta, afianzando
los peloponesios concentran sus tro­ con ambas medidas la seguridad de Eu-
pas en el Istmo, a solicitud de los teba- be. Se p rocedió a la ex p u lsió n de
nos, y el rey A rquídam o mostró un todos los habitantes de Egina, que fue­
líltimo gesto de concordia ante los ron instalados en la C inuria del Pelo­
griegos enviando hasta Atenas a un poneso por los espartanos, y la isla fue
parlam entario, que no fue recibido. entregada a una colonia de clerucos; a
Un mes después del asalto a Platea finales del otoño se invadió el territo­
los preparativos de cada b ando han rio de M egara con el ejército y fue
concluido. M erced a las indecisiones objeto de represalias por los daños
del rey A rquídam o y al lento avance sufridos en el Atica. En cuanto al ase­
que im prim e al ejército peloponesio, dio de Potidea las esperanzas se renue­
Pericles, que goza de plenos poderes van después del tratado de alianza
com o estratego, ha tenido tiem po para concluido con el rey Sitalces de Tracia,
d isp o n er la defensa: refugia al cam pe­ de enorm e valor para el aprovisiona­
sinado tras las m urallas de Atenas e m iento de los atenienses en el norte de
instala a otras fam ilias en Eubea y en G recia y com o contrapeso a la confe­
las islas vecinas, redobla la guardia deración de ciudades calcídicas. El
en la ciudad y el puerto, en las fortifica­ prim er año de guerra ha activado, sin
ciones y en los arsenales, envía floti­ duda, la reacción de A tenas y Pericles
llas a los puntos estratégicos y tropas a se enorgullece de ello al p ro n u n ciar el
los estados de la Liga m arítim a más discurso fúnebre p o r los caídos en
expuestos. El H clesponto recibe espe­ el cam po de batalla.
cial vigilancia para asegurar el paso
del trigo del M ar Negro. A rquídam o La epidemia de Atenas
sólo encontró un terreno despoblado:
las fuerzas lacedem onias quedarán
y la desaparición de Pericles
instaladas en el dem o de A cam as y H acia finales de la prim avera del 430
d u ran te un mes devastarán las cose­ regresa al Atica el ejército laconio
chas m aduras, destruirán los olivos y conducido por A rquídam o y perm a­
las vides. Luego, ante los problem as necieron cuarenta días asolando la
de abastecim iento, se retiraron sin península hasta el distrito de Laurión.
h ab er logrado provocar la salida de En esos días se presentó tam bién un
los hoplitas atenienses y licenciaron a enemigo más terrible contra el que no
los soldados de los distintos países de cupo defensa: la enferm edad infeccio­
la alianza. sa que se adueñó de A tenas y de algu­
La respuesta de Pericles fue inm e­ nos otros enclaves de la Liga por dos
diata. C ien trirrem es zarpan del Pireo años y rebrotó luego con m enor ím pe­
llevando a bordo mil infantes y cu a­ tu (430/29, 426/5). El cam ino de la
trocientos arqueros, se reúnen con peste se encuentra trazado verosím il­
otras cincuenta naves de C orcira y m ente en T ucídides: in c u b a d a en
efectuán ataques por sorpresa contra Etiopía, la plaga alcanzó Egipto y
M esenia, Elide y A carnania (Astaco y Libia prim ero y desde allí alcanzó
Solio, ciudad esta últim a que arreba­ Asia M enor; más tarde un barco p ro ­
tan a los corintios y entregan a los cedente de alguno de los lugares m edi­
acarnanios). La presencia de la escua­ terráneos afectados la trajo hasta el
dra obró adem ás, sin lucha, la integra­ Pireo. La epidem ia prendió perfecta­
ción de la isla de C efalonia en la m ente sobre el cúm ulo de población
alianza ateniense. O tras operaciones refugiada en Atenas, aterrorizada por
p or m ar y tierra redondearon el con­ aquel espectáculo de m uerte y desola­
traataque; una flotilla desem barcó en ción. En cuatro años un tercio de los
24 Aka! Historia d el M undo Antiguo

—cualquier prisionero de la Liga ate­


niense era autom áticam ente elim ina­
do— permitió evitar que la plaga p asa­
ra al Peloponeso o a G recia Central.
Los atenienses, en cam bio, no logra­
ron im poner una cuarentena eficaz:
cuando regresó de devastar el territo­
rio de Epidauro una escuadra de 150
trirrem es (sum adas las de Quíos y Les­
bos) que transportaba, bajo el m ando
de Pericles, cuatro mil hoplitas y tres­
cientos jinetes, se ordenó de inm edia­
to que partiera hacia la C alcídica;
pero las tropas ya estaban contagiadas
y transm itieron el mal a los asediantes
de Potidea.
Atenas parecía perseguida por el
azote y el prestigio de Pericles se
resentía por ello. Sus planes eran mal
vistos y la indignación contra su per­
sona creció considerablem ente por
hab er desaconsejado poco antes con­
tinuar las conversaciones de paz con
los lacedem onios. Sus enemigos aca­
baron p o r llevarlo ante un tribunal de
1.500 jurados, que lo condenó, por
m alversación, a una m ulta de cin­
cuenta talentos y perdió el cargo de
estratego, para el que había sido elegi­
do ininterrum pidam ente desde el año
443/2. En los primeros días del año 429
Potidea capituló por fin ante los ate­
nienses, en condiciones que no gusta­
Lecito ático de fondo blanco
ron en absoluto a la A sam blea. Los
(Fines del siglo V a.C.) potideatas salían m uy bien parados y
M useo Nacional de Atenas no se recuperaban los dos mil talentos
gastados en el asedio, aunque m edian­
atenienses (proporción que se dio asi­ te el envío de clerucos se consolidó al
m ism o en el ejército), entre ellos el m enos esta im portante base de la cos­
p ro p io Pericles, h ab ía n de ser sus ta tracia.
víctimas. Tal vez los sucesos de Potidea hicie­
Los efectos de la enferm edad y las ran recapacitar a los atenienses. Lo
etapas de su curso fueron bien descri­ cierto es que en la prim avera Pericles
tos p or Tucídides; sin em bargo, fuera fue reelegido com o estratego y recibió
de su carácter de epidem ia infecciosa am plios poderes para dirigir la políti­
no ha sido posible determ inar si se ca de la Liga. La lucha continuó en la
trató de una form a de tifus o de fiebre C alcídica y M acedonia, pero la p rin ­
pestilencial. La prim era consecuencia cipal acción m ilita r en los m eses
de la expansión de la plaga fue que los siguientes fueron las brillantes victo­
peloponesios ab a n d o n aro n sin ta r­ rias navales del estratego F orm ión en
d an za el Atica; el estado de guerra y el Patras y N aupacto (golfo de Corinto);
aislam iento severo que se im pusieron la superioridad de A tenas en el m ar
La guerra del Peloponeso 25

La Nike de Peonio
(Hacia el 420 a.C.)
M useo de O lim pia
26 Akal Historia del M undo Antiguo

La peste en Atenas que se estaba consum iendo y ausen­


Lo que contribuyó a agravar los sufri­ tarse. Desde el punto de vista social la
m ientos fue la co n ce n tra ció n de la peste dio cabida a una constante anar­
población rural en la ciudad, y esto quía, pues la gente era más proclive a
afectó especialm ente a los refugiados. hacer aquello que antes procuraba
En efecto, com o no había casas d isp o ­ disfrutar con disim ulo; así lo propiciaba
nibles la gente vivía en cabañas c o n ­ la visión de cam bios tan vertiginosos, el
vertidas, por ser verano, en lugares com probar que hom bres acom odados
sofocantes; la plaga ya no tuvo límites, morían bruscam ente y personas que
pues los cuerpos de los agonizantes antes no poseían nada propio se hacían
yacían unos sobre otros y había algu­ con las riquezas de aquéllos. En co n ­
nos que rodaban m edio muertos por secuencia se im puso la m oda de d ila ­
las calles y aparecían por todas las pidar los bienes y divertirse, pues la
fuentes im pulsados por las ansias de vida y la hacienda se tenían com o algo
beber. También los lugares sagrados, pasajero. Y nadie estaba dispuesto a
en los que levantaron tiendas, estaban realizar el menor esfuerzo por una buena
llenos de cadáveres que habían falle­ causa: todos albergaban la duda de si
cido dentro: pues al alcanzar la enfer­ tal vez perecerían antes de contem plar
m edad tanta virulencia las personas ya los frutos; el placer inm ediato y cuanto
no sabían qué iba a suceder y perdían pudiera aprovechar a lograrlo, fueron
por igual el respeto a lo divinó y a lo principios que reemplazaron a los de
hum ano. Todas las costum bres fu ne ra ­ perfección y utilidad. A nadie le detuvo
rias observadas hasta entonces fueron el tem or a los dioses ni las normas
profundam ente alteradas; cada cual humanas; pensaban que lo mismo daba
enterraba a sus muertos com o podía. Y ser o no impío ante la evidencia de que
m uchos tuvieron que recurrir a sepe­ la muerte tocaba a todos sin e xcep ­
lios indecorosos porque carecían ya ción, y entre los que habían delinquido
de lo necesario después de la cantidad nadie esperaba vivir hasta el mom ento
de enferm os que habían expirado en de com parecer en justicia para recibir
sus hogares: de form a que cuando su condena, sino que m ucho más temi­
otros habían levantado una pira se ble parecía la sentencia, ya pro nu ncia ­
daban prisa bien en colocar los prim e­ da, que pendía sobre ellos, y antes de
ros el cadáver de su allegado y pren­ su ejecución era natural sacarle cierto
derle fuego, bien en arrojar al muerto partido a la vida.
que transportaban sobre un cuerpo (Tucídides, 11,52-53)

quedaba afianzada frente a la tím ida Los sucesores de Pericles


arm ada reunida p o r el navarca espar­
tano Cnem o. La desaparición de Pericles encaram ó
En esos m ism os días Pericles, que a un prim er plano la com petencia
acababa de perder a sus dos hijos, su­ política por sucederlo y excitó, com o
cum be tam bién bajo los efectos de la recuerda Tucídides, la lucha entre los
epidem ia. Atenas despide a uno de partidarios de las distintas formas de
sus estrategos en ejercicio, pero echará entender la guerra. Si la mayoría de los
asim ism o en falta a su político más atenienses se h allan de acuerdo en
clarividente. La firm eza y seguridad la necesidad de no ceder sustancial-
con que abarcó los intereses de su p a ­ m ente en cuanto a las reivindicacio­
tria no tendrá ya continuidad y los ate­ nes m antenidas por Pericles, sus inte­
nienses deberán am oldafse a los cam ­ reses privados y sociales se opondrán
bios, no siem pre beneficiosos, que se a las razones de Estado e in ten tarán
avecinan. justificar las m etas asignadas a la gue-
La guerra del Peloponeso 27

rra com o producto del carácter m ode­ fanfarrón y charlatán, vulgar, ridícu­
rado o am bicioso de sus com patriotas. lo, cínico y odioso; resulta pues difícil
A la cabeza de estos dos m odos de en tales condiciones esbozar los perfi­
proceder se situó, ya desde la m ism a les de su vida política. Sin duda Cleón
A ntigüedad, la figura de dos persona­ inspiraba tam bién confianza a muchos
jes de la escena política y m ilitar de c iu d ad a n o s atenienses: h a b ía sido
Atenas: N icias y Cleón. N icias, elegi­ m iem bro del C onsejo (y seguram ente
do estratego ju n to con Pericles (para pritano) y uno de los diez helenota-
este m ism o cargo sería designado a m ías (tesoreros de la Liga m arítim a);
m enudo p o r los votos de sus conciu­ poseía adem ás experiencia m ilitar y
d adanos desde el año 428/7), poseía sus aspiraciones en este terreno le fue­
u n a im portante fortuna; no carece de ron reconocidas al ser designado estra­
confianza en la dem ocracia, pero su tego. No era, por tanto, un im postor,
conducta se distingue por la p ru d en ­ sino una persona despierta y sim ple
cia, la aplicación concienzuda a las cuya clara lógica le venía dictada por
funciones públicas, la reflexión sensa­ su confianza en que los recursos ate­
ta antes de decidir. P robablem ente nienses podían afrontar las solucio­
representa a aquellos patriotas que nes m ás directas. C león cree en la
aspiran a no am p liar el poderío de victoria y piensa que no debe reparar­
Atenas, sino a defender las ventajas se en m edios para extender las opera­
adquiridas, que h a n hecho sus nego­ ciones terrestres y navales de la Liga,
cios en el com ercio y la industria, el aun a costa de ser inhum anos e in tran ­
alquiler y el préstam o (así había m ul­ sigentes con los propios aliados y, por
tiplicado N icias su patrim onio); son supuesto, con los espartanos, pues el
los que se m antienen m ás fieles al triunfo final recom pensará cualquier
pensam iento de Pericles y anhelan esfuerzo y beneficiará a todos los ate­
obligar a Esparta a u n a pronta paz nienses. Y m uchas de estas ideas, duras
que restituya el esplendor de los años y violentas, apasionaban con frecuen­
inm ediatos a la G uerra. N o desean cia al auditorio de la A sam blea.
exasperar al adversario, sino negociar Entre estos dos polos oscilaron las
en buenas condiciones. Era por tanto resoluciones de los ciudadanos de Ate­
fácil para los partidarios de C león nas y sería evidentem ente excesivo
acusar a Nicias de tim orato e irreso­ pretender, com o en ocasiones se ha
luto, conservador y m ediocre en su dicho, que Nicias y C elón encarnan
labor política, y, sin em bargo, no hace dos partidos irreductibles y contra­
sino seguir con tacto y discreto acierto puestos, el del conservadurism o aris­
la estrategia defensiva iniciada por tocrático y pactista N icias, el de la
Pericles. dem ocracia radical y belicista su opo­
El p ersonaje que hace réplica a nente. Sus diferentes reacciones para
Nicias es el de Cleón. No carecía de ad ap tar la estrategia del Estado a las
bienes —era un rico curtidor—, com o circunstancias cam biantes del con­
m uchos de los que apoyaban sus p ro ­ flicto (contraofensivas espartanas en
puestas, artesanos m edios acom oda­ varios frentes, persistencia de la peste,
dos pero pau latin am ente em pobreci­ alarm ante increm ento de los gastos de
dos por la G uerra. Su carrera pública guerra) no son sino las dos caras de la
h abía sido lenta y erizada de obstácu­ m ism a m oneda; están divididos por
los, pero su energía y tenacidad alla­ su visión m ilitar y diplom ática, pero
naron muchas dificultades. C iertam en­ am bos se preocupan de poner a salvo
te la im agen de Cleón que dibujó la la reputación de Atenas y de prolon­
tradición ateniense (Tucídides, Aristó­ gar la G uerra sólo lo necesario com o
fanes, Eupolis, Aristóteles) es desfavo­ para garantizar larga vida al Im perio
rable y cruel: dem agogo, corruptor, m arítim o. La m ism a A sam blea de
28 A kal Historia del M undo Antiguo

cam pesinos y artesanos que confía las


m ayores responsabilidades a C león ^EPIDAMNO
o censura la debilidad de Nicias m odi­
fica al poco tiem po su criterio para
encu m b rar al segundo y co n d en ar las
im prudencias del fogoso curtidor dota­ ® APOLONIA
do de inagotable facundia.
La extensión del conflicto
Poco antes de la m uerte de Pericles los
espartanos cam biaron de táctica; inci­
tados p or los tebanos eludieron por
esta vez el Atica, azotada p o r la plaga,
y cercaron Platea. A rquídam o p ro p u ­ • CORCIRA
so a los plateenses que perm anecieran \ \
neutrales, pero aquéllos rehusaron y
los peloponesios com enzaron los tra­
bajos del asedio, que duró un año y
medio. Por otra parte la escuadra lace-
dem onia —cuarenta trirremes de Mega­
ra trip u lad as p o r m iem bros de su
alianza y com andadas por C nem o y
B rasidas— tom a p or vez prim era la
iniciativa y llega hasta S alam ina, en
donde reunió un im portante botín.
Atenas parece superada por la m ar­
cha de los acontecim ientos.
M as el siguiente golpe no entraba
en los cálculos de ningún ateniense.
M ientras Platea resistía con firm eza el
sitio de la plaza, M itilene, la m ás nota­
ble de las ciudades de Lesbos, prepara •TARENTO
su salida de la Liga m arítim a. Poco
antes del inicio de la G uerra, el p arti­
do oligárquico de M itilene se había
p lan tead o ab rir negociaciones con
Esparta, pero será en el verano del 428
cuando consideren que Atenas no será
capaz de reaccionar con la energía p p p q jA
EGESTA
MESEN* A «LOCROS
· REGION
con que lo hubiera hecho en tiem pos • naxos
de paz y en vida de Pericles. Los miti- • CATANIA
lenios disim ularon sus intenciones aod-voak?tC GJ¡;LA
ACRAGANTE
«LEONTINOS
. S|RA0USA
enviando una flotilla de diez trirrem es
para la cam paña estival de la Liga y CAMARINA

sim ultáneam ente disponían todo lo Los distintos escenarios de la guerra


necesario para la sedición (fortifica­
ciones, diques, alm acenes, víveres,
m ovilización de soldados y m ercena­
rios) de com ún acuerdo con el resto
de los lesbios, m enos ía ciudad de
M etim na, cuya fidelidad a la causa
ateniense se puso de m anifiesto cuan-
La guerra del Peloponeso 29

SELIMBRIA BIZANCIO
• «
CALCEDON
• ABDERA PERINTO

/'■ AMFIPOLIS TASOS

< OLINTO • ACANTO • CIZICO


SESTOS ·
• LAMPSACO
POTIDEA ·
• a b id o s
•TO R O N A
M E N D A ·* TENEDO
ESCIONA

• AMBRACA • MITILENE

• ANACTORK

(NAUPACTO ERITRAS CLAZOMENE


•TE B A S Q U IO S · · ·
T E O S · COLOFON
SICION
• PLATEA
,\ •NO TIO
© • MEGARA
•EFESO
•ELI E C O R IN T O · «ATENAS
• e g in a •SA M O S
• · EPIDAURO
MANTINEA · ARGOS •MILETO

TEGEA

• HALICARNASO
PILOS ESPARTA
j V Λ

• MELOS • CNIDO /

• CITERA
30 A kal Historia del M undo Antiguo

do d en unciaron lo que se urdía. m ulada por Atenas desde las revueltas


Atenas procedió a un rápido b lo ­ de Sam os y Potidea com o definitivo
queo de la isla, pues no podía tolerar escarm iento para todos los otros alia­
que el ejem plo cundiera —habría des­ dos que m aquinasen la defección.
nivelado, en perjuicio de Atenas, la Sin em bargo la m edida votada en
relación de fuerzas y de recursos—. Al un prim er m om ento pareció despro­
no aceptar las condiciones que tran s­ porcionada y muy a propósito para
mite la A sam blea ateniense la rebe­ despertar antipatías contra Atenas. A
lión de M itilene se consum a. C on la solicitud de una representación de
excusa de negociar un posible acuer­ M itilene, que se hallaba presente, una
do los m itilenios lograron que los nueva asam blea revocó al día siguien­
estrategos atenienses aplazasen el ase­ te la decisión anterior: se ejecutaría
dio y consintieran el envío de em ba­ solam ente a los prisioneros m itilenios
jadores, m as lo cierto es que ap ro ­ enviados por el estratego Paquete a
vecharon el arm isticio para acab ar A tenas com o responsables de la sece­
sus defensas y tratar directam ente con sión. U na segunda nave despachada
los espartanos, los cuales facilitaron con toda urgencia hacia Lesbos llegó
la adm isión de M itilene en la Liga a tiem po de im pedir que se aplicara el
lacedem onia. prim er decreto (el cual se había com u­
El esfuerzo m ilitar y económ ico rea­ nicado m ediante otra trirrem e, veinti­
lizado por los atenienses para el ase­ cuatro horas antes, a las fuerzas esta­
dio de M itilene fue extraordinario, c io n a d a s en M itilene). Se ap ro b ó
hasta el punto de ap ro b ar la A sam ­ adem ás la dem olición de las m urallas
blea el pago de u na eisphora de dos­ y fortificaciones de la ciudad rebelde,
cientos talentos a repartir entre ciu d a­ la confiscación de toda su escuadra, la
danos y metecos. C on los 250 navios distribución del territorio cultivable
puestos en servicio y cientos de hopli- de la isla —excepto el perteneciente a
tas em barcados no sólo se m antiene M etim na— entre 2.700 clerucos ate­
sin problem as el bloqueo de los dos nienses, la incautación de las posesio­
puertos y de la ciudad de M itilene sino nes m itilenias en la costa de Jonia,
que incluso se disuade al ejército lace- desde M isia al H elesponto.
dem onio, acam pado en el Tstmo, de En agosto del 427 Platea, a la que
atacar el Atica durante ese año, pues A tenas no había encontrado form a de
vieron a una parte de la flota ateniense socorrer, tuvo que sufrir sim ilar suer­
saqueando sus costas y regresaron al te. C iertam ente en el interior de la ciu­
Peloponeso para proteger los cam pos. dad resistían sólo doscientos plateen-
M itilene soportó el cerco por espacio ses y veinticinco atenienses, a los que
de un año y los espartanos no en con­ aco m p añ ab an 110 mujeres, pues el
traron entretanto la ocasión propicia resto de la ploblación civil fue evacua­
para hostigar a los atenienses en otros da a Atenas, com o se recordará, y algo
frentes. En ju n io del 427 las au to rid a­ más de la m itad de la guarnición había
des m itilenias, obligadas por el pue­ roto el cerco y escapado hasta él Atica
blo, acep tan la cap itu lac ió n , ju sto aprovechando las inclem encias de una
cuando estaba de cam ino un convoy noche invernal. C uando los víveres
peloponesio de 42 trirrem es que, ante estaban agotados los defensores se
la noticia, dio vuelta hacia Laconia. entregaron m ediante un acuerdo de
De la m ano de C león la Asam blea ate­ capitulación, circunstancia forzada
niense decretó un castigo ejem plar: por los espartanos (en efecto, se habían
pena de m uerte para todos los m itile­ abstenido de tom ar la débil Platea por
nios en edad de em p u ñ ár las arm as y la fuerza de las arm as para evitar que
esclavizar a m ujeres y niños. De este si algún día se firm aba un tratado de
m odo M itilene debía pagar la ira acu­ paz con Atenas y en éste, com o era
La guerra del Peloponeso 31

habitual, se estipulaba la devolución más profundas y trágicas sobre la cri­


de todas las plazas ocupadas m edian­ sis de los principios m orales y religio­
te operaciones de guerra, Platea no sos en Grecia, sobre la responsabilidad
pudiera quedar incluida en ese grupo que en el desencadenam iento de esta
por h ab er pasado a soberanía lacede- m in a com partían las dos potencias
m onia gracias a un convenio). C inco hegemónicas, espartanos y atenienses.
jueces llegados de E sparta juzgaron a
los prisioneros y, no obstante la b ri­ El desplazamiento
llante defensa que ellos m ism os se
hicieron, fueron todos ejecutados con hacia Occidente
la com placencia de los tebanos pre­ El afianzam iento, por m edio de la
sentes; las mujeres fueron reducidas a nueva alianza, de la ayuda de Corcira
la esclavitud y Platea arrasada, un año a la causa ateniense se produjo en el
m ás tarde; el territorio, que se declaró m om ento en que la Liga m arítim a
propiedad del Estado espartano, fue descubría la im portancia estratégica
concedido en arriendo a los tebanos. de la G recia Occidental, de la M agna
El últim o y grave suceso de este año G recia y de Sicilia dentro del conflicto
427 lo conform a la sangrienta revolu­ iniciado. Desde septiem bre del 427
ción de Corcira. M ientras que una hasta finales del 425 una parte de las
parte de los corcirenses, la oligarquía fuerzas atenienses llevó a cabo inten­
más ligada a C orinto, pretende no sas actividades m ilitares y diplom á­
intervenir para nad a en la G uerra, el ticas en Sicilia y sur de Italia; como
resto de los ciudadanos se niega a la Leontinos y Regio (am bas aliadas de
ruptura de la alianza con Atenas y Atenas), así com o las ciudades de ori­
preconiza un papel más activo en la gen calcídeo y C am arin a , antigua
contienda; la disensión desem bocó colonia doria, se h allab an en guerra
tum ultuosam ente en un com bate a contra Siracusa, Locros y las ciudades
u ltran z a sem b rad o de atrocidades de origen dorio (Gela, H im era, Mese-
y m atanzas. U na flota lacedem onia ne, Selinunte), las cuales sim patiza­
acudirá para ap o y ara los aristócratas, ban con la confederación espartana,
pero la propia escuadra de C orcira y la Asamblea ateniense accedió a enviar,
un guipo de trirrem es atenienses llega­ a petición de Leontinos, una reducida
das desde N aupacto consiguen dete­ expedición.
nerla y es m ás tarde obligada a volver Los estrategos jefes de esta floti­
al Peloponeso cuando arriban otras lla, cuyos efectivos se increm entaron
sesenta naves desde el Pireo. Entre después del 427, efectuaron no sólo
todos estos m ovim ientos navales las num erosas m isiones de carácter béli­
dos facciones de C orcira prosiguen su co —batalla de M ilas, ataque contra
guerra civil, en la que ju n to a am bos Locros, saqueo de las islas Líparas,
bandos incluso p articipan m ercena­ aliadas de Siracusa—, sino tam bién
rios. Atenas aprovechó instantes de una concreta labor política (prepara­
apaciguam iento para m ejorar su an ti­ ción del levantam iento sículo, tratados
guo tratado con los corcirenses y co n ­ con H alicias y Egesta, incorporación y
vertirlo en una alianza completa; luego pérdida de Mesene). Con ello dificul­
se desentiende de la situación y asiste taron el acercam iento entre Siracusa y
im pasible, casi com o cóm plice (entre­ C orinto, entorpecieron los envíos de
ga de los aristócratas refugiados en el cereales a los Estados del Peloponeso,
m onte Istone al pueblo corcirense), a obligaron a Siracusa y a los dorios sici­
horrorosas escenas de venganza y des­ lianos a destinar sus fuerzas a defen­
piadados crímenes que acabarían sólo derse de los otros griegos de la isla,
dos años más tarde e inspirarían a m inim izaron la influencia de Esparta
Tucídides algunas de sus reflexiones y de C orinto apareciendo com o pro-
32 A ka l Historia del M undo Antiguo

Relieve votivo del santuario del Kefiso, Atenas zar la influencia de Am bracia, estrecho
(Fines del siglo V a.C.) colaborador de Corinto, los acarnanios
M useo Nacional de Atenas
y los anfiloquios llam an a D em óste­
tectores de los siciliotas frente al expan­ nes: juntos derrotan a los pelopone-
sionism o de Siracusa. sios en O lpas y obtienen después dos
Mejores logros acom pañan a Atenas rotundas victorias sobre los am bra-
y a sus aliados durante la cam p añ a del ciotas, a quienes casi exterm inan.
426 en el NO de Grecia. Bajo el m ando Al frente de sesenta trirrem es toda­
de los estrategos Dem óstenes y P ro ­ vía N icias realizó una breve incursión
eles los atenienses, ju n to con todos sus sobre la isla de Melos, para poner
aliados occidentales, castigan prim e­ luego vela hacia la costa de Tanagra y
ro a la población de Léucade; luego, la Lócride oriental; prestaba así pro­
acom pañados sólo por los m esenios tección a los atenienses instalados en
de N aupacto, se lan zan sin éxito a la Eubea. El año 426 term inaba, en defi­
conquista de Etolia y resisten el asedio nitiva, con notables perspectivas para
de N aupacto efectuado por un ejército A tenas acentuadas por el hecho de
peloponesio de tres mil»hombres (m ás que los espartanos, com o sabem os por
varios contingentes de etolios y de Aristófanes, deseaban en tab lar con­
locrios ozolos). Pero cuando este ejér­ versaciones de paz, que fueron desde­
cito m archa hacia el norte para refor­ ñadas por la A sam blea.
La guerra del Peloponeso 33

La guerra de Cleón entonces los atenienses aseguraron


con defensas un cerro en que term ina­
En la prim avera del 425 la G uerra ba la península superior de la bahía,
vuelve a tom ar su curso habitual; los dejaron a D em óstenes con un desta­
peloponesios invaden el Atica y des­ cam ento de cinco trirrem es y algunos
pachan adem ás sesenta navios hacia cientos de hoplitas y continuaron la
C orcira; los atenienses, que han ree­ navegación hacia Corcira.
legido com o estrategos a N icias y La presencia de aquellos soldados
a Dem óstenes, remiten con cuarenta en Pilos creó, al ser conocida por los
naves hacia los escenarios de C orcira espartanos, una auténtica conm oción.
y Sicilia a tres generales (Eurim edonte, Sin duda D em óstenes había sabido
Sófocles y Demóstenes). Sin em bargo, escoger una excelente base que nada
de esta últim a expedición había de bueno presagiaba para los pelopone-

Relieve funerario de mármol


(A n te rio r al 400 a.C.)
M useo Nacional de Atenas

segregarse una operación cuya trascen­ sios: podía ser abastecida desde el m ar
dencia real en el curso de la contienda y cabía fom entar desde ella, por medio
nadie podía sospechar: la ocupación de los mesenios de N aupacto, desór­
de Pilos. denes y levantam ientos entre los hilo-
Un tem poral hizo refugiarse a la tas y la población de M esenia. Esparta
arm ada ateniense en la bahía de Pilos, decide el regreso inm ediato del ejérci­
situada en plena M esenia, en la costa to que acababa de invadir el Atica y de
occidental del Peloponeso. D em óste­ la flota enviada a C orcira y organiza el
nes, que quizá conocía la zona y había asalto contra los atrincheram ientos
previsto en algún m om ento el plan, atenienses de Pilos, que atacaron desde
convenció a sus dos colegas para que todos los lados; para obstaculizar la
siguieran ruta m ientras él establecía actividad de las trirrem es atenienses
un puesto fortificado en aquel lugar; un cuerpo de 420 hoplitas lacedem o-
34 Aka! Historia del M undo Antiguo

nios es transbordado al islote de Esfae- conversaciones sin llegara nada firme,


teria, que cierra perpendicularm ente y probablem ente, com o piensa Wood-
la entrada de la b ahía y queda sep ara­ head, Cleón acertó al rechazar la pro­
do de la península de Pilos por un puesta de paz, puesto que un acuerdo
estrecho canal. Dos días después de de paz hubiera beneficiado m ás a
las refriegas aparece E urim edonte con Esparta que a Atenas, cuyos proble­
casi toda la escuadra (D em óstenes mas económ icos derivados de la Liga
h abía rem itido aviso de lo que sucedía m arítim a y de la G uerra no se habrían
cuando estaba anclada en Zacinto), resuelto, proporcionando adem ás a
sorprende a la m arina lacedem onia y los peloponesios la oportunidad de
queda dueño del mar. Pero los hopli- rehacerse para reem prender más tarde
tas de Esfacteria están aislados e irre­ la lucha en mejores circunstancias.
m isiblem ente perdidos. U na trirrem e ateniense devolvió a los
Las consecuencias de esta o pera­ em bajadores lacedem onios a Pilos y
ción se consideran en Esparta tan gra­ el arm isticio expiró, no sin que antes
ves com o para reconocer la necesidad los atenienses se incautaran, alegando
de p oner fin a la G uerra; la vida de los una infracción de los térm inos de la
casi doscientos espartanos de pleno tregua, de las sesenta naves pelopone-
derecho rodeados en Esfacteria tenía sias que Esparta hab ía entregado en
m ás valor que cuantas ventajas p u d ie­ depósito com o garantía de buena fe.
ran obtenerse si el conflicto seguía, lo N o resu ltab a fácil, sin em bargo,
que m uestra cuán vigente se h allab a reducir a los hom bres de Esfacteria y
la obsesión de los laconios por que no C león no cesaba de excitar a sus con­
continuara dism inuyendo la cifra de ciudadanos contra la lentitud de las
los homoioi. Por eso se establece un operaciones. N icias, harto de recri­
arm isticio con Dem óstenes y los ate­ m inaciones, le reta a que acepte el
nienses trasladaron a una em bajada m ando; Cleón acepta y com o general
lacedem onia hasta la A sam blea para extraordinario llega a Esfacteria con
ofrecer la paz. Los térm inos propues­ un cierto núm ero de peltastas y 400
tos por Esparta fueron la conclusión arqueros, fuerzas m ucho m ás móviles
de un tratado de paz y de alianza entre que los hoplitas. C on ayuda del estra­
atenienses y lacedem onios, y a cam ­ tego Dem óstenes y de la guarnición de
bio Atenas debería perm itir la salida Pilos tarda pocos días en arrinconar a
de los soldados laconios bloqueados los lacedem onios y obtener su entre­
en Esfacteria. Tucídides refiere que los ga: son ya únicam ente 292 hom bres,
espartanos estaban convencidos de que de ellos unos ciento veinte ciudadanos
sus oponentes, que antes del estallido espartiatas que pertenecían a las m ejo­
de la G uerra habían deseado llegar a res fam ilias de Lacedem onia. La sen­
un acuerdo pacífico y ello no fue posi­ sación triunfal de los atenienses por
ble por la propia negativa de Esparta, esta victoria fue más que justificada,
iban a aceptar ahora su propuesta y y constituyó un éxito personal para
a devolver los hom bres. Cleón, que políticam ente alcanzó su
Pero la Asam blea ateniense exigió m om ento de mayor influencia. Táctica­
otras condiciones, que p asab an por la m ente Pilos se convierte en un enclave
rendición de los hoplitas de Esfacteria excepcional: tam bién los atenienses
y su traslado a Atenas antes de nego­ pueden ahora «invadir» Laconia por
ciar, y la devolución de cuatro plazas la espalda, acoger a todos los hilotas y
al dom inio de la Liga m arítim a; sólo m esenios que deserten; pero adem ás,
entonces dejarían en libertad a los p ri­ con los prisioneros en su poder, la
sioneros y se firm aría un tratado de A sam blea ateniense puede extrem ar
paz. Esta actitud de C león y sus p arti­ su intransigencia con E sparta y de
darios condujo a la ru p tu ra de las hecho usará a estos rehenes para adver-
La guerra del Peloponeso 35
La guerra civil en Corcira greso tanto los estados com o los ciu ­
Durante los siete días en que, tras su dadanos muestran mejores propósitos
llegada a puerto, Eurim edonte estuvo porque no están acuciados por im pe­
fondeado con las sesenta naves, los riosas necesidades: pero la guerra,
corcirenses asesinaron a aquéllos de que arrebata la seguridad de cada día,
sus conciudadanos a quienes tenían es un maestro en las m anifestaciones
por enemigos, descargando la respon­ de la fuerza y presta su rostro, co n fo r­
sabilidad sobre las personas hostiles a me actúa, a los resentimientos de la
la dem ocracia, pero m urieron también mayoría. Por el deseo de justificarse,
algunos debido a venganzas privadas hasta las palabras perdieron su valor
y otros, que habían realizado présta­ habitual para definir los hechos. La
mos en dinero, a manos de sus d eu do ­ tem eridad inconsciente se tenía por
res: no faltó a la cita ninguna form a de viril camaradería, la m editada pruden­
muerte y, com o viene a suceder en cia por escandalosa cobardía, la calma
tales mom entos, ningún horror que no por el antifaz del m edroso y las dotes
com pareciera, e incluso más allá. Pues más amplias por la sum a irresolución;
el padre dio muerte a su hijo, los refu­ los golpes alocados se presentaron
giados fueron arrancados de los asilos com o m odelo de recia hombría, las
sagrados y asesinados en el mismo reflexiones firmes y sensatas de bonita
recinto, otros murieron incluso em pa­ excusa para dar la espalda. Y los des­
redados en el santuario de Dionisio. contentos infundían siem pre total co n ­
De este m odo la revolución rodó hasta fianza, sus contradictores la sospecha.
su sem blante cruel, y causó m ayor El urdidor con éxito de una intriga era
conm oción por tratarse de uno de los inteligente, pero aún más agudo el que
prim eros embates, puesto que luego adivinaba su proyecto: mas quien había
acabaría por extenderse a la totalidad, tom ado precauciones para que no se
es un decir, del m undo griego; en cada llegara a tales extremos, éste era el res­
país la controversia consistía en hacer ponsable de deshacer su grupo políti­
venir a los atenienses, com o querían co y estaba paralizado de terror ante
los cabecillas de los grupos populares, los oponentes. Dicho llanamente, an­
o a los lacedem onios, según los oligar­ ticiparse en causar daño a aquel que
cas. Durante la paz no hubieran valido preparaba algo recibía alabanzas, así
excusas ni se habría tenido la osadía como inducir a quienes no se les hubie­
de llamarlos, pero al estallar la guerra y ra ocurrido hacerlo. Lo cierto es que la
entrar en juego, además, el sistema de militancia política se convirtió en un
alianzas, el recurso de hacer venir a un vínculo incluso más estrecho que el
beligerante facilitaba, a quienes busca­ parentesco, pues se afrontaban mayor
ban cualquier cam bio radical, la tarea número de riesgos sin poner discu l­
de perjudicar a sus contrarios o de pas: desde luego tales conciliábulos no
ganar su apoyo para los planes p ro ­ se celebraban con rectos fines en el
pios. E infinidad de desgracias descar­ respeto a las leyes del m omento, sino
garon sobre las ciudades las luchas en contra del ordenam iento estable­
civiles, com o pasa y sucederá siem pre cido para satisfacer la propia avidez.
que el carácter de los hom bres sea el Y los com prom isos m utuos se fortale­
mismo, aunque ahora se adaptaran y cían no tanto con la garantía de la san­
tomaran la form a de cada uno de los ción divina com o en la co m plicidad del
cam bios que presidían los vaivenes atentado com etido contra las leyes.
sociales. En tiem pos de paz y de p ro ­ (Tucídides, 111,81-82)
36 Akat Historia del M undo Antiguo

tir seriam ente del riesgo de su ejecu­ por un tratado de paz que regulaba las
ción en caso de que se repitieran las relaciones entre ellos. C on la ap roba­
devastaciones del Atica. La p o p u lari­ ción de los estrategos atenienses desti­
d ad de Cleón parece que le perm itió nados a la flota de Sicilia los aliados
tam bién a finales de ese año, en que se de A tenas en la isla la asociaron al tra­
debía revisar la cuantía del tributo tado; y los atenienses, suscritos de este
federal pagado p o r los aliados, m odi­ m odo al acuerdo, respetaron la paz
ficar su stan cialm en te las tasas del ab an d o n an d o con sus naves Sicilia.
phoros, que prácticam ente se triplica En el terreno m ilitar el ejército ate­
tratando de recaudar la sum a de 1.460 niense corre m ayores riesgos que en
talentos anuales. Tras el agotam iento las pasadas cam pañas. N icias asesta
de las reservas, cuidadosam ente ah o ­ im portantes golpes, a com ienzos del
rradas hasta el 431, en los siete prim e­ verano, que siem bran el desconcierto
ros años de la G uerra, los partidarios entre los lacedem onios: ocupa la isla
de seguir la lucha creen h aber encon­ de Citera, en la entrada del golfo laco-
trado la forma y el m om ento de extraer nio, que constituía un punto de escala
los fondos necesarios para sus planes de inm enso valor para la escuadra
(sueldos para las tripulaciones de nue­ espartana; saquea el litoral sur de
vos efectivos navales) m ediante este L aconia y acaba ap o d e rán d o se de
increm ento arbitrario del tributo, cono­ Tirea, en la C inuria, ocupada enton­
cido com o la «tasación de Cleón». ces p o r los eginetas expulsados de su
patria por Atenas. Otro de los estrate­
gos, Dem óstenes, está a punto de con­
Las últimas ofensivas quistar M egara con la ayuda de algu­
El asunto de Pilos volvió a proporcio­ nos dem ócratas sim patizantes de la
n a r a Atenas la im aginación y el cora­ causa ateniense, pero fracasa en el
je que había perdido desde la m ulti­ últim o instante; sin em bargo cayó en
plicación de la peste, de suerte que en sus m anos el puerto m egarense de
el año 424 la Asamblea desplegará una Nicea. La suerte no acom pañó, por
in cesan te activ id ad d ip lo m á tic a y contra, a los atenienses en eî am bicio­
militar. En el plano político sobresa­ so plan de sorprender a los beocios ela­
len las dos em bajadas despachadas a borado por D em óstenes y su colega
Persia, la segunda de las cuales pudo H ipócrates: diversos errores com eti­
concertar con el rey D arío II un trata­ dos por la rapidez con que todo se
do de am istad, negociado por el ate­ pensó condujeron a que los beocios
niense Epilico, que ponía a salvo los estuvieran sobre aviso y a que H ipó­
intereses de la Liga en Asia y frenaba crates, salido desde el Atica con un
las aspiraciones espartanas de contar heterogéneo cuerpo de infantería, no
con la colaboración indirecta del G ran m arche al com pás previsto. El resulta­
Rey. Pero tam bién en Sicilia se pactó do fue que Dem óstenes se retiró con
un a salida honrosa que ponía fin a la sus naves por el golfo de C orinto sin
costosa intervención en las lejanas h ab er tom ado Sifas, el puerto de Tes-
aguas ítalosiciliotas. C on motivo de pias, e H ipócrates quedó aislado en
u n arm isticio firm ado en principio Delion, en donde u n ejército beocio
entre las ciudades dorias de G ela y superior, cuya caballería desem peñó
C am arina, al que se sum aron luego un destacado papel, infligió un grave
todos los dem ás estados beligerantes, castigo a la m ilicia de la alianza ate­
acudieron a G ela em bajadores de los niense (que dejó m ás de mil cadáveres
griegos de Sicilia para discutir la posi­ sobre el cam po de batalla). El prim er
bilidad de establecer una paz general, gran com bate terrestre de unidades en
y aleccionados por el siracusano Her- form ación había dem ostrado las defi­
m ócrates el arm isticio fue sustituido ciencias atenienses en el dom inio de
La guerra del Peloponeso 37

Nike desatándose la sandalia


(Fines del siglo V a.C.)
M useo de la A cró p o lis
38 Akal Historia del M undo Antiguo

estas tácticas y la clarividencia de los dentro de la plaza; su ejem plo lo im i­


consejos de Pericles cuando recom en­ taron los habitantes de Estagira y lue­
daba desarrollar p or tierra una estra­ go otras com unidades, que hicieron
tegia siem pre defensiva. defección de Atenas. Pero la victoria
Precisam ente durante la expedi­ m ás determ inante de los espartanos
ción ateniense a Beocia em prendieron fue la capitulación de Anfípolis: sus
tam bién los espartanos una iniciativa habitantes, al com probar que el acuer­
atrevida. Las autoridades lacedem o- do no perjudicaba sus intereses —a
nias apro b aro n que uno de sus solda­ cam bio de una guarnición lacedem o­
dos m ás ilustres, Brasidas, destacado nia, la ciudad conservaría todos sus
en los ataques a Pilos y en la defensa bienes y derechos— y que no traicio­
de M egara frente a D em óstenes, se n ab an a los atenienses de Anfípolis,
trasladara a Tracia con una fuerza de que podrían retirarse libremente, abrie­
1.700 hoplitas (setecientos hilotas y ron las puertas a Brasidas. El estratego
mil m ercenarios peloponesios); las ateniense Eucles, que estaba presente,
ventajas que podía reportar esta ope­ no fue capaz de disuadirles y cuando
ración eran innum erables pues se tra­ el historiador Tucídides, que se encon­
taba, com o en el caso de Pilos, de un traba en ese m om ento com o estratego
golpe audaz y doloroso para el adver­ con siete naves cerca de Tasos, llegó
sario. Sin debilitar al Peloponeso, p o r­ con los refuerzos, la ciudad se había
que Brasidas no com andaba tropas entregado a los peloponesios.
regulares de la Liga, sino una colum na Las consecuencias de esta capitula­
especial m ovilizada al efecto, era la ción fueron desastrosas para Atenas,
ocasión propicia para liberar a otros pues el resto de las ciudades sujetas a
frentes de la presión ateniense, g an a r­ los atenienses em pezaron a p lan ea r su
se la colaboración de los m acedonios paso al bando espartano estim ando
y utilizarlos en su favor (Perdicas, trai­ que las condiciones tan favorables
cionando a Atenas, había hecho saber com o las ofrecidas por B rasidas a
a E sparta que deseaba su presencia en A canto y Anfípolis m arcaban la opor­
el norte de Grecia), provocar en todo tu n id ad tan esperada durante dece­
el distrito de C alcídica una insurrec­ nios para sacudirse el yugo ateniense.
ción contra A tenas y privarla de los Los auxilios atenienses enviados urgen­
recursos que obtenía desde Potidea tem ente a Tracia no pudieron im pedir
y Anfípolis. que en el invierno del 424/3 Brasidas
B rasid as atravesó sin percan ces se apodere de M ircino, G alepso y Esi-
Beocia y Tesalia —los beocios eran me y dom ine dos de las tres penínsu­
aliados, pero los tesalios, que h u b ie­ las de la C alcídica (Acte y Sitonia);
ran podido im pedirle el paso, no reac­ sólo la península de Palene, con las
cionaron a tiem po— y se reunió con ciudades de Potidea, M enda y Escio-
Perdicas en Dión. De allí se encam ina na, permanecen bajo control de Atenas.
a la Calcídica en la confianza de que Los sucesos de Tracia, acum ulados
num erosas com unidades —algunas a los de Beocia, dieron votos en la
ya h ab ían m andado mensajes a Espar­ Asam blea ateniense a Nicias y los p a r­
ta — se separarían de la alianza ate­ tidarios de negociar, pese a las protes­
niense, por eludir el tributo, y con­ tas de Cleón, pues la pérdida de los
tribuirían a que otras lo hicieran. La dom inios forestales y m ineros del n o r­
prim era ciudad que acogió a Brasidas te de G recia perjudicaba tanto a la
fue A canto, que pasó a form ar parte de política naval ateniense com o benefi­
la Liga peloponesia con las m ism as ciaba a los espartanos, am én del des­
obligaciones, especialm ente de tipo calabro económ ico que suponía la
m ilitar, que el resto de los m iem bros, e pérdida del tributo en aquel distrito.
instaló una guarnición lacedem onia En Esparta se m antenía m uy latente
La guerra del Peloponeso 39

la preocupación p o r los prisioneros de m ente el acuerdo. Esta segunda defec­


Esfacteria y frente a quienes, com o ción enardeció los ánim os en Atenas y
Brasidas, querían intensificar la gue­ se procedió velozmente al envío de una
rra, el rey Plistoanacte im pone la idea expedición a Tracia, la cual tomó M en­
de establecer ahora la paz sin explotar da por la fuerza y organizó el asedio
las ganancias. Por eso en la prim avera de Esciona. Brasidas, por su parte, con­
del 423 lacedem onios y atenienses se tinuó hostigando el territorio norte e
h allaro n m ás dispuestos que nunca a intentó incluso apoderarse de Potidea.
resolver sus diferencias por el cam ino N aturalm ente estos incidentes aca­
de la paz y, con tal intención, conclu­ baron de forma autom ática con todas
yeron un arm isticio de un año de las negociaciones em prendidas para
duración que pusiera fin a todas las llegar a un tratado de paz, aunque
operaciones de la G uerra y facilitara ninguna de las dos partes quiso denun­
la posibilidad de discutir un tratado ciar el arm isticio com o violado y en
sólido y duradero. Por esta últim a las relaciones que am bas m antuvie­
razón el arm isticio fue tam bién suscri­ ron en el resto de G recia cum plieron
to, bajo la presión de Atenas y E spar­ norm alm ente las cláusulas pactadas
ta, por los aliados de am bas potencias, en el acuerdo; solam ente Tracia y C al­
a excepción de Beocia, que se m antu­ cídica constituyeron u n a excepción,
vo en este asunto separada por com ­ pero tanto atenienses com o pelopone-
pleto de las directrices de la Liga del sios ignoraron las operaciones bélicas
Peloponeso. que allí se estaban llevando a cabo
El arm isticio paralizaba a las tropas com o si no afectasen lo m ás m ínim o
de los dos contendientes en los territo­ al cese de hostilidades que se había
rios que en ese m om ento ocupaban y convenido. Sucedió de este m odo que
fijaba las líneas de dem arcación que el armisticio se m antuvo vigente duran­
no debían cruzarse; im ponía asim is­ te todo el tiem po previsto e incluso en
mo que ninguno de am bos bandos el m om ento de su expiración, a la vista
acogería en sus filas a los desertores de de la proxim idad de los juegos Píticos,
la parte contraria. Pero todos los dili­ se decidió bilateralm ente la prórroga
gentes propósitos pacíficos se apaga­ del acuerdo por unos días; E sparta y
ron prontam ente con los problem as Atenas gozaron así de un respiro de
su scitad o s p o r las defecciones de un año, ju n to con sus aliados, hasta la
Esciona y M enda. La prim era de ellas prim avera del año 422.
tuvo lugar dos días después de la rati­ E n esos días la A sam blea ateniense
ficación del armisticio, m as los espar­ eligió entre los estrategos anuales a
tanos apoyaban la afirm ación de B ra­ Cleón y le encom endó la continua­
sidas, a quien se había entregado la ción de la ofensiva en Tracia. La expe­
ciudad, de que la defección era ante­ dición contaba con m edios lim itados
rior a la firm a del convenio, por lo que (treinta trirrem es, u n o s cuatro mil
la discrepancia h ab ría de resolverse, infantes atenienses y de los aliados,
com o se había estipulado en el propio trescientos jinetes) y salió del Pireo
arm isticio, p or m edio de un arbitraje. avanzado ya el verano; no obstante
La solución no agradó a los atenien­ recuperó Torona, en la península de
ses, los cuales iniciaron diversos pre­ Sitonia, y otras pequeñas plazas. C uan­
parativos p o r si fuera necesario rea­ do tiene ante la vista Anfípolis, el p rin ­
lizar un a acción arm ada contra Tracia. cipal objetivo, su colum na es atacada
En tales circunstancias llegó la noticia p or sorpresa: C león y otros seiscientos
de que M enda había seguido los pasos hoplitas pagaron con la vida el desor­
de Esciona y de que B rasidas había den del repliegue; pero tam bién B rasi­
acogido a la ciudad en las filas pelo- das, irrem isiblem ente herido, caerá en
ponesias, con lo que violaba abierta­ el encuentro.
40 A ka l Historia del M undo Antiguo

La paz de Nicias recurriendo a un arbitraje, decretan la


libre circulación de personas por los
C on la desaparición de los dos gene­ territorios dentro de las alianzas y el
rales que con m ayor fuerza defendían libre acceso a los santuarios com unes
la vía m ilitar tanto en Atenas com o en de los griegos; recuerdan por últim o
Esparta fue creciendo el deseo de llegar, que el tratado de paz será perfectible
con honor, a un entendim iento. La puesto que cabe, de com ún acuerdo,
batalla de Anfípolis se convirtió, pues, revisarlo o modificarlo.
en el últim o com bate de la guerra La paz de N icias ponía aparente­
A rquidám ica. D urante todo el invier­ m ente térm ino a una década de luchas
no del año 422/1 N icias, por parte ate­ ya superadas, pero los problem as ori­
niense, y el rey Plistoanacte por el lado ginados a raíz de la pretendida ejecu­
de los lacedem onios trab ajaro n inten­ ción de la cláusula de restitución de
sam ente p o r redactar el tratado en las conquistas m uestran hasta qué
unos térm inos que pudieran satisfa­ punto am bos contendientes se habían
cer a los ciudadanos de am bos estados guiado por motivos estrictam ente p ar­
y no destaparan nuevos motivos de tidistas. Varios aliados de Esparta, y
agravio entre los aliados; las dos poten­ no de los m enores (Corinto, M egara,
cias tuvieron que sortear varios esco­ Elide y los Beocios), se negaron a reco­
llos, surgidos en un caso por la presión nocer el tratado y no p articip aro n ,
de los m iem bros de la coalición (des­ en consecuencia, en la cerem onia del
atendida por Esparta) y planteados en ju ra m e n to —que sí p re s ta ro n los
otro por la resistencia de los elem entos dem ás m iem bros de la alianza espar­
radicales, cuya intolerancia correspon­ ta n a —; para ellos, por tanto, no regía
dió a N icias desarbolar (m érito bas­ la paz y la guerra seguía pendiente.
tante para que la paz quedara ligada En su opinión, Esparta no había pro­
desde antiguo a su nom bre). Por fin, curado una paz que atendiera a los
en los inicios de la prim avera del 421 intereses generales, sino que había
la paz fue establecida y ratificada en actuado en solitario m iran d o a su
Atenas y Esparta por los plenipoten­ propia conveniencia (salvar a los p ri­
ciarios de am bas com unidades, entre sioneros de Esfacteria, recobrar Pilos
los que figuraban Demóstenes y Nicias. y Citera, prestar m ayor atención al
El tratado o paz de Nicias, tran s­ peligro interno de hilotas y mesenios,
crito en su integridad por Tucídides, vigilar a Argos, su eterna enem iga,
tenía un a validez de cincuenta años y que disputaba a los laconios desde el
contem plaba, fundam entalm ente, dos siglo VI la región de C inuria y con la
obligaciones: en prim er térm ino, devo­ que habría de negociar un nuevo tra­
lución de las ciudades conquistadas, tado para sustituir al del 451, suscrito
que regresaban al dom inio de la liga por treinta años, que expiraba preci­
en que estuvieran antes de la guerra; sam ente ahora). La p az de N icias
Atenas garantizaba a las com unidades m encionaba Pilos, Citera, Anfípolis,
de C alcídica que quienes lo desearan Acanto, pero nada decía de Solio y
podrían abandonarlas, que serían autó­ A nactorio (las colonias corintias ocu­
nom as y pagarían, dentro de la Liga padas por los acam am os), de Nisea,
m arítim a, el antiguophoros convenido el puerto de M egara, de Lepreón, que
en época de Aristides. En segundo lugar los eleos reclam aban a la propia Es­
se procedía al intercam bio de todos parta, de la Platea cedida en arriendo
los prisioneros (con ello pierde Atenas a los beocios.
sus valiosísim os rehenes de Esfacte­ C uando este grupo de aliados de
ria). Por lo dem ás, arribos firm antes Esparta exigió que se revisara el tratado
declaran su disposición a dirim ir las por haber sido cerrado sin su consenti­
diferencias ap e la n d o al derecho o m iento y porque lesionaba gravem en­
La guerra del Peloponeso 41

te sus intereses, y los lacedem onios cias de G recia—, pero su im perio había
com prendieron —tam bién en Tracia sufrido ya una im portante sacudida y
surgen negativas a som eterse a las desde el m om ento en que los aliados
condiciones previstas en la p az— que de Esparta se obstinaban en desarrollar
su autoridad frente a los aliados p ro ­ una política propia, el acuerdo de paz
pios flaqueaba, se concibió una fácil sólo proporcionaba a los atenienses
solución para im poner obediencia a ventajas formales, no positivas. En
los aliados, recuperar a los prisioneros estos m om entos se había dem ostrado
de Esfacteria y paralizar la enem istad que el dom inio ateniense era frágil y
de Argos: proponer a Atenas que la paz que su m antenim iento había elevado
fuera reforzada m ediante la conclu­ la cifra de pérdidas hum anas m uy por
sión de un a alianza defensiva por cin­ encim a de lo previsto; desde el punto
cuenta años. Las negociaciones fueron de vista financiero los recursos se halla­
rápidas porque para Atenas tam poco ban cerca de su agotam iento (dejando
era cóm odo que los otros m iem bros aparte el fondo especial de mil talen­
de la alianza espartana im pidieran la tos) y era preciso recuperar las deudas
ejecución de la paz de Nicias, de forma tributarias de los aliados para sanear
que a com ienzos del verano del 421 los la reserva consum ida en la década
mism os plenipotenciarios que habían de guerra.
ju rad o el tratado de paz ratificaban un
acuerdo de alianza entre Esparta y
Atenas p o r el que am bas se com pro­ 2. El período de la paz
m etían a prestarse ayuda m utua si de Nicias y la expedición
eran atacados por un tercero, y los ate­
nienses aseguraban tam bién su asis­
a Sicilia
tencia si en Esparta se producía una En el ánim o de todos los griegos se
revuelta de hilotas. había instalado la im presión, a la vista
Atenas, p or su parte, podía creerse de las razonables dificultades de eje­
beneficiada por los térm inos de la paz cución de los térm inos del tratado, de
de N icias —e inm ediatam ente depués que la paz de N icias im puesta por Ate­
p or el tratado de alianza, que hacía nas y Esparta no era sino una tregua
inatacables a las dos grandes poten­ pasajera que no había querido zanjar,
Escena funeraria
(Hacia el 430 a.C.)
M useo Nacional de Atenas
42 Akat Historia d el M undo Antiguo

de forma clara, el diálogo de las armas. aquellos aliados de Esparta que no


Es cierto que los dos principales a n ta­ habían tom ado parte en el juram ento
gonistas intentan elim inar las más de la paz de Nicias continuaban estan­
directas am enazas a la paz y restable­ do con Atenas en relaciones de hosti­
cer su autoridad perdida m ediante la lidad, situación tanto m ás incóm oda
persuasión y la aplicación de m edidas y molesta cuanto que E sparta había
excepcional mente suaves, y que d u ran ­ establecido una alianza defensiva con
te los siete años en que el tratado estuvo los atenienses, lo cual suponía que si
en vigor am bos países eluden cualquier cualquiera de ellas invadía el territo­
enfrentam iento directo; sin em bargo, rio del Atica u otros dom inios atenien­
nada se hace por evitar los com bates y ses se encontraría con que esta vez los
perjuicios indirectos ni se negocian lacedemonios, de acuerdo con la alian­
otros acuerdos duraderos con aque­ za, unirían sus fuerzas a las de Atenas
llos aliados m ás descontentos (pues para repeler la agresión. Ante esta
era norm al que, p or ejem plo, C orinto, situación dos de las ciudades que no
hiciera todo lo posible para recobrar h ab ían suscrito la paz se decidieron a
sus antiguas posesiones y su influen­ pactar por sí m ismas, y los prim eros
cia en el Adriático). fueron los beocios. Beocia convino
con Atenas un acuerdo de tregua reno­
vable que se m antuvo, según parece, al
La lucha diplomática m enos durante seis años (421-415).
Tam bién los corintios, a quienes tanto
y los conflictos parciales había perjudicado la paz de Nicias,
M ientras Atenas insiste en que se ap li­ solicitaron a los atenienses la conce­
quen las cláusulas del tratado de paz, sión de una tregua sim ilar, pero la
E sparta era incapaz de obligar a sus A sam blea la denegó.
propios aliados a que aceptaran las La idea de que la paz de Nicias había
condiciones pactadas. A m bas p oten­ sido m ucho m ás beneficiosa para Ate­
cias habían intercam biado sus prisio­ nas que para los peloponesios había
neros (Atenas devolvió a los hoplitas fom entado el descontento entre los
laccdem onios sólo después de firm ar corintios, agravado por la circunstan­
la alianza defensiva de cincuenta años), cia de que Esparta, que siem pre había
pero las ciudades calcídicas seguían aspirado a una hegem onía de hecho
sin reingresar en la liga m arítim a y sobre todo el Peloponeso, se hallaba
Esparta no lograba convencer a Cleá- realizando una política que debilitaba
ridas, com andante laconio en el distri­ a sus aliados dorios y favorecía la eco­
to, ni a Anfípolis de que abrieran las nom ía ateniense. Para defender su polí­
puertas a los atenienses; los beocios tica C orinto convence a Argos, que
no evacuaban P an ad o , la fortaleza de había m antenido hasta el 421 un enten­
la frontera ática que debían restituir dim iento con Esparta, de la utilidad
a los atenienses. Atenas, que ligaba de crear una federación que agrupe a
cualquier devolución de sus conquistas quienes, m altratados por las dos poten­
a la recuperación de Anfípolis, no cias, se opongan a sus planes de dom i­
desalojaba a sus guarniciones de Pilos nio com ún sobre toda Grecia. Después
y Citera. de una tensa reunión en C orinto, a
N o cabe por tanto extrañarse de que la que asistieron tam bién delegados
una serie de estados de la alianza espartanos, Argos da el paso de enca­
espartana, y a la postre incluso Atenas bezar una alianza peloponesia a la
y los laconios, trataran de consolidar que tam b ién se a d h ie re n C orinto,
sus particulares conveniencias nego­ M antinea, Elide y algunas ciudades de
ciando aislada e independientem ente la Calcídica que no deseaban regresar
diversos pactos. En principio, todos al imperio ateniense; el tratado de alian-
La guerra del Peloponeso 43

za sc c o n fo rm ó so b re la b a se de e inteligente, esm eradam ente educado,


la autonom ía e igualdad entre los fir­ el A lcm eónida constituye una figura
m antes. Con todo, ni M egara, ni Tegea enigm ática y seductora para los ate­
ni los beocios, dueños tam bién de fuer­ nienses de la época, repleta de elo­
tes motivos de queja contra Esparta, se cuencia y genio, cuyos sentim ientos
unieron a una alianza inspirada por políticos fácilm ente d esem bocaron
los ciudadanos dem ócratas de Argos. en posturas dem agógicas, aunque a
Pero la acción diplom ática de lace- m enudo estuviera dom inado por gus­
dem onios y atenienses tam poco cesa. tos aristocráticos.
E sparta presionó a los tebanos para Elegido estratego en la prim avera
que cum plieran la parte de la paz de del 420, Alcibiades se lanza a su típico
Nicias que prescribía la entrega de Pa- juego de sutiles m aniobras y hechos
nacto a sus adversarios y la devolu­ audaces que tan pronto dio nuevas
ción de los p risio n ero s hechos en alas a Atenas como estuvo casi a punto
D elion que todavía conservan los beo­ de provocar los peores desastres. G ra ­
cios, pues pretendía forzar a A tenas a cias a su enorm e habilidad para sor­
retirarse de Pilos, y esta ocasión fue tear las dificultades legales derivadas
aprovechada por Beocia para pedir a de la existencia de otros tratados ante­
cam bio un tratado bilateral con E spar­ riores, Alcibiades no tuvo problem a
ta. Poco im portaba que ello fuera co n ­ para que sus com patriotas aprobasen
trario a la cláusula de la p az de N icias la conclusión de una alianza defensi­
que im pedía a los laconios negociar va por cien años con Argos, a la que se
acuerdos por separado, pues en m arzo unieron M antinea y Elide. La llam ada
del 420 se cerró un a alianza defensiva «C uádruple A lianza» (Atenas, Argos,
entre E sparta y los Beocios en los m is­ M antinea, Elide) rom pía las expecta­
mos térm inos que la alianza de ate­ tivas tanto corintias com o espartanas
nienses y lacedem onios hecha un año de atraerse a Argos dentro de su esfera
antes. Atenas recobró así P a n a d o y m ilitar (aunque sólo fuera neutrali­
a los prisioneros de Delios, pero com o zándola com o enem iga), pero adem ás
los beocios h ab ían arrasado la fortale­ introducía la curiosa circunstancia de
za antes de evacuarla se negó a entre­ que todos los futuros beligerantes se
gar Pilos, cuya devolución continuó hallaban ligados defensivamente entre
supeditada a la de Anfípolis. sí por alianzas bilateriales o m últiples.
Las negociaciones de los esparta­ Si a nadie sorprende en G recia la
nos con Tebas, así com o el acerca­ extensión de esta red de pactos contra­
m iento que in ten tab an con Argos, dictorios, tam bién parece norm al la
condujeron a la A sam blea ateniense a proliferación de teatros secundarios
em prender un a política antilaccde- de operaciones en donde debilitar al
m onia. Esta vez no pudieron N icias y adversario sin violar los tratados. En
sus seguidores convencer al pueblo de el 420 los aten ien ses c o n tin u a ro n
las ventajas de la colaboración y de la guerreando en Tracia y en la C alcídi­
b u en a voluntad m ostrada por Esparta ca, y en el 419, año en que N icias y
para obligar a sus aliados a cum plir lo A lcibiades fueron elegidos entre los
acordado: a la cabeza de los adversa­ diez estrategos, tra ta ro n ju n to con
rios de la paz se instaló Alcibiades, Argos de fortificar Patras y Río (en la
personaje clave en la historia atenien­ parte peloponesia de la entrada del
se de los últim os quince años de la golfo de C orinto), pero sus hoplitas y
G uerra. Sobrino de Pericles por el arqueros son desalojados por tropas
lado m aterno, había com batido en las de C orinto y Sición que tem ían ver
cam p añ as de Potidea y D elion y se cerrado así el cam ino a sus puertos.
había iniciado en la política durante En el verano Argos, m iem bro de la
la paz de Nicias. Por su espíritu rebelde C uádruple A lianza, atacó el territorio
44 Akal Historia del M undo Antiguo

de Epidauro, aliada de Esparta: fraca­ se hizo en la batalla de M antinea (agos­


sado un intento de regular este asunto to del 418) con una decisiva victoria.
pacíficam ente, los lacedem onios ayu­ Los atenienses se retiraron habiendo
dan a E pidauro con 300 soldados en el perdido a dos de sus estrategos.
invierno del 419/8 sin que Atenas inter­ Las consecuencias de M antinea se
venga (Alcibiades obtiene, en represa­ reflejaron en una dism inución de la
lia, la aprobación de la Asam blea para ofensiva militar (poco después de la ba­
reinstalar hilotas en Pilos y an o tar en talla los atenienses y los eleos repi­
la estela de piedra que contenía la paz tieron un ataque contra Epidauro, pero
de Nicias que los espartanos h abían los espartanos eludieron un nuevo
quebrantado el juram ento). enfrentam iento). Sin haber roto abier­
En la prim avera del 418, reelegidos tam ente la paz de Nicias, Esparta ha
para el colegio de estrategos N icias y recuperado la hegem onía en el Pelo­
Alcibiades, Argos seguía hostigando a poneso y la autoridad sobre bastantes
Epidauro; Esparta, que debe m antener aliados, ha vencido por añadidura las
su prestigio en el Peloponeso, in v a d e . reticencias de los corintios; adem ás la
la Argólida con más de cuatro mil ‘ aristocracia de Argos rom pe la alian ­
hoplitas propios y fuertes contingen­ za con Atenas y suscribe un tratado
tes aliados (arcadlos, beocios, co rin ­ con Esparta, Perdicas IT de M acedonia
tios, sicionios, m egarenses, epidauros, y los estados de Calcídica por un plazo
fliuntinos, pelenios); p o r suerte para de cincuenta años. Tam bién M anti­
la infantería de Argos, de M antinea y nea concertó otra alianza con los lace-
de Elide, que les hizo frente, el rey dem onios. Atenas se encuentra, por su
Agis de Lacedem onia, jefe de la expe­ parte, ante el fracaso de una política
dición, fue persuadido por dos aristó­ tibia y contem porizadora, según piensa
cratas argivos a cerrar un arm isticio la Asam blea, que ha perdido la oca­
de cuatro meses y licenció a las tropas. sión de arru in ar por com pleto a sus
C uando Atenas llegó a Argos con mil enemigos aprovechando las querellas
hoplitas y 300 jinetes para cum plir los internas de las ciudades del Pelopo­
deberes de aliado su concurso ya no neso. A ello seguirá una perceptible
era preciso. Sin em bargo Alcibiades, crisis, que dañó sin duda las institu­
probable culpable del retraso, co n ­ ciones atenienses.
venció a sus otros tres socios de que no
había sido correcto firm ar un arm isti­ La disensión en Atenas
cio con los lacedem onios sin haber
incluido en él a todos los aliados y de La tensión entre los atenienses había
que la m ejor respuesta consistía en crecido a resultas de los últim os con­
contratacar. El arm isticio tuvo pues tratiem pos, agravados por las dificul­
escasa duración, porque de inm ediato tades financieras que delatan los prés­
los m iem bros de la C uádruple A lianza tam os tom ados de las cajas de los
partieron en expedición contra A rca­ santuarios (tesoro de Atenea). El des­
dia, aliada de Esparta; allí conquis­ crédito de los planes de Alcibiades,
taro n O rcóm eno y p u siero n luego realizados con un alto coste económ i­
cam ino hacia Tegea —lo que provocó co y escasos frutos, y la falta de inicia­
la retirada de los eleos, molestos de tiva de N icias no im pedía que am bos
que no se asaltara L epreón—. Esparta protagonizaran una evidente rivali­
tuvo que intervenir de nuevo y el rey dad que se traducía en la defensa ante
Agis, con unos cuantos refuerzos de la A sam blea de los dos program as ya
Tegea, H erea y M ainalia, les salió al conocidos (revitalización de la guerra,
paso en la llanura mantfnea: la superio­ expansión, aprovecham iento de las
ridad táctica y profesional del ejército ventajas estratégicas, frente a afianza­
lacedem onio fue indiscutible y Esparta m iento del estado de paz, recupera-
La guerra del Peloponeso 45

La Atenea de Varvakion
Copia rom ana de una escultura griega
M useo Nacional de Atenas
46 Akat Historia del M undo Antiguo

ción negociada de las posesiones). La expedición, con ayuda de Quíos y Les­


resurrección del viejo fantasm a del bos, y después de un asedio im placa­
ostracism o, que am bos rivales espera­ ble forzó a los melios a la rendición.
ban fuera votado contra su oponente, La Asam blea ateniense extrem ó de
castigó finalm ente al exilio a un terce­ nuevo su crueldad, com o en el caso
ro en discordia, el dem agogo H ipérbo- de M itilene: los hom bres capaces de
lo (los ostrcika de los partidarios de m anejar arm as fueron ejecutados, las
N icias y Alcibiades se unieron para m ujeres y niños reducidos a la esclavi­
deshacerse de aquel incóm odo ap ren ­ tud; el territorio de Melos fue ocupado
diz de Cleón). Este abuso pactado del por 500 clerucos atenienses. La res­
ostracism o no causó ningún bien a la ponsabilidad de este trato in h u m an o
democracia, pues m ostraba sólo la im ­ dejó profunda huella en G recia y se
p o ten cia de A tenas p o r e n c o n tra r atribuye en gran parte a Alcibiades,
una vía adecuada a su historia y a sus pero ad em ás todo el in cid e n te de
medios. Es significativo que N icias y M elos era una prueba clara de viola­
Alcibiades fueran en el 417 nueva­ ción del derecho por m edio de las
m ente estrategos. armas. En el famoso Diálogo de Melos,
Atenas perm aneció durante esc año auténtico «discurso del m étodo de la
en una nerviosa espera, desplegando filosofía im perialista» en el que Tucí-
u na discreta actividad d iplom ática dides expresa el espíritu de las conver­
entre los jonios (inauguración del tem ­ saciones entre atacantes y asediados,
plo de Délos). A partir del verano se quedó de m anifiesto cóm o frente a la
reaviva la conflictividad en el Pelopo­ brutal conveniencia del dom inio polí­
neso: los dem ócratas de Argos se hacen tico que sólo adm ite el derecho de la
con el poder, tras u na breve guerra fuerza no bastaría a los débiles melios
civil, rom pen la alian za con Esparta contraponer el derecho a la libertad
(plazo previsto, cincuenta años; d u ra ­ que tenía cada estado; para descrédito
ción real, uno) y propician el acer­ de Atenas, los melios defienden en el
cam iento a A tenas; por consejo de D iálogo los principios de la justicia
Alcibiades y con la ayuda de obreros que deberían regirlas relaciones entre
áticos em piezan a levantar m urallas los griegos, m ientras que la A sam ­
entre Argos y el mar. Los lacedem onios blea ateniense —Alcibiades, el ejército
invadieron sin dem ora la A rgólida y asediante, los estrategos— encarnan
arrasaron los incipientes m uros, pero el sím bolo de que la ley natural de la
la ciudad, au n q u e agotada, resistió fuerza aniquila las norm as del dere­
ahora y en los años venideros frente a cho en perjuicio de quienes confían
Esparta. En el 416 Alcibiades deportó, en ellas.
con veinte trirrem es, a 300 argivos Esparta no hizo nada para evitar la
entregados por los dem ócratas. caída de Melos. Sí persistieron am bos
Pero el acontecim iento m ás signifi­ contendientes en sus m últiples accio­
cativo del año 416, sím bolo de las tu r­ nes m ilitares en el norte de G recia
baciones por que atraviesa Atenas, fue (Tracia, bloqueo de M acedonia). Se
la conquista de Melos. La isla había pretendía respetarla paz,pero la alian­
recibido ya la visita de la Liga m aríti­ za estaba ya rota.
ma en el 426 y hab ía sido incluida en
las listas del tributo con un phow s de La expedición a Sicilia
quince talentos; pero después de la paz
de N icias venía actuando, de hecho, La gran expedición ateniense a Sicilia
con plena autonom ía. A tenas quiso fue una desgraciada cam p añ a de Ate­
sacar a Melos de su neutralidad, pero nas en el occidente m editerráneo que
no lo consiguió m ediante palabras; estuvo a punto de provocar el final de
organizó entonces una considerable la G uerra; com o durante la m ism a los
La guerra del Peloponeso 47

dem agogos y la A sam blea crearon un totales eran considerables: 134 trirre­
clim a de superstición y persecuciones, mes y dos penteconteras, 130 em bar­
y con verdadera ceguera y fanatism o caciones de transporte, y u n a fuerza
contagiaron a todos su espíritu derro­ terrestre com puesta por 5.100 hoplitas
tista, que se tradujo en una incom ­ y unos 1.300 soldados ligeros (entre
petente dirección política y m ilitar, ellos 480 arqueros y 700 honderos);
Tucídides le dedicó n ada m enos que los jinetes eran solam ente treinta. El
dos de los libros de su Historia, quizá esfuerzo económ ico realizado por las
com o ejem plificación m ás concreta au to rid ad es atenienses para fin a n ­
de cóm o A tenas fraguó su p ro p io ciar esta operación superaba con cre­
fracaso. ces los tres mil talentos, es decir, los
P ara aten d e r a u n a solicitud de fondos obtenidos por el phoros desde la
ayuda de Egesta, con la que A tenas paz de N icias y otros de la reserva pro­
m antenía un a alianza, en su lucha pia. Depués de una breve estancia en
contra Selinunte —a la que apoyaba Region, desilusionados porque n in ­
Siracusa—, sin haber previsto suficien­ guna ciudad los acogía com o amigos,
tem ente los riesgos de esa aventura los atenienses consiguieron pasar a
(no obstante los inform es favorables Sicilia y establecer u n a base en C ata­
que trajo a su regreso de Egesta una nia. Desde allí iniciaron los ataques a
em bajada enviada al efecto) y guiados Siracusa; fue entonces cuando llegó la
por u n a repentina am bición los ate­ orden de que Alcibides regresara a
nienses votaron que se fletase una Atenas para responder en juicio por
gran arm ada para la conquista de los sacrilegios, pero el A lcm eónida no
Sicilia. C uanto más recordaban Nicias quiso arriesgarse ante el clim a de acu­
y los m oderados las presum ibles difi­ saciones y sospechas que infectaba
cultades que encontrarían en un terri­ A tenas y huyó prim ero a Argos, luego
torio capaz (en hom bres y recursos) y a Esparta; Atenas habría de lam entar
tan alejado com o Tracia y C alcídica, esta deserción, pues A lcibiades fue, al
que aún esperaban ser reconquista­ parecer, el que aconsejó a los lacede­
dos, m ayor belicosidad sacudía a Alci­ m onios los futuros planes de invasión
biades y a quienes estaban seguros de del Atica e inclinó adem ás a los pelo­
que la victoria sobre la anárquica Sici­ ponesios a socorrer urgentem ente a
lia abriría la puerta a un nuevo esplen­ Siracusa.
dor ateniense y al dom inio de G recia Todo el año 41 transcurre sin que los
entera. El m ando de la expedición se sucesivos encuentros arm ados entre
confió, con poderes extraordinarios, a siracusanos y atenienses inclinen defi­
Alcibiades, Nicias y Lám aco; el p ri­ nitivam ente la balanza a favor de uno
mero vio peligrar su puesto cuando, de los contendientes. Si los estrategos
antes d e p a rtirla ilota, quedó envuelto atenienses, después de recibir algunos
en el escándalo de h aber com etido dos refuerzos, lograron ocupar el altiplano
irreverentes sacrilegios: la m utilación de las Epipolas, que dom inaba Sira­
de los herm es (pilares de piedra objeto cusa, y co ntrolar el G ran Puerto, los
de la veneración p o p u lar erigidos en siracusanos contratacaron con efica­
los lugares públicos) y las parodias cia gracias a la ayuda enviada por
im pías de los m isterios de Eleusis. Esparta a los sitiados. Las tropas pelo-
La A sam blea decidió ap lazar el juicio ponesias traían com o com andante al
de Alcibiades hasta el regreso de la espartano Gilipo, cuyas notables habi­
expedición. lidades tácticas le perm itieron desalo­
La escuadra salió del Pireo poco ja r a los atenienses de su posición y
antes del inicio del verano del 415 y forzarlos a replegarse al prom ontorio
fue a encontrarse en C orcira con los de Picmirion; desbloqueó de este m odo
refuerzos de los aliados. Los efectivos a Siracusa, m ientras la infantería y la
48 Akat Historia del M undo Antiguo

m arina atenienses sufrían un cons­ D em óstenes, prisioneros, fueron eje­


tan te desgaste. N icias, único en el cutados. Así concluyó una aventura
m ando tras la m uerte de Lám aco, soli­ cuyo resultado refleja una sum a de
citó refuerzos o la suspensión de la responsabilidades y errores colectivos
em presa. U nos meses más tarde, en el de los estrategos y de la A sam blea
verano del 413, llegó la expedición ate­ ateniense (octubre del 413).
niense de socorro conducida por el
estratego Dem óstenes: 73 trirrem es
con cinco mil hoplitas y unos quince 3. Ultimas cam pañas
mil hom bre más (rem eros, auxiliares); y rendición de Atenas
de entre ellos, tres mil eran atenienses.
En este momento, la G uerra se había Atenas había perdido en Sicilia doce
declarado de nuevo oficialm ente entre mil ciudadanos y 160 trirrem es (las
los dos bandos y quedaba, p o r tanto, cifras totales, añadiendo las fuerzas
an u lad a la paz de N icias —de hecho aportadas por los aliados, eran de cin­
lo había sido ya bastante antes—; ale­ cuenta mil hom bres y 216 trirremes);
gando que los atenienses hab ían roto pero ahora los peloponesios im pedían
los prim eros el tratado cuando un año desde Decelia cualquier aprovecha­
antes, por ayudar a los argivos, habían m iento agrícola del Atica, así com o la
atacado las costas de Laconia, en la explotación de las m inas de L aurión,
prim avera del 413 el rey Agis llevó a y Persia iba a intervenir en la G uerra,
cabo la invasión perm anente del Atica m ediante la alianza con Esparta, m ien­
y fortificó con una guarnición la loca­ tras que el gobierno dem ocrático ate­
lidad de Decelia. A tenas quedaba ais­ niense quedaría transitoriam ente des­
lada por tierra, según había aconsejado plazado por un sistem a oligárquico.
Alcibiades. Pero la situación en Sicilia El phoros federal fue sustituido por
era grave: G ilipo tenía inm ovilizado u na tasa del 5 por 100 percibida sobre
al ejército de la alianza ateniense y los las m ercancías m arítim as entre puer­
ataq u es de D em óstenes co n tra las tos de la Liga; los ciudadanos acom o­
posiciones siracusianas no dieron el dados tienen que asociarse para cos­
fruto apetecido; D em óstenes, p arti­ tear los gastos de la trierarquía, y en el
dario de evacuar Sicilia para socorrer 412 la Asam blea autorizó a disponer
a Atenas, se vio frenado por N icias, de los mil talentos apartados en 431
tem eroso quizá de ser acusado ante com o reserva especial. Los atenienses
los tribunales por su indecisa gestión. consum en así sus últim os recursos en
C on todo ello escapó una op o rtu n i­ los arsenales, en el m aterial naval y
dad inm ejorable para la retirada por en las tripulaciones; sólo por el m ar
mar, que resultó ya im posible cuando cabe resistir.
se perdió casi la m itad de la ilota en
el G ran Puerto en batalla contra las La continuación de la
naves de C orinto y Siracusa. El ejérci­
to intentó entonces replegarse hacia el
guerra y la crisis política
interior del país, pero la caballería Entre finales del 413 y los prim eros
siracusiana h abía ocupado todos los meses del 412 Atenas, que sufre la ocu­
caminos; pudo tom arse una ruta hacia pación estable del Atica desde Decelia
el sur,'pero agotados y sin m oral, h o s­ (razón por la que a esta fase del co n ­
tigados de cerca p o r el enemigo, los flicto, caracterizada tam bién por los
cuarenta m il hom bres caerían m uer­ sucesos de Jonia, se le ha denom inado
tos o prisioneros. El desastre fue ab ­ la G uerra Decélica y Jónica), ha co n ­
soluto; los supervivientes ac ab aro n cebido u n claro plan: restaurar los
sus días en las canteras de Siracusa efectivos de la flota para oponerse
o vendidos com o esclavos. N icias y tanto a los barcos que sus adversarios
La guerra del Peloponeso _ - 49

—Lacedem onia, Corinto, Beocia, Fóci- Cabeza de Hera dei Heraion de Samos
(Hacia el 420 a.C.)
de— aparejaban com o a la escuadra M useo Nacional de Atenas
que, según todos tem ían, llegaría de
Sicilia; con esta nueva fuerza podrían tam bién los persas trab ajan contra
adem ás asegurar el necesario aprovi­ Atenas: el G ran Rey exigía de nuevo a
sionam iento de grano procedente del los griegos, desde C aria al Helespon-
Q u ersonesoydel M ar Negro, y m ante­ to, el pago de tributo, y los sátrapas
ner quizá la autoridad entre aquellos encargados de cum plir este m andato,
aliados más inclinados a abandonar. Tisafernes y F arnabazo, consideraron
Para facilitar estas m edidas y todas que el m ejor medio consistía en secun­
aquéllas útiles al Estado se creó una d ar la política espartana.
com isión de diez probouloi, form ada D esde la prim avera del 412 se rom ­
con buleutas o ciudadanos mayores pen las hostilidades. Los atenienses
de cuarenta años, que prácticam ente p aran en principio los envíos navales
sustituía al C onsejo ateniense, la Bou­ desde el Peloponeso a Asia M enor,
lé, en sus funciones, especialm ente a pero no consiguen evitar que A lcibia­
los pritanos (parte perm anente del des llegue con cinco barcos a Quíos: es
Consejo). Esparta a su vez desencade­ el inicio de la defección de Jonia.
na p o r m edio del rey Agis una intensa Sucesivam ente, Quíos, Eritras, Clazo-
ofensiva diplomática destinada a atraer­ mene, Teos, Ténedo, Efeso y Mileto se
se, garantizándoles protección, a las revuelven contra Atenas. Es la G uerra
ciudades griegas deseosas de escapar Jónica, cuyos detalles conocem os mal
de la alianza ateniense; los eubeos, porque aquí acaba la H istoria de Tucí­
Lesbos, Quíos, Eritras y otros jonios dides. M ientras la diplom acia espar­
tratan con los lacedem onios. Pero tana concluye en m enos de un año tres
50 Akal Historia del M undo Antiguo

tratados de alianza con Persia, en los dición de hoplitas en su m ayor parte.


que reconoce finalm ente los derechos Los C inco Mil am nistiaron a A lcibia­
del G ran Rey sobre Asia M enor, Ate­ des y restablecieron relaciones con los
nas realiza esfuerzos desesperados por dem ócratas de Sam os; luego dejaron
recobrar a los aliados jonios y sus paso a la dem ocracia, no sabem os
naves luchan sin descanso en Teos, cóm o, pues en julio del 410 funciona­
Quíos, Lesbos y Mileto. Un año des­ ban de nuevo la Boulé de los 500 y los
pués, en la prim avera del 411, las ope­ tribunales populares de jurados.
raciones de la alianza m edo-espartana
y de los atenienses (que aprovechan La guerra de Alcibiades
las tensiones sociales existentes en
cada ciudad entre grupos populares y y el fin del conflicto
oligarcas) arrojan un cuadro com ple­ D urante el interludio oligárquico la
jo: Atenas ha perdido y recuperado escuadra ateniense reconquistó en los
M itilene, en Lesbos, tiene de nuevo mares del Helesponto su antiguo pode­
C lazom ene y conserva Sainos y H ali­ río, y para ello contó casi siem pre con
ca rn aso ; los e sp a rta n o s c o n tro la n el concurso de Alcibiades y su flotilla
Quíos, C nido y Rodas, m ientras que de Samos. En las batallas navales de
los persas se h allan instalados en Cinosem a y Abidos (septiembre y octu­
Mileto, Colofón y Eritras. En el Heles- bre del 411) y de Cízico (m arzo del
ponto, después de la defección de 410) los peloponesios perdieron unas
Abidos y L ám psaco los atenienses 160 trirrem es y las esperanzas renacie­
reconquistaron esta últim a ciudad y ron en Atenas, tanto m ás cuanto aue
se establecieron en Scstos, g aran tizan ­ Esparta hizo ofertas de paz a la A sam ­
do de nuevo el paso del trigo póntico blea, que no fueron tom adas en consi­
hacia el Egeo. deración (suponían la cesión de medio
Pero entre mayo del 411 y ju n io del im perio ateniense). H asta el invierno
410 Atenas sufre u n a grave crisis polí­ del 408/7 continúa la guerra naval en
tica que deroga el sistem a dem ocráti­ Jonia y los estrechos: los atenienses
co; sin u sar de la vio len cia, pero fracasan ante Efeso, pero Alcibiades
m an ip ulan d o los m ecanism os legales, recupera Perinto, Selim bria, Calce-
se suprim irá la A sam blea y la Boulé de dón y Bizancio. En otros frentes per­
los 500, así com o las m agistraturas siste la ofensiva de los peloponesios:
dem ocráticas, y la autoridad absoluta el Atica sigue ocupada e incluso el rey
residirá en un Consejo de los Cuatro­ Agis intenta sorprender a la guardia
cientos., soberano y no obligado a ren­ de los Largos M uros; los m egarenses
dir responsabilidades. El Consejo seña­ tom an por fin Ñisca y los espartanos
laba adem ás cuándo debían reunirse Pilos. Corcira abandona la alianza
los cinco mil ciudadanos a quienes se ateniense y se declara neutral.
h ab ían reservado en exclusiva los C u ando A lcibiades conoce que ha
derechos políticos. Tam bién en Sainos sido elegido estratego para el año polí­
estalló un m ovim iento oligárquico tico 407/6 regresa por fin a Atenas; la
sim ilar, pero la flota ateniense allí A sam blea procedió a su rehabilita­
anclada pudo frenarlo e incluso nom ­ ción y le otorgó incluso plenos pode­
bró por su cuenta a A lcibiades com o res como general (junio del 407). Cuatro
estratego. La pérdida de Bizancio, así meses después dirige la flota ateniense
com o de las islas de Tasos y Eubea hacia Jonia, en donde habría de encon­
(im portante productora de grano), pro­ trar a un rival de su talla. En efecto,
vocó la destitución de lçs C uatrocien­ el cargo de navarca lacedem onio lo
tos y la tom a del poder por u n a oli­ desem peñaba ahora Lisandro, buen
garquía m oderada representada pol­ estratega y m ilitar expeditivo, que
los C inco Mil, atenienses con la co n ­ había logrado atraerse a los persas y
La guerra del Peloponeso 51

obtenido la financiación de los suel­ que el mal tiem po im pidió recoger a


dos de sus remeros con u n a paga supe­ los náufragos desató en la A sam blea
rior a la que ofrecía la liga ateniense. Y un violento debate que term inó con­
si en principio Alcibiades redujo a las denando a m uerte a los estrategos.
ciudades de Tasos y A bdera, sufrió M edida ilegal y cruel, que fue sin
luego un descuido irreparable que per­ em bargo llevada a cabo y que m uestra
m itió a L isandro alzarse con la victo­ el descontrol de las instituciones en
ria naval de Notio (prim avera del 406); las horas de desesperanza. Para colmo
A lcibiades no fue reelegido estratego de males, E sparta insistió en negociar
para el año 406/5 y, al conocer la noti­ y por segunda vez los sectores radica­
cia, ab an d o n ó definitivam ente a los les de la dem ocracia rechazaron esta
atenienses para refugiarse en sus pro­ oferta.
piedades del Q uersoneso de Tracia. Y En la prim avera del 405 Lisandro
precisam ente en ese verano del 406 regresa al frente de la flota pelopone-
obtuvo Atenas su últim a victoria: con sia y ataca los estrechos, tom ando
una escuadra considerable, para cuyo Lám psaco. Las últim as 180 trirrem es
equipam iento contribuyeron los p a r­ de la escuadra ateniense llegaron tar­
ticulares con sus bienes y los tem plos de y quedaron confiadam ente a la
con los exvotos de valor y que estaba expectativa; sorprendidas por L isan­
tripulada en parte p or esclavos, el dro en Egospótam os, sólo una docena
estratego C onón derrotó en las islas escapó a la derrota (finales de agosto
A rginusas al navarca C alicrátid as, del 405). C on la victoria de Egospóta­
sucesor de Lisandro, que perdió 75 tri­ m os arreb ató E sp arta sus últim as
rremes (agosto del 406). Sin em bargo, posesiones a Atenas en el H elesponto
la victoria costó a Atenas m ás de cinco y el Egeo, a excepción de Samos, que
mil hom bres, lo que unido al hecho de resistió hasta el final de la G uerra.

La rendición de Atenas ba trajeron esta propuesta a Atenas. A


m edida que entraban en la ciudad les
C uando los em bajadores atenienses rodeaba una espesa m ultitud, cuyo
llegaron a Esparta se celebró una sesión tem or era que regresaran de vacío:
durante la cual los corintios y los teba­ pues ya no cabían más dilaciones a
nos defendieron con ahínco la postura causa del número de seres que pere­
más dura, com o también hicieron otros cían de hambre. Al día siguiente los
muchos griegos, de no negociar acuer­ em bajadores expusieron en público
dos con los atenienses, sino a niquilar­ bajo qué condiciones los lacedem o­
los. Pero los lacedem onios se negaron nios cerrarían la paz: el prim ero en
a reducir a la esclavitud a una ciudad hablar fue Teramenes y señaló que era
griega que tantos favores había p ro d i­ ineludible ceder a los lacedem onios y
gado en las horas en que mayores peli­ destruir los muros. Aunque un grupo
gros amenazaron a Grecia, y fijaron la se m ostró d is c o n fo rm e , otra parte
paz en los siguientes términos: debían m ucho m ayor apoyó sus palabras: se
derruir prim ero los Largos Muros y la tom ó la decisión de aceptar la paz.
fortificación del Pireo, entregar todas Después del acuerdo Lisandro fondeó
las naves, excepto doce, y aceptar el en el Pireo, fueron llegando los desterra­
retorno de los desterrados; tendrían dos y al ritmo de las tañidoras de flauta
luego los mismos am igos y enemigos empezaron a derribar los muros, entre
que los lacedem onios y los seguirían una inmensa algazara, convencidos de
tanto por tierra como por mar a cuantas que aquella jornada se producía en
expediciones em prendieran. Terame- Grecia el nacim iento de la libertad.
nes y la delegación que lo acom paña- (Jenofonte, Helénicas, 11,2,19-23)
52 A kal Historia del M undo Antiguo

H acia el mes de octubre L isandro ron, a veces a duras penas, perm ane­
aparece frente al Pireo, m ientras los cer fuera del conflicto. Asom bra, en
reyes Agis y P ausanias cercan desde prim er térm ino, la m agnitud de las
tierra a los atenienses. Ante la efectivi­ im plicaciones económ icas; todos los
dad de este bloqueo la rendición por recursos propios de los beligerantes
ham bre era sólo cuestión de tiem po; resultarán muy dañados tanto por lo
así lo entendieron tam bién los ate­ que se exige de ellos cuanto porque
nienses, que pretendieron negociar su son atacados, com o objetivo m ilitar,
suerte prim ero con Agis y luego con p or el adversario: cam pos y plantacio­
L isandro, pero am bos les rem itieron a nes del Atica, del Peloponeso, de la
las autoridades espartanas. G recia C entral y de Jonia quedan
A Esparta pues hubo de en cam in ar­ m altrechos y la población em pobreci­
se una em bajada presidida por Tera- da; debido a las pérdidas hum anas se
m enes y dotada con plenos poderes, la resentirá el cultivo de num erosos terri­
cual trató de obtener ante el consejo torios. El endeudam iento de algunos
de la Liga del Peloponeso las mejores estados por la ayuda exterior recibida
condiciones para su patria. E sparta se —sobre todo de Persia— representará
opuso a la destrucción total de Atenas, u n a grave hipoteca política en el futu­
com o algunos de sus aliados postula­ ro, com o sucedió por ejem plo al tener
ban, pero reguló estrictam ente la futu­ que ab a n d o n ar Jonia y sus m ercados;
ra situación ateniense: destrucción de pero sim ultáneam ente se ha condicio­
las m urallas del Pireo y de los Largos nado ya para siem pre la organización
M uros, regreso de los desterrados, m ilitar griega, que dependerá m enos
entrega de todas las naves, salvo doce, de los ciudadanos que de los ejércitos
y evacuación de todas las posesiones a sueldo reclutados en cada caso. La
exteriores de Atenas, incluidas las cle- desaparición de la Liga m arítim a con­
ruquías; m ilitarm ente se obligó a Ate­ duce adem ás a que fenóm enos com o
nas a depender de la liga peloponesia el de la piratería, que se abrigaba en
y a contribuir con fuerzas a sus expe­ los dom inios persas, renazcan vigoro­
diciones. En abril del 404, aceptadas sam en te con sus p esad as secuelas
estas condiciones por la A sam blea, (dificultades de aprovisionam iento,
L isandro y los espartanos entraron en encarecim iento de precios). Son algu­
el Pireo para ejecutar las cláusulas de nos de los problem as que ensom bre­
la capitulación. Dos meses m ás tarde cieron a los griegos en el siglo IV.
se rindió Samos y term inaron las hos­ Pero los cam bios resultan tam bién
tilidades abiertas veintisiete años antes. apreciables en otros órdenes. Tal como
reflejan las obras de Eurípides y Aris­
tófanes, o los escritos de la Sofística,
Consideración final contem poráneos de los años de la
El rem ate m aterial de la G uerra del G uerra, el conflicto ha desencadena­
Peloponeso es la elim inación del im pe­ do un proceso político y m oral que
rio m arítim o ateniense y la sujeción liquidará las m ejores conquistas del
política del Estado ateniense, p o r cor­ espíritu griego en el ám bito de la liber­
to tiem po, a los dictados de Esparta. tad, de la autonom ía y de la justicia. A
Pero el declinar de A tenas arrastró la im posición de la doctrina del más
consigo la ru in a p a u la tin a de sus fuerte contrib u y en eficazm ente las
adversarios y sum ió en profundos m uchas ocasiones en que se ejercen la
trastornos al resto de los griegos. La feroz crueldad y la im piedad, contra­
G uerra del Peloponeso alcanzó glo­ rias a las convenciones de la razón, en
balm ente el rango de u n a guerra civil que sobre la equidad prevalecen inte­
en tre los griegos, cuyos efectos se reses injustificados. El recrudecim ien­
extendieron incluso a quienes pudie­ to de las luchas sociales e ideoló-
La guerra del Peloponeso 53

gicas, polarizadas en torno a la opo­ vam ente de los m ecanism os de igual­


sició n d e m o cracia /o lig arq u ía , dejó dad y cooperación para quedar al
abierta una herida que a lo largo del servicio de la potencia que las equipa
siglo IV d eb ilitará a ltern ativ a m en ­ o financia. La G uerra del Peloponeso
te a u n as u otras com unidades; la no trajo la ruina de A tenas ni el triun­
inestabilidad política constituirá, sin fo de Esparta, sino la derrota colectiva
d u d a , o tra h eren cia forzosa de la de casi toda G recia; los verdaderos
G uerra. vencedores fueron los im perios forá­
Por últim o, es natural que el sistema neos, los grandes estados periféricos
de relaciones y alianzas entre estados com o Persia y M acedonia para quie­
experim entara asim ism o graves alte­ nes la división y agotam iento de los
raciones; no sólo se violaron m uchos griegos garantizaba, si se adm inistra­
de los usos de la guerra, que había cos­ ba con habilidad, el afianzam iento y
tado varios siglos establecer, sino que progresión de sus dom inios. Con la
el m ism o funcionam iento de las ligas furia de las em presas bélicas se destro­
religiosas o de las confederaciones zó plenamente la obra levantada duran­
políticas y m ilitares se apartó definiti­ te el siglo V.
Cabeza de Hera, p rocedente de Argos
(Hacia el 420 a.C.)
M useo Nacional de Atenas
54 A kal Historia del M undo Antiguo

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Esta historia, obra de un equipo de cuarenta profesores de va­
rias universidades españolas, pretende ofrecer el último estado
de las investigaciones y, a la vez, ser accesible a lectores de di­

HISTORIA versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au­


tores antiguos, mapas, ilustraciones, cuadros cronológicos y

■^MVNDO orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con


un doble valor, de modo que puede funcionar como un capítulo

A ntïgvo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una
monografía. Cada texto ha sido redactado por el especialista del
tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto.

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