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Complejidad,
inmanencia y la larga revolución en Raimond Williams”:
Daniel Hartley
08/01/2016 Deja un comentario Go to comments
Con algunas excepciones más o menos1, la obra de Raymond Williams no ha sido siempre
abordada con el rigor sistemático que merece2. El presente artículo trata, modestamente, de
contrarrestar esta tendencia pensando en la unidad que las diversas lecturas parciales de
Williams han perdido de vista. Si este intento corre el riesgo de parcialidad “sincrónica” o –
por retomar la expresión de Williams – “epocal”3, es sin embargo necesario si queremos
asegurar la visión de conjunto del trabajo de toda su vida. Hacerlo así es importante tanto
para nuestra comprensión del proyecto político global de Williams, como para nuestra
capacidad de pensar e intervenir en la compleja totalidad de nuestro propio presente
histórico. En otras palabras, la actualidad de Williams tiene hoy como condición, en mi
opinión, la reconstitución de la totalidad de su obra. Esta totalidad puede expresarse en dos
máximas, en apariencia banales, pero que creo son determinantes en todos los niveles de su
obra:
En lo que sigue intentaré despejar el sentido de estas dos máximas y comprender en qué
medida conforman la teoría de la revolución de Williams. Con ello espero aportar una
nueva luz sobre algunos de sus conceptos más conocidos como “la estructura de
sentimiento” (structure of felling)4, y poner el acento en aspectos de la obra hasta ahora
desatendidos, y el no desdeñable papel central, en su proyecto general, del drama
naturalista.
La máxima de complejidad
Lo que Williams llama la “cultura vivida” (1965, 66) o el “proceso socio-cultural” (2010,
246) consiste en un número potencialmente infinito de prácticas sociales y artísticas, de
relaciones, de valores, que naturalmente exceden el número de documentos en los que estas
prácticas y valores están registrados. Eso quiere decir que de un periodo a otro, todo lo que
sobrevive del periodo anterior forma la “cultura registrada” de la época anterior (1965, 66).
Ahora bien, la supervivencia misma de esta cultura registrada depende de la constitución de
lo que Williams llama “tradiciones selectivas”: “una interpretación intencionalmente
selectiva de un pasado determinante y de un presente predeterminado” (1977, 115); no se
trata de una selección neutra entre las época pasadas, sino de una “versión del pasado que
pretende unirse al presente y legitimarlo” (ibíd., 116). Así, la “ontología social” de
Williams presupone siempre dos niveles estrechamente unidos: un presente en el que se
cruzan actividades y relaciones sociales en cantidades potencialmente infinitas, y un
conjunto de tradiciones selectivas que sobre-determinan ese presente, actuando sobre él y
vinculándolo a un pasado seleccionado. Nuestra relación con el pasado está, en este sentido,
doblemente limitada: la cultura registrada de una época dada no representa más que la
ínfima parte de la totalidad de la actividad humana, e incluso esta ínfima parte ha sido
radicalmente restringida por la tradición selectiva. De ahí la importancia política de la
máxima de la complejidad, resumida en uno de los pasajes más categórico de la obra de
Williams: “Ningún modo de producción, y por lo tanto ninguna sociedad dominante u
orden social, y por lo tanto ninguna cultura dominante, agota realmente el completo
abanico de práctica humana, de energía humana, de intención humana” (1977, 125; en
cursiva en el original).
Toda reflexión seria sobre el arte debe tomar como punto de partida dos hechos en
apariencia contradictorios: una obra importante es siempre, en un sentido irreductible,
individual; al mismo tiempo, las obras de arte forman auténticas comunidades, de género,
de época y de estilo […]. El dramaturgo individual produce tal obra, pero, sin embargo,
eso que ha producido hace parte de eso que nosotros podemos enseguida saber más
generalmente de una época o de un estilo.
Es a fin de explorar esta relación esencial por lo que utilizo el término “estructura de
sentimiento”. (1973, 8-9)
Williams se interesa por dos de los principales problemas comúnmente asociados al estilo:
en primer lugar, en el sentido del estilo individual, la relación de una obra o de un autor
individual con las convenciones literarias colectivas, como las formas y los géneros; en
segundo lugar, en el sentido del estilo de la época, está la cuestión más general de la
periodización y de la ‘generacionalidad’ como tal – esa cualidad inefable común a un
número de fenómenos diversos en un momento dado de la historia. Al primero le llamaré el
problema de la experiencia transindividual; al segundo, el de la temporalidad histórica.
Sobre la base y desde la crítica de las ideologías del lenguaje de la revista literaria Scrutiny,
profundamente marcada por el pensamiento de F.R. Leavis, así como por los influyentes
escritos de T.S. Eliot, arranca la teoría de Williams sobre el estilo con una investigación
sobre el discurso en el teatro naturalista. Para Williams el principal problema con que se
encuentran los dramaturgos (esbozado a lo largo de las páginas de Drama From Ibsen to
Brecht [1968]) es el siguiente: “desde el momento en que se establece un cierto nivel de
discurso conversacional, nunca se puede sobrepasarlo: nos encontramos confinados en el
interior de sus límites en momentos en que se hace sentir la necesidad de una mayor
intensidad de expresión” (1979b, 208). O en el otro extremo, “es tan intolerable adoptar
para el conjunto una forma general de versificación que eleva todo al nivel del mito, como
descender de lo metafísico a lo trivial en un verso uniformizado, tal como se encuentra en
las obras tardías de Eliot” (íbid.). Así, si un dramaturgo reproduce fielmente un discurso
humano verosímil, corre el riesgo de una expresión inadecuada en los momentos de
tensión; si, por el contrario, mantiene uniformemente el registro formal, puede que
contravenga el ideal naturalista de lo verosímil o que cree rupturas de tono, de un patético
cómico, oscilando de lo sublime a lo vulgar5. No hay pues que extrañarse de que el ideal de
discurso dramático planteado implícitamente por Williams integre múltiples niveles
estilísticos que producen una enunciación dramática adaptada a la expresión de toda la
gama de emociones humanas, fluctuaciones afectivas pre-conscientes, en apariencia las más
personales, hasta los sentimientos más oficiales, reconocibles formal y públicamente.
Williams percibió muy pronto en el teatro naturalista el sentido del marco doméstico.
Tal vez sea una etapa particular de la sociedad burguesa en la que la acción decisiva tiene
lugar en otra parte, y lo que se desarrolla, en el encierro de esas habitaciones, es el
conjunto de las consecuencias humanas: concretamente las consecuencias de una sociedad
relativamente ociosa. Mirar por la ventana hacia donde se está decidiendo nuestra vida;
esta forma de conciencia es específica […] Las habitaciones no están ahí para definir a los
personajes, sino más bien para definir lo que parece que son, lo que no pueden aceptar que
son. (1973, 387).
Para Williams las formas culturales y sociales dominantes, en cuanto que nos preceden, son
deudas heredadas ibsenianas: estamos atormentados por los modos de relaciones sociales
del pasado que nos incitan a reproducirlas, y con ellas el orden social que encarnan, en el
presente. No es pues extraño que Williams llegase a modificar más tarde la teoría de la
hegemonía de Gramsci que ve “las relaciones de dominación y de subordinación […] como
una saturación efectiva de todo el proceso social vivido” (1977, 110), combinando esta
teoría con su propio esquema tripartito de herencia: lo dominante, lo residual y lo
emergente. Este esquema no es ni más ni menos que una teoría inmanentista de la
temporalidad histórica (volveré más adelante sobre esto). Esto implica fundir la sutura del
pasado, del presente y del futuro por medio de lo que podríamos llamas tres “modos de
presencia” – tres modos en los que el presente se hace presente a sí mismo. Hay también
herencias sociales residuales que “se formaron en el pasado”, pero que “siguen estando
activas en el proceso cultural” y pueden ofrecer modelos alternativos, oponiéndose a o
reforzando el orden social (1977, 122); herencias dominantes, totalizadoras , sin que por
ello incorporen la totalidad social en sí; y herencias emergentes que modelan un futuro
posible – es decir que el presente podrá legar a las próximas generaciones en tanto y en
cuanto que lo emergente evite escapar a su incorporación en lo dominante. El concepto de
la “estructura de sentimiento” se aplica sobre todo a este tercer modo de presencia: “La idea
de la estructura de sentimiento puede ponerse en relación específicamente con las formas y
convenciones – figuras semánticas – que, en arte y literatura son a menudo las primeras en
indicar que una nueva estructura de sentimiento está tomando forma” (1977, 133).
La inmanencia
Williams describe Keywords (1976) como “el registro de una investigación” que trata del
“vocabulario [general] que compartimos con otros, a menudo de manera imperfecta,
cuando deseamos hablar de nuestra vida en común” (1983a, 14-15). Y añade: “En algún
momento, en el desarrollo de alguna argumentación, cada palabra que yo incluí, me obligó
virtualmente a poner mi atención en ella, porque los problemas planteados por sus
significados me parecían inextricablemente ligados a los problemas para cuya discusión se
utilizaba” (ibíd.) Palabras-clave como “cultura” y “sociedad” simplemente no denotan
objetos delimitados en el marco de lo real (como los sustantivos “mesa” y “silla”); son
constitutivos, de una manera u otra, de la concepción misma de lo real al que
supuestamente “se refieren”. Hay pues una profunda reciprocidad entre los antagonismos
históricos que existen “en la realidad” y los conceptos desplegados para pensar estos
mismos antagonismos; el pensamiento – el dominio de los conceptos – no transciende la
existencia social, es más bien inmanente a ella, y esta inmanencia genera una teoría cuya
coherencia lógica es totalmente opuesta a las concepciones tradicionales del rigor
analítico13. Las palabras-clave “no son conceptos, sino problemas; no son problemas
analíticos, sino movimientos históricos que aún no han encontrado resolución” (1977, 11).
Estos problemas no pueden ser resueltos en términos de coherencia lógica interna con
precisión porque son “movimientos históricos”; ellos mismos son factores inmanentes y
constitutivos de luchas históricas en curso. La resolución de los problemas de los que ellos
son un factor constitutivo, debe ser pues, práctica. Ahora bien, no hay que concluir que
todo pensamiento conceptual es anodino. Al contrario, precisamente porque los conceptos
son factores constitutivos del proceso histórico, la conceptualización de sus contradicciones
internas – por ejemplo, una reflexión teórica y filológica – es necesaria en toda intervención
práctica en aquellas luchas. La teoría y la práctica aquí no se oponen sino que vienen a
representar dos modos de la materia histórica. Desde el punto de vista de la “larga
revolución”, se hace necesario mantener una vigilancia constante sobre los mismos
términos en que se concibe la acción revolucionaria; sin ello, se corre el riesgo de heredar
involuntariamente conceptualizaciones residuales que pueden limitar desde dentro, incluso
hacerlo fracasar, el proceso revolucionario.14
La maniobra ha sido posible […] por el hecho de que las ideologías romántica y laborista
ambas están en conflicto parcial con la hegemonía burguesa; pero es precisamente este
carácter parcial el que les permite abrazarse. Ninguna de las dos tradiciones es antagonista
en puridad del poder estatal burgués: la primera mantiene ese poder desplazando el análisis
político hacia una crítica moralista e idealista de sus consecuencias “humanas”, y la
segunda busca acomodarse a ella. Así, el efecto del libro ha sido consagrar el reformismo
del movimiento laboralista, de elevarlo a una legitimidad moral y cultural, su ministrándole
valores y símbolos sacados en su mayoría de una tradición bien enraizada en la reacción
política. (ibíd.).
Williams se tomó varios antes de dar su respuesta en las “ Notes on Marxism in Britain
Since 1945”15. Es interesante señalar que estas notas aparecieron en un número de la New
Left Review que planteaba concretamente la cuestión de la aplicación del “modelo”
revolucionario ruso a las sociedades capitalistas avanzadas de Europa del Oeste16. Aunque
Williams no nombra en ningún momento a Eagleton, va respondiendo metódicamente a
casi todas las acusaciones que contra él se hacen. En un arranque característico, empieza
con el problema de la terminología que constituye la base de todo debate: “Marxismo –
escribe – ha cambiado de sentido varias veces desde de la guerra, según las coyunturas
políticas específicas donde estaba activo (2010, 233-234); del mismo modo, el sentido de
“Izquierda trabajadora” se ha deslizado constantemente, así como su relación con
‘Marxismo’” (234-236). En otras palabras, “‘qué es Marxismo’ en un momento dado
parece, a fin de cuentas, depender menos de la historia de las ideas, lo que aún hoy sigue
siendo la definición más divulgada entre los marxistas, que de los desarrollos complejos del
ser social real y de la conciencia social real” (246). Al utilizar los mismos términos de la
formulación del materialismo histórico de Marx – a saber, el hecho de que el ser social
determina la conciencia y no al revés – Williams revela el sentido incisivo de su réplica:
aquí es Eagleton el idealista, puesto que parece suponer la existencia de una “esencia pura
llamada ‘Marxismo’ “ (239).
En este sentido, Eagleton ofrece un mal ejemplo de lo que Williams llamaba “teoría
legitimadora”, una de las tres ramas teóricas constitutivas, según él, de la teoría marxista en
Gran Bretaña desde 1945. La teoría legitimadora se ocupab sobre todo de “la herencia
legítima de un marxismo auténtico” (237); la “teoría académica”, la segunda de las ramas,
buscaba por su parte la inserción o la reinserción del marxismo en el corpus de obras
estrictamente académicas (“la cuestión del “comunismo” o una de sus variantes no está
necesariamente planteada en este contexto” (ibíd.); finalmente la “teoría operacional”
aportaba análisis teóricos sobre las particularidades del capitalismo tardío de la sociedad
británica con el fin de intervenir en ella(ibíd.). Las “Notes” de Williams sugieren que
Eagleton representa lo peor de la teoría marxista académica – con su “formalismo grato a la
academia” (239) – y el menos útil de la teoría de la teoría legitimadora, “que puede llevar,
en determinados momentos, a una serie de opciones auto alienantes, en las que nuestra
presencia política real viene a ser la de meros espectadores, historiadores o críticos que
tratan los grandes conflictos de otras generaciones y de otros lugares, con unos lazos
marginales, o sencillamente retóricos, con la política compleja y frustrante de nuestro
propio tiempo y lugar” (238). Es evidente aquí, que la inmanencia para Williams es un
principio político: no existe un “afuera” (althuseriano/científico) desde el cual podamos
observar los procesos históricos; el afuera (o “el otro lugar”) es ya un elemento constitutivo
del adentro. En este sentido, la importancia de lo “vivido” o de la “experiencia” en su obra
no es simplemente un residuo de la ideología pequeño-burguesa de Scrutiny, como sostiene
Eagleton; es más bien un elemento central de su concepción inmanentista de la política. En
Williams, la “experiencia” designa a la vez nuestro modo de inserción en los procesos
trans-individuales, socio-materiales (nuestros lazos afectivos, nuestras posiciones y
posicionamientos), y el imperativo constante de seguir siendo contemporáneos de nosotros
mismos: seguir estando en las profundidades de los procesos del presente.
La larga revolución
Esta concepción de la modernidad confirma también, como muchas veces ya hemos visto,
un rechazo de lo “transcendente”, una tendencia emergente – y peligrosa, según Williams –
del pensamiento marxista, que reduce la revolución a la toma simple e inmediata del poder
estatal. Lo que estas tendencias olvidan – más allá de su subestimación del entramado
complejo de la sociedad civil occidental – es precisamente la necesidad de asumir las
deudas y herencias “ibsenianas” que están en el corazón de la teoría revolucionaria de
Williams:
Esta “perspectiva trágica” nada tiene que ver con ese vago pesimismo, anti-comunista, tan
caro a los liberales de hoy. Tampoco debe confundirse con una estetización de la realidad
social; al contrario, Williams sostiene aquí que la tragedia es, según la fórmula de Alberto
Toscano, una forma experiencial, narrativa y política” (Toscano 2013, 25)20: “La acción
trágica, en su sentido más profundo, no es la confirmación del desorden, sino su
experiencia, su comprensión y su resolución. En nuestro tiempo, esta acción está
generalizada y su nombre más común es la revolución” (1979ª, 83) Mientras que los
liberales hacen del momento de la insurrección revolucionaria un estallido de violencia y de
desorden excepcional, Williams defiende la idea de que el orden social capitalista no es
más que el orden de la violencia y del desorden; la revolución entonces representa el
momento de “crisis” y la tentativa de resolución de un desorden institucionalizado.
Además, escribe: “no es solamente que nosotros nos involucremos en esta crisis general, es
que ya lo estábamos, por lo que hacíamos y lo que no hacíamos, participando en ella”
(ibíd., 80). Consecuentemente, “la única forma de acción que parece adecuada es, en
realidad, una participación en el desastre, como modo de ponerle fin” (ibíd., 81). Como
siempre, el principio – tal vez incluso el ético – político de la inmanencia nos impone
primero la toma de conciencia del hecho de que estamos ya comprometidos en procesos
históricos específicos y sugiere, acto seguido, la necesidad de un compromiso proactivo a
fin de transformar o detener estos procesos.
[…] se consigue cuando los órganos políticos centrales de la sociedad capitalista pierden su
poder de reproducción social predominante […] [L]a condición necesaria para el éxito de la
larga revolución es, sin duda, una revolución corta, que yo definiría menos en términos de
duración que en función de la pérdida, por parte del Estado, de su capacidad de
reproducción predominante de las relaciones sociales existentes. (1979b, 420-421)
Conclusión
Espero haber mostrado, en este artículo, que la unidad de la obra de Williams reside en su
teorización constante, a veces poco ortodoxa, del proceso largo y difícil de la revolución.
Esta obra, obediente siempre a los principios políticos y teóricos de la complejidad y de la
inmanencia, ofrece una reflexión paciente y profunda sobre los obstáculos enormes, y las
posibilidades utópicas, de la revolución social – desde los primeros escritos sobre el teatro
naturalista hasta los análisis más explícitos del neoliberalismo naciente. Dirigidos tanto
contra el orden capitalista dominante, tan aborrecido por Williams, como contra el
voluntarismo miope y el pensamiento a corto plazo potencialmente fatal de algunos
marxismos contemporáneos, estos escritos ahondan en las profundidades inexploradas de lo
social, determinantes para el futuro. Las palabras con las cuales concluye la entrevista de
1979 en la New Left Review, resumen la relación entre complejidad e inmanencia en esta
visión de la larga revolución; siguen siendo, en el sentido en que lo entendía Williams,
emergentes:
El desafío consiste pues en mantener una complejidad necesaria. Toda mi vida he estado
bajo la tirantez, por las razones que hemos discutido, entre la simplicidad y la complejidad,
y aún hoy la puedo sentir. Pero la experiencia y la historia han aportado buenos argumentos
para sostener mi decisión – y yo espero que sea una decisión general. Solamente en formas
muy complejas como podemos verdaderamente comprender dónde estamos. Es también de
manera muy compleja, y evolucionando en toda confianza hacia sociedades muy
complejas, como posemos comenzar a construir las numerosas formas de socialismo que
podrán emanciparnos y aprovechar todas nuestras energías, muy reales, pero también muy
amenazadas. (1979b, 437).
Título original:
Fuente: http://revueperiode.net/
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1 1 E.g., Paul Jones (2004), Alan O’Connor (1989), John Higgins (1999), and Andrew
Milner (e.g., 2005).
2 2 Algunas partes de este artículo están expresadas en mi próximo libro, Hartley, The
Politics of Style: Marxist Poetics in and beyond Raymond Williams, Terry Eagleton and
Fredric Jameson.
5 “El mayor error de Eliot fue su tentativa de encontrar un verso dramático de uso múltiple
que pudiera funcionar como substituto de la conversación. La defensa a favor de la forma
versificada haciendo valer su gran precisión y su intensidad de expresión, se derrumba
desde el momento en que los personajes tiene que preguntar si alguien había comprado un
periódico de la tarde, un intercambio conversacional perfectamente normal, en un modo
poético uniformizado”. (1979b, 207)
6 Cf. Williams a propósito de Antígona: “Cuanto más se examina el texto de la obra, mejor
se percibe que un simple, pero radical, modelo, o que una estructura de control del
sentimiento, ha sido claramente aislada y diseñada en la escritura. Después, si se mira el
funcionamiento, se ve que este diseño es reinterpretado sin cesar, en las partes como en su
conjunto. Es un motivo concebido para la representación; la razón de ser de la obra no es
informar, describir o analizar, sino de interpretar un motivo. La estructura de sentimiento es
la estructura de la forma escrita, y también la estructura de la actuación”. (1991, 39).
7 En sus escritos anteriores Williams formula este ideal en términos de “expresión total”,
pero cuando los entrevistadores de la New Left Review citan esta definición, Williams
responde: “ La idea está mal formulada aquí; tendría que haber hablado de forma total “
(1979b, 230).
8 Es ese el sentimiento que proporcionó a Williams la intuición de lo que más tarde fue
Keywords [Palabras –clave] (1983a, 10).
9 Todo el capítulo consagrado a Ibsen en El drama de Ibsen a Brecht, trata este tema.
11 Para una visión de conjunto detallada de este desarrollo, ver Thomas (2009, 307-383).
12 Nótese aquí que lo que presenté al principio como una “ máxima ” se vuelve ahora un
“ principio ” de la obra de Williams.
13 He elegido la palabra coherencia” con toda la intención para mejor subrayar las
relaciones que percibo en la teoría de la conceptualidad de Gramsci y de Williams. Ver
Thomas (2009, 364-379).
14 En la última parte de este artículo, pondré un ejemplo de este problema: la critica que
hace Williams de la categoría marxista del “modo de producción”.
16 El texto de Williams se publicó al lado del influyente ensayo de Perry Anderson, “ The
Antinomies of Antonio Gramsci “, y de una entrevista con Ernest Mandel, “ Revolutionary
Strategy in Europe “. Ver New Left Review, vol. I, n° 100, noviembre-diciembre 1976.
Para una crítica reciente del artículo de Anderson, ver Thomas (2009).
17 El artículo de Anderson (1976, 10) cita a Gramsci sobre este tema: “En el Este, el
Estado lo era todo, la sociedad civil era elemental e informe (gelatinosa); en el Oeste se
daba una verdadera relación entre el Estado y la sociedad civil, y cuando el Estado
temblaba, al mismo tiempo se manifestaba la estructura sólida de la sociedad civil. El
Estado no era más que un foso exterior detrás del cual se encontraba un sistema poderoso
de fortalezas y terraplenes: más o menos numerosos según cada Estado, por supuesto, pero
es precisamente eso lo que hace necesario el exacto reconocimiento de cada país singular”.
18 Esta ausencia fue detectada por Jones (2004, 181-194) y por Grossberg (2010).
19 Para una explicación más detallada de la “ideología del modernismo”, ver Jameson
(2002).
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