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Las tres hegemonías

XVI sucesivas en la historia


de la economía-mundo
capitalista

Un factor decisivo en la institucionalización del sistema-mundo moderno ha sido


la creación de los Estados soberanos y del sistema interestatal moderno, cuya com bi­
nación proporciona el marco político en el que tiene lugar la división del trabajo ca­
pitalista. Un elemento crucial de su funcionamiento es un ritmo cíclico marcado por
el ascenso y caída de potencias hegemónicas en el sistema. En este artículo explico
que eso ha ocurrido sólo tres veces.

Para estudiar un sistema histórico complejo y a gran escala, que evoluciona cons­
tantemente, los conceptos utilizados como descripciones resumidas de patrones estruc­
turales sólo serán útiles en la medida en que quede clara su finalidad, circunscrita su
aplicabilidad y especificado el marco teórico que presuponen y compendian.
Expondré, pues, algunas premisas que no voy a argumentar en este momento; a quien
no admita su plausibilidad no le resul tará muy útil la forma en que dispongo y empleo el
concepto de hegemonía. Parto de la existencia de un sistema histórico concreto al que lla­
mo «economía-mundo capitalista», cuyos límites temporales abarcan desde el largo siglo XVI
hasta el presente y cuyos límites espaciales incluían originalmente Europa (en su mayor par­
te) más Iberoamérica, pero que luego se fueron extendiendo hasta cubrir todo el planeta.
Entiendo esta totalidad como sistema, esto es, se trata de una totalidad relativamente inde­
pendiente de fuerzas externas o, por decirlo con otras palabras, su funcionamiento puede
explicarse en gran medida atendiendo a su dinámtca interna. Lo entiendo como sistema his­
tórico, lo que quiere decir que nació, se ha desarrollado y algún día dejará de existir (desin­
tegrándose o transformándose sustancialmente). Supongo por último que la dinámica de
ese sistema explica sus cambiantes cualidades históricas. Así pues, como tal sistema, posee
estructuras que se manifiestan en ritmos cíclicos, esto es, mecanismos que reflejan y

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aseguran comportamientos repetitivos. Pero en la medida en que es un sistema históri-
co, ninguno de esos movimientos rítmicos devuelve el sistema a un punto de equilibrio,
sino que lo desplazan a lo largo de diversos continuum que podemos llamar tendencias
seculares del sistema. Esas tendencias deben conducir finalmente a la imposibilidad de
reparar las dislocaciones estructurales mediante mecanismos restauradores, amplifican^
dose las ñuctuaciones hasta llevar al sistema a lo que algunos llaman «turbulencia de
bifurcaciones» y otros «la transformación de la cantidad en calidad».
A estas premisas metodológicas o metafísicas debo añadir algunas esenciales sobre el
funcionamiento de la economía'mundo capitalista. Su modo de producción es capitalista,
es decir, basado en la acumulación incesante de capital. Su estructura es la de una división
social del trabajo entre centro y periferia que posibilita y ampara el intercambio desigual.
Su superestructura política consiste en un conjunto de Estados supuestamente soberanos
definidos y liimtados por su pertenencia a una red o sistema interestatal, cuyo funciona'
miento se guía por el llamado equilibrio de poder, mecanismo destinado a garantizar que
ninguno de (os Estados que forman parte del sistema interestatal tenga nunca la capacidad
de transformarlo en un imperio'mundo con límites equiparables a los de la división axial
del trabajo. Por supuesto, a lo largo de la historia de la economía-mundo capitalista se han
producido repetidos intentos de transformarlo en un imperio'mundo, si bien todos ellos
han fracasado. Pero también ha habido intentos repetidos y muy diferentes de determina'
dos Estados de conseguir la hegemonía en el sistema mterestatal, que han tenido éxito en
tres ocasiones, aunque sólo durante periodos relativamente breves.
La contienda por la hegemonía es muy diferente de la contienda en pos de un irn-
perionnundo; de hecho es, en muchos sentidos, casi opuesta. Seguiré por tanto el plan
siguiente: 1) explicar lo que quiero decir con hegemonía, 2) describir las analogías en'
tre los tres casos mencionados, 3) indagar las raíces del afán de hegemonía y las razo-
nes por las que ha tenido éxito sólo en tres ocasiones y nunca ha durado mucho y 4) in-
ferir en la medida de lo posible lo que podemos esperar en el próximo futuro. La
finalidad de todo esto no consiste en establecer una categoría procustiana a la que se
haya de acomodar la compleja realidad histórica, sino ilustrar lo que juzgo uno de los
procesos decisivos del sistema'mundo moderno.

1. Se puede hablar de hegemonía en el sistema mterestatal en aquellas situaciones


en que la continua rivalidad entre las llamadas «grandes potencias» está tan desequilh
brada que una de ellas puede imponer en gran medida sus reglas y deseos (como míni-
mo mediante una capacidad de veto eficaz) en los terrenos económico, político, mili'
tar, diplomático y hasta cultural. La base material de ese poder reside en la mayor
eficiencia con que funcionan las empresas localizadas en la gran potencia en las tres
principales áreas económicas: producción agro-industrial, comercio y finanzas. La ma­
yor eficiencia de la que hablo es tan grande que esas empresas superan a las localizadas

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en otras grandes potencias, no sólo en el mercado mundial en general, sino también, en
muchos casos, en los mercados internos de las propias potencias rivales.
Se trata, como se ve, de una definición relativamente restrictiva. No basta que las em­
presas de una gran potencia dispongan simplemente de una porción mayor del mercado
mundial que las de cualquier otra, ni tampoco que sus fuerzas militares sean las más pode­
rosas o su papel político preponderante. Para mí la hegemonía solamente existe en aque­
llas situaciones en las que la preponderancia es tan significativa que las potencias aliadas
se convierten de jacto en Estados clientes y las potencias contrarias se ven relativamente
frustradas y a la defensiva frente a la potencia hegemónica. Y aunque quiero restringir
mi definición a los casos en el que el margen diferencial de poder es realmente grande,
no pretendo con ello sugerir que la potencia hegemónica sea en ningún momento om­
nipotente o capaz de hacer lo que se le antoje. En el marco del sistema interestatal no
cabe la omnipotencia.
La hegemonía no es, por lo tanto, una situación de equilibrio estable, sino, más bien,
un extremo de un espectro fluido que describe las relaciones de rivalidad existentes en­
tre las grandes potencias. En un extremo del mismo se verifica una situación de cuasi
equilibrio estable en la que existen varias grandes potencias que gozan de una fuerza
aproximadamente igual y en la que no se producen agrupamientos nítidos o perma­
nentes. Esta es una situación rara e inestable. En torno al punto medio de este espec­
tro observamos muchas potencias, agrupadas más o menos en dos campos, pero con va­
rios elementos neutrales o vacilantes, y sin que ningún bando (ni por supuesto ningún
Estado individual) pueda imponer su voluntad a los demás. Esta es la situación esta­
dísticamente normal en cuanto a la rivalidad en el sistema interestatal. Y en el otro ex­
tremo encontramos la situación de hegemonía, que también es rara e inestable.
En este momento, el lector puede entender quizá lo que digo, pero acaso se pregunte
por qué me molesto en darle un nombre y pretendo llamar la atención sobre el fenó­
meno en cuestión. Pues porque creo que la hegemonía no es el resultado de una reor­
denación aleatoria de las cartas, sino un fenómeno que aparece en circunstancias de­
terminadas y que desempeña un papel significativo en el desarrollo histórico de la
economía-mundo capitalista.
2. Si utilizamos esta definición restrictiva, los únicos tres casos claros de hegemonía
serían el de las Provincias Unidas a mediados del siglo XVII, el del Reino Unido duran­
te la mayor parte del XIX y el de Estados Unidos a mediados del siglo XX. Para quien
quiera fechas más precisas, éstas serían las delimitaciones temporales que yo propon­
dría: 1625-1672, 1815-1873, 1945-1967. Pero evidentemente sería un error tratar de
precisar demasiado cuando nuestros instrumentos de medida son a la vez tan comple­
jos y tan toscos.
Sugeriría cuatro áreas en las que me parece que lo que ha acontecido en los tres casos
fue poco más o menos lo mismo. Por supuesto, las analogías son limitadas. Dado que la

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economía-mundo capitalista es, a mi entender, una entidad única que evoluciona con­
tinuamente, se sigue por definición que el conjunto de la estructura era distinta en cada
uno de esos tres momentos, con diferencias reales derivadas de las tendencias a largo
plazo del sistema-mundo. Pero las analogías estructurales también eran reales, como re­
flejo de los ritmos cíclicos de ese mismo sistema.
La primera analogía tiene que ver con el orden en que aparece el aumento y disminu­
ción de las eficiencias relativas en cada una de las tres áreas económicas. En mi opinión, en
cada uno de esos tres casos las empresas localizadas en la gran potencia en cuestión consi­
guieron primero una ventaja sustancial en la producción agro-industrial, luego en el co­
mercio, y por último en las finanzas1. Creo que fueron perdiendo esa ventaja también en el
mismo orden (en la tercera hegemonía, este proceso ha comenzado ya, pero no se ha com­
pletado todavía). La hegemonía se refiere, por lo tanto, al corto intervalo en el que existe
ventaja simultánea en las tres áreas económicas.

Figura 1

ECONOMÍA-MUNDO CAPITALISTA
Ventaja económica de la potencia hegemónica

Ventaja agro-industrial

Ventaja comercial

Ventaja financiera

Hegemonía

Tiempo

La segunda analogía tiene que ver con la ideología y política de la potencia hege­
mónica. Mientras dura su hegemonía, la potencia favorecida tiende a defender el «li­
beralismo» global. Aparece como defensora del principio del libre flujo de los factores

1 He analizado este proceso por primera vez, con bastante detalle empírico, en The Modem
World'System, II. Mercantilism and the Consolidation of the European World-Economy, 1600-1750, Nue­
va York, Academíc Press, 1980, cap. 2 [ed. cast., El moderno sistema mundial II. El mercantilismo y la
consolidación de ¡a economía'mundo europea, 1600'1750, Madrid, Siglo XXI, 1984]

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de la producción (bienes, capital y trabajo) en toda la economía-mundo- Se muestra
hostil en general a las restricciones mercantilistas sobre el comercio, incluida la exis­
tencia de colonias ultramarinas de los países más fuertes. Extiende ese liberalismo a un
respaldo generalizado de las instituciones parlamentarias liberales (con el correspon­
diente desagrado frente al cambio político por medios violentos), de las restricciones
políticas a la arbitrariedad del poder burocrático y de las libertades civiles (abriendo sus
puertas a los exiliados políticos). Tiende a proporcionar a su clase obrera nacional un
elevado nivel de vida, al menos con respecto al nivel medio de la época.
Ninguno de estos aspectos debe exagerarse. Las tres potencias hegemóntcas hicie­
ron excepciones a su antimercantilismo cuando les pareció conveniente. Las tres se
mostraron dispuestas a interferir en los procesos políticos de otros Estados para asegu­
rar su propia ventaja. Ninguna de las tres dudó en ejercer una fuerte represión cuando
lo juzgó necesario para garantizar el «consenso» nacional. El alto nivel de vida de la cla­
se obrera estaba siempre matizado por la etnicidad interna. Sin embargo, no deja de ser
sorprendente que la ideología liberal floreciera en esos tres países precisamente en el
momento de su hegemonía, y en gran medida sólo entonces y allí.
La tercera analogía es el patrón de comportamiento del poder militar global. Las po­
tencias hegemónicas fueron primordialmente potencias marítimas (ahora también marítimo/
aéreas). En su largo ascenso hasta la hegemonía parecían muy renuentes a desarrollar sus
ejércitos, discutiendo abiertamente las potenciales limitaciones sobre los ingresos del Estado
y la mano de obra que supondría su implicación en guerras terrestres. Pero aun así todas ellas
entendieron finalmente que tenían que contar con un fuerte ejército terrestre para hacer
frente a un importante- rival continental que parecía querer transformar la economía-mun­
do en un imperio-mundo.
En los tres casos la hegemonía se alcanzó tras una guerra mundial de treinta años.
Por guerra mundial entiendo (algo restrictivamente) una guerra terrestre en la que in­
tervienen (no necesariamente todo el tiempo) casi todas las potencias militares impor­
tantes de la época, provocando una gran devastación de infraestructuras y población.
Cada hegemonía aparece vinculada con una de estas guerras. La guerra mundial alfa
fue la de los Treinta Años de 1618-1648, cuando los intereses holandeses triunfaron sobre
los de los Habsburgo en la economía-mundo. La versión beta fueron las guerras napoleó­
nicas de 1792 a 1815, cuando los intereses británicos triunfaron sobre los franceses. Y la
gamma fue la larga guerra euroasiática de 1914-1945, cuando los intereses estadouni­
denses triunfaron sobre los alemanes.
Aunque las guerras limitadas han sido una constante del funcionamiento del sistema
interestatal en la economía-mundo capitalista (apenas ha habido un año en el que no tu­
viera lugar alguna guerra en algún lugar del sistema), las güeñas mundiales han sido, por
el contrario, excepcionales. De hecho, su rareza y el hecho de que aparezcan relacionadas
con el logro del status hegemónico por una gran potencia nos llevan a la cuarta analogía.

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Observando los ciclos muy largos que Rondo Cameron ba denominado «logísticos»
podemos advertir cierta relación de fado entre esos ciclos y las guerras mundiales/hege-
monía, si bien la investigación realizada es muy reducida. Casi siempre se han comparado
con las fases A-B de 1100-1450 y 1450-1750, y son escasas las discusiones sobre posibles
cíelos logísticos posteriores. Pero, si atendemos a las observaciones utilizadas para definir­
los -inflación y deflación secular-, el patrón parece haberse mantenido.
Tal vez se podría argumentar, por lo tanto, la persistencia hasta hoy día de estos ciclos
logísticos (de precios) con las siguientes duraciones: 1450-1730, con una larga meseta cum­
bre de 1600 a 1650; 1730-1897, con el máximo hacia 1810-1817; y desde 1897 ¿hasta?, sin
que quepa precisar por ahora dónde se situaría el máximo. De forma que estos ciclos logís­
ticos, cuyo status empírico y teórico es, como he indicado, dudoso, habrían alcanzado su
máximo poco más o menos en tomo a las guerras mundiales y justamente antes de las
subsiguientes eras hegemónicas, que parecerían así derivarse de largas expansiones com­
petitivas manifestando una concentración particular de poder económico y político.
El resultado de cada guerra mundial supuso una reestructuración importante del sistema
interestatal (Westfalia; el Concierto de Europa; la .ONU y Bretton Woods) acorde con la ne­
cesidad de estabilidad relativa de la nueva potencia hegemóníca. Por otra parte, la erosión
económica de la hegemonía (pérdida de eficiencia en la producción agro-industrial) y el ini­
cio de su declive iban acompañados por el desgaste de la red de alianzas tejida pacientemen­
te por la potencia hegemónica, iniciándose una reestructuración sustancial de las alianzas.
Durante el largo periodo subsiguiente a la era de hegemonía parecían finalmente
surgir dos potencias «aspirantes a la sucesión»: Inglaterra y Francia tras la hegemonía
holandesa; Estados Unidos y Alemania tras la británica; y ahora Japón y Europa occi­
dental tras la hegemonía estadounidense. Además, en los casos anteriores el ganador fi­
nal de la contienda utilizó como parte deliberada de su estrategia la conversión.amable
de la potencia hegemónica precedente en su «socio menor»: así lo hizo Gran Bretaña
con los holandeses, luego Estados Unidos con Gran Brecaña... ¿y ahora?
3. Hasta ahora he sido sobre todo descriptivo, y sé que mi descripción es susceptible
de críticas técnicas. Mi codificación de los datos puede no ser acorde con la de otros.
Creo, sin embargo, que como aproximación inicial esa codificación es defendible y que
con ella se esboza un patrón recurrente del funcionamiento del sistema interestatal.
¿Cómo interpretarlo? ¿Hay algo en el funcionamiento de la economía-mundo capitalista
que dé lugar a ese modelo cíclico de hegemonías en el sistema interestatal?
Creo que ese patrón de ascenso, hegemonía temporal y caída de las potencias hege­
mónicas es solamente un aspecto del papel central de la maquinaria política en el fun­
cionamiento del capitalismo como modo de producción.
Hay dos mitos sobre el capitalismo defendidos por sus principales ideólogos (y aun­
que parezca extraño, aceptados en gran medida por sus críticos del siglo XLX). El primero
se refiere al libre flujo de los factores de la producción, y el segundo a la'no interferencia

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de la maquinaria política en el «mercado». De hecho, el capitalismo se define por el flujo
parcialmente libre de los factores de producción y la interferencia selectiva de la maqui-
naria política en el «mercado». La hegemonía ejemplifica esto último.
Lo que define más sustancialmente al capitalismo es la acumulación incesante de capi-
tal. Las interferencias «seleccionadas» son las que hacen avanzar en este proceso de acu­
mulación. Hay, sin embargo, dos problemas con las «interferencias». Tienen un coste y, por
consiguiente, los beneficios de cualquier interferencia deben superar a los costes. Si se pue­
den alcanzar los beneficios evitando la «interferencia», eso minimizará la «deducción», por
lo que es preferible. En segundo lugar, la interferencia siempre se produce en favor de unos
acumuladores frente a otros, quienes evidentemente intentarán oponerse a ellos. Estas dos
consideraciones circunscriben la política de la hegemonía en el sistema interestatal.
Los costes para los empresarios de la «interferencia» estatal se sufren de dos formas
fundamentales. En primer lugar, en términos financieros, el Estado puede cobrar impues­
tos directos a las empresas afectando a su tasa de beneficio o establecer impuestos indi­
rectos que pueden alterar la tasa de beneficio al modificar la competitividad de determi­
nados productos. En segundo lugar, el Estado puede decretar reglas que encaucen los
flujos de capital, trabajo o bienes o fijar precios mínimos y/o máximos. Mientras que los im­
puestos directos siempre representan un coste para los empresarios, los cálculos con res­
pecto a los impuestos indirectos y las regulaciones estatales son más complejos, ya que
representan costes tanto para el empresario como para (algunos de) sus competidores.
La preocupación principal en términos de acumulación individual no es el coste absoluto
de estas medidas, sino los costes comparativos. Los costes, aunque sean altos, pueden ser
deseables desde el punto de vista de determinado empresario, si la iniciativa del Estado
supone costes todavía más altos para algún competidor. Los costes absolutos sólo son preo­
cupantes si la pérdida es mayor que las ganancias a medio plazo que se pueden obtener
gracias a la mayor competitividad derivada de esas iniciativas del Estado. De ahí se sigue
que los costes absolutos son más preocupantes para los empresarios a los que Jes va bien
la competencia en el mercado abierto en ausencia de interferencia estatal.
Así pues, en general los empresarios abogan por diversas formas de interferencia estatal
en el mercado: subvenciones, restricciones comerciales, aranceles aduaneros (que penalizan
a los competidores de diferente nacionalidad), garantías, límites máximos para los precios
de sus inpnts y mínimos para los de sus outputs, etc. El efecto intimidatorio de la represión
interna y extema también supone beneficios económicos directos para los empresarios. En
la medida en que el proceso de competencia e interferencia estatal conduce a condiciones
oligopólicas dentro de los límites del Estado, se dedica cada vez más atención, natural­
mente, a garantizar el mismo tipo de condiciones oligopólicas en el mercado más im­
portante, que es el mercado mundial.
La combinación de la competencia con la constante interferencia estatal da lugar a
una continua presión tendente a la concentración de capital. Los beneficios de la inter­

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ferencia estatal en el interior y exterior de las fronteras del Estado son acumulativos. En
términos políticos, esto se refleja en una expansión del poder mundial. La ventaja de las
empresas de una potencia en ascenso frente a las de otra puede ser exigua y, por lo tanto,
insegura. Ahí es donde se gestan las guerras mundiales. Una guerra de treinta años pue­
de ser muy dramática militar y políticamente, pero sus efectos más profundos pueden ser
los económicos. La ventaja económica del vencedor se expande en el propio proceso de la
guerra, y el acuerdo interestatal de posguerra está destinado a afianzar esa ventaja mayor
y a protegerla frente a la erosión.
Un Estado determinado asume así sus «responsabilidades» mundiales, que se reflejan
en diversos aspectos diplomáticos, militares, políticos, ideológicos y culturales. Todo
conspira para reforzar la cooperación entre los estratos empresariales, burocráticos y, con
cierto retraso, hasta los asalariados de la potencia begemónica, cuyo poder puede ejer­
cerse entonces de forma «liberal», dadas la atenuación real del conflicto político dentro
del propio Estado comparada con periodos anteriores y posteriores y la importancia, en
la arena interestatal, de la deslegitimación de los esfuerzos de otras maquinarias estata­
les para contrarrestar la superioridad económica de la potencia hegemónica.
El problema es que el liberalismo global, que es racional y eficaz desde el punto de
vista de los costes, propicia su propia decadencia. Favorece la difusión de la experien­
cia tecnológica. De ahí que con el tiempo resulte prácticamente inevitable que los em­
presarios más recientes puedan entrar en los mercados más rentables con las tecnolo­
gías más avanzadas e «instalaciones» más jóvenes, socavando así la base material de la
ventaja disfrutada en el ámbito de la productividad de la potencia hegemónica.
En segundo lugar, el precio político interno del liberalismo, ineludible para mante­
ner una producción ininterrumpida en un periodo de máxima acumulación, es el para­
lizante aumento de los ingresos reales tanto de los trabajadores como de los cuadros de
la potencia hegemónica. Con el tiempo esto reduce la ventaja competitiva de las em­
presas localizadas en ella.
Una vez que se pierde la clara ventaja de productividad, la estructura se resquebra­
ja. Mientras existe una potencia hegemónica, puede coordinar más o menos las res­
puestas políticas de los Estados en cuyo interior se llevan a cabo actividades económi­
cas típicas de la economías centrales frente a los Estados periféricos, maximizando así
las ventajas obtenidas en el intercambio desigual. Pero cuando se erosiona la hegemo­
nía, especialmente cuando la economía-mundo entra en un declive de Kondratief, se
inicia una rebatiña entre las principales potencias para mantener su porción de una tar­
ta menguada, lo que socava su capacidad colectiva para extraer excedente mediante el
intercambio desigual. La tasa de intercambio desigual disminuye (sin anularse nunca)
y crea nuevos incentivos para una reestructuración del sistema de alianzas.
En el periodo previo al máximo de un ciclo logístico, que conduce a la creación de
la pasajera era de hegemonía, la parábola gobernante es la de la liebre y la tortuga. No

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es el Estado que va por delante política y sobre todo militarmente el que gana la carre­
ra, sino el que es capaz de ir mejorando centímetro a centímetro su competitividad a
largo plazo. Esto requiere una organización fírme pero discreta e inteligente del esfuer­
zo empresarial por parte de la maquinaria estatal. Las guerras se pueden dejar a otros,
hasta que llega la guerra mundial catártica cuando la potencia hegemónica debe inver­
tir al menos sus recursos para asegurar su victoria. Ahí comienza la «responsabilidad
mundial» con sus beneficios, pero también sus (crecientes) costes. Por eso la hegemonía
es dulce pero breve.
4. Las inferencias que se pueden deducir para la época actual son obvias. Nos encon­
tramos en la fase posthegemónica inmediata de este tercer ciclo logístico de la economía-
mundo capitalista. Estados Unidos ha perdido su ventaja productiva, pero todavía la sigue
manteniendo en las áreas comercial y financiera; su poderío militar y político ya no es tan
abrumador. Su capacidad para imponerse a sus aliados (Europa occidental y Japón), intimi­
dar a sus enemigos y anonadar a los débiles (compárese la República Dominicana en 1965
con El Salvador hoy día) son muy dispares. Nos encontramos en el comienzo de una im­
portante reestructuración de alianzas2, pero sólo al comienzo. Gran Bretaña comenzó a de­
clinar en 1873, pero hubo que esperar hasta 1982 para que fuera abiertamente desafiada por
Argentina, una potencia militar de rango medio.
Cabe preguntarse si este tercer ciclo logístico seguirá las líneas de los anteriores. La
gran diferencia frente a los dos anteriores es que la economía-mundo capitalista parece
haber entrado en una crisis estructural como sistema histórico. La cuestión es si eso can­
celará estos procesos cíclicos. Yo no creo que los cancele, sino más bien que se impondrá
en parte a través de ellos3.
Tampoco habría que dedicar mayor esfuerzo al concepto de hegemonía, ya que no
es sino una forma de organizar nuestra percepción de los procesos, y no una «esencia»
cuyos rasgos tengan que describirse y cuya recurrencia eterna deba demostrarse y anti­
ciparse. Un concepto procesual nos alerta sobre las fuerzas que actúan en el sistema y
los probables nudos de conflicto; no más, pero tampoco menos. No se puede entender
la economía-mundo capitalista a menos que analicemos claramente cuáles son las for­
mas políticas que ha engendrado y cómo se relacionan estas formas con otras realida­
des. El sistema interestatal no es una variable exógena, creada por Dios, que limite o
interactúe misteriosamente con la acumulación incesante de capital, sino simplemente
su expresión en el terreno de la política.

2 Véase I. WALLERSTEIN, «North Afianticism in Declíne», SAIS Review 4 (verano de 1982),


pp. 21- 26.
3 Para un debate sobre esta cuestión, véase la «Conclusión» de S. AMIN, G. A rríGHI, A . G. FRANK
e I. WALLERSTEIN, Dynamics of Global Cusís, Nueva York, Monthly Review Press, 1982 [ed. cast., Di­
námica de la crisis global, México DF, Siglo XXI, 1983, pp. 246-256].

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