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SÓCRATES
PLATÓN
Fedón
En el siglo IV antes de Cristo, Platón dio con una interpretación del hombre
que, por su perpetuidad, bajo distintas formas, hasta el mismo día de hoy,
parece una posibilidad "natural". Si no hubiera sido Platón, otro genio
semejante la habría descubierto tarde o temprano. En esencia es esto: la vida
del hombre es la vida de un alma que, prisionera en el cuerpo, desea
ardientemente volver a su verdadera, eterna, perfecta patria. Así que lo que se
ve y se experimenta aquí abajo es sólo reflejo y copia de las realidades
verdaderas de allá arriba. Y, como ya se estuvo en ese mundo de las verdades
perfectas, conocer es recordar; y amar es ir, como por grados, ascendiendo a la
Belleza en sí, que coincide con el Bien en sí. Esta visión del hombre es
espiritual, teológica, divina, como le gustaría decir al mismo Platón. Y contra
ella han ido quienes prefieren una visión material, empírica y exclusivamente
humana. En la filosofía platónica es esencial la inmortalidad del alma, que es el
tema del dialogo Fedón.
El hombre Sócrates
El Fedón esta ambientado en la prisión donde Sócrates pasa su último día antes
de beber la cicuta, la condena a muerte que sobre él pronunció un tribunal
democrático. Sócrates había nacido en el año 409 a. C. Era hijo de un escultor-
cantero y de una comadrona. El mismo era cantero de profesión. La filosofía
era una afición. Participó con muestras de gran valor en la guerra del
Peloponeso y se distinguió en la retirada de Delio, en el 424. Se casó, ya
mayor, con Jantipa, supuestamente de muy mal genio pero sin duda una buena
mujer, de la que tuvo tres hijos. Sus intervenciones en la vida publica fueron
casi siempre a contracorriente. En el año 46 6 criticó la legalidad de una
sentencia de la asamblea contra los ocho generales que habían participado en
la batalla de las Anfípolis (en la guerra contra Esparta). Bajo el gobierno de los
Treinta Tiranos se negó a colaborar en la detención de un inocente a quien los
tiranos habían condenado a muerte. Según su conciencia, se oponía tanto a la
asamblea democrática como a los oligarcas. Pero esto, entonces, después y
ahora, es lo último que se puede hacer, a no ser que se quiera recibir ataques
de todas las direcciones. De hecho, en el año 399, tres políticos democráticos -
Anito, Meleto y Licón- procesaron a Sócrates con las acusaciones de no creer en
los dioses de Atenas y de corromper a la juventud con esas ideas. Parece
probado que la condena a muerte se emitió con el cálculo de la solución normal
en estos casos: el destierro voluntario antes del veredicto o la propuesta de la
alternativa del destierro una vez dada la sentencia. Pero Sócrates estaba
convencido de su inocencia y no aceptó las componendas. Tenía setenta años y
llevaba muchos enseñando el difícil camino de la búsqueda independiente de la
verdad.
El alma humana pertenece a esa categoría de realidades invisibles. Es, por eso,
inmaterial: “Nuestra alma se asemeja mucho a lo que es divino, inmortal,
inteligible, simple e indisoluble, siempre igual y siempre parecido a sí mismo”. Y
añade: “¿este ser invisible que va a otro medio semejante a ella, excelente,
puro, invisible, es decir, a los infiernos, cerca de un dios emporio de bondad y
de sabiduría, un paraje al que espero irá mi alma dentro de un momento, si a
Dios le place, un alma tal y de tal naturaleza no haría más que abandonar el
cuerpo y se desvanecería reduciéndose a la nada como cree la mayoría de los
hombres?”.
Sócrates se dispone a rebatir esas objeciones. Cebes y Simmias admiten, eso sí,
que aprender no es más que acordarse de lo que antes se supo y que por
consiguiente es necesario que nuestra alma haya existido en alguna parte antes
de estar ligada al cuerpo. Pero entonces el alma no puede ser una armonía,
porque la armonía de un instrumento no existe después de que exista el
instrumento.
¿Demostrado? Simmias apunta que sí pero que “la grandeza del asunto y la
debilidad natural del hombre me infunden una especie de desconfianza a pesar
mío”. Se puede notar que esta es la “sensibilidad” también actualmente
extendida, como en cualquier tiempo de la historia humana. Aristóteles, en las
contadas ocasiones en que se refiere al tema de la inmortalidad del alma, deja
caer que será de desear, pero no encuentra, o no da, los argumentos que él
mismo había oído de labios de Platón.
En la última parte del Fedón, Platón, más que argumentar con nuevas pruebas,
propone reflexiones de tipo ético y luego, como es costumbre en el,
interesantes incursiones en el mito. “Si la muerte fuera la disolución de toda la
existencia, tendrían los malos una gran ganancia después de la muerte, libres al
mismo tiempo de su cuerpo, de su alma y de su vicios; pero, puesto que el
alma es inmortal, no tiene otro medio de librarse de sus males y no hay más
salvación para ella que volviéndose muy buena y muy sabia.”
¿Qué seguridad hay de que todo eso sea así? “Puede admitirse, si es cierto que
el alma es inmortal, y vale la pena correr el riesgo de creerla. Es un azar que es
hermoso admitir y del cual debe uno quedar encantado”. Sócrates no tiene
dudas. Hoy mismo espera ir a ese mundo. Se dispone pues a bañarse, antes de
tomar el veneno, ahorrando así “a las mujeres el trabajo de lavar un cadáver”.
El resto del dialogo es sencillo, directo, llano y sublime. Sócrates se da prisa en
beber el veneno, pide instrucciones, habla con bondad de su carcelero y
verdugo y, al fin “arrimando la copa a los labios la apuró con una mansedumbre
y una tranquilidad admirables”.
Muerte de un sabio
El final merece leerse por entero, como uno de los pasajes más clásicos, de los
que mejor han “quedado” de toda la historia, no sólo de la filosofía, sino de la
literatura: “Hasta entonces, cuenta Fedón, habíamos tenido casi todos fuerza
de voluntad para contener nuestras lágrimas, pero al verle beber, y después
que hubo bebido, nos echamos a llorar, como los otros. Yo, a pesar de mis
esfuerzos, llore tanto, que no tuve más remedio que cubrirme con mi manto
para desahogarme, porque no lloraba por las desventura de Sócrates, sino por
mi desgracia, al pensar en el amigo que iba a perder. Critón empezó a llorar
antes que yo y salió fuera, y Apolodoros, que desde el principio no había hecho
mas que llorar, empezó a gritar, a lamentarse y a sollozar de tal manera que
nos partía a todos el corazón, menos a Sócrates. Pero, ¿qué es esto, amigos
míos?, nos dijo. ¿A que vienen estos llantos? Para no oír llorar a las mujeres y
no tener que reñirlas las mande ir, porque he oído decir que al morir sólo deben
pronunciarse palabras amables. Callad, pues, y demostrad más firmeza.”
“Ya sabes, Echecrates, termina Fedón, cual fue el fin del hombre de quien
podemos decir que ha sido el mejor de los mortales que hemos conocido en
nuestro tiempo, y además el más sabio y el más justo de los hombres”.
Bibliografía
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Sócrates
(Atenas, 470 a.C.-id., 399 a.C) Filósofo griego. Fue hijo de una comadrona,
Faenarete, y de un escultor, Sofronisco, emparentado con Arístides el Justo.
Pocas cosas se conocen con certeza de su vida, aparte de que participó como
soldado de infantería en las batallas de Samos (440), Potidea (432), Delio (424)
y Anfípolis (422). Fue amigo de Aritias y de Alcibíades, al que salvó la vida. La
mayor parte de cuanto se sabe sobre él procede de tres contemporáneos
suyos: el historiador Jenofonte, el comediógrafo Aristófanes y el filósofo Platón.
El primero lo retrató como un sabio absorbido por la idea de identificar el
conocimiento y la virtud. Aristófanes lo hizo objeto de sus sátiras en una
comedia, Las nubes (423), donde se le identifica con los demás sofistas y es
caricaturizado como engañoso artista del discurso. Estos dos testimonios
matizan la imagen de Sócrates ofrecida por Platón en sus Diálogos, en los que
aparece como figura principal, una imagen que no deja de ser en ocasiones
excesivamente idealizada, aun cuando se considera que posiblemente sea la
más justa. Se tiene por cierto que se casó, a una edad algo avanzada, con
Xantipa, quien le dio dos hijas y un hijo.
Sócrates deambulaba por las plazas y los mercados de Atenas, donde tomaba a
gentes corrientes (mercaderes, campesinos o artesanos) como interlocutores
para someterlas a largos interrogatorios. Este comportamiento correspondía, a
la esencia de su sistema de enseñanza, la mayéutica, que él comparaba al arte
que ejerció su madre: se trataba de llevar a un interlocutor a alumbrar la
verdad, a descubrirla por sí mismo como alojada ya en su alma, por medio de
un diálogo en el que el filósofo proponía una serie de preguntas y oponía sus
reparos a las respuestas recibidas, de modo que al final fuera posible reconocer
si las opiniones iniciales de su interlocutor eran una apariencia engañosa o un
verdadero conocimiento. La cuestión moral del conocimiento del bien estuvo en
el centro de sus enseñanzas, con lo que imprimió un giro fundamental en la
historia de la filosofía griega, al prescindir de las preocupaciones cosmológicas
de sus predecesores. El primer paso para alcanzar el conocimiento, y por ende
la virtud (pues conocer el bien y practicarlo era, para Sócrates, una misma
cosa), consistía en la aceptación de la propia ignorancia (“sólo sé que no sé
nada”). Sin embargo, en los Diálogos de Platón resulta difícil distinguir cuál es
la parte que corresponde al Sócrates histórico y cuál pertenece ya a la filosofía
de su discípulo.
Gentileza de http://www.arvo.net